BASTA YA UNA REVISTA DE CULTURA

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Boletín Literario Basta ya

Mayo – junio de 2023

Un fotón que hace pensar que en el arte (como en otras disciplinas), nada nace de un repollo, que somos una continuidad colectiva de aciertos y errores, que estamos acá por otr@s millones que fueron y tejieron en su pretérito presente nuestro efímero estar... Marcelo Fajiano

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¡Basta ya!

Una revista de cultura

Año 16 / n° 170

Mayo, Junio 2023

Director: Eduardo Alberto Planas.

Colaboradores permanentes:

Jorge Luis Carranza, Alfredo Lemon, Sergio Pravaz, Jorge Torres Roggero, Lily Chavez.

Registro Propiedad Intelectual Nº 598958.

Hecho el depósito que marca la ley 11. 723

Contacto:eduardoplanas2001@hotmail.com www.boletinliterariobastaya.blogspot.com - Tel: 351- 6170141.

Esta revista se editó en Córdoba.

Diseño y diagramación: Eduardo A. Planas

Dibujo de tapa: Andrea Kowch. Detroit. Michigan. USA. 1986

Pintora contemporánea que suscribe al estilo del gótico americano de los años 30/40.

Fotografías: de la serie Allí mis pequeños ojos de Guillermo Franco

Ladrilleros de Hugo Suarez (Cba)

Pugliese y Fito Páez (1989) Suplemento Sí. Wikipedia.

Contenidos

EDITORIAL / MARIO TRECEK / MELY ALMADA / GERARDO PÉREZ TASCHETTA / MAX ACOSTA CALATAYUD / LEANDRO CALLE / JUAN MALDONADO / JORGE LUIS CARRANZA / EDUARDO PLANAS / ROSANNA NELLI / ALEXIS OLIVA / MÚSICA: SOL BASSA / GUILLERMO FRANCO

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Escritores vs Inteligencia Artificial

Nuestra experiencia con la IA

Mucho se está hablando hoy sobre la Inteligencia Artificial (en adelante IA), sus implicancias e influencias en todos los ámbitos, desde los académicos hasta en la vida cotidiana, pasando por todas las artes, entre ellas la literatura, sobre sus beneficios y sus sedicentes peligros.

La Revista Babilonia Literaria, de edición local, en su último número, ha abordado el tema de su influencia en el ámbito periodístico y en el de la literatura. En forma completa se analiza el tema en el artículo Escritores vs Inteligencia Artificial, donde no sólo hay una columna de opinión, a cargo de la periodista Fernanda Pérez, sino que se transcriben entrevistas a distintos escritores, editores y periodistas de Córdoba. Está disponible en el link www.babilonialiteraria.com.ar, que recomendamos leer y que reproducimos como Dossier de esta edición del Basta ya.

Por nuestra parte, nuestra experiencia, incipiente e incompleta, consistió en registrarnos en el Chat GPT4. Para ello fuimos al link Al Open, y luego de registrarnos pasamos al chat mencionado, y le

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hicimos preguntas a la máquina, sobre la situación actual de determinado país, sobre el nuestro y sobre literatura, más concretamente, poesía. La misma contestó en forma inmediata. Hasta le propusimos que escribiera un poema.

Debemos decir que el resultado dejo mucho que desear, al menos por ahora: lugares comunes, temas incompletos e inconexos. Dicen que se han escrito ensayos, relatos y hasta novelas con la IA. A nuestro juicio falta mucho por desarrollar.

Por otro lado, vivimos la experiencia de los retratos virtuales realizados por la IA. El sitio@vanahg, realiza retratos virtuales. Para ello se debe ir al mismo, registrarse, enviar 8 o más fotos, de diferentes planos del rostro, de frente, de perfil, dejar el correo electrónico y a las pocas horas, envían por email los retratos. Estos se pueden estilizar, con distintos tipos de modelos, de nombre por demás extraños pero que van desde estilos comic, dark punk hasta pinturas al óleo, etc.

El sitio permite descargar gratis un número determinado de retratos. Para seguir se debe comprar créditos, es decir pagar. Este es uno de los sitios de los cientos o miles similares que actualmente existen.

Quizás de ahí deviene el Alerta Rojo que hace poco lanzaron los grandes pulpos tecnológicos (Google, Microsoft, etc.), llamando a un stop en la investigación y desarrollo de la IA, por la imposibilidad de controlar todo, y lo más importante, de recibir utilidades por su uso máxime cuando se ha generalizado.

Es que la IA se extendió, se expandió tanto que, al parecer, se les fue de las manos.

El tema es, como siempre, quien controla y quien factura.

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Nuestra experiencia: he aquí algunos resultados:

EAP: ¿Qué es la poesía?

GPT 4: La poesía es una forma de expresión artística que utiliza el lenguaje para crear obras literarias que transmiten emociones, sentimientos y experiencias a través de la utilización de figuras literarias, ritmos y métricas.

A diferencia de la prosa, que sigue una estructura más lineal y lógica, la poesía se caracteriza por su uso del ritmo, la musicalidad, la repetición de palabras y la disposición de los versos en estrofas. La poesía puede explorar una amplia gama de temas, desde lo cotidiano hasta lo abstracto, y puede ser escrita en diferentes formas, como sonetos, haikus, oda, elegías, entre otros.

En resumen, la poesía es una forma de arte que busca evocar la belleza y la emoción a través de la palabra escrita.

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EAP: Escribe un poema sobre el amanecer

GPT4: Aquí te dejo un poema sobre el amanecer:

El cielo aún está oscuro, la noche no ha terminado, pero en el horizonte se dibuja un tenue rosado resplandor.

El sol comienza a asomar, un rayo tímido y dorado, y poco a poco va inundando el paisaje que estaba apagado.

El canto de los pájaros anuncia el inicio del día, y el viento sopla suave en la fresca madrugada fría.

Los colores del cielo cambian, del rosa al naranja y al amarillo, y el mundo se despierta con un nuevo día de brillo.

El amanecer es un regalo, un momento de renovación, una oportunidad de empezar y vivir con pasión.

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Así que déjate cautivar por este espectáculo celestial, y deja que el amanecer te llene de paz y felicidad.

EAP: Escribe un poema social.

GPT4: El viento sopla fuerte en la ciudad, se siente la prisa, el ajetreo, la ansiedad. La gente corre de un lado a otro, buscando ganarse el pan de cada día. Pero hay otros que no tienen esa suerte, que luchan por sobrevivir en la calle, que enfrentan el frío, el hambre, la muerte, que ven su futuro en la más completa oscuridad.

¿Cómo podemos cerrar los ojos ante esto? ¿Cómo podemos seguir viviendo en la comodidad? Es hora de actuar, de tomar la iniciativa, de ayudar a quienes menos tienen.

No se trata de dar limosnas y seguir adelante, se trata de dañarnos con los demás, de trabajar juntos por un mundo más justo, de dar lo mejor de nosotros mismos.

La pobreza no es un destino inevitable, es una consecuencia de las decisiones que tomamos, de la forma en que construimos nuestra sociedad, de nuestra indiferencia ante el sufrimiento ajeno.

Es hora de cambiar el rumbo, de tender una mano amiga, de crear un mundo más humano, más justo, más solidario. Porque todos somos iguales, todos merecemos una vida digna, todos podemos ser parte del cambio, si obtuvimos dar lo mejor de nosotros mismos.

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¿Pedir sensibilidad a una máquina? Inteligencia artificial vs inteligencia emocional. ¿Esta es atributo solo del ser humano?

Me recuerda la película Blade Runner, cuando los androides comienzan a tener emociones. Para pensar. El futuro ya llego, todo un palo ya lo ves

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Yolanda Gozálvez, la poeta “Mascarón de proa”

por

Yolanda (Lidia Rodríguez Romero) nació en La Banda, provincia de Santiago del Estero, pasó por Recreo (Catamarca) hasta que llegó a Río Tercero, a ejercer la docencia. Fue en el marco escolar, ella muy joven, yo muy niño, que fuera mi maestra en la década del 60 del siglo pasado.

En la década de los 70, en su etapa democrática fue designada como la primera Secretaria de Cultura de la ciudad, y en paralelo nace el Grupo de escritores GECIL (Gente Con Inquietudes Literarias) en la Biblioteca Popular Justo José de Urquiza, del cual siendo el más joven, fui co-fundador.

Viene la larga noche trágica de la Dictadura Militar. A comienzos de los 80, avizorando la democracia, se convoca en la Casa de la Cultura de Río Tercero “Jueves de Poemas” La poesía nos reúne a un grupo de autores riotercerenses. Con ello resurge GECIL en su segunda etapa. Yolanda Gozálvez será un motor, una entusiasta trabajadora por y para la primera Antología de autores riotercerenses El Mirador I y II.

Además de excelente poeta, fue una férrea y comprometida trabajadora cultural, lo que hoy se conoce como gestora cultural, y en este fragor del quehacer literario y obviando la diferencia de edad, que

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conforme pasaron los años, desapareció y se agigantó nuestra amistad. Fuimos familia, trabajamos incansablemente. Ella era amable, cariñosa, pero inflexible a la hora de la poesía, la propia y la ajena. Le dolía la mediocridad. Tenía un ojo y un oído, que la hacía una cazadora artera, de todo defecto de construcción. Sufría con todo lo que hiciera ruido de hojalata. Medía cada palabra, con ojo de orfebre, sospesaba sus efectos gráficos, como auditivos. Una coma, era una deliberación de media hora, y si no mediaba la intervención nuestra o de sus hijas o hijo, no soltaba la presa. Era elegante, pero no vanidosa, se “emperifollaba” porque era un modo de ofrendarse al prójimo. No era veleidad, narcisismo, egolatría. Solía decirnos: yo cuando me “arreglo” lo hago como un regalo para el que mira. Lo estético era su premisa, la amabilidad, el buen tino, los modales, no eran una impostación, sino un auténtico modo de ser y estar en el mundo.

En todos sus poemarios, desde “Pan Casero” su primer libro, hubo una explotación y explosión de la materialidad del lenguaje, una relación dialógica, dialéctica, entre lo lírico y la prosa, donde siempre surgieron fantásticos personajes, como sus caballos icónicos “Los rumorosos caballos de la noche, / esos ya se acercan /hollando la espesura. / Redoblan los cascos sobre el suelo / el atavismo azul de los ancestros” y situaciones donde en todo aparecía un ahondamiento y dramatización de lo temático, sobre todo en sus cuentos y una creciente libertad en lo formal, que siempre nos prometió, más pan casero, más horno, más hoguera, y más rescoldo. Fue quien me

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designo en uno de sus poemas como “gladiador de fuego” y sigo en ese infierno.

En el prólogo de su libro “Incendio y arenisca” dije que en sus poemas se “presenta una pasión profana, por lo cual surge una imagen de un cristo del alma y su periplo como versión humana, de una vía crucis de redención y consuelo”

Partió del “patio del olmo” en el Barrio Media Luna de Río Tercero, y se radicó en el hábitat urbano de Córdoba capital, donde amasó amistades y reconocimientos. En cuanto “Caldero” se prendiera fuego era llama y fue pájaro, fue “Bandada” y voló. Se escucha una letanía desde su casa “Aquí estoy...en mi antigua casa que mira hacia el poniente. Seré cráter y hoguera”

Tan azabache, su cabellera. Tan blanca su piel. Tan transparente su espíritu. Me pidió que le leyera en su tumba un poema, que me entregó en sus manos, iré a la floresta, a conversar con los pájaros, con ella.

Mario Trecek

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Homenaje a Yoli Gozálvez en La Bandada

Para quienes la conocían y no, imaginemos que está entrando a nuestros espacios de encuentros, Ella Yoly Gozálvez.

Mujer emblemática…con un caminar suave, despacio, silencioso, una sonrisa tenue, delicada. De estatura mediana, delgada, cabello negro corto, piel nácar, muy nácar, pero con un corazón rubí puesto por su hada protectora. Latiéndole la vida, con gestos amables y respetuosos, esa vida apasionada. Y sabemos más de ella… alguna noche en la semana se vestía muy elegante, ropa fina, zapatos con taco y un andar de coqueta, sin soberbia, con firmeza…y como si fuera la única mujer nocturna, le pintaba los labios a la luna… y los suyos un color rojo vibrante.

Cada miércoles posible salía para hacer su vuelo de palabras en La Bandada. Allí desataba alguna rebeldía sofisticada y transgredía solapadamente con anécdotas y opiniones previas a su lectura…transgredía ese tiempo que ella no palpaba pues eran sus momentos de charlar, comunicar con total agrado esos “momentos, discursivos”, sensibles, “muy suyos”.

Yoly desde que te fuiste en otro vuelo a tu cielo ancho y me enteré yo mirando un colibrí te pido que aparezcas, de vez en cuando…te pido la brisa de un revoloteo que te anuncie...

Yoly mujer exquisita, te damos las gracias por haber estado en nuestras vidas y trascender dejando huellas imborrables, con tu persona, con tu escritura, tus libros...

Te damos las gracias con admiración y sonrisa en nuestro recuerdo.

Mely Almada

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Gerardo Pérez Taschetta

Otra lluvia

El limpiaparabrisas hace su trabajo: quita lo que interfiere, el agua que molesta. No tengo un mecanismo semejante para barrer lo que me inunda, a veces, por dentro, arrastrándome hacia pantanos. La posibilidad, mi única riqueza, es hacer de esa agua sucia marginal, casi podrida, otra lluvia que se libere de mí, transparentándose, hasta que suenen las piedras.

El después

Un amor que te parta las nubes de la cabeza y sea la lluvia y la transparencia de la sed: así el que nos dimos y nos quitamos como se arranca un yuyo de raíces profundas que nunca salen enteras, no hay palas capaces, y las que lo intentan salen cariadas, torcidas, recalentadas. El después –uno de los tantospuede ser una noche como la que respiro hoy al pie de la morera mientras las hormigas del verano abren senderos, pujantes, sin nada que preguntarle a la tierra.

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Muchas hojas se volvieron amarillas y cayeron en el agua roja, pero llegó la primavera otra vez y el silbo de los sapos nos sorprendió en esa esquina cuando íbamos camino al supermercado.

En ese pequeño asombro revivieron los brotes y una porción de tierra no hollada todavía asomó, un músculo de maleza viva en medio de la nada.

*** Un perro marrón echado junto al cordón de la vereda. Parece muerto cuando lo veo con la bolsita de compras en la mano. Me alivia ver que se mueve. La vida es un alivio hecho mirada, un perro marrón que abre los ojos y se estira junto a charcos oscuros.

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A cada paso se verán las flores blancas pequeñísimas. Pero no queremos abordar aún el camino de regreso y nos quedamos en la orilla con los ojos puestos en el xilofón de piedras escuchando lo que se desprende de los árboles. Desde una de las ramas más altas, el canto del zorzal no es una sorpresa: es la constatación de que la belleza no se deja tocar, pero se derrama y nos toca como una forma de la altura transparente y audible.

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Este lugar es de los pájaros. A cierta hora de la tarde los zorzales bajan a las piedras y se llevan un poco de río en sus picos naranjas, un poco de río se llevan a los árboles y desde los árboles lo vierten haciendo chispas en el aire, desde las ramas chispas de las que brotan peces que en el aire hacen otra vez el río, otra voz el río que los zorzales hieren con la piedra de sus picos.

Gerardo Pérez Taschetta Nació en Córdoba en 1968. Es escritor, músico y se dedica a la docencia. Publicó, entre otros, los libros de poemas El juego de las orillas (1999, Narvaja Editor), Hace un mes (2005, La Creciente), Fronda (2007, Ferreyra Editor), La montañita de arena (2012, Textos de Cartón), Para que descanse el olvido (2016, editorial Lago), Costanera San Vicente 2017, Borde Perdido) Música seca, (Babel, Argos, 2021) y La Plaqueta Lugar sin nombre (2018, Narvaja editor). En el 2015 editó de manera independiente, el Cd Mudanzas con el grupo Trasplantación, y en 2020 su primer disco solista: Otra piel, en edición virtual.

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Max Acosta Calatayud

Si no te automatizás un poco las cosas te afectan y el cuero empieza a tirar se mojan los costados que nos sostienen y la caja que juntos creamos nos acaricia de forma extraña las tardes y el corazón.

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La noche que soñamos alcanzar lo perseguido conseguido cambia.

¿Viste cómo al cruzar nuestras piernas los caballos vagan a la orilla del río? la sed se hace más genuina llenándonos de agujeros y no sabemos si llorar o dejarnos sostener y no es nada lo dicho sucede en el fondo sucede quisiéramos cambiar el mundo la angustia los dedos una cara se come las uñas a la tarde y no hay nada el tiempo muere y un montón se muere hasta llegar a los ríos

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los pies muebles ruinas el malestar.

* Deberé cuidar nuestros párpados estas manos que a cuestas llevamos esta mera angustia que nos desvela. Nuestras deshoras se asemejan a aquella ramita que una paloma lleva convencidísima hacia la nada misma.

* Padre si miro desde el balcón para allá se dibujan tus brazos en V y el olvido que como puedo impido asoma como un viento frío de verano que con manos anchas imita tus callos una confianza ciega en las cosas.

* Esa camisa existe solo en una percha.

Si dijera acá he de respirar cada paso dado hinchará estos pies que sin saber bien cómo llevaremos al hospital porque

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aplaudir este aire tibio que nos separa es esperar. Y si nuestra casa cae la poca fe que nos quede será como estos dientes al igual que las cosas dentro de un armario penden como tiempos remotos que apenas recordamos. Entonces la palabra esos asientos vacíos.

Martes ronronea y mi mano lo busca sobre la Bedoya una baldosa revela la suerte es el nombre dado a una ley que desconocemos setenta y cinco palomas me acechan es una instancia entre mi estómago y mis preocupaciones. Un beso mucha suerte buenas noches.

Max Acosta Calatayud Nació en Neuquén y reside en Córdoba desde el 2003, tras migrar para estudiar Astronomía. Escribe poesía, acciona performances e interviene las calles. Participó del colectivo de intervenciones Preña Mutosi; desde el 2016 hasta la fecha da vida a Poetsía (poesía para limpiarse la casa…interna), podscats literarios que proponen difundir la escritura de distintos autores y la escucha de sus voces leyéndose a sí mismas; en junio del año 2017 publicó el poemario “Impermanencia” con Lago Editora. En 2022 publicó con Lago Editora el poemario “más que nada silencio”

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Juan Maldonado, escritor

“Memorial J”, es un libro entrañable del escritor y editor Juan Carlos Maldonado. El subtítulo, dirige la mirada hacia donde pronto, después de la lectura, va a dirigirse el corazón: “Testimonio de un interno del Hogar Escuela Juan Perón (1952-1957)”.

Cerca de quinientos niños albergó aquel hogar escuela, y entre los 5 y los 10 años, “J”, estuvo allí, modelando su infancia, impregnándose del amor y del odio de los seres humanos.

Las primeras páginas del libro se demoran. Ajenas a la escritura veloz y anecdótica de estos tiempos, toman un tono proustiano donde la rémora se deleita en los adjetivos, en los meandros evanescentes de la memoria.

“Hubo silencio, habrá silencios”, dice Maldonado y entonces descubrimos que la infancia y su doloramor (así todo junto) es un camino complejo a transmitir.

Pienso en cuántos libros, millares y millares de libros han pasado por las manos del editor, un editor que lee todo, que corrige, relee, piensa. Y creo no equivocarme que al cabo de tantos años estas memorias literarias de la infancia son el fruto de un silencio hondo, un silencio que se hizo escritura apoyado, empujado y abonado por las palabras que llegaban a su oficio de editor.

Es un libro valiente, porque uno se expone en las memorias y porque lo que allí se cuenta habla de la grandeza y de la miseria del ser humano. Es un libro hondo porque no hay nada más atroz que la soledad o el sufrimiento de un niño y no hay nada más hermoso que la felicidad compartida con amigos. La escritura al principio se demora en

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su propio estilo porque hunde la raíz y avanza no hacia adelante sino hacia adentro.

“Detenidos nos miraríamos; nos habían dejado como al descuido. No entendíamos nada, ni qué era el lugar ni la razón por la cual estábamos allí… El Hogar Escuela Juan Perón que J llamó, para siempre, Hogar Escuela Fundación Eva Perón quedó en él como el soporte inicial que marcó definitivamente su vida”. Este solo párrafo revela la marca de fuego que, habiendo madurado, se vuelve palabra, libro y también testimonio de una época.

Cinco años pasó allí “J”, pero esos años no fueron siempre iguales. A la inversa del florentino que comenzó por el infierno y llegó al cielo, “J” comenzó por el Paraíso, Paraíso perdido que era fruto de aquella máxima peronista que decía: “Los únicos privilegiados son los niños”. Como lo expresa el mismo autor: “nos permitió sentir que la vida era una fiesta. Algo infrecuente para los humildes. El cariño nos lo brindaron desde el comienzo de cada jornada organizada de manera impecable…” Pero esa felicidad se vio truncada por el golpe de Estado de 1955 y es así que “J”, nuestro protagonista testigo, al revés del Dante, pasa –sin purgatorio previo- del paraíso al infierno.

La Revolución “fusiladora”, no extendió solamente su odio y sus tentáculos en el mundo de los grandes, sino que también se hizo sentir en los territorios de la infancia, más aún, en las infancias humildes y desposeídas. “Los niños de entonces, los que estuvimos, como internos bien tratados en el Hogar Escuela Juan Perón, ingresamos, por invisible mano, a uno de los recodos del Infierno donde las llamas de la crueldad ardieron sobre los indefensos cuerpos”.

El hombre votado democráticamente por el pueblo, pasó a ser el tirano y Eva Duarte, a quien llamaban cariñosamente Evita, pasó a ser la Perona, la puta, la yegua, o “Esa mujer” como la inmortalizó Rodolfo Walsh en un cuento magistral.

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El contraste que hay entre una y otra etapa es determinante y el quicio que une infierno y paraíso está cristalizado con la irrupción de botas, represión y disparos. Más allá de las anécdotas que surgen en las dos etapas, a partir del testimonio de “J”, el lector asiste a un tiempo narrativo que es el de la infancia. La recuperación de esa mirada desde la madurez que dan los años.

No son “anécdotas”, es experiencia pura madurada a lo largo del silencio, silencio que tal vez, me atrevo a interpretar, se rompe con el trato cotidiano del escritor con la palabra literario/poética de otros/as.

La posibilidad de un decir que es necesario decir y dejar por escrito. En definitiva, la tarea, el desafío de no olvidar.

El purgatorio que no existió en el pequeño “J”, acontece tal vez ahora en la escritura, en el libro.

La escritura como una forma de purificación de la memoria y de la historia. La escritura como un ámbito que se abre a la esperanza pero que es también un ámbito de “pena”, en sentido teológico de purificación, de transición entre un mundo y otro.

Releo algunas partes del libro de Juan y se me vienen a la cabeza dos letras de canciones: una de Charly García: “Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad”; la otra letra es de aquel destacado mendocino que fue Tejada Gómez, su palabra casi como una obligación ética: “Es honra de los hombres proteger lo que crece/ cuidar que no haya infancia dispersa por las calles… porque de nada vale, si hay un niño en la calle”.

Leandro Calle

Publicado en el diario Hoy Día Córdoba, el 23 de marzo de 2023

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La payana

Otro grupo muy unido, del dormitorio 5, fue el que formábamos en los campeonatos del juego llamado “la payana”. Una preceptora de la mañana, cuando no teníamos clases, nos enseñó, con gran eficacia, la técnica del juego. Al principio participábamos cinco o seis niños, luego se sumaron de otros dormitorios y también, por primera vez, interactuamos con las niñas. Internas, como nosotros, con las cuales no teníamos trato habitual.

Este juego, dicen nos ha llegado de los aborígenes del Perú. A nosotros nos lo enseño una de las personas más bellas y generosas que nos condujo en los mejores tiempos. Ella era, para nuestro gusto, una de las mujeres más bonitas que paso por el Hogar Escuela, Teresita Ré, de ella hablo. Ahora puedo decir su nombre y apellido y no sé si aún estará por este mundo. Con seguridad muchos de nosotros garbamos la enorme belleza de cada uno de los movimientos de sus diestras manos, tanto como se nos grabó, indeleble, su cariño, delicadeza y femineidad. Ellos eran rasgos sobresalientes en su persona, el modo de sentarse en el piso de la galería donde realizábamos los juegos; estaba dotada de una elegancia que costaba dejar de mirar. Se trataba de un conjunto de movimientos, tan delicados y perfectos, que causaban nuestra admiración sin más. El inicio del juego acentuaba el asombro. Arrojaba las cinco piedras con

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una suavidad inimitable y ante cada uno de los desplazamientos de sus manos, nosotros, iniciábamos el viaje, de asombro en asombro, tras el paisaje que dibujaba sus giros. Verdadera prestidigitación ver sobrevolando por el aire las pequeñas piedras lanzadas con extrema suavidad, como si volasen pájaros de sus manos, se desprendían y danzaban en busca de su destino. Teresita era el destello de luz.

Armaba la fiesta, natural y permanente, con su sonrisa.

Observábamos detenidamente sus manos, bellas, delicadas. Manos que parecían haber sido creadas nada más para ese juego. Cada movimiento ejecutado tenía sobre sí los ojos de los niños, la tibieza del pequeño conjunto formado a su alrededor que seguía y seguía, de manera incansable, cada uno de ellos; no debíamos perder detalle alguno. Nos impusimos la consigna de aprender parte de su destreza. Nada fácil resultaba imitar esos movimientos, verdaderas ofrendas asentadas en un saber imperceptible; pequeñas piedras volando hacia los cielos y retornando al mismo sitio, obedeciendo el invisible mandato de un impulso, mágico a nuestros ojos. Las piedras volvían y volvían, a ritmo regular, en busca de la próxima operación, el próximo paso y de allí, otra vez, una simple mirada, el nuevo despliegue hacia el aire que recibía y acariciaba las formas de cada una de ellas para colocarlas en el lugar, exacto, en que debían ser tomadas. La maravilla del vuelo flotaba, caía y se introducía en la memoria visual de los pequeños. Mirábamos y mirábamos y de mirarla a ella y su destreza aprendimos el juego, lo incorporamos. Adquirimos parte de su destreza y no podíamos creer.

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Jugábamos y jugábamos a la payana, largos campeonatos disputados en las galerías que estaban afuera de los dormitorios, orientadas hacia el oeste. Hubo días en que jugábamos campeonatos de más de cuatro horas, no nos cansábamos y logramos el desarrollo de tal complejidad que, más tarde, incluimos como parte del juego, reglas inflexibles. Indicábamos al rival, por ejemplo, que piedra debía levantar primero y cuál al final. Decíamos “primera y última”, señalando las piedras con el índice. A medida que nos poníamos más filosos, agregábamos nuevas reglas. Por ejemplo, si un competidor lanzaba al piso las cinco piedras para comenzar la prueba número uno, el rival tenía el derecho a indicar la piedra que debía ser tomada en primer término al iniciar el juego ¿Cuál era la gracia? Muy simple: cuando caían dos piedras y se tocaban una con otra, el rival indicaba con notable sentido táctico, la piedra que debía tomarse y en ese acto no debía moverse, ni un milímetro la piedra que estaba al lado; debía quitarse una de las que se apoyaba en la otra. Si se movía, apenas, quien ejecutaba el juego perdía. Pasaba a la próxima ronda y a comenzar nuevamente desde el principio.

O sea, como se ve, el juego no era nada fácil. Exigía destreza y un cuidado extremo.

Por supuesto J sabe que hoy nadie puede pensar en ese juego perdido en los laberintos de la historia. Y este, particularmente, la payana, parece que lo habían practicado, mucho antes que nosotros, los aborígenes americanos, como se dijo. Para nosotros, aquellos niños que fuimos, alguien único lo hizo: Teresita Ré.

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Pasaron años y ya en tiempos de estudio y facultad, con Silvia mi novia y compañera de vida, caminaba tardes enteras tomados de la mano por la misma Avenida, donde de niños paseábamos con Teresita.

Entonces, una tarde, le comenté la historia de la payana, de aquella maravilla que recorrieron mis ojos. Puedo ver, aún, las pequeñas piedras como si fuesen estrellas fugaces que alcanzaron a contener los deseos de los niños que fuimos, soplos de esperanza que el hombre necesita y lo tuvimos en nuestras manos de experimentados jugadores de payana, los que alcanzamos a saber cuánta destreza puede haber en un niño, en sus indescriptibles movimientos para abrazar el cielo con sus sueños.

Juan Maldonado

Memorial J. Testimonio de un interno del “Hogar Escuela Juan Perón” (1952-1957), Ediciones la huertilla, 2022

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Como si entendiera

Cierta vez llegó a la aldea de pescadores, un hombre en casa rodante con un bote enganchado atrás. El bote llevaba redes de pescador. Se ubicó en el bosque detrás de unas dunas, cercano al mar. Era un artesano que todas las mañanas, vendía sus artesanías en madera en una mesita en la vereda de la calle central de la aldea. Lo que comenzó a llamar la atención de los pobladores, avezados pescadores, era el rito que el hombre cumplía todas las tardes. Salía con su bote. Entraba al mar hasta una distancia en donde ya las voces de la costa no se oyen y permanecía mar adentro hasta la noche. No tiraba las redes al agua. Permanecía mirando en silencio. No tardaron en generarse rumores, a ensayarse distintas teorías acerca del porqué de ese proceder. Todas terminaban en conclusiones muy cercanas a la posible locura del hombre, que era de pocas palabras, pero respondía siempre con una sonrisa cuando lo saludaban y del que, sencillas y bellas artesanías, salían de sus manos.

Todas las tardes mar adentro, ni muy lejos, ni muy cerca de la aldea, dejaba de remar y se sentaba a mirar el cielo. Veía como se iba metiendo el sol lentamente en el horizonte; como las nubes cambiaban su forma con el viento y su color a medida que el sol se acostaba y aparecían todas las variantes del rosado y del naranja también. Se encendían las primeras estrellas hasta ser un mar allá arriba, duplicado. A su vez se iban prendiendo las lucecitas de la aldea; la luna de a poco se elevaba formando caminos de luz en el agua. Se recortaban y avanzaban las tormentas. Una vez cada tanto podía ver cómo a lo lejos una columna de lluvia caía en el mar o cuando el sol perforaba las nubes formando una cascada de luz que llegaba hasta el agua. Bandadas de aves migratorias pasar, miraba en silencio. Los

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colores del mar que cambiaban con el paso de las horas. Algunos pescados que saltaban junto al bote. Veía en la línea del horizonte, grandes embarcaciones y como se acercaban de a poco los botes pescadores volviendo a la aldea. Los saludaba levantando la mano cuando pasaban cerca. Aviones solían cruzar el cielo en lo alto dejando una estela que de a poco se iba borrado hasta esfumarse. Miraba el faro de la aldea; su luz giratoria; su sístole, su diástole. Lo acariciaba el viento fresco en el rostro. Fumaba y mateaba también.

Ya entrada la noche, con un farolito encendido emprendía el regreso.

Una mañana aprovechando que el hombre estaba vendiendo artesanías en el pueblo, un grupo de pescadores se llegó hasta su bote, Allí estaba, vacía, la red. La tomaron entre todos. Intentaron levantarla y ponerla en la arena, tal era su curiosidad. Intentaron varias veces entre todos y no pudieron, tal era su peso. Una y otra vez y fue imposible.

Un peso infinito lo impedía.

Emprendieron en silencio el regreso a la aldea.

Uno de ellos, sonrió tímidamente.

Su rostro se iluminó.

Como si entendiera.

Al otro día el artesano no fue a la calle central de la aldea.

Al siguiente tampoco.

Un grupo de pescadores fue al bosque frente al mar.

La casilla rodante y el bote no estaban.

Nadie lo vio irse, ni siquiera los de la casita de la orilla de la ruta a los que nunca, jamás, se les pasa nada.

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La panadería

Lo más cerca que hay, es la panadería, dice el cantante uruguayo Jaime Ross. Tiene razón. En mi caso está a una cuadra y media, sobre la avenida. Allí, hay colgado un afiche que narra el origen de las medialunas. Al parecer en el año 1683 el ejército otomano quiso tomar la ciudad de Viena, en Austria. Para ello empezaron a cavar un túnel que iba a llegar al centro de la ciudad. En eso estaban, en horas de la madrugada, y como los únicos que permanecían despiertos en la ciudad eran los panaderos, trabajando en los hornos, se percataron de la invasión subterránea de los turcos y avisaron al ejército, quien acudió presuroso y derrotó a los otomanos salvando así la ciudad. Los panaderos de la ciudad, para conmemorar la victoria inventaron las medialunas, que era la bandera o símbolo otomano. Además hicieron un pan que llamaron Leopoldo, en homenaje al Emperador.

Alguien, muchos años después, en Argentina, le puso queso y jamón al medio e inventó las mafaldas. Por su parte, las croissants son medialunas gigantes y llegaron a Francia merced a María Antonieta, que según se dijo no comía pan, sino tortas y/o croissants.

Eso me hizo acordar lo que me contaba mi abuelo, cuyo padre tenía una panadería en barrio Güemes, sobre el origen del nombre de varios facturas o panes. La mayoría de los que trabajaban en la panadería eran inmigrantes italianos y/ o españoles anarquistas convencidos. Por eso le ponían nombres raros a las creaciones como los cañoncitos, vigilantes, bolas de fraile, bombas, suspiros de monja, boca de dama. Eran nombres irónicos, contrarios al Estado o instituciones como la policía, la Iglesia, etc. Los criollitos eran lo contrario al extranjero pan francés Eso fue a finales del año 1800. A los criollitos en Buenos Aires le dicen libritos en otros lugares, bizcochos. Eso contaba mi abuelo y mi abuela asentía. No sé si será cierto, pero a mí me divertía mucho.

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Reunión

En julio de 1999, en Cruz Chica, Los Cocos, Sierras de Córdoba, en los jardines de la casa-museo “El Paraíso”, que fuera propiedad y residencia de los últimos años de Manuel Mujica Lainez, ha muerto “Balzac”, el adorado gato del escritor, a quien le escribiera varios poemas, y que lo sobrevivió quince años. Alejado de la casa por propia voluntad desde la muerte de Manuel, y permanentemente alimentado por Lucía, la fiel vecina que casi no lo veía, con “Balzac” se ha ido el último habitante de la casa, y quien fuera testigo de una época dorada...”

Noticia aparecida en “La Voz del Interior”, diario de Córdoba, en julio de 1999.

¿Quién sabe qué es ser un gato?

¿Un viejo gato gris y huérfano de total orfandad?

Cuando la brasa del corazón por el que se latía, se ha ido helando en la neblina del invierno, el giro de los soles, las noches y los días arreciando ... ¿quién sabe?

Nadie sabe.

Nadie sabe, dice, nada.

Y es por eso que yo sólo a mí me digo, que soy un lento gato gris plumoso, ya cansado; y digo que es éste un tiempo en que veo al mundo lejos, con mis ojos de ciruela-claudia, y escucho los rumores de la vida con mis orejas punta-lince, que ya ninguna mano aplaca.

Muy solo, ya, viejo y cansado.

Oigo el crujido de mis pasos en la hojarasca y pienso en él, pienso que es él, tan claro y frágil como yo lo soy ahora, que se acerca para

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elevarme entre sus brazos y pasearme entre las frías estatuas pensativas, entre las frondas que el sol arma y desarma.

Y así me engaño y me mareo, mientras avanzo entre el sonido de los árboles. Desde hace un tiempo, he vuelto a hacerme trampas.

A la casa, hace quince florecimientos que no vuelvo.

No he vuelto más.

¿Para qué? Sin él ¿qué sentido tiene?

La casa era él; era mi casa.

Y así, a propio riesgo, no he vuelto a trasponer los cristales estrellados de un árbol de oro, no he vuelto a ver ese árbol que Manuel mandó a forjar para custodio de la entrada; era completo nuestro Paraíso y yo, excluido de él por pura voluntad, no he vuelto a trasponer la puerta de aquel árbol, ni he visto más a la serpiente dorada que lo enlaza.

Debe estar fría la serpiente, ninguna mano que la empuñe para pasar al centro de la casa.

Fría y estática, sin ni el abrigo de la herrumbre de los años.

Y yo la miro y pienso que ella es eterna, aunque no lata ni recuerde, resplandeciente en su metal, y hermosa y fina, aunque sin nombre ... , y yo, que ya me pierdo, y voy y vengo y sueño, sin embargo soy Balzac.

Yo soy Balzac porque Manuel me dijo así.

Y es por eso que en las mañanas amables del octubre, entre los bosques de aromos y de pinos, miro la sinfonía de los pájaros sin nombre y digo al viento “Yo soy Balzac”.

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Ahora hace ya mucho que casi nadie me reclama, y esa es la huella primera de mi breve sendero hacia la nada.

Es cierto, sí, que aún camino entre arboledas y jardines, que miro los dragones y los graves ángeles de piedra, listados de verdín, que escalo tapias, que duermo a veces enroscado en las cenizas del fogón del desbandado primer piso, como un oscuro gato medieval.

También es cierto que siento el sol sobre la piel y el viento amigo que en septiembre se enhebra en enramadas, que a veces corro a los ratones de agua hasta el borde mismo del arroyo, que abrevo en ásperas vertientes entre las piedras y oigo los pájaros altísimos, que me paseo al trote leve por el jardín de las estatuas.

Pero estoy lejos.

Y ahora sé que los ratones y los pájaros no me temen, “ahí pasea el viejo gato gris” se dicen asombrados, porque el surgente de mi ansia de sangre ha concluido, y ya no sé saltar para ir después corriendo ante él, para ofrecérselo a los pies, el cuello roto, oscuro y palpitante como una joya detenida, el pájaro que Manuel levanta en una palma, gira y mira con esos ojos negros y sin fondo, y hace enterrar después sin un reproche, acariciándome con un cariño lleno de admiración y lástima: toda esa felicidad.

Aún lo evoco pero sé que mi alegría lo ha olvidado.

¿Existió aquello que recuerdo?

¿No existió nunca y lo he soñado?

¿Qué es más verdad, mi realidad cansada del ahora o aquélla bienaventuranza?

¿Existió Ana y la leche tibia con oporto?

¿Me eché ante el fuego hipnotizante en los inviernos, oí la suave pluma de Manuel pintando sus papeles, o el crujir leve de los libros en sus manos?

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¿Alguna vez dormí sobre pañuelos de seda y de lavanda?

Las charlas, los bombones y las flores, los veranos, las risas desatadas ¿existieron?

Estoy cansado.

Lucía, la vecina, deja mi plato azul de porcelana en el jardín, me acerco sólo cuando ella ya se ha ido.

Mastico y trago.

Bebo agua siempre pura en mi escudilla de metal, bebo agua clara en las vertientes, merodeo el bosque, me duermo al sol .

Estoy soñando.

Manuel, dormido bajo un árbol, despierta, se apoya en su bastón y se levanta.

Viene hacia mí.

“Balzac” me llama, “Balzac, plumoso, Bafomet criollo, venga hacia acá”.

“Balzac, gato muy maula, véngase acá” me dice.

“¡Venga hacia acá, no sea cerril, Balzac, le digo: ya se acabaron por fin los años muertos!; venga échese al borde justo de las pantuflas, tome un traguito de leche perfumada, escúcheme escribir, descanse”.

Y yo, que ya no soy un viejo gato gris vencido, perdido en mi camino de total orfandad, me acerco despacio a los brazos extendidos de Manuel y sé que es cierto todo aquello en lo que él no creía, y que hay un lugar también allí para los viejos gatos fascinados.

El Paraíso.

Y en ese lugar tiene que haber forzosamente un árbol de oro con hojas como estrellas y una serpiente helada que lo enlaza; tiene que

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estar la sala constelada de escarabajos azul-egipto, el fuego en los inviernos, el parque de senderos que se borran hacia el bosque, los ángeles y las gárgolas al frío sol de la sierra de mañana. Y, por, sobre todo, tienen que estar éstas, las manos de Manuel, que me acaricien sobre la pena de estos años.

Rosanna Nelli

Rosanna Nelli. Escritora. Docente en la Universidad Nacional de Córdoba y Universidad Nacional de Villa María. Premiada en Argentina y España, publicó en diarios y revistas literarias de Argentina y Catalunya. Publicó: “Mémini” (2006, Ediciones del Copista), “Una mujer habla y dice” (2012, Alción Editora), “Basso continuo”, Edit. Alción, 2022. En 1992 ganó el 1er. Premio de cuento “Mujer y Memoria en memoria de la premiada escritora adolescente Gloria Kehoe Wilson”, desaparecida el 13 de junio de 1977, organizado por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. El presente cuento ganó el 2do. Premio del concurso Cuentos Fantásticos del Diario Hoy Día Córdoba.

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Marta (corte)

Les lleva libros a los niños

Marta sabe cómo cultivar

Marta camina en el barrio

Ayer soñé que no la veía mas

Marta fuma unos puchos raros

Si le pedís te va convidar

Tiene una risa contagiosa

Su cansancio la hace más hermosa.

Dicen que en el barrio está la revolución

Cuando le vi un tatuaje de Zitarroza me conquistó.

Milonga de madre

No me pienso olvidar de vos

Díganle que yo le hice esta canción.

Marta pone el pecho en este tiempo malo

Ella sí que no se olvida de los olvidados

Mientras escucha a los Rollings Stones

Cuando le vi un tatuaje de Eva Duarte me conquistó

Milonga de madre

No me pienso olvidar de vos

Díganle que yo le hice esta canción.

Marta sabe cómo y a donde ir

Su carro camina en contramano

Sus piernas piden un descanso

Sus pies ni olvido ni perdón.

Dicen que en el barrio está la revolución

Cuando le vi un tatuaje de Eva Duarte me conquistó.

Milonga de madre

No me pienso olvidar de vos

Díganle que yo le hice esta canción.

Díganle que yo le hice esta canción.

Marta (corte) / Sol Bassa / Del CD Océano rojo

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Sol Bassa: la escuchás una vez y no podés olvidarla

La escuché de casualidad cuando iba en el auto en la única radio que sintonizo: 102.3, radio Universidad. Bueno, aparte de la 92.7, radio Fm Libre, por razones obvias y no me la pude sacar de la cabeza. Pero no dijeron el título de la canción ni quien la interpretaba. ¿Quién era ese grupo o chica que cantaba esa canción tan rítmica y hermosa y con esa letra tan jugada? Obsesivo, estuve buscándola mediante el buscador de voces del gigante Google, sin resultado alguno; wasapeé la radio, pero me dieron una data errónea. Recién a las horas, ya en la madrugada, se me ocurrió que podría tratarse de una chica que había leído que hacía poco había venido a Córdoba, que tocaba rock y blues. Y ahí estaba, en Spotify, Sol Bassa, con su canción Marta (corte) y su último disco “Océano rojo”, rojo como su cabello. Impactaba. Todo impactaba: el arte de tapa, la chica y la canción.

La info de Facebook dice: “Canta sus propias letras y construye canciones de rock & blues con pincelada de folk y psicodelia”. Tiene 2.7 mil seguidores.

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"Una pantalla me dice que venda mi alma. Un funcionario me dice que compre mi alma. Un banco me dice que venda mi alma. Un policía me dice que compre mi alma".

Así arranca el disco de Sol Bassa que estuvo nominado a los Premios Gardel. Como un mantra, pero no. Como un lamento, quizás. Como esa última luz de la ciudad que se apaga antes de ir a dormir después de una jornada larga de trabajo. La terna es "Mejor Álbum Artista Alternativo" y la artista la comparte con dos tanques: Wos y Vicentico.

Artista independiente y autogestiva, que hace la música que le sale desde las entrañas.

Sol tiene una identidad propia que construyó con cimientos fuertes del rock and blues. Podemos decir que incluye cosas del folk y psicodelia, algo que es muy propio del rock nacional (algo que ella ama). Le gusta mucho Carca y tocó con Ciro Fogliatta, Pajarito Zaguri y Bo

"Océano rojo", es su más reciente que, posiblemente, sea uno de los seleccionados para la próxima edición de los premios a la música. Después de todo, sus producciones siempre son algo hipnótico que no pasa desapercibido.

Josefina Schmipp ha dicho: “Porque Océano rojo es un disco que va y viene como las mareas en cada vuelta trae algún nuevo acontecimiento y sorpresa fiel a su origen. Una piedra, un rubí tallado, un mundo en un plato”. El disco físico es bellísimo.

Para tener en cuenta. Sol Bassa se las trae.

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Con la única certeza de haber dejado huellas

La foto muestra una tranquera frente a un bosque serrano, con una sombra larga proyectada por la primera o la última luz del día. Es la última imagen posteada en su cuenta de Facebook, el 7 de febrero. El mismo día en que su familia perdió contacto con él, dos días antes de que se confirmara su muerte en la cascada La Estancita, cerca de Salsipuedes. Quizás, cerca de esa tranquera.

“Acá nomás…”, sólo decía el epígrafe de la foto. Y acá nomás entre nosotros estaba Hugo Suárez, hasta que la noticia de su desaparición nos alteró la rutina y la de su muerte nos golpeó con una brutalidad inusitada y nos dejó ese sentimiento de impotencia e injusticia. Porque tan acá nomás encontró su final un ser humano lleno de vitalidad y

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proyectos, de inteligencia y pasión, de conciencia y compromiso con luchas, derechos y sueños colectivos.

Tantos como expresiones de dolor, gratitud y homenaje se manifestaron por estos días, cara a cara y en redes sociales, de amigos y amigas, compañeros y compañeras de trabajo, referentes, instituciones y colectivos sociales, políticos y culturales. Una masiva y conmovedora despedida a un artista, docente y comunicador enraizado en las militancias a contramano de la Córdoba hegemónica.

La mirada colectiva

Hugo Suárez tenía 45 años y era un tipo polifacético. Fotógrafo, cronista, artista plástico y profesor de Ciencias de la Educación; trabajaba en El Espejo Libros, tocaba el bajo, cantaba en la banda de rock Luz Azul y metía goles en el Deportivo Dalla Costa, varias veces campeón del torneo Golden de fútbol amateur.

En los últimos años, esas vocaciones tuvieron como avenida principal la fotografía. En 2021 publicó Ladrilleros, donde retrata y narra la vida de los cortaderos de la zona sur de la ciudad. Fotorreportero de cuanta actividad colectiva tuviera como escenario las calles, retrató protestas y carnavales, conflictos sociales y festejos populares, desde la Marcha de la Gorra hasta la fiesta de la Virgen de Urkupiña en su querido Villa el Libertador.

Oportuna, sensible y profunda, su lente reflejaba el afuera y el adentro, las calles y la tierra, lo social y lo natural, miradas y sentires, búsquedas y encuentros... Y siempre el ser uno en los otros, la humanidad en lo colectivo.

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Retratos y certezas

Para su proyecto más ambicioso, Hugo comenzó a convocar a mediados de 2019 a referentes del arte, la literatura, la comunicación, la cultura y la militancia por los derechos humanos y sociales. Poetas, escritores, periodistas, filósofos, activistas, dramaturgos, músicos y actores plantaron sus rostros ante su cámara y sus luces, su mirada y su empatía, y acompañaron esa imagen con un breve texto que enunciaba una certeza. La primera difusión fue a través del Facebook y generó una gran repercusión.

-¿Por qué se llama Certezas? –le preguntó Barbi Couto en una entrevista para La Nueva Mañana publicada en noviembre de 2019.

-Se llamó Certezas para punzar aún más la iniciativa, sabiendo básicamente que no tenemos muchas certezas en este mundo, pero que también es bueno enarbolar alguna y jugarse por alguna palabra y dejar por escrito algo. La idea es que, en este año, esencialmente político, esas certezas estuvieran alineadas con alguna posibilidad de molestar en la conciencia de las personas y sobre todo de aguijonear en las decisiones políticas de cara a la votación.

En 2017, para un libro sobre el género entrevista, el comunicador social Luis Alberto Escudero había entrevistado a Hugo sobre su trabajo como fotorreportero. “Donde yo trabajo las imágenes sirven como fotogalería intercaladas en el texto, y si la imagen es muy fuerte puede interpelar”, decía Hugo y ejemplificaba con el retrato de Santiago Maldonado como elemento indispensable del reclamo por su aparición con vida y luego por justicia: “En el caso Maldonado su cara estuvo presente tres meses en los medios y sirvió como presión (…) O

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sea, ¿cuánto dura una imagen en escena?”. En esa entrevista, definía a la fotografía como “un arte que si no se lo toma en serio corre el riesgo de convertirse en un arte menor”. Y a Couto le dijo: “Entiendo la fotografía como una pausa, como un recreo, como un detenimiento”. Y así era. Se tomaba su arte en serio y con tranquilidad. Poco tiempo después, emprendería ese enorme proyecto que con puro empuje, talento y paciencia logró sostener en tiempos de pandemia y hacia mediados del año pasado alcanzaba su culminación con el retrato y la certeza número cien.

Un arte para todos Entonces comenzó un arduo trabajo de edición. Él quería hacer algo bello “pero no elitista”. Había rechazado algunos diseños que le parecían pretenciosos. Buscaba la simpleza, la autenticidad, la humanidad. La última vez que nos vimos me mostró la portada. Había logrado seleccionar la imagen que interpretaba su trabajo. Su publicación ya estaba cerca.

Fue una tarde de fines de enero en El Espejo, todavía con el agite post Mundial, así que obviamente hablamos de fútbol. Era maradoniano Hugo, hasta la médula, incluso después de esta histórica final del 18 de diciembre sostenía que Maradona era más grande que Messi. Yo mismo llevaba una remera del Diego ese día, así que le discutí con

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Ladrilleros, foto libro de Hugo Suarez, 2021

poca convicción y me derrotó en el último penal inapelable de su argumento: “Diego tenía una estética única. Hacía arte”.

Y claro, a Hugo le preocupaba la estética, creaba arte, pero insisto: ese no era su único norte. También construía solidaridad, empatía, conciencia, comunidad… Esa tarde le encargué un ejemplar, le pedí que me avisara si había una preventa o seña o lo que pintara. Así quedamos. Y días después, como piña en la boca del estómago, la noticia de su muerte. Y el derrumbe de las certezas.

El legado imprescindible

Esa obra inédita es parte de su legado, pero sobre todo es un símbolo, porque así se truncó su vida, justo en el momento en que brillaba, justo en el tiempo de empezar la cosecha. Por eso la sensación de impotencia e injusticia, porque al fin y al cabo “no conocemos nada mejor que estar vivos”, como escribió Martín Cristal en la Certeza 02.

Por eso es justo que empujemos para que Certezas pueda editarse. Justo como reconocimiento para su obra. Justo como herencia para su familia. Justo como bitácora para los que estamos cada día más huérfanos de certezas. Justo para este año también “esencialmente político” que tanto necesita de su aguijón.

Entre los invitados por Hugo para ese trabajo, también hubo otros a quienes perdimos demasiado temprano, como la narradora y poetisa

Mariela Laudecina, el filósofo Juan Pablo Abratte y el poeta Javier Almeida. Cuando se fue Laudecina, Hugo escribió: "Está muriendo mucha gente, mucha más de la que podemos soportar. Estamos en esa edad que comienza a pasar, muchas veces todo el tiempo. En

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todos los perfiles hay gente despidiéndose de amigxs. Que la fatalidad no opaque la inmortalidad de una sonrisa”.

Que así sea, también por él.

Alexis Oliva

Alexis Oliva pertenece a la Generación X, aquella que transitó su veintena en los inhóspitos años 90. A mediados de esa década, se recibió de la Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba, para luego sumergirse en un periodismo signado por la investigación y la narrativa, el conflicto social y los derechos humanos. Entre 2003 y 2010, colaboró con la investigación para los libros de Horacio Verbitsky sobre la historia política de la Iglesia Católica argentina. En 2010, cubrió para Agence France-Presse (AFP) el juicio “Videla” por las presas y presos políticos de la cárcel de Córdoba fusilados en 1976. En 2015, investigó y guionó para la serie docuficcional "Gallos Rojos" (El Calefón – INCAA). Fue profesor de Periodismo y Literatura e Investigación Periodística en la Universidad Nacional de Catamarca. Actualmente, integra la cátedra Redacción Periodística II y es secretario de Producción y Transmedia en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC. Escribe en la revista El Sur, El Cohete a la Luna, el colectivo diciembre y la Agencia Presentes. En 2015, publicó con Ediciones Recovecos el libro "Todo lo que el poder odia – Una biografía de Viviana Avendaño" y en 2022 "La violencia nació conmigo – Crónicas de vidas en conflicto".

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Allí mis pequeños ojos de Guillermo Franco

El sábado 11 de febrero de 2023, como parte del Festival de Fotografía Impresa que organiza el Centro de Estudios Fotográficos (CEF), se presentó el libro Allí mis pequeños ojos, que reúne las fotografías de Guillermo Franco, fotógrafo cordobés, que integran la muestra del mismo nombre.

La presentación fue en El Paraíso (Casa Museo de Manuel Mujica Láinez) en la Localidad de La Cumbre, Córdoba. La selección e imágenes fue obra de Rodrigo Fierro y el libro presenta poemas de Gastón Sironi, textos de Rodrigo Fierro, María Paulinelli y Juan Travnik.

Algunas de las fotografías ilustran la presente edición del Basta ya, gracias a la generosidad de su autor y del editor Gastón Sironi, Viento de fondo editora.

“Allí donde el sueño tropezaba con la realidad, allí mis pequeños ojos” Federico García Lorca, Poeta en Nueva York.

“La mayoría de mis fotografías son de gente con una mirada muy simple, como a través de los ojos del hombre de la calle” Robert Frank

“Un fotógrafo de a pie cruza tres barrios. Sale de Alta Córdoba, pisa Cofico, entra en los bajos de la Segunda, y parte el Centro de cabo a rabo, de norte a sur. Hace años se lo toma muy en serio y con mucho humor. En cada incursión atraviesa el río que divide la ciudad.

De casa al trabajo, y del trabajo a casa.

Guillermo es un hombre de película. Para mi sorpresa, se obstina con el analógico blanco y negro. En el fondo, porque eso le da tiempos. Revela los negativos en casa de su madre, como excusa para el encuentro. Desde ese fondo de amor nace la imagen latente.

Guillermo no usa Facebook. Un día, hace no tanto, compartí un secreto en esa red de ausencias: trabajábamos en este libro.

Pero hay otro secreto: hace años Guille ya obturaba fotografías callejeras, de manera insistente y tenaz, como hoy. No había alumbrado

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nada todavía, pues siempre guarda unos 700 días de espera entre lo que ve y lo que revela, y otros tantos para mostrar alguna imagen. En medio de ese trajín de fotos que decía haber captado, su padre, sin haber apreciado nada aún, preguntó: “¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué estás haciendo?”

El hombre de película y de palabra pidió tiempos. Y preparó una muestra. Y un libro. La muestra ya pasó, éste es el libro.

Una instantánea siempre guarda secretos para quien no está, aun paraquien mira atento.

Es que hay fotografías que ciegan desde el fondo de un amor latente. Y sólo resta escuchar, con tiempo. Pues un libro, es muchos libros. Rodrigo Fierro. Pie de foto

“Guillermo Franco tiene una gran capacidad, casi infantil, para sorprenderse y sorprender. Captura rápido circunstancias que producen son- risas, por el contenido gracioso o irónico de la anécdota, por los disparatados encuentros que surgen, espontáneos, a diario. Sus fotografías se revelan ingenuamente provocadoras. Deja libre al pibe inquieto que conserva en su interior, y enlaza esa forma de trabajar con la observación atenta y la idea de travesura. La travesura de mostrar lo fugaz, lo que el distraído no ve, lo que la persona ocupada con “las cosas importantes de lo cotidiano” no percibe.

Su exploración tiene, además, otro punto de contacto con los grandes maestros del género: el convencimiento de que sólo con enorme constancia y muchas horas de trabajo de campo, se accede a una buena obra. Tal perseverancia no opaca ‒todo lo contrario‒ el disfrute antecada hallazgo, ante cada intento, ante cada toma. El caminar sin rumbo, con mirada siempre atenta y curiosa, lo lleva a cristalizar en imágenes, fragmentos de la condición humana, retazos de existencia, recortes llenos de gracia, de sutileza y de amor.”

Juan Travik. La Travesura ***

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“Un merodeador empedernido del candor, la inocencia, la sola transparencia. La metrópolis se vagabundea, se aprehende, se vive en una fotografía.

El desánimo de un paseante, el estupor de un crío, la sorpresa de un animal… Imposible discernir qué habita lo real, qué es pura imaginación.

Gestos. Guiños. Desvaríos de flâneur.

Desmayos de la racionalidad por la perduración de algo que, en el mundocotidiano, ni siquiera es previsible y ‒es cierto‒ siempre huye.”

María Paulinelli. Allí mis pequeños ojos

Como Allí mis pequeños ojos es un libro que no se vende, se ha dispuesto ejemplares en distintos puntos de la ciudad:

Biblioteca de la Escuela Superior de Artes Aplicadas Lino Enea

Spilimbergo, Universidad Provincial de Córdoba (Av. Richieri 1955)

Biblioteca de la Facultad de Artes, Universidad Nacional de Córdoba (Av. Medina Allende s/n)

Biblioteca del Cineclub Municipal (Bv. San Juan 49)

Biblioteca del Centro de Estudios Fotográficos (Buenos Aires 1415)

7mo. Arte Videoteca Librería (Roque Sáenz Peña 1423)

AF Analógicas (Belgrano 884, local 7)

GF Galería Fotográfica (Independencia 180)

En la web de la editora Viento de fondo, se puede descargar el libro completo en formato pdf

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