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LA MUERTE DENTRO DE TI
L A M U E R T E D E N T R O D E T I
No dejo de pensar en Nicolás. Pienso que el lunes todavía lo volveré a ver en el colegio, que otra vez nos sentaremos juntos.
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Hace tres días, me levanté con una emoción de la patada. «Ta’ que yo seré mejor que todos», pensé. Miré el reloj de mi mamá y con cara de mongol dije: «¡Miércoles!... Jueves y viernes, chistecito del día. Ok».
Me fui corriendo a ducharme. ¿No iba a ir apestando al colegio no? —¡Mamá, levántate, ya es tarde! —¡Ah!, ¡cómo que ya es tarde! —exclamó mi mamá —En serio, mamá.
Ella se levantó y como un robot programado se fue a preparar mi lonchera; claro, y yo como vago esperando a que me la preparen. Recogí mi mochila y me fui caminando al colegio. En el trayecto, me encontré con Nicolás. Él y yo, desde pequeños, habíamos hecho travesuras. Cuando nos preguntaban: ¿Quién rompió el jarrón de la abuela? Él me echaba la culpa; cuándo preguntaban:
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¿Quién le rompió el corazón a la chica? Pues ya saben quién fue, me adelantaba a contestar yo.
Al entrar al aula, me senté en la primera carpeta para estar atento a la clase; Nicolás me siguió. —Espero que no venga la mini profe de Historia, porque me va a quedar muy corta la clase —le dije. —Hablas tonterías —me respondió Nicolás. —Por eso eres mi hermano, porque me soportas —le dije.
Los compañeros de atrás, Axel y Carlos, le tiraron una bola papel a Nicolás y gritaron: —Oye, granudo, ¿puedes presentarme a tu segunda cabeza?
Todo el salón se llenó de risas.
—No los escuches; son unos idiotas —le dije—. ¡Míralos!, ellos no se han visto al espejo; Axel tiene un grano en el labio y Carlos tiene un grano en el ojo.
En ese momento, lo pude tranquilizar. Pero yo sabía que ese dolor que tenía adentro, no se lo podía sacar. —Lucas, anoche he tenido una bronca con mi vieja — empezó a contarme—. Todo el tiempo me dice que soy un bueno para nada. Ya no soporté la cólera y de un manotazo casi le mato al gato. Mi mamá me correteó con una
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zapatilla en la mano y no se cansó de gritar hasta que logró darme dos buenos por el lomo. —No debes hacerle caso —traté de animarlo—. Las mamás a veces son muy jodidas. —Y en la noche, de nuevo esa pesadilla de mierda — me dijo Nicolás—. Y lo peor de todo, que no le puedo contar nada a la vieja.
Le di una palmadita en la espalda y le dije que, para eso, para contarnos nuestros problemas, estábamos los amigos.
A la mañana siguiente, al entrar al salón no vi a Nicolás. Él siempre llegaba temprano. Pregunté a algunos compañeros si lo habían visto, me contestaron que no.
Dejé mi mochila en mi carpeta y salí del salón. Busqué a Nicolás desde el tercer al primer piso, y de él ni su sombra. Salí del colegio, pensando que podría estar en el parque adonde íbamos después de clases. Y ahí lo encontré. Estaba llorando.
—¡Hey!, ¿por qué lloras? ¡Aquí la vida es felicidad! —le dije. —Ñeeee… Uhhhh…. ¿Por qué? ¿Por qué? —seguía llorando.
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«¡Ay… creo que la cagué!», me dije. Después de unos segundos de larga angustia, volví a insistir. —¡Ehh… borra cassette!
Nicolás por fin me miró; y, luego de un suspiro largo, me preguntó: —¿De Maluma? —Sí, esa canción fue para mi novia cuando… bueno no importa.
Llegamos al colegio cuando las clases ya habían comenzado. En el salón, el profesor nos recibió con un «buenas noches, matemáticos».
No terminamos de sentarnos y el profesor nos dijo que sacáramos una hoja y lapiceros. —Hoy hay examen, muchachos. —¡Quéeeee! —chilló Nicolás—. ¿En serio? —Tranquilo, yo tengo el plagio, yo te ayudo —le dije.
El profesor de miércoles dijo que Nicolás y yo nos separemos. En ese momento no pude decirle nada; Nicolás me miró con una mueca de haber visto a Albert Einstein calato. Y el profesor comenzó a repartir las hojas. Como era típico, el examen estaba en chino, griego, tailandés, menos en español. Yo apenas respondí con el secretito que
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guardaba en mi carpeta. A Nicolás lo vi sudando, nervioso y parecía que no daba con una.
Una hora después del examen, el profesor entregó las pruebas revisadas. El examen de Nicolás tenía un aviso por parte del maestro. Lo que pasa es que Nicolás había escrito tonterías en su prueba.
Pasaron las horas, las clases, y yo veía a mi amigo como un zombi, no quería hablar con nadie. «Mejor no le diré nada», pensé, «lo acompañaré hasta cuando quiera conversar».
Sonó la campana de salida. Recogí mi mochila y le dije que lo acompañaba hasta su casa. Nicolás aceptó con un movimiento de cabeza. De pronto pensé que nunca iba hablar.
La casa de Nicolás no está muy lejos de la mía. Su madre recién se había levantado; tenía los ojos llorosos y marcas de la cama en el rostro.
—Tú, ¿quién eres? —me preguntó. —Buenas tardes, señora, soy Lucas —le respondí. —Ah… este hue… bueno ya, gracias por traerlo —y me cerró la puerta en mi cara.
«No entiendo cómo Nicolás soporta a esta pinche bruja», hablé en voz baja.
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Me quedé pegado a la ventana. Quería saber qué sucedía allá adentro. Escuché a la mujer diciéndole a Nicolás por qué traía esa cara de mierda.
Entonces Nicolás levantó su cuaderno y lo abrió, y ahí estaba el examen doblado. Su madre cogió la hoja. —¿Cuántas veces te he dicho que no hagas garabatos en el examen? —gritó— ¡Qué te pasa, carajo! Ya no eres un bebe. Inútil, solamente piensas en huevadas de amor y todo eso, vete a tu cuarto —y le dio un empujón.
Al día siguiente, me levanté un poco preocupado. Me pregunté cómo estaría Nicolás.
Me fui al colegio. El cielo estaba un poco gris. Otra vez entré al salón y no encontré a mi amigo. No pude salir a buscarlo porque en ese momento llegó el auxiliar. —Nadie puede salir hasta el recreo —dijo.
Tuve que sentarme y esperar. Empezó la clase. Mientras el profe explicaba sobre, Nicolás apareció en la puerta del salón. Lo vi cansado, agotado, pálido. Se sentó a mi lado, apenas me dijo hola. —¿Cómo estás? —le pregunté bajito. —Bien, ¿algún problema? —Solo preguntaba.
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Bajé la mirada, y vi gotas de sangre cayendo por su brazo.
—Oye te está san… sangrado tu brazo —¿Sí?, gracias —me respondió.
Entonces, Nicolás se levantó y le pidió permiso al profesor.
«¿Para qué vivimos?», prosiguió explicando el profesor. «Es la pregunta que se deben hacer todos. Vivir tiene un propósito. Si te pones a pensar quién eres tú, tal vez termines atascado en esa duda; entonces, déjalo fluir, cada momento que hiciste y lo que harás, ese eres y serás tú…».
Como Nicolás no regresaba, pedí permiso para ir a buscarlo.
—¡Miren, Lucas va a buscar a su novia! —Axel siempre jodiendo. —Por eso nadie te quiere, ni el diablo quiere ser tu novia, feo de mier…
Primero lo busqué en el tópico, luego en los servicios higiénicos. Lo encontré en el baño del segundo piso, sentado en una esquina, sangrando. —¡Nicolás! ¡Oye, oye!... ¡No, no puede ser! ¡Oye, Nicolás, Nicolás, despierta! —comencé a lagrimear.
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Cuando comencé a gritar, el auxiliar y algunos profesores llegaron corriendo. Y ya no me acuerdo más. Me desperté en la camilla del tópico. Luego me enteré de que a Nicolás lo habían llevado en una ambulancia.
Así se fue mi amigo del colegio. Así se fue para no regresar nunca más.
Hace poco, he recordado una conversación que tuve con él la otra semana. Al verlo de nuevo desganado, le pregunté por qué estaba así. —Nadie me quiere, todos me odian —me dijo—. Mi mamá no quiere saber nada de mí y a mi padre no lo conozco.
—Yo te quiero, te quiero como eres, al menos eso basta.
—Siempre estarás en mi corazón, con todas tus estupideces —me dijo—. Me despido ahora, tal vez no pueda despedirme en un futuro. —Deja de hablar estupideces —le respondí—. Vamos, hay que regresar al salón, creo que terminó la chata de Historia.
—Qué corta es su clase, ¿no? —su primer chiste en todo el año.
—Oye, deja de copiarte mis chistes —le dije. Y nos reímos como en los buenos tiempos. 66