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DEMONIOS EN EL CAMINO

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DESCONFIANZA

DESCONFIANZA

D E M O N I O S E N E L C A M I N O

Capítulo I: La invitación

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—Solo te digo que quiero llegar y ver un maldito refresco sobre la mesa.

—¡Yo no sé quién mierda te manda a llegar a esta hora! Sales de trabajar a las 11 y llegas a las 2 de la mañana.

—Trabajo tiempo extra para ganar más. ¿O eres tan burra que no entiendes? —No me vengas con eso de nuevo. Dices eso siempre y nunca se ve el dinero. Seguro te has de ir con una zorra. —Ya me tienes cansado. Un día de estos me encontra-

rás.

6:30 a. m. mi alarma empieza a sonar como de costumbre, mantengo unas ojeras profundas, nada que una enjuagada de cara y un café muy cargado no pueda arreglar… Aunque sigo teniendo la misma interrogante: ¿quién carajos se levanta a las dos de la madrugada a discutir? Pero, en fin, ese tema no me debería seguir afectando, cada golpe te hace más fuerte, ¿no es así?

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Son diez para las ocho y suena la campana de inicio de clases. El profesor aún no viene, pero quien llega es Aroa. Se sienta a mi costado como de costumbre, pues es mi mejor amigo desde el año pasado en que llegué a este colegio, y me hace la pregunta que tanto detesto responder: ¿Cómo estás, Roy? Incómodas palabras que te obligan a mentir con un mínimo de diez veces por día. Prefiero no ahogar a los demás con mis problemas personales, pues cada uno tiene demonios con quienes lidiar. Yo solo debo saber resolverlos o, por el contrario, escapar de ellos aun así me vuelvan a encontrar.

—Todo tranqui —le respondo algo aburrido y con una voz ronca después del frío de anoche—. ¿Tú, en qué estás? —Ahí…, bueno, acabo de enterarme que Brandon Flynn, el churro de «13 razones del porqué es gay», está saliendo con Sam Smith. ¡Qué desperdicio de hombre! —Jajaj, algo de cabro debía tener; se le notaba en todo aspe…

Soy interrumpido por Irma, la profesora de álgebra; ella indicó que todos saquemos los cuadernos al instante.

Buena parte del día me la paso pensando en lo de siempre; lo que se ve en el colegio día a día: gente de todo tipo. Nadie sabe a dónde la vida los dirigirá. Algunos quieren forzar su destino; otros no le dan el más mínimo interés. Desearía no estar dentro del primer grupo.

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Al mediodía, mientras almuerzo con Anthony —lo más cercano que tengo a un mejor amigo—, Rodrigo y Jorge, aparece Oliver, un chico muy popular de quinto, y nos dice:

—Mis patas y yo estamos organizando un juergón en mi casa de campo el martes de la próxima semana, por Halloween.

—Falta que caigan tombos como en el tono del año pasado en la casa de Andrew… No quiero hacer planes para algo que no correrá, ¿manyas? —dice Rodrigo. —Rélax, mi gente —responde Oliver estirando los brazos—, ya saqué permiso de la muni, así que no joderán. Ustedes vayan y disfruten. Habrá trago, puchos, habitaciones vacías, piscina; además, ira todo el colegio. Si quieren ir con gente, normal. ¡Ahí los veré, muchachos! —me da una palmadita en la espalda y se va. —Yo sí la hago, creo —dice Jorge en un tono de emoción y duda a la vez. —¿Vamos, Roy? Parece que va a estar bueno; además, probablemente vaya Melanie, quién sabe.

Pienso en Melanie. Es una chica del grado que me parece que está en algo. De vez en cuando hablamos un poco en los recreos, pero en eso queda; tan solo somos conocidos. Parece tranquila; nunca he oído hablar mal de ella.

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—Sí, puede que vaya —murmuro. —¿Entonces?

Al final, acepto asistir a la fiesta. No tengo nada más que hacer ese día. —Pero no lo hago por Melanie —les aclaro. No quiero que ellos piensen que ella es el motivo de mi decisión— . Que se vaya o no me tiene sin cuidado. —Está bien —dice Jorge. Luego, pregunta—: ¿Cómo iremos vestidos? Dicen que si no hay disfraz no hay trago. —Anda a Polvos, cómprate un polo de Superman y problema arreglado —indica Anthony—. El disfraz no es lo más importante, Jorge, sino a cuantas flacas nos haremos.

En realidad, no me parece tan gratificante la idea de ir, pero bueno, si es que Aroa va, tendré gente con quien pasar la fiesta. Lo único que me parece molesto de ir con ellos es que tendré que llevar a Anthony a dormir a mi casa; después de lo ebrio que esté, sus padres lo correrían de la casa lo antes posible. Una buena razón para ir a la fiesta es la posibilidad que tendré de conocer mejor a Melanie, tal vez de ahí salga algo.

Estaba volviendo de comprar con Anthony y nos encontramos con Aroa. «¿Ya saben cómo llegarán a la

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fiesta?», nos dice. Es algo que no nos habíamos preguntado, pues la casa de campo de Oliver queda en Chosica. —Será en taxi, no queda de otra —afirma Anthony— . Nuestros padres no nos van a querer llevar. —Solo en pagar el taxi nos saldrá como 60 soles, ida y vuelta. Como es Halloween, las tarifas suben; en esa fecha todos se van a tonear —dice Aroa.

Nos quedamos mirándonos. —¡Escuchen! —prosigue Aroa—, mi padre se irá el fin de semana a Colombia y regresará en quince días. ¿Saben conducir?

—¡Roy sabe! —exclama Anthony. —Pero no tengo brevete —me sobo la cabeza.

Aroa y Anthony me animan; No pasará nada, me dicen.

—¡Vale! —acepto—. Tienen suerte de que parezca mayor de dieciocho; eso sí, no me hago responsable de sus vidas. ¿Está claro?

Capítulo II: La fiesta

—¿Por qué estás tan pálido? Ya llegamos… —¿Cómo quieren que me sienta? Nunca había conducido en una carretera. Si me hubieran pedido documentos, 19

me cagaba. Siempre le he temido a la ley; no me imagino pisando una comisaría. —¡Cállense y salgan del auto! —grita Aroa.

La casa por fuera se ve muy grande. Tiene un estilo rústico. El volumen del equipo suena a tope. En la puerta hay un tipo gordo y con cara de molesto. -Díganme sus nombres —indica con voz tosca. -Anthony, Aroa y yo, Roy.

Después de buscar en la lista un rato, el tipo dice que podemos pasar.

Al entrar, vemos que la casa está repleta de gente del colegio; conocemos a casi todos. Parece la escuela, solo que sin maestros, nerds y clases. Melanie debe estar por ahí. Pasa un rato y decido ir a buscarla. —Oigan, después nos vemos, ¿sí? —les aviso a mis amigos. Doy media vuelta y me retiro. Camino esquivando cuerpos. Siento mi camiseta pegajosa y mojada. —¡Discúlpame!, soy una tonta. Nunca me fijo… —¡Hey!, no te preocupes. No fue tu culpa, yo volteé muy rápido. Lo siento por derramar tu trago. Disculpa…

Nos quedamos mirándonos. Es una chica alta y delgada; su cara me es conocida. —¿Cómo te llamas?

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—Me llamo Bárbara; tomamos clase de fotografía juntos, ¿no te…? —no termina la frase. Se ha puesto coloradita. Pestañea y agrega—: Y no es trago; es solo gaseosa.

—Claro, Bárbara… Lo siento, a veces soy muy distraído... tanto que me acabo de acordar que debo ir a buscar a alguien. Nos vemos luego, Barb. —Me parece bien. Ojalá encuentres a quien buscas.

Ya voy caminando veinte minutos y no encuentro a Melanie. Y es que la casa es muy grande. Hay gente haciendo cualquier cosa: jalando, chupando, bailando… Ninguna de esas personas es Melania; seguro debe estar hablando con amigas. Ya he dado dos vueltas; he preguntado a gente y todos me dicen lo mismo: «Por ahí estaba; búscala». Voy donde el barman y pido un trago suave. —¿Me estás siguiendo?, o me parece —escucho una voz detrás de mí. Pensé que era Melanie. —Te he estado bus… ¡Ah! Hola Barb…

Entablamos conversación.

—Siempre te veo sola —le digo. —Mis amigos son unos idiotas —murmura—. Se fueron a inyectar. Me dejaron sola porque saben que yo no hago eso.

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—¿A qué te refieres con inyectar? ¿Hablas de heroína?

—No, tontito; esa es muy cara —levanta la voz—. En realidad, algunos inyectan, otros inhalan y otros lo insuflan; el punto es que todos lo consumen. Hay un grupo como de veinticinco personas haciéndolo en una habitación grande del segundo piso.

En esos momentos escuchamos bulla al fondo; había iniciado una pelea. Me meto entre la gente y trato de acercarme a los protagonistas. No esperaba que uno de mis amigos fuera uno de ellos: Anthony está agarrándose a fuertes golpes con un tipo de otra escuela. «¡Anthony, déjalo!», le grito tratando de separarlos. «Te van a correr de la casa».

—¡Este hijo de perra me mentó la madre! —vocifera—. Pero, no importa, ya le mostré de lo que soy capaz. —Muy tarde —dice el de seguridad—. Los dos se me van de la casa.

—No importa, Roy —musita Anthony—. Llama a Aroa, y vámonos.

Yo le digo que aún no pienso irme de la fiesta. —Yo todavía tengo cosas por hacer, y no sé dónde está Aroa —le tomo del brazo y lo conduzco hacia la

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puerta de salida—. Por huevón, tendrás que esperarnos en el auto —concluyo. —Me iré con Sebastian y su gente; se van para otro lado. Ellos me pueden jalar hasta cierta parte, luego, tomaré taxi.

—¿Has visto lo borracho que están todos ellos? Pero ¿sabes? Ya la cagaste; tú ve como resuelves tus cosas solo.

No puedo creer lo idiota que puede ser Anthony a veces. Me regresaré con Aroa, y tal vez jale a Rodrigo y Jorge, aunque vivan lejos. Ojalá, Aroa no haya tomado mucho; no quiero oler vomito esta madrugada.

Me dirijo al segundo piso. Efectivamente, todos están drogados. Preferiría encontrar a Aroa que a Melanie aquí… En fin, solo estoy descartando lugares. Mi corazón late fuerte con el impacto. Está ahí. Las pupilas de sus ojos verdes cristalinos están dilatadas, mientras ella, con una especie de papel enrollado, inhala la cocaína. Siento que el mundo se despedaza a mis pies. Es hora de buscar a Aroa. No puedo permanecer ni un minuto más en este lugar.

Capítulo III: La noticia

Domingo por la mañana.

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La noche de ayer fue para olvidar: me peleé con Anthony y después me enteré de que la chica que me gusta es una drogadicta. No quiero levantarme de mi cama. En buena hora que me compré cortinas azul marino, así la luz del amanecer no golpea mi cara de manera dolorosa. Pero, por otro lado, está mi madre… —Roy, despierta, ya son las 12 del día, y baja a tomar desayuno. —¿No crees que es un poco tarde para tomar desayuno? —le contesto mientras abro las cortinas y el sol me lava la cara.

—Nunca es tarde —insiste—, levántate ahora mismo y baja a comer.

Un desayuno común, huevo revueltos con jamón y un jugo. Mi mamá está bajando a paso lento por las escaleras y se me ocurre hacer la pregunta más tonta que se me ha ocurrido en la semana: «¿Mi papá ya desayunó?». —¿No te das cuenta de que ayer no vino a dormir? — me responde en un tono muy grosero, y eso me pone nervioso.

—¿Acaso es mi culpa? —levanto la voz—. No tienes por qué hablarme así. Sigo sin entender por qué no se separan de una vez.

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—¿Crees que tengo la forma? —mamá se sienta a mi lado—. No tengo dinero, un lugar adonde ir ni un trabajo fijo. Por último, yo no tengo por qué dejar la casa; que se largue él. —Lo que me molesta es que cagan todas mis mañanas con sus peleas estúpidas. Yo ya estoy cansado de ir al colegio todos los días con una máscara de felicidad. Puedes conseguir un trabajo y alquilar un cuarto, pero prefieres no hacerlo por orgullo. Eso me estás diciendo. —Si ahora no puedo conseguir un buen trabajo es porque tu padre hizo que dejara la universidad para dedicarme enteramente a ti. Si no soy profesional es por…

Siento una picazón en los ojos. Intuyo lo que ella me quiere decir. —¡Jódete! No quiero hablarte más —le grito.

Doy media vuelta y corro hacia mi cuarto. Apenas escucho la voz de mamá diciéndome Roy, vuelve aquí.

Sacó de mi cuarto un frasco lleno de medicamentos psicotrópicos o también llamados “antidepresivos”, y corro a la azotea. Me escondo en una pequeña habitación que hay ahí. Quiero olvidarme del mundo el mayor tiempo posible. Pongo los audífonos a máximo volumen y me trago algunas pastillas.

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Después de unas horas, me despierto. Ya es de noche. Tengo un gran dolor de cabeza. Bajo hasta el primer piso y nadie. Luego de comer un poco, voy a mi cuarto. Todo me da vueltas, es como si me hubiera emborrado. Mi celular empieza a sonar. Me doy cuenta de que está lleno de mensajes. Jorge me está timbrando. —Roy, por fin contestas —dice Jorge con voz temblorosa y melancólica. —¡Qué pasó! —muevo la cabeza tratando de recobrar un poco el equilibrio. —Ha pasado algo grave, Roy. —¡Dímelo de una vez, Jorge; no le des más vueltas! —le exijo. No puedo contener el temblor de mi cuerpo. —El carro en el que se fue Anthony chocó —me dice. Un silencio abrumador se alarga en mis oídos. —Jorge, ¿estás ahí? —grito. —Tu amigo y dos chicos más están muertos —susu-

rra.

Capítulo IV: Un aliento

Mi celular suena, es el despertador. Mantengo mis ojos cerrados. Me siento angustiado, no creo que lo de ayer fuese real. Apago la alarma del celular, y me niego a ver

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los mensajes; con solo pensarlo me da escalofríos. Viendo la parte positiva, en la madrugada mis padres no pelearon o por lo menos no me di cuenta. Veo el piso de mi cuarto; hay pastillas derramadas por todo el suelo. No puedo mantener la mente tranquila. A la mierda todo, veré mi celular…

Mi móvil está lleno de posts, mensajes, difusiones y llamadas perdidas. Es verdad lo del accidente; no tendré más a Anthony conmigo, se ha ido.

Han pasado varias horas. Es lunes y no podía quedarme en casa, aunque eso hubiera preferido. Me he enterado de que de los cinco que iban en el auto, dos están en una situación muy complicada y los tres fallecidos son Joaquín Calderón, Piero Galindo y mi amigo Anthony Llerena.

No sé si se me habría de tildar de insensible, pero la muerte y estado de los demás no me interesa, solo me corroe la partida de mi amigo. Si yo no lo hubiera puesto a Melanie por encima de Anthony, él seguiría con nosotros… Yo lo maté.

Paso todo el día solo; no quiero hablar con nadie. Pero tampoco quiero quedarme en el salón; todos me preguntan cómo me siento. Así que opto por ir a mi lugar secreto, unas escaleras que dirigen a la azotea. Casi nadie va a ese lugar.

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Recuesto mi cabeza sobre mis rodillas y me quedo pensando. No puedo contener las lágrimas. De pronto, escucho que alguien sube; intento secarme los ojos. —¿Puedo sentarme? —es Bárbara. No me lo había imaginado. —Sí, claro… ¿Cómo me encontraste en este lugar? —Es el lugar más desolado del colegio, ¿crees que no te encontraría? Es muy obvio. —Bueno… este… —Era muy cercano a ti, ¿verdad? —Sí. Y me siento culpable por lo que pasó. Es como si yo lo hubiera asesinado. —Tú no tienes la culpa de nada; él solo tomó esa decisión.

—Yo lo empujé; me negué a salir de la fiesta con él.

Bárbara me coge de la mano y aprieta mis dedos. —¿Por qué los problemas me persiguen? —no sé por qué acabo diciendo eso. —¿Qué otros problemas tienes? —indaga Bárbara— . Si es que lo puedo saber… —Todo es… tan complicado. Además, no necesitas saber mis problemas. Tú debes tener los tuyos.

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—Puedes confiar en mí —otra vez Bárbara apretuja mis dedos.

—Es que… la vida es una mierda —susurro—. Mis padres llevan una vida de perros y no hay cuándo se separen; siento que mis amigos no están siempre ahí para mí, en especial Aroa; por último, acabo de enterarme que la chica que me gusta es una drogadicta. Me va mal en todo. —No sé qué más te esté pasando, pero creo que te echas a ti toda la culpa. Hay cosas que no puedes evitar, son factores externos; tú solo trata de ser la mejor versión de ti mismo.

—Es que es tan difícil... No puedo estar ahora sin tomar los antidepresivos a cada hora. —¿Antidepresivos? Bueno, ¿por qué no tratas de honrar a tu amigo haciendo mejor las cosas?

Siento que algo se despierta en mi interior. Ahora soy yo quien coge fuerte la mano de Bárbara. —Trataré —me escucho decir.

—Intenta arreglar las cosas con tus amigos y verás que te irá bien. Cuentas conmigo.

Nos quedamos callados por un momento. —Barb, ¿no te gustaría ir a comer algo después del colegio? —las palabras salen de mi boca como diluyéndose en mis labios—. Me pareces muy agradable… 29

—No puedo —me contesta—. Mi enamorado estará esperándome a la salida.

Capítulo V: Reparación

Hoy es el funeral de Anthony. No sé si estoy haciendo lo correcto. Su mamá sabía que iba conmigo a la fiesta. Puede que piense que gracias a mí su hijo está muerto… Pero no importa; de todas maneras, quiero despedirme del cuerpo de mi amigo. Estoy yendo con Jorge, Rodrigo y Aroa. Barb me dijo que vendría más tarde, tal vez no llegue a la misa, pero el punto es que esté acá un momento.

Todos están vestidos de negro. Voy recorriendo la mirada, con timidez. Ahí está la madre de Anthony. Ni bien me ve, viene con paso apresurado hacia nosotros. Trago saliva. Quizá me dé una cachetada y lance algunos insultos.

—Gracias por haber sido tan buen amigo de mi hijo —dice parándose junto a mí. Siento que mi corazón se aquieta—. Gracias, muchacho.

Sus ojos se inundan de lágrimas. Es imposible aguantar el dolor. La abrazo y me pongo a llorar sobre sus hombros.

—Señora,… yo…

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—No hay la necesidad de que me digas nada, hijo — solloza—. Sé que esto también te está afectando mucho. —Debí haberlo traído, señora, así él no hubiera… —Tú no tienes nada de culpa. Estoy segura de que él estará agradecido contigo tanto como yo lo estoy. —Lo voy a echar de menos. —Lo vamos a echar de menos —suspira la señora. Al momento de despedirse, me da un beso en la mejilla.

Alguien me acaricia la espalda. Es Barb.

Epílogo

Ya han pasado algunos meses desde que Anthony se fue. El tiempo se ha encargado de atenuar el dolor que nos ha dejado.

Ahora, Aroa y Jorge están saliendo con unas chicas; yo y Rodrigo seguimos solos. Barb lleva dos meses de relación con Sebastian, un chico de su instituto de inglés. Aunque Bárbara y yo no tengamos nada más que una amistad, le confío muchas cosas, al igual que a Aroa, pues nos hemos vuelto a hablar como antes y no hay tabúes o secretos entre nosotros.

He botado a la basura mis antidepresivos y papá me está pagando la rehabilitación. Aunque la cosa no es muy fácil, estoy tratando de recuperarme. Mis padres están en los trámites legales para separarse. Mi mamá conseguirá 31

un empleo mientras vive en la casa de mi abuela. Pensé que estaría contento de ver este matrimonio acabado, pero ahora me siento un poco melancólico, ya no seremos una familia; además, no sé si ellos podrán ser felices o si cada uno será mejor sin el otro.

He comenzado a hacer deporte —me gusta el básquet—, y cada día voy recuperando mi nivel en los estudios. Pronto iremos de paseo al centro de la ciudad, y pensar en eso me alegra, no sé por qué.

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