
14 minute read
El balcón de la vida
from Revista EC 118
Dolors Garcia Gispert. Directora del Departamento de Pastoral de EC
El jueves 8 de mayo estas dos palabras: Habemus Papam generaron gran expectación en todo el mundo. Millones de personas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, los que dudan, los que esperan o desesperan, todos, buscaban algo más que el nombre del sucesor de Pedro; un gesto, una palabra, quizá un indicio de hacia dónde continuaría caminando hoy la Iglesia. ¿Quién será? ¿Qué rostro tendrá? ¿Qué heridas tocará? ¿Qué acciones priorizará? ¿Con qué estilo? Desde ese balcón, León XIV rompió el silencio regalando lo primero que Cristo resucitado ofreció a los suyos: la paz que describió como “desarmada, desarmante y perseverante”, que nace del amor incondicional de Dios y que desea que alcance a cada persona, en cada rincón del mundo.
Desde ese balcón reconoció con gratitud la voz valiente y débil de Francisco, que bendecía a Roma y al mundo, y quiso continuar esa bendición recordándonos que “el mal no prevalecerá” y que “estamos todos en las manos de Dios”. Se presentó como hijo de San Agustín, con aquella frase que nos resuena y que nos interpela: “Con ustedes soy cristiano, para ustedes, obispo”. Habló de una Iglesia misionera, de brazos abiertos, que escuche, que camine, que construya puentes, que no tenga miedo de estar cerca del que sufre. Saludó con emoción a su gente de Chiclayo, que le ayudó a ser pastor desde lo pequeño y terminó como empezó: rezando con el pueblo, confiando la misión a María. Un inicio que no apunta al protagonismo, sino al camino compartido.
Pero tras aquella primera aparición desde el balcón van surgiendo los otros muchos espacios donde también somos llamados a estar y por donde el Espíritu no deja de soplar con fuerza y hacer llegar su paz. Seguimos estando invitados a bajar, a salir de ese balcón simbólico y encarnar el Evangelio en los balcones cotidianos del mundo, allí donde la vida sucede, donde la Iglesia se hace cuerpo y cada uno descubre que forma parte viva de él.
No basta con bajar: también hay que reconocerse parte. No como observadores, sino como miembros vivos de un cuerpo en el que cada uno es necesario. Nos lo recuerda san Pablo en la primera carta a los hermanos y hermanas de Corintios 12:14-17.21: “Por su parte el cuerpo no está compuesto de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: como no soy mano, no soy del cuerpo, ¿dejaría por eso de pertenecer al cuerpo? Y si el oído dijera: como no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿dejaría por eso de pertenecer al cuerpo?... Por eso, aunque hay muchos miembros, el cuerpo es uno”.
Pongamos la mirada fija en una parte del cuerpo, en el que salió al balcón, el nuevo obispo de Roma, pero no para quedarnos en él solo, sino para luego continuar escuchando y activando los otros miembros. Para ello nos ayudará a reflexionar la respuesta que el entonces obispo Robert Prevost dijo respondiendo a la pregunta de cómo debe ser un buen obispo: “Ser un buen obispo es ser un buen pastor: acompañar al pueblo de Dios y vivir cerca de él. No se trata de estar aislado. Como ha dicho claramente el papa Francisco en muchas ocasiones, él no quiere obispos que vivan en palacios, sino obispos que cultiven una relación auténtica con Dios, que vivan en comunión con los demás obispos, con los sacerdotes y, especialmente, con el pueblo de Dios.
El reto está en encontrar caminos para seguir siendo un pastor que camina con su pueblo, que escucha, que se deja tocar por sus historias, que no se aísla
Un obispo debe reflejar la compasión y el amor de Cristo, guiando a la comunidad eclesial, formando comunidad y enseñando lo que significa ser parte de la Iglesia. Esto implica una gran capacidad de escucha y de diálogo, así como la disposición para promover la sinodalidad, reconociendo su importancia vital dentro de la Iglesia.
El obispo necesita muchas habilidades: debe saber gobernar, tener capacidades administrativas y organizativas, y ser capaz de relacionarse bien con los demás. Pero, por encima de todo, debe proclamar a Jesucristo y vivir la fe de manera que su testimonio despierte en otros el deseo de formar parte de la Iglesia, que es Cristo mismo.
En definitiva, su misión es ayudar a las personas a conocer a Cristo, a tener experiencias reales de fe, y a sentir el amor de Dios actuando en sus vidas”.
Destacamos tres ideas que pueden ayudarnos a todos, no solo a los más de 5.400 obispos que hay en la Iglesia:
1. Vivir cercano al pueblo de Dios, sin aislarse
Para un obispo, estar cerca del pueblo de Dios es esencial, pero cuando se es el papa, esa cercanía se vuelve más compleja. Las exigencias del cargo, la seguridad, los compromisos y la estructura misma del Vaticano pueden convertirse en barreras que dificultan el trato directo, sencillo, cotidiano con la gente. Él, que en Perú se rodeó de tanta gente sencilla que modeló su corazón yankee entre el barro de Piura, Chulucanas y Chiclayo. Fue allí donde eligió su lema: In Illo uno unum, una expresión de san Agustín de Hipona que recuerda que también nosotros, aun siendo muchos, “en Aquel uno -o sea en Cristo-, somos uno”.
El reto está en encontrar caminos, aun en medio de esas limitaciones, para seguir siendo un pastor que camina con su pueblo, que escucha, que se deja tocar por sus historias, que no se aísla. No hay que emitir juicios rápidos y comparar la diferencia entre Francisco, viviendo en Santa Marta, y la de Prevost, viviendo en el palacio apostólico. Lo que habrá que hacer dentro de un tiempo es ver lo conectado que está con la realidad y si ha podido encontrar y cuidar estos espacios de cercanía y salud. Es cierto que hay lugares, espacios, barrios que a mi, personalmente, no me dejan indiferentes y me ayudan o gritan a vivir con coherencia, pero el don de la inserción, la humildad, la cercanía y el “oler a oveja” hay que pedirlo y suplicarlo cada día, vivamos donde vivamos.
Decía san Agustín en el sermón 61: “Dad, pues, a los pobres. Os ruego, os lo aconsejo, os lo prescribo, os lo mando. Dad a los pobres lo que queráis. No ocultaré a Vuestra Caridad por qué me fue necesario predicaros este sermón. Desde el mismo momento de salir de casa para venir a la iglesia y al regresar, los pobres me salen al paso y me dicen que os hable, con la esperanza de recibir algo de vosotros. Ellos me impulsaron a que os hablara. Y cuando ven que nada reciben, piensan que es inútil mi trabajo con vosotros. También de mí esperan algo. Les doy cuanto tengo; les doy en la medida de mis posibilidades. ¿Acaso soy yo capaz de satisfacer todas sus necesidades?”.
En el servicio que cada uno tenga en su comunidad educativa, religiosa, diócesis: ¿Qué espacios me ayudan a no aislarme de la realidad que viven las personas? ¿Cómo estoy saliendo al encuentro de los que tengo cerca? ¿Qué mecanismos (a veces inconscientes) uso para protegerme de la realidad sufriente… y cuáles debería atreverme a dejar?

2. Promover la sinodalidad y el diálogo
La sinodalidad no es solo una palabra de moda; es un estilo de Iglesia que escucha, que camina junta, que se deja interpelar por la diversidad de voces que la habitan. Para el papa, impulsar esta dinámica representa un desafío profundo, porque debe hacerlo no solo desde Roma, sino pensando en toda la Iglesia universal, con sus diferencias culturales, sus tensiones internas, sus resistencias. Escuchar de verdad y fomentar un diálogo que no excluya a nadie requiere paciencia, discernimiento, mano firme y una fe grande en la acción del Espíritu.
Todos sabemos las resistencias que encontró Francisco para impulsar no solo un sínodo, sino una verdadera dinámica sinodal regeneradora de vida, donde todo el Pueblo de Dios pudiera sentarse a la misma mesa y ser escuchado: cardenales, religiosos, laicos... todos llamados por su nombre, no por su cargo, sino por ser hijos e hijas de Dios. Algunos vivieron este signo como profético, como un avance, pero también muchos otros como amenaza, moda pasajera y una clara evidencia de la debilidad institucional y de un bajo liderazgo. ¡Qué pluralidad!, o mejor dicho, ¡qué polaridad! Otro gran reto que tendrá León XIV. Quizá por eso ya nos ha hablado varias veces de amor y unidad como herramienta clave para poder ir más allá del balcón.
San Agustín en el sermón 306 dijo: “Dado que hablamos del camino, comportémonos como si fuéramos de camino: los más ligeros, esperad a los más lentos y caminad todos a la par”.
Qué complicado caminar a la par, sentirnos en camino junto con otros. Qué reto el de abrir espacios en los que no se trate de ver quién llega antes, sino de ir avanzando todos juntos, de ampliar lo que pensamos y pasar de “mi círculo, mi gente, mi movimiento, congregación o parroquia” al “nuestro” para que pueda entrar gente que ni habíamos pensado, imaginado y que… son también llamados, amados, enviados y convocados por el mismo Señor, el mío y el tuyo, el que también es el de ellos. ¡Qué necesidad de continuar creyendo en la sinodalidad, en la comunión, en el diálogo y la escucha! Qué llamada tenemos tan grande a empujar espacios de encuentro y a hacer vida el Evangelio en lo concreto y diario. Aterrizar la realidad global en lo local tejiendo redes unos con otros. Menuda invitación para mirar más allá del balcón.
¿Qué decisiones concretas estamos tomando para pasar del “mío” al “nuestro”? ¿Qué oportunidades de comunión, colaboración o red tengo cerca… y estoy aprovechando? ¿Abro espacios reales donde otros -distintos a mí- puedan sentirse acogidos, convocados, parte?
3. Ser testimonio que inspire y lleve a Cristo
Quizá el mayor reto para el papa, como para cualquier obispo, como para cualquier cristiano es vivir el Evangelio de manera tan transparente que, al mirarlo, al mirarnos otros deseen conocer a Cristo o, como mínimo, agarrarse y dejarse empujar por dinámicas de vida. Ni más ni menos.
Hacerlo desde un lugar tan visible y tan expuesto como el que él ocupa, en medio de tantas expectativas, críticas y presiones, no es fácil.
Se necesita una fe profunda, una vida interior sólida, y una humildad que no dependa del aplauso ni del juicio. Porque solo cuando el testimonio es auténtico, sin adornos ni estrategias, puede tocar los corazones y despertar el deseo de Dios.
Qué precioso encontrar a alguien que sonría, que en medio de las dificultades haga de la amabilidad bandera. Qué suerte dedicar tiempo para cuidar aquello que nos mueve internamente, que nos hace circular nuestra savia, sin obviar las dificultades ni volvernos fans de “Miss Wonderfull”. Ojalá potenciemos espacios, tiempo, esfuerzo, inversiones para que nuestros colegios estén llenos de profesores con vocación al servicio, ojalá que este servicio lo vivan como envío y misión.
Decía san Agustín en el sermón 7: “Ama y haz lo que quieras; si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor”.
El amor. Le deseamos a León XIV que se mueva con, para y desde el amor, y que los que se sienten fuera de la Iglesia, por el motivo que sea, puedan ver detrás de su sonrisa tímida un signo de acogida y bienvenida, un signo de invitación al seguimiento de Jesús.
¿Qué lugar real ocupa la oración en mi vida y cómo la cuido? ¿Qué me sigue atrayendo hoy de Jesús de Nazaret, incluso en medio del cansancio o la rutina? ¿Dónde se me está invitando a dar un paso más para parecerme a Él… y qué resistencias tengo?
Más allá del balcón nos espera la vida. La llamada a redescubrir, reescuchar y actualizar nuestro bautismo no es opcional: es la tarea. Todos somos llamados a vivir como sacerdotes, profetas y reyes. A todos y cada uno se nos regala ceñirnos la cintura, agacharnos y ponernos a lavar los pies, a entregar la vida sin renunciar a la cruz, y a proclamar, con nuestra propia vida, que Él sigue vivo, que ha resucitado y que camina a nuestro lado. Así de fuerte e interpelador.
No nos dejará solos. Menos mal que nos envía el Espíritu, la Ruah Santa, para seguir andando. Un Dios que, como nos decía el de Hipona, “no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas, pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas”.
Y en ese camino, no podemos olvidar a quienes hoy caminan en los márgenes: las familias rotas por la guerra o violencia en los barrios, los migrantes que huyen de la pobreza, los jóvenes que no quieren ni saben soñar, por los que han perdido el sentido y quieren dejar de sufrir, los enfermos que viven en soledad, los que sienten que ya no tienen lugar en la Iglesia. Ellos también son parte del cuerpo. Ellos también esperan que alguien baje del balcón y les mire a los ojos.
Habemus Papam. Pero también, y sobre todo: Habemus Ecclesiam Una Iglesia que camina. Que escucha. Que educa. Que se arrodilla para servir, en nuestro caso desde la educación. Una Iglesia viva que construimos tú y yo, y por supuesto también el papa, y todos, todos, todos; una Iglesia que sigue interpelada, aquí y ahora, desde tantos balcones del mundo por el mandato amoroso del “haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19).
Le deseamos a León XIV que se mueva con, para y desde el amor, y que los que se sienten fuera de la Iglesia puedan ver detrás de su sonrisa tímida un signo de acogida y bienvenida, un signo de invitación al seguimiento de Jesús
OPINIÓN
Comparto la alegría del papa León XIV
P. Miguel Ángel Fraile Fernández Presidente de Escuelas Católicas de Madrid y director del Colegio Nuestra del Buen Consejo de Madrid

Desde la alegría que tenemos toda la familia agustiniana al tener como papa de la Iglesia católica a un hermano agustino, Robert Francis Prevost, ahora León XIV, que ha sido también durante 12 años nuestro superior general, escribo estas palabras para subrayar aspectos de nuestra misión evangelizadora en la escuela, y que la Iglesia nos ha encomendado como educadores en los colegios de la Orden de San Agustín en España y en todo el mundo.
Me gustaría destacar el sentido de comunidad y de amistad que brota de la esencia de nuestro carisma y que es lo que mejor podemos ofrecer desde nuestra tarea en la misión como educadores.
Desde el ámbito de mi ejercicio, animo a todas las familias, a todos los profesores, personal de servicios y a quienes son la razón de nuestro trabajo, alumnos y alumnas del colegio, a seguir cuidando cada uno de los aspectos que fundamentan nuestra forma de enseñar y aprender, para seguir creciendo; la búsqueda de la Verdad y el camino de la interioridad que conduce cada uno de nuestros pasos. La verdadera libertad para elegir bien en cada momento, siempre acompañados por la seguridad que nos da la amistad, fundamentada en el amor recibido por Dios y amparado en la solidaridad y comunión cristiana.
En nombre de todos los religiosos agustinos y recordando su lema episcopal In Illo uno unum, palabras que san Agustín pronuncia en un sermón sobre el salmo 127, para explicar que “aunque los cristianos somos muchos, en el único Cristo somos uno” reitero así la necesidad de trabajar unidos en la apasionante tarea de educar, para como también nos ha recordado el papa, enseñemos desde el convencimiento que el Señor como único Maestro nos ayude a transmitir lo que tenemos que enseñar y más aún, lo que tenemos que aprender, porque en la escuela donde Él educa, es nuestro único Maestro. Un abrazo desde la alegría compartida.