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DESCONFIANZA
D E S C O N F I A N Z A
El día estaba frío, bajaba el ánimo de cualquiera. Me alisté, tomé el bus y me fui como todos los días. Cada cinco minutos, me acordaba de la vergüenza que había pasado un par de días atrás. Era imposible borrar de mi cabeza ese mal momento, y eso me entristecía bastante.
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Al acercarme a la escuela, poco a poco, me ponía más nerviosa. Las manos me sudaban; a cada paso que daba, se alocaba más mi corazón. No quería ver a esa persona. Tenía ese nudo cruel en la garganta, tan incómodo que al hablar sabía que mis lágrimas saldrían incontrolablemente. Solo me enfocaba en ir de frente a mi salón. Pensaba en tantas cosas que no me daba cuenta si me hablaban. Trataba de comportarme «normal», y creo que lo hacía bien: nadie preguntaba cómo me sentía.
El día pasó, menos mal, pasó rápido; supe sobrellevar las horas. Sin embargo, sabía que tenía que decírselo a alguien en algún momento. Era complicado, pero no podía aguantarlo. Prendí mi celular; quería hablar con Andrea, solo en ella confiaba. Después de un rato, ella vino a mi casa.
—Luciana, dime, ¿qué pasa? Me preocupas mucho. 83
—Andrea, no puedo aguantar más —le dije, mirándole a los ojos—. Pero, prométeme que no se lo dirás a nadie, ¿sí? —No te preocupes. Sabes que puedes confiar en mí. —Hace unos meses, iba al parque a escuchar música, a relajarme un poco. Siempre veía a un chico, simpático, trigueño, con ojos claros, que sacaba a pasear a su perro. No le decía nada. Siempre nos mirábamos a los ojos, y nunca nos decíamos nada. Luego de dos semanas de no vernos, regresé al parque. Él estaba ahí. Antes de que me sentara, se me acercó y me saludó. Se llamaba Fabricio. Me habló de lo que hacía todos los días, de lo que le gustaba hacer, del deporte que practicaba. Me dijo que estaba en mi colegio, en quinto de secundaria. Y era cierto. Nunca me había dado cuenta. Pasaron los días. En los recreos nos veíamos y conversábamos. En uno de nuestros encuentros quedamos en ir al cine. Él me dijo que lo consideraba como una cita. Bueno, mientras mirábamos la película, me dijo que estaba hermosa y que tenía algo importante que decirme. Al salir del cine, me dijo que quería algo serio conmigo. Yo, sin pensarlo, le dije que sí. Estaba feliz, pero desconfiaba; no lo conocía lo suficiente para tener una relación con él. No obstante, ya había tomado una decisión y tenía que seguir.
Las primeras semanas fueron muy bonitas. Él era cariñoso, me acompañaba a mi casa, hacíamos las tareas 84
juntos… Hasta conoció a mi familia. Todo fue lindo; me enamoré de él. Pero, no sé por qué, algo me daba mala espina.
Un día, fuimos a comer. Todo estaba bien hasta que llegó una chica. Vi que Fabricio se ponía nervioso, se sentía incómodo; parecía que quería huir del lugar. Y, antes de que lo hiciera, la chica se acercó a nosotros. —¿Quién es ella, Fabricio? —gritó, señalándome— . ¿Por ella me cancelaste la cena con mi familia? —Mi amor, solo es una amiga —murmuró Fabricio. Una corriente de indignación sacudió mi cuerpo. Ahora yo quería salir corriendo y desaparecer para siempre. Fabricio siguió defendiéndose—: Sus papás son amigos de mi familia y me obligaron a acompañarla. Ella y yo no somos más que amigos.
No me pude contener y le dije a la chica que Fabricio era mi enamorado. Sin embargo, él lo seguía negando. —¿Cómo voy a estar contigo? —me dijo, poniéndose de pie y cogiendo a la chica de la mano—. Eres poca cosa para mí.
El mundo se deshizo para mí de un momento a otro. No podía creer lo que me estaba sucediendo. Fabricio se reía y yo no sabía qué hacer.
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Antes de que mis ojos delataran mi dolor, salí del local. Camino a mi casa, lloré como una niña. Llegué a mi casa y me fui de frente a mi cuarto. Dentro de mí sabía que ese dolor lo llevaría por un tiempo. —Luciana, sé que es difícil —trató de animarme mi amiga—; pero yo sé que tú podrás superarlo. —Andrea, gracias por venir —dije sin poder contener otra vez las lágrimas—. Tenía que decírselo a alguien, no lo podía aguantar.
Andrea se marchó y yo me quedé sola. Me puse a hacer mis tareas, lo mismo de todos los días.
Con el paso de los días, la amargura y la desilusión fueron haciéndose soportables. Al cabo de dos meses, ya podía ir sin miedo al colegio y pasar por el salón de Fabricio sin ponerme nerviosa.
A fines de agosto empecé a asistir a un instituto de matemática (pues tengo dificultades en ese curso). Conocí a un chico y, la verdad, me gustaba un montón. Aunque no había pasado mucho tiempo de aquella mala experiencia con Fabricio, me sentía más segura y, además, tenía la corazonada de que esta vez sería diferente.
Después de varios días de verlo como a una cosa prohibida, creí que había llegado la hora de dar la iniciativa. Una tarde, me acerqué a él y lo saludé. Nos presentamos. Se llamaba Miguel, un nombre común para una 86
persona muy especial para mí. Gracias a él, a su confianza, pude superar mi pasado. En pocos días nos hicimos buenos amigos.
Hoy fuimos al parque de diversiones. En algún momento, me dijo que quería decirme algo importante. De pronto, me sentí como aquella vez en el cine, con Fabricio. Sin embargo, la emoción desapareció en unos segundos. En ese viaje del presente hacia el pasado y del pasado hacia el presente, algo cambió en mí. Sabía qué tenía que decirme Miguel y lo único que me quedada era escucharlo. Me llevó a un lugar solitario y me dijo exactamente lo que me dijo Fabricio: «Quiero algo serio contigo… ¿Quieres ser mi enamorada?
En ese momento, me sentí algo mal, como un deja vu. Me sentí desilusionada y la desconfianza hervía dentro de mí. Pensé que me Miguel me haría daño como lo hizo Fabricio, y no quería arriesgarme. Me quedé pensando un instante: se le veía sincero y me había tratado bien. ¿No estaba jugando conmigo? Fabricio apareció en mi mente y el dolor que me causó hirió de nuevo mi corazón. No tenía más tiempo; lo pensé rápido y mi respuesta fue que no, que no me sentía preparada, que me sentía confundida. Miguel se marchó sin decir una sola palabra. Yo regresé a mi casa pensando en lo sucedido; tal vez había perdido mi oportunidad.
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Al día siguiente, en el instituto, Miguel se mostró esquivo. Nos encontramos en el pasillo, pero pasó como si no me conociera. Otra vez perdía a alguien.
En la noche, se me vino de nuevo la tristeza y lloré. Algún día, Fabricio me la pagaría.
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JAIME GUADALUPE LOBATO (Amazonas)
Profesor de Lengua y Literatura, licenciado en la especialidad de Filosofía y Religión, y magíster en Administración de la Educación.
Ha publicado los libros de cuentos Las batallas de cada día (2014) y La felicidad no pasa por aquí (2018).
Distinciones
• Segundo Lugar en el Premio Nacional de Educación «Horacio Zeballos», en el 2014, con el libro de cuentos La felicidad no pasa por aquí. • Primer Premio en la X Jornada de Investigación Científica (2015), organizada por la Universidad Nacional Toribio Rodríguez de Mendoza de Amazonas, en el área académica de Textos
Literarios, con el libro de cuentos Todos los hombres nacen solos. • Primer Puesto en el Premio Nacional de Educación «Horacio Zeballos», en el 2018. Área: Proyectos de producción de textos literarios; obra: Cómo tejer historias: Estrategias para escribir cuentos.
