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MARCAS DEL CORAZÓN
M A R C A S D E L C O R A Z Ó N
Y, entonces, la vi marcharse, dócil y silenciosa, con ese cabello largo y oscuro como la misma noche. ¿Regresaría algún día?
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Aún recuerdo cuando todo comenzó. Estábamos en clase de Arte y nos habíamos reunido todos los hombres. Mientras hacíamos el trabajo, nos pusimos a hablar de la promoción. En algún momento, Emilio dijo: —Mi pareja será Sandra. ¿Y ustedes cómo van? —Todo bien —dijo Santiago—, mi pareja será Amanda.
—Ni modo —sonrió Emilio—, ella es tu enamorada. —Digan lo que quieran, pero yo tengo a la mejor de todas, y es Silvia —dijo Daniel.
Entonces Emilio me preguntó quién sería mi pareja.
Empecé a temblar de nervios. Todos se quedaron mirándome, esperando una respuesta. Siempre me han incomodado las preguntas que me dejan sin palabras. Por fin la campana me salvo. Salí corriendo del salón; me dirigía en dirección a la puerta de salida. Junto al quiosco estaba
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la muy popular y hermosa Mía. Al verla, una idea empezó a desesperarse en mi cabeza. ¿Y si le decía que sea mi pareja de promoción? ¿Aceptaría? Ella, desde que había llegado al colegio, me había brindado su amistad.
No lo dudé más. La saludé con un beso en la mejilla y, mientras caminábamos por el corredor, le pregunté si ya tenía pareja de promoción. —No —me dijo. Y como se dio cuenta de que estaba algo inquieto, mordiéndome las uñas, se quedó mirándome y me preguntó por qué tenía esa cara. —Es la única que tengo —traté de salir de apuros. —¿Qué pasó, Rubén? —insistió, sin darle importancia a lo que acababa de decir. —Sí, pues… verás… eh, es que… —¡Vamos!, dilo de una vez, que me pones nerviosa, hombre.
—Está bien —me tragué un bocado de saliva— . ¿Quieres ser mi pareja de promoción?
Mía se carcajeó. —¿Y para decirme eso te pones así? —volvió a reírse. —¿Te animas? —insistí.
Después de hacerme sufrir con algunas preguntas curiosas, por fin dijo que sí.
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En ese instante sentí que una sangre nueva comenzaba a recorrer mi cuerpo. Sin embargo, la alegría pronto se me acabó.
—Pero debes saber algo —susurró Mía.
Me quedé mirando sus ojos, ahora sin ese brillo cautivador.
—Puedo ser tu pareja, pero a la vez no —agregó. —¡Y eso! —Es que tengo una enfermedad, para ser más claro, tengo cáncer. —¡Lo siento! —fue lo único que se me ocurrió decirle. Una bala me había atravesado el corazón.
—Está en inicios y es uno muy raro y no tienen las maquinas ni las medicinas acá, así que me iré del país. Todavía no sé la fecha exacta —concluyó.
Desde ese día traté de estar con ella; me sentía como obligado a acompañarla en ese camino difícil. Fue en esas circunstancias que el camino se hizo difícil también para mí.
Un domingo por la noche, ya muy tarde, recibí una llamada de Mía. Me dijo que quería verme. «Te espero en el parque que está cerca a mi casa», me indicó.
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Cogí una polera, mis llaves y salí. La encontré sentada, triste. Me acerqué a ella. Nos abrazamos fuertemente. Cerré los ojos y le dije que la quería. Cuando abrí los ojos, vi el techo de mi cuarto y un resplandeciente sol. «Fue solo un sueño», me dije.
Dejé la cama con un sabor agrio en la garganta. Me alisté y me fui al colegio.
En el recreo busqué a Mía, pero no la encontré.
Después de clases, fui a su casa. Toqué la puerta y nadie respondía. ¿Dónde estaba Mía? Y, así, cada tarde, después de clases me iba a su casa con la esperanza de verla, mas fue en vano.
Un jueves, como en aquel sueño, por fin Mía me llamó y me citó al mismo parque.
Después de varios días la volvía ver. Me senté a su lado, la miré a los ojos y me perdí en la profundidad de sus pupilas. Tenía tantas ganas de darle un beso. Al final, la duda me paralizó. Ella me abrazó y me dijo que ya sabía la fecha de su viaje. —¿Después de la fiesta de promoción? —le pregunté. —Antes —dijo—. Viajaré la próxima semana.
Me había quedado sin pareja. ¿Y ahora? —Disculpa que no haya podido avisarte antes —me dijo con voz apenada—. En verdad lo siento. Lo que pasa 54
es que estuve ocupada con el tema de un vuelo, y la reservación de un cuarto de hotel y el resto de las cosas.
No dijo nada más y se fue. Mientras regresaba a mi casa sentía odio hacia ella por haberme dejado así. Esa tarde, decidí no asistir al baile de promoción.
Con el paso de las horas me di cuenta de que me había enamorado de Mía, y que lo que sentía era miedo, miedo a que tal vez no volvería a verla nunca más o que se olvidara de mí.
El día de su viaje, no soporté más su ausencia y fui a despedirla en el aeropuerto.
Nos abrazamos fuerte al reencontrarnos. Mía estaba linda, como si la enfermedad que la estaba carcomiendo por dentro estuviera renovándola por fuera. Cuando llegó el momento de la despedida, sentí un nudo en la garganta, como si una espada de fuego me quemara por todo el pecho.
—Bueno, ya están llamando, tengo que irme. Adiós —me dijo Mía. —Tengo que decirte algo antes de que te vayas —le dije.
Mía juntó las manos y me miró entre sorprendida e inquieta. —Mía, tú, tú, ¡tú me gustas! —le confesé, entonces.
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Mi corazón se despedazaba de angustia. Tenía miedo de que Mía se marchara sin decirme una palabra, sin hablarme por última vez.
Cuando parecía todo consumado, Mía me abrazó y me susurró al oído que yo también le gustaba. —Me hubiese gustado que esta declaración fuera en otras circunstancias, pero es lo que tiene la vida —murmuró.
Nos miramos y nos besamos. Por un instante creí estar volando hacia las estrellas o surcando los cielos llenos de arcoíris o algo así. Cuando pensaba que al fin el mundo ya no importaba, que la vida se hacía más larga, una voz electrónica acabó con todo.
«Pasajeros del vuelo 143 con destino a Francia abordar la entrada 3», repetía.
Mía se llevó mi corazón y yo me quede con el suyo.
Cada mañana, siempre me pregunto: ¿Qué será de su vida? Al parecer, algo no anda bien. Ya han pasado tres años y no sé nada de ella. Ojalá nunca se olvide que yo sigo aquí esperándola con su corazón entre mis manos.
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