El Comentario Semanal
Edición de No. 447

Lunes 18 de marzo de 2024


José Agustín 1944-2024


Edición de No. 447
Lunes 18 de marzo de 2024
Augusto Cruz
José Agustín se ha ido. El consuelo que nos queda, más allá de la tristeza por la pérdida, es que estás cinco palabras, por más poderosas que sean, no lograrán llevar al olvido al generoso escritor ni a su obra. Quienes defendieron por décadas el orden establecido en la literatura mexicana, pasaron por alto que tras cada orden que se instaura, viene uno a reclamar su lugar. La irrupción de una nueva y fresca generación de escritores, encabezados por el propio José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña, sólo por mencionar algunos, surgieron en una coyuntura cultural, social y política, que alteraba y cuestionaba los viejos órdenes. Cabello largo, lenguaje propio, desobediencia a las estructuras paternales, el rock como la nueva música clásica, cuestionamientos al gobierno, serían algunos de los ingredientes de un coctel, cuya copa se quebraría política y socialmente con la masacre de Tlatelolco y El Halconazo, el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971.
Fue la figura principal de una nómina de escritores iconoclastas, convencidos de la necesidad de darle la espalda a las grandes escuelas literarias que dejó a su paso la Revolución mexicana.
¿Un hombre nace en su tiempo o hace suyo el tiempo en que le toca vivir? ¿Qué hubiera pasado si Pedro Páramo de Juan Rulfo se hubiera publicado diez años antes o diez años después de su aparición? ¿El destino de la novela y de una parte de la literatura mexicana habría cambiado? ¿La canción Los tiempos están cambiando de Bob Dylan o San Francisco de Scott McKenzie tendrían el mismo impacto generacional de haberse compuesto en su tiempo o quince años después en retrospectiva? ¿El poder, el mensaje, la importancia generacional serían las mismas?
Cada cierto tiempo la literatura de un país necesita revitalizarse en temas, formas y lenguaje, a fin de poder reencontrar a sus nuevas generaciones de lectores. José Agustín abrió el camino a nuevas y experimentales formas narrativas, y provocó, junto con otros, una revolución temática y del lenguaje. Si dos palabras pudieran definir a José Agustín como escritor serían: cismático y talentoso. La crítica no fue ajena a este levantamiento literario. A la publicación de la reprobable imagen de un burro con el texto José
Agustín De perfil para reseñar su novela, siguieron la advertencia de editores y personal que cuidaba la edición de sus primeras obras, para que se explicara en el libro que las alteraciones lingüísticas y ortográficas eran responsabilidad exclusiva del joven novelista. La gente tiende a apartarse o lanzar piedras -reales o metafóricas- a lo que no puede entender. La etiqueta de literatura de la onda, acuñada por la escritora Margo Glantz, para establecer una diferencia de calidad entre los textos de estos jóvenes, y lo que se pensaba debía ser la verdadera literatura, terminó, involuntariamente, por nombrar a una generación, cuyo talento fue más allá de las modas y etiquetas.
La obra de José Agustín y el resto de los escritores de la literatura de la onda, sería el primer cisma para lo que en su tiempo se llegó a conocer como las mafias literarias, que englobaban un círculo de escritores con afinidades creativas, pero que terminarían por dominar y dictar la cultura en México por varias décadas, apartando toda manifestación que no comulgara con sus ideas. El escritor era visto como un ser exquisito que contaba
sus historias desde un cuarto de cristal, ajeno a mundo real, todo lo contrario, a ese grupo de jóvenes, para quienes la música, la prepa, las drogas, el amor y el sexo, podían ser contados con humor, ingenio y anti solemnidad.
Un crítico literario, a quien pregunté en los pasillos de la Feria del libro de Guadalajara, a principios de los años noventa sobre las mafias literarias, minimizaba su efecto, argumentando que no deberíamos sorprendernos: hay asociaciones de dentistas, abogados, que se reúnen por tener cosas en común. Lo cierto es que todo poder absoluto, termina por colapsar, y las mafias literarias que segregaron/seleccionaron a su gusto, dificultaron, pero no lograron evitar el surgimiento de noveles escritores con voz propia.
Juan Villoro, en el cincuenta aniversario de la novela De perfil, en el INBA, señaló que: “la crítica tiene todavía una tarea pendiente con José Agustín… no solamente como alguien que aportó un campo cultural diferente, relacionado con la cultura juvenil y la contracultura, sino también que es un extraordinario artífice del lenguaje y de las estructuras narrativas”. En el espíritu festivo y desenfadado de la literatura de la onda, bien podríamos parafrasear el discurso de 1963 de Martin Luther King al ámbito literario que vivieron/padecieron los escritores de la onda y muchos otros ajenos a las élites: “Yo tengo un sueño… donde Farabeuf y La tumba, sean leídas sin distinción de clases, con la misma avidez y reconocimiento de lo que son: ejercicios literarios in extremis, renovadores, provocadores, libertarios, que rompieron las cárceles del tiempo, espacio, forma y lenguaje.
Yo tengo un sueño… donde los libros no serán juzgados por el color de su piel ni su origen, sino por el pensamiento que hay en ellos, y donde los veteranos del esfuerzo creativo, los escritores del norte, del sur, de los barrios bajos, los críticos, los exquisitos, los policíacos y los de la anticipación, tomados de la mano, al repique de la libertad, pisando las lápidas de las mafias cantaremos: ¡Libres al fin!”. El manuscrito original de La tumba, donado por José Agustín al Museo del Escritor de la Ciudad de México, espera, como
en su tiempo lo hizo el original de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, en el Centro Mexicano de Escritores. el acercamiento de estudiosos y críticos para revalorizar una novela, que lo mismo fue ignorada por parte de la crítica, que publicada por editorial Novaro en su tiempo, para ser vendida hasta en las farmacias.
Todos narramos una gran historia que nos es familiar en su esencia: búsqueda, reencuentro, pérdida, comprensión, rebeldía. El escritor con oficio la narra bien, el talentoso encuentra la forma de contarla como nadie más lo había hecho antes, de tal forma que signifique algo no sólo para su generación, sino para las posteriores. Para Borges un clásico no es un libro con tales o cuales méritos, sino: “un libro en el que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”. La obra de José Agustín sigue atrayendo a lectores de diferentes décadas, a quienes no deja dormir el tic tac del final de La tumba, o sueñan con enamorar a la estrella Queta Johnson, vocalista de Los Suásticos, en De perfil
La rebeldía de este grupo de escritores, les haría enfrentarse/padecer/provocar/ cuestionar al poder. En su forma más salvaje, Parménides García Saldaña provocaba a los policías con insultos sobre su conocimiento literario: “yo he
leído a Cortázar, ¿y tú, pinche policía, a quién?”, para ser rescatado por su tía de los separos policíacos, y ser devuelto al cuarto rentado donde finalmente moriría. José Agustín, relata en El rock de la cárcel, su encarcelamiento en el temible palacio negro de Lecumberri en 1970, donde, a pesar de tener en su defensa legal al sempiterno político-burócrata de tres décadas, Arsenio Farel Cubillas –a quien nunca vio en su proceso-, permaneció recluido, víctima de los abusos y la prepotencia carcelaria.
Me sorprende leer en el libro de José Agustín, el nombre de uno de sus temibles carceleros, a quien llama el Pelón Sánchez Neyra. Un recuerdo infantil se dispara. Ese mismo apellido en boca de mi padre, para referirse a un jefe policíaco de mi ciudad natal a principios de los años ochenta. ¿Será el mismo? ¿Un familiar con el mismo temible oficio? ¿Ese hombre puede ser el mismo que golpeó o intimidó a José Agustín, a José Revueltas, y a los presos políticos en el Palacio Negro? Años después, encontraría al dueño de una empacadora de pescados de mi ciudad, en las fotografías del libro Lo negro del negro Durazo, como uno de los fieles colaboradores del temible jefe policíaco.
Me pregunté durante años, si la ciudad en que la que crecí, se convirtió en una versión de la Argentina posterior a la Segunda Guerra Mundial, la cual, en lugar de dar refugio a criminales nazis, lo hacía con jefes policíacos que buscaban el retiro o permanecer con bajo perfil. Los recuerdos de ese México en el que se huía con la misma velocidad de los policías que de los criminales, se censuraban películas, se recogían revistas antes de salir a la venta, y donde la política se balanceaba entre un burdo ajedrez político y un dominó cantinero, nos regalaría dos obras sui generis de José Agustín: el divertido cuento No hay censura, en el que a manera fársica, el protagonista se envalentona por amor y no por justicia, a desafiar su trabajo como censor gubernamental, y la serie de libros La tragicomedia mexicana, en la que de manera aguda, desenfadada y políticamente anecdótica, José Agustín se aventuró a estudiar y analizar, en su particular estilo, al medio político mexicano postrevolucionario y de partido hegemónico.
Coincidí solo en dos ocasiones con José
El escritor cambió radicalmente el canon literario desde los años 60, con una serie de publicaciones que daban voz a los jóvenes y a la cultura popular de la época. En la foto, René Avilés y José Agustín
Agustín, y en ambas, se mostró como lo que siempre fue: un escritor amable y generoso con quien se acercara a su persona. El primer encuentro fue en1990, durante una conferencia que dio en la Universidad Autónoma de Tamaulipas, a la que por cierto llegó tarde, disculpándose por el tráfico. Quienes esperábamos, nos decantamos más que el retraso ocurría seguramente por un problema de logística, que es un término elegante para decir que ningún chófer de la universidad se acordó de pasar por el autor, que por algo de lo que la ciudad carece hasta el momento: librerías, museos y tráfico.
Acababa de leer El rock de la cárcel, y miré con sospecha a los asistentes. ¿Se encontraría entre ellos el pelón Sánchez Neyra, el temible carcelero de Lecumberri? ¿Debía advertir al autor a la manera del corrido de Juan Charrasqueado? “Cuídate, José Agustín, por ahí te andan buscando, el pelón Sánchez Neyra es policía en esta ciudad, a lo mejor está entre el público que te vino a escuchar”. ¿El carcelero de Lecumberri tendría la desfachatez de pedir a José Agustín le firmara un ejemplar de El rock de la cárcel, donde era mencionado
con temor? Afortunadamente, el jefe policíaco no debió ser un ávido lector, y la conferencia terminó sin contratiempos.
La segunda ocasión fue uno meses después, en la Feria de Internacional del Libro de Guadalajara, a principios de los años noventa. José Agustín me firmó unas fotos que nos tomamos en la conferencia (“Que te sea leve”, dedicó), y accedió a una entrevista. En medio del caos de entrevistas y declaraciones, el equipo de un canal de televisión, seguramente con engaños, lo aparta y se lo lleva para entrevistarlo. Mi primera entrevista literaria, a los diecinueve años, terminaba en un total fracaso. El viaje de doce horas en camión, la golpeada grabadora de audio, y el caset Memorex, tendrían que esperar para una mejor ocasión, pues era mi último día en la FIL. Casi una hora más tarde, listo con la maleta para partir, un rostro moreno, con anteojos y sonriente asoma la cabeza por el cubículo. José Agustín ha regresado y la entrevista da inicio.
El caset Memorex se llena por ambos lados, Agustín habla de que se encuentra
muy divertido escribiendo una novela para chavitos, que ocurre en el Tepoztlán, y que tiempos después se publicará como La panza del Tepozteco, le llama la atención que parte de la entrevista sea sobre del polaco, de Ciudades desiertas, un personaje que no habla, pero que ejerce una fuerte influencia sexual sobre Susana, la protagonista. José Agustín señala lo que para él es una curiosidad que dio origen a la novela: el programa de escritores de Iowa que en todos los cuartos incluyen un televisor, que no se puede devolver. En los pasillos de la FIL, a punto de partir, encuentro a José Agustín y Gustavo Sáinz conversando en los pasillos. La enemistad que por mucho tiempo se rumoró entre las dos principales figuras de la literatura de la onda, o nunca existió, o era ya sólo un recuerdo. Tengo la tentación de tomarme una foto con las dos figuras emblemáticas, pero no hay ningún fotógrafo cerca. Me alejo de la FIL sin molestar la conversación de aquellos dos jóvenes que se conocieron trabajando en la redacción de la revista Claudia, para más tarde convertirse en figuras de la literatura mexicana. No volví a ver a ninguno de los dos, pero nunca dejé de leerlos.
La tumba, La región más transparente. Ambas novelas gravitan en torno a un Distrito Federal distinto, esquizofrénico y que, no obstante, no deja de ser nunca la misma ciudad. La primera, escrita en 1961 – pero publicada hasta 1964 – narra las andanzas urbanas y adolescentes de Gabriel Guía, adolescente sesentero que pierde el tiempo vagabundeando entre los cafés, los bares y las fiestas de la ciudad. Angustiante y banal, representó la irrupción en la literatura nacional de un nuevo estilo, claro deudor de los beatniks y J. D. Salinger, al que más tarde se le llamó 'literatura de la onda'.
La segunda es mucho más madura, seria, ocupada de temas 'trascendentes': Ixca Cienfuegos, su protagonista, es el pivote en base al cual se desarrollarán múltiples argumentos, todos profundamente arraigados con el acontecer del Distrito Federal. No es gratuito el párrafo introductorio: los guiones de Cinco de chocolate y uno de fresa y Los Caifanes son obra de los mismos escritores: José Agustín y Carlos Fuentes. Y el Distrito Federal reflejado en cada una es paralelo al de las novelas. Y al igual que con la literatura, la ciudad sigue siendo reconocible: es la misma ciudad, bajo un prisma distinto.
El argumento de ambas es básicamente el mismo: un grupo de amigos y desconocidos emprenden un recorrido nocturno por la ciudad de México. Las circunstancias son similares. En 'Cinco de…', Angélica María es una monjita adolescente – Esperanza, 'Espe', pa' la banda – que, mediante la ingesta de hongos alucinógenos, se convierte en
una chica ye-yé de falda corta y piernas largas llamada Brenda. Tras irrumpir en una fiesta pipiris nais cantando un tema ad hoc – ‹Fiesta de sociedad›, psicodélica, ingenua: reza con furor adolescente, musicalizado por los Dug Dugs 'sus prejuicios tan hipócritas me enferman, su dinero y sus costumbres me dan risa', versión de la cinta aquí http://youtu. be/Nrf3sMP-aus-, Brenda convence a chicos popis de emprender la aventura nocturna.
Asaltan un Sanborns – donde se roban cinco helados de chocolate y uno de fresa, se ríen de la gente, manejan a toda velocidad por las calles del Distrito Federal. No hay, por supuesto, un elemento realmente subversivo en Cinco de chocolate…: todo es fresca ingenuidad, adolescencia gozosa y, por supuesto, rebeldía edulcorada. Al igual que el trabajo literario de José Agustín, en la inmediatez encuentra su encanto. Lo dijo Rafael Lemus mejor que yo en algún momento: "Su encanto era su sinceridad. Su sinceridad era su poética".
Pese a partir de prácticamente la misma premisa, Los Caifanes encuentra otras vertientes. Habría que hablar de las preocupaciones de cada autor: Fuentes, dieciséis años mayor que José Agustín, no veía al Distrito Federal de la misma forma en la que el joven acapulqueño lo hacía. Mientras que para José Agustín el D.F. es, claramente, una ciudad nueva, fuente de diversión, desmadre y rebeldía pop, para Carlos Fuentes es el eje central de preocupaciones sociales, el ombligo de un país que se cae a pedazos y en el que es posible observar los estratos sociales conviviendo en tensión permanente.
Cada autor tiene su propio y privado Distrito Federal. Los Caifanes del título –
Christian Jorge Torres Ortiz Zermeño Rector
Joel Nino Jr Secretario General
Jorge Martínez Durán Coordinador General de Comunicación Social
Jorge Vega Aguayo Director General de Prensa
José Ferruzca González Director del periódico El Comentario
Yadira Elizabeth Avalos Rojas
Coordinadora de edición y diseño
'caifán es el que todas puede', dicen en algún momento del filme; caifanes como más tarde serían Caifanes también los de Saúl Hernández y Alejandro Marcovich –son más duros, más callejeros: huelen, como lo diría su líder, 'El Capitán Gato', a sudor y a pueblo. Sus diferencias se hacen patentes en el sitio que los unirá y será el eje central de su experiencia: el auto.
Los caifanes, con Julissa y su novio a bordo, beben sórdidamente. Sus rostros son serios, su actitud es estoica. (Esto es: ellos resisten los embates de la cotidianeidad urbana. Beben, sí, pero no para divertirse; roban, pero no por el desmadre: están íntimamente ligados a cierta actividad criminal de supervivencia, forma parte de su acontecer, la asimilan como su realidad). Están, en teoría, conectados con la ciudad en sus niveles más profundos. Se divierten, sí, pero su diversión está severamente ligada a la realidad social: molestan a un vendedor de flores, destruyen su mercancía, meten desmadre en una taquería, se emborrachan en, claro, la vía pública. Los chicos de Angélica María, toda tierna malicia, por el contrario, sonríen: la cámara no abunda en sus expresiones, no los busca: el recorrido en el Distrito Federal nocturno es así, plagado de sonrisas, único primer plano que no profundiza en los personajes.
Simplemente habrá que ver a quien asaltan cada uno en sus primeras fechorías: los caifanes, a un vendedor ambulante, fiel espejo del México de ayer y hoy. Los cinco de chocolate (y la de fresa) a un Sanborns, en busca de helados (¡con armas de juguete!). La impostura ingenua es el arma de Cinco de chocolate: no busca, de ninguna forma, el filo, el comentario punzante. Fiel reflejo de una ideología propia de una época específica, es más cercana al flower power psicodélico que al posterior cinismo que devino después del fin de la utopía. Los Caifanes, por el contrario – pese a todo lo pretenciosa que pueda parecer, con los discursos de 'El Capitán Gato' – anticipó un espíritu: el del desencanto, el de la frustración que vendría después de Vietnam – para el mundo – y de Tlatelolco – para México.
Esto no significa de ninguna forma que
una película sea superior a la otra. No quiero decir que la ligereza de Cinco de chocolate… sea preferible a la profundidad (o a los intentos de ella, todo sea dicho. Los peores momentos de cada una de las cintas se los deben precisamente a sus guionistas: las letras ingenuas de José Agustín, válidas sólo vistas en contexto y con mucha perspectiva, los discursos con trasfondo social de Carlos Fuentes, que funcionan perfectamente en la piel literaria de Ixca Cienfuegos, no en la piel cinematográfica de 'El Gato') de Los Caifanes.
Por el contrario: son aquellos momentos en los que cada filme se aleja de las intenciones más serias de sus autores los que los hacen particularmente divertidos. En Cinco de chocolate… es cuando los musicales se alejan de la presunta crítica al sistema que José Agustín intentó colar en el argumento de la cinta, cuando se concretan a divertir, a lucir la música de los Dug Dugs y la
voz y el atuendo de Angélica María. En Los Caifanes, es cuando los intentos de darle validez social al filme cesan y aparece, por ejemplo, el Distrito Federal en tomas amplias, al amanecer; o, por ejemplo, cuando se rinden a aquel culto temprano pero ya establecido que era Carlos Monsiváis: el cronista icónico de la 'ciudad de la esperanza', el hombre que definió (y redifinió) a la ciudad como ente vivo en más de una ocasión, y que aquí es un Santa Clós borracho que pide a gritos que brinden 'por su madre, bohemios'.
De mi generación en adelante todos nacimos en un mundo donde ya existía José Agustín (Augusteen, ese mi Agustín). Nadie en la literatura mexicana encarna mejor que él nuestros roaring sixties. Los vio venir antes que nadie mediante un puñado de libros que, considerados desde acá, son sólo sus primeros: la precoz y determinante novelita La tumba (1964), el campanazo de largo aliento De perfil (1966), la iniciación sicodélica en Inventando que sueño (1968), la intensa Abolición de la propiedad (1969), teatro-no teatro. Ahí tenemos el Primer Momento del narrador más nuevo, el que da vuelta a la página, que se suponía nueva a partir de La región más transparente y la sucesiva obsesión por el poder de Carlos Fuentes. Acompaña en aparente liga junior a la generación renovadora, intelectualizante, antinovela, de Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo.
Desde la otra orilla, para nada europeizada aunque él cosmopolitée sin pudor, José Agustín (Ramírez) suelta la lengua de los chavos y afloja la puntuación en un periodo efervescente, experimental, desmadroso, rebelde y peligroso. Tanto así, que uno de los protagonistas de este narrador tan natural que parece silvestre es el lenguaje. Tras De perfil cualquier palabra o palabreja resulta gozosamente literaria y se aviene al mejor retrato de quien habla. Troquela desde La tumba los incesantes monólogos joyceano-faulknerianos cargados de Miller y Kerouac, pronto con todo el rocanrol que en el mundo era y había sido. El “clic, clic, clic…” que rubrica la novelita nos hace merecedores del joven Werther y El extranjero, de Camus, en clave mexicana para baby boomers y la banda gruexa aunque clasemediera del periodo. Misma que será inmolada sin quererlo en la Plaza de las Tres Culturas, y cuyos sobrevivientes se iniciarían más allá de los límites de la conciencia, trasponiendo las puertas de la percepción y se reirían de
sí mismos tomándose en serio nada más lo estrictamente indispensable.
Tallereado por Juan José Arreola, saludan su obra Juan Rulfo y José Luis Martínez. En el 66, a los 22, publica su primera autobiografía bajo los auspicios de Emmanuel Carballo, quien lo retrata así: “A primera vista, parece el cantante de un conjunto musical a la moda. Pantalones ajustados, camisa sport y suéter (o saco que rompe bruscamente con la estética de las personas mayores). Su apariencia entre cautelosa y despreocupada impide, en los primeros momentos, que se vea en él a uno de los escritores recién venidos que posee mayor talento y personalidad” Lo compara con el alguna vez joven Salvador Novo y sus novocablos
Con Juan Tovar y Parménides García Saldaña se interna incondicionalmente en los senderos y abismos del rock, para resultar el primer traductor, divulgador y comentarista inteligente de la que él mismo llamaba desde entonces nueva música clásica.
Margo Glantz se ofrece a sistematizar esa otra literatura en Onda y escritura en México: Jóvenes de 20 a 33 (1971), antología snapshot del periodo que acuña coloquialmente La Onda hasta volverse un útil lugar común. En 1971, el escritor tapatío pero de Acapulco estrena en el cine Regis su largometraje Ya sé quién eres (te he estado observando), que entroniza a la cantante pop Angélica María. De entonces data su Rockabulario para mayores de 1174 años (onda no smog=naturaleza; hijo, hijín, galán, matador, maestro=cuate; Bardo Thodol=muy buen patín; patín=onda, situación, aventura, plan; y así por el estilo).
Sin apartarse del camino anterior, tras una temporada en el infierno del Palacio Negro de Lecumberri, en 1973 publica Se está haciendo tarde (final en laguna), de ambiente acapulqueño, asumiendo la literatura del lado moridor (que dijera Evodio Escalante de don José El Grande) con todo el ingrediente de sexo, drogas y rocanrol en grado acelerado, que alcanza crueles delirios burroughsianos en El rey
se acerca a su templo (1975): cinismo, desgarramiento emocional, pachequez, mal sexo.
Stop. Todo esto, más periodismo cultural, divulgación sicodélica, Las enseñanzas de don Juan de Carlos Castaneda en traducción suya y prólogo de Octavio Paz, y el desenfado de una Remington de escribir y/o ametrallar a prueba de cansancio, le toma apenas 10 años. Pisa la cárcel, faltaba más. En fin, es una figura arrasadora que sin embargo será progresivamente mal vista por el establishment político, la izquierda, la vertical y derechosa República de las Letras y academias que la cortejan.
Escritor sin igual, después de él la narrativa mexicana no vuelve a ser igual. Deja huella firme en los Rupestres, en los narradores de las generaciones siguientes (de Juan Villoro a Fernanda Melchor). Le debemos, en parte, la primera versión de las Obras completas de José Revueltas, carnal suyo.
Pero Agustín no es Parménides, no se deja arder de un flamazo en pasto verde ni deriva a la mera divulgación maniática de la contracultura. Se convierte en novelista
y cuentista sólido, original, fortísimo. Se deja venir con Ciudades desiertas (1984), inmersión en el gabacho real y sus hostilidades; Cerca del fuego (1986), que órale, clavadón existencial de primera; La miel derramada (1992) entre el erotismo y el terror; la renovadora Vida con mi viuda (2004), tan desafiante como Profesione: reporter (El pasajero) de Michelangelo Antonioni, y Armablanca (2006), duro regreso a unos años 60 nada idealizados.
Cronista a su modo de nuestros días por el reverso, nunca aplaudido ni prologado por Carlos Monsiváis, retrata la Tragicomedia mexicana (1990-2013) en tres tomos y recoge sus escritos dispersos y necesarios en La contracultura en México, El hotel de los corazones solitarios (notas sobre rock y gritos) y sus biografías rescritas en El rock de la cárcel. En 2002 junta sus locuaces Cuentos completos, a los que Luis Humberto Crosthwaite acomete como si fuera una película de vaqueros y José Agustín fuera el gatillero más rápido del oeste, mejor que Clint Eastwood y John Wayne. Y reflexiona el narrador tijuanense: ¿Por qué leerlo, por qué buscarlo, por qué razón arrojarse a sus
páginas con la energía con que lo siguen haciendo sus lectores más devotos? Quizás porque adentrarse en su obra es entrar en los terrenos de un hombre que no ha sabido traicionarse. Desde 1968, año en que la editorial Joaquín Mortiz introduce su primer libro de cuentos, hasta su historia más reciente, Agustín ha mantenido una congruencia de espíritu e ideas que no es fácil encontrar en otros autores mexicanos. Agreguemos que eso es algo que no le perdonaron los cacicazgos culturales.
Un desafortunado y neurológicamente grave incidente en 2009, causado por el fervor irresponsable de algunos admiradores, interrumpió de golpe (y porrazo) la escritura sin límites ni miedos de José Agustín, aunque nuestro hombre haya sobrevivido lo suficiente para ver sus obras reunidas por Random House en una biblioteca propia, guiada por su hijo, el escritor e importante editor Andrés Ramírez. Locos y cool, bibliófilos, jipitecas, musiqueros, chavas destrampadas y rucas memoriosas, lectores nuevos, y los de su rodada que van quedando: todos tenemos un José Agustín que agradecer a la vida.
Qué sucede cuando escribes De perfil a los 22 años después de haber escrito La tumba a los veinte? Sucede que te vuelves un chavo alivianado y buena onda y te condenas a ser chavo para toda la vida. Si te llamas José Agustín y escribes De perfil ya no necesitas un sicoanálisis, porque tu obra misma será tu mejor viaje a la adolescencia y a eso que llaman primera juventud, que en tu caso será eterna juventud por decisión propia. Si escribes De perfil y tienes la intuición de saber que ese es el único lenguaje y el único punto de vista posibles para contar la historia de tu tiempo te vuelves valiente de por vida.
Porque en México en los años 60 vives en una tradición literaria donde solo un tipo de lenguaje es valorado y donde solo se escribe un tipo de narrativa que no será tu narrativa. Pero sobre todo si escribes ese par de libros y decides que vas a seguir escribiendo en esa línea te arriesgas a ser amado para siempre o condenado para siempre porque vienes de una tradición literaria donde el protagonista debe tener un sentido heroico o sublimador o de plano trágico y en cambio tus protagonistas no tienen ni lo uno ni lo otro, en
Si eres José Agustín y escribes sobre la experiencia del rock, del aliviane y la sicodelia sucede que te obligarás a escribir sin censura y a vivir sin censura y es probable que esto te lleve un día a Lecumberri. Tu respuesta más feroz —y la más inteligente— será escribir desde la cárcel la historia de un nuevo Virgilio quien lleva a su amigo Rafael en el Acapulco de los años 70 por el laberinto de las drogas duras y no tan duras pero, sobre todo, por el laberinto del desencanto y el sinsentido y la necesidad de no estar aquí sin poder conseguirlo, por la sencilla razón de que mientras vivimos, estamos irremediablemente vivos.
Se está haciendo tarde, ese libro que escribiste en Lecumberri, es una novela dura, durísima, que leí a mis 19 años por consejo de Huberto Batis que fue mi primer editor en Sábado, el suplemento de Unomásuno. Batis me dijo que para llegar a ser la escritora que él adivinaba que podría ser tenía que acercarme a Se está haciendo tarde y que leyera De perfil aunque no era una obra que él tuviera en gran aprecio. De inmediato me puse a leer Se está haciendo tarde (Final en laguna) que fue lo primero que leí de José Agustín con la mejor disposición, repitiéndome a cada rato que el secreto para entender esta novela era leerla “de perfil”, como aún pienso que hay que hacerlo.
Cuando me preguntó mi impresión, le dije que la novela de José Agustín me había gustado pero no sabía decirle por qué y cuando insistió le expliqué que en comparación con los autores leídos previamente nada tenía sentido y todo tenía sentido y no sabía que pensar de los protagonistas: los detestaba porque no hacían nada, porque no pasaba nada importante en sus vidas, porque solo pensaban en pasarla bien y ni siquiera la pasaban bien y porque tenían una visión cínica y desencantada de la vida. Y qué era lo que me había gustado entonces, me preguntó.
Lo que más me había impresionado era la forma de hablar de los personajes o del narrador, no sabía bien, un lenguaje que no había leído en nadie aunque me daba cuenta de que mis primos y compañeros de la UNAM y fuera de ella hablaban así. Ni siquiera pensaba que eso fuera literatura. ¿O sí? ¿O tal vez era eso la literatura? ¿Hablar como no habla nadie más de lo que ocurre pero no aparece en los libros?
Batis era totalmente imprevisible: días después, cuando le llevé al periódico, en la calle de Holbein, un cuento que me pidió, me enseñó la nota del suplemento cultural de El Heraldo en la que aparecía
una reseña del libro de José Agustín. Tenía como ilustración la fotografía de un burro visto de lado y el pie de foto decía: “José Agustín de perfil”. ¿Estaba Batis haciendo un elogio o una crítica? Lo mismo me ocurría con la obra de José Agustín, no sabía si su autor estaba haciendo un elogio de la juventud y de su falta de sentido o una cruda y dolorosa crítica.
Al leer De perfil todo fue más claro. Aunque estaba convencida de que desde la experiencia de las mujeres en el mundo de los hombres las cosas ocurrían del modo más extraño (no hay nada más inexplicable para una adolescente de fines de los años 70 que el mundo de un adolescente hombre contemporáneo suyo) pude ver —con esa mirada oblicua, de perfil— que la relación con mis padres no era tan distinta a la de Rodolfo, el protagonista, y que él y su hermano podían ser y eran mis primos o mis vecinos. Eran como los chavos que conocía y a la vez no, porque de la forma en que está narrada se desprenden una serie de reflexiones y sobreentendidos que los propios protagonistas no son capaces de verbalizar.
Por fin había encontrado la voz del autor, que sin ser nunca explícita, hablaba entre líneas de lo que era ser joven, de lo que era la contracultura desde dentro, de lo que era el rock y el cambio de mentalidad de una tradición arraigada en el canon y el conservadurismo pero sobre todo hablaba del lenguaje. Y hablaba como no lo hacía nadie (ni volvería a hacerlo nadie jamás, a pesar de la honda herencia que Agustín dejó en las generaciones posteriores a él) desde una honradez literaria que sólo en la crítica de sus primeras publicaciones podía ser considerada “desenfado” y —menos aún— “improvisación”.
Poco a poco fui comprendiendo la hondura que había detrás de la aparente superficialidad de los personajes y los
obra, que confluye con la cultura popular de la época, sonorizada por el rock y los autores que más le influenciaban, fue catalogada como parte de lo que luego él mismo trató de definir como la contracultura mexicana. En la imagen, el escritor recibe la medalla al Medalla al Mérito en Artes, que entrega la Asamblea Legislativa en 2011.
acontecimientos de las novelas de José Agustín; algo en mí naturalizó el cambio de códigos y lenguas (de inglés a español y de regreso), la mezcla de cultura popular y alta cultura y me reveló una serie de autores, músicos y cineastas que no conocía y que empecé a conocer (Alan Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Rimbaud, Ionesco, Paul Eluard, Buñuel, Sartre, Truffaut, Godard y un sinfín de etcéteras) y me enseñó que la erudición no pasa necesariamente por el púlpito y tan solo por eso considero a José Agustín uno de mis grandes maestros.
Nunca tomé clases con él pero él me acompañó a clases por un tiempo largo todos los días y la única vez que lo vi en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM fue cuando lo invitó Margo Glantz a hablar sobre la literatura de la Onda, aunque otros amigos tuvieron la fortuna de escucharlo en el taller que María Luisa Puga impartía y que yo no tomé.
Cuando pude leer la crítica que él hacía a su propia obra, ya estaba enganchada en la forma de decir de Agustín que explicaba así el sentido de aquella novela suya que sigo considerando su mejor, Se está haciendo tarde:
¿No se dan cuenta? Caray, mejor nos regresamos. Uno cree estar muy mal y quizá no está mal: es hora de trabajar en lo que se ha echado a perder, como presiente el gurito Rafael, quien guiado por otro Virgilio nos lleva a través de algunas ondas fuertes de Acapulco, donde casi todos huyen de su propia naturaleza. Recorremos ese infierno, ese sufrimiento sin sentido, tentados por las grueserías que se alimentan de herir a los demás, pero alivianándonos con viejas esoterias que podrían fundirse con las ondas sicodélicas de ahora. En esa misma forma este libro (primero de mi más reciente ciclo evolutivo) lleno de esperanza trata de rescatar viejas tradiciones, descubrir
nuevos recursos y obtener una visión artística neta y efectiva, en la cual los personajes resulten imágenes arquetípicas (numinosas) sin dejar de ser personajes (vivos) y se revelen como partes determinantes de una totalidad que avanza a tomar conciencia de sí misma (final en laguna). Eso es exactamente lo que se propuso y lo que logró.
A partir de la obra de José Agustín, la literatura mexicana dio un giro de 180 grados. La novedad consistió crear un lenguaje y un universo que consistía no solo en introducir los temas de los jóvenes y narrar desde su punto de vista a lo Holden Caulfield, temas de los que no hablaba la literatura en los 60 sino y, sobre todo, en un manejo portentoso del idioma que imita los giros, los gestos, las máscaras de una forma cifrada no apta entonces para mayores de 30 años. Una revisión, en suma, de una tradición anquilosada.
Quienes pudieron ver esto, elogiaron el uso distinto de la lengua: José Revueltas, Salvador Novo, Martín Luis Guzmán, Rosario Castellanos, ejemplo ellos mismos del uso excepcional del idioma. Quienes no fueron capaces de ver más que una moda que se agotaría en sí misma no se dieron cuenta de que lo que distingue a la narrativa de Agustín, más que lo narrado, son los tropiezos en que cae el lector que impedido a veces de seguir la trama debe reparar en el carácter lúdico, enormemente creativo y autoparódico del empleo de la lengua. En su carácter expansivo.
El lenguaje de Agustín es importante no solo en tanto es “el reflejo del lenguaje hablado por ciertos sectores de la juventud mexicana que bien pudo haber tenido sus raíces en las calles y los bares de la avenida Revolución de Tijuana — como dice Rubén Pelayo que anota Carlos Monsivais”, sino en que representa el puro gozo del habla, el forzar una palabra a ser ella y otra, deformarla, forzarla a extremos improbables y ver cómo sin embargo sigue significando lo que quiere significar.
I think I wanna go to the States, mainly San Pancho, but just for a short trip, you know hear the bands and all that you know […] Oye habla en espapañol porque casi no te entiendo. Oh. Bueno. Pero no tatartamudees. Digo, cuando yo estaba muy chavito me escapé de mi cantera y me fui con una familia de gabachos a vivir en San Antonio pero nomás no me pasó el patín: esa familia le llegó de vacaciones a Acapulco y yo me quedé. La verdad es que les andaba por deshacerse de mí. Y yo me quedé aquí en Acapulco, Rafael, desde el cincuenta y ocho tú sabes, en el puro rol, el gran rolaqueo. Sí, una vez me platicaste, dijo Rafael: estaba furioso: el sol le picaba por todas partes, estaba seguro de que se iba a despellejar, y remar era cansadísimo. Ni sabía remar, ni quería dar una vuelta en deslizador. Y si se rema de pie, se va más rápido pero el cansancio es mayor. Y si se rema sentado hay poco remo en el aire y es pesadísimo: y las olas, aquí si están más feas. Oye Virgilio, no nos iremos a voltear; estas olitas están medio peligrosas. Estas olitas son la base, hijo, la pura vaselina: indican que ya estamos cerca de la corriente de pure ol’ waterola, y entonces no vamos
a tener ni que remar, ¿y sabes qué? De regreso le voy a pedir a los de las lanchas que nos remolquen con un pinche mecate y nos vamos a todo ídem, cotorreando la brisa y el solapas.
Después de las tres novelas que hicieron de José Agustín quien es, publicó Ciudades desiertas, Cerca del fuego, Inventando que sueño, La mirada en el centro y El rock de la cárcel. Casi desde el principio, dijo en una entrevista que no podría trabajar en una oficina, ocho horas al día. Pero su oficina fue su casa de Cuautla, donde escribió a veces más de ocho horas al día y donde cuando yo conocí a su hijo, Andrés Ramírez, quien sería mi editor primero en Planeta y después en Random House Mondadori, Agustín estaba escribiendo la popularísima saga titulada Tragicomedia Mexicana, una crónica de la vida en México desde 1940, un trabajo de investigación donde construía un relato desmitificador de nuestro pasado histórico.
A pesar de estar basada en hechos históricos, la mirada de José Agustín subraya y defiende, para que no se echen al olvido, aquellos acontecimientos, escritos y versiones no oficialistas de la historia. En su Tragicomedia, ni siquiera las figuras intocables del panteón mexicano de los héroes se salvan porque José Agustín siempre encuentra la forma de ser fiel a su afán iconoclasta. En el caso del general Lázaro Cárdenas, por ejemplo, Agustín acude a las cínicamente célebres memorias de Gonzalo N. Santos para narrar las elecciones del sucesor de Cárdenas, Ávila Camacho, impuesto por el priismo, donde en el más puro estilo de los gobiernos de este país, se atacó a balazos a quienes defendían las casillas y votaban en favor de Almazán. Cito a Agustín que cita a Gonzalo N. Santos:
“Rápido, cabrones, al que se detenga lo cazamos como venado”. Al instante llegaron los bomberos y a manguerazos de alta presión limpiaron las manchas de sangre que había en todas partes; la Cruz Roja, solícita, levantó cadáveres y heridos. Se rearregló la casilla, se puso una nueva y al fin pudo votar el ciudadano presidente y su acompañante Arroyo Ch. “Qué limpia está la calle”, comentó Cárdenas al salir de la casilla, cuenta Santos: “Yo le contesté: ‘Donde
vota el presidente de la República no debe haber basurero.’ Casi se sonrió, me estrechó la mano y subió en su automóvil. Arroyo Ch., menos hipócrita, me dijo: ‘Esto está muy bien regado, ¿qué van a tener baile?’ Yo le contesté: ‘No, Chicote, ya lo tuvimos y con muy buena música.’ Cárdenas se hizo el sordo…
Ordené a los improvisados miembros de la casilla que pusieran la nueva ánfora de votos, pues iba a ser inexplicable que en ‘la sagrada urna’ solo hubiera dos votos: el del general Lázaro Cárdenas, presidente de la República, y el de Arroyo CH., subsecretario de Gobernación. Yo les dije a los escrutadores’: A vaciar el padrón y a rellenar el cajoncito, y no discriminen a los muertos, pues todos son ciudadanos y tienen derecho a votar.
Tragicomedia mexicana fue una obra que leí con mucho placer. Por supuesto, tampoco este trabajo escapó a la crítica que se extrañaba de que José Agustín escribiera algo que no fuera estrictamente lo que ellos esperaban de José Agustín.
A pesar de la enorme influencia de la obra de Agustín en las letras mexicanas, a pesar de haber cambiado nuestra forma de escribir y más importante, de leer, para siempre, a pesar de las más de 50 ediciones de De perfil y las numerosas ediciones de sus otras obras, a pesar de ser ídolo de multitudes, aun de las que no lo conocen pero están a punto de leerlo y pese a ser uno de los poquísimos autores cuyos libros uno encuentra en cualquier momento en la librería a la que vaya, creo que la figura controvertida de Agustín seguirá provocando esta pasión dicotómica. Así sucede con los que rompen moldes y sin quererlo, los siguen rompiendo. Eso es lo que sucede cuando uno se llama José Agustín. Afortunadamente, de este otro lado estamos los otros, que somos absoluta mayoría. Y desde nuestro derecho no negociable de seguirlo leyendo y disfrutando celebramos su grandeza.
l duelo nacional suscitado por la muerte de José Agustín y la amplísima cobertura que le dieron los medios son un buen termómetro para medir la enorme repercusión de su obra. Como pude constatar en las redes sociales, algunos haters siguen empeñados en negarle el acceso al recinto sagrado de la alta literatura. Ni después de muerto le perdonan que haya desflorado y pervertido a esa casta doncella. Los ataques póstumos le rindieron un homenaje involuntario, más halagüeño quizá que los homenajes deliberados, pues denotan que su obra juvenil, con más de medio siglo de antigüedad, provoca todavía polémicas enconadas.
Haber armado esa tremolina en un país donde se lee tan poco es una de sus mayores hazañas. La popularidad le resultó a la postre una maldición, pues el accidente de trabajo que lo alejó para siempre de las letras fue provocado, en buena medida, por los cazadores de autógrafos que lo fueron acorralando en un teatro de Puebla. Su caída en el pozo de la orquesta tuvo un aire de familia con los símbolos esotéricos a los que fue tan afecto. Quizá invocó sin querer a los demonios de la locura que le tendieron esa emboscada.
Estandarte generacional, figura emblemática de la rebeldía contra los cánones literarios, místico profano, alburero incorregible, melómano heterodoxo y explorador de los paraísos artificiales, su personalidad literaria tenía propiedades magnéticas. La temporada que pasó tras las rejas contribuyó a forjar su leyenda de autor excomulgado y maldito. La gente se conocía mejor a sí misma después de leerlo, identificada con los protagonistas de sus novelas a tal punto que tenía la sensación de haberlas vivido. ¿Cómo logró esa rara sintonía con el público? ¿Cuáles fueron sus principales
aportaciones literarias? He intentado responder a estas preguntas en otros ensayos, pero las relecturas tienen a veces efectos reveladores que desearía compartir, para delinear mejor la originalidad de su obra, empañada, creo, por algunas etiquetas reduccionistas.
A mediados de los ochenta, cuando era estudiante de letras y aspirante a escritor, sostenía vehementes discusiones de literatura con mi novia Rocío Barrionuevo, colaboradora del suplemento sábado. Ambos éramos intolerantes con la opinión ajena (quizá yo más que ella) y nuestra manzana de la discordia era una valoración opuesta de nuestros narradores mexicanos favoritos: ella admiraba con fervor a Salvador Elizondo y yo a José Agustín. Mi toma de partido no tenía por qué implicar la derogación de su ídolo, pero como nuestros gustos eran beligerantes y había muchos tragos de por medio, yo hacía trizas a su autor modelo y ella vapuleaba al mío. No solo discutíamos entre nosotros: les exigíamos a otros amigos que se pronunciaran a favor o en contra de ambos escritores, pues en esa materia no tolerábamos medias tintas.
Hasta cierto punto, nuestra disputa era un eco tardío del deslinde entre onda y escritura que Margo Glantz había hecho años atrás, en el ensayo del mismo título que José Agustín consideraba peyorativo. En realidad, aquel sambenito no le hizo mella, pues contribuyó a subrayar el carácter vanguardista de su obra. Yo quería reflejar en la mía el mundo en que me había tocado vivir, como punto de partida para calar más hondo en el alma de mis personajes, y advertía en los círculos literarios una propensión a creer que la inmortalidad o el valor universal, dos conceptos que no significan lo mismo, pero que mucha gente emplea como sinónimos, solo se podían lograr borrando cualquier huella de color local en la literatura.
Para mi gusto, esa tendencia encubría un
complejo de inferioridad típico de la clase media. ¿No era la obra de Kundera una radiografía de la sociedad checoslovaca en tiempos de la dictadura comunista? ¿Acaso Truman Capote se ocultaba detrás de un biombo para no parecer demasiado gringo? ¿Por qué los novelistas mexicanos debíamos renegar de nuestro paisaje existencial? Rocío no era pedante ni acomplejada, pero admiraba la búsqueda de perfección de Elizondo, más valiosa, a su juicio, que la prosa desaliñada de José Agustín.
Como muchos críticos de entonces, creía que el exceso de modismos condenaba su obra a una corta vigencia. En eso nunca estuve de acuerdo con ella, y creo que el tiempo ya me dio la razón. La tumba, De perfil, Se está haciendo tarde, El rey se acerca a su templo y Ciudades desiertas no han caducado, porque la audacia de crear un estilo abierto a contaminaciones de toda clase le dio un poderío verbal inasequible por la vía de la depuración.
El deseo de perdurar puede imponer una o varias camisas de fuerza a los narradores de un país subdesarrollado, más aún si aspiran a ser leídos en el extranjero: no usar localismos ni retruécanos intraducibles, rehuir el contagio con otras lenguas, evitar que el contexto histórico-social ocupe el primer plano de una novela, omitir menciones a figuras públicas de la actualidad, etc. José Agustín hizo tabla rasa con esas exigencias y en cambio se impuso otras: retratar los conflictos de la clase media urbana con la mayor libertad posible, mezclar su idiolecto con otras lenguas, reinventar el habla urbana, aparentar que escribía para un puñado de cuates, haciendo chistes privados incomprensibles para la mayoría del público, burlarse de sí mismo y de los demás, como si temiera que un exceso de rigor perfeccionista le robara el alma y amordazara al lépero irreverente que nunca dejó de ser.
El coloquialismo en estado bruto se limita,
por lo general, a reproducir el habla con más o menos fidelidad a los tipos sociales que caracteriza. José Agustín patentó un artificio más complejo, sustentado en la engañosa premisa de no estar haciendo literatura, sujetándola, sin embargo, a reglas de su propia invención. La primera de ellas fue crear un lenguaje que nunca dejara de verse al espejo, supeditar en todo momento la fabulación y la creación de los personajes a los malabarismos de estilo.
Reconcentrada en sí misma, su prosa lúdica busca seducir al público acostumbrado a los albures de las barriadas, pero también al lector culto, siempre y cuando no se sienta custodio del canon. En El rock de la cárcel cuenta que fue un alumno indisciplinado y rebelde, casi un pandillero infiltrado en el salón de clase, y tal vez por eso, cuando se hizo escritor, intentó convertir el desmadre en una especie de vocación. En todas las escuelas hay bufones protagónicos, en guerra permanente con los profesores. Tal vez José Agustín forjó su voz narrativa en esa lucha contra las fuerzas del orden.
Primero quiso ser dramaturgo, el género más idóneo para un escritor tan apegado a la oralidad, pero lo abandonó porque le exigía una objetividad incompatible con su deseo de exhibir los andamios de la escritura. Más tarde volvería a ese género en obras como Abolición de la propiedad y Círculo vicioso, pero en ellas tampoco hay una mímesis aristotélica: el autor se las ingenia para irrumpir en su mundo ficticio, sacando la mano entre bambalinas.
Por su propia naturaleza, la literatura sublime o preciosista excluye a la marginalidad, un sustrato social que nace y crece en el lodo. No hay submundo más contaminado por la miseria humana y quizá por ello José Agustín se sintió en ese terreno como pez en el agua, sobre todo cuando la prisión le impuso la convivencia con “los desahuciados del mundo y de la gloria”, como los llamaba Torres Villarroel. A principios de los años setenta, la vanguardia más estridente de la narrativa mexicana purgaba condenas en la cárcel de Lecumberri.
Así lo había dispuesto la intolerancia de Díaz Ordaz y la mano dura del Negro
Durazo, un comandante de la judicial que fabricaba delitos a la juventud maciza, mientras encubría a los grandes capos del narcotráfico. Víctimas de esa oleada represiva, José Revueltas y José Agustín escribieron al mismo tiempo, en diferentes crujías, El apando y Se está haciendo tarde, dos angustiosos reportajes del inframundo. La obra de José Agustín no recrea la atmósfera del reclusorio, pero como él mismo dijo en su precoz autobiografía, “me daba cuenta de que a través de la novela se canalizaba mucho de la atmósfera opresiva e infernal de la cárcel”.
Los novelistas comprometidos, o los que aspiran a ejercer un liderazgo ético, pocas veces se ocupan de personajes decadentes, con impulsos autodestructivos a flor de piel y, cuando lo hacen, les anteponen una condena moral para marcar distancias. Evitan así el peligroso contagio venéreo con la crápula. José Agustín, en cambio, se introdujo en esa novela hasta el inconsciente de sus engendros desesperados y envilecidos, sin ponerse nunca guantes de látex. Mantuvo, por supuesto, un punto de vista irónico, pero su ironía no es la de un juez distanciado, sino la de un amigo sarcástico. Sabía que la compenetración emotiva con esa gentuza podía desprestigiarlo, como en efecto ocurrió en algunos círculos intelectuales y académicos, pero ese peligro no lo arredró, tal vez porque la experiencia carcelaria le había endilgado ya una etiqueta de lacra social. Asumirla retadoramente fue, quizá, uno de sus impulsos primarios para escribir la novela.
A medio camino entre la narrativa y el psicodrama, este relato pormenorizado de una juerga suicida, iniciada a las 10 de la mañana, con personajes proclives a gritarse el precio por cualquier motivo, recuerda el teatro de Edward Albee, en particular ¿Quién teme a Virginia Woolf? Pero si los maestros universitarios de esa pieza se lanzaban denuestos feroces al calor de los tragos, en Se está haciendo tarde hay una atmósfera de pesadilla mucho más densa, pues aquí el ajuste de cuentas entre neuróticos incurables y su coqueteo con la muerte auguran desde el principio un desenlace trágico.
La guadaña que pende sobre las almas en pena imprime al relato el ritmo de una danza macabra. Sin embargo, el aliento místico de la novela se abre camino entre la atmósfera canallesca y soez, insinuando la posibilidad de una redención para los personajes masculinos, no así para la dupla formada por Francine y Gladys, cuya relación sadomasoquista las lleva sin remedio al despeñadero. Si la violencia verbal marca la tónica de los diálogos, al describir el viaje de psilocibina, en el que varios personajes intuyen el misterio de la creación, la prosa del narrador alza el vuelo, alumbrada por la fe religiosa. La belleza de ese interludio poético parece insinuar, también, que la única felicidad posible consiste en romper las amarras de la conciencia.
A José Agustín le gustaba crear alter egos claramente reconocibles. Se autorretrató en distintas ficciones con disfraces de actor, músico, guionista o director de cine y a veces los espejos que lo reflejaban eran humeantes y negros, como el de Tezcatlipoca. En Se está haciendo tarde, sin embargo, hizo añicos el espejo, construyendo personajes memorables muy diferentes a él. Virgilio, el golfillo acapulqueño que financia su vida de jipiteca con la venta de drogas, sin advertir contradicción alguna entre sus ideales libertarios y su modus vivendi, aporta a la novela una sangre ligera que neutraliza los tintes amargos de la refriega. No se toma nada en serio, a diferencia de Rafael, su amigo chilango, un inseguro y frágil lector del tarot que, a pesar de representar en la novela, junto con Johan, una encomiable aspiración a la paz espiritual, padece una inseguridad tan apabullante que nunca se atreve a escapar del aquelarre donde participa como censor. Asustado por el carácter de Francine, a quien primero intenta cogerse y luego trata de exorcizar, no consigue una cosa ni otra porque, a pesar de tener el don de asomarse a los arcanos, su borreguismo lo aplasta cuando intenta adoptar el papel de gurú.
Francine, una bella cincuentona curtida en vinagre, parece haber acumulado un rencor contra la vida que la inmuniza contra los efectos de las drogas psicodélicas. Alucina como todos los demás, pero nunca deja de hostigar a sus compañeros de viaje, convertida en
portavoz de la oscuridad y el caos. En cuanto a Gladys, la víctima del sacrificio oficiado por Francine, que destroza su autoestima con una crueldad machacona, el autor la retrata con una mezcla de compasión y respeto, como si quisiera restituirle la humanidad que le niega su encarnizada enemiga.
Para sobreponerse a la desolación carcelaria, José Agustín quizá necesitaba un rito expiatorio como Se está haciendo tarde. La he leído en distintas épocas con una mezcla de vértigo, placer voyerista, dolor y piedad. Raspa como una lija, pero un escritor atildado y correcto, con miedo a las quemaduras, jamás hubiera podido alcanzar esa catarsis incandescente. Si para cualquier escritor es difícil reinventarse en la madurez, el reto de José Agustín fue mucho más arduo, porque a los cincuenta o sesenta años mucha gente lo consideraba todavía el escritor joven por antonomasia.
Los editores de La tumba y De perfil, inspirados quizá en el lanzamiento publicitario de Otras voces, otros ámbitos, la primera novela de Truman Capote, contribuyeron a crearle esa imagen pública de la que nunca se pudo zafar. A los niños prodigio se les permite todo, menos envejecer. Como los grupos de rock a quienes sus fans piden que interpreten siempre sus éxitos más populares, José Agustín debió sentirse presionado por los lectores que le pedían más de lo mismo.
Llegado a la madurez se sacudió esa presión con una mayor audacia experimental. La vertiente metaliteraria de su narrativa cobra mayor importancia desde mediados de los ochenta, con Cerca del fuego. La búsqueda que emprendió desde entonces exigía por parte del público una mayor colaboración creativa y tal vez por eso le enajenó a un buen número lectores, pero en cambio lo salvó de anquilosarse.
Convencido, tal vez, de que la conciencia tiene un poder muy limitado y por lo tanto la voluntad solo rige en parte nuestro destino, el José Agustín de la madurez abandonó la urdimbre de tramas realistas, donde los personajes llevan el timón de sus vidas. El protagonista de Cerca del fuego, por ejemplo, despierta en
las primeras páginas de un ataque de amnesia, sin recordar nada sobre su vida anterior.
Pero en lugar de que Lucio intente resolver ese enigma, se dedica a vagar sin rumbo por la ciudad, convertido en un espectador de la degradación urbana. Su propia existencia es un tanto ilusoria, pues en varios pasajes de la novela irrumpe la voz de un director de cine que da instrucciones a un camarógrafo, como si las escenas relatadas fueran parte de una filmación. Se nos invita, pues, a participar en un juego barroco, a medio camino entre la realidad y la irrealidad, donde el albedrío parece abolido por un poder superior.
El determinismo que ya se insinuaba desde el cuento “La mirada en el centro” pasa a ocupar desde entonces un lugar preponderante en sus obras más ambiciosas. La dislocación de la estructura narrativa en Cerca del fuego, donde la fantasía onírica desplaza por completo a la realidad en el último tramo de la novela, prefigura las elucubraciones esotéricas de Vida con mi viuda, donde casi ningún personaje toma decisiones conscientes: las fuerzas invisibles que rigen el cosmos son el único motor de la acción.
Obsesionado por los signos de la presencia divina que solo algunos videntes pueden interpretar, el José Agustín de la madurez buscaba iluminaciones entre un tupido bosque de símbolos, sin renunciar a los elementos paródicos de su estilo: una combinación extraña entre la fe y la irreverencia que lo acercó a los terrenos de la literatura sapiencial, pero lo alejó de sus lectores ateos.
Para terminar, un pequeño apunte sobre su papel como líder de la contracultura mexicana y la insurrección jipiteca de los años sesenta y setenta. José Agustín nunca buscó ese liderazgo y en algunas entrevistas se lo quiso quitar de encima. Tampoco fue un admirador acrítico de la revolución juvenil. Advertía en ella gérmenes de infantilismo y autocomplacencia incompatibles con la idea de romper las cadenas del individuo para redimir a la humanidad. A pesar de haber aborrecido, como toda su generación, la maquinaria de la
opresión económica, política, familiar, y sexual, presintió que el estancamiento de la juventud rebelde en un hedonismo vacuo y ramplón podía dar al traste con la utopía sesentera. Poseedor de un radar satírico hipersensible, no podía pasar por alto la banalización de esa revuelta, pues como dice el refrán: “Cuando la perra es brava, hasta a los de casa muerde.”
En aquel tiempo, Alejandro Suárez encarnaba en la tele a Vulgarcito, una caricatura del chavo de onda creada por el libretista Manuel Rodríguez Ajenjo. José Agustín conocía más a fondo a esa tribu urbana y su tratamiento cómico del jipiteca ocioso, adoctrinado por la vulgata esotérica, fue mucho más fino, certero y punzante. Vulgarcito es un monigote sin vida comparado con Ernesto, el protagonista de “Luz externa” (la primera parte de El rey se acerca a su templo), un magnífico relato picaresco donde José Agustín se burló de los macizos clasemedieros apoltronados en la indolencia.
Pero como a pesar de todo les profesaba cariño, los claroscuros de su retrato rescatan los miedos, las ilusiones, las mezquindades y las conductas nobles del individuo sepultado bajo una personalidad social caricaturesca. Mantener el equilibro entre sátira y empatía fue una de las grandes virtudes literarias de José Agustín. La riqueza de su estilo inimitable, un infalible detector de mentiras, le permitía desnudar en unas cuantas pinceladas a cualquier personaje, redimir a los monstruos y ponerlos a copular con los ángeles.
Pocos autores mexicanos de cualquier género pueden ufanarse, como él, de haber marcado un parteaguas que modernizó el lenguaje literario. Fue un profanador de templos, pero cometió sacrilegios renovadores. Por la enorme vitalidad de su obra, que elevó la insolencia a la altura del arte, se ganó una plaza de chaneque alucinado en nuestro catálogo de autores imprescindibles.
AJosé Agustín me lo presentó Pedro Moreno en las galerías del Centro de Artes Visuales de Saltillo, en 1993. Yo tenía veintidós años y había leído toda la obra de Pepe anterior a Dos horas de sol (1994). Cuando me dio la mano dije, estúpidamente, “Tengo lot otot atulet”, una frase del inicio de El rock de la cárcel, su libro de 1984. Al principio me miró destanteado, después captó el chiste y sonrió.
El primer texto suyo que leí, a los diecisiete, fue “¿Cuál es la onda?”, en la antología de Seymour Menton. Yo no conocía ni a Cabrera Infante ni a Cortázar ni “Alabama song (Whisky bar)” de The Doors, y por supuesto no sabía quién diablos era Kurt Weil (Bertolt Brecht sí). José Agustín me abrió todas esas puertas en un parpadeo, antes de que yo empezara a leer siquiera la historia de Requelle-Rebelle-Ma-Belle y el baterista Oliveira, peregrinos platónicos de hoteles lujuriantes. Me descolocó la dedicatoria que aparece al final: “Para Angélica María”. Yo creía que la literatura mexicana y las telenovelas eran territorios quirúrgicamente balcanizados. Gracias al chisme del noviazgo entre el autor y la estrella descubrí que no.
En 1994 le organizamos varios homenajes por sus primeros cincuenta años de vida. En Monterrey, el 9 de marzo, estábamos sentados a la misma mesa de una fonda cuando MTV anunció la muerte de Charles Bukowski. Meses más tarde, en agosto, Pepe viajó a Saltillo en compañía de Margarita su esposa y de sus tres hijos: Andrés, Jesús y Tino. Puesto que somos de la edad y ambos escribimos versos, de inmediato entré en tensión con Andrés: me pareció innecesariamente guapo y un poquito peleonero. Creí que terminaría odiándolo. No pude estar más equivocado: al paso de los años, Andrés se convirtió en uno de mis amigos más entrañables, amén de mi editor. Siento
que, de algún modo, nuestra ya larga amistad es un regalo que José Agustín nos hizo a ambos.
Al concluir aquel encuentro literario en Saltillo, nos reunimos a desayunar en la terraza del hotel San Jorge. José Agustín redactó en ese lugar la larguísima dedicatoria que aparece al final de Dos horas de sol. Decidió mencionar a todos los que participamos en el homenaje, incluida quien en aquel entonces era novia de José Eugenio Sánchez: Edith… Edith… Ninguno de los presentes recordaba su apellido (Edith Jiménez Acuña). “Chingue su madre”, dijo Pepe, y escribió (como puede constatar el lector en su ejemplar del libro) “Edith Ebrith”.
Tardé algunos años en entender la clase de escritor que José Agustín es para la mayoría de sus lectores: un gran amor de juventud, el que les descubrió a través de La tumba (1964) y De perfil (1966) que la literatura también podía ser divertida, coloquial y antisolemne. No digo que su
obra no represente también esas cosas para mí, pero (lamento sonar pesado al decirlo) yo llegué tarde a esos libros, después de haber cumplido veinte; ya no era lo mismo. En cambio, el José Agustín de mis lecturas tempranas es un escritor encabronadamente experimental y complejo. Más que nada en los cuentos.
A los dieciocho, descubrí “Yautepec” (que en realidad es un fragmento de la novela Cerca del fuego, de 1986) en Jaula de palabras (1980), antología preparada por Gustavo Sainz. A los diecinueve, encontré la primera edición de Inventando que sueño (1968) arrumbada entre los descartes de la biblioteca del profe Everardo Martínez. El primer libro de Pepe que compré con mi dinero fue No hay censura (1989), donde aparece el perfecto relato “Transportarán un cadáver por exprés”, un ejercicio de punk lumpen que dialoga a mi juicio con el estilo y la técnica de Uno soñaba que era rey (1989)de Enrique Serna, un autor quince años menor. Es verdad que una
parte de la obra de José Agustín le habla con frescura y sencillez a una época y a un sector de la juventud, pero a mí lo que me conquistó primero es el otro polo de su prosa: lo joyceano y rabelesiano, lo experimental y conceptual.
(Y el rock, por supuesto.)
José Agustín fue el primer monstruo de la literatura mexicana (cuando aún esa figura era posible) que llegué a conocer, y uno de los pocos que traté con alguna cercanía durante casi dos décadas. También es el único que siempre, desde el minuto uno, me trató como a un adulto. Otros escritores han sido mis maestros y, al correr de los años, se volvieron mis amigos. Pero, sobre todo al principio, me miraban con la displicencia que se obsequia a un adolescente. En cambio, Pepe jamás me chamaqueó.
Supongo que, en parte, porque nadie mejor que él sabía lo que significa ser, para bien y para mal, un escritor precoz. Una de las poquísimas referencias que hizo a mi juventud data de 2004, cuando llevábamos más de diez años de conocernos, y es un halago desmedido. Está en la dedicatoria que escribió sobre las guardas de mi ejemplar de Vida con mi viuda (2004): “Te va a ir de poca madre y yo estaré orgulloso de haberte conocido desde chavito”.
De veras me atrapaste es un filme de 1985 dirigido por Gerardo Pardo y basado en el relato “Miriam”, de René Avilés Fabila. En cualquier otra cinematografía, podría ser una obra de culto: fue realizada con poquísimo dinero, está plagada de actores no actores, el guion es torpe y sin embargo funciona, el estilo visual mezcla lo sobrenatural con la psicodelia, la banda sonora original es sorprendentemente buena, hay una preciosa escena en una sala de videojuegos con música (supongo que robada) de Foreigner; es una peli fallida y sin embargo poderosa. (En México, claro, puesto que nuestra verdadera patria es el ninguneo, ya casi nadie la recuerda o la conoce.) Cuenta con un cameo José Agustín, quien, si no recuerdo mal, bebe de un vaso desechable en un patio, en una fiesta, mientras habla sobre Revueltas a unos chicos que están hasta la madre de marihuana.
Alguna vez escribí que concibo mis libros como si fueran álbumes de rock. Es un truco que le robé a José Agustín. No recuerdo que él haya confesado esa técnica, pero tampoco es difícil notarla: Inventando que sueño usa el collage y la variación de frecuencia en el tiempo y coloratura en la forma del Sgt. Pepper’s y otras obras psicodélicas.
Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973) emplea el gesto gramatical del doble título al que recurren varias canciones de Bob Dylan. Y, en una época signada por la abundancia de álbumes dobles, José Agustín publicó El rey se acerca a su templo (1978), díptico narrativo cuyo título (para más señas pop/esotéricas) proviene del I Ching. Ciudades desiertas (1982) es una imagen tomada de una canción de Cream. El rock de la cárcel es un hallazgo autoirónico. Y, aunque en los tres tomos de Tragicomedia mexicana (1990, 1992, 1998) no hay referencias al pop anglosajón, sí abundan las listas de personas, productos y lugares, catálogos que dialogan con modos compositivos empleados por Manu Chao y Maldita Vecindad en esa misma época.
Alberto Blanco y José Agustín acuñaron el término rock chino (mis amigos y yo seguimos usándolo) para referirse a reuniones donde un grupo de personas se sienta en la sala de una casa a compartir, sin que medie casi la conversación, rola tras rola. En 2001, José Agustín volvió a Saltillo (siempre volvía) a presentar Los grandes discos del rock. Lástima que esa vez no hicimos rock chino: yo me estaba divorciando y la dueña de la casa donde sería la recepción me prohibió presentarme acompañado de mi novia.
Volvimos a vernos en 2004, gracias a Vida con mi viuda. Esa vez coincidieron en Saltillo José Agustín y Christopher Domínguez Michael. Cada uno tenía programada una actividad distinta. Ya para entonces, Christopher y yo éramos amigos, así que me invitó a acompañarlo en su charla. Le expliqué que tenía un compromiso previo con José Agustín. Por la noche, después de los eventos, Pedro Moreno y José Agustín y yo fuimos a cenar a El Tapanco. Como el lugar estaba lleno, el capitán de meseros colocó un biombo para mantenernos
discretamente apartados de la mesa de junto. Naturalmente, Christopher (con quien Pepe tuvo por años una amistosa querella) salió a la conversación.
No hablamos (demasiado) mal de él: apenas si lo motejamos con un apodo al que el crítico literario debe estar acostumbradísimo: Anti-Christopher Domínguez. Al poco rato, y como si estuviéramos en una mala comedia francesa, vino el capitán de meseros y retiró el biombo, y ¿quiénes estaban en la mesa de junto? Christopher Domínguez y su anfitrión, claro. No supe si reírme o meterme debajo de la mesa. Domínguez Michael en cambio se lo tomó con la elegancia y buen humor que le conozco desde siempre.
En 2013, presenté en la FIL Guadalajara La historia de mis dientes de Valeria Luiselli. Una de mis observaciones fue la coincidencia conceptual y de atmósfera que existe entre algunos pasajes de ese libro y Abolición de la propiedad (1969), de José Agustín: la mezcla de instalación y performance, el doble discurso dramático (un recinto cerrado donde se proyectan varios videos), la sensación de amenaza que produce el eco visual entre realidad y pantalla.
No estoy hablando de influencia (al menos hasta esa época, Valeria no había leído el libro de Agustín) sino de confluencia: dos líneas narrativas de épocas distintas que se tocan, la primera influenciada por el teatro y el cine, la segunda enmarcada en el ámbito del arte contemporáneo. Los productos notables de la literatura mexicana poseen más vasos comunicantes de los que desearían los campeones de la polarización y los puristas.
Uno de mis últimos contactos con José Agustín (el otro es un video privado cuyo contenido me reservo) sucedió en 2018. Yo estaba saliendo de una tremenda crisis emocional y espiritual y requería toda la ayuda del mundo. Fue así que, a través de Andrés Ramírez, llegó a mis manos el ejemplar del Manual of Zen Budhism de D. T. Suzuki que perteneció a la biblioteca de José Agustín. Ahora está en mi librero y lo uso casi a diario. Es la herencia material que me dejó uno de mis ancestros más queridos. Es un objeto de poder.
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Desde muy joven, yo inventaba historietas que ilustraba abundantemente. Poco a poco, los dibujos se fueron haciendo más pequeños y los textos cobraron mayor importancia. Di el paso al escribir mi primer cuento cuando estaba en la secundaria. A los catorce años, me inscribí en un taller de escritura literaria bajo la “tutela” de Mariano Azuela, sin que nadie nos impusiera ahí ningún modelo. Redacté muchos cuentos. También me atraía mucho el teatro. Estudié dramaturgia y leí a Brecht, Ionesco, que causaron en mí una impresión extraordinaria. Estaba yo dividido entre el amor al teatro y el amor a la narración. No tenía yo ni quince años cuando publiqué mi primer texto, una pieza de teatro: Lo negro. Enseguida, escribí textos más largos: leí en mi taller de escritura literaria un cuento al que yo había titulado “Las noches”.
Quienes lo oyeron me dijeron que era necesario continuarlo. Entonces escribí otro cuento, “Las noches 2” en el cual desarrollé las situaciones y los personajes. El texto chocó un poco a quienes me leyeron o escucharon: encontraban que era inmoral y duro. A los dieciséis años me uní al taller de Juan José Arreola. Llegó a ser mi maestro. Por primera vez, un escritor importante se daba el tiempo de leer lo que yo escribía. Iba a su casa, hacíamos ahí las correcciones de mis textos, casi coma por coma; escuchábamos con placer a grandes músicos, se hablaba de pintura y de arte. Arreola tenía el don de advertir el rasgo personal de cada uno, era capaz de reconocer un estilo que estaba en proceso de surgimiento. No trataba de imponer su manera de escribir, hacía todo para que cada uno de los asistentes desarrollara su propia expresión.
Algunos han dicho que Arreola intervino
intensamente en la redacción de Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, que incluso habría participado en su edición. Se trata de un rumor infundado. Rulfo ciertamente abordó de manera caótica la escritura de ese texto inspirándose en el Ulises de Joyce, pero nadie lo encausó, ni Arreola ni José de la Colina, como se ha propagado.
Arreola tenía un estilo económico, sobrio; escribía con parsimonia. Mi estilo, por el contrario, era ya desbordante. Yo jugaba enormemente con las palabras, integraba muchos elementos de la cultura popular. Arreola no hizo nada para corregirme y más bien me ayudó a publicar mi primera novela, La tumba, en las ediciones Mester de México. Es una historia más imaginaria que real de los jóvenes en México, cuya evolución y crecimiento están vistos desde adentro; es un relato muy influido por Lolita, de Vladimir Nabokov, y por el espíritu de los existencialistas (Sartre, Camus…).
El existencialismo es desde mi punto de vista un movimiento de pura contracultura que es propicio a la afirmación de sus diferencias. La contra-cultura es un modo de eludir, de superar y evitar la cultura oficial, dominante. La contracultura tiene muchos rostros. Pienso en los del movimiento beatnik, en William S. Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, que han sido autores definitivos para mí. Igual que el rock. He crecido con esta música, me ha tocado vivir la transición de la dimensión más visceral y emocional del rock a su dimensión intelectual. El rock permitía transmitir ideas, expresar cosas complejas. Era un puente entre cultura popular y alta cultura. Muy rápido, los mexicanos se apropiaron el rock y no se contentaron con escuchar los hits de los vecinos usamericanos.
A partir de 1956, las canciones fueron vertidas al español con astucia e ingenio y el rock cantado en el idioma español en México, Guadalajara, Monterrey…
Esto produjo el nacimiento más tarde del festival de rock de Avándaro o a la creación de grupos como Three Souls in my Mind o Enigma. A su manera, mis primeras novelas eran novelas rock, y no solamente porque yo citara en ellas canciones en inglés (pp. 51-53).
Durante más de siete años llevé dentro de mí una novela: Cerca del fuego (1986) en la que describía, a través del traumatismo de la amnesia, la realidad difícil y hostil de México tomando como eje la ciudad de México. Me costó mucho trabajo darle forma, aunque durante ese tiempo escribí Ciudades desiertas (1982), sobre la historia presente, a través de dos becarios jóvenes mexicanos en Estados Unidos —es una visión severa del vecino usamericano. La redacción de esta novela me permitió desbloquear varios elementos de Cerca del fuego. Pude volver con mayor seguridad a mi personaje principal desorientado que, luego de haber perdido la memoria durante seis años, se despierta en una ciudad desfigurada por las obras urbanas.
Su amnesia de seis años corresponde a la duración del mandato presidencial de México, al final del cual se da una nueva esperanza de cambio. Pero, al recapitular los decenios y los siglos pasados, se advierte que nada o casi nada ha cambiado. La historia mexicana no logra romper un círculo vicioso. Tuve el deseo de conectar la memoria de la vieja historia con la de la historia reciente, en vista de que la restauración de la memoria es esencial para poder operar cambios en la sociedad. Esa es sin duda una de las razones por las cuales me lancé al género de las crónicas históricas. Publiqué dos volúmenes: Tragicomedia mexicana I. La vida en México de 19401970 (1990), Tragicomedia mexicana II. La vida en México de 1970-1982 (1992). Estarán completadas por un tercer volumen: Tragicomedia mexicana II. La
vida en México de 1982-1994. Tengo el propósito de contar la historia no oficial de México, haciendo la descripción de la vida cultural, social, los modos de hablar, la evolución de los usos y costumbres… (pp. 56-57).
1968 fue muy importante para mí. Yo no era estudiante, pero sin ser un dirigente, participé en el movimiento de contestación que duró cerca de tres meses, y que al final terminó con la masacre de la plaza de las Tres Culturas en México el 2 de octubre. Fui miembro de la organización de los intelectuales y escritores que se constituyó en favor de los estudiantes. A partir del día en que el poder de Gustavo Díaz Ordaz disparó sobre la juventud de México, perdió el sostén de los intelectuales y de los artistas. Hasta ese momento, el gobierno hablaba abiertamente de paz interior, de unidad nacional y de crecimiento económico, enmascarando el hecho de que la sociedad se hacía cada vez más rígida y de que los ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, tenía el sentimiento de vivir con una camisa de fuerza.
Se ejercía la censura, las manifestaciones eran reprimidas. 1968 no salió de la nada: desde hacía cierto tiempo, muchos mexicanos sabían que la aparente estabilidad pregonada por las autoridades era una fábula, una piadosa mentira de Estado. La perspectiva de los Juegos Olímpicos, que debían desarrollarse en México, precipitó la represión armada. El movimiento que había sido puesto en la mira del poder había conquistado la simpatía y la solidaridad de un número muy amplio de personas. Nunca se supo el número exacto de las víctimas, pero la masacre de la plaza de las Tres Culturas fue vivida como una profunda herida y una revelación relativa a la amplitud de la represión que tenía lugar en México.
Aparte de la protesta social, 1968 es esencial desde el punto de vista cultural. Hizo tomar una dirección política más públicamente apoyada a la “literatura de la Onda”, movimiento artístico de la contra-cultura que se expandió a partir de mediados de los años cincuenta, y que había aspirado a mantener fresco el recuerdo del malestar profundo de la sociedad contemporánea, a hacer ver de
otro modo la realidad. Yo era considerado como uno de sus autores, junto a Sergio Pitol, Fernando del Paso, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, entre otros. Yo nunca milité en un partido político, pero siempre estuve persuadido de poder hacer algo escribiendo. En 1966, publiqué De perfil, obra que se vendió mucho y que me trajo notoriedad. Esto me permitió tener tribunas, hablar en los periódicos y en los circuitos mediáticos. Algunas de mis declaraciones no fueron del gusto del gobierno en turno.
Durante ese periodo, yo me buscaba a mí mismo y emprendí un viaje interior por medio de psicotrópicos y alucinógenos. Decidí ser mi propio guía, comí champiñones, tomé LSD, peyote. Experimenté con sustancias que pensé que eran susceptibles de ensanchar mi consciencia, de hacerme acceder a planos de la vida que escapaban a la realidad. No creía ni en el psicoanálisis ni en la brujería. Mi consumo de las drogas y mis escritos poco favorables al poder, considerados como publicaciones “obscenas”, me valieron de hecho siete meses de cárcel a principios de los años setenta. Ahí escribí Acapulco 72, novela de una gran intensidad en razón del lugar en que la realicé, y muy impregnada con mis experiencias con alucinógenos.
Mi escritura es contestataria sin hablar abiertamente de política; lo es de una manera contra-cultural. Después de mi paso por la cárcel, los críticos y el público dijeron que yo era un escritor contestatario cuando eso les parecía antes menos evidente —hasta los años setentas, se me calificaba como un autor apolítico. Es cierto que mis escritos se han abierto a otras preocupaciones a partir de Acapulco 72, y que dejé de ser un escritor rebelde para ser un escritor comprometido (p. 151-152).
El nombre de José Agustín me es familiar desde que era yo un joven que se iniciaba en la lectura. Debo confesar que en un principio libros como La tumba o De perfil no me causaron gran impresión. En cambio, el cuento “¿Cuál es la onda?” me gustó por su ritmo y frescura. A esa inhibición inicial, se añadió el hecho de que Agustín fue a dar a la Preparatoria 6 Antonio Caso de Coyoacán una charla. Entre el auditorio, se encontraba un joven lector de las novelas del Nouveau Roman
de Alain Robbe Grillet, Michel Butor Claude Simon y Marguerite Duras. Agustín los conocía pero no les daba la importancia que yo les confería.
Eso me decepcionó un poco. La lectura de sus obras era en cierto modo obligatoria, así como las de los escritores de su generación Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña. Desde lejos, advertía yo que Agustín no era un autor como Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Inés Arredondo o Sergio Pitol. Más bien tenía que ver con un autor como Ricardo Garibay, o incluso como Carlos Fuentes, quien más tarde, de hecho, haría parodias de la escritura de la onda en una novela como Cristóbal Nonato
La diferencia estriba en que a Agustín y a Garibay les interesaba la transcripción y aun la taquigrafía de la lengua oral, mientras que a los autores como García Ponce o Elizondo les interesaba, desde mi perspectiva, la literatura como construcción.
La publicación de la novela Se está haciendo tarde en 1973 fue para los lectores de mi generación un pequeño acontecimiento. Contaba nuestras vidas o las de nuestros hermanos mayores. Dejé de leer durante cierto tiempo a Agustín hasta que me asomé a los tomos de esa crónica virulenta del pasado inmediato que es Trágico-media mexicana, una serie de libros que no dejaron de tener influencia en la opinión mexicana aunque no fuesen plenamente aceptados en términos académicos.
Pese a que no me simpatizan esos libros por su tendencia exagerada a la caricaturización de la política, no dejo de reconocer que hay en ellos un eco de lo que el historiador Luis González llamaba invitación a la escritura de una historia en tono menor y no de bronce. En ese sentido, Agustín tendría que ver no poco con un escritor e historiador disidente como José Fuentes Mares. Agustín seguiría publicando libros y más libros a lo largo de las décadas. Libros cuya importancia no ha sido reconocida.
Pienso que, de hecho, la literatura de José Agustín está pendiente de redescubrir, al igual que de su contemporáneo Gustavo Sainz, a quien las malas lenguas motejaban burlonamente como “Science fiction”,
por más que el autor de Obsesivos días circulares no hubiese incurrido en la literatura de anticipación. Agustín, para resumir, es un autor que se encuentra, por así decir, sepultado en los equívocos didácticos de una leyenda que en su momento causó cierto escándalo por la inclinación de sus personajes al consumo de la canabis sativa. ¿Sería abusivo decir que Agustín dejó de ser un autor de culto a partir del inicio de la lucha por la legalización de la marihuana?
Sabemos que los menores de edad juegan a sentirse adultos y consumen tabaco o alcohol a pesar de las prohibiciones. Ese impulso mimético pasa por el uso del lenguaje. El habla popular de los jóvenes, la germanía municipal mexicana ha sabido adoptar desde siempre las jergas carcelarias, marginales, las picardías, los albures, malas palabras, los pochismos y anglicismos, los regionalismos, los modismos y albures, las voces usadas con sentido metafórico. Nada de eso es nuevo.
La novedad que introdujo José Agustín y los escritores de la bautizada Onda por Margo Glantz en una célebre antología, fue la de transformar ese rico caudal lingüístico en materia de construcciones literarias para dar cuenta y vestido verbal, identidad y acento específico a los ciudadanos de las crecientes clases medias mexicanas a fines de los años 60 y durante las décadas subsiguientes. Otra función que tuvo la literatura de la Onda, y en particular la de José Agustín, fue la de abrir al gran público, el mundo secreto de los jóvenes, exponer al aire de la ciudad y del mercado esos modos verbales practicados en privado por los jóvenes. Gracias a las letras de José Agustín los adultos pudieron asomarse a los antros lingüísticos habitados por sus hijos y nietos. La literatura de la Onda no sólo funcionaba como un mecanismo de expresión, sino también, podría decirse, como un recurso de espionaje intergeneracional.
Con la literatura de La Onda llegó al poder la rebelión de las masas. La cultura de las masas y de la masa cobró voz y orquestó nuevos paisajes culturales en los que convivían, como en la ciudad misma, diversos estilos de expresión. José Agustín fue y es el emblema de ese proceso cultural y político que no sólo expresó a las ciudades desiertas locales sino que permeó más allá a casi todas las regiones de la mancha nativa mexicana,
desde Los Ángeles hasta Managua, pasando por el DF y la congregación conurbada en la Megalópolis. El milagro de la comunión civil pareció cobrar en las novelas de esta corriente y en particular en las de José Agustín un momento de perdurable vigencia.
La obra de José Agustín no se alzó como un pabellón en el desierto. De inmediato, fue reconocida por lectores como la susodicha Margo Glantz, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Vilma Fuentes, Sara Sefchovich, Juan Villoro, entre otros, por los lingüistas y en particular por los practicantes de la sociolingüística del habla coloquial juvenil, para no hablar de las ediciones espurias de sus obras que han proliferado, como los saben bien sus editores autorizados, víctimas de la indeseable consagración de la piratería. En términos académicos, sería por demás interesante para dibujar el efecto boomerang de la recepción de Agustín, documentar su lectura a través de las generaciones. Para contribuir a esa incipiente sociología me permito transcribir aquí dos testimonios de dos lectores jóvenes de José Agustín:
David Noria:
A los quince años leí La tumba. Me gustó mucho, y de ahí me salté a Parménides García Saldaña. Lecturas de fin de secundaria, principio de prepa. Luego pasé al boom (todo un poco predecible). Recientemente leí los artículos del hijo de José Agustín (en Milenio?) sobre la afición de su padre por Leonard Cohen, que me conmovió. Padre e hijo escriben en dialecto capitalino con mucha eficacia. Me simpatizan. Por cierto, en la casa de mis amigos de Marsella -donde viví cuatro meses- se le organizó una fiesta a José Agustín cuando vino a la susodicha feria. Diríamos que he sido el segundo mexicano en disfrutar de aquel jardín en un barrio bien de Marseille.
Alejandro Arras:
Sobre José Agustín: le tengo un especial aprecio pues fue de los primeros autores que leí. De perfil fue una novela que leí en preparatoria y me ayudó a descubrir a muchos otros autores, como Chejov, Henry Miller, Hemingway. Es una novela, junto a La tumba o Se está haciendo tarde —esta última probablemente su mejor obra— que yo le obsequiaría a alguien que no lee y tiene ganas de descubrir la literatura… Por
ahí me enteré, su hijo Andrés Ramírez lo cuenta en alguna parte, que a José Agustín le gusta mucho su Vida con mi viuda — premio Mazatlán 2005— que tengo en mi casa y no he leído aún, pero tu correo me provoca curiosidad de echarle un ojo… Yo creo que en las novelas de José Agustín, como en Diálogos mexicanos de Ricardo Garibay, hay un registro magnífico del habla del México de entonces. Voluntaria o involuntariamente, creo que mi generación le debe mucho a José Agustín.
Desde la publicación de su primera novela La tumba (1964) publicada cuando tenía 20 años hasta la edición de Armablanca (2006), el itinerario creativo de José Agustín (1944) ha desplegado y medido las inquietudes y disyuntivas de la novela contemporánea en Hispanoamérica y el mundo.
Discípulo de Juan José Arreola, José Agustín es uno de los escritores mexicanos más completos, más creativos y, a la par, más fieles y leales a su devoradora vocación literaria.
Su hambre de veracidad lo ha llevado a renovar la literatura mexicana e hispanoamericana contemporánea a través de una serie de construcciones verbales donde se da albergue a las corrientes impetuosas, revueltas y a veces revoltosas de la oralidad efervescente en México a través de las distintas clases sociales. Novelas como Se está haciendo tarde (final de laguna) (1973) y Ciudades desiertas (1982) son prendas de ese audaz ejercicio imaginativo e intelectual.
La obra narrativa de José Agustín no sólo cuenta su vida, sino que apuesta a darle sentido a la vida comunitaria. Reinventa el concepto de ciudad tanto como el de la política. No es extraño por ello que sus construcciones literarias hayan tenido tantos lectores y que el estilo de vida y la prosodia de José Agustín hayan sido, por así decir, tan infecciosos.
Muchos lectores y seguidores tiene este novelista que, como el flautista de Hamelin, sabe conducir a sus legiones para llevarlas a otros espacios. Casi un cronotopo, la obra de José Agustín es reconocida dentro y fuera de México. Lleva años ganando el premio mayor de esos lectores que han sabido heredar a sus hijos el gusto por la lectura. Por eso cabría decir que su obra es una de las que mayor vigencia leída así en el México contemporáneo.
José Agustín durante una charla con escritores, en la XIII Feria Internacional del Libro del Zócalo de Ciudad de México, en 2013.
Narrativa del 68
No hay duda de que el movimiento estudiantil de 1968 ha sido el momento más importante de este siglo después de la Revolución Mexicana, mejor conocida como “revmex”. Sin embargo, mientras ésta dio origen a una narrativa abundante, que incluso dejó libros magistrales como El águila y la serpiente y La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, o Los de abajo, de Mariano Azuela, el movimiento estudiantil no se narró en la misma proporción, ya que el 68 fue una serie de movilizaciones que se volvieron populares
y que, al ser reprimidas criminalmente, revelaron el deterioro del sistema y la necesidad de cambios profundos en el país; así se convirtieron en el detonador de tomas de conciencia. Como hecho histórico fue breve y se concentró en la Ciudad de México, pero el 68 se convirtió en un símbolo y en un espíritu que abarcó todo el país.
La narración del movimiento estudiantil fue abordada desde distintos aspectos. Primero hay que poner La noche de Tlatelolco, pues aunque técnicamente es un testimonio, en realidad funciona como literatura de lo mejor, un tendido de voces que narra una historia colectiva, un poco como La feria, de Juan José Arreola. La selección y la orquestación
de los materiales rebasa el tratamiento periodístico o meramente testimonial. Un caso semejante es Los días y los años, de Luis González de Alba, una autobiografía sui generis y bitácora del movimiento estudiantil, que está vista desde adentro por el “Afamado Lábaro Patrio”, uno de los miembros del Consejo Nacional de Huelga.
Ya en terrenos propiamente literarios, las cosas se ponen buenas con Gerardo de la Torre. En su cuento “Únete, pueblo agachón”, pero especialmente en su novela Muertes de Aurora el movimiento estudiantil es visto desde la perspectiva de los obreros y, en la novela, apareado con niveles de alcoholismo francamente “lowrianos”. Además de densos dilemas humanos y de la presencia de Aurora como símbolo, el movimiento estudiantil es parte esencial del libro y está muy bien narrado. En realidad, no hay una novela cuyo tema propiamente sea el movimiento estudiantil, aunque es marco de referencia o escenario de varios libros muy buenos, como Parejas, la excelente y abismal novela de Jaime del Palacio, donde es un telón de fondo bien vivo; o en Al cielo por asalto, de Agustín Ramos, una visión de la izquierda mexicana con imaginación y recursos.
El 68 también es parte importante de El sentido del amor, una novela muy divertida de Héctor Anaya; y de Pretexta, de Federico Campbell, Que la carne es hierba, de Marco Antonio Campos, Olvidar tu nombre, de Bernardo Ruiz, Con él, conmigo, con nosotros dos, de María Luisa Mendoza, El mismo cielo, de Hernán Lara Zavala, Manifestación de silencio, de Arturo Azuela, y la abigarrada Cadáver lleno de mundo, de Jorge Aguilar Mora. También es referencia de Personas fatales, de Jorge Arturo Ojeda, Chinchín el teporocho, de Armando Ramírez, El gran solitario de Palacio, de René Avilés, ¿Por qué no dijiste todo?, de Salvador Castañeda, La invitación, de Juan García Ponce, Compadre Lobo, y A la salud de la serpiente, de Gustavo Sainz. Tiempo transcurrido, de Juan Villoro, Las rojas son las carreteras, de David Martín del Campo, Héroes convocados, de Paco Ignacio Taibo II, Delgadina, de Federico Arana, y Los símbolos transparentes, de Gonzalo Martré. Un caso muy curioso es Las cajas, de Luis Spota, que está en
contra de los estudiantes y es bastante patética. Las demás novelas aluden, rememoran, “flashbaquean”, sueñan o de alguna manera mitifican el 68.
Un caso muy notable es Palinuro de México, de Fernando del Paso, una voluminosa y excedida novela sobre la erudición, la juventud y la medicina que de pronto se saca de la manga una frase de los personajes de la Comedia del Arte. Del Paso estaba inspirado y le salió una divertida y corrosiva fusión de los Juegos Olímpicos del 68 y el movimiento estudiantil. Por supuesto, representó la aproximación más original al tema.
Por otra parte, el 68 no sólo fueron movilizaciones de estudiantes sino la contracultura, que convirtió a los jipitecas en chavos de la onda, es decir, la fusión de sicodelia y movimiento estudiantil. Este en realidad fue bastante antirrockanrolero y musicalmente se apoyaba en viejos corridos, pero se nutrió también de muchachos que oían rock, fumaban mota, se dejaban el pelo largo y vestían de mezclilla. Esta contracultura generó una narrativa que directa y espiritualmente está ligada al 68, como En la ruta de la onda, de Parménides García Saldaña, Las jiras, de Federico Arana, Las motivaciones del personal, de Jesús Luis Benítez, y Se está haciendo tarde (final en laguna) y El rey se acerca a su templo, de José Agustín. El espíritu del 68 también está presente en la narrativa policiaca de Paco Ignacio Taibo II, quien además escribió el libro El 68. Hay también una recopilación de textos sobre el 68 de Marco Antonio Campos. Por último, es notable el interés que siguen generando los acontecimientos de 1968 y por tanto es perfectamente posible que se escriba más narrativa sobre el tema.
La muerte del “Che”
Me ha dado mucho que a los treinta años de su muerte, el “Che” Guevara siga más vivo que nunca en medio de los horrores neoliberales. Desde 1995 no era difícil darse cuenta de que el rango arquetípico de Ernesto Guevara era irreversible porque funcionaba compensatoriamente en estas épocas. Sólo un gran hombre de integridad indiscutible podía seguir siendo el lazo de unión y la seña de identidad de muchos que nos negábamos
a tragarnos “la muerte de las utopías” y la doctrina del libre mercado.
Yo tuve la suerte de conocer al “Che” Güevotes. A los dieciséis años me lancé, con Margarita Dalton, a alfabetizar Cuba, y para nuestra gran emoción nos tocó encontrarnos al “Che” y a Fidel cuando inauguraban un congreso de alfabetizadores en La Habana libre. La Dalton y yo cerveceábamos sabrosamente cuando vimos que el “Che” y Fidel llegaban, así es que corrimos a saludarlos.
Les dijimos que éramos mexicanos, que alfabetizábamos en Cuba, y ellos nos trataron de poca madre, con un gran cariño y atención por nuestras ondas. Yo los veía gigantescos; ambos eran más altos que yo, claro, pero la verdad es que los miraba con los ojos de la mitificación. Jamás olvidaré la sonrisa gentil y bondadosa que nos dedicó el “Che”, y la buenísima vibra que nos aventó. Para mí, que era adolescente y me hallaba tan lejos de mi casa, su presencia fue balsámica. Recuerdo también que admiré aún más al “Che” porque reconoció que la Coca-Cola que se hacía en Cuba era tan mala que el Spur y el Maxi-Cola del Ratón Macías parecían ambrosia. También guardé durante siglos un billete cubano sólo porque en él se leía la firma del ministro de Finanzas que sólo decía “Che”.
En 1967, cuando el “Che” fue asesinado en Bolivia yo sufrí por la muerte de alguien cercano y queridísimo, pero también, intuitivamente, supe que en ese momento nacía un mito imperecedero, entre otras cosas porque mi hermano Augusto Ramírez, uno de los grandes pintores de fin de milenio, llegó un día a mi depto y me describió un cuadro que pensaba hacer para homenajear al “Che”.
Desde que me platicaba su proyecto supe que Augusto iba a producir algo extraordinario. “¿Sabes qué, mi buen? —le dije— te compro ese cuadro desde ahorita que ni siquiera lo has empezado a pintar”. Augusto y yo acordamos un precio de diez mil pesos, que entonces eran más de ocho mil dólares. Como buen jodido que era, esa cantidad era demencial, así es que en ese momento le di un miniabono y, después, con el paso del tiempo, fui dándole que cien, trescientos o quinientos varos hasta
que, siglos después, terminé de pagar el cuadrazo.
La obra la llamó La muerte del “Che” y es una señora chingonada. En primer término aparece el “Che” muerto en una paráfrasis perfecta del Cristo de Holbein, porque el tema del cuadro presenta el paralelismo Cristo-“Che”. A la derecha aparecen las imágenes perturbadoras de un modelo gringo que anuncia una camisa (a un costado se lee una leyenda sobre los materiales y el costo de la prenda) y que se muestra indiferente ante una bella madre africana que pela una toronja a la vez que amamanta a su hijo y mira al espectador con una dulce y terrible mirada.
En el centro hay una gran manifestación, en la que el “Che” aparece vivo junto a una bola de cuates del pintor, entre los que destacan Julio Castillo, Angélica María (superguevarista en aquella época), Javier Bátiz, Salvador Rojo, mi hermano el pintor, mi esposa Margarita Bermúdez y yo también (qué chingaos).
Uno de los manifestantes muestra una tela con el manto de la Verónica, sólo que en vez de Cristo se encuentra el rostro yerto del “Che”. Por cierto, muchos amigos que veían el cuadro en mi casa, y que hubieran querido aparecer en él, exclamaban: “¡Chin, cómo no fui a esa manifestación”. En la parte superior, en un costado se ve una fachada de la Sorbonne y a una rica nena (en realidad la actriz Cora Cardona) que se refina un helado y luce una camiseta que dice “Che Guevara”. Y a un lado, en el fondo, se abre un bellísimo paisaje de Acapulco, por la zona de Pie de la Cuesta, en donde a lo lejos se ve venir a un grupo de guerrilleros. Hasta atrás el mar y el sol de la tarde.
De más está decir que La muerte del “Che” le quedó pocasumadre a Augusto Ramírez. Gustó tanto que tuvo que sacar copias en la Imprenta Madero y después quién sabe quién se las pirateó y sacó pósters que decían “Mueren los hombres, pero no los ideales”, y que se vendieron muchísimo sin que mi brother le pasaran un solo quinto (qué ojetes). Ahora, a todos los que visitan mi casa se les caen los chones ante La muerte del “Che”, que sigue en el centro de mi sala para recordarnos cuál es la onda.
“Cuando me pongo a tocar me olvido de todo. De manera que estaba picando,repicando, tumbando, haciendo contracanto o concertando con el piano y el bajoy apenas distinguía la mesa de mis amigos los plañideros y los tímidos y los divertidos, que quedaron en la oscuridad de la sala.”
Guillermo Cabrera Infante: Tres tristes tigres.
“Show me the way to the next whisky bar. And don’t ask why. Show me the way to the next whisky bar. I tell you we must die.”
Bertolt Brecht y Kurt Weill según the Doors.
Requelle sentada, inclinando la cabeza para oír mejor.Mesa junto a la orquesta, pero muy.
Requelle se volvió hacia el baterista y dirigió, con dedos sabios, los movimientosde las baquetas.
Su badness, esta niña está lo que se dice: pasada, pero Oliveira, el baterista,muy estúpido como nunca debe esperarse en un baterista, se equivocaba.
Equivocábase, diría ella. Requelle se hallaba sobria, bien sobria, quizá sólo para llevar la contraria a los muchachos que la invitaron al Prado Floresta. Ellos bailaban y reían y bebían disfrutando de Una Noche Fuera Estamos Cabareteando y Cosas De Esa Onda.
Cuál es la onda, no dijo nadie. Pero olvidémonos de ellos y de Nadie: Requellees quien importa; y el baterista, puesto que Requelle lo dirigía.
Una pregunta: querida, cara Requelle, puedes afirmar que estás haciendo lo debido; es decir; tus amigos se van a enojar. Requelle miró con ojos húmedos el cuero golpeadísimo del tambor; y aunque no lo puedan imaginar —y seguramente no podrán— se levantó de la silla —claro— y fue hasta el baterista, le dijo: me gustaría bailar contigo. Él la miró quizá con fastidio, más bien sin interés, sin verla; a fin de cuentas lamiró como diciendo:
pero niñabonita, no te das cuenta de que estoy tocando.
Requelle, al ver la mirada, supuso que Oliveira quiso agregar: música mala, de acuerdo, pero ya que la toco lo menos que puedo hacer es echarle las ganas. Requelle no se dio por aludida ante la muda respuesta (dígase: respuesta muda, no hay por qué variar el orden de los facs aunque noalteren el resultado). Simplemente permaneció al lado de Baterista, sin saber que se llamaba Oliveira;quizá de haberlo sabido nunca se habría quedado allí, como niña buena.
El caso es que Baterista nunca pareció advertir la presencia de la muchacha, Requelle, toda fresca en su traje de noche, maquilla-
da apenas como sólo puedepintarse una muchacha que no está segura de ser bonita y desconfía de Mediomundo. Requelle se habría sorprendido si hubiese adivinado que Oliveira Baterista pensaba: qué muchacha tan atractiva, otra que se me escapa a causa de los tambores (de tontos tamaños,diría Personaje).
Cuando, un poco sudoroso pero no dado a la desgracia, Oliveira terminó de tocar, Requelle, sin ningún titubeo, decidió repetir, repitió: me gustaría bailar contigo; no dijo: guapo, pero la mirada de Requelle parecía decirlo.
Oliveira se sorprendió al máximo, siempre se había considerado el abdominableyetis Detcétera. Miró a Requelle como si ella no hubiera permanecido, de pie, junto a él casi una hora (léase horeja, por aquello de los tamborazos).
Sin decir una palabra (Requelle ya lo consideraba cuasimudo, tartamudo, pues) dejó los tambores, tomó la mano de Requelle, linda muchacha, pensó, y sin másla condujo hasta la pista. Casi estaban solos: para entonces tocaba una orquesta peor y quién de los monos muchachos se pararía a bailar bajo aquella casimúsica.
Oliveira Baterista y Linda Requelle sí lo hicieron: es más, sin titubeos, a pesar de las bromas poco veladas, más bien obvias, de los conocidos requellianos desde la mesa: ya te fijaste en la Requelle siempre a la caza demo-ciones fuertes fuerte tu olor bella Erre con quién fuiste a caer. Erre no dio importancia a las gritadvertencias y bailó con Oliveira. Bríncamo, gritó alguien de la orquestavaril y el ritmo, lamentablemente sincronizado, se disfrazó de afrocubano: en ese momento Requelle y Oliveira advirtieron que estaban solos en la pista y decidieron hacer el show, jugar a Secuencia de Film Sueco; esto es:
Oliveira la tomó gentilmente y atrajo el cuerpecito fragante y tembloroso, que apesar de los adjetivos anteriores, no presentó ninguna resistencia.
Entonces siguieron los ejejé ejejé, ándale te vamos a acusar con Mamis muchachita destrampada. Requelle, como buena niña destrampada, no hizocaso; sólo recargó su cabeza en el hombro olivérico y se le ocurrió decir: quisiera leer tus dedos.
Y lo dijo, es decir, dijo: quisiera leerte los dedos.
Oliveira o Baterista o Cuasimudo para Erre, despegó la mejilla y miró a la muchacha con ojos profundos, conmovidos y sabios al decir: me cae que no teentiendo. Sí, insistió Erre con Erre, quisiera leer tus fingers.
La mand, digo, la mano querrás decir.
Nop, Cuasi, yo sé leer la mano: en tu caso quisiera leerte los dedos.Trata, pecaminosa, pensó Oliveira. pero sólo dijo: trata.
Aquí, imposible, my queridísimo.I wonder, insistió Oliveira, why.
You can wonder lo que quieras, arremetió Requelle, y luego dijo: con los ojos,porque en realidad no dijo nada: porque aquí hay unos imbéciles acompañándome, chato, y no me encontraríaen la onda necesaria.
Y aunque parezca inconcebible, Oliveira —sólo-un-bate-rista— comprendió;quizá porque había visto Les Cousins (sin declaración conjunta) y suponía que en una circunstancia de ésas es riguroso saber leer los ojos. Élsupo hacerlo y dijo: alma mía, tengo que tocar otra vez. Yo, aseguró Requelle muy seria, dejaría todo sabiendo lo que tengo entremanos.
Faux pas, porque Oliveira quiso saber qué tenía entre manos y la abrazó: así:la abrazó.
Uy, pensó Muchacha Temeraria, pero no protestó para parecer muy mundana.Tú victorias, gentildama, al carash con mi laboro. Se separaron
(o separáronse, para evitarel sesé):
Olivista corrió a la calle con el preolímpico truco de comprar cigarros y la buena de Requelle fue a su mesa, tomó su saco (muy marinero, muy buenamodamod),dijo:
chao conforgueses
a sus amigos azorados y salió en busca de Baterista Irresponsable. Naturalmentelo encontró, así como se encuentra la forma de inquirir:
ay, hija mía, Requelle, qué haces con ese hombre, tanto interés tienes en este patín.
Requelle sonrió al ver a Oliveira esperándola: una sonrisa que respondía afirmativamente a la pregunta anterior sin intuir que patín puede ser, y debe de,lo mismo que:
onda, aventura, relajo, kick, desmoñe, et caetera, en este caló tan expresivo yahora literario. El problema que tribulaba al buen Olivista era:
do debo llevar a esta niña guapa.
Optó, como buen baterista, por lo peor: le dijo (o dijo, para qué el le):bonita, quieres ir a un hotelín.
Ella dijo sí para total sorpresa de Oliconoli y aun agregó: siempre he querido conocer un hotel de paso, vamos al más de paso.Oliveira, más que titubeante, tartamudeó: tú lo has dicho.
¡Oliveira cristiano!
Quiso buscar un taxi, roído por los nervios (frase para exclusivo solaz de lectores tradicionales),pero Libre no acudió a su auxilio.
Buen gosh, se dijo Oliverista. No recordaba en ese momento ningún hotel barato por allí. Dijo entonces, muy estúpidamente: vamos caminando por Vértiz, quien quita y encontremos lo que buscamos y yasolitos gozaremos de lo que hoy apetecemos, qué dice usted, muchachita, si quiere muy bien lo hacemos.
Híjole, susurró Requelle expresiva.
Hotel Joutel, plañía Oliveira al no saber qué decir. Sólo musitó: tú estudias o trabajas.
Tú estudias o trabajas, ecoeó ella.Bueno, cómo te llamas, niña. Niña tu abuela, contestó Requelle, ya estoy grandecita y tengo buena pierna, de lo contrario no me propondrías un hotel-quinientospesos.
De acuervo, accedió Oliveira, pero cómo te apelas. Yo no pelo
nada.
Cómo te haces llamar.Requelle.
¿Requejo?
No: Requelle, viejo.
Viejos los cerros.
Y todavía dan matas, suspiró Requelle.
Ay me matates, bromeó Oliqué sin ganas. Cuáles petates, dijo Req Ingeniosa.
Mal principio para Granamor, agrega Autor, pero no puede remediarlo.Requelle y Oliveira caminando varias cuadras sin decir palabra.
Y los dedos, al fin preguntó Olidictador.Qué, juzgó oportuno inquirir Heroína.
Digo, que cuándo vas a leerme los dedos.Eso, en el hotel. Jajajó, rebuznó Oliclaus sin cansancio hasta que vio: Hotel Esperanza.
y Olivitas creyó leer momentáneamente:
te cayó en el Floresta dejaste a su orquesta mete pues la panza y adhiérete a laesperanza. Esperanza. Esperanza. ¡Cómo te llamas!, aulló Baterista.
Requelle, ya díjete.
Sí, ya dijísteme, suspiró el músico,cuando pagaba los dieciocho pesos del hotel, sorprendido porque Requelle ni siquiera intentóocultarse, sino que sólo preguntó: qué horas no son, e Interpelado respondió: no son las tres; son las doce, Requita. Ah, respondió Requita con el entrecejo fruncido, molesta y con razón:era la primera vez que le decían Requita.
Dieciséis, anunció el empleado del hotel.No dijo dieciocho. No, dieciséis.
Entonces le di dos pesos de más.
Ja ja. Le toca el cuarto dieciséis, señor.
Dijo señor con muy mala leche, o así creyó pertinente considerarlo Baterongo.Segundo piso a la izquierda.
A la gaucha, autochisteó Requelle,y claro: la respuesta: es una argentina.
No; soy argentona, gorila de la Casa Rosada. Riendo fervientemente, parasí misma.
Oliveira, a pesar de su nombre, se quitó el saco y la corbata, pero Requita no pareció impresionarse. El joven músico suspiró entonces y tomó asiento en lacama, junto a Niña.
A ver los dedos.
Tan rápido, bromeó él.
No te hagas, a lo que te traje, Puncha. Con otro suspiro —más bien berrido a pesar de la asonancia— Oliveira extendiólos dedos.
Uno dos tres cuatro cinco. Tienes cinco, inteligenteó ella, sonriendo.Deveras.
Cinco años de dicha te aguardan.
Oliveira contó sus dedos también, descubrió que eran cinco y pensó:buen grief, qué inteligente es esta muchacha; más bienlo dijo.
Forget el cotorreo, especificó Requelle. Bonito inglés, dónde lo aprendiste.
Y Requelle cayó en Trampa al contar: oldie, estuve siglos que literalmente quiere decir centuries en el Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales Hamburgo casi esquina conGenova buen cine los lunes. Relaciones sexuales, casi dijo Oliveto, pero se contuvo y prefirió: eso es todo lo que te sugieren mis dedos.
A Requelle, niña lista, le pareció imbécil la alusión y dijo: nanay, músico; y más y más: tus dedos indican que tienes una alcantarilla en lugar de boca y que eres la prueba irrefutable de las teorías de Darwin tal como fueron analizadas por el Tuerto Reyes en el Colegio de México y que deberías verte en un espejo para darte de patadas y que sería bueno que cavaras un foso para en, uf, terrarte y que harías mucho bien ha, aj aj, ciendo como que te callas y te callas de a deveras y todo lo demás, es decir, o escir: etcétera.
No entiendo, se defendió él.
Claro, arremetió Requelle Sarcástica, tú deberías trabajar en un hotel déstos.Dios, erré la vocación.
Tú lo has dicho.
¡Requelle, cristiana!
Para entonces —como pueden imaginarse aunque seguramente les costará trabajo— Requelle no consideraba ni mudo ni tartaídem a Oliveira, así es quepreguntó, segura de que obtendría una respuesta dócil:
y tú cómo te llamas.
Oliveira, todavía.
Oliveira Todavía, ah caray, tu nombre tiene cierto pedigree, te quiamas OliveiraTodavía Salazar Cócker.
Sí, Requelle Belle dijo él con galantería, y vaticinó: apuesto que eres una cochina intelectual.
Claro, dijo ella, no ves que digo puras estupideces.
Eso mero; digo, eso mero pensaba; pues chócala, Requilla, yo también soyintelectual, músico de la nueva bola y todo eso. Intelectonto, Olivista: exageras diciendo estupideces.
Así es, pero no puedo evitarlo: soy intelectual de quore matto; pero dime,Rebelle, quiénes eran los apuestos imbéciles que acompañábante.
Amigos míos eran y de Las Lomas, pero no son intelojones. Ni tienen, musitó Oliveira Lépero.
Y aunque parezca
increíble, Muchacha comprendió.Y hasta le dio gusto, pensó:
qué emoción, estoy en un hotel con un tipo ingenioso y hasta grose rote.
Olilúbrico, la mera verdad, miraba con gula los muslos de Requelle. Pero nosabía qué hacer.
Je je, asonanta Autor sin escrúpulos.Oliveira optó por trucoviejo. Me voy a bañar, anunció.Te vas a qué.
Es questoy muy sudado por los tamborazos, presumió él, y Reequelle estuvo deacuerdo como buena muchachita inexperimentada.
Sin agregar más, Oliveira esbozó una sonrisacanalla y se metió en el baño,a pesar de la molestia que nos causa el reflexivo, puesto que bien se pudo decir simplemente y sin ambages: entró enel baño.
El caso et la chose es que se metió y Requelle lo escuchó desvestirse, enverdad:
oyó el ruido de las prendasal caer en el suelo.
Y lo único que se le ocurrió fue ponerse de pie también, y como quien no queríala cosa, arregló la cama: y no sólo extendió las colchassino que destendió la cama para poder tenderla otra vez,con sumo detenimiento.
Híjole, quel bruta soy, pensaba al oír el chorro de la regadera. Mas por otra parte se sentía molesta porque el cuarto no era tan sucio como ella esperaba.(Las cursivas indican énfasis; no es mero capricho, estúpi-dos.)
Hasta tiene regadera, pensó incómoda.Pero oyó: ey, linda, por qué no vienes paca paplaticar. Papapapapá, rugió una ame-
tralladora imaginaria, con la cual se justifica el empleo cí-nico de los coloquialismos. Requelle no quiso pensar nada y entró en el baño(¡al fin: es decir: al fin entró en el baño)
para contemplar una cortina plus que sucia y entrever un cuerpo desnudo bajoel agua que no cantaba emon baby light my fire.
Hélas, pensó ella pedantemente, no todos somos perfectos. Tomó asiento en la taza del perdonado tratando de no quedarse bizca al querervislumbrar el cuerpo desnudo de, oh Dios, Hombre en la regadera.
(Prívate joke dedicado a JohnToovad. N. del traductor.)
Él sonreía, y sin explicárselo, preguntó: por qué eres una mujer fácil, Rebelle.
Por herencia, lucubró ella, sucede que todas las damiselas de mi troncogenealógico han sido de lo peor. Te fijas, dije tronco en vez de árbol, la Procuraduría me perdone; hasta esos extremos llega mi perversión.
And how, como dijera Jacqueline Kennedy; comentó Oliveira Limpio.Y sabes cuál es el colmo de mi perversión, aventuró ella. Pues, no la respuesta.
Olito, el colmo de mi perversión es llegar a un hotel de a peso De a dieciocho.
Bueno, de a dieciocho; estar junto a un hombre desnudo, tras una cortina, deacuerdo, y no hacer niente, ríen, nichts, ni soca. Qué tal suena.
Oliveira quedó tan sorprendido ante el razonamiento que pensó y hasta dijo:a ésta yo la amo.
dijo, textualmente: Requelle, yo te amo. No seas grosero; además no tengo ganas, acabo de explicártelo. Te amo.
Bueno, tú me hablas y yo te escucho.No, te amo. No me amas.
Sí, sí te amo, después de una cosa como ésta no puedo más que amarte. Sal deeste cuarto, vete del hotel, no puedo atentar contra ti; file, scram, pírate.
Estás loco, Olejo; lo que considero es que si ya estás desudado podemos volveral Floresta.
Deliras, Requita, no ves que me escapé.Se dice escápeme. No ves que escápeme. No veo que escapástete.
Bueno, darlita, entonces podemos ir a otro lugar.A tu departamento, porjemplo, Salazar.
No la amueles, almademialma, mejor a tu chez. En mi casa está toda mi familia: ocho hermanos y mis papas. ¡Ocho hermanos!
¡Ocho hermanos…!
Yep, mi apa está en contra de la píldora; pero explica: qué tiene de malo tudepartamento.
Ah pues en mi departamento están mi mamá, mi tía Irene y mis dos primasRenata y Tompiata: son gemelas.
Incestuoso, acusó ella.
Mientes como cosaca, ya conocerás a mis primuchas, son el antídoto más eficazcontra el incesto: me gustaría presentárselas a algunos escribanos mexicones.
Entonces a dónde vamos a ir. Podemos ir a otro hotel, bromeó Oliveira.
Perfecto, tengo muchas ganas de conocer lugaresdeperdición, aseguróRequelle sin titubeos.
Baterista
vestido, sin permitir que ella atisbara su cuerpo desnudo: no por decencia, sino porque le costaba trabajo estar sumiendo la panza todo el tiempo.
Hábil y necesaria observación:
Requelle, mide las conse- cuencias de los actos con las cuales estás infringiendo nues-tras mejores y más sólidas tra-diciones.
Los dos caminando por Vértiz, atravesando Obrero Mundial, el Viaducto, oel Viaduto como dijo él para que ella contestaraay cómo eres lépero tú, y la avenida Central.
Sabes qué, principió Baterista, estamos en la regenerada colonia Buenos Aires;allá se ve un hotel.
Allá vese un hotel.
Está bien: allá vese un hotel. Quieres ir.
Juega, enfatizó Requelle; pero yo pago, si no vas a gastar un dineral.No te preocupes, querida, acabo de cobrar. Any old way, yo pago, seamos justos.
Seamos: al fin perteneces al habitat Las Lomas, sentenció Oliveira sonriendo.La verdad es que se equivocaba y lo vino a saber en el cuarto once del hotel Buen Paso.
Requelle explicó:
a su familia de rica sólo le quedan los nombres de los miembros.
Estás bien acomodada, deslizó él pero Niñalinda no entendió. Como queiras, Oliveiras.
Pero cómo que no eres rica, eso sí me alarma, preguntó Oliveira después deque ella confesó que lo de los ocho hermanos no era mentira y que, ay, se llamaban Euclevio, alma fuerte, Simbrosio, corazón de roca, Everio, poeta deportista, Leporino, negro pero noble,Ruto, buen cuerpo, Ano, pásame la sal, Hermenegasto, el imponente,y ella, Requelle.
Ma belle, insistió él, amándola verdaderamente.Se lo dijo. te amo, dijo.
Ella empezó a excitarse quizá porque el cuarto había costado catorce pesos.Dame tu mano, pidió.
Sinceramente preocupada.Él la tendió.
Y Requelle se puso a estudiar las líneas, montes, canales, y supo (premonición):
este hombre morirá de leucemia, oh Dios, vive en Xochimilco,
poor darling, y batalla todas las noches para encontrar taxis que no le cobren demasiado por conducirlo a casa.
Como si leyera su pensamiento Olivín relató: sabes por qué conozco algunos hoteluchos, miamor, pues porque vivo lejos, que no far out, y muchas veces prefiero quedarme por aquí antes de batallar con los taxis para que me lleven a casa.
Premonición déjà ronde.
Requelle lo miró con ojos húmedos, a punto de llorar: dejó de sentirse excitada pero confirmó amarlo.
lo puedo llegar a amar en todo caso, se aseguróEn el hotel Nuevoleto.
Por qué dices que tu familia sólo es rica en los nombres.
Pues porque mi papito nos hizo la broma siniestra de vivir cuando estabaarruinado, tú sabes, si se hubiera muerto un poquito antes la fam habría heredado casi un milloncejo.
Pero tú no quieres a tu familia, gritó Oliveira.
Pero cómo no, contragritó ella, son tantos hermanos plus madre y padre que sino los quisiera me volvería loca buscando a quién odiar más.
Transición requelliana:
mira, músico, lo grave es que los quiero, porque si no los quisiera sería una niña intelectual con bonitos traumas y todo eso; pero dime, tú quieres a tu madre y a tus primas y a tu tía.
Dolly in de la Smith Corona- 250 sin rieles, en la mano, hasta encuadrar en bcu el ros-tro —inmerso en el interés— de Heroína.
A mi tía no, a mis primas regular y a mami un chorro.Ves cómo tenía razón al hablar de incesto.
Ah caray, nada más porque he fornicado cuatrocientas doce veces con mein Mutter me quieres acusar dincesto; eso no se lo aguanto a nadie; bueno, a ti síporque te amo.
No no no, viejecín, out las payasadas y explica: cómo llegaste a baterista sideveras quieres a tu fammy.
Pues porque me gusta, ah qué caray.
¿Eh?
Eh.
Dios tuyo, qué payasa eres, amormío, hasta parece que te llamas
Requelle laBelle.
Si me vuelves a decir la Belle te muerdo un tobillo, soy fea fea fea aunque nadieme lo crea.
estás loquilla, Rejilla, eres bonitilla; además, son palabras que van muy bienjuntas.
Requelíe se lanzó a la pierna de Oliveira con rapidez fulminante (rápida como fulminante) y le mordió un tobillo.
Baterista gritó pero luego se tapó la boca, sintiendo deseos de reír y de hacer el amor confundidos con el dolor, puesto que Bonita seguía mordiéndole el tobillo con furia.
Oye, Requelle.
Mmmmm, contestó ella, mordiéndolo.
Hija, no exageres, te juro que me está saliendo sangre.Mmmjmmm, afirmó ella, sin dejar de morder.
Fíjate, observó él aguantando las ganas de gritar por el dolor; que me duelemucho, seria mucha molestia para ti dejar de morderme.
Requelle dejó de morderlo; ya me cansé, fue todo lo que dijo.
Y los dos estudiaron
con detenimiento las marcas de las huellas requellianas. Requelita, si me hubieras mordido un dedo me lo cortas.
Ella rió pero calló en el acto cuandotocaron la puerta.
Ni él ni ella aventuraron una palabra, sólo se miraron, temeroesos.Oigan, qué pasahi, por qué gritan.
No es nada no es nada, dijo Oliveira sintiéndose perfectamente idiota.Ah bueno, que no pueden hacer sus cosas en silencio.
Sus cosas, qué desgraciado.
Unos pasos indicaron que el tipo se iba, como inteligentemente descubrieronNuestros Héroes.
Qué señor tan canalla, calificó Requelle, molesta.y tan poco objetivo, dijo él.
para agregar sin transición:
oye, Reja, por qué te enojas si te digo que eres bonita. Porque soy fea y qué y qué.
Palabra que no, cielomío, eres un cuero.
Si insistes te vuelvo a morder, yo soy Fea, Requelle la Fea; a ver, dilo, cobarde.Eres Requelle la Fea.
Pero de cualquier manera me quieres; atrévete a decirlo, retrasado mental, hijodel coronel Cárdenas.
Pero de cualquier maniobra de amo.Ab, me clamas.
Te amo y te extraño, clamó él.
Te ramo y te empaño, corrigió ella.
Te ano y te extriño, te mamo y te encaño, te tramo y te engaño, quieres más,ahí van
Te callas o té pego, sí o no; amenazó Requelle.Clarines dijo Trombones.
Caray, viejito, ya te salió el pentagrama y la mariguana. Y esta réplica permitió a Oliveira explicar: adora los tambores, comprende que no se puede hacer gran cosa en una orquesta pésima como en la que toca y tiene el descaro de llamarse Babo Salliba y los Gajos del Ritmo. Los Gargajos del Rismo deberíamos llamarnos, aseguró Oliveira. Sabes quién esel amo, niñadespistada, agregó, pues nada menos que Bigotes Starr y también este muchacho Carlitos Watts y Keith Moon; te juro, yo quisiera tocar en un grupo de esa onda. Ah, eres un cochino rocanrolero, agredió ella, qué tienes contra Mahler. Nada, Rävel, si a ti te gusta: lo que te guste es ley para mich.
Para tich.
Sich.
Uch.
Noche no demasiado fría.
Caminaron por Vértiz y con pocos titubeos se metieron(se adentraron, por qué no)
en la colonia de los Doctores.
Docs, gritó Oliveira Macizo, a cómo el ciento de demeroles, pero Requelle:seria.
En el hotel Morgasmo.
Ella decidió bañarse, para no quedar atrás.
No te vayas a asomar porque patéote, Baterongo. Sus reparos eran comprensibles porque no había cortina junto a la regadera.Regadera.
Oliveira decidió que verdaderamente la amaba pues resistió la tentación de asomarse para vislumbrar la figura delgadita pero bien proporcionada de su Requelle.
Oh, Goshito, es mi Requelle; tantas mujeres he conocido y vine a parar con una Requelle Trésbelle; así es lavida, hijos míos y lectores también. En este momento Oliveira sedirige a los lectores: oigan, lectores, entiendan que es mi Requelle; no de ustedes, no crean que porque mi amor no nació en las formas habituales la amo menos. Para estas alturas la amo como loco; la adoro, pues. Es la primera vez que me sucede, ay, yno me importa que esta Requelle haya sido transitada, pavimentada, aplaudida u ovacionada con anterioridad. Aunque pensándolo bien… Con su permisito, voy a preguntárselo.
Oliveira se acercó cauteloso a la puerta del baño. Requelle. Requita.
No hubo respuesta.
Oliveira carraspeó y pudo balbucir: Requelle, contéstame; a poco ya te fuiste por el agujero del desagüe.
No te contesto, dijo ella, porque tú quieres entrar en el baño y gozarme; quietoen esa puerta, Satanás; no te atrevas a entrar o llueve mole.
Requelle, perdóname pero el mole no llueve.
Olito, ésa es una expresión coloquial mediante la cual algunas personas seenteran de que la sangre brotará en cantidades donables.
Sí, y ése es un lugar común.
Aj, de lugarcomala a coloquial hay un abismo y yo permanezco en la orilla.Ésa es una metáfora, y mala.
No, ése es un aviso de que te voy a partir die Mutter si te atreves a meterte. No, vidita, cieloazul, My Very Blue Life, sólo quise preguntar, pregunto: cuántosgalanes te has cortejado, a quiénes
de ellos has amado, hasta qué punto con ellos has llegado, qué sientes hacia este pobredesgraciado.
No siento, lamento: que seas tan imbécil y rimes al preguntar esas cosas.Requelle Rubor.
Oliveira explicó que le interesaban y para su sorpresa ella no respondió. Baterista consideró entonces que por primera vez se encontraba ante una mujerde mundo, con pasado-turbulento. Requelle entró en el cuarto con el pelo mojado pero perfectamente vestida, auncon medias y bolsa colgante en el brazo. Brazo.
Oye, Requeja, tú eres una mujer de mundo.
Yep, actuó ella, he recorrido los principales lenocinios Doriente, pero sin talonear: acompañada por los magnates más sonados, Gusy Díaz porjemplo.Eso, Requi, te lo credo.
Ya no te duele el tobillo.
Y cómo, cual dijo la hija de Monseñor. Efectivamente el tobillo le ardía y estaba hinchado.
Ella condujo a Oliveira hasta el baño y le hizo alzar el pie hasta el lavabo paramasajear el tobillo con agua tibia.
Mi muerte, Requeshima miamor, clamó él; no sería más fácil que yo pusiera elpie en la regadera.
A pesar de tu pésima construcción, tienes razón, Olivón. Qué tiene de mala mi constitución, quieres un quemón.
Y como castigo a un juego de palabras tan elemental, Requelle le dejó el pie enel lavabo.
Exterior. Calles lóbregas con galanes incógnitos de la colonia
Obrera. Noche.(Interior. Taxi. Noche.) [0 back proyection.]
El radiotaxí llegó en cinco minutos. Requelle, pelo mojado subió sin prisasmientras, cortésmente, Oliveira le abría la puerta.
Chofer con gorrita a cuadros, la cabeza de un niño de plástico incrustada en la
palanca de velocidades, diecisiete estampitas de vírgenes con niñosjesuses y sin ellos, visite la Basílica de Guadalupe cuando venga a las olimpiadas, Protégemesanto patrono de los choferes, Cómo le tupe la Lupe; calcomanías del América América ra ra ra, chévrolet 1949.
A dónde, jovenazos.
Oliveira Cauto,
Sabe usted, estimado señor, estamos un poco desorientados, nos gustaría localizar un establecimiento en el cual pudiésemos reposar unas horas.
Híjole, joven, pues está canijo con esto de los hoteles; la mera verdad a mí meda cisca.
Pero por qué señor.
Requelle Risitas.
Pues porque usted sabe que ésa no es de atiro nuestra chamba, digo si ustedme dice a dónde, yo como si nada, pero yo decirle se me hace gacho sobre todo si trae usted una muchachita tan tiernita como la que trae.
Hombre, pero usted debe de conocer algún lugar. Pos sí pero como que no aguanta, imagínese.
Me imagino, dijo Requelle automáticamente.
Además luego como que se arman muchos relajos, ve usted, la gente se portamuy lépera y tovía quiere que uno entre en uno de esos moteles como los de aquí con garash de la colonia ésta la Obrera y pues uno nomás tiene la obligación de andar en la calle, no de meterse en el terreno particular, ah qué caray.
Perdone, señor, pero nosotros realmente no tenemos deseos de que usted entre en ningún hotel, sino que sólo nos deje en la puerta.
Híjole, joven, es que deveras no aguanta.
Mire, señor, con todo gusto le daremos una propina por su información.
Así la cosa cambea y varea, mi estimado, nomás no se le vaya a olvidar. Uno tiene que ganarse la vida de noche y casi no hay pasaje, hay veces en que nosvamos de oquis en todo el turno. Claro.
Ahora verá, los voy a llevar al hotel de un compadre mío que la mera verdad está muy decente y la señorita no se va a sentir incómoda sino hasta a gusto.Hay agua caliente y toallas limpias.
Requelle aguantando la risa.
No sirve su radio, señor, curioseó Requelle. No, señito, fíjese que se me descompuso desde hace un año y sirve a veces,pero nomás agarra la Hora nacional.
Es que ha de ser un radio armado en México.
Pues quién sabe, pero es de la cachetada prender el radío y oír siempre las mismas cosas, claro que son cosas buenas, porque hablan de la patria y de lafamilia y luego se echan sentidos poemas y así, pero luego uno como que seaburre.
Pues a mí no me aburre la Hora nacional, advirtió Requelle. No no, si a mí tampoco, es cosa buena, lo que pasa es que uno oye toda esa habladera de quel gobierno es lo máximo y quel
progreso y lestabilidad y el peligro comunista en todas partes, porque a poco no es cierto que a uno lo cansan con toda esa habladera. En los periódicos y en el radio y en la tele y hasta en los excusados, perdone usted, señorita, dicen eso. A veces como quelate que no ha de ser cierto si tienen que repetirlo tanto. Pues para mí sí hacen bien repitiéndolo, dijo Requelle, es necesario que todos los mexicanos seamos conscientes de que vivimos en un país ejemplar.
Eso sí, señito, como México no hay dos. Por eso hasta la virgen María dijo que aquí estaría mucho mejor, ya ve que lo dice la canción.
Oliveira Serio y Adulto.
Es verdaderamente notable encontrar un taxista como usted, señor, lo felicito. Gracias, señor, se hace lo que se puede. Nomás quisiera hacerle una pregunta, si no se ofende usted y la señito, pero es para que luego no me vaya a remorderla conciencia.
El auto se detuvo frente a un hotel siniestro.Sí, diga, señor. Es que me da algo así como pena.
No se preocupe. Mi novia es muy comprensiva.
Bueno, señito, usted haga como que no oye, pero yo me las pelo por saber si usted, digo, cómo decirle, pues si usted no va estrenar a la señito.
Eso sí que no, señor, se lo juro. Mi palabra de honor. Sería incapaz.
Ah pues no sabe qué alivio, qué peso me quita de encima. Es así como gacho llevar a una señorita tan decente como aquí la señito para que le den pa sus
tunas por primera vez. Usted sabe, uno tiene hijas. Lo comprendo perfectamente, señor. Ni hablar. Yo también tengo hermanas.Además, mi novia y yo ya nos vamos a casar.
Ah qué suave está eso, señor. Deveras cásense, porque no nomás hay que andar en el vacile como si no existiera Diosito; hay que poner las cosas en orden. Bueno, ya llegamos al hotel de mi compadre, si quieren se los presento para que me los trate a todo dar.
Muchas gracias, señor. No se moleste. Cuánto le debo. Bueno, ahi usted sabe. Lo que sea su voluntad.
No no, dígame cuánto es.
Hombre, señor, usted es cuate y comprende. Lo que sea su voluntad.Bueno, aquí tiene diez pesos.
Cómo diez pesos, joven.
Diez pesos está bien, yo creo. Nomás recorrimos como diez cuadras.
Sí pero usted dijo que me iba a dar una buena propela, además los traje a unhotel no a cualquier lugar. Al hotel de mi compadre. Cuánto quiere entonces.
Cómo que cuánto quiero, no me chingue, suelte un cincuenta de perdida. Usted orita va a gozarla a toda madre y nomás me quiere dar diez pesos. Qué pasó.
Mire usted, cincuenta pesos se me hace realmente excesivo. Ah ora excesivo, ah qué la canción. Por eso me gusta trabajar con los gringos, en los hoteles, ellos no se andan con mamadas y sueltan la lana. Carajo, yo quecreí que usted era gente decente, si hasta viste bien.
Mire, deveras no le puedo dar cincuenta pesos.
Uh pues qué pinche pobretón, para qué llama radio-taxi, se hubiera venido apata. Déme sus diez pinches pesos y vayase al carajo.
Óigame no me insulte. Tenga respeto, aquí hay una dama. Una dama, jia jia, eso sí me da una risa; si ni siquiera es quinto.Mire, desgraciado, bájese para que le parta el hocico. No se me alebreste, jovenazo; déme los diez varos y ahi muere. Aquí tiene. Ahí muere.
Ahi muere.
Oliveira y Requelle bajaron del taxi. El chofer arrancó a gran velocidad, gritándoles groserías a todo volumen, para el absoluto regocijo de Héroes.
Hotel Novena Nube, cualquier cosa nomás écheme un grito. El cuarto treinta y dos, tercer piso, dabaa la calle. Dos pesos más.
En la ventana, abrazados, Requelle y Oliveira vieron que un auto criminalmente chocado se las arreglaba para entrar en el garaje de una casa. Al instante, sin ponerse de acuerdo, los dos imitaron un silbato de agente de tránsito y sirenas, y cerraron las cortinas, riendo sin poder contenerse.
Riendo incansablemente.
Pero Olivinho seguía preocupado porque ella no respondió a sus t r a s c e n d e n t a l e s p r e g u n t a s; es decir, se hizo guaje, se salió por la tangente, eludió el momento de la verdad, parafraseando a Jaime Torres.
Y Oliveira acabó inquiriéndose (¿inquiriéndose?), viendo las preguntas en sobreimposición sobre el rostro(¡rostro!) sonriente (casi disonante con el úl-timo gerundio) y un poco fatigado
(on se peut voir sans aucune hésitation l’absense de consonance; nota del lector)
de Requelle:
acaso soy un macho mexicón, qué me importa su turbulento pasado siveramente lamo.
Decidió sonreír cuando Requelle descompuso su cara con un sollozo.Por qué lloras, Requelle.
No lloro, imbécil, nada más sollocé.Por qué sollozas, Requelle. Porque se siente muy bonito.Oh, en serio… ¿En sergio?
Sergio Conavab, a poco lo conoces.
Sí, Oli, me cae mal, es un vicioso y estoy pensando que tú también eres unvicioso.
Qué clase de vicioso; explica, reinísima: vicioso de mora, motivosa, maripola,
mostaza, bandón u chanchomón, te refieres a lente oscuro macizo seguro o vicioso de qué, de ácido, de silociba, de mezcalina o peyotuco, porque nada deeso hace vicio.
Vicioso de lo que sea, todos los músicos son viciosos y más los roqueros.
Yo, Requina, sólo me doy mis pases de vez en diario, al grado de que agarro elondón cuando estoy sobrio, como ahorita; pero no soy un vicioso, y aun si lo fuera ése no es motivo para llorar, sólo un idiota lloraría, como este Sergio Lupanal.
Cuál Sergio Lupanar. No menciones a gente que no conozco, es unadescortesía; y además sólo una idiota no lloraría.
Eso es, pero como tú eres inteligente y lumbrera, nada más sollozas; y para tu exclusiva información es mi melancólico deber agregar que te ves bonita sollozando.
Yo no me veo bonita, Oliveira, ya te dije.
No seas payasa, linda, como broma ya atole.Ya pozole tu familia de Xochimilco.
Mi familia de dónde.
De Xochimilco, no vive en Xochimilco. Claro que no, vivimos en la colonia Sinatel.Dónde esta eso.
Por la calzada von Tlalpan, bueno: a la izquierda.
¡Eso es camino a Xochimilco!
Sí, por qué no, pero también es camino a Ixtapalapa, mi queen, y asimismo, aAcapulco pasando por Cuernavaca, Taxco y Anexas el Chico.
Oliveira, tú tienes leucemia, vas a morirte; lo sé, a mí no me engañas.
Nada más tengo legañas; tu lengua en chole, mi duquesa, yostoy sano cual role.Bonita y original metáfora pero no me convences: vas a morir.
Bueno; si insistes, que sea esta noche y en tus brazos, como dijera el pendejoEvtushenko; ven, vamos a la cama.
No tengo ganas, deveras.No le hace.
Aparentemente convencida, Requelle se recostó; cuerpotenso como es de imaginarse,pero él no intentó nada; bueno:
le acarició un seno con naturalidad y se recargó en el estómago requelliano,y ella pudo relajarse al ver que Oliveira permanecía quieto.
Sólo musitó, esta vez sinceramente: siento como si escuchara a Mozart.
Ésas son mamadas, dijo él, déjame dormir.Y se durmió, para el completo azoro de Requelle. Primero era muy bonito sentirlo recargadoen su estómago, mas luego se descubrió incomodísima;
ahora me siento como perso-naje de Mary McCarthy, pero sólo pudo suspirar y decir, suponiéndolo dormido: Oliveira Salazar, te hablo para no sentirme tan incómoda, déjame te decir, yo estudio teatro con todos los lugares comunales que eso apareja; voy a ser actriz,soy actriz, soy Requelle Lactriz; estudio en la Universidad, no fui a Nancy y no lo lamento demasiado. Cuando viva contigo voy a seguir trabajando aunque no te guste, lero lero Olivero buey, mi rey; supongo que no te gustará porque ya desde ahorita muestras tu inconformidad roncando.
La verdad es que Oliveira roncaba pero no dormía — al contrario, pensaba: conque actriz, muy bonito, seguro ya has andado en millones de balinajes, esemedio es de lo peor, my chulis. Claro que bromeaba, pero luego Oliveira ya no estaba seguro de bromear.En la móder, soy un pinche clasemedia en el fondo. Requelle tenía entumido el vientre y se había resignado al sacrificio estomacal cuando, sin ninguna soñolencia, Oliveira se incorporó y dijo casi sin ansiedad: Requeya, Reyuela, Rayuela, hija de Cortázar; además de ser el amo con la batería, sé tocar guitarra rickenbaker, piano, bajo eléctrico, órgano, moog synthebsizer, manejo el gua, vibrador, assorted percussions, distortion booster et fuzztone; sé pedir ecolejano para mis platillos en el feedback y medio le hago al clavecín digo, me encantaría tocar bien el clavecín y ser el amo con la viola eléctrica y con el melotrón; y además compongo, mi vida, mi boda, mi bodorria;te voy a componer sentidas canciones que causarán sensación. Ay qué suave, dijo ella, yo nunca había inspirado nada.
Y sigues sin inspirar nada, bonita, digo: feíta, te dije que voy a componerlas, noque lo haya hecho ya.
Mira mira, a poco no te inspiré cuando estabas tocando en el Floresta.Claro que no.
En la calle, luz del alba.
Tengo hambre, anunció Requelle. Caminando en busca de un restorán.
Un policía apareció mágicamente y ladró:
por qué está molestando a la señorita. Yo no estoy molestando a la señohebrita.Él no me está molestando.
Usted no la está molestando, afirmó el policía antes de retirarse.
Requelle y Oliveira rieron aun cuando comían unos caldos de pollo coninevitables sopes de pechuga.
A qué hora abren los registros civiles, preguntó Oliveira.
Creo que como a las nueve, respondió ellacon solemnidad.
Ah, entonces nos da tiempo de ir a otro hotelín.Hotel Luna de Miel
El empleado del hotel miraba a Oliveira con el entrecejo fruncido.Armóse finalmente, intuyó Requelle. Están ustedes casados.
Claro, respondió Oliveira sin convicción.
Requelle lo tomó del brazo y recargó su cabeza en el hombro olivérico alcompletar:
que no.
Y su equipaje.
No tenemos, vamos a pagar por adelantado. Sí, señor, pero éste es un hotel decente, señor.
Ah pues nosotros creímos que era un hotel de paso. Pues no, señor; y no que me dijo questaban casados.
Y lo estamos, mi estimated, pero nos da la gana venir a un hotel, qué no se
puede.
Y a poco cren que les voy a crer.No, ni queremos.
Pues es que aquí cuesta el cuarto cuarenta pesos, presumió Empleado.Újule, ni que fuera el Fucklton, ahi nos vemos.
Oye no, Oli, estoy muy cansada: yo pago.
Qué se me hace que usted está extorsionando aquí a la señorita.
Qué se me hace que usted es un pendejo.
Mire, a mí nadie me insulta, señor, ah qué caray; va a ver si no le hablo a lapolicía.
No antes de que le rompa el hocico.Usted y cuántos más.
Yo sólito.
Olifiero, por favor, no te pelees.
Si no me voy a pelear, nomás voy a pegarle a este tarugo, como dijera lacanción de los Castrado Brothers, discos RCA Víctor.
Ah sí, muy macho.
No señor, macho jamás pero le pego.No me diga.
Sí le digo.
No mesté calentando o deveras le hablo a los azules. Vámonos, Oliveira.
Vámonos, mangos.
Bueno, van a querer el cuarto sí o no.A cuarenta pesos, ni locos. Ándele pues, ahi que sean veinte. Ése es otro poemar, venga la llave.
El cuarto resultó más corriente que los anteriores. Ella se desplomó en la camapero el crujido la hizo levan- tarse en el acto.
Se ruborizó.
No seas payasa, Requelle. Ay cómo eres.
Ay cómo soy.
Pausa conveniente.
Uy, tengo un sueño, aventuró ella.
Yo también; vamos a dormirnos, órale. No. Digo, ya no tengo sueño.
Olivérica mirada de exaspe-ración contenida. Ándale.
Pero luego quién nos despierta.Yo me despierto, no te apures. Oliveira empezó a quitarse los zapatos.Te vas a desvestir. Claro, respondió éí.
Y yo.
Desvístete también, a poco en Las Lomas duermen vestidos.No. Ahí está.
Oliveira ya se había quitado los pantalones y los aventó a un rincón.Se van a arrugar, Oli. Despreocupación con sueño.Qué le hace.
Se quitó la camisa.
Estás re flaco, necesitas vitaminarte.
Al diablo con las vitavetas y ésa es una seria advertencia que te ofrezco.Se metió bajo las sábanas.
Tilt up hasta mejor muestradel rubor requelliano. No te vas a dormir.
Es que no tengo sueño, Olichondo. Bueno, yo sí; hasta pasado mañana.
Le dio un beso en la mejilla y cerró los ojos.Requelle consideró: siempre sí tengo sueño. Muriéndose de vergüenza,
Muchacha se quitó la ropa, la acomodó con cuidado, se metió en la cama ytrató de dormir…
·
Oliveira cambió de posición y Requelle pegó un salto.
Oliveira, despiértate, tienes las patas muy frías. Cómo eres, Requi, ya me estaba durmiendo. Y además no era mi pata sino mimano.
Sí, ya lo sé. Me quiero ir.Aporrearon la puerta. Quién, gruñó Baterista.La policía.
Al carajo, gritó Oliveira.
Abra la puerta o la abrimos nosotros, tenemos una llave maestra.Requelle trataba de vestirse a toda velocidad.
Vayanse al diablo, nosotros no hemos hecho nada.Y cómo no, no está ahi dentro una menor de edad. Eres menor de edad, preguntó Oliveira a Requelle. No, contestó ella. No, gritó Baterista a la puerta.Cómo no. Abra o abrimos. Pues abran.
Abrieron. Un tipo vestido decivil y Empleado. Requelle había terminado de vestirse.Ya ve que abrimos. Ya veo que abrieron.
Bueno, cómo se llama usted, preguntó el civil a Requelle, pero fue Oliveiraquien respondió: se llama la única y verdadera Lupita Tovar. Señorita Tovar, es usted señorita, quiero decir, es usted menor de edad.Usted es, deslizó Oliveira sin levantarse de la cama.
Déjese de payasadas o lo llevo a la cárcel.
Usted no me lleva a ninguna parte, menos a la cárcel porque el barrio meextraña. Quién es usted, a propósito.
La policía.
Híjole, qué uniformes tan corrientes les dieron, deberían protestar.Soy la policía secreta, payaso.
Usted es la policía secreta.Sí señor.
Fíjese que se lo creo, puede verse en sus bigotes llenos de nata.
Oliveira guardó silencio y Requelle tomó asiento en la cama.
(Nótese la ausencia
del habitual e incorrecto: se sentó.)
La nuestra Requelle repentinamente tranquilizada. Hasta bostezó.
El secreto: callado también, perplejo; panzón se le deja, agrega un amigo del Autor.
Oliveira los miró un momento y luego se acomodó mejor en la cama, cerró losojos.
Oiga, no se duerma.
No me dormí, señor, nada más cerré los ojos; cómo voy a poder dormirme si nose largan.
Ves cómo es re bravero, mano, lloriqueó Empleado. Qué horas son, preguntó Baterista.
Las ocho y media, le respondieron.
Ah caray, ya es tarde; hay que ir al registro civil, vidita, dijo Oliveira como si losintrusos no estuvieran allí: se puso de pie y empezó a vestirse.
(Adviértase ahora la ausenciade: se paró; nota del editor.)
Señorita Tovar, decía el agente, usted es menor de edad.
Si usted lo dice, señor. Tengo doce años y nadie me mantiene, y no me hablegolpeado porque mi hermano se lo suena.
Ah sí, échemelo.
Yo soy su hermano, especificó Oliveira.Agente escandalizado.
Cómo que su hermano, no diga esas cosas o le va pior. Me va peor, corrigió Oliveira, permitiendo que la Academia de la Lengua suspire con alivio.
Se puso el saco y guardó su corbata en el bolsillo. Bueno, vamonos, dijo a Requelle.
A dónde van, no le saquen, culeros.
Oliveira miró al secreto con cara de influyente.Se acabó el jueguito. Cómo se llama usted.
Víctor Villela, contestó el secreto.
No se te vaya a olvidar el nombre, hermanita.No, hermanito. Salieron con lentitud, sin que intentaran detenerlos. Al llegar a la calle, los dosse echaron a correr desesperadamente. Al llegar a la esquina, se detuvieron. Nadie los seguía.
Por qué corremos, preguntó Requelle Lingenua. La picara ingenua.
Nomás, respondió él.Cómo nomás.
Sí, hay que ejercitarse para las olimpiadas, pequeña: mens marrana in corporesano.
Llegaron al registro civil cuando apenas lo abrían y tuvieron que esperar al juezdurante media hora.
(Échese ojo esta vez al inteli- gente empleo de: durante; nota del linotipista.)
Al fin llegó, hombre anciano, eludiste la jubilación.Oliveira aseguró:
aquí la seño tiene ya sus buenos veinticinco añejos y cuatro abortos en su curriculum; yo, veintiocho años, claro; la mera verdad,
mi juez, es que vivimos arrejuntadones, éjele, y hasta tenemos un niño, un machito, y pues como que queremos legalizar esta innoble situación para alivio de nuestros retardatarios vecinos con un billete de a quinientos.
Y sus papeles, preguntó el oficial del registro civil.
Ya le dije, mi ultradecano, nomás es uno: de a quinientos.
El juez sonrió con una cara de qué muchachos tan modernos y explicó: miren, en el De Efe no van a lograr casarse así, si hasta parece que no lo supieran, esas cosas se hacen en el estado de México o en el de Morelos. Nimodo.
Ni modo, concedió Baterista, nada se perdió con probar. Afuera el sol estaba cada vez más fuerte y Requelle se quitó el abrigo. Chin, dijo ella, voy a tener que pedirle permiso a mi mamá y todo eso. Eres o no menor de edad, preguntó Oliveira. Claro que sí.
Chin, consintió él.
Caminando despacio.Bajo el sol.
Criadas con bolsa de pan miraban el vestido de noche de Requelle.
Requelle, ma belle, sont des mots qui vont très bien ensemble, cantó Oliveira. Que no me digas así, sangrón: juro por el honor de tus primas Renata y Tompiata que vuélvote a morder.
Sácate, todavía tengo hinchado el tobillo.Ah, ya ves.
Se renta departamento una pieza todos servicios.Lo vemos, propuso Requelle.
Edificio viejo.
Parece teocalli, pero aguanta, aventuró él.
Está espantoso, aseguró Requelle, pero no le hace.
El portero los llevó con la dueña del edificio, ella da los informes ve usted.Señora amable. Con perrito.
Oliveira se entretuvo haciendo cariños al can.
Queríamos ver el departamento que se alquila, señora, dijo Requelle,sa belle;
le presento a mi marido, el licenciado Filiberto Rodríguez Ramírez; Filiberto, miamor, deja a ese perrito tan bonito y saluda a la señora.
Buenos días, señora, declamó Oliveira Obediente, licenciado Domínguez Martínez a sus rigurosas órdenes y a sus pies si no le rugen, como dijera eldoctor Vargas.
Ay, qué pareja tan mona hacen ustedes, y tan jóvenes, tan tiernitos.Entrecruzando miradas.
Favor que nos hace, señora, verdad Elota, comentó Oliveira. Sí, mazorquito mío.
Vengan, les va a encantar el departamento, tiene mucha luz, imagínense. Nos imaginamos, respondió Requelle automáticamente.
“Cuál es la onda”, publicado por Joaquín Mortiz en 1968 dentro del libro Inventando que sueño, narración que se volvió icónica en la obra de José Agustín y en la literatura contemporánea mexicana en general por el manejo del lenguaje que juega con idiomas, rompe estructuras y se burla de lo formal para construir personajes y ambientes llenos de dinamismo, rebeldía y libertad.
Novela
• La tumba (1964).
• De perfil (1966).
• Abolición de la propiedad (1969).
• Se está haciendo tarde (1973).
• El rey se acerca a su templo (1977).
• Ciudades desiertas (1982).
• Cerca del fuego (1986).
• La panza del Tepozteco (1992).
• Dos horas de sol (1994).
• Vida con mi viuda (2004).
• Armablanca (2006).
Relatos
• Inventando que sueño (1968).
• La mirada en el centro (1977).
• Furor matutino (1984).
• No hay censura (1988).
• No pases esta puerta (1992).
• La miel derramada (1992).
• Cuentos completos (2001).
Autobiografía
• Autobiografía (1966).
• El Rock de la cárcel (1984).
• Diario de brigadista. Cuba, 1961 (2010).
Ensayo, periodismo y crónica
• La nueva música clásica (1969).
• Tragicomedia mexicana
1: La vida en México de 19401970 (1990).
• Contra la corriente (1991).
Teatro
• Tragicomedia mexicana 2: La vida en México de 19701982 (1992).
• Camas de campo (campos de batalla) (1993).
• La contracultura en México: la historia y el significado de los rebeldes sin causa, los jipitecas, los punks y las bandas (1996).
• Tragicomedia mexicana 3: La vida en México de 19821994 (1998).
• El hotel de los corazones solitarios (1999).
• Los grandes discos de rock: 1951-1975 (2001).
• La ventana indiscreta: rock, cine y literatura (2004).
• La casa del sol naciente, de rock y otras rolas (2006).
• Vuelo sobre las profundidades (2008).
• Abolición de la propiedad (1969).
Guiones
• Ahí viene la plaga (1985). Escrito conjuntamente con Gerardo Pardo y José Buil.
• El apando (1995). En coautoría con José Revueltas.
Antología
• La palabra sagrada (1989).
• Juan José Arreola (1998). Prólogo y selección.
• Luz externa (1977). Primera parte de El rey se acerca a su templo.
• Luz interna (1989). Segunda parte de El rey se
acerca a su templo.
• Amor del bueno (1996).
• 5 de chocolate y 1 de fresa (1968). Dirigida por Carlos Velo.
• Y pensar que podemos (1968). Guión escrito con Sergio García, director del cortometraje.
• Alguien nos quiere matar (1970). Director Carlos Velo.
• Ya sé quién eres (te he estado observando) (1971). Dirección y guión original.
• Luto (1971). Guión original; cortometraje dirigido por Sergio García.
• Luz externa (1973). Dirección, producción y guión original.
• El apando (1976). Guión escrito conjuntamente con José Revueltas.
• El año de la peste (1979). Diálogos.
• La viuda de Montiel (1979). Guión escrito conjuntamente con el director Felipe Cazals.
• Amor a la vuelta de la esquina (1986). Guión conjuntamente con el director de la película.
• Mal de piedra (1986).
• Ahí viene la plaga (1985). Escrito con José Bull y Gerardo Pardo.
• Ciudad de ciegos (1991). Guión con el director Alberto Cortés.
• Me estás matando, Susana (2016). Película dirigida por Roberto Sneider.
Hace algunos meses terminé de leer La anomalía (Premio Goncourt 2020), novela del escritor y matemático Hervé Le Tellier, publicada en 2021 por Seix Barral. Con el paso de las semanas muchas de las ideas que se generaron a partir de la lectura, siguen rondando en mi cabeza, de ahí que disponga de este tiempo para compartirlas. Debo decir, también, que es la primera vez que me acerco al autor; además de otros libros, la misma editorial acaba de publicar en español No hablemos más de amor. La sinopsis es la siguiente: “El 10 de marzo de 2021, los doscientos cuarenta y tres pasajeros de un avión procedente de Paris aterrizan en Nueva York después de pasar por una terrible tormenta. Ya en tierra, cada uno sigue con su vida. Tres meses más tarde, y contra toda lógica, un avión idéntico, con los mismos pasajeros y el mismo equipo a bordo, aparece en el cielo de Nueva York. Nadie se explica este increíble fenómeno que va a desatar una crisis política, mediática y científica sin precedentes en la que cada uno de los pasajeros acabará encontrándose cara a cara con una versión distinta de sí mismos”.
La anomalía se centra, sin dejar de lado el resto de los pasajeros, en los siguientes protagonistas: Blake, asesino a sueldo con doble vida; Slimboy, músico nigeriano; Joanna, abogada afroamericana; Lucie, amante de un arquitecto maduro; David Markle, sufre un cáncer de páncreas; la pequeña Sophia, dueña de una rana resucitada y que, por causa del padre, un militar del ejército estadounidense, vive momentos escabrosos. Y el escritor Víctor Miesel, que escribió un último libro titulado
también La anomalía. Miesel, forma parte de ese vuelo que será desviado de su aterrizaje en el aeropuerto Kennedy, y obligado a tomar tierra secretamente en la base militar Fort MacGuire, por orden de las autoridades del Pentágono. Es él quien pone sobre la mesa parte de la dinámica de la trama. Veamos la aparición del segundo avión: “En las pantallas, cada nuevo dato confirma lo imposible. El avión que hay en la pista es absolutamente idéntico al 787 que aterrizó en marzo. Ciertamente, el aparato ha sido reparado; ciertamente, los pasajeros han envejecido: esta misma noche, en Chicago, ha cumplido
seis meses un bebé, que en el hangar, es un recién nacido de dos meses que no para de berrear. En los ciento seis días que separan de ambos aterrizajes, entre los doscientos treinta pasajeros y trece miembros de la tripulación hay una mujer que ha dado a luz y dos hombres que han muerto. Pero genéticamente son los mismos individuos”.
Sin mayores preámbulos vivimos ya dentro de una anomalía, dentro de esa alteración o discrepancia, por ello, la novela no está lejos de la vida diaria. Basta reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología, la simulación, la
toma de decisiones, la complejidad de los acuerdos sociales y el debate de la existencia. No se trata de universos paralelos, de vidas alternativas, de la Matrix; ni de tantas películas, series, comics, libros que hacen referencia al tema. En La anomalía, el mundo se ha trastocado con la aparición del segundo avión. Y si en lugar de llegar al aeropuerto de Nueva York, llegara al aeropuerto principal de nuestra ciudad ¿qué haríamos? Más allá de la relación entre ficción y ciencia, las tecnologías son una revolución sin freno: mundos alternos, la vida en otros planetas, el tiempo, el universo y la velocidad de sus galaxias, inteligencias artificiales, clonación, impresión en 3D en la medicina y otros campos. Y, por supuesto, nuestra participación activa en la consolidación de muchas de éstas: redes sociales, juegos, simuladores, etc. La propia estructura del mundo y de la existencia de la vida, se sujeta en su uso. Somos vulnerables, somos monitoreados, somos vigilados; el valor de nuestro dinero y el valor de nuestra vida dependen de ésta, así como nuestras preferencias, nuestras ilusiones, la felicidad, el destino...
Una parte de la irrupción de esta tecnología (la primera revolución tecnológica se produjo hace unos 10.000 años, en el periodo Neolítico, cuando los seres humanos pasaron de ser nómadas a sedentarios desarrollando las primeras técnicas agrícolas. En el siglo XX, sin embargo, las tecnologías de comunicaciones, transporte, la difusión de la educación, el empleo del método científico y las inversiones en investigación, se desarrollaron rápidamente contribuyendo al avance de la ciencia y la tecnología modernas), que a mí me tocó vivir tiene mucho que ver con aquellos años en que escribir y publicar al mismo tiempo fue posible y a muchos nos voló la cabeza. Primero las computadoras, el internet y la era de los blogs. ¿Cuál fue el resultado? Los límites no sólo personales sino de la sociedad y el mundo, se difuminaron. ¿Por qué debíamos de escribir solos, en una habitación taciturna, en un café o en una cantina si era factible hacerlo en conversación directa con quienes también compartían intereses similares? Llegó otro momento, las transmisiones en vivo. No es el mismo valor que tiene
ahora (YouTube, Facebook Live, Instagram Live, StreamYard, Zoom) que antes. Imaginen el valor que tuvo la televisión en aquellos años 50, consolidándola como uno de los avances tecnológicos y culturales más importantes del Siglo XX. Y no olvidemos la repercusión del streaming. Empero, a esta película, le saltan muchos filos. ¿Qué pasaría si un día de tantos, mientras caminas una calle cualquiera o una plaza, te encuentras de golpe con alguien idéntico que reclamará como tú la misma casa, la misma pareja, hijos, mascotas, trabajo, vida, incluso la enfermedad que vendrá con los años?
Otro de los puntos para reflexionar en La anomalía, es el de las decisiones. ¿Quién decide los destinos? ¿Qué tanto el hombre y qué tanto una realidad dudosa llámese internet o inteligencia artificial? ¿Quién es quién en la toma de decisiones de alto impacto? Leamos: “…observa la enorme pantalla, con el ceño fruncido y los puños apretados. Sí, no era una decisión fácil y la he tomado yo solicito, pues mi oficio consiste en tomar decisiones yo solito. Al enterarse de que un vuelo Air France 006 ha aparecido sobrevolando el Atlántico, piloteado por el mismo comandante Markle, asistido por el mismo Favereaux y llevando a bordo a los mismos pasajeros, el presidente ha ordenado destruir el aparato. No vamos a dejar aterrizar una y otra vez al mismo avión, solo faltaría”. A esta resolución, ¿qué le sigue? La mentira política tal como existe
ahora y se fabrica a diario no solamente en las altas esferas; el horror también se gesta en el más pequeño espacio. Insisto, nada que no conozcamos, el problema radica en normalizar estas acciones. Una vez ahí, se dejan mirar, como también se dejan de mirar la incertidumbre, el miedo, el dolor, los hechos que parecen inexplicables para las mayorías. No hay esperanza, no hay salida, por ventura, adaptarnos al caos.
En una vida cada vez más compleja, ¿cómo salir librados? Es esta nuestra anomalía, es aquí donde comienza lo inexplicable, aunque se abran debates, teorías, posturas, explicaciones científicas, filosóficas, matemáticas, tal como ocurre en esta historia. El yo y el nosotros están trenzados irremediablemente. Lo anterior queda claro en el último párrafo de la novela. Las determinaciones, por inofensivas que parezcan, por mínimamente radicales, impactaran como si se tratara de una vibración lenta… una pulsación infinitesimal a lo largo y ancho del planeta. Algo se trunca, algo se tuerce, algo se altera, aún para el gato que dormita junto a la chimenea. ¿Qué quiere decir esto? Que nuestras vidas ocurren sobre un mismo tapete; sobre un mismo tapete la existencia toda. Si ya estamos ahí, tal vez podemos lanzar una pregunta final antes de cerrar el libro: ¿estamos a tiempo de sopesar si cambiamos nuestras vidas o nos quedamos tal cual estamos?
El primer peligro de nuestra democracia son los mismos gobernantes.Fabio Martínez
Con todos sus defectos, la democracia ha superado los sistemas esclavistas, las monarquías, las dictaduras militares, y el comunismo.
En muchas ocasiones se ha convertido en una plutocracia, donde un puñado de ricos controlan el Estado, echando al traste con el principio de gobernar para el ciudadano.
La historia de la democracia en nuestros países ha estado llena de avatares, luchas por el poder, golpes de Estado, y hasta algunas marionetas hilarantes que se han subido al podio presidencial solo para enriquecerse y destruir a un país.
Se afirma que desde que nacieron, nuestras democracias han sido débiles. De ahí tanto ruido político, tanto corrupto de cuello blanco, tanta ‘bandola’ política y criminal, que todo el tiempo quiere tumbar a un gobernante.
Antes, al palacio presidencial llegaban verdaderos estadistas con una vocación social. Hoy llegan al poder sátrapas como Daniel Ortega, que persiguen a sus opositores, los expulsan del país y los meten a la cárcel; marionetas, que con motosierra en mano, como el inefable Milei, o el presidente carcelero Bukele, abogan por la destrucción del Estado de derecho y sus instituciones.
El primer peligro de nuestra democracia son los mismos gobernantes que han sido elegidos por el pueblo.
Ahora las dictaduras no son militares ni se imponen por la fuerza. Son los políticos que, elegidos por la gente, se convierten en dictadores civiles, y cambian las leyes para hacerse reelegir y gobernar para siempre.
Son los eternos caudillos latinoamericanos que desde la independencia han proliferado, de México a Argentina, como lo narra García Márquez en El otoño del patriarca.
El segundo peligro que tienen nuestras democracias es la violencia generalizada. El crimen, que hoy está ligado al narcotráfico, está poniendo en jaque nuestra institucionalidad.
El ejemplo más cercano que tenemos es la terrible situación que hoy vive Ecuador, cuyas estructuras criminales ya han asesinado a un candidato a la presidencia y a un fiscal anticorrupción.
Se dice que el narcotráfico es el motor de la violencia. Si América latina no se pone al frente en la lucha conjunta contra el narcotráfico, y no impulsa una política de sustitución de cultivos, de transformación de las economías ilícitas en lícitas, jamás tendremos paz en el continente.
El tercer peligro son los medios y las nuevas tecnologías virtuales. Algunos medios y periodistas, aprovechando las redes, usan y abusan de estos medios, para denostar del gobernante de turno.
El famoso periodista Klim afirmó que una columna de opinión o una noticia televisiva jamás tumbará a un presidente de la República.
Como dijo el decano del periodismo colombiano Javier Darío Restrepo, hoy muchos colegas se han alejado de la “verdad de los hechos”, de la ética, y creen que deformando la realidad e inventándose cada día una nueva mentira van a derrocar al gobierno.
Esto es lo que le está sucediendo al presidente Gustavo Petro con algunos medios e influenciadores, que solo buscan el caos y la desestabilización del país.
Felizmente, hoy existen importantes sectores de la sociedad como los gremios económicos, las autoridades regionales, la Iglesia, y las organizaciones sociales, que son conscientes de que los colombianos debemos unirnos y confiar en nuestras fuerzas y energías, para que el país salga adelante.
hector.f.martinez@correounivalle.edu.co
Amaury Fernández1
En 1984 David Lynch realiza la primera versión de la película Dunas, basada en una en la novela homónima de ciencia ficción del escritor y periodista Frank Herbert, Mundo de Dune. Publicada en la primera mitad de los años 60 en formato de comic por entrega (versión conocida en México como historieta), y como parte de serie de relatos publicados en revistas del género, dicho libro original ha sido de los más vendidos en el mundo, además de ser acreedor a los premios más importantes en su género, Nébula y El Hugo.
Luego del éxito rotundo en ventas, esta historia futurista alcanzaría un lugar de culto entre los fieles seguidores de lo que se convertiría posteriormente en una trilogía, pensada en su inicio como una tetralogía.
En 1971 fue la primera vez que este filme se intentó llevar a la pantalla grande, a cargo del productor Arthur Jacobs, quien había previamente trabajado en películas como El planeta de los simios, 1970k, de Franklin J. Schaffner, y llegó a proponer dicha empresa al director David Lean, autor de Lawrence de Arabia, para comenzar a rodarla en 1974. Si bien el proyecto solamente quedó en simples ideas, fue entonces que el multifacético artista chileno Alejandro Jodorovsy, quien había sido influenciado por la vanguardias artísticas dadaístas y surrealistas, asentado entonces en México y Francia, se interesaría por llevar a cabo dicha historia a la pantalla grande, apoyado por productor y distribuidor francés Michel Seydoux, proyecto del que ambos conseguirían los derechos de la obra literaria, con el interés
inicial de adaptarla al estilo del artista chileno.
Al finalizar el guion, Jodorovsky intenta reclutar a Moebius, unos de los creadores de comics más importantes de Europa, quien realizó un complejo e interesante storyboard o guion gráfico y ya de visita en Los Ángeles, Jodorovsky buscó a grandes especialistas en efectos especiales y diseñadores de la época, como Dan O´Banon y Christopher Foss.
Como datos curiosos se tenía contemplado integrar en el elenco a John Lennon, Orson Welles, Gloria Swanson, Salvador Dalí y el trabajo del pintor suizo H.R. Giger, además que la banda sonora correría a cargo de la banda inglesa Pink Floyd, que había aceptado participar en el filme, luego de haber realizado el grandioso albúm de
“Dark Side of the Moon”, de 1972, uno de los discos más vendidos en la historia de la música. A pesar de esto, Hollywood no quiso finalmente invertir en el proyecto y se cancela. Lo anterior se describe de manera más detallada para quien tenga mayor interés en el tema, en el interesante documental Jororwsky´s Dune, de 2013, dirigido por Frank Pavich, lo que sería entonces el precedente de influencias a sagas de ciencias ficción como Star Wars o los comics de Moebius.
Para 1978, el productor italiano Dino De Laurenttis adquiere los derechos de la obra, quien a su vez intenta integrar al proyecto al productor Rudolph Wurlitzer y al director Ridley Scott, autor del entonces exitoso Alien, el octavo pasajero, de 1978. Pero finalmente Laurentis invita a David Lynch a dirigir el filme, quien acepta bajo ciertas condiciones trabajar el guion, y que tendría como reparto a Kyle MacLachlan, Francesca Annis, Virginia Madsen, Sting, Sean Young, entre otros. Sin embargo, y a pesar de los más de 40 millones de presupuesto destinado, al final esta versión fracasa rotundamente, al recaudar apenas 10 millones menos en taquillas, debido a lo que Lynch arrepentido años después reconoce como su grave error el haber cedido el control creativo a la casa productora, Universal Pictures. Aunque con el auge de las videocaseteras en la primera mitad de los años 80, y la nueva oportunidad de ver películas en casa, se logra recuperar dicha inversión.
Por su parte a Jodorovsky no le gustó en absoluto el resultado final, sabiendo que no fue culpa de Lynch, sino de la propia casa productora de la película.
Pese a ello, Hollywood continuó con el interés de explotar la historia de Dune, en
el canal syfy, y el séquito de fans elogió las series por su fidelidad a la obra literaria, sin embargo, “el presupuesto no estaba a la altura de la espectacularidad” (ZEPfilms, 24 de diciembre de 2020), esperada por los efectos de la época. Y en 2003 se estrenó Los hijos de Duna, además que vendrían otras versiones de la historia sin mucho éxito. Sin embargo, para 2008 la empresa Paramount Pictures adquiere los derechos, pero a pesar de otros intentos de conseguir nuevas adaptaciones, no se tuvo tanta suerte.
La nueva era de Dune
El gran impacto que había tenido esta historia distópica de Dune en la cultura popular, era innegable, y fue entonces que por afortuna es retomada en años recientes, ya que fue en 2016, cuando Legendary Pictures adquiere los derechos y se elige atinadamente al canadiense Denis Villeneuve para retomar dicho proyecto fílmico, quien ya era conocido mundialmente por películas como Arrival, de 2016 y Blade Runner 2049, de 2017.
Villeneuve se hará cargo entonces de Dune: Parte Uno, con un reparto de gran nivel como Rebecca Ferguson, Timothée Chalamet, Zendaya, Oscar Isaac, Florence Pugh, Javier Bardem, Charlotte Rampling, Christopher walken, Autin Butler, entre otros.
Esta primera parte fue un rotundo éxito, a
pesar de ser estrenada en plena pandemia, y contó con más de 430 millones de dólares de ingresos alrededor del mundo, al casi triplicar su inversión original que fue de 165 millones. y con comentarios positivos de sus seguidores de la historia. Si a esto sumamos los ingresos por streaming, su ganancia fue realmente exponencial.
La película de poco más de 2 horas de duración, tuvo elogios muy positivos por la crítica, tanto por su innovadora fotografía, como por su magnífica banda sonora a cargo de Hans Zimmer, incluida su fidelidad a la historia original de Frank Herbert.
Incluso el American Film Institute llegó
a reconocerla como una de las 10 mejores películas del año, y recibió 10 nominaciones a los Óscars, y 6 premios obtenidos, entre ellos, mejores efectos visuales, mejor fotografía, montaje, diseño de producción, mejor sonido y por supuesto, mejor banda sonora.
Si bien el filme cuenta con una duración de poco más de dos horas, su forma narrativa y ritmo no tiene desperdicio alguno y es dinámico, a pesar de los grandes diálogos que se presentan en varias de las escenas, lo que puede ser un tanto tedioso para quienes no están muy acostumbrados a este estilo narrativo, pero ello se explica lógicamente debido a que representa la introducción a la propia historia. Sin embargo, Villeneuve cumple a cabalidad con el cometido y hace
honor al legado de la historia.
Dune: parte dos. Una experiencia cinematográfica de ciencia ficción
Cuarenta años después de la película de David Lynch, se estrena en cartelera la tan esperada segunda parte de la saga, la cual puedo decir que hasta el momento es la mejor de todas, incluidas la parte uno y la de Lynch de 1984, y representa desde mi perspectiva toda una experiencia cinematográfica, de la que pocas películas de ciencia ficción alcanzan en tiempos actuales. Por lo que recomiendo de ser posible verla en una sala de cine a manera tradicional.
Al respecto esta segunda parte, nos muestra la continuación del libro homónimo, y que, si bien Villeneuve se había comprometido desde el inicio a realizar la adaptación cinematográfica de la novela en solo dos partes, debido a extenso y complejo de la historia, ya que solo se había garantizado la primera parte, realizar la segunda era asunto condicionado, ya que siempre y cuando tuviera una buena recepción y no sucediera lo ocurrido con la versión de Lynch. Es así que afortunada y merecidamente Dune: Parte Dos, se estrena en las salas de cine con un rotundo éxito, y a diferencia de la primera versión que se había estrenado tanto en cines como en la plataforma HBO Max, de manera simultánea, la compañía Warner Bros le apostó en esta ocasión a que esta segunda versión iniciara su
exhibición en salas y posteriormente apareciera en la plataforma de streaming, al contar con gran éxito de taquilla y ante la crítica especializada.
Esta segunda versión se estrenó el 6 de febrero en el Auditorio Nacional, de la Ciudad de México y se contó con algunos de los principales protagonistas para su promoción nacional. Posteriormente se estrenó en Estados Unidos de América el 1ro de marzo de 2024, luego del retraso de su exhibición que originalmente había sido programada para finales del año 2023, pero debido a la huelga laboral que sostuvieron guionistas y profesionales de la actuación en Hollywood, finalmente Warner y Legendary Entertainment dieron luz verde para su exhibición a nivel mundial a inicios del 2024.
Si bien al publicarse esta nota sobre la segunda parte de la saga, y llevar solo medio mes de exhibición, ya ha recaudado hasta el momento cerca de los 400 millones de dólares, casi duplicando su inversión original de 190 millones de dólares, lo que marca tanto un éxito rotundo en taquilla y ante la crítica, así como lo más importante desde mi opinión, la gran aceptación para los fans acérrimos de la saga, aun sin ser todavía exhibida por medio de streaming.
Ante este gran éxito es ahora posible localizar algún promocional, tráiler o cartel de lo que será la esperada tercera y última parte de la trilogía, que espero sea igual o
mejor que la segunda parte.
En síntesis, Dune es una historia de ciencia ficción, que entra en la categoría de línea épica y del género de ciencia ficción. Cuenta con una historia que transcurre a más de diez mil años en el futuro, en un gran imperio galáctico de estructura feudal, y que se estructura y divide por señoríos planetarios liderados por familias nobles. La historia se centra en el joven Paul Atreides, educado en dicha casa, quien liderará una rebelión desarrollada en Arrakis, un planeta desértico de grandes peligros, en el que grandes tolvaneras y tormentas de arena son asunto de cada día, además de la peligrosa y amenazante presencia de gigantes gusanos de arena que usualmente aterrizan a los nativos, los Fremen, quienes consideran que algún día un mesías guiará a todas las tribus del planeta a la luz y la gloria, se reclamará Arrakis como tierra propia y se logrará contar con abundante preciada agua.
Por su parte, Arrakis cuenta con un gran recurso, la denominada especia o melange, sustancia adictiva que prolonga la esperanza de vida y ayuda a manera de las antiguas culturas mesoamericanas, a expandir la conciencia y otorgar capacidades mágicas y premonitorias, así como desplegar el tiempo al es parte de su cultura ancestral. Sin embargo, quien
controla esta sustancia, controla la galaxia y el universo, debido a que representa un bien escaso, similar a lo que ocurre con el agua, que es un bien sumamente preciado, por su escases y extracción indiscriminada.
Como bien reconoce el sitio especializado en cine, ZEPFilms “más que una aventura espacial (se) podían apreciar los elementos políticos, religiosos y filosóficos, más una importante preocupación por la ecología” (ZEPfilms, 24 de diciembre de 2020).
En fin, más que hacer spolier, me interesa recomendar ampliamente esta saga, y anotar cuatro ideas esenciales a las que atribuyo el que esta última saga, su tenga el esta gran calidad y éxito: 1) Ahora se cuenta con tecnologías avanzadas en efectos especiales, cuestión que en décadas anteriores limitaba la creación; 2) La atinada elección del cineasta Denis Villeneuve fue lo mejor que le pudo ocurrir al proyecto cinematográfico, al ser uno de los mejores directores contemporáneos de ciencia ficción; 3) La fidelidad a la historia a la novela Dune, que ha sido muy bien aceptada tanto por la crítica como por los fans; 4) El que Warner haya invertido y haber logrado convertir a Dune, en una verdadera experiencia cinematográfica de ciencia ficción.
Profesor Investigador de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima.
Entre los numerosos espectáculos que vinieron a la tradicional Feria de Todos los Santos correspondiente al año de 1939, figuró el teatro-carpa "Encanto", en el cual actuaba una compañía de comedias, en la que eran primera actriz y primer actor, respectivamente, los artistas Engracia Pasquel y Paco Elizarrarás, quienes desde un principio se conquistaron las simpatías del público, no sólo por la propiedad y buena técnica con que representaban, sino, especialmente, por su irreprochable decencia personal y profesional.
Por aquella época Engracia era una mujer hermosa y atractiva que cifraba en los 25 años. Dotada además de irresistible simpatía, hizo pronto amistades con las personas de mayor significación social, que noche a noche iban a aplaudirla.
Volvió la artista al año siguiente y otro más, éste último formando parte de la también carpa-teatro "Josefina Noriega". En cada ocasión aumentó el número de sus amistades y su cariño por Colima, donde acabó por contraer matrimonio con el licenciado Adolfo Chávez Calderón, secretario del Juzgado de Distrito.
Como es de suponerse, su nuevo estado impuso a Engracia la necesidad de retirarse del escenario, pero, nostálgica del brillo de las candilejas y del aplauso de las multitudes, se interesó en organizar grupos de aficionados, a los que prodigaba los conocimientos adquiridos a lo largo de su carrera teatral.
En 1944 concibió el proyecto de presentar en el teatro Reforma la comedia "Morena Clara", para la que reunió y adiestró a numerosas personas de la localidad, entre las que figuraron
el profesor Felipe Rivera Ayala, Agustín Gonzales Flor- el popular "Chino"- y el profesor Rafael L. Macedo, a cuyo cargo estuvo el papel de "apuntador".
Durante muchas semanas se ensayaron las diversas escenas y la señora Pasquel de Chávez se multiplicaba para corregir el gesto, la dicción y el ademán de sus discípulos, exhibiendo el entusiasmo que le era característico. El Chino fue escogido para el papel principal, que se aprendió de memoria entre los árboles de caoba, rosa morada y tampicirán de "Agua Mucha", lejana región de La Magdalena, donde Agustín y su hermano Jorge tenían un aserradero, del cual se desprendía únicamente los domingos para venir a la ciudad, visitar a su familiar y ensayar con su “compañía”.
Cuando doña Engracia consideró que estaba suficientemente ensayada la obra, resolvió anunciarla y fijar la fecha para su representación, que sería en una función de beneficencia.
Numerosas comisiones de damitas recorrieron la ciudad vendiendo boletos, logrando colocar todas las localidades. -¡Tendremos teatro lleno! -comentaba la señora Pasquel, brillándole los ojos de noble satisfacción.
Llegó por fin el esperado día y El Chino arribó a Colima a eso de las cinco de la tarde, pero en lamentables condiciones: estaba completamente afónico. Se detuvo en el consultorio del doctor Felipe Salazar pidiéndole que le prescribiera "algo" para hacerse o í r. Felipe lo examinó y su opinión fue desastrosa para el ánimo del novel actor:
-Lo que tú necesitas es acostarte inmediatamente. Date de santos de que
(13 de abril de 1958)
no estés con pulmonía.
Sin embargo, Agustín sentía gravitar a plomo la responsabilidad contraída y resolvió presentarse a la señora Engracia, para que en vista de las condiciones en que se encontraba dispusiera de tiempo para improvisar un sustituto. Y como venía barbón y desaseado, empezó por introducirse a la peluquería de Eduardo Madrigal, el inolvidable "Maño", pidiéndole a señas que lo atendiera, pues no se le oía nada.
Con la aparente brusquedad que "El Maño" trataba a sus amigos, sentó al Chino de un empujón y se aprestó a rasurado, pero al advertir que realmente carecía de voz, surgió su genio optimista:
¡Yo te curo! -y le puso en la mano un vaso lleno de tuxca- ¡Y ya verás que hasta ópera podrás cantar...!
De un solo trago vació El Chino el vaso y como a los pocos minutos advirtiera que en verdad se le despejaba la garganta, pidió otra dosis y luego otra...
Al terminar la afeitada. Agustín ya podía oírse a sí mismo, por lo que, maravillado por los efectos de la bebida, solicitó al Maño una botella "de a litro" y, renunciando a visitar a la señora Engracia, salió a la calle, eufórico y decidido, y se fue a su casa, donde se bañó, se abrillantó el pelo y se enfundó en un traje nuevo, haciéndose con esmero el moño de una corbata decorativa.
De su casa fue a la tienda de Guillermo Saucedo, donde continuó ingiriendo el sorprendente remedio que traía en su botella, y en ese lugar, tan seguro de sí mismo se sintió, que anticipando la representación recitó de memoria gran parte de su papel.
Llegó don José L. Barreto y tomó parte en la conversación hasta poco después de las 8 de la noche, en que hizo notar al Chino la conveniencia de irse al teatro. Del brazo "y por la calle", tomaron el camino, pero al subir a la banqueta de la plaza principal, Agustín, que había seguido libando de su botella, sintió que le flaqueaban las piernas.
-¡Estoy perdido! -pensó para su fuero intento.
Poco antes de llegar al teatro y experimentando cada vez más el efecto del tuxca, Agustín dijo a su compañero:
-Voy a comprar unos chicles. Nos vemos en el teatro.
Al separarse de don José, no fue El Chino a comprar nada sino a darle una vuelta al mercado Constitución, con miras a recuperarse; pero al dirigirse al Reforma por la calle Medellín, hubo un momento
en que la tierra no lo consintió, viéndose en la necesidad de primero recargarse en la puerta de la agencia de frutas de Toño Moreno y luego acostarse en el quicio, pero siempre con su botella en la mano.
Por ese lugar acertaron a pasar dos gendarmes, que al ver a un hombre tirado en el suelo y profundamente dormido, lo levantaron y casi en peso intentaron llevarlo a la Inspección, en "beodo cansado", pero al llegar a la esquina, don Jorge Assam reconoció al Chino y explicó la situación:
-No pueden encarcelarlo. Es el "primer actor" de la compañía que va a representar ahora.
Se desenvolvía la escena del rescate, cuando salieron del teatro -que estaba completamente lleno- don Enrique Ceballos, Chale Oldenbourg, Nacho de la Mora y otras personas, inquietas por la tardanza del Chino, a quien únicamente
se esperaba para que diera principio la función. El público estaba impaciente. Y su alegría en hallarlo se convirtió luego en pesadumbre, por las condiciones en que estaba, de no saber nada de nada...
Como la situación no tenía remedio posible, Chale Oldenbourg y Nacho de la Mora tomaron al Chino de un brazo cada uno y lo condujeron a su casa, en tanto que doña Engracia, enterada de lo que ocurría, sudaba tinta de mortificación. Rafael Macedo la salvó del aprieto, ofreciéndose a reemplazar a Agustín. Como conocía la obra, por haberla estado "apuntando" en todos los ensayos, pudo desempeñar más o menos el papel encomendado al Chino, en tanto que éste, ignorante de lo que pasaba, ofrecía en su cama el más sonoro concierto de ronquidos...
Sánchez Silva, M. (1993). Viñetas de la provincia. Colima: Idear.
Manuel Parra Aguilar (Hermosillo, Sonora 1982). Licenciado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora y Maestro en Estudios de Arte y Literatura. Entre otros, ha ganado el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines; el Premio Nacional de Cuento de la Revista Punto de Partida; los Juegos Florales Iberoamericanos Ciudad del Carmen 2019; el Premio Nacional de Poesía de Zaachila, Oaxaca; el XII Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal; el Premio Internacional de Poesía Oliverio Girondo, organizado por la Sociedad Argentina de Escritores, SADE. Libros de poemas: Los muchachos del Guinness Book, Permanencias, Breves, Portuaria, Pertenencias, Manual del mecánico, En el estudio, Más le valiera morir; el libro de ensayo Espacios contenidos, en torno al poema en prosa moderno, y el libro de cuentos Contrataciones. Facebook e Instagram: Manuel Parra Aguilar
DE TROY LLEGAN los barriles de carne.
Oyes llover sobre los cascos de los soldados, Los oyes hablar bajo la noche en la que no se ve nada.
En casa te secas el honor
Y te limpias la sangre con el dorso de la mano.
¿En qué soto se esconde el enemigo?
¿Qué haces tú para prepararte?
De Troy,
El tío Samuel Wilson envía su provisión de carne.
REPOSA EN EL CREPÚSCULO del mar bañado.
Su gesto descubre la soledad
De los gigantes,
Algo similar al exilio.
Pero su antorcha
Roza las nubes, Lo hace suavemente
Para demostrarte que sólo aquí es posible hacerlo.
Desde el faro de su mano
Brilla la bienvenida para todo el mundo.
Desde la desembocadura del río Hudson, Agacha la cabeza para mirarte.
EL HOMBRE de tu recuerdo,
Pequeño capitán Matthew Gooding, Perdido no recuerdas dónde, Tu rostro tan profuso como el pudín casero, Montado en tu poni de nombre Macarrones, Desciendes en zigzag,
Te recuestas con el rostro mudo e inmóvil.
Te asomas a la fosa
Para reconocer la pluma en el sombrero
Y ves una larga fila de hombres sobrevivir al cavar sus sepulturas.
Yankee Doodle, Sigue la música y el paso.
Yankee Doodle, Recuerda la música y el paso.
AHORA QUISIERAS que te prestaran atención por un momento.
Ahora quisieras ser un poco campechana
Y ser triste y tal vez un poco alegre.
Ahora quisieras cambiar la túnica blanca por unos jeans, Tu anacrónico gorro frigio adornado con estrellas por un sombrero fedora. Ahora quisieras que te prestaran atención por un momento, Quisieras caminar en vez de volar, Comer chocolates con maníes, Esperar el futuro
Un día de esos en los que termina el otoño
Y comienza el invierno.
Ahora quisieras ser gobernada por una isla. Dispensa, Quiero decir que te presten atención por un momento.
EL PEQUEÑO PIGARGO está posado una vez más.
Aguza su mirada al menor ruido.
Notas la incomodidad que siente ante los espectadores. Estos barrotes le han gastado el desanimado plumaje.
¿Se ha hecho viejo? Recuerdas el primer día que lo trajeron, Cuando despedazaba a su presa con las garras.
Sólo ciertas cosas permanecen.
Ahora no tiene ánimos de bajar de las ramas.
Será más tarde, cuando en tu sueño los pequeños visitantes se alejen Y logres atrapar con la mirada el paisaje horizontal.
Gracias, Señor.
En ti confiamos tan hermosa cabeza de semejante ovíparo.