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El docente como artesano: el arte de educar y cuidarse

Carmen Urbina. Asesora del Departamento de Innovación Pedagógica de EC

Ser docente es, en esencia, una tarea propia del artesano. No es una labor mecánica ni repetitiva; es una obra en permanente construcción, tampoco se trata simplemente de transmitir conocimientos o aplicar estrategias pedagógicas. Enseñar es un proceso artesanal, como el artesano que trabaja la madera, el barro o el metal, el docente moldea con paciencia su oficio, su vocación y, sobre todo, a sí mismo. Cada día en el aula, cada charla con un alumno, cada encuentro con un compañero, son pequeños gestos que van dando forma a su identidad como persona y como docente.

Entre clases, evaluaciones y reuniones, va esculpiendo su vocación con la paciencia de quien trabaja la madera o la arcilla: aprendiendo de sus errores, descubriendo nuevas formas, reinventándose cada día. Pero, al igual que un artesano, no puede crear sin herramientas, sin formación, sin inspiración, de igual forma, si el docente no cuida sus herramientas -el cuerpo, la mente, las emociones-, la tarea se vuelve más pesada y pierde sentido. El crecimiento personal no es un lujo al margen de su labor: es una condición imprescindible para sostener el arte de enseñar.

El aula es un taller en constante movimiento. Allí, el docente trabaja con materia viva: los sueños, preguntas, emociones y potencialidades de sus alumnos. Pero no puede olvidar que él mismo también es una obra en proceso, necesita darse tiempo para pulir sus herramientas interiores: la paciencia, la empatía, la creatividad, la escucha. Como el artesano que detiene su labor para observar su obra, el docente requiere pausas que le permitan mirar hacia adentro, evaluar sus emociones, reconocer sus aciertos y aprender de sus fallos.

La vocación docente implica entrega, creatividad y presencia constante, pero también demanda pausas conscientes para recargar energía emocional. Un docente motivado y emocionalmente competente se siente más resiliente, es capaz de innovar y transmitir entusiasmo al alumnado.  El cuidado personal no es un capricho, sino una necesidad, tanto en lo profesional como en lo humano. Disfrutar de un café con calma o pasear tranquilamente al aire libre son gestos cotidianos que reconectan y fortalecen desde adentro. El descanso no solo restaura, también inspira. Porque solo quien se cuida puede seguir cuidando.

En los momentos de cierre de curso escolar, cuando el cansancio acumulado se hace evidente y el verano aparece en el horizonte como promesa de alivio, es cuando más urgente se vuelve recordar la necesidad del cuidado docente. Tal como el artesano limpia su taller, ordena sus materiales y prepara sus instrumentos antes de comenzar una nueva obra, el docente necesita espacios donde reparar los pequeños desafíos que ha dejado el curso escolar. Enseñar no es solo transmitir conocimientos, es poner algo propio en cada gesto, en cada clase, en cada relación. Por eso, después de tanto dar, es muy importante recuperar el equilibrio y la energía emocional.

En este proceso de recuperación, la gratitud aparece como una herramienta potente y transformadora. En el aula-taller del docente-artesano, la gratitud actúa como ese barniz que protege la obra sin ocultarla, que resalta sus vetas más bellas y suaviza sus imperfecciones. Agradecer no solo es un gesto hacia el otro, es también una forma de mirar el mundo con profundidad. En la práctica docente, donde muchas veces se sobrevalora la eficacia y se pasa por alto lo emocional, cultivar la gratitud permite sostener el sentido profundo de la vocación. Cuando un docente se detiene a agradecer lo aprendido, lo compartido, lo superado, se reconoce a sí mismo como protagonista de un camino vital. Y al hacerlo, refuerza su compromiso y renueva su entusiasmo por enseñar. Es una manera de recordar que no está solo y que su labor tiene sentido.

La vocación docente implica entrega, creatividad y presencia constante, pero también demanda pausas conscientes para recargar energía emocional

En este proceso de recuperación, la gratitud aparece como una herramienta potente y transformadora. En el aula-taller del docente-artesano, la gratitud actúa como ese barniz que protege la obra sin ocultarla, que resalta sus vetas más bellas y suaviza sus imperfecciones. Agradecer no solo es un gesto hacia el otro, es también una forma de mirar el mundo con profundidad. En la práctica docente, donde muchas veces se sobrevalora la eficacia y se pasa por alto lo emocional, cultivar la gratitud permite sostener el sentido profundo de la vocación. Cuando un docente se detiene a agradecer lo aprendido, lo compartido, lo superado, se reconoce a sí mismo como protagonista de un camino vital. Y al hacerlo, refuerza su compromiso y renueva su entusiasmo por enseñar. Es una manera de recordar que no está solo y que su labor tiene sentido.

Crear espacios de cuidado desde la comunidad educativa

El cuidado del docente no puede ser solo una responsabilidad individual. Como comunidad educativa, tenemos la tarea de generar contextos que habiliten el bienestar emocional. Esto implica diseñar tiempos y espacios reales para la reflexión, el acompañamiento, la expresión emocional y el desarrollo personal.

Desde Escuelas Católicas estamos poniendo “cabeza, corazón y manos” para seguir generando cultura de cuidado en nuestras instituciones En el marco de las recientes reuniones de Secretarios Autonómicos y de los grupos de trabajo del Proyecto EC 360, se han generado espacios de auténtica cercanía y reflexión compartida. En este contexto, uno de los temas que emergió con fuerza como una prioridad ineludible fue el cuidado del docente.

Bajo el impulso del Departamento de Innovación Pedagógica y, más concretamente a través un equipo de reflexión de asesores pedagógicos de las sedes autonómicas, se ha identificado esta cuestión como una necesidad urgente dentro de nuestras comunidades educativas. Como respuesta, se ha reflexionado sobre cómo crear espacios y momentos para el cuidado del docente y su crecimiento personal”.

Fruto de esa reflexión compartida nace una herramienta concreta, sencilla y profundamente significativa: el “Cuaderno de reflexión y gratitud para docentes”. Un recurso pensado para acompañar al docente en su bienestar emocional y promover una cultura educativa más humana.

Una herramienta para esculpir desde adentro

Este cuaderno no es un manual ni una guía técnica. Es más bien un diario artesanal, una invitación a la pausa y a la introspección. A lo largo de sus páginas, el docente encuentra un espacio para recoger lo vivido, reconocer lo sentido, agradecer lo recibido y dar sentido a su proceso.

Cada semana se proponen una serie de preguntas que invitan a observar el día a día con una mirada reflexiva: ¿Qué momento fue inspirador?, ¿qué desafío me desmotivó y qué sentimientos me ha provocado?, ¿qué aprendí sobre mí en esta semana?, ¿cómo he contribuido al bienestar de mis alumnos o compañeros? o ¿qué puedo agradecer hoy y a quién?, entre otras.

Se considera valioso que, antes de comenzar a escribir en el cuaderno, el docente se tome un momento para conectar con su interior. Por ello, se sugiere iniciar cada semana con una breve pausa guiada a través de un audio, que incluye una oración también diseñada para favorecer la calma, la conexión personal y la concentración. Este espacio de recogimiento ayuda a crear un clima propicio para la introspección, permitiendo que la escritura posterior sea más significativa.

Al finalizar cada mes, el cuaderno ofrece una síntesis que permite ver la evolución personal, reconociendo patrones, aprendizajes, necesidades y metas. También se incluye un espacio para reflexionar sobre las relaciones con los alumnos: qué funcionó, qué no, y cómo fortalecer esos vínculos que están en el corazón mismo del proceso educativo.

Como cierre de cada bloque, se propone tener un acto de gratitud: escribir una nota de agradecimiento a uno mismo o a otro. En el fondo, dar las gracias, es una forma de cerrar el círculo de la creación: reconocer que cada acto educativo es también una obra compartida.

Anexo al cuaderno se ha diseñado una infografía con frases motivadoras, pensada como herramienta visual que pueda colocarse en la sala de profesores o en el escritorio, siendo una forma de hacer visible lo invisible: de recordar que el arte de enseñar comienza por el arte de cuidarse.

El docente, como artesano de sí mismo, sabe que la perfección no existe, que cada curso, cada clase, cada experiencia lo transforma. Y por eso, necesita herramientas que le permitan no solo enseñar mejor, sino sentirse mejor.

Cuidar al que cuida es una responsabilidad compartida. Es una apuesta por una educación más humana, más plena y más consciente. Porque cuando el docente se dedica tiempo, se escucha y se reconstruye, talla con mayor precisión su manera de enseñar y de acompañar. Así, la escuela se convierte en un espacio de creación donde cada alumno es también una obra en proceso, acompañada por manos que han aprendido primero a modelarse a sí mismas.

Hoy más que nunca, cultivar el cuidado docente no es una opción: es el acto más radical y amoroso de esperanza en el taller cotidiano de la educación.

Agradecemos la participación e implicación en la elaboración del Cuaderno de Reflexión y de la Infografía a los asesores pedagógicos de las sedes autonómicas de Escuelas Católicas: Ángel Crespo (Castilla y León), Teresa Duserm (La Rioja), Arantza Jaka (País Vasco), Jose Ignacio Peña (Comunidad de Madrid), Violeta Pérez (Islas Baleares), Javier Roig (Comunidad Valenciana) y Rebeca Ruiz (región de Murcia)

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