Edición 86 | Trazos del arquitecto

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Trazos del arquitecto

15 casas: manifiestos de vida y estilo

Colores del año: la dualidad como eje creativo

Ed.86

Editora Fundadora

CEO

Greta Arcila greta.arcila@glocal.mx

Directora Editorial

Martha Lydia Anaya martha@glocal.mx

Diseño Maestro

Gensler México

Diseño de Edición

Sandra Montiel

Coordinadora General

Caly Pérez caly.perez@glocal.mx

Coordinadora de contenido especial

Monserrat Navarro Canadilla montse.navarro@glocal.mx

Gerencia Comercial

Alexandra Becerril López alexandra.becerril@glocal.mx

Colaboradores

Jaime Navarro

Duilio Rodríguez

Manuel Pineda

Corrección de Estilo

Silvia Sánchez Flores

Consejo Editorial

Consejeros Honorarios

Gina Diez Barroso

Miguel Ángel Aragonés

Jorge Arditti

Arturo Arditti

Juan Carlos Baumgartner

Fernando Camacho Nieto

Carmen Cordera

Juan Manuel Lemus

Beata Nowicka

Carlos Pascal

Gerard Pascal

Ariel Rojo

Sagrario Saraid

Contabilidad

Víctor Villareal

Contacto glocal.mx info@glocal.mx

Manchester 13, Piso 1, Col. Juárez, Delegación Cuauhtémoc, Ciudad de México. Teléfono 52(55) 5533 6818

Portada XV Aniversario

Foto Ricardo Esquivel Tolentino / Jaime Navarro

Glocal Design Magazine es una publicación de Color y Espacio Editorial S. A. de C. V. Revista Bimestral octubre-noviembre de 2025. Publicación protegida por la Ley de Propiedad Industrial y la Ley Federal de Derecho de Autor. Número de Certificado de Reserva otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor: 04-2013-041513043400-102. Número de Certificado de Licitud de Título y Contenido 15894. Editora Responsable: Greta Vanessa Arcila Romero. El contenido de los artículos y de los anuncios es responsabilidad de los autores y de las empresas. Todos los derechos reservados. Domicilio: Manchester 13, Piso 1, Col. Juárez, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06600, Ciudad de México, México. Impresa en: Smartpress Vision, S.A. de C.V., Caravaggio 30, Col. Mixcoac, Del. Benito Juárez, C.P. 03910, Ciudad de México. Tel. 55 5611 7420.

¡A por más!

Mirar para adentro. Recorrer tu espacio para reencontrarte cuando el camino es confuso. Pero también, caminar los pasillos de tu adentro cuando la plenitud está en la puerta y decides gozarla pausadamente y celebrarla en silencio. Saber que uno es el constructor de nuestra propia arquitectura con la conciencia de que ahí adentro está –y estará– el confort necesario para disfrutar el crecimiento entre las personas más cercanas a tu esencia. En esta edición que festeja 15 años de existencia, decidimos ir hacia lo más adentro. No hablar únicamente de arquitectura, sino de los espacios más personales de gente sencillamente genial. Personas que nos han acompañado en momentos

importantes para Glocal y que en su momento también me abrieron la puerta de su taller a lo largo de 25 años como profesional. Sé que fácilmente haríamos 10 tomos interesantísimos, pero tenemos cierto número de páginas y la meta era tener 15 casas de creativos y con cada casa, celebrar un año de existencia.

¿Qué puedo decir del resultado? Que nuevamente estoy emocionada de las lecciones aprendidas con cada entrevista, con la voz de cada uno hablando de su espacio. Lo que más sobresale es que todos, antes de crear desde cero su casa, miraron otros espacios o terrenos; dejaron madurar las ideas para ir de a poco delineando los trazos de su residencia. La voz colectiva también habla de su casa como el lugar en donde todo era permitido, en donde la

alquimia jugó un papel importante para crear esa magia que tienen los lugares con alma y personalidad. El resultado es inmejorable, así que gocen –como nosotros– de cada espacio y de las voces que van a leer en esta edición de aniversario.

A todos ellos (y a todos los que no están que son cientos) les agradezco su voto de confianza, su generosidad, su apertura, su paciencia… su sonrisa, su espíritu. Hoy, gracias a todos ustedes, somos una comunidad creativa firme y única. Cumplir 15 años como medio independiente y sin intereses de por medio más que la firme intención de promover lo bien diseñado en México y el mundo, nos ha hecho resistentes y resilientes. Ahora sé que mi pasión ya tiene una senda firme y los caminos que vienen son para ir despacio y continuar aprendiendo sin prisa de la inmediatez, pero con la experiencia del conocimiento ganado a pulso.

¡A por los años y por los proyectos que vienen! (que son muchos). Gracias al invaluable equipo que hoy hace posible este proyecto y que lo abraza como propio. Gracias también a todos aquellos que en algún momento tuvieron un espacio en las oficinas Glocal, lugar que hoy alberga la portada con un aliado que nos ha acompañado desde el año cero: Comex, que con el discurso de color ha marcado un antes y un después apoyando al gremio creativo de nuestro México.

¡Bienvenidos a nuestra edición de 15 Aniversario! ¡A darle! Que no hay de otra.

Arturo Bañuelos, Fernanda
Marcos

FL A N E UR

Ampliamos nuestros horarios, agregamos un día extra y contamos con accesos gratuitos para estudiantes de la UNAM y público general.

Conoce más

Autor no identificado, Retrato de Pola con una cámara fotográfica en la cabeza, s. f. CDArkheia, MUAC (DGAV, UNAM)

01 / Agenda

Exposiciones artísticas imperdibles.

Gerda Gruber. Entre verde y agua

Atlas de Arquitectura

Contemporánea en México

Museo Amparo

20 de septiembre de 2025 –2 de marzo de 2026

2 Sur 708, Centro Histórico, Puebla, Pue.

Los últimos quince años han marcado un periodo de gran creatividad para la arquitectura en México. La muestra ofrece un panorama amplio de proyectos y prácticas que revelan un lenguaje formal compartido y nuevas tipologías nacidas de transformaciones sociales, políticas y económicas. Curaduría de Pablo Landa.

museoamparo.com

Agenda

02.

Lilia Carrillo. Todo es sugerente

Museo del Palacio de Bellas

Artes | Salas Diego Rivera y Nacional

12 de septiembre de 2025 –8 de febrero de 2026

Más de cinco décadas después de su última gran muestra en el MPBA, se rinde homenaje a Lilia Carrillo (1930-1974), figura clave de la pintura abstracta en México. La exposición, curada por Daniel Garza Usabiaga, reúne más de cien obras que recorren sus 26 años de trayectoria: del tránsito del realismo a la abstracción, su incursión multidisciplinaria y sus últimas piezas cargadas de vitalidad. Una propuesta que dialoga entre figuración y abstracción, naturaleza y conciencia, para situar a Carrillo como una de las artistas más complejas y visionarias del siglo XX.

museopalaciodebellasartes.inba. gob.mx

03.

Pilar Calvo. Travesías de trazo y color

Museo Nacional de San Carlos 10 de julio – 9 de noviembre de 2025

Puente de Alvarado 50, Tabacalera, CDMX.

Una revisión al universo pictórico de Pilar Calvo (1913-1986), artista mexicana reconocida por su virtuosismo en el dibujo y el color. Retratos, paisajes, naturalezas muertas y escenas religiosas revelan la fuerza expresiva de una creadora formada en la tradición académica, cuya obra —entre México y Europa— aún espera el lugar que merece en la historia del arte.

mnsancarlos.inba.gob.mx

Av. Juárez s/n, Centro Histórico, CDMX.

04.

The Tiger’s Coat Museo Jumex

25 de septiembre de 2025 – 8 de febrero de 2026

Miguel de Cervantes Saavedra 303, Granada, CDMX.

Un relato entre ficción e historia en torno a Tina Modotti: fotógrafa, activista y figura enigmática del siglo XX. Curada por Rodrigo Ortiz Monasterio, la muestra trasciende su obra fotográfica para explorar los vínculos —reales y fantásticos— entre su vida y lo contemporáneo. Con piezas de artistas como Dahn Vo, Edward Weston, Pati Hill y Rodrigo Hernández, la exposición reinventa el legado de Modotti como un eco de arte, política y misterio. fundacionjumex.org

05. SUEÑO PERRO:

Instalación Celuloide

Alejandro G. Iñárritu

LagoAlgo

5 de octubre de 2025 –4 de enero de 2026

Bosque de Chapultepec, Pista El Sope s/n, CDMX.

En el 25 aniversario de Amores Perros, Iñárritu convierte más de un millón de pies de celuloide inédito en una instalación inmersiva. Proyectada en 35mm, la experiencia entrelaza imágenes descartadas hace 25 años con una nueva atmósfera sonora, reivindicando la materialidad del cine como memoria táctil. Un viaje sensorial entre amor, traición y violencia que oscila entre la nostalgia y la resurrección poética.

lago-algo.mx

06.

Gerda Gruber. Entre verde y agua Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO)

12 de septiembre de 2025 –febrero de 2026

Zuazua y Jardón s/n, Centro, Monterrey, N.L.

La primera revisión dedicada a los 50 años de trayectoria de Gerda Gruber en México. Con 113 esculturas y 30 dibujos, la muestra curada por Daniela Pérez revela su exploración de materiales —del barro al bambú, la madera o el bronce— y su constante diálogo con la naturaleza, los ciclos y la transformación. Una mirada integral a una de las escultoras más influyentes del país.

marco.org.mx

07.

Rini Templeton. Apuntes Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) | Vestíbulo Arkheia

30 de agosto – 7 de diciembre de 2025

Insurgentes Sur 3000, Coyoacán, CDMX.

La artista militante Rini Templeton (1935-1986) acompañó con su gráfica luchas sociales en Cuba, México y Estados Unidos entre los años sesenta y ochenta. La muestra revisa sus cuadernos de apuntes, matrices de su Xerox-art, que dieron voz visual a movimientos campesinos, obreros y estudiantiles. Un registro íntimo y combativo que resignifica la tradición gráfica política del siglo XX.

muac.unam.mx

Foto Marta-Marinotti

Arquitectura humana para sanar la ciudad

Malecón de Villahermosa

Taller Mauricio Rocha + TaAU + Alejandro Castro

Villahermosa, Tabasco 2023

Con el objetivo de hacer la arquitectura elegante y creativa en su construcción intelectual y contemporánea, la renovación del Malecón de Villahermosa se convierte en una articulación compleja que embellece, subraya y dignifica lo más importante que es la naturaleza y la ciudad.

«Este proyecto es un recordatorio del poder transformador que tiene la colaboración multidisciplinaria en la creación de espacios públicos que enriquecen la vida comunitaria y respetan el medio ambiente». –Arq. Alejandro Castro.

Hubo un tiempo en que Villahermosa vivía de cara al río. El Grijalva no solo marcaba el ritmo del día, también era un símbolo de identidad y desarrollo.

Pero tras una gran inundación, se levantó un muro de contención que, aunque necesario, partió en dos la relación entre la ciudad y su naturaleza. El río quedó atrás, silenciado por el concreto.

Décadas después, la ciudad decidió reconciliarse con su origen. Así nació la intervención del Malecón de Villahermosa: un proyecto que no solo transformó el espacio urbano, sino que restauró un vínculo emocional. A ambos lados del Grijalva —seis kilómetros en total— se tejió una nueva narrativa urbana que unió dos realidades: el centro histórico y el barrio Gaviotas. De la mano del Taller Mauricio Rocha, TaAU y del arquitecto Alejandro Castro, el proyecto propuso una arquitectura que entiende el territorio, la historia y a quienes lo habitan.

La trayectoria del Taller Mauricio Rocha es sinónimo de sensibilidad arquitectónica, con obras públicas que dignifican lo cotidiano y lo colectivo. Junto con TaAU, reconocidos por su enfoque social y sustentable, y Alejandro Castro, arquitecto local con profundo conocimiento del contexto de Tabasco, lograron traducir una visión urbana en una experiencia vivencial.

El Malecón incorpora andadores con vistas al río, áreas deportivas, juegos infantiles, un skatepark, pabellones y espacios comerciales que respetan el paisaje. Se trazó una ciclovía continua y se rehabilitaron muelles, banquetas y cruces seguros, todo pensado para ser incluyente, accesible y funcional. Se reforestaron más de 125,000 m² con vegetación nativa, creando zonas que pueden inundarse y luego volver a florecer.

La arquitectura aquí no busca imponerse, sino dialogar. Es una arquitectura que resiste al tiempo, sensible a la cultura local, que no olvida el carácter popular de sus barrios ni la fuerza natural del río. El Malecón vuelve a conectar a Villahermosa con su esencia. No es solo un proyecto urbano: es una muestra de cómo la ciudad puede sanar sus heridas a través de una arquitectura digna, elegante y profundamente humana.

@taller_mauricio_rocha

@taau.mx

@alejandrocastrojl

Parque Quintana Roo

AIDIA Studio

Chetumal, Quintana Roo 2024

Rodeado por la selva subtropical, este recinto ferial se convierte también en un parque urbano con instalaciones versátiles. Su diseño aprovecha el terreno trapezoidal para integrar varias estructuras con funciones específicas, manteniendo una coherencia estética y funcional que armoniza con el entorno natural.

Fotos Andrés Cedillo
Los edificios están construidos con estructuras metálicas ligeras que, junto con detalles de madera y techos de tejas, se integran al paisaje circundante.

Durante años, la Feria Ganadera de Chetumal fue mucho más que un evento anual. Era el momento en que familias enteras salían juntas a convivir y a distraerse entre las risas de los niños mezcladas con la música de los conciertos y los aromas de antojitos diversos. Pero cuando las luces se apagaban y la feria terminaba, el espacio quedaba en silencio, vacío, esperando otro año para volver a la vida.

Surgió entonces una pregunta: ¿Y si ese lugar pudiera ser más que una feria y perteneciera a la ciudad todos los días del año? Así nació Parque Quintana Roo, no como una obra arquitectónica más, sino como una promesa: la de darle a Chetumal —una ciudad históricamente olvidada en materia de espacios públicos— un parque vivo, que respire junto a su gente.

«El reto fue grande. Había que transformar un recinto de uso limitado en un espacio flexible, útil, bello y profundamente humano. Un parque que dialogara con su entorno natural, con su historia y con quienes lo habitan», platican los arquitectos Rolando Rodríguez Leal y Natalia Wrzask, co-fundadores y directores de AIDIA Studio.

Rolando y Natalia cuentan que «el terreno, rodeado de selva y con acceso único, parecía complicado. Pero lo convertimos en oportunidad. Creamos un circuito que conecta todo el parque, con senderos para caminar, andar en bici, o simplemente perderse entre árboles y pabellones».

Hoy, el parque no duerme. Es un ente vivo donde escucha el rebote del balón en las canchas, las ruedas en el skatepark y las risas en los juegos infantiles. En la entrada, once ceibas —una por cada municipio del estado— reciben a los visitantes como guardianas de la memoria y el futuro.

Lo más bello no es lo que se construyó. Es lo que se despertó: chicos del skatepark que llegan cada tarde con escobas a limpiar su pista antes de patinar, familias que hacen recorridos placenteros los domingos, niños que ahora tienen un lugar donde correr sin miedo. Parque Quintana Roo no es solo un parque, es un símbolo de lo que podemos lograr cuando pensamos en todos y de cómo la arquitectura puede tocar el alma de una ciudad.

aidia-studio.com

Del Librero

El color: un lenguaje silencioso que transforma espacios y transmite lo que las palabras a veces no alcanzan a describir.

ColorLife Trends 2026, Comex

Vivir con color

Rebecca Atwood · Editorial GG

Los

ojos de la piel

Juhani Pallasmaa · Editorial GG

Más que un libro, ColorLife Trends 2026 es un manifiesto visual que interpreta las dualidades de México a través del color. Sus cuatro paletas —Trama Sagrada, Más Salsita, Oxidación Atemporal e Infinito Tornasol— trazan un mapa cromático donde tradición y futuro conviven. Con Oaxaca como escenario creativo, la edición propone dos Colores del Año: Cielito Lindo 297-01 y Xoconostle 128-07, un diálogo entre cielo y tierra que invita a habitar la diversidad y a imaginar espacios donde el color transforma la vida cotidiana.

Entre teoría, emoción y práctica, Vivir con color es una invitación a reconectar con lo que nos rodea. La diseñadora textil Rebecca Atwood propone mirar el color como un lenguaje cotidiano capaz de transformar el ánimo y el espacio. Más que decorar, se trata de observar cómo la luz, los materiales y la memoria dialogan para crear armonía. Un libro para perder el miedo a experimentar y encontrar en cada tono una forma de habitar la belleza.

Un clásico indispensable para comprender la arquitectura desde todos los sentidos. En Los ojos de la piel, Juhani Pallasmaa cuestiona el dominio de la mirada y reivindica el tacto, el oído y el olfato como parte esencial de la experiencia espacial. Con prólogos de Steven Holl y del propio autor, esta edición renueva un pensamiento que invita a sentir la arquitectura más allá de lo visible: a habitarla con todo el cuerpo.

La

materia intangible. La luz en arquitectura

Ana María Valero · Prólogo de Joseph Rykwert y Alberto Campo Baeza

Más que un tratado técnico, este libro es una meditación sobre la luz como materia viva de la arquitectura. Ana María Valero revela cómo iluminar un espacio es también darle alma: la luz modela el tiempo, transforma la materia y humaniza la experiencia. Con ejemplos que van del Panteón de Roma a Le Corbusier, la autora muestra que el diseño se vuelve trascendente cuando la luz deja de ser recurso para convertirse en lenguaje.

18 - 21 FEBRERO 2026

EN

EXPO GUADALAJARA

45 EDICIONES TRAZANDO ESPACIOS

Más información en:

en la lup@

Cuentas que nos inspiran: una selección de perfiles de arte, arte objeto, arquitectura y fotografía que despiertan la creatividad.

@davidszauder

@iva_al_popsurreal

@marcijusaivision

@pillartai

@sehunchoi

Soundtrack

Lucio Muniain

Playlist

Escanea el QR y entra al mood

/Voces Crear como forma de sanar

Durante el Salone del Mobile 2025, el diseñador brasileño Humberto Campana compartió con Glocal Design su visión íntima del diseño como acto poético, artesanal y profundamente humano. Esta es una charla sobre la pérdida, la esperanza y la belleza que nace de lo simple.

Entrevista Greta Arcila, enviada a Milán

En medio del vértigo milanés del Salone del Mobile, donde la ciudad entera parece respirar diseño, Humberto Campana aparece como una presencia serena. Habla despacio. Elige con cuidado cada palabra, como si diseñara también con el lenguaje. A sus espaldas, los paneles de la nueva colección Agreste esperan pacientes en el stand de ALPI. Son el resultado de una colaboración que cumple 10 años y que, en sus propias palabras, sigue siendo mágica: «Yo hago los dibujos y los envío; la máquina los transforma. No siempre sé cómo van a salir. Hay algo de sorpresa; algo de misterio en eso», destaca.

La colección está inspirada en el paisaje seco del nordeste brasileño, donde la tierra resquebrajada por el sol recuerda la piel de un dinosaurio. En esa textura hay una nostalgia por lo orgánico, lo imperfecto, lo ancestral. «Parece vieja, pero es nueva», dice Humberto sobre la superficie, que cambia con la luz del sol o la iluminación artificial. Para él, lo verdaderamente emocionante no es solo el resultado, sino el proceso: ese diálogo entre idea y tecnología, entre el trazo manual y el lenguaje matemático de la máquina. «No soy matemático –dice con una sonrisa–. Yo traigo la poesía; las empresas la traducen en objeto».

Foto Federico Cedrone
Agreste ALPI

La filosofía de

se enfoca en crear puentes y diálogos donde el intercambio de información también sea fuente de inspiración.

Humberto Campana
Retrato Bob Wolfenson

HUMBERTO CAMPANA

Al incorporar la idea de transformación y reinvención, el proceso creativo de Estudio Campana ennoblece los materiales cotidianos, aportando creatividad y un toque brasileño al diseño con los colores, las mezclas y las soluciones simples de una manera artística y poética.

Foto Federico Cedrone
Agreste, ALPI

Aunque esta colaboración fue eminentemente tecnológica, su corazón sigue latiendo por lo artesanal. «Cada vez me inclino más por lo hecho a mano. Cuando trabajo con las manos, hay silencio; hay una conexión con algo más grande. Es una forma de rezar; de sanar», indica. El diseño, así entendido, se vuelve una forma de meditación activa; una manera de devolverle sentido al caos. Esa espiritualidad práctica impregna todo lo que dice: el amor por los materiales, la importancia de tocar, de fallar, de rehacer.

El sur como brújula

Humberto Campana lleva 27 años asistiendo al Salone, pero cada vez ve menos cosas. «Hay tanto estímulo que pierdes el foco. Prefiero confiar en mi camino», dice. Y su camino, desde hace un tiempo, lo lleva hacia el sur, en todos los sentidos. América Latina, y particularmente Brasil, no solo es su origen: es su método; su inspiración constante. «La novedad viene del sur –afirma–. Estamos acostumbrados a vivir con limitaciones. Eso nos obliga a encontrar soluciones; a crear con lo que hay. En esa precariedad, hay frescura; hay verdad».

En esa misma lógica, Campana está dando vida a un proyecto que mezcla memoria, compromiso social y naturaleza: una fundación en el campo donde creció, sobre tierras heredadas de su familia. Allí, entre vegetación nativa y materiales locales, está construyendo un centro de diseño, artesanía y educación ambiental. «Es un gran sueño. Quiero devolverle algo a mi comunidad. Será un lugar para sanar, para aprender, para regenerar el entorno y el alma», relata. En ese espacio habrá pabellones con plantas vivas, laboratorios biológicos y, sobre todo, un deseo profundo de compartir.

También habla de México con admiración. Le conmueve su colorido, su tradición artesanal, su capacidad para reinterpretar la modernidad desde lo local. «Hay una energía muy similar entre México y Brasil. Son culturas vivas, con alma». No es casual que durante la charla mencione su interés en conocer más sobre el diseño mexicano contemporáneo, sus materiales y sus jóvenes talentos.

Desde la muerte de su hermano Fernando, con quien fundó Estudio Campana, el diseño se le volvió más íntimo. «Estoy yendo más hacia el arte. Necesito hacer cosas que me llenen el alma; que me devuelvan la esperanza», admite. Y en sus palabras se cuela una vulnerabilidad luminosa. Porque para Humberto Campana, diseñar no es únicamente imaginar objetos: es resistir, sanar, volver a empezar.

estudiocampana.com.br salonemilano.it

Estudio Campana ha lanzado nuevos diseños, entre ellos dos piezas de la serie Cocoon Couture, Objets Nomades de Louis Vuitton.
Estudio Campana ha reinterpretado el icónico futbolito, transformándolo en una pieza sofisticada, caprichosa y única. Odyee, Objets Nomades de Louis Vuitton.

La poesía del diseño en voz baja

En el Salone del Mobile 2025, el diseñador francés presentó una obra íntima y conmovedora. Con Poetica, Luce Sferica y nuevas piezas para Magis y Flos, Bouroullec reafirma su mirada empática y silenciosa sobre el diseño como acto de contemplación, resistencia y belleza.

Entrevista Greta Arcila, enviada a Milán

Ronan Bouroullec no necesita de grandes escenarios para hablar. Le basta un gesto contenido, una pausa larga, una frase dicha como al pasar, pero que revela una manera profunda de habitar el mundo. En el Salone del Mobile Milano 2025, lejos del bullicio del diseño que se celebra a ritmo vertiginoso, el creador francés —que desde hace algunos años trabaja en solitario tras una intensa trayectoria junto a su hermano Erwan— se detiene a reflexionar sobre su relación con los materiales, con el tiempo y con la propia práctica del diseño. Habla desde un lugar sereno, casi íntimo, en el que conviven el dibujo, la paciencia, la duda y la materia.

«Vivimos en un mundo muy sintético», dice, como quien constata una pérdida más que una evolución. «Al menos en Europa, hemos dejado de tener una verdadera relación con los materiales. Eso es algo que extraño profundamente». En sus piezas más recientes hay una vibración casi táctil que invita al contacto; a ese deseo inmediato de tocar para comprender. «Hay superficies que parecen vivas, que son sensuales. Eso busco: que el objeto despierte algo en quien lo ve, incluso antes de entenderlo», manifiesta.

Esa vibración material cobra cuerpo en su colaboración con Cassina y WonderGlass, donde la tecnología y la artesanía dialogan con delicadeza. En la

exposición Poetica, presentada en el histórico Istituto dei Ciechi, durante la Semana del Diseño de Milán, Ronan, junto con Vincent Van Duysen, desplegó un universo de vidrio fundido, cerámica esmaltada y papel pintado que redefinió la percepción sensorial del espacio. Los finos cristales suspendidos, casi como tapices translúcidos, se balanceaban con la luz y el aire. Frente a ellos, mesas y paneles perforados revelaban fragmentos de una narrativa visual que no se imponía, sino que susurraba.

Poetica no fue solo una exhibición de formas: fue una exploración del vidrio y el papel como vehículos para la memoria y la imaginación. Las piezas revelaron dimensiones ocultas a través de su interacción con el entorno. El vidrio trascendió su función. El papel pintado de Calico se convirtió en atmósfera, y la cerámica, en huella del tiempo. «Los materiales —dice Bouroullec— pueden convertirse en lenguaje, y transmitir emoción y memoria». Cada obra despliega nuevas capas de significado, en una narrativa que nace en la mente del diseñador, evoluciona en las manos del artesano y encuentra su máxima expresión en la mirada del espectador.

Esta instalación fue también una celebración de la colaboración: entre diseñadores, entre oficios, entre lo visible y lo intangible. En ese espacio la tecnología

Retrato ©Valentina Sommariva
La colección Treflo table para Cassina se caracteriza por su base escultórica orgánica, similar a un trébol, y su tablero de cristal con un efecto visual tridimensional.

Poetica creada por Ronan Bouroullec y Vincent Van Duysen se compuso de una serie de instalaciones de vidrio fundido para WonderGlass.

La luminaria Luce Sferica para Flos se caracteriza por su delicadeza, poesía cotidiana innovación industrial y tecnología con estética escultórica.
La instalación Poetica, de WonderGlass en colaboración con Calico, exploró el potencial emocional del vidrio y el papel a través de piezas de Ronan Bouroullec, Vincent Van Duysen y Officine Saffi Lab.
Fotos POETICA © Antonio Managò

RONAN BOUROULLEC

«Diseñar es como contar una historia sin palabras. Es encontrar una voz propia en medio del ruido del mundo».

se mezcló con lo hecho a mano, y lo cotidiano con lo poético. El arte de crear se convirtió aquí en una forma de contemplación. Bouroullec no se interesa por los estilos definidos ni las etiquetas. «Para mí, repetir es lo peor que le puede pasar a un creador», dice con honestidad. «Intento encontrar nuevos caminos. A veces los encuentro, a veces no. No tengo un perímetro fijo de trabajo. Paso de un dibujo abstracto al diseño de una mesa; de un taller de cerámica a una enorme máquina industrial. Me interesa tanto diseñar una silla democrática que mis amigos puedan pagar, como una lámpara para el Château de Versailles. No hago jerarquías», comenta.

Entre lo tangible y lo poético

Esa amplitud se refleja también en su colaboración con Flos. En Euroluce, uno de los puntos culminantes del Salone del Mobile, presentó Luce Sferica, una lámpara colgante modular que se define como «una mezcla de suavidad, magia y sofisticación técnica». Está formada por esferas de vidrio soplado que parecen gotas de lluvia suspendidas en un hilo invisible, unidas por un cuerpo horizontal de aluminio extruido pulido. «Busco la delicadeza y la belleza de la sencillez, como una pompa de jabón soplada por un niño», explica el diseñador. El título de la lámpara evoca el arte antiguo de contar historias, y se inscribe en su visión poética del diseño: materiales que trascienden su forma física y se convierten en puentes entre lo tangible y lo intangible, entre lo funcional y lo emocional. «Diseñar —parece decir Bouroullec— es una manera de narrar sin palabras».

En el fondo de esta búsqueda está la paciencia, la escucha y la empatía. «Para mí, un diseñador es alguien con empatía. Debe entender distintos contextos y adaptarse. Me gusta enfrentarme a nuevas máquinas que hacen posible lo que antes no existía, pero también trabajar con técnicas que tienen mil años. Encontrar algo nuevo en lo antiguo es un desafío mayor que jugar con lo nuevo. Las técnicas son como

colores: no hay colores malos, solo formas malas de usarlos», afirma.

Ese respeto por el oficio, por el gesto lento y el tiempo del hacer, también lo lleva a cultivar una práctica introspectiva. «Odio las reuniones», confiesa con una sonrisa. «Paso mucho tiempo en casa, solo, dibujando y pensando. Vivimos rodeados de estímulos, imágenes y propuestas. Necesito crear un perímetro que me proteja de tanto ruido; un espacio para encontrar una voz propia».

Su resguardo voluntario lo hace alejarse incluso de las grandes ferias. «En Milán apenas puedo visitar otras muestras. Mi agenda está llena. Cuando estoy en París tampoco salgo mucho. Estoy concentrado en mi búsqueda. No es cuestión de autorreferencia, sino de crear algo auténtico», agrega.

Una voz propia en medio del ruido

En esta 63ª edición del Salone del Mobile, Ronan Bouroullec parece haber alcanzado una síntesis delicada entre lo que imagina y lo que entrega. La instalación Poetica con WonderGlass, las mesas de centro Ancora para Magis, las nuevas lámparas de Flos… todo parece dialogar con una etapa vital más pausada, más centrada. «Estoy feliz este año», dice con una sonrisa tenue y algo de ironía. «Generalmente no lo estoy; quizás porque ya no soy tan fuerte como antes. Pero este es uno de los beneficios de ser un diseñador viejo».

Más allá del oficio, el trabajo de Ronan Bouroullec es un acto de resistencia poética frente a la aceleración y la superficialidad del mundo contemporáneo. Diseña desde la paciencia y la escucha, desde el respeto por la materia y el tiempo. Su obra no grita, sino que invita a la contemplación, a la emoción pausada. En ese silencio resonante, se abre una puerta hacia nuevas formas de habitar el mundo.

bouroullec.com @ronanbouroullec salonemilano.it

Espacios que inspiran: biofilia y funcionalidad

Este proyecto, encabezado por PM STEELE®, demuestra cómo su expertise en soluciones de mobiliario corporativo puede redefinir oficinas industriales, transformándolas en espacios que motivan y conectan a quienes los habitan.

En un sitio, donde habitualmente solo se escuchaba el ruido citadino del tráfico vehicular y había estructuras industriales rígidas, hoy emerge un espacio que respira, conecta y transforma. Así comenzó el reto de PM STEELE® y Auzi Arquitectura: reimaginar sus oficinas en el corazón del Estado de México, dentro de un entorno industrial densamente urbanizado, y convertirlas en un ecosistema humano, funcional y estéticamente inspirador.

El objetivo era claro: crear un lugar que impulsara la productividad sin renunciar al bienestar. Para lograrlo, PM STEELE® unió fuerzas con Auzi Arquitectura, dando vida a un proyecto donde diseño biofílico, ergonomía y funcionalidad se entrelazan para potenciar la creatividad y mejorar la experiencia del usuario.

El desafío no era menor: un espacio de geometría irregular, con vistas hacia la planta industrial, debía convertirse en un entorno flexible y armónico. La solución definitiva: un diseño interior que distingue claramente áreas de trabajo, descanso y colaboración, integrando mobiliario estratégico de PM STEELE® con propuestas sensoriales y naturales que definen la identidad del lugar.

El concepto central fue la biofilia. Colores tierra, verdes suaves, vegetación natural y artificial, gráficos orgánicos y texturas que evocan lo natural se mezclan con acabados metálicos, honrando la esencia industrial. La iluminación fue diseñada para respetar los ritmos circadianos y los paneles acústicos estratégicamente colocados mejoran el confort sonoro, creando un ambiente equilibrado que estimula cuerpo y mente.

La distribución también habla de conexión: un área operativa abierta fomenta la colaboración y visibilidad; salas de juntas, oficinas privadas y zonas de café permiten adaptarse a distintas dinámicas laborales. Incluso el mezzanine, con su forma irregular, se transformó en un recurso visual y funcional gracias a plafones y pisos que guían el movimiento y generan fluidez.

El mobiliario de PM STEELE® es protagonista. Estaciones Sanders, mesas Ovales de altura variable, sillas Lacerta y Corvi permiten a los usuarios interactuar con el espacio de manera intuitiva y cómoda. No solo son piezas ergonómicas y versátiles, sino también extensiones del lenguaje arquitectónico que refuerzan identidad, estética y funcionalidad.

Con 525 m² y capacidad para 70 usuarios, el resultado es mucho más que una oficina: es un entorno que inspira. Un lugar donde la cultura organizacional se fortalece, donde el diseño interior se convierte en estrategia, y donde cada detalle —desde los materiales hasta la vista hacia las obras de arte del área de impresión— está pensado para conectar a las personas con su entorno.

Este proyecto es una muestra tangible de lo que sucede cuando el diseño se alinea con las personas. PM STEELE® y Auzi Arquitectura demuestran que, con visión colaborativa, es posible crear espacios que no solo se habitan, sino que se viven.

ADVERTORIAL

pmsteele.com.mx

@pmsteelemx

En un contexto donde productividad y bienestar se vuelven inseparables, el diseño interior corporativo ha dejado de ser un recurso meramente estético para convertirse en un instrumento estratégico que comunica identidad, potencia creatividad y optimiza la experiencia del usuario.

Color como lenguaje, diseño como identidad

ColorLife Trends 2026 + Glocal Design

México vive una realidad contrastada, necesitada de empatía, de diversidad y tolerancia... un momento en el que empresas como Comex desvelan su compromiso por ser una fuente de inspiración clara y aterrizada a nuestro entorno y a todo lo que nos une como país.

Su programa ColorLife Trends ha abierto desde hace 18 ediciones una puerta a las audiencias apasionadas por el diseño. Es un puente que hace eco de nuestra historia, en la que no hay mejor símbolo de diversidad que los dos colores elegidos para 2026: Cielito Lindo 297-01 y Xoconostle 128-07, los cuales inspiran el set de portada que celebra el XV Aniversario de Glocal Design.

Fotos Ricardo Esquivel Tolentino / Jaime Navarro
Una composición arquitectónica de geometrías limpias, de luz y sombra, de dualidad cromática que celebra el diseño.

Xoconostle

El misterio de la noche y la energía de la tierra.

Uno de los retos más importantes en la carrera de Nadja Borrás ha sido aprender a usar el color; en esa exploración se descubrió como alquimista de la arquitectura y hoy se siente más cómoda al definir las paletas de sus proyectos.

Las líneas precedentes de este relato hallaron su inspiración para escribirse entre históricas calles empedradas, colores y aromas diversos de mercados típicos y el paisaje combinado de los valles y el relieve montañoso de Oaxaca. Ahí, en un destino de cultura ancestral, diversidad étnica, riqueza natural y gastronomía excepcional, un grupo de 16 mentes creativas —arquitectos, diseñadores y artistas— se reunió con un claro objetivo: capturar el espíritu de nuestro México en un solo lenguaje, el del color.

Fueron jornadas intensas con días de talleres, debates apasionados, largas caminatas por el mercado de Oaxaca, risas y un sinnúmero de anécdotas, pero también disensión y revelaciones compartidas. Al final, y por primera vez en 18 ediciones, el equipo de Comex —a través de su programa ColorLife TRENDS— tomó una determinación importante: elegir dos Colores del Año para 2026. Dos tonos que no podrían ser más distintos ni más complementarios. ¿Por qué dos? Porque México, como su gente, es dual: tradición y modernidad, calma y fuerza, pasado y futuro. «La elección de dos colores responde a una idea recurrente entre los creativos: la naturaleza dual que nos equilibra como cultura», comparte Claudia Contreras, CMO de PPG Comex. «Lo tradicional y lo moderno, lo natural y lo digital… opuestos que conviven». Así fue como surgieron:

Cielito Lindo 297-01 Un azul claro que parece flotar en el cielo al amanecer. Evoca introspección, serenidad y una conexión sutil con lo etéreo. Es el suspiro después del caos.

Xoconostle 128-07 Un rosa profundo, fuerte, con el misterio de la noche y la energía de la tierra. Este color habla de resiliencia, sofisticación y raíces. Es la herida y la curación.

Espejo y mapa: libro ColorLife TRENDS 2026

El resultado de esta exploración se recoge en una guía que va más allá del diseño: ColorLife TRENDS 2026, una publicación que presenta no solo los Colores del Año, sino también las cuatro macrotendencias cromáticas que marcarán el rumbo creativo del país:

1. Trama Sagrada: Tonos terrosos que honran la conexión espiritual con la naturaleza. Un regreso al origen.

2. Más Salsita (por favor): Una paleta que celebra lo irreverente, lo brillante, lo sabroso del color mexicano. Porque el diseño también se baila.

3. Oxidación Atemporal: Texturas que abrazan el paso del tiempo, materiales que cuentan historias. Entre lo viejo y lo nuevo, una belleza que no caduca.

4. Infinito Tornasol: Colores iridiscentes que imaginan el futuro como un lugar de encuentro entre humanos y tecnología. Un universo donde todo fluye.

Como creativa, Nadja Borrás disfruta los desafíos de cada proyecto.

Página izquierda

01. Guaje místico de Artesano Casa.

02. Vasija Cascabel (negro, barro bruñido) de Onora Casa.

03. Boteron de cobre de Artesano Casa.

04. Coyote de fibras naturales de Artesano Casa.

05. Árbol Acatlán Cirqueros (negro, barro bruñido) de Onora Casa.

06. Manta Tlahui (natural, algodón/lana) de Onora Casa.

Página derecha

01. Lounge Chair de BoConcept.

02. Taburete Mayan Blue de Carsten Lemme para Ángulo0.

03. Lámpara de mesa Aura de Bandido.

04. Silla Lounge Pancha de Taller Nacional.

05. Cojines Chenalhó Sapos (carbón y beige, lino) de Onora Casa.

06. Garambullo de Jardinería Haro / Reyna Haro / Cetáceas.

07. Organo Chilayo de Jardinería Haro / Reyna Haro / Cetáceas.

08. Euforbia de Jardinería Haro / Reyna Haro / Cetáceas.

09. Leds C4 y Faro Barcelona de Diez Company.

10. Alfombra de nylon marca Desso de Tarkett Flooring México.

Construcción del set por Manada / Alejandro Tapia.

Inspiración colores del año 2026

Cielito Lindo 297-01 y Xoconostle 128-07.

Cielito lindo

Serenidad

y conexión con lo etéreo.

Los colores del año 2026 de Comex no son solo una elección estética. Son un reflejo de nuestra historia, esperanzas y contradicciones como país.

El arte de colaborar: cuando el diseño se viste de color

Para esta edición platicamos con Nadja Borrás, arquitecta egresada de la UNAM quien desde niña ya construía mundos con bloques, dibujaba sin parar y observaba cada espacio como si tuviera un código secreto por descifrar. Hoy, es directora de diseño en Gensler México y Latinoamérica, una voz clave en el diseño contemporáneo.

Para ella, participar en el grupo interdisciplinario de creativos responsable de la selección de los Colores del Año 2026 de Comex no fue solo un ejercicio profesional, sino una experiencia sensorial, social y profundamente personal.

«Oaxaca fue una experiencia inmersiva, una sobreexposición de estímulos: texturas, sabores y vida cotidiana a través de los cuales aprendimos que el color no solo se observa, sino que también se siente, se huele, se saborea. Discutimos, debatimos, defendimos ideas. Incluso acepté incluir tonos como el amarillo —aunque en lo personal no me guste— porque tenía sentido. Y eso es el diseño: dejar el ego a un lado y abrirse a lo colectivo», comparte Nadja.

Como un homenaje visual a la dualidad de los colores seleccionados: Cielito Lindo y Xoconostle, Nadja invitó a su colega y amigo José María ‘Chema’ Gaona — con más de 10 años de trayectoria profesional y quien actualmente se desenvuelve como senior designer en el área de Interior Design Hospitality de Gensler Latinoamérica— para que juntos diseñaran y crearan

el set de portada que celebra el XV Aniversario de Glocal Design. Se trata de una composición arquitectónica basada en la dualidad de los colores del año. Una superposición de planos, geometrías limpias, luz y sombra, tradición y contemporaneidad. Una puesta en escena que honra tanto al diseño mexicano como a quienes lo hacen posible.

«Diseñar es mi vocación desde los siete años. Todo en mi vida —libros, ciencia, música, filosofía— alimenta esa curiosidad. Practico yoga, leo sobre memoria visual, y escucho desde ópera hasta electrónica. Todo eso me construye y se refleja en mi trabajo», dice Nadja Borrás.

Y así, entre recuerdos de su infancia, la serenidad que le transmite el yoga, su gusto por la música clásica y una biblioteca heredada de su padre periodista, Nadja nos recuerda que diseñar no es una profesión. Es una manera de mirar el mundo.

«Los egos se quedaron atrás. Hoy, hay comunidad, colaboración y una energía transformadora. México está en la mira internacional, y con toda razón: aquí se diseña desde el alma», enfatiza la arquitecta.

Los Colores del Año 2026 de Comex no son solo una elección estética. Son un reflejo de nuestra historia, nuestras contradicciones, nuestras esperanzas. Cielito Lindo y Xoconostle son opuestos que dialogan, como nosotros mismos. Y en ese contraste está la belleza. Porque al final, el color no solo pinta paredes y espacios. Pinta ideas. Pinta quiénes somos.

comex.com.mx

Pasión y creatividad se ven reflejados en el quehacer de José María ‘Chema’ Gaona, colega invitado para diseñar el set de portada de Glocal Design.

Creativos 2026

Los colores del futuro

Jornadas de talleres intensos en Oaxaca, la Tierra del Sol, con su cultura, texturas, mercados y fachadas históricas, enmarcaron el quehacer creativo de un grupo de 14 expertos en distintas disciplinas, reunidos con un solo propósito: observar e investigar el color en todas sus formas, matices y comportamientos.

01. Antonio Garza Ferrigno 02. Eva Vale 03. Fernanda Sela
04. Yenny Canul
05. Isa Natalia Castilla
06. Juan José Nemer y Mauricio Álvarez
07. Montserrat Barros
08. Regina Galvanduque y Andrés Mier y Terán
09. Sandra Weil
10. Nadja Borrás
11. Aisha Ballesteros
12. Sofía Aspe
13. Tadeo López Toledano
14. Vanessa Vielma

XV ANI VER SARIO

Trazos del arquitecto

Para celebrar los quince años de Glocal Design quisimos que nuestros aliados y amigos fueran los protagonistas. Es así que contactamos con algunos de los arquitectos e interioristas más reconocidos de México y nos metimos hasta la cocina, literalmente, de las casas que diseñaron, remodelaron o construyeron para habitar. ¿El resultado? Un crisol de joyas arquitectónicas que no solo dejan ver la genialidad que hay detrás de esas mentes creativas; también pudimos conocer la intimidad de sus hogares, sus rincones favoritos, sus gustos, sus manías, sus colecciones de arte; así como la forma de disfrutar esos espacios con sus familias y amigos.

Entrevistas y textos Greta Arcila, Martha Lydia Anaya y Manuel Pineda

Javier Sánchez

Cosecha de lluvia, una casa sustentable

El cuidado del medio ambiente, la tranquilidad del bosque y el paisaje inigualable fueron los elementos fundamentales que llevaron al arquitecto

Javier Sánchez a construir este «laboratorio» en medio de la naturaleza.

Fotos César Béjar y Rafael Gamo

Los bosques de Valle de Bravo en el Estado de México son una mezcla diversa de ecosistemas, predominantemente de pino y oyamel, los cuales albergan una rica biodiversidad, incluyendo el hogar invernal de la mariposa monarca. Esta área boscosa también incluye árboles de encino, selvas y formaciones de bosque mesófilo de montaña en las zonas más húmedas, en donde las oportunidades para realizar actividades recreativas como senderismo, ciclismo y la simple contemplación de la naturaleza se hacen infinitas.

Esa magia fue la que despertó la curiosidad e interés del arquitecto Javier Sánchez por residir en Valle de Bravo, un entorno de ensueño, rodeado de naturaleza y aventura; por construir una reserva ecológica en un sitio que convive a la perfección con los bosques de coníferas y oyameles y el brillo de un lago artificial.

Javier platica que fue en 2013 cuando llegó a Valle de Bravo, invitado para diseñar una casa, la cual se acabó de construir en el 2018. «Estuve yendo a ver la obra y me fui quedando encantado por el lugar; es un desarrollo que lo hizo Alberto Kliffer de ReUrbano. Es un cuate visionario que decidió que este terreno merecía un enfoque muy ecológico».

La semilla de la sustentabilidad ya estaba germinando en Javier, pero fueron sus hijas, quienes, al ser más conscientes del tema medioambiental, lo llevaron a elegir el lugar para una especie de homenaje en retribución a lo que ellas le habían enseñado, y que acabó transformándose en una especie de casa-laboratorio.

«En el 2019 inauguré esta casa, la planeé del 2017 a 2019 y decidí desconectarla de la misma reserva; que tuviéramos nuestro propio suministro de agua y que recicláramos el vital líquido en unos sistemas que no se habían hecho todavía en la zona», cuenta Sánchez. La intención –enfatiza Javier– era poder optimizar el uso del agua y, al mismo tiempo, pensar en una casa diseñada con un sistema constructivo de baja huella de carbón y de madera estilo europeo o norteamericano, para lo cual invitó al arquitecto Robert Hutchison a participar en el proyecto.

«Esta casa la diseñamos juntos, él es uno de mis mejores amigos con quien he dado muchas clases por más de 20 años. Como él construye de esta manera yo quería aprender a construir con madera, ya que en México no es algo común», indica.

«La casa tiene la lógica de convertirse en un laboratorio» –dice Javier–, además tiene el objetivo de usar la menor cantidad de recursos. Con sus 120 metros cuadrados de área interior techada y 120 metros de área de terrazas techadas, se convierte en un gran captador de lluvia. El agua recolectada desemboca directamente al pequeño jaguey que tiene el terreno, que es a la vez una cisterna, pero también una alberca natural que provee de líquido a la pequeña huerta de frutas y verduras. «La casa tiene la idea de vivir hacia afuera, poder ver y disfrutar la lluvia, lo cual sucede muy seguido en este lugar. Por eso se llama casa Cosecha de lluvia», dice el arquitecto.

«La casa tiene la idea de vivir hacia afuera, poder ver y disfrutar la lluvia, lo cual sucede muy seguido en este lugar». –Javier Sánchez.
La casa se mimetiza con el terreno circundante. No busca protagonismo, es más bien un testigo que acompaña, que brida refugio, tanto a la familia que la habita como a la fauna que reside cerca del lugar.
Fotos Rafael Gamo
Foto Rafael Gamo

La cultura del baño

La propiedad también cuenta con un edificio que está dedicado a los baños. Según Sánchez: «Es un pequeño templo dedicado al agua y a los baños, que toma su inspiración de los baños de Luicán de Trenton, pero es un edificio curvo que está relacionado con el Tenpietto de Bramante en Italia, que de alguna manera es un patio circular, un in e impluvium, con una tina que a su vez se desborda como un primer receptáculo y de ahí se va el agua al jaguey».

La casa también tiene un pequeño estudio y cuarto de visitas afuera del inmueble que mide 35 metros cuadrados; además cuenta con un cuarto de máquinas donde se ubican la cisterna, los filtros, la batería, los paneles fotovoltaicos, todo metido en este subterráneo que «es como la esencia de la construcción», señala el arquitecto.

El sitio también atrae a un ecosistema diverso de plantas y de animales que están en contacto con el agua: renacuajos, pequeñas víboras, libélulas y pájaros. «Es un lugar en el que podemos nadar, o sea, por supuesto está fría el agua, pero te puedes meter. Es un paisaje bello que también refleja el cielo y la casa».

Cosecha de lluvia no solo puede considerarse un laboratorio de sustentabilidad, en él se implementaron a su vez técnicas de construcción y manejo de materiales de vanguardia. «Aprendí que hay poca sabiduría en México sobre cómo calcular estructuras de madera», señala Sánchez.

«El cálculo estructural de esta casa fue hecho en Estados Unidos y me he dado cuenta, al estar comparando mi casa con muchas nuevas obras de madera que se estaban haciendo en México, que en el proyecto utilizamos mucha menos madera de la que se utiliza en general. Tenemos que ser conscientes de que quizás es un mejor material por el tema de la huella de carbono, pero hay que usarlo lo más eficientemente posible», reflexiona.

Fotos

Una casa para vivir todas las estaciones

Javier menciona que en México, particularmente en las montañas de Valle de Bravo, no se acostumbra aislar las casas, y lo que comúnmente sucede es que sus habitantes prenden la chimenea y se ponen un suéter. «Y eso no debe de ser. O sea, las casas se tienen que aislar por los cuatro lados. Debes de tener la manera de garantizar que cuando tu casa está cerrada, esté calientita».

Por eso, una de las características más sobresalientes de Cosecha de lluvia es su techo verde. Vista desde el cielo la construcción parece desaparecer entre la vegetación. «Tiene plantas que sobreviven en una capa delgada de tierra que hace la labor de sostener un poco de lluvia, generar una temperatura favorable y quitarle el sol a la losa», indica Sánchez.

La vivienda se mantiene intencionalmente en una escala controlada, para ubicar un número reducido de personas. «Si hay ocho personas todavía puedes controlar y atender, si hay más, ya es una locura», explica Sánchez

Al preguntarle cómo vive su espacio, Javier responde tajante: «¡Mira, es una casa medio radical!, podríamos decir que es una casa-manifiesto, porque asume cosas que quiere uno vivir y de alguna manera te inscribes a limitar ciertas cosas».

Una vida simple

A manera de anécdota, Javier relata que la visita a la casa de fin de semana del diseñador finlandés Alvar Aalto, en la isla de Muuratsalo, marcó un punto de inflexión en la manera de pensar cómo sería Cosecha de lluvia. Recuerda que conoció al creativo alrededor del año 2000 y que la sencillez de su escala lo sorprendió. «Me impactó ver el tamaño y la humildad de un lugar diseñado para sus escapadas de verano. En ese momento dije: si algún día tengo la fortuna de poderme hacer una casa no puede ser más grande que esa casa», señala.

Ese carácter pedagógico ha sido también una forma de comunicación con sus clientes. «Muchas veces me dicen: ‘¿de veras funciona, de veras es térmico?’ Pues vente a quedar una noche, ven a vivirlo» –les dice Javier–. La vivienda se mantiene intencionalmente en una escala controlada, para ubicar un número reducido de personas. «Si hay ocho personas todavía puedes controlar y atender, si hay más, ya es una locura», explica.

La cocina juega un papel central en la organización espacial. No existe una sala como tal, sino un espacio de estar vinculado al comedor y la cocina, orientado hacia las vistas del Nevado de Toluca. «Vemos el amanecer todos los días ahí detrás del Nevado, la casa te va diciendo en la mañana aquí y luego el sol se movió para allá», relata. Ese espacio se articula con la vida cotidiana y con la cultura local. «La cocina es el pasillo y es el espacio de estimular y es todo… es una cocina eléctrica, pero es el cuarto central de la casa», dice. Finalmente, el arquitecto reconoce que su casa funciona también como carta de presentación ante clientes y estudiantes. «Esto es lo que yo hago y mostrárselo a los clientes es una forma de que sepan qué pueden esperar desde la parte de sustentabilidad, de compromiso con la arquitectura y con el planeta», concluye.

jsa.com.mx

@javiersanchezcorral

@jsaarquitectura

El sitio también atrae a un ecosistema diverso de plantas y de animales que están en contacto con el agua: renacuajos, pequeñas víboras, libélulas y pájaros. «Es un lugar en el que podemos nadar, o sea, por supuesto está fría el agua, pero te puedes meter», señala Javier.

Fotos Rafael Gamo

Luby Springall y Julio Gaeta

El santuario secreto

Como si se tratara de un ente vivo, el hogar de los arquitectos Luby Springall y Julio Gaeta se ha transformado para adaptarse a cada etapa de la vida de sus moradores. Hoy se ha convertido en un oasis de creatividad en medio de la gran ciudad.

Retratos Duilio Rodríguez

Fotos del espacio Sandra Pereznieto y Arturo Arrieta

Famoso por su arquitectura colonial, sus calles empedradas y sus tranquilos paseos entre casonas históricas y puentes antiguos, el barrio de Chimalistac –al sur de la Ciudad de México– fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad en el 2012 y hoy se caracteriza por sus amplias áreas arboladas y la cercanía que tiene con otras colonias icónicas como San Ángel y Coyoacán.

En la calle principal de la colonia se encuentran las casonas más emblemáticas y los antiguos puentes de piedra del siglo XVII. Hablamos de caminos irregulares, muchos de ellos empedrados, con escaso tráfico y un ambiente que parece detenido en el tiempo, ideal para caminar y desconectarse de las prisas de la ciudad. Ahí, entre las calles llenas de árboles, se levanta escondida una casa en forma de «cuchilla», la cual parece como si siempre hubiera estado ahí. La arquitecta Luby Springall la llama: «mi laboratorio», «mi refugio de paz». Sus paredes cuentan más de setenta años de historia con al menos cinco remodelaciones que han ido acompañando los diferentes momentos de vida de sus moradores. Una casa que refleja, como un espejo, la esencia de Luby y de su compañero de vida y colega profesional, el también arquitecto Julio Gaeta. La manzana donde se encuentra el inmueble –cuenta Springall–perteneció a los Barquet, una familia libanesa que habitaba seis casas levantadas como parte de una gran propiedad. Cuando el patriarca murió, cada hijo heredó una quinta parte y una de esas fracciones se convirtió en el hogar que, décadas más tarde, habitarían Luby y Julio. Ella cuenta que el día que apareció el cartel de: ‘se vende’ en la ventana de la casa, su padre —quien vivía enfrente— compró la propiedad casi al instante.

El terreno era un triángulo que se abría como abanico en la esquina, otorgándole un frente generoso hacia dos calles. «Siempre digo que me robo el verde de afuera», confiesa Luby. Desde adentro, los árboles del camellón y los de la calle Rafael Checa entran literalmente a la casa, borrando los límites entre lo privado y lo público.

Al principio, la construcción se conformaba de una recámara principal diseñada por el arquitecto Francisco Artigas. Con ventanas de piso a techo y un jardín de 310 metros cuadrados.

«El barrio donde vivimos tiene un origen prehispánico como pueblo, del cual deriva el trazado irregular de sus calles. Por eso digo que mi casa raya en lo sui generis». –Luby Springall.
Foto superior Arturo Arrieta, foto inferior Sandra Pereznieto

«A pesar de su ubicación en la bulliciosa ciudad, Chimalistac ofrece un ambiente silencioso y apacible, casi como un oasis. Por eso, siempre digo que me robo el verde de afuera, por sus calles llenas de árboles». –Luby Springall.

El sillón de la sala es donde la familia desgasta las horas del día en lecturas reparadoras junto a su perrito.
Foto Sandra Pereznieto

El inicio del camino

Graduada como arquitecta por la Universidad Iberoamericana, Luby también ha cultivado su amor y pasión por las artes plásticas, además de la arquitectura. En 1997, recién llegada de Europa decidió independizarse. «Ya no quería vivir con mis papás –cuenta–, entonces le dije a mi padre: ‘oye, me voy a mudar’. A lo que él me respondió: ‘sí, múdate ahí’. Y aquí me quedé», señala.

Poco después, llegó Julio, su compañero de vida, y con él, la primera gran transformación de la casa. En la azotea construyeron, casi sin dinero, un taller de pintura. Luby relata que ya no quería cruzar la ciudad para llegar a la colonia Condesa, donde tenía su taller, por lo que juntos (ella y Julio) levantaron una caja de acero forrada de policarbonato. «Nuestra primera obra, supersignificativa», recuerda.

Aunque la usó poco tiempo —pues una beca la llevó a Banff, Canadá—, ese estudio pronto se convirtió en un taller de arquitectura. Ahí nació su sociedad con Julio para formar Gaeta-Springall Arquitectos, lo que hizo que durante más de una década la casa también funcionara como espacio para oficinas.

A lo largo de los años, Luby y Julio fueron ampliando la casa: una nueva recámara en la punta del terreno, un techo convertido en terraza, un tapanco para oficina. Hasta que, con cerca de una treintena de arquitectos trabajando dentro, llegó el momento de separar la vida personal de la laboral. La mudanza a un edificio ubicado en la avenida Insurgentes de la Ciudad de México, le devolvió la casa a sus dueños. Comenzó entonces otra metamorfosis: el taller de arquitectura y espacio de oficinas paulatinamente se fue transformando en sala y comedor, y el tapanco, en un rincón para home office

Cuando ocurrió la pandemia, lejos de afectarles –platica Luby–consolidó la vocación de refugio de nuestro hogar. «Fueron días en los que trabajamos aquí muy felices», dice. Entre videollamadas, largos desayunos en casa y entrenamientos diarios con un coach personal en su pequeño gimnasio, ella y Julio descubrieron que su casa estaba hecha para quedarse. Hoy, entre el patio en la planta baja y una terraza elevada, viven rodeados de árboles de los que se han adueñado y que se sienten parte de la arquitectura.

Los rincones favoritos de Luby –enfatiza– son: el sillón de la sala donde desgasta las horas del día en lecturas reparadoras junto a su perrito; su escritorio personal con vista al jardín (que, dicho sea de paso, la mayor parte de las veces se encontrará lleno de papeles, libros, planos, lápices y objetos desordenados); el pequeño espacio de arte donde aún le roba horas al día para pintar y escribir, y la barra de la cocina a la que considera como el corazón de la casa. «Mi casa es un lugar sui generis hecha por arquitectos», admite.

Con sus escaleras, sus áreas generosas y un gran librero de tres metros y medio de alto que cubre una fachada interior, el proyecto es único y se ha vuelto también en «su carta de presentación» con colegas, amigos y clientes. «No tengo empacho alguno en invitar a la gente con quienes estamos trabajando a quedarse en la casa, para conocerla, descubrirla y vivirla», agrega.

Aunque cuentan con muebles de diseñador —Le Corbusier, Breuer, Pininfarina— además de piezas de arte y cuadros diversos, algunos de los cuales se apoyan en los muros aún sin colgarse, Luby recalca que la verdadera colección que habita en su casa son el

Entre el patio en la planta baja y una terraza elevada, Luby y julio viven rodeados de árboles de los que se han adueñado y que se sienten parte de la arquitectura.

gran número de libros apilados que resaltan en las habitaciones y las múltiples cajas de imprenta llenas de objetos sin valor aparente como piedras, cajitas, dibujos y recuerdos de viajes entrañables que atesoran en sus corazones.

La pregunta que surge es: ¿qué tan complicado ha sido trabajar en el proyecto de crear y diseñar su propia casa? A lo que Luby responde tajantemente: «para mí ha sido lo más fácil del mundo, porque ya sabes qué quieres». Y aunque cada intervención por la que ha pasado su casa se ha hecho en distintos momentos de la vida, sin planos definitivos y, a veces, hasta improvisando en obra, Luby sostiene que dicha transformación se ha llevado a cabo con la honestidad y la transferencia de quiénes eran en cada etapa.

Para ella, el sentido último del valor de una casa –como hogar y refugio personal– va más allá de lo arquitectónico. En su argumento retoma las palabras de Gaston Bachelard para recordarlo: «la casa es el espacio donde uno es más vulnerable y, a la vez, el lugar que más protege». «Es un espejo de quién somos realmente», cuenta. Un santuario, en donde tu alma debe habitar con alegría. Y esa certeza se impregna en cada uno de los rincones en la casa que habitan Luby y Julio: «desde la terraza que se eleva sobre la copa de los árboles, hasta el librero que enmarca la escalera como un paisaje de papel, no hay lugar tan lleno de paz como mi casa», concluye Springall.

gaeta.springall.com

@lubyspringall

@juliogaeta

El escritorio personal con vista al jardín (que, dicho sea de paso, la mayor parte de las veces se encontrará lleno de papeles, libros, planos, lápices y objetos desordenados); es el pequeño espacio de arte donde Luby le roba horas al día para pintar y escribir.

Yuri Zagorin

La casa como un organismo en evolución

«La casa que habitamos es el reflejo no solo de nuestras mentes creativas, sino también el lugar en donde proyectamos emociones y construimos experiencias».

Casa Kiki, el hogar del arquitecto Yuri Zagorin Alazraki, es la conjunción de ambas cosas, es un ejercicio liberador de honestidad creativa y conceptual.

Fotos Rafael Gamo y Ana Paula Álvarez

En cuanto al tema de sustentabilidad, de suma importancia en la Ciudad de México, a la casa se le añadió un sistema de captación y tratamiento de agua pluvial, tratamiento de aguas negras y grises para aprovechar al máximo el líquido utilizado.

La zona de Las Lomas de Chapultepec, en la Ciudad de México, se caracteriza por tener algunas de las construcciones más icónicas y representativas de una época dorada en la arquitectura mexicana.

En este lugar han habitado empresarios, políticos y artistas, quienes en los últimos 100 años construyeron sus residencias como muestra de status y buena fortuna.

Derribar o modificar alguna de estas casas es un acto de valentía, y así lo supo desde el principio el arquitecto Yuri Zagorin Alazraki, fundador y director del taller ZD+A, quien desde el principio contempló que su casa no sería un proyecto que iniciara desde cero. «Decidí trabajar con la preexistencia en lugar de demoler, algo distinto a lo que hubiera sido mi impulso hace 10 años. Quiero seguir aplicando esta aproximación: recuperar lo valioso existente, no solo por sostenibilidad, sino también por la riqueza de la memoria histórica», señala.

Bajo ese concepto es que Zagorin eligió una construcción preexistente de 304 metros cuadrados con un deterioro evidente para construir Casa Kiki. «Ante la crisis de desarrollo inmobiliario en México y procesos de gestión que no terminan, enfocamos esfuerzos de diseño y construcción en esta casa. Fue un proceso crítico y dialéctico, entendiendo la preexistencia, viviendo la casa, observando la luz, el clima y el uso de cada espacio», menciona.

Ese conocimiento profundo del lugar fue determinante para entender hacia dónde debía caminar el proyecto. «Interactuamos con los propietarios anteriores (una pareja que vivió 50 años con sus tres hijas, quienes nacieron y crecieron allí) y documentamos sus experiencias de vida en la casa. Esa información guió decisiones. Tardamos dos años en intervenir 400 metros cuadrados, ajustando cada espacio según el asoleamiento y el bienestar deseado», indica. El resultado, según el propio arquitecto «es un palimpsesto de construcciones e intenciones. Priorizamos la luz y el calor en cada espacio. Se evaluó la opción de hacerla nueva mediante un estudio comparativo para entender el costo de oportunidad, concluyendo que valía más la pena preservarla, pese a una orientación original cuestionable que se cierra al sur. Es una negociación constante entre lo que hay, lo que se tiene y lo que se quiere», reflexiona.

Del concepto a la realidad

Entre los cambios principales que se realizaron a la casa se propuso que la antigua sala fuera adaptada como cocina, mientras la cocina pasó a funcionar como comedor y éste, a su vez, se transformó en un estudio.

Un espacio anexo que incluía áreas de servicio, cochera y un taller de pintura —añadido en una etapa posterior— fue retirado para dar paso a una nueva zona de estar, diseñada para aprovechar mejor la luz natural del sur.

En la planta alta, las recámaras fueron redistribuidas y se incorporaron dos terrazas amplias que favorecen la relación que tiene el espacio con el entorno exterior.

Uno de los elementos más distintivos de la casa es el «torreón», una estructura vertical con una escalera helicoidal de dimensiones reducidas. Este se conservó como guiño a las casas californianas del Hollywood de los años veinte. Para resaltar su presencia dentro del hogar, se eliminaron los muros que lo rodeaban, logrando una espacialidad más abierta y permitiendo su visualización desde varios puntos del interior.

En cuanto al tema de sustentabilidad, de suma importancia en la Ciudad de México, a la casa se le añadió un sistema de captación y tratamiento de agua pluvial, tratamiento de aguas negras y grises, aislamiento térmico en techos, cancelería de doble aislamiento y celdas solares. Además, se construyó un área nueva de máquinas de 80 metros cuadrados con cisternas y equipos hidroneumáticos.

«Decidí trabajar con la preexistencia en lugar de demoler, algo distinto a lo que hubiera sido mi impulso hace 10 años». –Yuri Zagorin.

El proyecto buscó desde un principio que las modificaciones evitaran que la sala de estar fuera un espacio formal, por lo que se priorizó su uso cotidiano, como ver televisión en un área flexible que pudiera adaptarse a las necesidades del día a día.

«Fue un proceso crítico y dialéctico, entendiendo la preexistencia, viviendo la casa». –Yuri Zagorin.

Un espacio anexo que incluía áreas de servicio, cochera y un taller de pintura fue retirado para dar paso a una nueva zona de estar, diseñada para aprovechar mejor la luz natural del sur.

La flexibilidad en

los espacios

La casa de un arquitecto nunca es un proyecto aburrido o formal. Y en este caso Yuri Zagorin señala que lo que buscó con estas modificaciones fue evitar que la sala de estar fuera un espacio formal, por lo que priorizó su uso cotidiano, como ver televisión en un área flexible que pudiera adaptarse a las necesidades del día a día.

Menciona que la intención fue crear rincones que cobijen, espacios que restauren y den paz. «La arquitectura debe envolver y apapachar, no solo proteger del clima, buscando que el espacio te haga sentir en paz y restaurado. El mismo cuidado se aplicó a exteriores (terrazas, jardines, patios) e interiores», enfatiza.

Graduado con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana, en el año 2000 fundó ZD+A, despacho dedicado a desarrollar, diseñar, construir, comercializar y administrar proyectos inmobiliarios. Cuando se le preguntó qué tan exigente se comportó al liderar un proyecto para él mismo, Zagorin Alasraki señaló que fue el ser un poco menos cauteloso y estricto con el tema del dinero y de disposición de los recursos en comparación con sus clientes; eso le permitió tomar decisiones más intuitivas.

«Pero ver a diario aciertos y errores es una ‘levedad insoportable’. Se asumen las consecuencias de cada decisión más allá del costo monetario, buscando decisiones responsables a largo plazo y aceptando que no existe una casa perfecta». Además, entre lo bueno y lo malo que dejó el proyecto, menciona que en definitiva destaca elegir la calidad sobre el precio cuando está en juego el buen funcionamiento, «como la decisión de optar por cancelería de línea italiana, aunque más costosa, por su desempeño superior frente a soluciones artesanales previas. Siempre balancear presupuesto y valor».

Con casi 30 años de experiencia profesional, Yuri Zagorin ha logrado distintos reconocimientos que lo han llevado a convertirse en un referente de la arquitectura mexicana, y Casa Kiki es una muestra de lo que se puede lograr cuando se alcanza la madurez en la práctica profesional.

Finalmente, Yuri menciona que le gustaría mostrar su casa en persona para transmitir plenamente la experiencia, «ya que siento que las palabras se quedan cortas”.

zda.com.mx @yzagorin

La arquitectura, según palabras del arquitecto, debe envolver y apapachar, no solo proteger del clima, sino buscar que el espacio te haga sentir en paz y restaurado.

Lucio Muniain

La

emoción

como destino arquitectónico

Entre recuerdos, humor y convicciones, Lucio Muniain abre las puertas de su casa y de su filosofía arquitectónica. Su obra revela que la verdadera función de la arquitectura no es solo habitar, sino emocionar, sorprender y contar historias.

Retratos Duilio Rodríguez

Fotos del espacio Alúm Gálvez

El estilo de la casa de Lucio Muniain no pretende deslumbrar, es más bien el lugar acogedor donde las letras y la música bailan en sincronía.

«Siempre que diseño para un cliente aplico mi superpoder de la negociación», confiesa –con un tono divertido– el arquitecto Lucio Muniain. La mayor parte de las veces –dice– siempre aparecen «las quejas y descontentos» sobre el color, los acabados, la altura o la forma del espacio. Sin embargo, para el diseño de su propia casa, esa negociación se redujo a conversaciones con su esposa, y el resultado fue liberador. «En ese momento fue cuando le avisé al mundo que sí se puede. Que ya no me crean, mejor véanlo». Esa casa no es solo un lugar para vivir: es un manifiesto que confirma que sus propuestas escultóricas y arriesgadas pueden habitarse.

Función y emoción, un equilibrio aprendido

Al inicio de su carrera, cada desacuerdo con un cliente desanimaba a Lucio. «Me deprimía mucho cuando alguien quería algo de lo que yo no estaba tan convencido», recuerda. Con el tiempo, entendió que esos rechazos eran oportunidades. Una segunda propuesta podía superar a la primera, obligándolo a explorar caminos nuevos. Ese ejercicio constante moldeó lo que él llama un «músculo creativo» que solo se desarrolla con la experiencia. Hoy sabe que lo funcional siempre debe estar resuelto, pero lo realmente valioso es lo que provoca emoción. «Y la única tarea del arquitecto es emocionar», insiste, parafraseando a su colega Isaac Broid.

Influencias y obsesiones

Muniain se define como un híbrido de arquitectos a quienes admira: Yturbe, Sordo Madaleno, Legorreta, Barragán. «Cada vez que hago una casa hay algo de ellos, pero con mi giro». A esa herencia se suma la música, que comparte en un lenguaje inmediato con otros músicos, y la pintura, disciplina íntima donde todo depende de él. La escultura, sin embargo, es el hilo conductor de su obra: «siempre trato de que la pieza arquitectónica se perciba como una escultura a la que, de pronto, le pusiste una puerta», comenta.

Errores que enseñan

Habitar su propia casa en la colonia Roma de la Ciudad de México le ha dejado anécdotas que hoy recuerda con humor. Como el día en que, recién mudados, el inodoro expulsó agua hirviendo y derritió las piezas internas o la madrugada en que una tubería estalló e inundó el garaje horas antes de un viaje. «En casa del herrero, asador de palo», dice entre risas. Pero, más allá de la anécdota, estas experiencias lo convencieron de la importancia de contar con un equipo de confianza para la construcción.

Diseño con arraigo cultural

Su casa no solo evita errores, también rehuye tendencias importadas que no dialogan con lo local. Critica, por ejemplo, la moda de las cocinas abiertas: «Eso funciona en Londres, donde preparan sandwiches. En México cocinamos frijoles y quesadillas». Cada cultura, insiste, merece una arquitectura que responda a sus costumbres y formas de vida. Esa atención al detalle cotidiano lo llevó a diseñar incluso la ubicación del baño de visitas para evitar incomodidades en reuniones, pensando siempre en la experiencia del habitante.

Escultura, música y pintura: lenguajes que se entrelazan en la visión arquitectónica de Lucio Muniain.
Para el arquitecto, cada cultura merece una arquitectura que responda a sus costumbres y formas de vida.

El arte está impregnado en cada centímetro de la casa; como un alimento que nutre el alma creativa del arquitecto..

«La única tarea del arquitecto es emocionar». –Lucio Muniain.

El recorrido como narrativa

Si algo define a Muniain es su obsesión por el recorrido. «Siempre he estado muy enamorado del recorrido», asegura. Inspirado por maestros como Barragán, Casillas y Sordo Madaleno, aprendió que lo más importante de un proyecto es lo que el cliente no pidió.

Para él, la arquitectura debe revelarse poco a poco, en un proceso que compara con un striptease: «La magia está en lo que no pediste». Pasillos estrechos que conducen a patios luminosos, jardines que anteceden al vestíbulo y escaleras bañadas de luz que convierten cada espacio en una revelación.

Barrio y ciudad

Muniain también reflexiona sobre el valor de lo urbano. En su experiencia el barrio no define la estética de las fachadas, sino la mezcla social y de usos. Recuerda su llegada a la colonia Roma en los años dos mil, cuando aún era insegura. Hoy, gracias a la diversidad de programas —escuelas, bares, galerías, restaurantes y hasta hospitales—, el barrio se ha transformado en un sitio vibrante. «La comunidad se crea y produce gracias a las personas, no a la arquitectura», sentencia. Lo compara con Manhattan en Nueva York, donde conviven realidades extremas y las calles se convierten en un escenario plural y rico en experiencias compartidas.

La voz de Lucio

Más que definiciones, Lucio Muniain lanza sentencias que revelan su carácter: una mezcla de humor, obsesión y claridad. «La única tarea del arquitecto es emocionar», repite, mientras describe el recorrido de su casa como un «striptease de la arquitectura», una secuencia que desvela sorpresas y construye magia paso a paso. En su manera de decirlo se intuye la convicción de que la arquitectura no se reduce a muros o funciones: es una experiencia viva que debe conmover, seducir y permanecer en la memoria.

Un manifiesto vivo

Un verano en el despacho de Sordo Madaleno, cuando apenas tenía 17 años, definió su destino. Desde entonces, Lucio Muniain no ha dejado de practicar, observar y aprender. «No he parado», dice entre risas. Su casa lo confirma: más que un refugio, es un manifiesto escultórico y emocional. Un espacio que emociona, sorprende y cuenta una historia. Un recordatorio de que, en la arquitectura, lo esencial no está en lo que se pide, sino en aquello que, inesperadamente, nos transforma.

@luciomuniain

La casa de Lucio Muniain esconde rincones inesperados donde los visitantes son sorprendidos con objetos que desafían la razón.

Rosa Agraz y Alejandro Solís

Un sueño hecho realidad en San Ángel

A veces, la arquitectura nos regala historias maravillosas que solo se ven en las películas. Y nos muestra que, con dedicación, esfuerzo y pasión, todo puede materializarse. Ese es el encanto de Casa San Ángel, el espacio personal de Rosa Agraz y Alejandro Solís.

Fotos Jaime Navarro

La madera artesanal y el acero al carbono se unen en una escalera escultural que no solo conecta niveles, sino que también filtra la luz y mejora la continuidad visual entre la sala de estar y el jardín.

Hay casas que se eligen con la razón y otras que se escogen con el corazón. Para la arquitecta Rosa Agraz, su hogar en el pintoresco barrio de San Ángel de la Ciudad de México pertenece a esta última categoría: un sueño de la infancia que, muchos años después, encontró la manera de hacerse realidad.

«Yo tenía una amiga que vivía en una privada de esa colonia entre calles adoquinadas e inmuebles rodeados de bugambilias, lo que siempre me encantó. Desde entonces se me quedó la idea muy marcada en mi mente de que algún día podría vivir en un lugar como ese», rememora Rosa, cuya ilusión de niña quedó guardada durante décadas, como una especie de deseo secreto, hasta que un día, en el momento menos esperado, el destino jugó a su favor.

Ya casada con Alejandro Solís —también arquitecto, su socio en el trabajo y compañero de vida—, la oportunidad se presentó como una casualidad que parecía demasiado perfecta. Una conocida le avisó que, en aquella privada construida en los años setenta, se estaba poniendo en venta una casa. Rosa no dudó. Al visitarla, descubrieron además un guiño del destino: los dueños habían vivido en el mismo edificio de Pedregal número 2, en donde ella y Alejandro residían en ese momento junto con su familia. «Fue una coincidencia increíble. Al final hicimos un intercambio: ellos se quedaron con nuestro departamento remodelado y nosotros con la casa que siempre soñé», cuenta la arquitecta.

Sin embargo, no todos vieron la misma joya en bruto en aquella adquisición. «Cuando compramos la casa, mi papá me dijo: ‘Están locos, ¿cómo compran esa cochinada?’», recuerda Alejandro entre risas. Y es que, a primera vista, el inmueble no era precisamente atractivo: era oscuro, frío y con una distribución nada confortable. Al final lo que los convenció no fueron los metros cuadrados ni la fachada, sino el corazón verde que se escondía dentro: un patio con árboles y enredaderas que respiraba vida. «Un pequeño oasis en la ciudad que se parecía más a Valle de Bravo o Cuernavaca», dice Rosa.

De proyecto arquitectónico a hogar

Tras la compra de la casa, Rosa y Alejandro se encontraban ante el reto de remodelarla para construir su hogar. Los dos coinciden en que el trabajo fue intenso y duró un par de años. Convertirse en sus propios clientes significó debatir cada decisión, desde la más pequeña hasta la más radical. «Una de las discusiones más grandes fue sobre si tirar o no la losa de la sala de televisión. Quitarla significaba perder metros cuadrados, pero lo hicimos para crear una doble altura. Al final, la luz entró de otra manera y la casa respiró», explica Alejandro.

Durante ese proceso, la vida no se detuvo. El proyecto coincidió con el nacimiento de su hijo menor. «Nos mudamos una semana antes de que naciera Juan. Sembramos un árbol para conmemorar su llegada y ahí está, creciendo junto con nosotros», cuenta Rosa. Ambos también relatan que habitar una casa diseñada por ellos mismos tuvo sus ventajas y desafíos. Como arquitectos, Rosa y Alejandro aprovecharon la libertad para proyectar cada rincón a su medida, sin compromisos ni concesiones. «Pensamos en cada mueble, en cada luminaria, en los textiles. En otros proyectos, los clientes toman decisiones distintas, pero aquí todo lo que habíamos imaginado se materializó», platican.

Esta casa neocolonial se transformó en un refugio sereno que celebra la luz, los materiales naturales y la conexión con el exterior. La renovación abre la estructura original a la luz y ventilación natural, respetando al mismo tiempo el patrimonio arquitectónico de la zona.

Esta casa ubicada en un barrio con un fuerte patrimonio artístico e histórico ha acumulado recuerdos y rutinas que la han ido moldeando. Los juegos de los niños en la terraza, las reuniones familiares alrededor del patio o las mañanas tranquilas en la cocina.

El interior combina acabados sobrios y cálidos. En la planta baja, los pisos de concreto se extienden hacia la terraza, generando continuidad con el jardín. En las recámaras, la duela de madera aporta calidez y los muros blancos potencian la luz natural. «Usamos muebles antiguos de nuestras familias, textiles de Chiapas, talaveras y mucho vidrio soplado. Todo con un aire muy mexicano y cálido», explica Rosa. El resultado es una casa que se siente orgánica, viva, construida a partir de la suma de decisiones íntimas. «No queríamos un espacio perfecto ni intocable, sino un hogar en el que se notara que vivimos y disfrutamos cada rincón», añade. Durante la construcción de dicho proceso, en el que cada espacio cuenta su propia historia, algunos rincones se fueron convirtiendo en los favoritos indiscutibles. Para Rosa, ese lugar personal e íntimo es su recámara. «Tiene una altura increíble, un ventanal que da a una enredadera y un baño con tina mirando al jardín. Estás ahí y no parece la Ciudad de México, sino Valle de Bravo o Cuernavaca», cuenta. Alejandro, en cambio, se decide por la escalera. Suspendida con tensores de acero, ligera y luminosa, fue un reto de diseño e ingeniería. «Queríamos que pareciera flotar. Al principio vibraba tanto que parecía un columpio, pero con una corrección estructural quedó perfecta. Ahora es uno de los elementos más sorprendentes de la casa», explica.

Una vida que se refleja en los espacios

Con el paso del tiempo, esta casa ubicada en un barrio con un fuerte patrimonio artístico e histórico ha acumulado recuerdos y rutinas que la han ido moldeando. Los juegos de los niños en la terraza, las reuniones familiares alrededor del patio, las mañanas tranquilas en la cocina. Cada momento ha dejado su huella en el espacio, el cual ahora cuenta la historia de una familia que decidió vivir la arquitectura más allá de solo los trazos y dibujos en el papel. «Siempre decimos que la arquitectura se transforma de verdad cuando se habita. Nosotros lo comprobamos aquí: cada rincón refleja quiénes somos y cómo hemos crecido», platica Rosa. «Lo más importante es entender que un sitio se puede transformar radicalmente, aunque parezca imposible. Ese es el mensaje que siempre damos a nuestros clientes», reflexiona Alejandro.

Por supuesto que cometieron errores, pero también fueron aprendizajes que la pareja asumió con responsabilidad. «Como arquitectos a veces nos dejamos llevar por ideas que en otro proyecto un cliente nos habría frenado. Pero aquí, siempre tuvimos la libertad de probar y de arriesgarnos», reconoce Rosa con humor.

Ese proceso de ensayo y error, y de dejarse guiar con el corazón desde el principio es lo que les ha permitido a Rosa y Alejandro explorar, pero sobre todo a disfrutar, alegrarse y vivir el presente. Su casa, más que un proyecto, es un refugio, un espacio para la vida en familia y para la creación. «Al final de todo —enfatiza Rosa— nuestra casa no es un experimento, es un hogar. Y eso es lo más valioso».

@arroyosolisagraz

@rosaagraz

Casa San Ángel es ahora un santuario lleno de luz, un ejemplo de cómo un diseño bien pensado puede revitalizar un espacio, honrando el pasado y abrazando un futuro sostenible y moderno.
Como arquitectos, Rosa y Alejandro aprovecharon la libertad para proyectar cada rincón a su medida, sin compromisos ni concesiones.

Félix Sánchez

El hogar como una extensión de la vida

¿Cómo se construye un refugio personal? El arquitecto Félix Sánchez nos abre las puertas de su casa para mostrar los rincones que ha creado al lado de su familia y su compañera de vida Anna Fusoni; algunos quizá más divertidos que otros, pero todos con el mismo sentido: celebrar la vida.

Retratos Duilio Rodríguez

Fotos del espacio José Margaleff

En la colonia Condesa, los parques España y México se han convertido en dos emblemáticos pulmones verdes para la Ciudad de México. El Parque España es conocido por su monumento a Lázaro Cárdenas y su pequeño lago con puente, mientras que el Parque México destaca por sus senderos y su estilo Art déco. Ambos fueron diseñados por el arquitecto José Luis Cuevas y son escape natural donde la memoria del barrio, la arquitectura y la vida cotidiana se entrelazan. Allí, el arquitecto Félix Sánchez y su esposa Anna Fusoni han encontrado su refugio personal. Un espacio que combina historia, diseño y experiencias cotidianas. Es donde cada rincón tiene un sentido y cada decisión arquitectónica refleja su manera de vivir. «Creo que lo más importante es que Anna y yo logramos vivir en el barrio que nos gusta, el cual conocemos como la palma de nuestra mano», confiesa emocionado el arquitecto Sánchez, recordando cómo la familiaridad con su entorno les aporta seguridad y satisfacción diaria. «Vivir entre los alrededores de la colonia Condesa significa reconocer cada calle, cada esquina y disfrutar de la vida urbana sin perder el sentido de hogar», dice.

Platica que el edificio que hoy alberga su penthouse no siempre tuvo esa función. Antes fue una escuela de natación donde sus hijos aprendieron a nadar y años después se transformó en un proyecto inmobiliario diseñado por su hijo Javier Sánchez, quien también es socio-director del taller de arquitectura JSa. «Yo nomás le dije: ‘Okay, me interesa adquirir el penthouse y diseñarlo yo’. Lo que le pareció perfecto, y así Anna y yo arrancamos con la historia de nuestro hogar», recuerda Félix.

Claro que la intervención de su hijo Javier también fue decisiva: la sugerencia de colocar las recámaras abajo y la sala arriba permitió crear una terraza al cielo que se convirtió en el bote salvavidas durante la pandemia. «Todas las casas, aunque sean chiquitas, deben tener forzosamente un balcón o una terraza», enfatiza el arquitecto.

Espacios que sorprenden y conectan

El penthouse donde viven Félix y Anna se organiza como un recorrido que combina lo íntimo y lo social. La planta baja está reservada a la privacidad: recámaras y un estudio permiten desconectarse del bullicio urbano. Subir por una peculiar escalera roja, pintada de ese color para alertar y sorprender a los visitantes, conduce al área lúdica donde sala, comedor, cocina y terraza se funden en un solo flujo de experiencias. «Esa es la sensación que más me emociona: que la gente diga ‘¡qué bárbaro!, ¿qué es esto?’», confiesa Sánchez. La cocina, ubicada en el centro del área social, se convierte en el corazón del hogar. «La cocina está a media sala porque ese es el alma de esta casa y responde al modo de ser y a los hobbies que tenemos para distraernos», explica. Además, de que preparar los alimentos allí es también un acto de encuentro, celebración y hospitalidad. «El hecho de preparar una comida y seleccionar los ingredientes es como un acto de amor, de recibimiento, de decir: vengan a mi casa, coman lo que estamos comiendo y gocemos y platiquemos». Todo este conjunto de experiencias describe cómo la arquitectura se convierte en catalizadora de relaciones y momentos felices. Cada objeto y mueble tiene un significado. Las sillas Basculant de Le Corbusier y con más de 25 años de uso, conviven con piezas adaptadas por Anna (quien ha apoyado la moda mexicana desde

«Creo que en nuestro hogar siempre debemos de cuidar que haya un equilibrio entre lo que te ofrece el barrio y la vida comunitaria cotidiana». –Félix Sánchez.
La cocina, ubicada en el centro del área social, se convierte en el corazón del hogar. Es el alma de la casa.

diversas plataformas como concursos y publicaciones), logrando un equilibrio entre funcionalidad y diseño clásico. Como parte de sus cuadros más sobresalientes figuran obras de Luis Granda y réplicas de Fernand Léger, que aportan sensibilidad artística. «Creo que no hay que saturar el espacio; desgraciadamente los mexicanos tendemos a tener horror al vacío». Sánchez hace hincapié en que la luz y el vacío son tan importantes como los objetos que habitan la casa.

El espacio también se vive con intensidad. Durante los partidos de fútbol, la emoción llena la casa: «Es cuando pierdo la sensatez y digo muchas groserías. Eso lo han vivido mis hijos y nietos, y hasta ahora no les ha pasado nada», cuenta con humor el arquitecto.

Barrio y comunidad: un equilibrio delicado

La colonia Hipódromo Condesa no es solo un contexto, es parte de la experiencia de vivir allí. Fundada en 1923 con una visión moderna por el arquitecto José Luis Cuevas, aprovechando el remanente del antiguo Hipódromo de Peralvillo como parque central y las pistas de carreras como la Avenida Ámsterdam, que provoca un circuito donde la gente se pierde y genera muchos lotes de esquinas que le da gran variedad urbana, con el agravante de las banquetas amplias para disfrutar la calle y la introducción de los usos mixtos que le generan vida urbana, es todo un paradigma urbano.

Tras 25 años de habitar el barrio, Sánchez ha sido testigo de su transformación: desde la crisis posterior al sismo de 1985, hasta la consolidación de áreas verdes y usos mixtos que hoy definen su identidad y que la han llevado a ser una de las colonias más deseadas para vivir en la Ciudad de México, lo que ha provocado que muchas personas busquen establecerse en el lugar, como cientos de extranjeros que la han escogido como residencia temporal.

Al respecto, Sánchez piensa que «una zona exitosa siempre llama a que todo el mundo quiera estar ahí y eso genera su propio fracaso.

Cada objeto y mueble tiene un significado. Las sillas Basculant de Le Corbusier y con más de 25 años de uso, conviven con piezas adaptadas por Anna (quien ha apoyado la moda mexicana desde diversas plataformas como concursos y publicaciones), logrando un equilibrio entre funcionalidad y diseño clásico.

«Considero que un must en todas las casas, por más chiquitas que éstas sean, es que deben tener forzosamente un balcón o una terraza que las conecte con el exterior». –Félix Sánchez.

Creo que es importante cuidar que haya un equilibrio entre lo que te ofrece el barrio y la vida cotidiana», advierte Félix. Por otra parte, la relación con los vecinos y la atención al espacio comunitario reflejan la visión arquitectónica de equilibrio y respeto que se vive en el edificio donde vive. «El talento y la sensibilidad de mi hijo Javier al trazar este edificio fue: hagamos esto para que todo el mundo goce y viva. Eso se ve reflejado en cómo nos tratamos los condóminos, cómo compartimos este espacio comunitario», explica.

Arquitectura sólida y sensible

La casa de Félix Sánchez y Anna Fusoni combina estética, seguridad y funcionalidad. La estructura metálica, reforzada según los códigos posteriores al terremoto de 1985, se mantiene firme y resistente. Entre los elementos destacados, el barandal de acero inoxidable diseñado por su colega Bernardo Gómez Pimienta es considerado una joya de precisión: «Ver la perfección de ese barandal era muy importante, y se hizo tal cual lo planeamos», rememora con orgullo. El piso epóxico blanco refleja luz y facilita la limpieza, mientras que la metáfora de la casa, como una nave en un mar verde, resume la relación con su entorno: transparencia, apertura y conexión constante con los parques y la ciudad.

Más allá de lo técnico y lo estético, la casa es un lugar para celebrar la vida. «Recuerdo la enorme algarabía cuando el equipo de fútbol en los Juegos Olímpicos de Londres ganó la medalla de oro. Me llevó a decir, ‘llevo 60 años esperando a que esto suceda.’ Fue una alegría total», dice.

Además, los encuentros familiares y la apertura con amigos reflejan la vocación de la casa como espacio de celebración: «Mi casa ha sido un lugar de encuentro, de algarabía y risas constantes. Refleja quiénes somos: Anna y yo, complementándonos, gozando la conversación, las amistades y celebrando la vida», afirma.

El hogar del arquitecto Félix Sánchéz y su esposa Anna Fusoni se entiende como un refugio personal y profesional. La combinación de áreas cubiertas y descubiertas, la integración con el barrio y la atención cuidadosa a los detalles arquitectónicos hacen de esta casa un ejemplo de cómo la arquitectura puede ser extensión de la vida misma. «Mientras estemos vivos y tengamos aliento, debemos tener ánimo y emoción por vivir algo nuevo», concluye el arquitecto, recordando que un hogar no es solo diseño, sino memorias, experiencias y celebración constante.

@f_pesci

El penthouse donde viven Félix y Anna se organiza como un recorrido que combina lo íntimo y lo social.
Subir por una peculiar escalera roja, pintada de ese color para alertar y sorprender a los visitantes, es toda una experiencia.

Pepe Moyao

El encuentro con una casa que parecía

esperar

Un arquitecto que decidió habitar la memoria de la ciudad. En su casa-estudio de la Roma, Pepe Moyao encontró no solo un refugio personal, sino un manifiesto de cómo lo antiguo puede dialogar con lo contemporáneo.

Fotos Jaime Navarro
Tras el sismo de 1985, Moyao adquirió una casona de 1913 catalogada por Bellas Artes y la transformó en su casa-estudio.

Para Moyao, cada inmueble patrimonial es una oportunidad para demostrar que el pasado puede reinventarse sin desaparecer. «Hoy ves muchos ejemplos aquí en la Roma: hoteles boutique, restaurantes, librerías».

La historia comienza en los años posteriores al sismo de 1985, cuando la colonia Roma Norte estaba marcada por la incertidumbre y el abandono. Muchos se habían ido, pocos querían vivir en un barrio golpeado por la tragedia; sin embargo, para Pepe Moyao el destino tomó forma en una esquina cotidiana.

«Yo antes tenía mi estudio en Tonalá 121 y después del sismo del 85 prácticamente nadie quería vivir de este lado. Yo venía a una comida corrida aquí en la esquina de Tonalá y Colima, en una casa muy similar, de 1913. Y un día vi que la vendían», recuerda.

No había un plan maestro ni un deseo premeditado. La oportunidad apareció como una consecuencia, no como un objetivo. «Me atreví a meterme en este paquete de comprarla. No me alcanzaba para remodelarla y cuando me quedé solo, terminé con una casa vieja sin nada».

Era un reto mayúsculo: cambiar pisos, instalaciones y recuperar un inmueble que parecía condenado al deterioro. Pero también era un acto de fe en el barrio y en su propia intuición.

Entre muros que cuentan historias

Con más de un siglo de vida, la casona no solo guardaba polvo y grietas. Guardaba relatos. Uno de ellos llegó por voz de un vecino ilustre: Guillermo Tovar de Teresa. «Me platicó que en el semisótano había muerto un macrocefálico», comparte Moyao. Una anécdota inquietante que se suma a la memoria secreta de las casas antiguas, esas que cargan cicatrices y misterios.

También estaba la huella reciente del sismo. El ingeniero Bárbara Zetina, propietario previo, había reforzado la estructura tras el recargamiento de un edificio vecino. El inmueble, catalogado por Bellas Artes, sobrevivía gracias a un sistema constructivo sin castillos, basado en el engrane de tabiques. «En los sismos se mueve como gelatina, pero trabaja muy bien gracias a los muros medianeros», explica el arquitecto.

El proceso de restauración: habitar entre pasado y presente

El mayor reto fue decidir cómo vivirla. «Mucho tiempo estuve pensando si vivía en medio, arriba o abajo», dice. La respuesta la encontró en un gesto arquitectónico: reubicar la escalera principal. Antes estaba al fondo; ahora ocupa el centro, uniendo lo clásico con lo contemporáneo.

El proceso tomó casi dos años. Moyao se impuso un principio: respetar la estructura. No demolió muros. Incluso cuando un muro capuchino intermedio colapsó durante las obras, decidió reforzarlo en lugar de sustituirlo. Todas las instalaciones se renovaron, y los apagadores fueron diseñados separados de las paredes, para no dañar el sistema original. El resultado es una casa que conserva la memoria material, pero que al mismo tiempo se abre a nuevas formas de habitar.

Hoy, a pesar de su edad, la casa respira modernidad. Espacios limpios, donde cada objeto encuentra lugar y sentido. A pesar de que tiene más de 100 años, se siente una vivienda moderna y funcional.

El inmueble, catalogado por Bellas Artes, es un lienzo vivo sobre el que descansan diversos objetos que le dan vida; desde cuadros, muebles y recuerdos que han sido elegidos por el aporte visual y sensorial.

Casa y estudio: dos almas en un mismo cuerpo

La casona finalmente se transformó en un híbrido de vida y trabajo. «Teniendo esta libertad de poder tener mi comedor, mis cuadros, se generaron ambientes muy claros: la zona de trabajo y la zona de habitar», explica.

Hoy, a pesar de su edad, la casa respira modernidad. Espacios en colores claros, limpios, donde cada objeto encuentra lugar y sentido. «A pesar de que tiene más de 100 años, se siente una vivienda muy moderna, donde los objetos se disfrutan con facilidad».

No es un museo congelado ni una oficina disfrazada. Es un lugar donde se cruzan lo íntimo y lo productivo, la memoria y la creación. En este baúl vivo, también caben fragmentos de su historia profesional y personal: tabiques que alguna vez formaron parte del Foro Sol, poleas teatrales que recuerdan los escenarios, un asiento diseñado para el Estadio GNP, una fotografía que Fernando Aceves le regaló con David Bowie en el Anahuacalli, esculturas de Fernando Botero, un sketch de Matías Goeritz, pinturas del oaxaqueño Alejandro Santiago, así como las obras más entrañables: fotografías tomadas por su hijo Mateo y pinturas de su hijo Santiago.

El futuro de un barrio que nunca muere

La Roma es un territorio en constante reinvención, y Moyao lo sabe. «Quisiera seguir viviéndola y disfrutándola, pero también he pensado que puede ser un hotel o un restaurante». La falta de estacionamiento, que podría parecer un obstáculo, se convierte en virtud: aquí todo se hace caminando, con una conectividad que define al barrio y una plusvalía que crece día a día.

Más allá de la proyección personal, esta visión se conecta con una filosofía más amplia: la reconversión patrimonial. «Creo mucho en rescatar inmuebles con valor histórico. No hay que tirarlos, hay que ver cómo reconvertirlos y darles otros usos», afirma.

Reconversión: de la casa al Frontón México

Su experiencia con la casona de la Roma ha marcado su práctica profesional. Otro ejemplo es el Frontón México, inaugurado en 1929 como jai alai y reconvertido en un centro de espectáculos con restaurante y casino.

Para Moyao, cada inmueble patrimonial es una oportunidad para demostrar que el pasado puede reinventarse sin desaparecer. «Hoy ves muchos ejemplos aquí en la Roma: hoteles boutique, restaurantes, librerías. Así se conserva la colonia, igual que la Condesa con su patrimonio Art Déco».

«Es mi baúl, es donde me conservo», define Pepe sobre el lugar que resume su historia de vida.

Para Pepe Moyao la casa no es un museo congelado ni una oficina disfrazada. Es un lugar donde se cruzan lo íntimo y lo productivo, la memoria y la creación.

La casa como manifiesto personal

Al final, su casa no es solo un lugar donde vive o trabaja. Es un símbolo de su manera de ver la arquitectura: como un acto de continuidad, de respeto y de reinvención.

«Es mi baúl, es donde me conservo», resume de forma contundente. Una frase breve que condensa la esencia de todo lo vivido en ese espacio: el recuerdo de un barrio en ruinas, la paciencia de dos años de restauración, la posibilidad de futuros usos y la certeza de que la memoria puede ser contemporánea.

@moyaoarquitectos

@pepemoyao

Covadonga Hernández

Un refugio atemporal en Valle de Bravo

En medio del bosque y rodeada de cedros se descubre

la casa de fin de semana de la interiorista Covadonga Hernández. Un espacio abierto a la naturaleza en la cual ha logrado encontrar su refugio.

Fotos Jaime Navarro

Una de las formas más agradables y efectivas para recargar pila y volver a la rutina con más fuerza es el ambiente relajado y tranquilo que se halla en su casa. «Aquella en donde el tiempo parece detenerse, donde departimos con los amigos o en la naturaleza, o donde simplemente descansamos con el afán de desconectarnos de las preocupaciones diarias, el trabajo y el estrés de la ciudad», enfatiza. Ese es el encanto que la interiorista Covadonga Hernández ha descubierto en el pueblo mágico de Valle de Bravo, en el Estado de México, un lugar del que se ha adueñado desde hace algunos años, que la nutre y en donde encuentra su dosis necesaria de paz. «Amo Valle de Bravo», dice entusiasmada Covadonga rememorando todos los momentos que ha ido coleccionando ahí desde que tiene uso de razón. «Al final, esas casas de fin de semana se van armando y haciendo de recuerdos. Cuando llego allí me transformo, me fascinan los cedros, los pinos y los aromas del entorno», platica.

Hace 20 años fue cuando Hernández adquirió la propiedad, la cual se ha ido transformando en el transcurso del tiempo, según algunas modificaciones importantes que ella misma ha trazado y diseñado para lograr el resultado que hoy presume. «Es donde me desconecto del trabajo, donde estoy con mi familia, con mis hijos, donde no tengo presión de las horas, donde ando descalza, escucho música o cocino algo especial. Es mi refugio personal y más allá de que sea una casa de fin de semana, la habito también como una casa de entresemana para convivir con más gente y con amigos que no veo desde hace mucho. Al final, acaba siendo un lugar súper importante para la familia», admite.

«La casa –cuenta Hernández– era un típico inmueble de ladrillo, de tabique aparente con un espacio semicircular abierto que se con-

serva aún, pero al día de hoy eso ha cambiado conforme el uso que le hemos dado a los espacios».

Covadonga cuenta que al principio rentaban la casa, aunque desde el primer momento que llegaron les encantó ya que tiene un terreno de casi 3,000 metros cuadrados y a que su ubicación es muy céntrica en la periferia del pueblo de Avándaro –muy cercano a Valle de Bravo–, con vista al pueblo de Cerro Gordo y a todo el bosque.

Recuerda que antes de comprar la casa, su familia estaba esperando la entrega de una propiedad que había adquirido en preventa dos años atrás. «Pero a la mitad de la entrega cancelaron el proyecto. Fue entonces cuando me dije a mí misma: ¿y si vivimos en esta casa? Que curiosamente mucha gente venía a ver porque también se estaba vendiendo. No lo pensé más y hablé con la dueña de la casa por la tarde de ese día, y la compramos la semana siguiente».

El cuidado y crecimiento de los espacios

En cuanto la casa fue suya, Covadonga Hernández dio rienda suelta a su creatividad como interiorista y comenzó una renovación mayor. Se demolió todo el techo, se niveló el jardín construyendo un muro de contención para subirlo y dejarlo plano (ya que tenía una caída de tres metros), se amplió significativamente la terraza y se construyó una cava debajo, aprovechando los cimientos. «Ya sabía lo que necesitaba la construcción por los usos y necesidades, entonces todo lo que hice fue pensando en eso», dice.

La interiorista menciona que desde los primeros dibujos y bocetos le vio mucho potencial a la casa por el simple hecho de contar

«Esta casa es mi refugio. Donde me desconecto del trabajo, estoy con mi familia, donde no tengo presión de las horas, donde ando descalza, escucho música o cocino algo especial». –Covadonga Hernández.

La barra del bar fue fabricada con una base de metal que le llaman el «código de barras» porque tiene líneas disparejas. Algunos muebles diseñados por Covadonga para esta casa también se han integrado a los catálogos de su empresa MarqCó.
La casa de Covadonga Hernández se caracteriza por la sensación de paz y tranquilidad que despierta en quienes la conocen. La calidez de los materiales y la luz que entra por las ventanas invitan al descanso y la reflexión.

con un terreno muy grande. Pero necesitaba cariño, y nadie mejor que Covadonga para crear la magia. Entonces la cocina original, que era un espacio pequeño, se convirtió en un cuarto de televisión y se construyó una nueva cocina más funcional y estratégicamente ubicada para dar servicio a la terraza. Además, se añadieron dos cuartos nuevos que se adaptaran al crecimiento de la familia.

«He ido haciendo una que otra modificación, sobre todo en materiales con la idea de modernizar el inmueble. Por ejemplo, el barro, que era muy utilizado en Valle de Bravo cuando la compré, se sustituyó por piedra gris y por otro tipo de acabados que hacen que la casa sea más atemporal», afirma la interiorista, quien a su vez hace un particular énfasis en que los cambios de la casa también obedecieron a los gustos de su familia y conforme sus hijos han crecido.

Adaptarse a las necesidades diarias

Un matiz que distingue la personalidad y esencia de Covadonga es su amor y pasión por el arte, rasgo que desvela en sus creaciones. Sin embargo, confiesa que en su casa de Valle de Bravo ha sido muy cautelosa en este sentido. «No he puesto demasiadas piezas de arte. Una en particular y a la que le tengo un cariño especial es una obra de César López Negrete, que está divina. También tengo cuadros de artistas locales oaxaqueños y más bien lo que quise hacer fue conservar un aire más minimalista en comparación con el interiorismo que caracteriza nuestra otra casa en la Ciudad de México».

Claro que algo muy importante es que esta casa en Valle Bravo conserva y transmite el sello creativo de Covadonga en cada rincón. Por ejemplo, el cambio de una mesa de comedor tradicional que pasó a ser una periquera, transformó radicalmente el uso de ese espacio. «Ese cambio tan ligero impactó en cómo puedes mudar la percepción de un espacio», recalca.

«Estoy convencida de que mi casa invita a vivirla plenamente, no solo a mirarla sino también a tocarla, a explorarla, a experimentarla. Siento que las personas que entran también son tocadas por esa magia. Siempre me dicen que les encanta la sensación de lo que esta casa proyecta; es súper acogedora y aunque no es gigante, sí es un lugar con espacios muy abiertos y fluidos», señala la interiorista.

Crecimiento personal y familiar

Covadonga Hernández reflexiona acerca de si la casa necesita actualmente un cambio, y después de unos segundos de pensarlo, comparte que cree que un área social extra para sus hijos no estaría mal. «Traigo un proyecto que creo que pronto tendré que hacer, un espacio independiente que se integre a la alberca y al jardín, donde inviten a sus amigos y que no pasen por las áreas comunes la casa». Actualmente, Covadonga Hernández está trabajando en un nuevo proyecto de paisajismo en colaboración con Pedro Sánchez para renovar los jardines de la propiedad. Este incluye la reubicación de aguacateros existentes y la mejora del área de la entrada, que cuenta con un área verde de superficie considerable y una cascada. Finalmente, la creativa concluye que cada proyecto de los que ha realizado es especial y le sirven de inspiración. Por ejemplo, la barra del bar fue fabricada con una base de metal que le llaman el «código de barras» porque tiene líneas disparejas. «Incluso, hay muebles diseñados cien por ciento por mí para esta casa, los cuales también se han integrado a los catálogos de MarqCó, la empresa que fundé hace más de 20 años y que hoy se ha consolidado en brindar una asesoría integral en el tema de arquitectura de interiores», concluye.

marqco.com

@covadongahdez

La interiorista Covadonga Hernández ha descubierto en el pueblo mágico de Valle de Bravo, en el Estado de México, un lugar del que se ha adueñado desde hace algunos años, que la nutre y en donde encuentra su dosis necesaria de paz.

Matia Di Frenna

Vistas, memorias y silencios: diseñar para uno mismo

Al habitar su propia obra, Matia Di Frenna descubrió que diseñar para uno mismo no es un ejercicio estético, sino un viaje de introspección: un espacio donde las vistas, los recuerdos y la funcionalidad se entrelazan con la esencia de quien lo habita.

Fotos cortesía Matia Di Frenna

Habitar la propia obra es un ejercicio de honestidad radical. Para Matia Di Frenna, enfrentarse al diseño de su penthouse significó mirar hacia adentro y cuestionar cada decisión. No era solo elegir materiales o volúmenes, sino imaginarse a sí mismo viviendo allí todos los días. «Fue mucho más difícil diseñar para mí mismo que para cualquier cliente», reconoce. La duda sobre si un tono gris o beige sería agradable a largo plazo se convirtió en un espejo de su vida, un recordatorio de que la arquitectura personal exige más introspección que espectáculo.

Una historia de transformaciones

El proyecto no nació como un penthouse, sino como una casa unifamiliar. En 300 metros cuadrados de terreno, Matia y su familia soñaban con una vivienda cercana a un río y a enormes árboles. Pero el crecimiento urbano transformó el destino del predio: la llegada de una avenida principal y el uso de suelo mixto hicieron que la casa dejara de ser viable.

La respuesta fue una torre de departamentos. En ese pequeño lote se levantaron dos dúplex, dos departamentos y, en la cima, el penthouse que hoy habita el arquitecto. «Nunca estuvo planeado quedarnos con él, fue una decisión que se dio sobre la marcha», recuerda. Cada losa construida revelaba nuevas vistas: los volcanes de Colima, los árboles centenarios. La emoción de mirar desde arriba lo convenció.

Arquitectura desde la experiencia

El aprendizaje de Matia no comenzó en la torre, sino en la primera casa que rentó en Colima: pequeña, calurosa y nada funcional. Aquella vivencia lo marcó. Desde entonces, cada proyecto debía responder a preguntas básicas: ¿cómo corre el aire? ¿cómo refrescar la casa? ¿cómo generar remates visuales y patios que oxigenaran la vida interior?

Al habitar su propio departamento, confirmó que los espacios no necesitan ser enormes para ser confortables: «nos dimos cuenta de que con algo chico podemos habitar mejor que con grandes dimensiones». Incluso los techos más bajos, que podrían parecer limitantes, se volvieron aliados de la calidez y la intimidad.

Materiales y sinceridad estructural

La estética del departamento surge de la honestidad constructiva. El mismo sistema estructural define la expresión: vigas de concreto que funcionan como bordes de las losas, madera y acero sin maquillaje. «Se puede hacer arquitectura sencilla donde el puro efecto estructural sea estéticamente apreciable», afirma.

Más que minimalismo, el penthouse es un espacio que refleja su identidad: limpio, sencillo, pero profundamente personal. Cada rincón guarda objetos de viaje, libros y memorias.

La estética del departamento surge de la honestidad constructiva. El mismo sistema estructural define la expresión: vigas de concreto que funcionan como bordes de las losas, madera y acero sin maquillaje.

Construir en tierra sísmica

Uno de los grandes retos fue levantar un edificio de cinco niveles en Colima, un estado altamente sísmico y sin tradición en torres residenciales. La percepción local veía con temor esas construcciones. «Fue un reto cambiar ese chip, que entendieran que estaba muy bien hecho y que no había razón para temer».

El diseño debía transmitir solidez. Para la venta de los departamentos, la robustez visible de la obra fue un argumento tan poderoso como la estética.

Errores que también construyen

En toda obra hay decisiones que con el tiempo revelan sus límites. En el caso de Matia, fue la ausencia de una techumbre en las recámaras traseras. Lo que parecía un detalle menor terminó por recordarle, cada temporada de lluvias, que la arquitectura también enseña desde sus pequeñas incomodidades. «Cuando empieza a llover hay que cerrar todo de inmediato», admite. Más que un arrepentimiento, lo asume como una lección que lo acompaña en su manera de proyectar: no hay proyecto perfecto, solo espacios que evolucionan junto con quienes los habitan.

Más allá de lo técnico, la mayor lección que quiere transmitir a sus clientes es evitar sobredimensionar. «Muchos clientes se arrepienten porque en dos años los hijos crecen o se van y las casas quedan enormes. Se convierten en un problema de mantenimiento y venta». En un contexto económico inestable y tras la experiencia de la pandemia, aconseja optar por materiales de bajo mantenimiento como piedra y concreto. La arquitectura, sugiere, debe responder a un futuro incierto con sensatez.

Espacios vividos

El uso cotidiano también redefinió sus expectativas. La sala, que siempre había considerado un espacio decorativo, se convirtió en el corazón de la vida diaria: librería, juegos de mesa, café compartido. «En otras casas nunca le dábamos provecho a la sala, aquí sí». En contraste, la recámara de visitas quedó casi vacía, usada apenas unas cinco veces al año. Hoy la hubiera diseñado como un híbrido entre oficina y espacio flexible.

Una arquitectura más humana

Al mirar en retrospectiva, el penthouse en Colima no solo es su hogar, sino un laboratorio vital. En 300 metros cuadrados logró sintetizar funcionalidad, frescura y estética. Lo que más celebra es haber demostrado que la sencillez puede ser tan potente como la grandilocuencia: «con poco espacio pudimos diseñar algo que funciona muy bien, todo bien planeado y fresco».

difrennaarquitectos.com

@difrenna.arquitectos

Entre volcanes y memorias, Matia Di Frenna descubre en su propia obra que la arquitectura también construye al que la habita.
Para Matia Di Frenna, enfrentarse al diseño de su penthouse significó mirar hacia adentro y cuestionar cada decisión. No era solo elegir materiales o volúmenes, sino imaginarse a sí mismo viviendo allí todos los días.
Uno de los grandes retos fue levantar un edificio de cinco niveles en Colima, un estado altamente sísmico y sin tradición en torres residenciales.

Gerardo García

La casa como un organismo en evolución

En el oficio arquitectónico existen proyectos que se definen conforme escalas de dibujo y trazos milimétricos; y otros, que se van revelando con el tiempo. La casa del arquitecto Gerardo García cae en esta última categoría. Un espacio que, sin haber sido concebido desde cero, ha madurado junto a su estilo de vida, convirtiéndose en una extensión tangible de su pensamiento profesional y su sensibilidad personal.

Retratos Duilio Rodríguez

Fotos del espacio Alejandro García y Héctor Velasco

En una colonia que comparte una conexión sensorial con el aire fresco y la luz solar por su proximidad con entornos naturales como parques y áreas verdes, se encuentra el hogar del arquitecto Gerardo García, fundador y director de su despacho homónimo. No es su primer espacio, ni tampoco su primer proyecto personal. Es su cuarta casa, pero tal vez la más significativa: la que ha habitado con su familia durante casi una década. La que, sin haber sido construida desde cero, ha ido tomando forma junto a su vida.

Cuando Gerardo cruzó por primera vez la puerta de este departamento, el destino no era tan claro. El inmueble, apenas habitado por otra familia que partía al extranjero, contaba con buenos acabados que, si bien no coincidían del todo con su estética profesional, decidió conservar. No por conformismo, sino por responsabilidad, por esa ética que también construye arquitectura: la de no derrochar lo que aún tiene valor.

Ahí comenzó su viaje personal; uno que no se mide en metros cuadrados, sino que se ha ido construyendo paso a paso por el cúmulo de anécdotas y el sinfín de exploraciones materiales y espaciales intrínsecas a su propia vocación como arquitecto.

En lo que sí hace énfasis Gerardo es en que este condominio ha sido uno de los más amplios que han habitado; por lo que su intervención se mide en tiempo, en recuerdos, en los cambios silenciosos que la vida impone. «Y es que, a lo largo de los años, nuestra casa ha evolucionado como lo hacemos las personas. No está diseñada para ser perfecta desde el inicio, sino para madurar con el paso de los años, con mi esposa y mis hijos, con los estados de ánimo y las etapas que trae el vivir en familia», comparte García.

Gerardo García ha preferido que la decoración de su casa madure con el tiempo y no tenerlo todo resuelto desde el inicio.
Este condominio ha sido uno de los más amplios que ha habitado Gerardo; por lo que su intervención, dice, se mide en tiempo.
Esta casa es la que el arquitecto ha habitado con su familia durante casi una década. La que ha ido tomando forma junto a su vida.

Una casa habla de quienes la habitan. Refleja su momento de vida, sus ideas, su esencia. Solo así puede adaptarse al futuro sin perder su ADN.

«La casa perfecta quizás no me gustaría. Prefiero los espacios con historia, con pendientes visibles, con la capacidad de adaptarse. De rotar obras de arte. De reiluminar muros. De cambiar muebles de lugar hasta encontrar nuevos equilibrios». –Gerardo García.

«No hay un solo rincón favorito» –enfatiza–. Cada espacio tiene su propia voz: dos terrazas abiertas para recibir y convivir con los amigos, un family room donde la cotidianidad toma forma entre risas, películas o series, y desayunos de fin de semana; o ese espacio aislado y sereno donde Gerardo trabaja, escucha música y se reconecta consigo mismo.

Lo que sí se levanta como una columna vertebral que separa lo público de lo íntimo es un pasillo alto y luminoso —con muros rojos que Gerardo ha pensado en cambiar mil veces, pero aún no se atreve—. A su parecer, este elemento marca el tránsito entre dos mundos: el social y el familiar.

Para él, su casa habla sin decir una palabra. «Las obras de arte en las paredes —que se rotan, se bajan, se reiluminan y a veces descansan semanas enteras en espera de hallar un nuevo lugar— cuentan historias personales: un regalo de bodas, una pieza heredada, una compra impulsiva dictada tan solo por el gusto. El mobiliario también se ha ido moviendo, como quien cambia de piel sin dejar de ser quien es», dice.

Aunque Gerardo ha diseñado hogares para otros, en donde todo está en su sitio desde el día uno, en el suyo prefiere lo contrario: dejar cosas pendientes, no tenerlo todo resuelto. Porque su mirada como arquitecto no está fija y porque sabe que lo que hoy le parece necesario, tal vez mañana ya no lo sea. Como él mismo dice, «la casa perfecta quizá no me gustaría».

Esta visión, profundamente personal, también es filosófica. «Una casa no debe ser estática. A diferencia de un restaurante o una oficina —espacios pensados para operar bajo una lógica clara—, el hogar debe estar preparado para cambiar con sus habitantes. Para crecer con él. Para adaptarse. Una casa bien diseñada es aquella que permite que esto suceda sin rigidez, sin fricciones. Lo ideal es que sea un espacio que recibe sin solemnidad, sin hacernos sentir ‘de visita’». En ese sentido, la casa de Gerardo García es una extensión de su esencia: ordenada, pero viva. Pensada, pero abierta al cambio. Estética, pero humana. Reflejo no solo de su formación como arquitecto, lighting designer e interiorista, sino también de su sensibilidad como padre, esposo y morador del tiempo que le ha tocado vivir.

Aun así —o tal vez por eso mismo—, su hogar transmite armonía. Para quienes lo visitan sin conocer su historia, es un lugar acogedor, ordenado y sin pretensiones. Una casa donde no hay que pedir permiso para estar. Un lugar donde lo importante no es impresionar, sino pertenecer.

«Una casa —finaliza Gerardo— es el lugar donde uno puede ser, cambiar, crecer y volver a ser. No solo es un contenedor de objetos, sino un reflejo íntimo y honesto de quien la habita». Es por ello que esta historia aún no tiene un final contundente. Porque mientras sus hijos crecen, mientras el arte rota, mientras las ideas se transforman, su hogar también lo hará. Y ese, más que un logro arquitectónico, es un acto de coherencia vital.

@gerardogarcia.studio

Lo que se levanta como una columna vertebral que separa lo público de lo íntimo es un pasillo alto y luminoso, con muros rojos que Gerardo ha pensado en cambiar mil veces, pero aún no se atreve.

Juan Carlos Baumgartner

Una casa para disfrutar de la vida

Una vieja casona de la década de los 80 se transformó en un espacio donde los libros, las pinturas y las artesanías se han adueñado del espacio.

Retratos Duilio Rodríguez

Fotos del espacio cortesía SpAce

Hablar de la colonia Jardines del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, es sinónimo de hacer referencia a obras de la arquitectura modernista. Fundada en 1945 con la participación de arquitectos como Luis Barragán y Max Cetto, este barrio residencial destaca por su urbanismo con grandes terrenos y baja densidad. Sus calles y casas se integran a un paisaje rocoso único, inspirando el nombre del lugar y atrayendo a familias y artistas que valoran su calidad de vida. Es el caso de Juan Carlos Baumgartner, quien encontró ahí una vieja casona que ha ido transformando hasta convertirla en su santuario personal, en un lugar en donde conviven el arte, la literatura, la buena comida y el gusto por los momentos en familia.

Tras la experiencia y varios años de habitar espacios más grandes y complejos, Baumgartner decidió que era el tiempo de explorar algo distinto. «Decidí que ya no quería algo parecido, sino algo muchísimo más íntimo, más chiquito», cuenta. Su estilo de vida marcado por los viajes continuos y las diversas conferencias alrededor del mundo, sumado a la dinámica familiar en la que comparte semanas con sus hijos, lo llevaron a buscar una casa más funcional y menos complicada de cerrar cuando no está.

Encontrar una opción en el Pedregal no fue tarea sencilla, pues la mayoría de los inmuebles disponibles son demasiado grandes. Sin embargo, un día vio un anuncio sobre la venta de una casa ubicada dentro de una privada y lo que le pareció una muy buena opción.

La casa, construida en los años ochenta y con 500 metros cuadrados de superficie, no destacaba por su diseño. «Era de una arquitectura bastante mala, de esas que empezaron a verse por todos lados, tipo Early America de un estilo raro», recuerda. Sin embargo, el potencial con el que la visualizó era mayor.

El mayor reto fue convencer a los vecinos de permitir cambios en la fachada, ya que todas las casas de la privada eran idénticas. Al final aceptaron. «Parte de lo que les decía era esta idea de que todas las casas son igualitas, casi como de interés social, y que la idea de darle cierta individualidad a cada quien valía la pena».

Un asunto familiar

Así fue como el proceso de remodelación se convirtió en un ejercicio creativo bastante flexible y muy abierto, en el que poco a poco

La casa refleja un espacio íntimo, cálido, lleno de objetos y memorias que su habitante ha recolectado a través del tiempo.
La ocupada agenda del arquitecto lo llevó a buscar una casa más funcional.

también se fue involucrando su familia, particularmente sus hijos, quienes han opinado, se hicieron partícipes y cambiaron activamente la selección de materiales, colores y acabados tanto de la casa en general como de sus habitaciones personales. «Ellos escogieron muchas cosas. En la recámara de mis hijas, por ejemplo, hay un papel tapiz diseñado por Le Corbusier. Ellas lo descubrieron y lo seleccionaron, y aunque no fue de lo más barato en términos de costos, sí hizo muy especial toda la renovación», relata.

Juan Carlos platica que uno de los espacios que más disfruta es su estudio. «Es el lugar en el que más tiempo paso. Está forrado de libros, tiene vista al jardín y un sillón de Eames donde me relajo a leer. También es donde trabajo y tomo videollamadas». Para lograr esta atmósfera, eliminó varios muros que hacían la casa compartimentada. «La cocina estaba súper encerrada, así que volamos muros y ahora toda la planta baja es casi un espacio continuo. La cocina se abre al comedor y este a la terraza», enfatiza.

Diseñar para sí mismo fue una experiencia diferente. «La verdad es que no lo vi complicado. Como dicen que ‘en casa del herrero, cuchillo de palo’, no había proyecto ejecutivo completo. Hacía trazos en mis tiempos libres y se los pasaba al constructor. Fue mucho más relajado, casi como un hobby». Esa flexibilidad le permitió disfrutar el proceso sin convertirse en un cliente obsesivo.

La casa también refleja su pasión por el arte y los objetos recolectados en viajes y señala: «Parece un museo. Ya no me quedan paredes para colgar cuadros. Hay cerámicas, textiles, tapetes de África, piezas de Egipto. Es una casa muy viva, no la típica casa de un arquitecto en donde todo tiene que estar como en el render».

En contraste con su casa de Cuernavaca, más curada y fotogénica, Baumgartner menciona que la del Pedregal es mucho más íntima y personal. «Es oscurona, con maderas negras, con gestos masculinos, muy cozy. Se nota que la diseñé yo solo, sin necesidad de negociar con nadie, salvo las decisiones de mis hijos».

Un espacio vivo

El espacio está en constante evolución, y ahora ha crecido y se ha adaptado para contener la pasión de su dueño. «Ahorita está en la etapa de bodega de arte. Mi librero ya está saturado, los cuadros se acumulan», señala.

Más allá de lo estético, Juan Carlos Baumgartner menciona que es una casa abierta y acogedora que tiene todo lo que necesita para sentirse a gusto. «La puerta casi siempre está abierta, entran y salen amigos de mis hijos. Es una casa pensada para recibir».

Al preguntarle qué consejo daría a otros colegas arquitectos sobre diseñar su propio hogar, responde sin dudar: «Creo que depende de cada quien. Yo decidí relajarme y dejar que las cosas fluyeran. No quería vivir en una obra de arte de revista, sino en un espacio vivo, lleno de historias. Si el librero está saturado, no pasa nada».

Para él, la casa es reflejo de su vida: un espacio íntimo, cálido, lleno de objetos y memorias. «Mi hermana siempre me dice que entrar a mi casa es toda una experiencia: desde el arte y los objetos hasta el olor a maderas y sándalo. Todo es sensorial. Y creo que eso es lo que la hace especial», concluye.

spacemex.com

@baumgarj

@baumgartner_space

Más allá de lo estético, la casa es un espacio abierto y acogedor que tiene todo lo que el arquitecto necesita para sentirse a gusto.

Juan Carlos Baumgartner platica que uno de los espacios que más disfruta es su estudio, pues es el lugar en el que más tiempo pasa. Está forrado de libros, tiene vista al jardín y un sillón de Eames donde se relaja para leer.
«Es una casa muy viva, no la típica casa de arquitecto donde todo tiene que estar como en el render». –Juan Carlos Baumgartner.

Roy Azar

Un hogar donde el arte toma la palabra

Un estudio, un museo o simplemente un refugio. La casa de un arquitecto es mucho más que eso; es el lugar donde converjen desde la técnica y los sueños, los trazos y el diseño perfecto, hasta los actos más cotidianos como comer o dormir.

Fotos Alejandro X. García S.

Entrar a la casa del arquitecto Roy Azar en la colonia Lomas de Chapultepec de la Ciudad de México es adentrarse en un universo donde la arquitectura se convierte en escenario y el arte en protagonista. Es un proyecto personal que tardó varios años en materializarse y que, como él mismo platica, está concebido como un «lienzo en blanco» para que las piezas que ha coleccionado a lo largo de su vida vayan contando su propia historia.

«Cuando adquirí la casa era una construcción de los años cincuenta, con espacios reducidos y cerrados hacia los costados. Tenía una buena estructura, pero había que transformarla en un 80%. Lo que más me gustó fue el jardín y los árboles enormes, que de inmediato me dijeron «aquí va a ser», menciona el arquitecto.

La vivienda se desarrolló en cinco medios niveles, organizados en torno a un núcleo central: una escalera escultórica que conecta los espacios y los inunda de luz. La intervención fue radical: se derribaron muros intermedios, se reforzó la estructura, se subieron techos, se bajaron pisos y se abrió la planta baja con cancelería que se esconde por completo para lograr una integración total entre interior y exterior. «Mi principal objetivo era que el jardín y la casa fueran uno solo. Que todo se llenara de luz natural».

La remodelación tomó más de cuatro años y durante la obra el arquitecto se enfrentó a retos técnicos importantes. «Había que enderezar techos, tirar losas y generar alturas más generosas. Encima construimos un nivel completo con mi dormitorio, vestidor, despacho y una terraza que da hacia la alberca. Fue un proceso lento, de mucho esfuerzo y cariño, pero también de muchos sueños», relata.

El paisajismo se convirtió en una extensión natural de la obra. Roy Azar quiso conservar el aire de jardín maduro, con árboles frutales y vegetación que pareciera haber estado ahí por décadas. «No quería un jardín contemporáneo, quería esa sensación de que el tiempo ya lo había moldeado».

Vivir en el espacio amado

Cuando habla de cómo habita su hogar, Azar se detiene en rincones muy personales. Uno de ellos es su vestidor principal, donde un escritorio mira hacia el jardín. «Ahí me gusta estar en las mañanas, con un café, ordenando mis ideas antes de que empiece el día. Es un momento de paz».

Otro espacio esencial es su despacho en la planta alta, rodeado de fotografías que evocan recuerdos, grabados, óleos pequeños y una biblioteca de ocho metros repleta de libros de diseño, moda y objetos coleccionados en viajes. «Ese lugar me inspira para crear, es donde nacen las ideas de mis proyectos antes de desarrollarlas con mi equipo en el estudio».

La casa también está pensada como un espacio de convivencia. Azar, padre y abuelo, recibe con frecuencia a hijos y nietos. Por ello diseñó una planta principal abierta, sin pasillos ni recovecos, donde tres comedores —el principal, un desayunador y uno exterior con chimenea— se conectan de manera fluida con la terraza y la sala al aire libre. «Es un plano muy honesto, muy fácil de vivir. La casa se vuelve el centro de la vida familiar y social».

El mobiliario que eligió el arquitecto para su propia casa es una mezcla ecléctica: hallazgos en galerías, viajes y tiendas de diseño, con materiales como latón, pergamino y textiles en lino y lana. La biblioteca, a diferencia de la neutralidad del resto, es un espacio rojo intenso que refleja el carácter inquieto del arquitecto.

«Mi principal objetivo era que el jardín y la casa fueran uno solo. Que todo se llenara de luz natural». –Roy Azar.
Si algo distingue al espacio personal de Roy Azar es el papel central del arte. «Quería un lienzo blanco que sirviera como fondo. Los suelos de mármol de Carrara son casi neutros, los muros son blancos con detalles mínimos en metal negro. El color está en las obras», señala.

El arte como protagonista

Si algo distingue al espacio personal de Roy Azar es el papel central del arte. «Quería un lienzo blanco que sirviera como fondo. Los suelos de mármol de Carrara son casi neutros, los muros son blancos con detalles mínimos en metal negro. El color está en las obras».

Entre sus piezas predilectas está la icónica silla de Pedro Friedeberg, acompañada de otra de bronce de inspiración maya colocada en diálogo con una obra en papel de Bosco Sodi. En el vestíbulo, una puerta antigua de latón repujado traída de Marrakech recibe a los visitantes como un portal cargado de historia.

También destacan una escultura de avión de papel de Gonzalo Lebrija, colocada sobre la propia caja de embalaje que la transportó y qué, señala Azar, «me da mucha risa porque es un avión que vino en avión hasta casa». Además de una serie de piezas azules de José Dávila, inspiradas en Dan Flavin, que acompañan la escalera principal. «Me gusta que cada objeto tenga una historia detrás, que no sean solo piezas decorativas».

El mobiliario, en cambio, es una mezcla ecléctica: hallazgos en galerías, viajes y tiendas de diseño, con materiales como latón, pergamino y textiles en lino y lana. La biblioteca, a diferencia de la neutralidad del resto, es un espacio rojo intenso que refleja el carácter inquieto del arquitecto.

Para Roy Azar, la experiencia de diseñar su propia casa fue muy distinta a la de trabajar para un cliente. «Cuando haces un proyecto para ti mismo no tienes que negociar con nadie más, pero al mismo tiempo eres mucho más exigente contigo. Si algo no me convencía, mi cabeza no me dejaba en paz hasta encontrar la solución», señala.

La casa, dice, es su reflejo más honesto: «El espacio donde vives habla de ti. Es un lenguaje propio. Aquí está lo que soy, lo que estaba pensando en ese momento de mi vida».

Un estilo que se enriquece con el tiempo

Fundador de Roy Azar Architects, el arquitecto mexicano es conocido por su versatilidad y su capacidad para transitar entre lo clásico y lo contemporáneo. «Soy muy inquieto. No me gusta encasillarme en un solo estilo. A veces hago proyectos campestres, otras veces clásicos, otras muy contemporáneos. Lo importante es dejar que el espacio te hable y responda a lo que pide», afirma.

Al final de la conversación, Azar sonríe al reconocer que esta entrevista le hizo mirar su casa desde otro ángulo. «Es como rendirle un homenaje por todo lo que me ha dado. Esta casa no es solo un proyecto arquitectónico: es un espacio vivo, lleno de memorias, de arte y de familia».

royazararchitecs.com @royazar

«Ese lugar me inspira para crear, es donde nacen las ideas de mis proyectos antes de desarrollarlas». –Roy Azar.

Saidee Springall y José Castillo

Una casa que se vive, se siente y se comparte

Tras años de vivirla casi intacta, Saidee Springall y José Castillo decidieron intervenir su casa, priorizando la cocina como corazón de la vida familiar, abriendo muros para fomentar la convivencia y sumando piezas diseñadas por colegas y amigos entrañables.

Retrato Ivonne Venegas

Fotos del espacio Luis Garvan

Después de la remodelación de la casa encontramos una planta baja libre, con áreas que se comunican entre sí y permiten diferentes configuraciones. No se trató de una modernización radical, sino de un cambio respetuoso con el carácter original del inmueble.

Habitar una casa siempre implica una serie de decisiones íntimas, pero cuando los habitantes son arquitectos, las preguntas se multiplican: ¿cómo se vuelven sus propios clientes?, ¿qué diferencias existen entre lo que se proyecta para otros y lo que se decide para sí mismo?, ¿qué experiencias guían esas elecciones?

La historia de la casa de Saidee Springall y José Castillo comienza en 1943, en un barrio tradicional de la Ciudad de México. Se trata de un inmueble de estilo colonial californiano que, a lo largo de ocho décadas, ha tenido solo tres dueños. Sus actuales moradores —Saidee, José y su familia— nunca pensaron construir desde cero; más bien encontraron en esta propiedad la oportunidad de habitar y después transformar un espacio con historia.

«Siempre pensamos que no queríamos hacer nuestra propia casa, sobre todo porque nos surgía la duda de cómo uno se convierte en su propio cliente. ¿Qué cosas haces evidentes? ¿Qué experimentas? Por eso partimos de una casa que, de entrada, nos gustara, que ya tuviera la calidad y las características que necesitábamos», explican. «Habíamos estado buscando durante varios meses un espacio en una de las colonias diseñadas por el urbanista José Luis Cuevas –Condesa, Polanco y Lomas de Chapultepec–, por su planeación

y ubicación. Para nosotros fue clave conectar con un barrio de jacarandas y fresnos, de manzanas grandes, caminar al Bosque de Chapultepec y tener cerca un mercado, un café y varios restaurantes», explica Castillo. Después de visitar más de cuarenta propiedades sin éxito, una casa de 1943 les ofreció justo eso. Lo que más les gustó fue el aprovechamiento de los 400 metros cuadrados distribuidos en tres plantas y la combinación del estilo colonial californiano y moderno. El primer paso –cuentan los arquitectos– fue vivirla. Durante ocho años, la casa permaneció casi intacta, hasta que llegó el momento de intervenirla. No fue una decisión inmediata, se dio a partir de la convivencia cotidiana y también de nuestra economía. «Nos tomamos ese tiempo para ahorrar y para saber con claridad qué necesitábamos y qué queríamos. La remodelación más importante se dio en 2017 cuando hicimos una gran renovación en la primera planta para reafirmar su infraestructura social de ser un lugar donde todo pasa, y darle continuidad al ambiente que integra el patio, el comedor y la cocina. Y es que sabíamos que ahí (en la cocina) estaba el corazón de nuestra vida familiar y social», precisan.

El mobiliario cuenta su propia historia: una de afectos y complicidades compartidas, ya que muchas piezas fueron diseñadas por amigos y colegas.

«Nos dimos cuenta de que también se trataba de aprender a heredar y dar lugar a las cosas que tienen historia». –Saidee Springall y José Castillo.

«La remodelación más importante comenzó con la cocina, porque sabíamos que ahí estaba el corazón de nuestra vida familiar y social». –Saidee Springall y José Castillo.

La cocina como escenario

En esta casa de arquitectos, la cocina no es solo un espacio de servicio: es el punto de encuentro donde se desarrolla la vida familiar. «Somos muy de vida de casa, de invitar gente a cocinar, de hacer comidas con colegas, con amigos, con clientes. Casi siempre todas las reuniones, familiares, o incluso de trabajo, suceden alrededor de la cocina, el comedor y la terraza», dicen.

Particularmente, el diseño de la cocina fue obra a la medida de Julianna Morais, directora de diseño de Henrybuilt, a quien conocieron dando clases en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans. La empresa con sede en Seattle se especializa en el diseño arquitectónico de cocinas. Saidee y José confiesan que trabajar con ella fue bueno para ejercer el placer de otorgar libre albedrío a un profesional. «Cuando te pones en manos de alguien que sabe hacer su trabajo, es increíble. La casa es un salto de fe y la cocina es su manifestación en su máxima expresión. Todo en ella conecta con la narrativa del resto de la casa», relata la arquitecta.

Esa dinámica los llevó a abrir muros, unir estancias y transformar lo que antes eran ambientes fragmentados en un gran espacio continuo que dio otra dimensión a la casa. «Decidimos integrar la cocina con el comedor y la terraza. Antes había desniveles, una puerta que separaba los espacios y ventanas de media altura. Abrimos todo, pusimos ventanales de piso a techo y generamos una relación más fluida con el exterior», mencionan.

El resultado fue una planta baja libre, con áreas que se comunican entre sí y permiten diferentes configuraciones. No se trató de una modernización radical, sino de un cambio respetuoso con el carácter original del inmueble. «La casa se modificó mucho, pero siempre en un espíritu de conservar su estilo, sus proporciones. Queríamos que la transformación pareciera natural, como si siempre hubiera estado pensada así».

Flexibilidad y vida compartida

La idea de flexibilidad se extendió a otros pisos. En la planta intermedia, dos habitaciones pequeñas se convirtieron en un solo cuarto para sus hijas, con un área de estar que amplía sus posibilidades de uso. En el nivel superior, el tercer piso se transformó en un espacio abierto y multifuncional: un área de trabajo, una sala de televisión y un lugar para recibir visitas.

«En lugar de fragmentar, abrimos. Nos gusta entender el espacio doméstico como algo flexible, visible, donde se pueda compartir. Siempre decimos que con esta visión se pierde la jerarquía de los espacios y la vida cotidiana se unifica en lugar de romperse», señalan los arquitectos.

Más allá de la arquitectura, la casa se define por los objetos que la habitan. Algunos llegaron con la propiedad, como los candelabros originales de los años cuarenta. «Cuando compramos la casa dijimos: esos candelabros se van. Y paradójicamente se han quedado a través del tiempo y ahora nos encantan. Nos dimos cuenta de que también se trataba de aprender a heredar y de dar el lugar a las piezas y objetos que tienen historia», comentan.

«Siempre hemos creído que a la par de la arquitectura, lo que transforma una casa son los objetos y el mobiliario», explica Saidee sobre los elementos que le han ido otorgando una personalidad al espacio que creó junto con José. Si bien han comprado la mayoría a muchos de sus amigos diseñadores —como Héctor Esrawe, La Metropolitana, Pirwi—, unos han sido herencia familiar y otros más provienen de distintos viajes, como un chaise longue de Fritz Rachl o algunos tapetes que trajeron de Irán.

La transformación incluyó abrir muros, unir estancias y transformar lo que antes eran ambientes fragmentados en un gran espacio continuo que dio otra dimensión a la casa.

El mobiliario cuenta su propia historia: una de afectos y complicidades compartidas, ya que muchas piezas fueron diseñadas por amigos y colegas. «Invitamos a Héctor Esrawe, que además es muy cercano a nosotros, para que hiciera un lambrín que separa y une la cocina con el comedor. También diseñó la cava. El taller de La Metropolitana, por su parte, creó un trinchador y tres bancos para la cocina. No existían en su catálogo, los diseñaron específicamente para nosotros», relata la dupla de arquitectos.

La casa también reúne piezas de diseñadores mexicanos como Emiliano Godoy y Alejandro Castro, tapetes de la diseñadora Marisol Centeno y objetos adquiridos en viajes, como una vasta colección de cucharas de madera que por sí misma es peculiar y cuenta un sinfín de anécdotas vividas durante paseos compartidos.

De forma curiosa, Saidee y José buscan constantemente enriquecer su colección de cucharas, algo que comenzó de forma intuitiva para contar historias sobre conexiones tanto estéticas como emocionales de los lugares que han visitado a lo largo de los años. Piezas de Japón, Francia o Italia, entre otras, conforman más de una centena de utensilios que exhiben en un trinchador que La Metropolitana creó ex profeso para ellos.

La intervención integral de su casa también ha incluido decisiones que, aunque parecían sencillas, dieron coherencia al conjunto. Una de las acciones más radicales que llevaron a cabo fue pintar de blanco los distintos pisos de madera de la planta baja. «Era una casa con demasiados materiales: cantera, madera, cristal, herrería, azulejos. Pintar los pisos en blanco le dio neutralidad, ayudó a unificarlo todo y a querer más la casa».

Un refugio abierto a los demás

Con los años, la casa de Saidee y José se ha convertido en mucho más que un inmueble restaurado: es un refugio personal y al mismo tiempo un espacio para compartir. «Es mi lugar favorito. Me encanta llegar a mi casa y sentir que está viva», confiesa Springall.

Para ellos, una casa no es un museo ni un escenario rígido, sino un espacio que se adapta a la vida real. «Siempre recomendamos a quien se muda, que no compre todo de inmediato para la puesta en marcha de su casa. Lo más recomendable es dejar espacio para improvisar, para que aparezca ese mueble que no estaba planeado o esa vajilla heredada. Las casas deben evolucionar poco a poco. No somos arquitectos que quieran controlar todo; preferimos dejar que las cosas sucedan de manera orgánica», dicen.

Esa visión se hace notar en su propia casa, la cual no tiene un estilo único o cerrado, lo que es también una declaración sobre su manera de entender la arquitectura. «Nosotros consideramos que no tenemos un estilo único como arquitectos en nuestra vida profesional. Cada proyecto se adapta a las condiciones naturales y a las necesidades de quien lo habita. Y en nuestra casa aplicamos lo mismo».

Así, este inmueble original de 1943 que mantiene su esencia colonial californiana, se presenta como un laboratorio doméstico lleno de memorias, objetos heredados y piezas diseñadas por amigos. Todo en conjunto crea un hogar donde reina lo ecléctico. «Estamos convencidos de que las casas ‘monoestilo’ son para mostrar, no para habitar. Son fruto de esos prejuicios que tenemos muchos arquitectos y que, en lugar de hogares, parecen museos. Nosotros buscamos cosas con las que conectamos y que van con el carácter de la casa. Nuestra casa es un gabinete de curiosidades, un viaje de ida y vuelta que se vive, se siente y se comparte», concluye Saidee.

@arq911

@josecastillo911

@saidee911

Miguel Ángel Aragonés

Donde habita la luz

Las líneas arquitectónicas depuradas y la blancura de las paredes, de los techos y del suelo, invitan a descubrir la casa-estudio de Miguel Ángel Aragonés, un espacio apacible, bañado de luz natural y con vistas hacia la vegetación, que da una sensación de paz absoluta.

Retratos Duilio Rodríguez

Fotos del espacio Joe Fletcher

Las paredes, suelos y muebles de piedra, los volúmenes geométricos y las formas rectas y minimalistas hacen que a plena luz del día esta casa sea una gran escultura cubista, con aperturas que dejan pasar la luz y conectan con la naturaleza exterior.

Detrás de una fachada serena, en una calle arbolada y discreta de la colonia Bosques de las Lomas en la Ciudad de México, se descubre un espacio que ensambla tres casas y un estudio. Ahí, fuentes, espejos y luz se entrelazan como un constante recurso natural para hacer que el reflejo agudice aún más el entorno –casi siempre verde– con el que se convive en su interior. Es la casa-estudio de Miguel Ángel Aragonés, construida hace más de dos décadas, pero en la que él y su esposa han vivido los últimos diez años.

Esa intimidad es fiel —casi obstinadamente— a la idea original de Aragonés de lo que significa un lugar para vivir y trabajar: disponer de un refugio donde la luz, la vegetación y la lluvia no se miren desde la ventana, sino que se integren al interior como si siempre hubieran pertenecido a él. ¡Y es cierto! La mañana templada en la que nos sentamos a platicar con él, lo pudimos corroborar.

«Quise tener un exterior que resguardara la privacidad, que pueda ser visto sólo por el cielo, el aire o el sol, que se pudiera habitar la casa con la soledad que reclama el bullicio de la ciudad», comparte Miguel Ángel.

«La ciudad, aunque llueve, ofrece una temperatura increíble» —dice él—, cuyo comentario sirve para abrir una charla en la que desde la primera respuesta se intuye que este lugar no es solo arquitectura, sino una extensión precisa de sus pensamientos, de su filosofía de vida y de su pasión por el arte, la música y la arquitectura. Aquí no hay rebuscamiento ni exhibicionismo; la belleza está en lo esencial, en la manera en que el exterior e interior se funden sin fricción ni complicaciones. «La sencillez —enfatiza Miguel Ángel— es lo más difícil de lograr. También lo más duradero».

Las líneas arquitectónicas depuradas y la blancura de las paredes, de los techos y del suelo, invitan a descubrir espacios apacibles bañados de luz natural y con vistas hacia la vegetación, lo que da una sensación de paz absoluta en Casa Rombo IV.

De noche, el diseño de iluminación permite crear varios ambientes coloridos –azul, naranja, morado o rosa– en el interior de esta casa refinada y poética.

Un árbol es quizás el protagonista y huésped más presente en Casa Rombo IV, y en todo caso el más envolvente, al igual que el agua, que tiene una amplia continuidad.

La casa no ha cambiado casi nada. Mismos muebles, misma estructura abierta, mismos ventanales generosos que permiten que la vegetación entre sin pedir permiso. «Solo algunas obras de arte han ido rotando. Cuadros de amigos, piezas y objetos de artistas y colegas cercanos», —menciona con cariño—. Pero el alma del proyecto permanece intacta, como si en ese concepto inicial hubiera ya todo lo necesario para sostener una vida.

Miguel Ángel platica que suele arrancar sus días muy temprano. Y es que de manera cotidiana y con disciplina empieza a trabajar a las siete de la mañana para terminar alrededor de las cinco de la tarde. «Habitualmente, tomamos un día a la semana para almorzar en equipo en el despacho, es un ritual colectivo que además de alegrarnos, nos fortalece y nos distrae». Todos se sientan, conversan, debaten —de política, fútbol o lo que sea— y más tarde, se dan tiempo para hablar de temas laborales y revisar los proyectos en curso.

El ritmo es tan riguroso como amable, una coreografía sin esfuerzo entre la disciplina y el gozo. Al final de la jornada, Aragonés sube a casa, para leer, escuchar música, jugar ajedrez durante tardes completas o cocinar algo sencillo. Acostumbra ir a dormir a buena hora, buscando siempre las ocho horas recomendadas para el buen descanso físico y emocional. Vivir bien, para él, no requiere de complicarse más allá de lo estrictamente necesario.

A la pregunta precisa sobre cómo fue diseñar su casa-estudio Rombo IV y ser su propio cliente, Aragonés responde que, aunque parezca paradójico, fue «lo más fácil y simple del mundo». No porque se consintiera sin medida, sino porque se dio la libertad de errar, de ajustar, de hacer lo que realmente le convence. Cita el

dicho: «en casa del herrero, cuchillo de palo», pero lo resignifica: no como negligencia, sino como una licencia para la honestidad. «Esta casa no es un showroom o un museo en el que nada se pueda tocar, sino un contenedor de vida», enfatiza. Es un escenario y santuario para la intimidad, la reflexión, el silencio y también para la risa de los amigos y colegas que la habitan por momentos.

Para Miguel Ángel, tanto la arquitectura como el arte y la vida misma, están evolucionando hacia la sencillez. Como la poesía que dice mucho con pocas palabras. Como un espacio que, sin grandes gestos, logra conmover. Y así, entre conversación y silencio, entre luz y sombra, entre lo natural y lo construido, esta casa nos recuerda que vivir no se trata de acumular sino de elegir con cuidado qué se queda, qué se deja entrar y qué debe fluir.

La voz de este espacio, que abraza el recorrer del viento en las hojas de un árbol, el sonido del agua de una fuente, el arrullo del silencio, la fragancia de un jardín y el olor del incienso, habla de atmósfera y cobijo, de experiencias emocionales que Aragonés encuentra solo en espacios que tienen la necesidad de murmurar con luz. En su casa-estudio de la Ciudad de México, la forma, en su accidente más natural, no es sino la consecuencia de un sitio en busca de intimidad con uno mismo y de vivencias que deseamos se repitan en forma de arquitectura.

talleraragones.com.mx @miguel_angel_aragones

Javier Senosiain

Casa Orgánica, una forma distinta de habitar

El sueño de vivir dentro de una cueva y de reconectar con lo natural fue el motivo para construir esta casa.

Cuatro décadas después, el lugar sigue fascinando a quienes tienen la oportunidad de conocerla. Su concepto elemental: un espacio para convivir que busca la sensación de que en el interior la persona se adentra en la tierra, describe Javier Senosiain.

Fotos Arquitectura Orgánica, Francisco Lubbert y Paloma Senosiain Jiménez

La Casa Orgánica es una obra sui generis ubicada en Naucalpan, Estado de México. Fue diseñada por Javier Senosiain, pionero de la arquitectura orgánica en México y conocido por crear espacios fluidos, curvos y orgánicos como Casa Flor, el Sarape y Sombrero, la Ballena Mexicana, la Casa Amiba y el Nido de Quetzalcóatl.

De la casa ya se han escrito cientos de artículos, sabemos que tiene forma de embrión, que está semienterrada bajo la tierra, que fue construída en ferrocemento y que busca conectar con el origen, con lo natural, pero, ¿cómo se vive una casa así? La pregunta –admite el arquitecto Javier Senosiain– quizá deberían responderla más su esposa Paloma y sus hijas. «Para mí, desde la investigación, estaba muy convencido. De hecho, nunca hicimos un cambio».

Desde antes de cruzar la puerta, la experiencia del espacio ya anuncia que no se trata de una casa convencional: un periscopio desde la cocina permite ver quién toca, hay un nicho pensado para dejar los zapatos, como en las tradiciones orientales, y una ventana con un cuerno para dejar el paraguas o algún otro objeto. Ese elemento, recuerda Senosiain, no estaba previsto en el proyecto original, pero al final resultó fundamental. «Me decían: ‘Oye, pero te va a dar claustrofobia’. Ya en obra, me di cuenta que tenía bonita vista hacia el jardín de la casa, que es la tierra de pasto sobre la cubierta».

La entrada a otro mundo

La organización espacial es simple y contundente: dos mundos bien diferenciados. «Básicamente, esa era la casa: dos espacios, uno de día, uno de noche». El área social integra sala, comedor y cocina en un mismo espacio, donde la mesa funciona como eje central: mesa de trabajo, de cocina, y al mismo tiempo comedor. Más adelante se añadió otra recámara para sus hijas; el llamado «tiburón». Para acceder a la zona privada de la propiedad se atraviesa un túnel iluminado con claraboyas de barco que ventilan y dejan pasar la luz natural. Al final aparece la recámara principal, amplia y abierta al jardín, donde la cama circular en forma de C envuelve como un asiento para leer o descansar.

Desde el inicio, la intención fue que los objetos ornamentales no distrajeran del espacio. «La idea era no tener figuritas de viaje, souvenirs o cuadros. Las ventanas serían los cuadros y las esculturas la misma mesa volada o la integración de la casa». Esa sencillez tenía un trasfondo ambiental y psicológico. «Desde que entras, tiene mucha influencia de Barragán. Entras por el caracol a través de un espacio bajo, estrecho, en penumbras, y se te abre un poco el espacio. Pasas a la sala, comedor, cocina. Son espacios que dan mucha tranquilidad, se sienten muy acogedores, muy serenos». Incluso la alfombra, de tono beige, fue una decisión pensada: «La intención era que cuando uno entra no diera la impresión de estar bajo el agua, sino bajo la tierra».

Aunque todo el planteamiento partía de lo primitivo, las formas y soluciones también pueden considerarse futuristas. Senosiain lo plantea de otra forma: «Nunca quisimos en principio hacer una casa muy futurista, sino al contrario, nos fuimos al pasado, a lo primitivo; y, sin embargo, la mesa de la cocina que sirve de trabajo y comedor, colgada y escultórica, sí se ve como futurista».

Para él, estas dos dimensiones, la ancestral y la visionaria, no se contraponen. «Hay una relación entre lo primitivo y lo futurista que se ve en películas como La Guerra de las Galaxias. Las formas futuristas vienen mucho del viento, de la erosión del agua, son formas orgánicas, muy libres. A veces seguimos con lo primitivo, pero también tratamos de acentuar lo futurista», explica.

Javier Senosiain es pionero de la arquitectura orgánica en México y conocido por crear espacios fluidos, curvos y orgánicos.

La idea embrionaria del proyecto tomaba su símil de una cáscara de cacahuate: dos amplios espacios ovales con mucha luz, unidos por un espacio en penumbras bajo y estrecho.

La cubierta de pasto sobre el techo de la casa permite que la temperatura al interior siempre esté regulada.

Aunque todo el planteamiento para la construcción de la casa partía de la idea de lo primitivo, las formas y soluciones también pueden considerarse futuristas.

Las formas y los colores orgánicos de la casa recuerdan el interior de cuevas primitivas donde habitaron los primeros seres humanos.

Pionero de la sustentabilidad

La relación del arquitecto con la naturaleza lo llevó también a reflexionar sobre la sustentabilidad, en una época en que el término no era común en arquitectura. «La casa siempre nos mantuvo entre 19 y 21 grados todo el año. Me cansé de medirlo con un termómetro: era casi siempre lo mismo». La cubierta de pasto y arbustos, explica, evapotranspira y produce oxígeno, además de filtrar contaminantes. «Se crea un microclima donde la vegetación ayuda a mantener temperaturas estables».

Al preguntarle al arquitecto qué errores se pudieron haber cometido durante la construcción de la casa, responde con tranquilidad que la humedad junto a la cocina les mostró la importancia de una correcta colocación del impermeabilizante. «Las humedades generalmente son porque falla el impermeabilizante. Cuando está bajo la tierra no tiene cambios de temperatura y dura mucho más. Pero fue un error humano».

La vida cotidiana en la Casa Orgánica generó también grandes anécdotas. Javier Senosiain recuerda cuando una de sus hijas dibujó la casa en una clase en el kínder: una mancha café con huecos y una franja verde arriba. La maestra y la psicóloga se alarmaron pensando que había un problema en casa. «Cuando mi esposa les explicó, la psicóloga dijo: ‘Entonces tráigame a su esposo’». En realidad, para las niñas y sus amigas la casa era un parque donde jugar a las escondidillas y trepar a los taludes de tierra. «Había mucha libertad. Creo que eso les marcó mucho».

Al preguntarle sobre lo que cambiaría de la casa, Senosiain responde que casi nada. Tal vez su esposa habría preferido nichos más grandes para guardar ropa, y él mismo reconoce que el experimento de un refrigerador integrado no funcionó como esperaba. «Estaba muy metido en el diseño de muebles integrados. Hice una cámara de refrigeración, pero se descompuso pronto. Lo cambiamos por un refrigerador comercial, y fue mejor». Lo mismo ocurrió con el retrete del baño, que inicialmente pensó en ferrocemento. «Quizás pudo haber funcionado, pero lo cambié por uno de diseño comercial. Y ahora me entero que ya están haciendo piezas de ferrocemento en otros lados».

Hoy, tras más de cuatro décadas, la percepción de la Casa Orgánica ha cambiado. «En aquel entonces la veían muy rara. Algunos me decían: ‘Me gusta tu casa, pero yo no viviría ahí’. Ahora me impresiona cómo hay mucha más conciencia ecológica; sobre todo en los niños y jóvenes, que la entienden y la disfrutan». Para el arquitecto, esa es quizá la mayor recompensa: que una obra pensada desde lo primitivo, desde lo esencial, se haya convertido en un referente de sustentabilidad y de una forma distinta de habitar. «Yo no le cambiaría nada», concluye. «Como arquitecto, estoy satisfecho con mi casa», enfatiza.

@javiersenosiaina

La relación del arquitecto con la naturaleza lo llevó también a reflexionar sobre la sustentabilidad, en una época en que el término no era común en arquitectura.

Columnas Arquitectura con identidad

Arturo Bañuelos

Director de Proyectos y Desarrollos de JLL Latinoamérica.

“La modernidad no está en el pasado ni en el porvenir, sino en el acto de comprender nuestra tradición.” Octavio Paz

La arquitectura es, más que una disciplina técnica, un lenguaje que narra quiénes somos y cómo entendemos nuestro entorno. Cada proyecto construido tiene la capacidad de transmitir valores, costumbres, así como aspiraciones colectivas, y cuando logra hacerlo desde lo local, se convierte en un manifiesto tangible de identidad. La tendencia de replicar fórmulas globales ha dejado en muchas ciudades un paisaje arquitectónico homogéneo,

incapaz de dialogar con su historia o con la comunidad que lo habita. Sin embargo, los proyectos que buscan inspiración en lo propio demuestran que la modernidad no está reñida con la tradición, sino que puede nutrirse de ella.

Al recorrer México encontramos ejemplos valiosos de arquitectura que reconoce materiales regionales, sistemas constructivos heredados y formas de habitar vinculadas al clima y la cultura de cada región. No

se trata de reproducir clichés folclóricos, sino de reinterpretar con mirada contemporánea lo que ya está en el ADN de nuestras ciudades y pueblos. El concreto puede convivir con la madera trabajada por artesanos, el vidrio con la cerámica, el acero con la piedra volcánica, es decir, la innovación cobra fuerza cuando se atreve a dialogar con lo ancestral.

Los espacios con identidad local no solo se vuelven más cercanos para quienes los utilizan, también fortalecen el sentido de pertenencia. Una plaza, un museo o un edificio de oficinas que refleja la esencia cultural de su entorno genera arraigo, invita a ser recorrido, habitado y entendido como propio. Esa conexión emocional es tan importante como la eficiencia de los metros cuadrados o el cumplimiento de normativas técnicas. Una obra arquitectónica que olvida su contexto difícilmente trasciende; en cambio, aquella que se reconoce parte de una comunidad tiene la capacidad de convertirse en símbolo.

La tarea de quienes nos dedicamos a la gestión de espacios es escuchar lo que cada sitio tiene que decir, observar sus paisajes, reconocer sus oficios y comprender su memoria. Solo así los proyectos podrán ser relevantes, no únicamente funcionales o estéticamente atractivos. Construir con identidad es también un acto de respeto: respeto hacia quienes nos antecedieron y hacia quienes habitarán esos espacios en el futuro.

La arquitectura con sentido no busca imponerse, sino integrarse y su mayor virtud es lograr que quienes entran en contacto con ella perciban, quizá sin saberlo, que ese lugar les habla de su tierra, de sus raíces y de sus posibilidades. Esa es la diferencia entre un edificio que se limita a ocupar un terreno y otro que se convierte en parte de la historia viva de una comunidad.

@jllmexico

@arturo.banuelosoficial

El futuro del paisaje en México: aprendizajes y compromisos desde el XIV Congreso Nacional

Directora y fundadora del despacho Jardín Sustentable y presidenta de la Sociedad de Arquitectos Paisajistas de México

A finales de septiembre pasado se celebró el XIV Congreso Nacional de Arquitectura de Paisaje, un espacio que reunió a especialistas, académicos, estudiantes y profesionales comprometidos con repensar el futuro de nuestras ciudades y territorios. Estos días de reflexión no solo representaron un intercambio académico de alto nivel, sino también un llamado urgente a la acción. Hoy, más que nunca, la arquitectura de paisaje en México debe entenderse como una disciplina estratégica frente a los desafíos ambientales y sociales que enfrentamos. Lo que discutimos en el congreso trasciende el plano de la teoría: hablamos de cómo enfrentar sequías cada vez más prolongadas, cómo recuperar ecosistemas degradados, cómo diseñar ciudades que gestionen el agua de manera eficiente y

cómo crear espacios públicos que reflejen nuestra diversidad cultural e incluyan a todas las personas.

La visión tradicional de la arquitectura de paisaje como práctica ornamental quedó atrás. La arquitectura de paisaje actual es un campo que incide en la resiliencia climática, en la biodiversidad, en la salud de nuestras comunidades y en la planificación territorial. Desde restaurar riberas y sistemas naturales hasta transformar parques urbanos en pulmones verdes que mejoran la calidad del aire y del agua, nuestra labor tiene un impacto directo en la vida cotidiana.

El congreso confirmó que los arquitectos paisajistas somos piezas clave para responder a fenómenos como la urbanización acelerada y el cambio climático. Nuestra

responsabilidad ya no es solo embellecer, sino proponer soluciones que fortalezcan la relación entre naturaleza y sociedad.

La Sociedad de Arquitectos Paisajistas de México, SAPmx tiene un papel crucial en este camino: articular el talento y el conocimiento de la comunidad profesional para convertirlo en propuestas tangibles. Somos un puente entre la academia, el sector privado, el gobierno y la sociedad civil. El compromiso es claro: que los aprendizajes del XIV Congreso se traduzcan en una agenda nacional de acción para el paisaje. Esto significa impulsar proyectos emblemáticos que pongan a prueba nuevas soluciones, fortalecer la educación y la investigación en nuestras universidades, generar estándares y certificaciones que eleven la calidad de la práctica, y participar activamente en la construcción de políticas públicas que integren al paisaje en la planeación urbana y regional.

Si algo nos dejó este congreso es la certeza de que la arquitectura de paisaje es esencial para el futuro de México. Pero ese porvenir no se construirá solo; requiere del compromiso como gremio.

En los próximos años debemos aspirar a:

• Que el paisaje sea reconocido como parte integral de cualquier proyecto urbano o rural.

• Que la restauración ecológica y la infraestructura verde se conviertan en políticas de estado.

• Que las ciudades mexicanas avancen hacia modelos sostenibles que mitiguen el impacto del cambio climático.

• Que la identidad cultural de nuestros territorios se preserve y se exprese a través del diseño.

Como presidenta de la SAPmx, mi invitación es clara: no podemos quedarnos solo en la inspiración que nos dejó el congreso, debemos traducirla en acción colectiva.

Este es el momento de sumar voces y talentos, y de demostrar que la arquitectura de paisaje es una aliada indispensable en la construcción de un país más justo, resiliente y sostenible.

El futuro del paisaje en México depende de lo que decidamos construir hoy, unidos como gremio y comprometidos con nuestro país y con nuestro planeta. @sapmexico

Columnas

Torreón: una especie de retrato

Socio director de FUNDAMENTAL, taller de arquitectura, paisaje y diseño urbano

Los concursos públicos de arquitectura en nuestro país no son un paisaje común, de hecho, son la excepción. Tenemos tan poca cultura del concurso púbico que su realización supone una audaz empresa que no cualquiera asume como suya. Y si de por sí son pocos, habrá que decir que en lo que va de este sexenio y el pasado, la presencia de este instrumento para lograr obtener ideas novedosas, transparentar la decisión de comisionar un encargo o darle oportunidad a otrxs (casi siempre jóvenes) arquitectxs de ejercer, ha sido escasa.

Sin embargo, este año dos concursos cruzaron el horizonte de la competencia, los dos validados por la Federación de

Colegios de Arquitectura de la República Mexicana (FCARM) así como de los colegios de arquitectos locales, el de Mazatlán (CAM) que solicitaba el desarrollo de un edificio multifamiliar y el de la Comarca Lagunera (Caclac) quien convocó y organizó el certamen para la rehabilitación del Paseo Morelos en Torreón, Coahuila.

La propuesta para esta última convocatoria consistía en presentar un proyecto conceptual de diseño urbano para la regeneración del emblemático Paseo Morelos. La convocatoria implicaba la rehabilitación de más de 30,000 m2 de una terrible isla de calor con aspiraciones truncas a ser un andador peatonal.

Como jurado fungió la presidenta de la Academia Nacional de Arquitectura, Lilliane Ponce, la arquitecta Sara Topelson, así como Álvaro Morales, José Ricardo Padilla y Javier Leal. Su falló definió como ganador al equipo integrado por Sara Nahle Maldonado, Andrea Estrada Guerra y Michelle García Dorantes.

Pero, en fechas recientes salieron a la luz las condiciones del encargo: los lapsos solicitados por las instituciones municipales eran de solo tres semanas; los honorarios profesionales del equipo ganador les parecieron demasiado elevados, además no existía la certeza del pago debido a que se contempló que la empresa constructora que resultara ganadora de una licitación (por venir) sería quien pagara este servicio.

Ante ello, las ganadoras manifestaron la inviabilidad de realizar el trabajo. Lejos de avalar la propuesta ganadora, validar el esfuerzo que implicó la participación de otros equipos, la reputación del jurado y la figura del mismo colegio de arquitectos como un garante de los intereses gremiales y de la ciudad, en las últimas semanas han figurado notas aclaratorias que hacen ver que la figura del colegio tuvo a bien plegarse ante las condiciones que establecieron quienes instrumentan el Instituto Municipal de Planeación y Competitividad (IMPLAN) así como la secretaria de obras públicas local.

Ante el desaseo, la incapacidad ha cobijado a todas las instituciones a nivel gremial y del gobierno local cuestionando la responsabilidad del jurado tanto como a la presidencia del colegio encabezada por el arquitecto Mario Talamás.

Todo parece indicar que no habrá respeto al fallo del jurado, a la propuesta ganadora, ni soporte profesional, ni pago de honorarios ni validación de la metodología de diseño que implicaba una fase de socialización, comunicación y talleres participativos. Sin esta posibilidad, con un tiempo de ejecución irreal y nada claro sobre el cuidado del proyecto o los honorarios profesionales, esta iniciativa sucumbió ante el argumento de que los tiempos para ejercer el recurso público eran cortos.

Es una pena que tal iniciativa se desdibuje bajo la certeza de que existían otros intereses más allá del beneficio de la ciudad; qué flaco favor se le hace a la cultura del concurso público: ¿hay aquí un retrato de cuerpo completo de las instituciones gremiales que afirman tener como fin el vigilar los intereses de sus pares y de las ciudades que habitamos?

fundamentalmmx.com marcosbetanzos.com @mbetanzos

English text Architect houses

Javier Sánchez

Rain Harvest, a Sustainable House at 2,400 Meters Above Sea Level

In the forests of Valle de Bravo, architect Javier Sánchez has built Cosecha de lluvia, a house-manifesto that embodies sustainability, experimentation, and a deep dialogue with nature. Conceived as a laboratory, the home reflects his commitment to minimizing environmental impact while celebrating the beauty of a high-altitude forest landscape.

The project began in 2013, when Sánchez visited the site to design a house and was captivated by its setting. By 2019, his own residence was completed: a 120 m² wooden structure with an equal amount of covered terraces, designed to live outward, embracing rain and forest views. “The house is meant to face outward, to see and enjoy the rain, which happens very often here,” Sánchez explains. Its design turns rainwater collection into an architectural principle—the captured water flows into a natural pond that doubles as a cistern and pool, feeding a small orchard.

Collaboration was central to the process. Sánchez worked with architect Robert Hutchison, adopting North American and European timber construction methods uncommon in Mexico. Structural calculations were carried

out in the United States, ensuring efficiency and precision. “I learned there is little knowledge in Mexico about how to calculate timber structures,” Sánchez reflects, noting the need to use wood both consciously and sparingly to reduce carbon footprint.

Sustainability defines every layer. The property includes a machine room housing filters, photovoltaic panels, and batteries, while a green roof regulates temperature, absorbs rain, and camouflages the house within the landscape. The architectural program expands into a bathhouse inspired by Renaissance typologies, conceived as “a small temple dedicated to water.” Together, these elements create an ecosystem where architecture, energy, and biodiversity coexist. Frogs, snakes, dragonflies, and birds inhabit the pond, while the family swims and observes how the sky mirrors in its waters.

Inside, the house resists conventional typologies. There is no traditional living room: instead, a fluid space integrates kitchen, dining, and sitting areas, oriented toward views of the Nevado de Toluca. For Sánchez, the kitchen is the heart, a social corridor where daily life unfolds. Skylights and precise orientation orchestrate light throughout the day, weaving architecture into the rhythms of nature.

Sánchez describes the project as both radical and pedagogical. Inspired by Alvar Aalto’s modest summer house in Finland, he intentionally limited the scale. “It’s a manifesto house—it commits you to a certain way of life,” he admits. Small in size, it invites only a handful of guests, reinforcing intimacy and sustainability.

Beyond being a family retreat, Cosecha de lluvia serves as a model for clients and students. “This is what I do,” Sánchez says, positioning the house as proof of concept for sustainable design in Mexico. Ultimately, it is a home that collects water, light, and memories—a radical yet humble declaration of how architecture can live with the planet rather than against it.

Luby Springall and Julio Gaeta The Secret Sanctuary

In Chimalistac, one of Mexico City’s most historic and serene neighborhoods, architects Luby Springall and Julio Gaeta have transformed a 1940s house into a living organism—constantly adapting to their life stages and becoming an oasis of creativity amidst the metropolis.

Hidden within cobblestone streets and centuries-old stone bridges, the triangular property once belonged to a Lebanese family before becoming Springall’s refuge. What began as a modest single-room house designed by Francisco Artigas has, over decades and five major renovations, evolved into a laboratory of architecture and intimacy. “Despite being in the bustling city, Chimalistac offers a quiet atmosphere, almost like an oasis,” Springall says. “I always say I steal the green from outside, because the trees literally enter the house.”

The first transformation came with Julio Gaeta: together they built a polycarbonate-clad steel box on the rooftop as an art studio. It later became the birthplace of their practice, Gaeta-Springall Arquitectos, housing nearly thirty architects at its peak. Eventually, the couple decided to separate home from work, moving the firm to Insurgentes Avenue. The house then reclaimed its domestic vocation—studios turned into living and dining rooms, mezzanines became home offices, and terraces embraced the treetops.

During the pandemic, the home affirmed its role as sanctuary. Between video calls, long breakfasts, and daily workouts, Luby and Julio discovered that the house was truly made to stay. Today, it thrives as a blend of personal retreat and open invitation: “I have no problem asking clients to stay over and experience firsthand how this house reveals our personality,” she notes.

Springall’s favorite corners embody this philosophy: the sofa for reading beside her

Cosecha de lluvia, Javier Sánchez
Foto Rafael Gamo

dog, a cluttered desk with a garden view, her art nook, and above all the kitchen bar—the heart of the house. A three-and-a-half-meter-high bookshelf dominates the interior, framing a staircase like a paper landscape. Designer furniture and artworks coexist with boxes of stones, sketches, and souvenirs of no apparent value, while stacks of books define the real collection.

The process of designing her own home, she insists, was effortless: “When you know who you are and what you want, it’s the easiest thing in the world.” Each intervention was improvised with honesty, reflecting who they were at the time. The result is not a curated showcase but a mirror of their essence—a sui generis house shaped by vulnerability, protection, and joy.

For Springall, architecture here transcends function. Echoing Gaston Bachelard, she believes “the house is where we are most vulnerable, and yet the place that protects us the most.” From the terrace rising above tree canopies to the towering bookshelf, every corner of this home affirms its identity as a sanctuary of peace, creativity, and belonging in the heart of the city.

Yuri Zagorin Alazraki

Creating Magic on the Pre-Existing

In Mexico City’s Lomas de Chapultepec, architect Yuri Zagorin Alazraki chose not to demolish but to transform. With Casa Kiki, his personal residence, he embraced pre-existence as a creative constraint, turning a deteriorated 1940s home into a palimpsest of light, memory, and sustainability. “I decided to work with what was already there rather than demolish,” he reflects. “Ten years ago, I would have done the opposite. Now I see value not only in sustainability but in the richness of history.”

The process was both critical and experiential. Before intervening, Zagorin and his family lived in the house, observing how light entered, how spaces were used, and even documenting stories from the former owners who had spent 50 years there. This dialogue informed every decision. Over two years, 400 square meters were redefined: the living room became the kitchen, the kitchen became the dining room, the dining area turned into a study, and service areas gave way to a sunlit family space.

Upstairs, bedrooms were redistributed and terraces added to strengthen the connection with the outdoors. One of the house’s most distinctive elements, a small tower with a spiral staircase, was preserved as a nod to 1920s Californian homes. By removing the walls that once enclosed it, the torreón now anchors the

interior as both heritage and spatial surprise. Sustainability was integral. The renovation included rainwater harvesting and treatment, solar panels, thermal insulation, and an 80 m² machine room with cisterns and hydropneumatic systems. These upgrades ensure not just comfort but resilience in a city where environmental strategies are urgent.

For Zagorin, the challenge was not perfection but adaptability. “Architecture should embrace, not just shelter. It must restore and bring peace,” he notes. His design prioritizes flexible, everyday living: informal living rooms, adaptable corners, terraces, and gardens that invite pause and renewal.

Designing for himself allowed a freedom rarely afforded in client projects. He admits to being less cautious with budget, opting for long-term quality over immediate savings— like choosing Italian windows over artisanal alternatives. “There is no perfect house,” he emphasizes. “Living daily with successes and mistakes is an ‘unbearable lightness.’ What matters is responsible, enduring decisions.”

With nearly three decades of professional practice, Zagorin has become a reference in Mexican architecture. Casa Kiki demonstrates the maturity of a vision rooted in negotiation with context rather than tabula rasa. More than a residence, it is an honest exercise in architectural empathy: a home that preserves memory, embraces imperfection, and proves that the future of design lies in creating magic with what already exists.

Lucio Muniain

Emotion as an Architectural Destination

For architect Lucio Muniain, designing his own house in Mexico City’s Roma neighborhood became a radical act of freedom—an opportunity to prove that architecture is not only meant to be inhabited but to move, surprise, and tell stories. “The only task of the architect is to excite,” he insists, distilling a philosophy shaped by humor, memories, and conviction. Living in his house turned it into a laboratory of mistakes, discoveries, and lessons. Plumbing mishaps, overheated water tanks, and structural adjustments became anecdotes that reinforce his belief in the importance of a trusted construction team. Yet these imperfections also highlight what Muniain values most: the emotional dimension of architecture. Function must always be resolved, but what remains is the ability to inspire wonder. Influenced by figures such as Barragán, Legorreta, Iturbe, and Sordo Madaleno, Muniain treats architecture as sculpture. He seeks to create pieces perceived as sculptural forms into which doors and windows are carefully carved. Music and painting also inform his

vision—languages of immediacy and intimacy that merge into his architectural expression. His approach resists imported trends detached from local life. Open kitchens may work in London, he argues, but in Mexico the rituals of preparing beans and quesadillas demand different solutions. Attention to cultural habits is as vital as aesthetics. Even the placement of a guest bathroom is designed to preserve comfort during social gatherings, demonstrating his obsession with experience. Central to his philosophy is the idea of the architectural journey. Inspired by Barragán and Casillas, he designs spaces that reveal themselves gradually, like a narrative or even a striptease—narrow hallways opening to luminous patios, gardens preceding vestibules, staircases bathed in light. “The magic lies in what wasn’t asked for,” he says, emphasizing that architecture’s power is in surprise. Muniain also reflects on the importance of the urban context. For him, a neighborhood is defined not by façades but by the diversity of its people and programs. He recalls moving to Roma when it was still unsafe; today, thanks to its mix of schools, galleries, restaurants, and bars, it has transformed into one of Mexico City’s most vibrant areas. “Community is created by people, not architecture,” he observes, comparing it to Manhattan’s plural intensity. Ultimately, his home is more than shelter—it is a manifesto. It affirms his belief that designing for oneself is an act of radical freedom, where errors become part of the narrative and architecture becomes an emotional experience. “My house is a laboratory of mistakes, lessons, and discoveries,” he reflects. Beyond walls and functions, it is a sculptural and emotional declaration: a reminder that what truly matters in architecture is not what is expected, but what unexpectedly transforms us.

Rosa Agraz A Dream Come True in San Ángel

For architect Rosa Agraz, her home in the picturesque neighborhood of San Ángel, Mexico City, is more than a residence—it is the fulfillment of a childhood dream. What once seemed like a fantasy became reality when, alongside her partner in life and work, architect Alejandro Solís, she discovered the chance to acquire a house in the very enclave she had long admired.

The purchase, however, was not universally celebrated. The neocolonial house, built in the 1970s, was dark, cold, and poorly distributed. Yet Rosa and Alejandro saw potential not in the façade but in the lush heart of the property: a green patio filled with trees and vines, reminiscent of Valle de Bravo or

Cuernavaca. This oasis became the anchor for a two-year renovation that transformed the building into Casa San Ángel, a sanctuary of light and openness.

As their own clients, the couple faced the challenge of making every decision together. One of the most pivotal was removing the TV room’s slab to create a double height, sacrificing square meters to invite natural light. The timing was personal, too: they moved in just a week before the birth of their youngest son, planting a tree in the garden to commemorate his arrival. From that moment, architecture and family life became inseparable.

Every corner of the house reflects careful design without losing intimacy. Concrete floors extend into the terrace, wood adds warmth to the bedrooms, and white walls amplify light. Mexican touches abound—antique family furniture, textiles from Chiapas, Talavera tiles, and hand-blown glass—creating an atmosphere that is both rooted and contemporary. “We didn’t want a perfect or untouchable space,” Rosa explains. “We wanted a home where you can feel that life is happening.”

Personal favorites reveal the house’s dual spirit. For Rosa, the bedroom with its large window onto vines and a bathtub facing the garden is a private retreat. For Alejandro, the floating staircase suspended by steel cables represents both technical challenge and design triumph. Initially unstable, it now stands as one of the most striking elements of the house.

Over time, Casa San Ángel has become a living archive of family memories—children’s games on the terrace, family gatherings around the patio, quiet mornings in the kitchen. These experiences have shaped the house as much as architectural drawings did. “Architecture truly transforms when it is lived,” Rosa emphasizes.

The process was not without mistakes, yet those missteps became part of its authenticity. Without the limits of a client, the couple experimented freely, turning their house into both a refuge and a laboratory of ideas. For them, its greatest value lies not in design perfection but in the way it reflects growth, joy, and presence. “At the end of the day,” Rosa concludes, “our house is not an experiment—it is a home. And that is what matters most.”

Félix Sánchez

Home as an Extension of Life

In the heart of Mexico City’s Condesa neighborhood, architect Félix Sánchez and fashion editor Anna Fusoni have created a home that embodies both intimacy and celebration. Their penthouse, designed within a former swimming school later transformed into a

residential building by their son Javier Sánchez (JSa), reflects a balance between family, architecture, and community.

For Sánchez, living in Condesa means embracing familiarity and rhythm. “We know the neighborhood like the palm of our hand,” he says, underlining how daily life connects to the urban landscape. From the outset, the house was designed as a personal project: bedrooms placed downstairs and a living room upstairs, opening onto a terrace that became a lifesaver during the pandemic. “Every home, no matter how small, must have a balcony or terrace that connects it to the outside,” he insists.

The apartment unfolds as a journey. Privacy defines the lower level—bedrooms and a study—while the upper floor celebrates sociability. A striking red staircase leads to the social core where kitchen, dining, and living areas blend into one continuous flow, extending toward a terrace that opens to the sky. The kitchen, located at the center, is “the soul of the house,” Sánchez explains, a place where cooking becomes an act of love and hospitality.

Objects and artworks also narrate the family’s life. Le Corbusier’s Basculant chairs, in use for over 25 years, coexist with adapted furniture by Fusoni. Works by Luis Granda and replicas of Fernán Leñé add artistic sensitivity, while the architect emphasizes the importance of space and light: “We Mexicans tend to fear emptiness, but voids and light are as essential as objects.”

Life inside the house is animated. From birthday parties to national celebrations and even the unrestrained shouting during soccer matches, the home functions as a stage for joy. During the pandemic, simple rituals such as preparing martinis with Anna in a corner of the living room became treasured moments. “My house has been a place of encounter, of laughter and joy. It reflects who we are,” Sánchez says.

The building itself speaks of resilience and precision. Designed to meet post-1985 seismic codes, its metallic structure ensures safety. Details like the stainless-steel railing by Bernardo Gómez Pimienta exemplify architectural craftsmanship. White epoxy flooring amplifies light, reinforcing the metaphor of the penthouse as “a ship floating in a green sea.”

Yet the home is not just about architecture— it is about community. For Sánchez, living in Condesa also means engaging with the neighborhood’s history: from its origins in the early 20th century to its bohemian character and now its gentrified allure. “A successful neighborhood always attracts people, but that can also lead to its own decline. We must preserve balance between what the community offers and daily life,” he warns.

Ultimately, this house represents Sánchez’s belief that architecture extends life itself: it creates spaces where memories and experiences unfold. “As long as we are alive, we must keep the joy of experiencing something new,” he concludes.

Casa Kiki , Yuri Zagorin Alazraki

The Chest of Roma: Pepe Moyao’s House-Studio

An encounter with a house that seemed to be waiting

In the aftermath of Mexico City’s 1985 earthquake, when the Roma neighborhood was scarred by uncertainty and abandonment, architect Pepe Moyao found opportunity in a 1913 mansion catalogued by the National Institute of Fine Arts. What others saw as decline, Moyao recognized as potential—a house that would become both his home and studio, and a manifesto of how the past can converse with the present.

The restoration took nearly two years, guided by a principle of respect: no demolitions, only reinforcements. Even when an internal wall collapsed, Moyao chose to preserve rather than replace it. The entire house was updated—floors, installations, details—yet the original structural system of interlocked bricks, designed to move like gelatin during earthquakes, was maintained. The result is a space that breathes modernity while preserving the memory of its century-old construction.

The adaptation blurred domestic and professional life. Living and working in the same place allowed Moyao to inhabit spaces filled with meaning: white, luminous interiors where objects and artworks find their place. Far from being a museum or a disguised office, the house is a living archive of both personal and professional history. Among its treasures are bricks once part of the Foro Sol, theatrical pulleys, a custom-designed stadium seat, a photograph of David Bowie at the Anahuacalli taken by Fernando Aceves, sketches by Matías Goeritz, works by Fernando Botero and Alejandro Santiago, and, most importantly, paintings by his son Santiago and photographs by his son Mateo.

For Moyao, the house embodies the philosophy of reconversion: transforming historic buildings into living spaces without erasing their identity. His work on the Roma mansion informed later projects like the Frontón México, a 1929 jai alai court reinvented as a cultural venue. “I deeply believe in rescuing historic properties. Don’t tear them down—reconvert them and give them new uses,” he affirms. The neighborhood itself mirrors this principle. Once deserted, Roma has become a hub of boutique hotels, restaurants, and cultural spaces that preserve its patrimonial value. Moyao imagines his own house could one day evolve into a hotel or restaurant, yet for now, it remains his “chest”—a container of memory and identity.

Ultimately, the house is more than a residence or studio. It is a personal statement:

architecture as continuity, respect, and reinvention. “It’s my chest, it’s where I preserve myself,” Moyao says. In that phrase lies the essence of a house that carries scars, stories, and possibilities, reminding us that memory can be contemporary.

Covadonga Hernández

A Timeless Refuge in Valle de Bravo

Amidst the forest and embraced by cedar trees stands the weekend retreat of interior designer Covadonga Hernández—a sanctuary where architecture, memory, and family life converge in balance with nature.

For Hernández, Valle de Bravo has long been more than a destination: it is a place of transformation and serenity. She recalls that “weekend houses are built out of memories,” and her own has evolved over two decades into a personal refuge. Purchased after an unexpected turn in a previous investment, the property—spanning nearly 3,000 square meters—was originally a modest brick construction. Over time, she redesigned it with her own vision: enlarging terraces, reimagining interiors, and creating fluid transitions between inside and outside.

The house grew in step with family life. The original kitchen was converted into a TV room, a new kitchen was placed to serve the terrace, and additional bedrooms were added to welcome friends and extended family. Materials, too, shifted from traditional clay to gray stone, creating a more timeless character. Hernández emphasizes that these changes were not only aesthetic but also func-

tional, adapting spaces to each stage of her children’s growth and to the gatherings that animate the house.

Art plays a subtle yet significant role. Unlike her Mexico City residence filled with collections, here she opted for minimalism: a cherished piece by César López Negrete and a few Oaxacan works accent stone walls and open atmospheres. Every corner bears her creative imprint, from a reconfigured dining space turned into a lively bar-height periquera to custom-designed furniture now part of MarqCó, her interior architecture company founded over 20 years ago.

The home’s openness proved invaluable during the pandemic, when the family lived there for five continuous months. Daily walks, work routines, and shared meals unfolded naturally, without the sense of confinement that dominated urban life. Hernández notes how the house “invites you to live it fully, not just to see it but to touch, explore, and experience it.”

Future transformations are already taking shape. She envisions an independent social area for her children, connected to the pool and garden, as well as a renewed landscape design by Pedro Sánchez, enhancing the entrance and integrating existing avocado trees.

Ultimately, this house is not merely a weekend getaway. It embodies Hernández’s philosophy: spaces adapt with time, mirroring human metamorphosis. It is a project that embraces, inspires, and preserves the essence of family. A timeless refuge, where walking barefoot, listening to music, or cooking a special meal becomes a ritual of freedom and connection.

Valle de Bravo House, Covadonga Hernández

Views, Memories and Silences: Designing for Oneself

For architect Matia Di Frenna, inhabiting his own work became an exercise in radical honesty. Designing his penthouse in Colima was not about spectacle, but about introspection—questioning every decision as if it were definitive. “It was much harder to design for myself than for any client,” he admits. Every material, every tone, was tested against the thought of living with it daily.

The project began not as a penthouse but as a single-family house planned on a 300 m² plot near a river and large trees. Urban growth shifted the site’s destiny: rezoning and a new avenue made a tower more viable. Two duplexes, two apartments, and finally the penthouse emerged—its elevated views of Colima’s volcanoes and ancient trees convinced Di Frenna to keep it.

Experience shaped his approach. His first rental house in Colima, hot and impractical, taught him essential lessons: orient spaces to airflow, design patios for ventilation, and create visual anchors. Living in his own apartment reaffirmed that “small can be better”: compact spaces and even low ceilings proved more comfortable than oversized, inefficient houses.

Material honesty defines the penthouse. Exposed concrete beams, wood, and steel express structure without disguise, demonstrating that simplicity can be aesthetically powerful. Far from minimalism, the design is sincere—personalized with books, objects, and travel memories that anchor his identity.

One of the greatest challenges was overcoming Colima’s skepticism toward tall buildings in a seismic zone. Convincing locals that a five-story residential tower could be safe required visible structural solidity as much as design elegance. Even then, lessons emerged: the lack of roofing in rear bedrooms became a recurring reminder of how architecture teaches through its flaws. “There is no perfect project,” Di Frenna reflects, “only spaces that evolve with their inhabitants.”

The pandemic further emphasized adaptability. Clients, he notes, often regret oversized houses when children grow up or leave, leaving behind costly, empty spaces. His own home demonstrates that restrained, well-planned architecture can be sustainable, practical, and deeply livable. “Excess quickly becomes a burden,” he advises.

Everyday use also redefined his expectations. The living room—once thought of as merely decorative—became the heart of daily life, hosting books, board games, and conversations. Conversely, the guest room remains

nearly unused, a reminder of the need for flexible, multifunctional design.

Ultimately, Di Frenna’s penthouse is more than a residence: it is a living laboratory. Within 300 square meters, it proves that architecture need not be monumental to be meaningful. By privileging function, freshness, and sincerity, the house reflects both a philosophy of restraint and a celebration of life’s evolving rhythms. It is a reminder that architecture not only shapes space but also transforms the one who inhabits it.

Gerardo García

The House as an Evolving Organism

Some architectural projects are defined by precise drawings and millimetric details, while others reveal themselves over time. The home of architect Gerardo García belongs to the latter: a space that has matured with his family and personal journey, becoming a tangible extension of both his professional thinking and his human sensibility.

Located in a neighborhood framed by fresh air and natural light, García’s residence is his fourth home, and perhaps the most meaningful. For nearly a decade, it has grown alongside his wife and children, not as a perfect object, but as a living organism. “Our house has evolved as we do,” he reflects. “It was never designed to be flawless from the start, but to mature with us through moods, stages, and family life.”

From the beginning, García chose not to discard what already existed. The apartment— left behind by a family moving abroad—had solid finishes that he decided to preserve out of respect for their value. Over time, he infused it with gradual interventions: reorganizing spaces, rotating artworks, and experimenting with light and furniture to achieve new balances.

Two terraces encourage gatherings, while a generous family room anchors daily life with laughter, films, and weekend breakfasts. A tall, luminous corridor, lined with red walls García has thought about repainting many times, acts as the symbolic threshold between social and private worlds. In every corner, personal stories unfold: wedding gifts, inherited artworks, impulsive acquisitions, and furniture that shifts like a skin adapting to new stages.

For García, imperfection is part of the appeal. “The perfect house might not interest me,” he admits. Unlike museums, restaurants, or offices that seek permanence, a home must adapt. It should embrace change without rigidity, welcoming guests without solemnity, offering a sense of belonging rather than display.

This philosophy makes his house a reflection of his identity as architect, interior designer, lighting specialist, and father. It is orderly yet alive, thoughtful yet flexible, aesthetic yet profoundly human. Visitors perceive it as harmonious and approachable—a place where one does not need permission to feel at home.

More than a container of objects, García believes, a house is an intimate mirror of its inhabitants: a space to be, to change, to grow, and to begin again. As his children mature and his artistic choices shift, the house continues to evolve, without a final chapter. Its essence lies in coherence with life itself—an architectural narrative that embraces transformation as part of its DNA.

Juan Carlos Baumgartner A House to Enjoy Life

In Mexico City’s Jardines del Pedregal, a neighborhood shaped by Barragán and Cetto, architect Juan Carlos Baumgartner transformed a neglected 1980s house into an intimate sanctuary where art, literature, food, and family converge. For someone accustomed to larger, more complex residences, this project marked a deliberate choice for simplicity, intimacy, and flexibility.

The house, located within a private street, offered safety for his children and the possibility of a freer lifestyle. Originally designed in a generic “Early America” style, it required a complete overhaul. Convincing neighbors to allow changes to the façade was the first challenge, but once achieved, Baumgartner embraced a renovation that balanced individuality with community.

Family participation was central. His children actively chose materials and finishes— even selecting Le Corbusier–inspired wallpaper for their room. “They chose many things, and that made the renovation personal and meaningful,” Baumgartner notes. For him, the process was relaxed, almost like a hobby: sketching ideas in spare moments rather than producing a full executive project.

One of his favorite spaces is the study, lined with books and overlooking the garden, where an Eames lounge chair offers comfort for reading and work. Walls were removed to create openness, allowing the kitchen, dining room, and terrace to flow together. “It’s the place where I spend the most time,” he explains.

The house also reflects his passion for collecting. Ceramics, textiles, rugs from Africa, and artifacts from Egypt fill the walls and shelves, making it “a very alive house, not the typical architect’s house where everything looks like the render.” Compared with his

Cuernavaca home, which is more curated and photogenic, this residence feels darker, cozier, and deeply personal—designed without compromises, except for the input of his children.

Constantly evolving, the home has adapted to changes in family dynamics. As his daughters leave for studies abroad, spaces transform into storage for an ever-expanding art collection. Yet the spirit remains the same: open, welcoming, and designed for sharing. A central sound system, kitchen bar, and fluid layout encourage gatherings. “The door is almost always open, friends of my kids come and go. Everything is designed to share,” Baumgartner emphasizes.

For him, designing his own house was about letting go of perfection. “I didn’t want to live in a magazine piece of art, but in a living space full of stories. If the bookshelf is saturated, that’s how it should be.”

Ultimately, the house is an extension of his personality: intimate, warm, filled with sensory details from the scent of wood and sandalwood to the textures of art and books. “My sister always says entering my house is an experience. That’s what makes it special,” he concludes.

Roy Azar A Home Where Art Speaks

In Mexico City’s Lomas de Chapultepec, architect Roy Azar has transformed a 1950s house into his most personal project: a residence that is simultaneously a studio, a gallery, and a family sanctuary. For Azar, the house is conceived as a blank canvas where art becomes protagonist and everyday life unfolds seamlessly within architecture.

When acquired, the property was closedoff and outdated, yet its generous garden and mature trees revealed its potential. Over four years, the house was radically reconfigured: walls were demolished, ceilings raised, floors lowered, and large glass panels installed to dissolve boundaries between interior and exterior. At its core, a sculptural staircase connects the five half-levels, bathing them in light and linking spaces into one fluid narrative. “My main goal was for the house and garden to become one,” Azar explains.

The intervention also expanded upward, adding a new level for his bedroom, office, and terrace overlooking the pool. Landscaping preserved the character of a mature garden, resisting contemporary design trends to achieve the sense of a place shaped by time. “I wanted it to feel as if it had always been here,” he says.

For Azar, the house is more than shelter; it is the setting where creativity emerges. His

study, lined with an eight-meter library and walls filled with photographs, paintings, and objects, is where ideas for new projects are born. Another favorite corner is his dressing room, where a desk facing the garden offers a quiet ritual each morning.

Family life is equally central. Open layouts and connected dining areas—formal, casual, and outdoors with a fireplace—make the home a stage for gatherings with children and grandchildren. “The house becomes the center of family and social life,” he notes.

Art defines the identity of the residence. Neutral backdrops of white walls and Carrara marble floors allow bold pieces to command attention: Pedro Friedeberg’s iconic chair, a bronze seat inspired by Mayan motifs, a paper-plane sculpture by Gonzalo Lebrija, and blue installations by José Dávila inspired by Dan Flavin. Each object carries a story, making the house a living archive rather than a decorative set. The library, painted in deep red, contrasts with the rest of the house, reflecting Azar’s restless spirit.

Designing for himself proved both liberating and demanding. Free of client negotiations, he was uncompromising: every decision had to fully convince him. “The space where you live speaks of you. It is your own language,” Azar affirms.

Founder of Roy Azar Architects, he is recognized for his eclecticism—moving between classical, rustic, and contemporary projects with equal ease. His home, however, is perhaps his most honest work: a space alive with memories, family, and art. “This house is not just an architectural project,” he concludes. “It is a living space, filled with what I am, what I was thinking, and what I love.”

Saidee Springall and José Castillo A House to Live, Feel and Share

For architects Saidee Springall and José Castillo, designing their own home was never about creating a showcase but about transforming an existing house into a living, evolving organism. Located in a traditional Mexico City neighborhood, their 1943 Californian colonial residence has been carefully adapted over time to reflect their family’s rhythms, professional sensibilities, and love for conviviality.

Initially, the couple lived in the house almost unchanged for eight years. Only then did they begin interventions guided by daily experience and economy. The most significant renovation came in 2017, when they reimagined the ground floor as a continuous social space linking kitchen, dining, and terrace. “We knew the kitchen was the heart of our

family and social life,” they affirm. Designed by Julianna Morais of Henrybuilt, the kitchen became both centerpiece and catalyst, opening up what were once fragmented rooms into a fluid environment filled with light and connection to the patio.

Flexibility defines the house. Upstairs, two small rooms became one larger bedroom for their daughters, while the top floor was transformed into a multifunctional area for work, media, and guests. “Instead of fragmenting, we opened. Domestic space should be flexible, visible, and shared,” the architects note.

Objects play as crucial a role as architecture. Original 1940s chandeliers, once destined for removal, were preserved and embraced. Furniture and design pieces by friends—Héctor Esrawe’s wood paneling and wine cellar, custom cabinets and stools by La Metropolitana—coexist with textiles from Chiapas, Talavera tiles, rugs by Marisol Centeno, and heirloom antiques. A unique collection of wooden spoons, gathered from travels across Japan, France, Italy, and beyond, fills a sideboard designed specifically to display them. For Saidee and José, these objects embody the soul of the house, bringing stories, affections, and connections into its everyday life.

The renovation also balanced cohesion with originality. Painting the wooden floors white unified disparate materials, giving neutrality and coherence to the eclectic mix. “We realized it’s also about learning to inherit and give place to things with history,” they reflect.

More than a design project, their house has become a refuge that thrives on openness. Friends, colleagues, and clients are welcomed into spaces meant for cooking, conversation, and shared rituals. The architects encourage others not to rush into furnishing but to let homes evolve organically, allowing unplanned discoveries to shape character over time.

Ultimately, their residence stands as both manifesto and laboratory. It honors its 1940s colonial essence while embracing layers of transformation, eclecticism, and memory. “We’re convinced that ‘single-style’ houses are for showing, not for living,” they conclude. Their home is a cabinet of curiosities, a journey of life and architecture intertwined—a place to live, to feel, and above all, to share.

Miguel Ángel Aragonés Where Light Dwells

In Mexico City’s Bosques de las Lomas, architect Miguel Ángel Aragonés designed Casa Rombo IV—a serene house-studio that merges art, life, and architecture through the elemental presence of light. Built over two decades ago and inhabited by Aragonés and his wife for

the past ten years, the residence reflects his belief that simplicity is the most challenging yet enduring quality in architecture.

The project consists of four stone volumes resting on uneven terrain, three dedicated to residential life and one to his studio. Together they form 1,102 square meters of interconnected spaces where water, reflections, and vegetation blur the boundaries between inside and out. White walls, ceilings, and floors amplify natural light, creating a sense of absolute peace. By day, the palette is defined by white, black, and the greens and blues of nature; by night, colored lighting transforms interiors into poetic atmospheres of blue, orange, purple, or pink.

For Aragonés, designing his own house was paradoxically the simplest task. Free from external negotiations, he allowed himself the liberty to adjust, err, and refine. The result is not a showroom or a museum but “a container of life,” where silence, intimacy, and laughter coexist. The home is lived, not exhibited: artwork rotates, furniture remains unchanged, and generous openings welcome the forest into daily life.

Discipline shapes his routine: work begins at seven in the morning and ends by late afternoon. Once a week, he and his team share lunch together, a ritual that balances joy and productivity. Evenings unfold with reading, music, chess, or cooking—simple acts that, like his architecture, embrace clarity and authenticity.

The atmosphere of Casa Rombo IV speaks through sensory experience. The rustle of leaves, the trickle of fountains, the scent of incense, and the play of shadow and light weave a narrative of calm and presence. For Aragonés, architecture—like poetry—should say much with few words. His house embodies that conviction: a refuge where the outside world is distilled into pure essence, and where living well is not about accumulation but about carefully choosing what remains, what enters, and what flows.

Ultimately, Casa Rombo IV is more than a home. It is a sanctuary for reflection, an instrument of light, and a manifesto of simplicity. It reaffirms Aragonés’s philosophy that the beauty of architecture lies in essentials—the merging of nature, silence, and light into spaces that nurture life itself.

Javier Senosiain Organic House, a Different Way of Living

In Naucalpan, Mexico, architect Javier Senosiain designed the Casa Orgánica over forty years ago—an experiment in living within the earth and reconnecting with nature.

Conceived as a peanut shell, with two lightfilled ovals joined by a narrow, dim tunnel, the house remains a pioneering example of organic architecture in Mexico.

Built in ferrocement, a flexible yet resistant material, the home was designed to achieve continuity, fluidity, and sculptural form. Half-buried under a green roof, it maintains a constant indoor temperature between 19 and 21°C, filtering pollutants and producing oxygen. Long before “sustainability” was a common term, Senosiain had created a microclimate where architecture and vegetation coexist seamlessly.

The spatial layout is both simple and profound. One “day” space unites living room, dining area, and kitchen around a suspended sculptural table that functions as workstation, kitchen counter, and dining table. A tunnel lined with ship skylights leads to the “night” space, where the circular bedroom opens to the garden and embraces its inhabitants with curved walls and a C-shaped bed. Ornamentation is minimal; windows frame the landscape, and built-in furniture doubles as sculpture. “The idea was not to fill it with souvenirs or objects—the house itself had to be the artwork,” Senosiain explains.

Living in the house has generated countless anecdotes. For his daughters, childhood meant playing hide-and-seek among the slopes of earth, drawing the house as a brown shape with green above—a vision misunderstood by teachers but emblematic of the home’s unique identity. Visitors once found the design eccentric, even unsettling. Today, with greater ecological awareness, younger generations appreciate its radical vision.

For Senosiain, the Casa Orgánica embodies a dialogue between the primitive and the futuristic. Inspired by caves and ancestral shelters, its forms also resonate with science fiction landscapes, recalling erosion by wind and water. “We didn’t want a futuristic house; we looked to the primitive. But sometimes the results appear futuristic,” he reflects.

Despite a few pragmatic adjustments—a failed integrated refrigerator, a ferrocement toilet replaced by a standard one—the house has remained unchanged in essence. “As an architect, I am satisfied with my house,” Senosiain affirms. His wife might have wished for larger closets, but the family embraced its experimental spirit.

Ultimately, the Casa Orgánica is not only a home but a manifesto. It challenges conventional notions of dwelling, rejecting rigid typologies in favor of spaces that feel serene, playful, and free. It is a house that wraps its inhabitants in earth, where windows become paintings and light carves the interior. More than four decades later, it stands as a timeless symbol of ecological living and a radically different way of inhabiting the world.

Casa Rombo IV, Miguel Ángel Aragonés

Objeto Glocal

NOVA

Bandido

La historia de la humanidad siempre ha mirado hacia arriba. Y es que la relación entre el ser humano y el cosmos está trazada por la contemplación. Con sus ritmos de luz y sombra, el cielo ha sido punto de referencia y brújula para entender el tiempo, el espacio y la materia. En esa observación cósmica nace NOVA, el nuevo capítulo de Bandido, una propuesta que transforma la luz en materia y el diseño en un puente entre lo tangible y lo intangible.

NOVA toma como punto de partida el equinoccio, ese instante en que el día y la noche se equilibran. A partir de este fenómeno universal, Bandido explora cómo la luz se expande, se desplaza y da forma a lo que vemos.

El resultado es una colección de luminarias que son más que objetos: son constelaciones de diseño que evocan equilibrio, expansión y serenidad.

bandidostudio.com

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