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Somos comunidad

Durante este año las Jornadas de Pastoral de Escuelas Católicas continuaron profundizando en los ejes de Escuela Evangelizadora. Si en 2024 las Jornadas giraron en torno a la comunidad educativa que somos, teniendo en el centro a Jesús, este año, y bajo el lema “Somos Comunidad”, los distintos encuentros abordaron la cultura organizacional de nuestros centros: sus valores, experiencias, costumbres, normas, modos de gestión y de liderazgo que nos caracterizan como comunidad educativa. Patricia Aguiar, Pedro Martínez, Paula Merelo y Juan José de la Torre fueron inspiración y compartieron su experiencia en las distintas citas.

La cultura organizacional: ¿Y esto de qué va?

PATRICIA AGUIAR RODRÍGUEZ. DIRECTORA DEL ÁREA DE PEDAGOGÍA DE LA FUNDACIÓN ESCUELA TERESIANA

¿De qué hablamos cuando decimos cultura organizacional en nuestras escuelas católicas? Con la pregunta que un adolescente me lanzó durante la preparación de la ponencia para las Jornadas de Pastoral inicio esta reflexión: “¿Y eso de qué va?”. La respuesta es clara y contundente: esto va de NOSOTROS. No se trata de algo ajeno o teórico, sino de la esencia misma de lo que somos y cómo vivimos nuestra misión educativa. Comenzamos con una mirada a la realidad.

El papa Francisco nos recuerda la necesidad de entender el contexto en el que vivimos y actuamos (1). La escuela católica solo alcanza su verdadero significado cuando ofrece un proyecto educativo y evangélico para hoy. Las palabras del año 2024 seleccionadas por la FundéuRAE (2) nos ofrecen una instantánea de nuestra sociedad, marcada por la polarización, la preocupación por los desastres naturales y el cambio climático, las guerras y los procesos migratorios, la desinformación, los problemas sociales.

En un mundo amenazado por el individualismo y la competitividad, “la educación se presenta como un acto de esperanza que mira hacia el futuro desde el presente” (3). La clave radica en que la escuela sea un “lugar mayúsculo de resistencia” que cultive lo más humano, la “no indiferencia” (4). La pregunta central es qué cultura se transmite para lograr el cambio anhelado, y la respuesta es clara: necesitamos “constituirnos en un NOSOTROS” (5). De esto trata la cultura organizacional.

Qué es la cultura organizacional

La RAE la describe como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales, materiales y afectivos que caracterizan una organización. Por su parte, Chat GPT la amplía como el conjunto de valores, creencias, normas, actitudes, costumbres, prácticas y comportamientos que comparten los miembros de una comunidad educativa y que caracterizan la forma en que se desarrolla el ambiente escolar.

En esencia, la cultura organizacional es la “personalidad”, el “alma” de la escuela, que guía su funcionamiento diario y su misión educativa. Es algo vivo, que evoluciona y se transforma, adaptándose a los cambios sin perder su esencia.

Ante la cultura organizacional existen riesgos: uno es creer que la vida de la escuela coincide con lo escrito en nuestros documentos, sin que estos principios traspasen la práctica diaria. Además, existen tentaciones: una de ellas es “echar balones fuera”, lo que implica evadir responsabilidades individuales al pensar que esto de la cultura no depende de mí.

En esencia, la tensión radica en la desconexión entre la cultura organizacional idealizada (plasmada en documentos) y la cultura organizacional real (vivida diariamente). Si esta brecha es significativa, la identidad y misión pueden verse comprometidas.

Las claves esenciales de la cultura organizacional son en primer lugar los valores compartidos, que no se declaran, sino que se viven y se transmiten por contagio. En segundo lugar, las estructuras organizativas, que han de ser participativas para dar voz a todos, colaborativas para trabajar juntos en torno a un proyecto común y dinámicas para adaptarse al contexto. En tercer lugar, un liderazgo evangélico que moviliza a la comunidad hacia una visión compartida asumiendo riesgos con mente abierta (apertura), corazón abierto (desarrollando la escucha empática) y voluntad abierta (moviendo a dar el paso posible). Y por último, el desarrollo personal y profesional del personal es fundamental para llevar a cabo la misión educativa.

Retos y desafíos para fortalecer la cultura organizacional

  • Recuperar el sentido de nuestra vocación educadora y el sentido de convocación. Reconectar con nuestro propósito individual y colectivo, con aquello que da significado a lo que traemos entre manos. Sentirnos convocados, “Alguien nos ha elegido pero con otros/as, para estar con Él y para enviarnos a predicar”, fortalece nuestra identidad comunitaria y nos impulsa a trabajar en torno a nuestro proyecto evangelizador.

  • Promover una cultura del acompañamiento desde los distintos momentos vitales de los educadores: procesos de iniciación, pasando por la consolidación, la experiencia, hasta llegar a la sabiduría de quienes llevan más tiempo en nuestros centros. En la etapa de iniciación juega un papel crucial la transmisión de la cultura del centro: dotar a los educadores de experiencias que les ayuden a conectar con la esencia de un proyecto evangelizador y a asumir el compromiso que implica formar parte de esta comunidad.

  • Cultivar la experiencia creyente en los educadores como algo “personal y transferible”. Solo así podremos compartir lo que vivimos y despertar en el alumnado la pregunta por el sentido y el deseo de encuentro con Jesús. Necesitamos actualizar el lenguaje y ser creativos, ofreciendo itinerarios específicos y sin presuponer los rastros de una fe heredada.

  • Hacer de las conversaciones un hábito en nuestras escuelas, creando espacios de participación donde las voces de todos sean escuchadas. Más conversaciones significativas nos permiten construir un “nosotros” sólido y compartido.

  • Practicar procesos de acción-reflexión-acción nos ayuda a analizar si nuestros procesos nos acercan al perfil de alumnado que queremos educar. Debemos vivir en la tensión constante de evaluar si lo que hacemos conduce a este fin, priorizando procesos pedagógico-pastorales que lo impulsen.

  • Afrontar los relevos en la función directiva con preparación y acompañamiento. Muchos acceden a dirigir equipos sin desearlo explícitamente, a veces sintiendo una pérdida de su vocación inicial. Es importante hacer sostenibles estos servicios, haciéndolos compatibles con la vida personal, ya que la imagen que proyectan quienes desempeñan estos roles actualmente es fundamental.

  • Apertura a la realidad y fidelidad al carisma. Ser fieles no implica una reproducción estática del pasado, sino una apertura a la realidad. La escuela debe enseñar a vivir, y la escuela católica debe enseñar a vivir la vida evangélica. Esto es lo que hace creíble nuestra propuesta y es un poderoso testimonio del Evangelio.

  • Tejer redes y superar la autorreferencialidad. Es crucial unir esfuerzos y crear alianzas con otras instituciones y organizaciones bajo la premisa de ganar-ganar. Salir de la autorreferencialidad es una necesidad: solos no podemos lograr la transformación que anhelamos.

Para concluir, un texto del papa Francisco: “Si yo les preguntara a ustedes cuál es la ausencia impresionante en el texto del Padre Nuestro, no sería fácil responder. Falta una palabra por la que todos tienen una gran estima. ‘Yo’ no se dice nunca. Jesús nos enseña a rezar, teniendo en nuestros labios sobre todo el ‘Tú’, y luego pasa al ‘nosotros’. La segunda parte del ‘Padre Nuestro’ se declina en la primera persona plural. Se reza con el ‘tú’ y con el ‘nosotros’. Es una buena enseñanza de Jesús. No lo olviden” (6). En definitiva, esto de la cultura organizacional va de nosotros, de fortalecer nuestra identidad compartida, de promover la colaboración y caminar juntos. Solo priorizando el “NOSOTROS” podremos construir un proyecto educativo vivo y esperanzador.

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1 PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 50, 2013.

2 https://www.fundeu.es

3 PAPA FRANCISCO, Mensaje para el Pacto Educativo Global, 2020.

4 ESQUIROL, JOSEP MARIA, La escuela del alma. Editorial Acantilado, 2024.

5 PAPA FRANCISCO, Fratelli Tutti, 17, 2020.

6 PAPA FRANCISCO, Audiencia General, 13 de febrero de 2019.

BIBLIOGRAFÍA

» ESCUELAS CATÓLICAS, Escuela evangelizadora. Una propuesta para encarnar el Evangelio en los centros educativos, 2019.

» PELLICER, C., El liderazgo educativo, motor de transformación en una institución escolar, Ponencia en el 25º Congreso Interamericano de Educación Católica, Colombia (2018).

» ESQUIROL, J. M., La escuela del alma, Editorial Acantilado, 2024.

» MOYÁ, D., Espiritualidad para educadores, Editorial Mensajero, 2011.

» LALOUX F., Reinventar las organizaciones, Editorial Arpa Editores, 2016

Construyendo sobre roca

(Mt 7, 24-27)

PEDRO MARTÍNEZ. COORDINADOR EQUIPO PROVINCIAL DE PASTORAL DE LAS ESCUELAS PÍAS BETANIA

“La cultura organizacional en una escuela católica se puede definir como el conjunto de valores, creencias, prácticas y normas compartidas que guían el comportamiento de todos los miembros de la comunidad escolar, desde los estudiantes y el personal docente hasta los administrativos y padres de familia. Esta cultura se basa en principios del Evangelio y la tradición católica, promoviendo la formación integral de la persona en todas sus dimensiones: espiritual, académica, moral y social” (ChatGPT)

Desmenuzando esta definición, estoy convencido de que el conjunto de valores y creencias de la escuela católica están claros para todas nuestras instituciones. Sin embargo, las dudas comienzan al detenernos en algunas de las demás palabras de la definición (“prácticas”; “compartidas”; “comportamiento”) porque la diferencia entre los valores a los que aspiramos y los que asumimos, compartimos y vivimos, es, en ocasiones, enorme. La “prueba del algodón” de lo que realmente tenemos asumido como organización está en las prioridades que tenemos y las decisiones que tomamos.

Primeras tentaciones dependiendo de nuestro rol concreto en la escuela

» Maestros. Pensamos que la responsabilidad es de los directivos del centro o de la institución que son quienes toman las decisiones y eligen las prioridades.

» Cargos directivos. Coincidimos en lo difícil que es poder priorizar en línea a los valores esperados con el personal del que disponemos o pensamos en el poco margen de maniobra que se nos deja desde los planes y proyectos de la institución.

Frente a la dificultad, tendemos a enfocar la mirada en aquello que pensamos no depende de nosotros. Sin embargo, todos somos parte de la organización. Todos colaboramos activa o pasivamente en la construcción del relato común que conforma nuestra cultura y somos (o no) palanca de cambio.

Aspectos clave para construir cultura organizacional

1. Estructuras al servicio de las personas

El término “estructuras” tiende a estar bastante denostado en el ámbito pastoral. Sin embargo, las estructuras bien generadas y utilizadas están al servicio de las personas porque:

» Dan horizonte. Permiten mantener el rumbo a pesar de los cambios de criterios personales, de cargos o de circunstancias e institucionalizar el pensamiento y el discernimiento de la organización manteniendo un relato común y consolidando el trabajo.

» Permiten que avancemos. Al garantizar horizonte y consolidar el trabajo, permiten que nos aupemos sobre lo generado por la organización durante años.

» Propician el trabajo en equipo evitando la dependencia de figuras muy significativas.

2. Liderazgo compartido

Hablamos de liderazgo (no de líderes) porque en la escuela católica no podemos estructurar este servicio si no es desde la comunidad que es la que evangeliza, la que convoca y la que “hace escuela”. En la escuela católica, todos lideramos: bien, mal, regular… todo el tiempo y en función de los valores propios. Tenemos una responsabilidad.

Diferentes claves para el liderazgo que proponemos:

» Espiritualidad. El liderazgo cristiano solo puede ejercerse en íntima relación con el discernimiento espiritual, con la vuelta a las fuentes (el Evangelio) y la oración. Si no, o nos falta fe y tenemos un problema de coherencia, o hemos entrado en una vorágine que nos aleja del servicio encomendado.

» Comunicación. Cómo comunicamos lo que comunicamos y qué comunicamos cuando lo hacemos llega, con suma facilidad, a formar parte de nuestra cultura organizacional asumida. Para bien, o para mal. La mayoría de los problemas comienzan con una mala comunicación.

» Acompañamiento/cuidado. Lo que implica caminar juntos (generar relación), dialogar (escuchar), cuidar (estar pendiente) y enviar a la misión (proponer).

» Estrategia. Es imprescindible contar con un horizonte claro hacia el que caminar en fidelidad, con una mirada de conjunto y con herramientas que permitan planificar y evaluar constantemente lo que hacemos. Esto requiere de recursos y los recursos son limitados.

» Búsqueda de relevos. Cualquier persona que asuma un cargo de responsabilidad debe pensar en su sustituto garantizando así la sostenibilidad de los proyectos e instituciones. Debemos tener en cuenta que, actualmente, la generación espontánea no funciona: hay que buscar, seleccionar, formar y acompañar.

» Participación. Buscar e implementar los modos de participación real es el único camino para un liderazgo compartido. Esta participación debe llegar a la toma de decisiones e implica formación y comunicación.

3. Formación continua

Para que la cultura organizacional de una Institución sobreviva en fidelidad a sus orígenes, debe asumirse que la formación no es opcional. Destacamos tres elementos clave:

  • Precisa recursos, cuesta dinero.

  • Debe poner el foco no solo en los contenidos concretos, sino también en los estilos y modos que la organización pretende mantener. Debe ser experiencial.

  • No puede ser igual para todos ni avanzar al ritmo de quienes están desenganchados o desmotivados. Precisa de una propuesta diversificada que cristalice en propuestas concretas a personas o grupos concretos.

Una última apreciación

La fidelidad de una institución a sus fundadores no se cimenta en la repetición de las respuestas que ellos dieron en un momento histórico concreto, sino en la observancia de sus intuiciones profundas, su modo de mirar el mundo y los rostros a los que fueron enviados.

Cuando soñamos con el presente y el futuro, no podemos dejar de volver a la fuente y encontraremos en ella las respuestas más radicales (de raíz). Sin embargo, no estaremos siendo fieles ni estaremos abiertos al verdadero discernimiento si el “siempre se ha hecho así” se consolida en nuestra propia cultura organizacional. La escuela católica es actualmente el instrumento más potente para la evangelización y la transformación del mundo, y por ello debe siempre estar atenta a los soplos del Espíritu y trascenderse a sí misma.

Una comunidad que sueña con el Evangelio

PAULA MERELO. EQUIPO PEDAGÓGICO DE MISIONEROS CLARETIANOS-PROVINCIA DE SANTIAGO

Quizá a estas alturas haya alguno que dude si realmente el lema de las Jornadas de Pastoral de este año es real, si verdaderamente “somos comunidad”.

Sin embargo, a pesar de todo y con todo, podemos afirmar con rotundidad que sí, que somos comunidad y una Comunidad que sueña con el Evangelio y que continúa el sueño de sus fundadores aquí y ahora, conscientes de formar parte de un proyecto común que nos supera y nos trasciende, como nos recordaba el papa Francisco: “Nuestra primera característica nace de la comunión. Nuestras clases no son mónadas, nuestras escuelas no son compartimentos estancos. Cada uno de nosotros y de nuestras actividades está en comunión con Dios que nos envía, con la Iglesia universal y local, en un proyecto común que nos supera y nos trasciende, al servicio de la humanidad. […] trabajamos juntos para un bien común, a pesar de nuestras diferencias” (1).

Si realmente nos creemos esto, entonces el foco no va a estar tanto en qué hacemos, sino desde dónde lo hacemos y ese convencimiento se convierte en sí mismo en signo y anuncio. Nuestra misión es el Evangelio y la llamada personal que cada uno de nuestros fundadores recibió y, como ellos, cada uno de nosotros. Una llamada que necesitamos actualizar. No podemos seguir repitiendo cosas “porque siempre se han hecho así”. Debemos mantener la esencia, pero actualizar los lenguajes. ¿Estamos sabiendo actualizar nuestros carismas? ¿Estamos sabiendo desarrollar una fidelidad creativa? ¿Somos fieles a nuestra identidad o estamos enfrentando identidad y relevancia ahora que parece que nos toca vivir “tiempos recios”?

A veces la identidad se diluye por problemas en la comunicación: ¿cómo comunicamos lo que vivimos? No nos vale solo con comunicar lo que hacemos, es necesario dejar claro por qué hacemos lo que hacemos. Simon Sinek, al hablar del círculo de oro de la comunicación (2), explica cómo los líderes que de verdad inspiran son aquellos que son capaces de transmitir sus motivaciones profundas porque así llegan a conectar con nuestras emociones.

Somos también una comunidad que pone en el centro a las personas y para hacerlo es esencial el cuidado: ¿Nos estamos cuidando? ¿Cómo lo hacemos? Porque cuidarse no es egoísmo, es un deber y una necesidad. Cuidar, cuidarnos, también es evangelizar. Hay muchas formas de cuidarnos: en la selección de personas, en la formación, cuidando la opción que un día hicimos por la comunidad educativa de la que formamos parte, cuidando las vocaciones educativas de quienes trabajamos en el colegio, tomándonos en serio el acompañamiento personal y profesional, etc. ¿Ofrecemos tiempos de calidad para escucharnos, para cuidarnos, para acompañarnos? ¿Qué tipo de relaciones estamos construyendo?

El reciente Sínodo de los Obispos recogía precisamente la importancia de cuidar las relaciones: “El deseo de relaciones más auténticas y significativas no solo expresa la aspiración a pertenecer a un grupo cohesionado, sino que corresponde a una profunda conciencia de fe: la calidad evangélica de las relaciones comunitarias es decisiva para el testimonio que el Pueblo de Dios está llamado a dar en la historia […] el cuidado de las relaciones no es una estrategia o una herramienta para una mayor eficacia organizativa, sino que es la forma en que Dios Padre se ha revelado en Jesús y en el Espíritu” (3).

Deberíamos ser capaces de pasar del ser meros compañeros de trabajo a ser comunidad en misión al servicio de la educación (4) y hacerlo, como nos invita el papa Francisco, contagiando la alegría del Evangelio, porque la sentimos, porque estamos convencidos de ella: “De alguna manera tienes que ser misionero, como lo fueron los apóstoles de Jesús y los primeros discípulos, que salieron a anunciar el amor de Dios, salieron a contar que Cristo está vivo y que vale la pena conocerlo. […] Esa también es tu misión. Cada uno la cumple a su modo, y tú verás cómo podrás ser misionero. […] No importa si puedes ver algún resultado, eso déjaselo al Señor que trabaja en lo secreto de los corazones, pero no dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás” (5).

Somos también Comunidad que genera nuevas formas de relación y una nueva cultura organizacional y en este aspecto la sinodalidad puede darnos muchas pistas. Para ello es esencial que todos los miembros de la comunidad nos sintamos corresponsables de la misión que nos ha sido encomendada. Los equipos directivos han de vivirse en clave de servicio, al servicio de las personas, pero todos somos corresponsables. ¿Cómo va la misión compartida?

“La sinodalidad es el caminar juntos de los cristianos con Cristo y hacia el Reino de Dios, en unión con toda la humanidad; orientada a la misión, implica reunirse en asamblea en los diferentes niveles de la vida eclesial, la escucha recíproca, el diálogo, el discernimiento comunitario, llegar a un consenso como expresión de la presencia de Cristo en el Espíritu y la toma de decisiones en una corresponsabilidad diferenciada” 6

Por último, podemos afirmar que somos una Comunidad que tiene prioridades y la primera es la pastoral: ¿qué lugar ocupa la pastoral en nuestros centros? La pastoral debería ser la columna que vertebrará todo el sistema, la base sobre la que construimos todo lo demás, pero, ¿realmente le damos prioridad? ¿Tiene voz, espacio, presupuesto? No seremos un colegio en pastoral mientras no seamos un claustro en pastoral, mientras no nos sintamos todos responsables, convencidos y nos vivamos como agentes evangelizadores. De la misma manera que buscamos la excelencia académica para nuestros alumnos, también deberíamos ser punteros en pedagogía de la cordialidad, porque el corazón es el centro de la persona. No se trata de hacer grandes cosas, sino de llenar de amor las cosas cotidianas del día a día, como decía santa Teresa. El papa Francisco dedicó su última encíclica precisamente al corazón y nos decía: “Si el corazón está devaluado, también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón, madurar y cuidar el corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón, perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía. Y nos perdemos la historia y nuestras historias, porque la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón” (7).

Así que sí, somos comunidad, una comunidad evangelizadora, y lo vamos a ser más y mejor porque caminamos unidos y nos sabemos parte de una misión que nos trasciende.

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1 Cfr. PAPA FRANCISCO, Carta a los participantes en el Congreso Internacional de Educación Católica, Diciembre, 2022.

2 SINEK, S., How great leaders inspire action, 2009. TedTalks. Página consultada en: https://www.youtube.com/watch?v=qp0HIF3SfI4 Diciembre 2024.

3 Cfr. Sínodo 2021-2024. Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. Documento final. Octubre de 2024, n.50.

4 Cfr. Jn 13, 35.

5 Cfr. PAPA FRANCISCO, Carta Encíclica Dilexit nos. 24 de octubre de 2024, n.216.

6 Cfr. Sínodo 2021-2024. Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. Documento final. Octubre de 2024, n. 28.

7 Cfr. Francisco. Carta Encíclica Dilexit nos. 24 de octubre de 2024, n.11.

Construir comunidad: misión urgente

JUAN JOSÉ DE LA TORRE. DIRECTOR PEDAGÓGICO DE UN CENTRO DE LA FUNDACIÓN EDUCATIVA SANTÍSIMA TRINIDAD

Los centros católicos llevan años transformando la historia de los barrios, pueblos y ciudades donde han estado enclavados, su misión no puede reducirse a la transmisión de conocimientos. Deben ser un espacio vivo donde se forje una comunidad con propósito, una comunidad que evangeliza desde lo cotidiano y que transforma la vida de quienes la integran. No basta con creer en la misión, hay que hacerla realidad.

La comunidad educativa es mucho más que un lugar de aprendizaje, entendemos por Cultura Organizacional los “Valores, experiencias, costumbres, normas, modos de gestión y liderazgo que nos caracterizan como comunidad educativa” (1), pero un centro educativo que quiera ser comunidad cristiana no es un conjunto de aulas ni un edificio con normas. No es lo que está escrito en las paredes, es lo que se respira en los pasillos. La verdadera comunidad educativa se siente, se vive, se respira en cada encuentro, en cada conversación, en cada gesto de apoyo y acompañamiento. Es el compromiso compartido de crear un ambiente donde la fe ilumina cada decisión, cada relación y cada acción.

Pero ¿cómo garantizamos que esta misión siga en pie? ¿Cómo aseguramos que nuestra labor educativa no solo forme alumnos, sino discípulos comprometidos?

Para responder a esta pregunta, debemos centrar nuestra atención en tres aspectos clave que consolidan una comunidad genuina: la toma de decisiones, la planificación y los tiempos, y la creación de estructuras que cuidan y son oportunidad.

La toma de decisiones: corresponsabilidad en la misión

Cada decisión debe reflejar la meta de construir comunidad y evangelizar. No podemos delegar la reflexión y la orientación exclusivamente a los equipos de pastoral. Algo falla cuando solo apostillan “los de pastoral”.

Debemos preguntarnos ¿quién lidera nuestro centro?, ¿quién ocupa cada puesto?, ¿cómo definimos los roles?

Si la evangelización es la razón de ser de la escuela, entonces cada persona que forma parte de ella, desde la dirección hasta el equipo docente y administrativo, debe estar comprometida con esta misión. No por obligación, sino por convicción. Es hora de fortalecer la corresponsabilidad entre laicos y religiosos, no como una solución ante la falta de vocaciones, sino como un compromiso compartido por el ideal de evangelizar y formar comunidad. Es hora de que cada docente, independientemente de cómo y por qué ha llegado al centro, defina su rol y nos muestre qué esperamos de él, aquí y ahora.

Planificación y tiempos: sembrar esperanza en cada espacio

El tiempo en una comunidad educativa no puede reducirse a horarios rígidos y agendas llenas de tareas. Debe ser tiempo vivido con sentido, espacio para la reflexión, para el crecimiento espiritual y para la celebración de la fe.

Como nos recuerda el libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo para todo”. En nuestra escuela debe haber tiempo para: la dimensión espiritual, que nutre nuestra misión; las relaciones auténticas, donde se construyen vínculos que trascienden; la celebración, porque una comunidad que no celebra se apaga; y la esperanza, porque no hay evangelización sin alegría.

Planificar no solo implica organizar actividades, sino también abrir tiempos para vivir lo esencial. La estrategia debe ser flexible e innovadora, debe permitir innovar y avanzar hacia el futuro con una mirada llena de fe e intención, adaptándose a nuevas realidades sin perder la esencia de la misión educativa. Entrar en la “activitis” sin sentido, sin razón, provoca no solo cansancio, sino pérdida del por qué y para qué de las acciones que emprendemos.

Recomiendo aplicar esta matriz ERAC que he adaptado y que nos invita a reflexionar en las acciones y estrategias a la luz de la Biblia.

Crear estructuras que cuidan y son oportunidad: porque evangelizar es acompañar

Una escuela debe ser un espacio de acogida, un refugio para quienes lo necesitan, un hogar donde se forman personas íntegras con vocación de servicio. ¿Un lugar de oportunidad y cuidado para quién?

a) Los docentes

¿Qué son los 50 m2 de mi clase para mí?, ¿permiten los 50 m2 mi desarrollo personal?

Y aquí está la singularidad. Se espera de nosotros “poco menos que la perfección”. Debemos saber escuchar, ser personas intachables, sin nada que corregir, con conductas irreprochables, capaces de ayudar, serviciales, disponibles, sin una palabra fuera de lugar. La responsabilidad de no ser capaces de estar a la altura, de sentirnos maestros, psicólogos, trabajadores sociales, detectives o expertos en leyes; la excesiva carga lectiva y burocrática; la falta de comprensión y colaboración de algunas familias; nuestra propia vida privada, etc., nos abruma. El tiempo nos devora.

Cuando creamos comunidad los docentes necesitan ser cuidados, valorados y deben saber a dónde van.

Para los docentes, ser cuidados significa ser vistos como profesionales que desarrollen relaciones de trabajo a largo plazo en un clima de confianza. Además, teniendo un profundo respeto al valor del individuo, con su mochila personal a cuestas.

En el día a día ser cuidado significa dar importancia al ¿cómo estás?… y nada más. A veces buscamos grandes rituales para las entrevistas personales y todo fracasa. El ¿cómo estás? del día a día abre puertas al diálogo, al corazón y al alma. Antes que cualquier milagro, Jesús sale al encuentro con los hombres. Así lo relata el Evangelio de Juan. Es necesario lo que el papa Francisco llamó “escuchoterapia”.

Nuestros docentes se sienten valorados cuando sienten que son lugar de encuentro con Dios, cuando hay agradecimiento y misericordia hacia ellos, cuando celebramos y damos importancia a los pequeños detalles.

¿Son los 50 m2 de mi clase un lugar de misión, desarrollo profesional y personal?

b) La institución

La escuela crea comunidad cuando existe una cultura organizativa que garantiza nuestra misión evangelizadora.

Es necesario que las instituciones seamos capaces de tener mirada de dron, separar el foco, distanciarnos y mirar hacia adelante. No basta crear estructuras que soporten esta estrategia de presente y futuro, es necesario acompañar procesos.

Al estilo de Jesús de Nazaret, debe haber un equilibrio entre el qué soy y el qué hago. Las redes sociales están llenas de ejemplos de estar en uno u otro extremo.

Si la escuela quiere formar líderes comprometidos, debe garantizar estructuras que sostengan este ideal. No podemos seguir desgastando a nuestros equipos, necesitamos formar apóstoles satisfechos, no mártires agotados. Morir por la causa es matar la causa.

La evangelización solo será efectiva si cada miembro de la comunidad se siente cuidado, acogido y respetado.

c) El alumnado

No podemos ignorar la crisis de sentido que muchos jóvenes enfrentan. Ya tenemos alumnos ¡hartos de vivir! En el libro “¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo?, de Francesc Torralba, Pierre está harto de vivir, pero, de hecho, no ha empezado a vivir. ¿Cómo hacerle ver que la vida puede ser una obra maravillosa?

La búsqueda del sentido no es, en ningún caso, una tarea solitaria. Es una tarea comunitaria.

Educar es ayudar a que los talentos florezcan. Es un acto de amor que libera y que permite la transformación personal y del entorno. Para ello es necesario que preparemos a nuestros alumnos para la intemperie, debemos romper la burbuja que rodea a nuestros centros y hacer a nuestros alumnos conscientes de su papel en la comunidad donde habitan. Así, deben conocer el mundo real, y no el ficticio que le hemos construido en los entornos seguros en los que se desarrollan, donde existe la frustración y donde la motivación nace de crear la voluntad de hacer algo.

Como comunidad debemos crear una escuela que no imposibilita, que no corta las alas a los potenciales de los alumnos. ¿Cuántos de nosotros estamos aquí y somos lo que somos porque alguien nos acompañó y animó? En definitiva: creyó en nosotros.

Nuestros alumnos son auténticas máquinas de detectar incoherencias, por lo que nuestro ejemplo en el día será nuestra manera de evangelizar. Nuestros alumnos saben y sienten que estamos ahí. Olvidarán lo que le hemos dicho, incluso lo que hemos hecho, pero nunca lo que les hemos hecho sentir.

Compromiso: hagamos Comunidad meraki

Tenemos el enorme reto de hacer vivo a Alguien invisible, palpable al Alguien intocable y que actúa en lo cotidiano. Y ahí estamos cada uno de nosotros en nuestra debilidad, con nuestras miserias, con nuestras dudas, nuestros problemas personales, familiares o comunitarios. Y nos asalta la duda: ¿yo, Señor?, ¿crear comunidad, yo?

No estaría mal que echáramos un vistazo al Evangelio y pusiéramos los ojos en el “perfil de entrada” de alguno de los doce, y en él encontraremos a apóstoles emocionalmente inestables, con cambios de humor, con intereses personales por encima de los de la sociedad, con tendencia a desconfiar, deshonestos en la justa percepción de impuestos, traidores… y, sin embargo, Jesús pone en ellos sus ojos para crear comunidad.

No esperemos a que otros asuman el desafío. Si estamos aquí es porque hemos sido cuidados, acompañados y formados. Ahora nos toca actuar.

Construyamos comunidad meraki: término griego que indica poner el alma y el corazón en cada acción, desde el amor y la creatividad, con la certeza de que nuestra labor es un acto de fe y transformación.

¿Seré yo, Señor?… Pues claro.

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1 ESCUELAS CATÓLICAS, Escuela Evangelizadora, 2019.

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