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EDAD MODERNA
Los tres siglos que abarca la Edad Moderna son defintivos en la consolidación de lo que hoy conocemos como Arganda del
Rey. Un incremento demográfic, el afianzamiento del casco urbano en su actual emplazamiento, la construcción de los edificiosmás singulares y representativos, el tránsito de ser un lugar dependiente de una ciudad para erigirse en villa, tomando el nombre defintivo de Arganda del Rey o el establecimiento de los pilares sobre los que se levantará la fama de sus caldos, son los trazos que durante los siglos
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XVI, XVII y XVIII dibujan el paisaje histórico de la localidad y construyen su herencia más signifiativa.
Dejábamos en el capítulo anterior a Vilches y
Valtierra en un proceso de abandono que culminará en esta época con el total despoblamiento de sus lugares. La leyenda apunta que fue una invasión de hormigas la causa del abandono de estos poblados medievales pero, como vimos, más realista es la versión de la sucesión de malas cosechas y, sobre todo el azote de la peste bubónica.
Arganda por su parte ve incrementado el número de habitantes posiblemente al convertirse en un lugar de acogida de estos primeros castellanos que abandonaron las aldeas vecinas.
A diferencia de lo que ocurría en otros países europeos el campesino castellano no tenía ningún impedimento jurídico que le impidiera moverse con libertad. También se convirtió en un foco de inmigración de un numeroso contingente de población morisca proveniente de Andalucía. Estos moriscos llegados de Baza y Guadix tras la rebelión que protagonizaron en importantes zonas de Andalucía en 1570, y de donde fueron expulsados y dispersados por diferentes zonas del territorio peninsular, se dice en las Relaciones, llegaron a sumar 500 habitantes. Estos eran en su mayoría labrado-
Arganda y comarca en 1773, según el geógrafo real Tomás López. Las divisiones administrativas actuales de los municipios y provincias no se realizan hasta 1833.
Orlas miniadas con las figurs de San Juan Bautista y el escuado real de Felipe II. Carta de Privilegio por la que se concede a Arganda la condición de villa de realengo. Año 1583. res. A su condición de campesinos se unía sus creencias religiosas colocándolos en uno de los grados más bajos en la rígida estratifiación social. Esta población se asentó fundamentalmente en la zona que aún hoy se conoce como el Arrabal y que mantiene todavía una configuracin urbana que nos recuerda a esta época.
Un acontecimiento histórico como el establecimiento de la capitalidad en Madrid en 1561 por Felipe II afectará signifiativamente a Arganda. El área de influencia de Madrid se extenderá por las localidades limítrofes que ven aumentar su población y variar sus ocupaciones económicas en servicio de las nuevas demandas de la capital, pero, además, Arganda se convierte en un enclave fundamental en el eje que comunicaba Madrid con la costa levantina. Valencia es ahora el puerto de mar de la capital y las ciudades intermedias en ese recorrido flrecen y crecen con el incesante ir y venir de mercancías. El interés de la tradicional vía que comunicaba con Alcalá y Zaragoza pierde intensidad a favor de esta nueva línea que acerca la costa con Madrid.
Como consecuencia también la trama urbana se modifia en este periodo y comienzan a levantarse edifiaciones a lo largo del camino real desplazando el centro del casco urbano desde el núcleo en torno a la ermita del Castillo. Se construye una primera iglesia parroquial a mediados del siglo XVI frente a una plaza, que se convertirá en el centro neurálgico de las actividades administrativas, con las dependencias del concejo, y las comerciales con las tiendas y mesones. Durante este largo periodo de tiempo la población se duplicará y de apenas 1.000 habitantes llegará a superar los 2.000 a comienzos de la época contemporánea, y esto provocará una ocupación más extensa de la villa en torno a las actuales calles de San Juan y Real. DE ALDEA A VILLA Arganda entra en el siglo XVI como lugar y aldea de la Tierra de Alcalá de Henares. Su jurisdicción estaba sujeta a la ciudad complutense, cuya comunidad de villa y tierra formaba parte del señorío de los arzobispos de Toledo. Alcalá de Henares controlaba un amplio territorio de cuya jurisdicción se beneficaba de diferentes maneras, por una parte tenía el control institucional y, por otra, éste le permitía la participación en los bienes comunales y la exigencia fiscal. Es decir, las villas que componían su término servían como «soporte económico y fiscal de la ciudad»35. De este modo se rigieron muchas localidades de la Corona de Castilla en lo que fue una relación de sumisión y explotación. Según este panorama, la enajenación jurisdiccional fue un proceso casi liberador que paulatinamente fue sucediéndose en las ciudades castellanas «cuyas rapaces oligarquías parasitaron y casi destruyeron sus respectivos alfoces, usurpando comunales, corrompiendo la gobernación de las poblaciones sometidas y descargando sobre ellos el peso de las imposiciones fiscales de la Corona».36 En esta misma línea habla Domínguez Ortiz: «Se comprende que la posesión de un extenso término fuera un buen negocio para la villa, y en especial para los caciques y tiranuelos locales; así, cuando el atrabiliario arzobispo Silíceo quiso castigar a Alcalá de Henares, con la que estaba en malas relaciones, no discurrió nada mejor que emancipar la mayoría de sus aldeas»37 .



«El rapto de Helena». Tela de 186x347 cm. del veneciano J. Tintoreto. Formaba parte de la pinacoteca que el embajador Hans Khevenhüller tenía en su casa de Arganda. A su muerte pasa a Felipe III y hoy la podemos admirar en el Museo del Prado.
El caso de Arganda y otras localidades que fueron eximidas de la jurisdicción de Alcalá y, por tanto de la Mitra toledana, se engloba en el proceso de secularización iniciado por Carlos I y seguido por Felipe II, y apoyado por los pontífices
En 1574 el papa Gregorio XIII concede a través de una Bula la autorización para vender lugares de obispados, monasterios y órdenes militares, por una cifra que alcanzaba los 40 000 ducados. De este modo comienzan los documentos de exención, en el que hay que situar el caso de Arganda:
«yo [el Rey] tengo poder y libre autoridad, licencia y facultad para poder dismembrar, apartar y vender perpetuamente cualesquier villas, lugares, vasallos, jurisdiccciones, fortalezas y otros heredamientos, con sus rentas, derechos y aprovechamientos, pertenecientes en cualquier manera a cualesquier iglesias de los mios reinos, catedrales, aunque sean metropolitanas, primiciales, colegiales, parroquiales y a cualesquier monasterios, cabildos, conventos y dignidades,
hospitales y otros lugares píos, y darlo y donarlo y venderlo y disponer dello, no excediendo la renta de las dichas villas y lugares, jurisdicciones y fortalezas y otros bienes y rentas que ansi desmembraremos y vendiéremos, del valor de cuarenta mil ducados de renta en cada un año, lo cual podemos hacer sin consentimiento de los prelados, abades, priores, prepositos, rectores, conventos, cabildos y las otras personas que los poseyeren, dándoles la justa recompensa y equivalencia que hubieren de haber por las rentas que ansi desmembraremos y vendiéremos, según mas largo en el dicho Breve y Letras Apostolicas se contiene»38 .
Seis años más tarde, en 1580, Arganda se exime de la ciudad de Alcalá y se hace «villa de por sí». Logra su independencia respecto a la ciudad y obtiene la jurisdicción civil y criminal alta y baja, mero, mixto imperio ( es decir, el poder o autoridad para gobernar y ejecutar las leyes o para aplicarlas en juicio, decidiendo las causas civiles y llevando a efecto sus sentencias, prerrogativas que competen a los jueces o al soberano).
También logra el derecho a nombrar sus propias justicias, elegir un alcalde mayor, alcaldes ordinarios y de la hermandad, regidores, alguaciles y escribanos y administrar sus bienes o percibir los impuestos («rentas de penas de cámara y sangre legales y arbitrarias, calumnias y pecho forero, y otras cualesquier, rentas pechos y derechos anejas y pertenecientes a la dicha jurisdicción, señorío y vasallaje»).
La asunción de estas garantías y derechos que contenían la autonomía municipal respecto al arzobispado de Toledo se hicieron efectivas el 11 de diciembre de 1580, dando fe del cumplimiento de la cédula y comisión real, Juan de Salas juez de su Majestad y el escribano Gaspar de Bárcena. Se leyó en alta voz la cédula ante todos los vecinos reunidos, a campana tañida, en los soportales de las casas del concejo, en la plaza pública, de manera que todos pudieran entenderla «la obedecieron con todo acatamiento debido como a carta real de Su Majestad, e la tomaron en las manos el dicho alcalde ordinario y regidores y la besaron y pusieron sobre sus cabezas e por si, e por todos los demás vecinos de la dicha villa e concejo de la dicha, dijeron que están prestos de hacer y cumplir lo que Su Majestad por la dicha comisión manda».
La toma de posesión de la jurisdicción suponía también el poder de ejecutar la justicia por lo que se mandó levantar horca y picota en la villa y así «se puso, por Diego de Sepúlveda, vecino de la dicha villa de Arganda, en mitad de la plaça publica della, delante de las casas del concejo, una picota de madera de un solo árbol, plantada en tierra con cuatro hierros atravesados en la dicha madera en lo alto della, en lugar de canes y, en la punta de lo alto, una cruz de yerro con una veleta de hoja de lata. Y, por el dicho Diego de Sepúlveda, carpintero e albañil, fue asentada en la dicha parte e lugar que dicho es y echo alrededor della, junto al suelo, unas gradas de cal y canto [...] se hizo una horca de tres maderos y el uno atravesado y, por el dicho carpintero e el dicho mandamiento, se puso fuera de la dicha villa, a la parte de hacia la villa de Alcalá de Henares e de la villa del Campo Real e Lueches, en un cerro que llaman Colgado e, por otro nombre, el cerro de Juan de Yepar.». Desde entonces conocido como Cerro de la Horca. Del mismo modo se permitía tener las demás insignias de jurisdicción como cárcel, cepo cuchillo, azote, etc.
Otra prerrogativa importante al convertirse en villa de realengo era la de tener unas medidas siguiendo el marco o patrón real y así se establece que en treinta días se impongan estas, que son: media fanega e medio celemín e cuartillo y media arroba e media azumbre y cuartilllo de medir vino, y vara de medir y medidas de aceite de panilla y media panilla y peso y marco real, todo ello traído de los patrones reales de su majestad y lo cumplan, so pena de veinte mil maravedís para la cámara de su majestad».
DE VILLA DE SEÑORÍO A VILLA DE REALENGO
Arganda se convierte, por tanto, en villa de realengo. Pero esta situación se mantiene apenas dos semanas ya que el Rey concede la villa de Arganda al señor de Campo Real, Nicolás Grimaldo, convirtiéndola, de nuevo, en parte integrante de un señorío.
Aunque parezca extraño, este cambio de jurisdicción no mermaba el poder real, pues el fundamento jurídico y político sobre el que se asentaba el Estado Moderno no se veía alterado por ello. Además, en ese proceso de enajenación secular el monarca salía beneficado pues obtenía unos ingresos para su maltrecha hacienda, beneficaba a personajes incondicionales a su persona y consolidaba un aparato burocrático local.
El nuevo señor de Arganda traspasa, al poco tiempo, la villa a Melchor de Herrera, marqués de Auñón señor de Carabanchel, Getafe y Valdemoro, quien volverá a venderla a Sebastián Santoyo, señor de Carabaña, Orusco y Valdilecha.
Resulta curioso que el Rey justifiue esta cesión en el propio documento de venta de la villa por la necesidad de pagar las grandes sumas y cantidades de maravedís que se han gastado en las guerras pasadas y por sustentar la Gran Armada que ha luchado contra los turcos y a los ejércitos que, en defensa de la cristiandad, han combatido contra la invasión y el ímpetu de los herejes en sus reinos. De tal modo que ni la plata ni el oro de las Américas ni los subsidios obtenidos de las cruzadas son suficietes para sufragar
dichos gastos ni los intereses de los dineros que se deben, «no se hallando medio menos dañoso, se trató y concertó con Sebastián de Santoyo, Ayuda de Cámara, de venderle la jurisdicción civil y criminal [...] con el derecho de poner y elegir alcalde mayor y alcaldes ordinarios y de la hermandad, regidores y alguaciles, escribanos públicos, guardas y los otros oficales del concejo necesarios para usar y ejercer la dicha jurisdicción»39 .
Este Sebastián Santoyo, que sólo mantendrá el señorío por unos meses, era el hijo primogénito de Francisco de Nevares de Santoyo, Contador de la Santa Cruzada y Contador de su Majestad, e Isabel de Lerma y Velasco, los cuales habían ido adquiriendo tierras en el sureste de la actual Comunidad de Madrid: en Tielmes, Carabaña, Orusco, Valdilecha, Colmenar de Oreja, lugares que heredaron sus hijos40. Su hijo Sebastián Cordero Santoyo se casó con María Ramírez de León y adquirió la propiedad de Vilches. Posiblemente a él se debe la construcción de la Casa de Vilches y la reconstrucción de la ermita. Sabemos que esta ermita había sufrido una reparación en 1575, pero en el siglo XVII será reedifiada completamente.
En este proceso de venta de jurisdicciones los vecinos podían tomar parte ofreciendo a la hacienda real la misma cantidad de dinero que hubiera aportado un particular y, de este modo, por el llamado «derecho de tanteo», adquirir la jurisdicción y administración municipal propia.
Así lo hicieron los vecinos de Arganda que tuvieron que reunir los 10.200 ducados en los que habían tasado el derecho a la independencia y, así, seguir siendo villa de realengo. Estas cantidades se establecían a razón del número de vecinos que vivían en la villa y suponían un endeudamiento considerable. En el caso de Arganda se suman los 16.000 maravedíes de cada cabeza de familia, en número de 555, y la estimación de ciertas rentas jurisdiccionales. El beneficiode esta operación, en muchos casos, sólo repercutía en unos pocos, los más ricos del lugar, que acaparaban los cargos administrativos y de poder, para provecho propio y que se veían exentos del pago de impuestos. Pero para la gran mayoría suponía un continuo empobrecimiento y no sólo en sus propias haciendas sino por el empeño de bienes comunales.
El 23 de septiembre de 1581 se llama a concejo abierto para tomar posesión de la villa, de la jurisdicción y de los oficiosmunicipales comprados al rey. En la carta de privilegio dada por el monarca además se especifia que «de aquí en adelante se ha de llamar Arganda del Rey» y que vende al «dicho concejo y justicia y regidores y oficales y hombre buenos de la dicha villa de Arganda, asi a los que ahora son, como a los que serán de aquí adelante, perpetuamente para siempre jamás, la dicha jurisdicción civil y criminal, alta y baja, mero mixto imperio y señorío y vasallaje»41, además de las justicias e insignias que ello conlleva.
Como se verá esta venta perpetua al concejo no será tal y años más tarde se encontrarán de nuevo en manos de un señor
Arganda del Rey satisfizoesos gastos con el préstamo particular de dos vecinos de Madrid, Francisco Matallana y Pedro Meléndez de Salvatierra, que exigieron unos elevados intereses que afrontaron los argandeños con el sobreprecio en los artículos de consumo (sisas) y el desvío de los fondos de los bienes de propios42 . Esta gravosa situación se hizo insostenible para los vecinos de Arganda y, a comienzos del siglo XVII, Arganda se plantea volver a depender de un particular que se hará cargo de saldar esas deudas a cambio de convertir a los argandeños en sus vasallos. Hablamos del Duque de Lerma.

Página anterior: fragmento del «Retrato ecuestre del Duque de Lerma» de Rubens. Señor de Arganda desde 1613, a pesar del amotinamiento de la villa. En 1650 Arganda pasó de nuevo a ser villa de realengo.
Iglesia de San Juan Bautista
En esos momentos, a comienzos del siglo XVII, con Felipe III ya en el poder, la política respecto a la creación de nuevos señoríos había variado de forma sutil, enajenando sólo lugares de realengo. En una bula del papa Clemente VIII, «... aduce que Felipe II, en su lecho de muerte, sintió escrúpulos de que la bula que alcanzó de Gregorio XIII fuera obrepticia [conseguida tras ocultar los impedimentos que la llevarían a su consecución] y que sus frutos no se hubieran destinado al fin cnvenido, por lo que encargó a su hijo la restitución».43
Se hace referencia en este documento a los territorios pertenecientes a la Iglesia que se habían vendido durante el reinado de Felipe II y que, como vimos, afectó también a Arganda. Felipe III intentó conciliar la voluntad paterna con la propia situación de su hacienda y acabó restituyendo los bienes eclesiásticos aún no vendidos y compensando a la Iglesia, por medio de juros, por los territorios enajenados.
La restitución total de los lugares ya vendidos se hizo imposible, entre otras razones, porque el duque de Lerma había comenzado a comprar villas y lugares de la antigua Mitra toledana a los primitivos compradores. Ese fue el caso de Valdemoro (1603) y, más tarde de Arganda (1613).

EL MOTÍN DE ARGANDA
Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, había ido formando su «estado» con la masiva compra de territorios. Su objetivo no era otro que el adecuar su estatus social a su situación de dominio, pues Felipe III le había convertido en su valido y era uno de los hombres más poderosos de la monarquía. Los asuntos de estado habían sido delegados en este personaje, sobre el que recaía la responsabilidad de gobierno desde que en 1598
accedió al trono Felipe III. Su política social y económica fue duramente criticada. La expulsión de los moriscos en 1609 y 1610 con el grave perjuicio económico que esto suponía y que ahondaba aun más en el problema de la despoblación, o la decisión de gravar las exportaciones castellanas con un 30% más de su valor fueron tal vez los asuntos más llamativos en política interior. En el exterior, por el contrario, su actuación se vio beneficada por favorables circunstancias que supusieron una época de paz. Sin embargo, este panorama no fue aprovechado por el ministro que vio como la situación fianciera empeoraba y los gastos de la corte se elevaban. Su privanza se caracterizó por una política de favoritismos e intrigas y una descarada codicia.
Esta acaparamiento de poder y esa ambición sin límite refleada en la ampliación continua de su señorío, le convirtieron, a los ojos de los ciudadanos, en objeto de crítica al que acusaban de todos los males del gobierno. La demostración más elocuente de esta tensa situación entre el duque y sus vasallos tiene fil refleo en un acontecimiento que sucedió en Arganda del Rey cuando el duque tomó posesión de la villa recién adquirida, en septiembre de 1613: el motín de Arganda.
Luis Cabrera de Córdoba, cronista real, nos lo cuenta así:
«... se quedó aquí el Duque de Lerma, y la semana siguiente fue con el Cardenal de Toledo a la villa de Arganda, que ha comprado, aunque con mucha contradicción de los vecinos, para tomar la posesión, donde le habían de correr toros y hacer otras fiestas; y sucedió que en llegando se le murió el cochero supitamente, y estando presente el Alcalde de la villa a un pregón que se le hacía; otro cochero del Cardenal, le trató de borracho, y sobre ello le dio un bofetón, de que el lugar se escandalizó porque muchos no habían querido consentir en la venta , y con esta ocasión un clérigo iba inquietando a los demás; y el Duque por aplacar al Alcalde le mandó dar 200 escudos y no los quiso, diciendo que el agravio se había hecho a la vara ...»44 .
Y prosigue el cronista contando como el Duque, aquejado por unas «ronchas» causadas por el tumulto, y el Cardenal regresaron a Valsaín donde estaba el Rey, a pesar de que en Arganda se había previsto la celebración de una fieta y correr toros.
Este hecho histórico, que demuestra la repulsa de los vasallos hacia el Duque de Lerma no fue único. Cabrera también cuenta que el Duque había recibido en 1611 once lugares que acogieron la noticia con desplantes, aunque ninguno llegó a la gravedad de los hechos acaecidos en Arganda del Rey. De estos «en uno, llamado Santa María del Campo, quitaron las armas de su Excelencia de la Puerta de la Villa y volvieron a poner las de S.M.. En otro, llamado Torquemada, las ensuciaron; y se ha proveído un alcalde para que vaya a hacer la averiguación contra los culpados; y otro alcalde se envió los días pasados a Tudela, que es cerca de Valladolid, sobre ciertos pasquines que habían puesto contra el Duque»45 .
El Duque, efectivamente, había comprado Arganda sin el consentimiento total de los argandeños, pues algunos de ellos se opusieron con ahínco. De esta disparidad de opiniones queda constancia en el Archivo de Arganda, donde se recogen los testimonios de aquellos veintiocho que se enfrentaron a esta decisión de vender la jurisdicción y que declaraban que no podría llevarse a cabo la venta sin el pleno consentimiento de todos los vecinos, apoyándose, incluso, en la carta de privilegio concedida por el rey Felipe II en la que se hacía venta perpetua al concejo de la villa46 .
Finalmente se procede a la subasta pública, que no deja de ser una muy pequeña concesión a aquellos que disentían, ya que, conociendo quien era el señor interesado en la puja, nadie le hizo frente.
Es así como tiene lugar la compra de la villa y la toma de posesión que acabará con el incidente con el alcalde y el motín de arganda.
GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN DEL DUQUE DE LERMA
Los beneficiosque se derivaban de la compra de la villa por parte del duque eran, sin embargo, limitados. Las rentas jurisdiccionales en ocasiones no compensaban los gastos de administración y la imposición de justicias. Por tanto el interés en estas adquisiciones sólo se podía entender por el privilegio que constituía, por un lado, el ser señor de vasallos, tener una casa solariega con sus armas donde poder solazarse e ir de cacería, tener un lugar preferente en la iglesia y, por otro, la recompensa social que lo encumbraba a lo más alto de la escala social. De hecho, aquellos que compraron grandes territorios (o estados, según se repite en los documentos de la época) fueron fundamentalmente personajes como Lerma, el conde duque y, en menor grado don Luis de Haro y «no hay asentistas, banqueros ni hombres de negocios, ni la vieja aristocracia»47 pues el móvil que perseguían con ello era el prestigio.
Para los vecinos de estas villas que eran en su mayoría pecheros, como los de Arganda, el depender de un señor, en ocasiones, podía no ser tan desfavorable pues, a no ser que el señor actuara maliciosamente con la apropiación de los bienes comunales, «tenía interés en valorizar su nueva posesión; con frecuencia ofrecía privilegios, atraía pobladores, hacía fundaciones
La Casa del Rey y sus jardines antes de ser urbanizada. Año 1979.

piadosas y defendía a los lugareños de los excesos de recaudadores y ejecutores»48 .
Un mecanismo de control de estos posibles abusos eran los juicios de residencia que se celebraban al cesar los cargos municipales, en ellos los vecinos podían preguntarles directamente sobre la labor llevada a cabo durante su mandato. Los oficales, tomado el turno de réplica, justificaban su proceder. Los cargos imputados solían tener relación con los bienes de propios. Así en 162549, los alcaldes regidores y el procurador de la villa se defendían de no haber cobrado los beneficiosde la heredad de la Compra aduciendo que «el precio de la Compra fue para quitar el censo que esta villa debía por habérselo tomado para redimirse y rescatarse; y para este efecto se vendieron las tierras conforme a la facultad de su majestad y habiéndose vendido la dicha jurisdicción a la casa del duque de Lerma se redimió el dicho censo, y hoy no lo paga; y así cesó el efecto para que se hizo dicha venta; y para su tiempo y cuando esta villa venza el pleito que trata sobre la jurisdicción se hará la cobranza cuando convenga».
Se defieden así del primer cargo, y prosiguen contestando que sí han reparado las calles y el alholí, o granero público; que no han realizado gastos excesivos en las comidas que se hacen para tomar las cuentas y hacer las mojoneras o deslindes de términos; que los gastos que se han hecho para pagar a ejecutores de alcabalas, aquellos que se encargaban de cobrar el impuesto sobre el precio de los productos vendidos y servicios, han sido los necesarios ya que se retrasó el desembargo de éstas; que las visitas a las carnicerías y tiendas de pescado se hizo con diligencia; y, por último, que han actuado cuidadosamente al cobrar las penas de cámara, las condenas pecuniarias que iban con destino a la cámara real o fisco.
Además del mecanismo de control que suponían los juicios de residencia, Arganda del Rey había impuesto varias condiciones para acceder a su venta. Eran éstas once claúsulas que el Duque debía aceptar al suscribir la venta de la Villa50 .
Entre estos compromisos habría que destacar el de limitar algunas prerrogativas del corregidor (quedando a cargo del Ayuntamiento librar y distribuir los propios y rentas del concejo), el de que el concejo dispusiera del oficiode escribano o el que los alcaldes no acapararan más derechos o poder del que hasta ahora poseían. Efectivamente, la práctica común en los señoríos era que los cargos de justicia y los representantes de gobierno del concejo fueran elegidos o confi mados por el señor, formando parte de su propio conjunto de oficales. Los alcaldes ordinarios, el alcalde mayor como jueces de primera instancia y los corregidores, como máximas figurs de la administración de justicia en este nivel eran, por tanto, delegados del Duque.
Los alcaldes se elegían y confimaban cada año entrante. Esta costumbre se contemplaba ya antiguamente cuando Arganda pertenecía al Arzobispo de Toledo y a la jurisdicción de Alcalá de Henares. Por el día de San Martín, el once de noviembre la tradición era que los regidores se juntaran y nombraran a los alcaldes ordinarios que eran los que dirimían las causas civiles.
Otra condición impuesta en la escritura de la venta del señorío fue la de conseguir el benefici perpetuo del encabezamiento de las alcabalas, es decir, el impuesto sobre ventas y permutas, y el
derecho a su recaudación «para que con esto en todo tiempo la villa esté segura que las alcabalas que ha de pagar no han de exceder de la suma de trescientos sesenta mil maravedíes»51. Los vecinos de Arganda gozaron de ellas, es decir de administrarlas y cobrarlas, por un privilegio concedido por el Rey.
Como contraprestación, también, Arganda del Rey se beneficaba de la exención de alojar gentes de guerra como se manda en una cédula dada por Felipe III en 1618 y que ya se especifiaba entre las condiciones impuestas para la venta: «todo el tiempo que fuere el dicho Duque y de su casa y mayorazgo de Lerma la dicha Villa de Arganda no se aloxe ni consintáis alojar en ella ninguna gente de guerra, caballería ni infantería de asiento ni de tránsito solamente en virtud de esta mi cédula sin ser necesario presentar otra alguna so pena de 50 mil maravedís para gastos de guerra...»52 .
Efectivamente los perjuicios que constituía el dar alojamiento a las compañías militares eran incontables. Por un lado la indisciplinada tropa procedía en muchos casos con violencia y, por otro, mermaba la hacienda de los campesinos exigiéndoles víveres o requisas de transportes. El excusar dar alojamiento a estas tropas suponía una sangría constante en algunas poblaciones que se hallaban en los caminos más transitados por estos. En las Cortes se presentaban habitualmente denuncias de estas vejaciones, que si a veces incluían robos y violaciones, siempre traían unos gastos difíciles de sufragar por el concejo.
El Duque de Lerma, no obstante, al ser señor de Arganda controlaba las funciones de gobierno, de fiscalidad y de administración de justicia sobre sus vasallos, ya que actuaba, en última instancia, como delegado del Rey. El monarca seguía ostentado el poder absoluto tanto en el terreno ejecutivo, en el legislativo como en el judicial y los señores eran poderes intermedios con un carácter singular por su relación directa con la transmisión de poder entre los órganos monárquicos de decisión y los poderes concejiles y los súbditos.53
El Duque de Lerma, al poco tiempo de tomar posesión de Arganda fue apartado del favor real y retirado su valimiento. Esto ocurría en 1618. Es entonces cuando sale de la Corte y protegido por su reciente nombramiento como Cardenal, sobrevive a los ataques, al destierro y a las multas de sus enemigos y sucesores políticos. Sus últimos años los pasa en Lerma donde morirá en 1623 .
Su hijo, el Duque de Uceda, le sucedió en la Corte pero su muerte, en 1624, no le permitió gozar de la heredad de Arganda. Así fue como su segundo hijo Diego Gómez de Sandoval, conde de Saldaña, residió en la villa argandeña, donde nacieron dos de sus hijas.
En 1650, el sucesor, el nieto del Duque de Lerma, Francisco de Sandoval Rojas y Padilla muere sin dejar descendencia y Arganda, libre de señorío, vuelve a ser villa de realengo.
LA TRAMA URBANA Y LA CONSTRUCCIÓN DE EDIFICIOS SINGULARES
A comienzos de la Edad Moderna Arganda había abandonado el primitivo asentamiento, en torno al cerro del castillo y la población, en constante aumento, se distribuye a lo largo del camino real.
Este nuevo trazado de la ciudad se articula a través del eje de comunicación principal, la hoy calle de San Juan, de la Calzada y Real y en torno a él, se levantan las principales instituciones de la villa.
Este pueblo de casas bajas construidas en piedra, yeso y tierra, como nos cuentan en las Relaciones de Felipe II, empieza a expandirse por las gentes venidas de los vecinos despoblados de Vilches y Valtierra, además de por la población morisca que, procedente de Baza y Guadix, se asienta a partir de 1570. «Hay en este lugar cuatrocientas sesenta casas, y vecinos con cristianos nuevos de los del reino de Granada hasta quinientos; ha tenido menos vecindad y no ha llegado a tanto aumento como al presente tiene.»54
Se levanta una iglesia parroquial, que verá diferentes reformas y reedifiaciones, a la vez que se abandonan las antiguas ermitas medievales.
Con el establecimiento de la corte en Madrid algunos nobles y cortesanos construyen ficas de recreo en las tierras próximas para pasar temporadas de descanso. En muchos casos éstas se convierten en moradas ocasionales de los reyes en sus viajes a los sitios reales, honor indudable para los anfitriones. Así era habitual que en los desplazamientos hasta el Sitio Real de Aranjuez los reyes descansaran alguna jornada en Arganda del Rey.
Arganda también tendrá una gran casa, la Quinta del embajador alemán Hans Khevenhüller, la conocida como Casa del Rey. Se construyen además durante el siglo XVIII algunas casas solariegas como la de la calle de San Juan, perteneciente al obispo de Salamanca entre 1730 y 1748, Sancho Granado; la de Diego Ortiz de Vargas (desaparecida) que se levantaba en la calle del mismo nombre y otra en la Cuesta de la Peña, actual calle de Juan XXIII.
Este pequeño pueblo castellano habitado fundamentalmente por campesinos estaba rodeado de tierras de labor, viñas y «dehesas de yerba con arboledas de fresnos, pobos, espinos, taraes y otros muchos géneros de árboles bajos».
Mientras, en los despoblados de Valtierra y Vilches, que hasta el siglo XIX no quedarán integrados a Arganda, se administran las ficas de labor y las antiguas ermitas.
Casa del Rey. Edificio original de 1579. Antigua sede del Archivo Municipal y de la Escuela Municipal de Música y Danza.


Retrato del embajador Hans Khevenhüller con su casa-palacio de Arganda al fondo, con sus jardines, fuentes y estanques. También se aprecia la Cruz de Humilladero donde posteriormente se levantaría la Ermita de la Soledad. Primeros años del siglo XVII.
Retrato en óleo del Obispo de Salamanca José Sancho Granado, que hasta 1962 estuvo situado en la sala de la sillería de su casa de Arganda del Rey.
ARGANDA: CUNA DE CERVANTES
En esta Arganda hemos de citar a un personaje célebre con quien tuvo una vinculación especial, hablamos de Miguel de Cervantes.
Como ya sabemos, el bautismo de nuestro escritor fue en la vecina Alcalá de Henares, el 9 de octubre de 1547. Fue el cuarto de los siete hijos que tuvieron Rodrigo de Cervantes y Leonor Cortinas. La familia vivió en la ciudad complutense durante cuatro años en la casa de la tía del escritor, pero su familia materna era originaria de Arganda. Varios documentos confiman las propiedades que pertenecían a la familia y que Leonor Cortinas, la madre de Cervantes, terminó por vender en 1566. Esta relación de la familia materna con Arganda del Rey ha inducido a pensar que, tal vez, el nacimiento de Cervantes pudo haber tenido lugar en la localidad argandeña, por la tradicional costumbre de dar a luz en casa de la madre. Una suposición que se vería apoyada por la cercanía de Alcalá y Arganda.
En los estudios realizados por Luis Astrana Marín sobre la vida del escritor se cita el origen de su ascendencia materna, y se prueba documentalmente que los antepasados de Cervantes fueron enterrados en la iglesia parroquial de Arganda del Rey. De este hecho queda recuerdo en la capilla del templo donde, a mediados del siglo XX, se instaló una placa conmemorativa que dice lo siguiente: «En esta iglesia parroquial de San Juan Bautista yacen los restos mortales de los abuelos, bisabuelos y tatarabuelos maternos del inmortal autor del Quijote. Don Miguel de Cervantes Saavedra, príncipe de los ingenios españoles, doña Elvira de Cortinas, don Diego Sánchez de Cortinas y don Gonzalo de Cortinas, naturales y vecinos de Arganda. Requiescant in pace. Amén».
LA CASA DEL REY
En 1594 comienza la construcción de una villa de recreo en el camino real de Valencia. Menos de 20 años antes, los argandeños contestaban en las Relaciones de Felipe II que entre las casas bajas de yeso y piedra sólo destacaban «unas casas principales en que vive don Diego de Vargas, vecino de Madrid, en una ventana de las cuales están unas armas en un escudo en que hay un león y cinco bandas a la mano derecha del león, la razón de ellas no se sabe en este pueblo más de tenerle por caballero». Y ahora veían como un amplio terreno dominado por un cerro era tapiado y acondicionado para la edifiación de una gran casa de campo.
Su dueño era una importante figura de la política, el embajador imperial Hans Khevenhüller, conde de Frankenburg. Este diplomático había crecido en la corte del emperador Maximiliano II, que le hizo camarero real, y había ido adquiriendo más honores hasta ser nombrado en 1573 Embajador en España de Rodolfo y, después, de Maximiliano II. Como alto dignatario de una de las ramas de la Casa de Austria había mantenido contactos con las cortes europeas y conocido a influyentes personajes, a reyes y a ministros. Durante los 33 años que vivió en España mantuvo una estrecha relación con los monarcas y grandes amistades con nobles y políticos. Influyó, en gran manera, en la difusión de las Órdenes Militares españolas en el imperio austriaco, que actuaron como «milicias ideológicas» ante el pragmatismo religioso de sus gobernantes55 .
Su dedicación le valió el reconocimiento real y fue miembro de la Orden del Toisón de Oro y caballero del Santo Sepulcro.
Entre sus amistades se contaba el hidalgo, vecino de Arganda Diego de Vargas, al que visitó en su casa en más de una ocasión, al igual que hicieran otros nobles e incluso los reyes. Tal vez, esto le impulsará a tomar unos terrenos en esta villa cercana a la Corte y construir la fica de recreo que se conoció como la Quinta del Embajador. Otra razón que pudo influir en su decisión fuera la cercanía del palacete de Vaciamadrid, posesión real cedida por Sebastián Santoyo a Felipe II en su testamento otorgado en 158456 .
De esta construcción hoy sólo permanece la casa principal, muy modifiada por las sucesivas obras, donde se ubica el Archivo de la Ciudad.
Pero, por aquel tiempo, lo que los argandeños vieron crecer fue una gran fica de carácter señorial rodeada de jardines. Afortunadamente contamos con una imagen del siglo XVI del diplomático en el que aparece representado sobre un paisaje donde se adivina su propiedad. El trazado fue realizado por el arquitecto Patricio Cajés y se componía de un edifici principal con patio central, y de unas dependencias anexas de carácter secundario, en torno a otro patio. Rodeado de jardines dominaba un espacio privilegiado con vistas a las dehesas y sotos del Jarama.
«Los ladrillos se confeccionaron en la tejera de La Poveda, con la obligación de que sean «colorados y bien sanos, y sólo han de llevar agua y barro de la madre de La Poveda, sin ceniza». Los trabajos de cantería se encargan a los cántabros Pedro de Esva y Juan de la Vega. Labran la piedra de las portadas, torres, suelos y escaleras, y se comprometen a realizar «tres chimeneas francesas de piedra blanca de Colmenar de Oreja, de la misma piedra que se emplea en las reales obras de Aranjuez, todo a la perfección y contento de Patricio Caxes, trazador de la obra».
En diciembre de 1595 los edificiosya están levantados, y los empedradores madrileños Lázaro García y Urbán de Ribera proceden al empedrado de «patios, aposentos y otras partes». Durante 1596 el embajador realiza varias estancias continuadas en la Casa, y fialmente el
15 de abril de 1597 se lleva a cabo su bendición por Antonio Horlandini, venido expresamente desde Florencia57 .
El carácter de fica de recreo se ve refleado no sólo en los jardines con fuentes o esculturas sino en su interior, decorado con lujosas telas, tapices y cuadros. De entre estos destacaban en su colección dos grandes obras de Tintoretto El rapto de Helena (hoy en el Museo del Prado) y Las nueve musas (en la actualidad forma parte de la Colección Real en Hampton Court, Inglaterra). Entre tanta magnificecia se pasearían destacados miembros de la corte y los propios reyes, Felipe III y Margarita de Austria, que visitarían al embajador en su fica para disfrutar de la estancia y de la caza. Para ello contaba incluso con el arriendo de la caza y del Soto de la Poveda y de la pesca de la heredad de Vilches.
Los argandeños se beneficaron de otras atenciones por parte del embajador, por ejemplo en la invitación que hizo a más de dos mil vecinos a un desayuno el día de viernes santo de 1599.
El 4 de mayo de 1608 Hans Khevenhüller fallece, y su casa, sin herederos, va a sufrir un progresivo abandono. Las obras de arte quedan repartidas, como el lienzo de Tintoretto que acabará formando parte de la colección real, y hasta el edificiose ve mermado con el saqueo y la reutilización de sus materiales por parte de los vecinos de Arganda. Arruinada la Quinta del Embajador será adquirida por la Compañía de Jesús que ya se había asentado en tierras argandeñas. Las modifiaciones y reparaciones del edificioirán encaminadas a convertirla en casa de labor donde administrar la hacienda que cada vez se irá ampliando. La especialización en la producción vinícola marcará la estructura de la fica construyéndose un lagar, un cocedero y una cueva de grandes dimensiones.
En las Descripciones de Lorenzana en 1786 se dice, hablando de las casas que en Arganda

Casa de Vilches. Casa solariega de la familia Santoyo. Final del siglo XVI.
Retablo original de la Iglesia Parroquial, estilo churrigueresco, obra del escultor José Ballaroz. Desaparecido durante la Guerra Civil.
Interior de la Iglesia Parroquial. Crucero, altar mayor y retablo (procede del Convento de San Francisco de Calatayud)


hay: «una, la que era de los regulares expulsos que hoy, por compra hecha a Su Majestad, ha entrado en poder de los señores don Jerónimo Mendinueta y Muzquiz y doña Mariana Robles y Moñino, recomendable por su gran bodega y palomar».
Efectivamente, tras la expulsión de los jesuitas, la casa queda en manos privadas. Jerónimo Mendinueta y Múzquiz, miembro del Consejo de Hacienda, nombrado vizconde de Casal y conde de la Cimera en 1795, será el poseedor de la hacienda hasta que la irrupción del gobierno napoleónico le confisque la propiedad. Hacia 1827 la Casa del Rey pertenecía a Ramón de Llano y Chavarri, y la heredará su hija, Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches58. Permaneció en poder de sus herederos hasta la Guerra Civil. Desde el siglo XVIII el edificiocomienza a conocerse por Casa del Rey, lo que durante mucho tiempo indujo a malentendidos sobre su origen.
En el siglo XIX seguía manteniendo su fama y sus espaciosas estancias causaban admiración a quien las visitaba. Además del lagar, cocedero y cueva tenía un molino de aceite, aguardentero y vinagrero, y la parte señorial poseía elegantes habitaciones. «Tiene un extenso jardín , con variedad de plantas y arbolado, y un montecillo a la espalda del edificio, en cuyo centro más elevado hay un palomar, que se deja distinguir en días serenos desde la calle de Atocha de Madrid».59
Vendida tras la guerra a varios vecinos de Arganda, sufrirá una importante reforma como consecuencia del deterioro sufrido y para acondicionarla a los nuevos usos como viviendas familiares. Se abrieron puertas en la fachada principal para acceder a las viviendas particulares, se hicieron balcones y ventanas, desaparecieron frescos y pinturas, se desmanteló la portada de cantería con el escudo nobiliario, se cerró el pretil que comunicaba con la calle y se vendieron las parcelas colindantes. Este es el estado en el que se encontraba cuando en 1983 pasa a ser de titularidad municipal, por un convenio urbanístico entre el propietario, Inmobiliaria Sánchez Primo y el Ayuntamiento.
Se plantea una reforma elevando las torres desaparecidas, arreglando la cubierta e interiores. La cueva y el patio también entraron a formar parte del patrimonio municipal y las dimensiones de la cueva, más de 100 metros de longitud nos da una idea de cuál era la capacidad que llegó a tener cuando era propiedad de la Compañía de Jesús.
CASA DE VILCHES
La Casa de Vilches debió de levantarse a fiales del siglo XVI, impulsada por Sebastián Cordero Santoyo que, como ya hemos visto, fue también señor de Arganda por un corto espacio de tiempo. La imagen externa de la construcción conserva filmente el aspecto que tenía en el siglo XVI, y muy modifiada en su interior. El mayorazgo que fundó Francisco Nevares Santoyo tenía entre sus posesiones esta casa solariega, construida con sillares de piedra y ladrillo. Sus sucesores conservarían la fica, adaptándola a nuevos usos y ampliándola.
En 1752, cuando el despoblado de Vilches pertenecía al señorío del arzobispo de Toledo, la casa y fica, aún sujeta al mayorazgo, era de Joseph Ignacio de Arrieta y Mascarva, vecino de Bilbao y vivía en ella únicamente el administrador y su familia, quienes compartían vecindario con el administrador de otra fica de un vecino de Madrid, Joseph de Soto Mayor.
Las tierras de Viches dedicadas en su mayoría a los viñedos proporcionaban una buena producción de uva y en la casa de Vilches se construyeron unas amplias cuevas y un cocedero de vino. También tenía entre sus estancias un

Ermita barroca de Vilches. Siglo XVII.
Fuente Nueva (1848) y Ermita de San Roque (1603). Calle Real. palomar del que aprovechaban los beneficiosde la venta de pichones y de palomina (excremento de palomas).
En el siglo XX la casa de Vilches con sus tierras se vendieron, perdiendo esa línea de transmisión hereditaria característica de los mayorazgos. En la actualidad, es de propiedad particular.
IGLESIA PARROQUIAL DE SAN JUAN BAUTISTA
A mediados del siglo XV se levanta en el casco histórico de Arganda del Rey una iglesia parroquial, de la que todavía puede apreciarse los restos de la capilla gótica en la base de la torre. Un siglo después se reedificósobre ella una de mayor tamaño. Esta iglesia, trazada por Gil Sopeña, maestro cantero de Alcalá, fue levantada entre 1525 y 1588 y respondía a un estilo renacentista con elementos góticos.
En 1576 cuando se realizan las Relaciones de Felipe II se menciona la iglesia parroquial «cuya advocación es San Juan Bautista», pero aún continuaban las obras pues la sacristía se inició en 1587 y a principios del siglo XVII continuaba la decoración interior.
El mayor número de feligreses, así como las malas condiciones en que se encontraba el templo a los pocos años, obligó a la edifiación de uno nuevo que es el que hoy podemos admirar. Durante el tiempo que duraron las obras, los argandeños se encargaron de transportar las imágenes y retablos a la ermita del Castillo, que se convirtió en iglesia parroquial. En 1692 se emprendieron las obras para la reconstrucción de la fábrica de la Iglesia. La evolución de las obras y de su fianciación se puede reconstruir siguiendo los Libros de Fábrica60. Las aportaciones económicas de los vecinos de Arganda y especialmente del párroco Juan Antonio Cubero y del sacerdote y bachiller don Pascual Milano,


serán fundamentales en la conclusión de las obras, que se prolongaron durante 25 años.
Pascual Milano Vallés, clérigo presbítero, pertenecía a una familia influyente de Arganda que copó durante los siglos XVII y XVIII los cargos municipales. Él había recibido una importante herencia, que había ido incrementando y que le situaban entre los prohombres de la villa. Su posición le permitió contribuir a numerosas causas y donar parte de sus bienes para la creación de «capellanías, memorias, vínculos y un hospital únicamente para hombres argandeños». Del mismo modo funda una cátedra de Gra-

Iglesia Parroquial de San Bautista. Atrio de la plaza.
Ermita de Nuestra Señora de la Soledad. Templo original del siglo XVII, reedifiado en 1733.


Imagen de la Virgen de la Soledad. Talla del escultor José Ginés. Año 1810.
mática y Letras Humanas en la villa «que será regentada por un padre jesuita, según y con el mismo método con que se enseña en el Colegio Imperial de Madrid»61 .
Así en los últimos del XVII se comienza a construir un nuevo templo sobre los restos de la antigua iglesia, se varía la orientación que de este-oeste pasa a ser de norte-sur, y apenas se conserva de la original una puerta renacentista que da acceso a la sacristía. La planta, de salón, está compuesta de tres naves, con la central más ancha que las laterales. La central se cubre con bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones y las laterales con bóveda de aristas. Apoyan sobre arcos de medio punto y pilares compuestos. La capilla del Rosario, obra del arquitecto José García, y la de San José se añadieron más tarde.
Habrá que esperar al siglo XVIII para que se levante la torre, iniciada en 1709, que se fializará en 1714 a cargo del maestro Pablo Vallejo. Su patrocinador fue, igualmente, Pascual Milano y se empleó en su construcción piedra de Colmenar.
Además de la torre-campanario conocida como La Pascualina encargó imágenes y retablos para decorar su interior. El benefactor fue enterrado a los pies del altar mayor.
Su exterior es de ladrillo y mampostería, con contrafuertes de ladrillo. Las puertas como la torre se construyeron en piedra. En el interior destaca el retablo mayor. El original fue destruido en 1936 y sustituido tras la guerra por uno procedente de la Iglesia de San Francisco de Calatayud (Zaragoza). El retablo desaparecido estaba dedicado al titular de la Iglesia, San Juan Bautista y era de estilo churrigueresco. El actual, en cambio, pertenece a la escuela aragonesa y fue construido en el primer tercio del siglo XVII . Este retablo barroco se organiza en banco, sotobanco, dos cuerpos y ático. Los dos cuerpos principales constan de tres calles que acogen en sus cajas las tallas de San José y el Niño y San Antonio de Padua en el lateral izquierdo, San Miguel Arcángel y San Buenaventura en el lateral derecho. En la calle central, el grupo de la Anunciación preside el primer cuerpo y El Bautismo de Cristo, el segundo. Este grupo escultórico es el único que no pertenece al retablo original y fue añadido en los años 40. En el ático se representa el Calvario. Las divisiones entre calles están acentuadas por haces de columnas con fuste helicoidal y capiteles de orden corintio, y los entablamentos entre los cuerpos están decorados de mayor a menor profusión según ascendemos. En el sotobanco y banco se representan santos franciscanos que enmarcan el altorrelieve de San Francisco Javier. El ático conformado como un frontón partido está coronado por una talla de San Fernando y el conjunto está flanqueado por las esculturas de bulto redondo de Santa Clara y Santa Isabel. Se completa la decoración con pinturas al fresco que enmarcan el retablo y que pueden ser de la misma época en que se colocó el retablo, en 1943.
ERMITA DE LA SOLEDAD
A mediados del siglo XVII se levantó esta ermita. Debió de tener como origen una que en las Relaciones de Felipe II llaman de la Vera Cruz, ya que esta hermandad era la encargada darle culto. Sus miembros impulsaron en 1658 el comienzo de las obras de una nueva ermita con mayor capacidad.
En 1733, según consta en el Archivo de la Ciudad, comenzó una remodelación que la transformó casi en su totalidad:
«En 28 de marzo de 1733 se derribó la ermita de Nuestra Señora de la Soledad de esta villa para efectos de hacer el crucero y media naranja, siendo el maestro Matheo Joseph Barranco natural de ella y se colocó Nuestra Señora de la Soledad a su santa casa el día 28 de mayo de 1736, con mucha música, pólvora y toros que se corrieron, que fueron doce».62
De cruz latina, tiene una sola nave cubierta con bóveda de cañón. El crucero se cubre con una cúpula semiesférica que descansa sobre pechinas. Hoy luce un revoco en su exterior en el que destacan los almohadillados de las esquinas y una línea de imposta alrededor de todo el edifici. Un óculo de grandes dimensiones domina la fachada principal que culmina en una espadaña a manera de frontón de donde pende una campana.
En su interior guardaba una imagen de la Virgen de la Soledad, patrona de la villa y muy venerada por los argandeños, que desapareció en la guerra contra los franceses. Otra, realizada por José Ginés, vino a sustituirla y según Castellano Carlés la llamaban los argandeños «la perla de Arganda». La bendición de la nueva imagen se llevó a cabo el 24 de junio de 1810, fieta en la que participó todo el vecindario. Después de ello se encargó una carroza para lo que el presbítero Sanz Riaza hizo venir al escultor y a Antonio García, que realizaron los planos para la carroza «y costó la cantidad de mil duros. A la vez se construyó el sencillo pero elegante retablo en que hoy sigue colocándose la santa imagen, se bordó el manto de terciopelo sembrándole de estrellas de oro, y todo se estrenó en la función del Dulce Nombre el año de 1817».63
ERMITA DE VALTIERRA
Esta construcción mudéjar de la que ya hablamos en el capítulo anterior sufría desde la despoblación del lugar un continuo abandono. El culto debió mantenerse a lo largo del siglo XVI y XVII pero de forma muy esporádica. Y los visitadores eclesiásticos y su administrador daban fe del descuido y la ruina que le amenazaban. En este sentido es signifiativo un documento de 1692 donde se notifia que en el «santuario de Nuestra Señora de Valtierra y por las mujeres
lavanderas y curanderas de lienzos se cometían algunos excesos, como eran el de comer, verter y tender los lienzos con grave irreverencia dentro del recinto sagrado y en los poyos y mesas de sus altares»64 .
A pesar de que el estado de ruina del pequeño templo no permitía el culto, hasta el siglo XX se siguió celebrando una romería ante la explanada de la ermita. Esta costumbre debía de venir de antiguo: «Su fieta principal era el día 15 de agosto, celebrándose con los humildes regocijos de un pequeño pueblo, siendo la solemnidad más principal la larga procesión que desde dicho pueblo de Valtierra venía al de Arganda en cuya parroquia había cumplida fieta. La imagen era recibida con extraordinario júbilo del vecindario que decoraba las calles del tránsito con remajes, colgaduras y faroles, volviendo a ser conducida a su propio templo de Valtierra por igual camino, el cual hasta el día de hoy[1879] y en memoria de este suceso lleva el nombre de «la vereda de la procesión»65 .
ERMITA DE VILCHES
En 1576, cuando se escriben las Relaciones de Felipe II, se hace constar que en el despoblado de Vilches aún se conserva una ermita que debía de dar servicio espiritual a aquella pequeña aldea. En años posteriores las tierras de Vilches fueron adquiridas por Sebastián Santoyo quien, posiblemente se encargó de construir una casa solariega. Ya entrado el siglo XVII se debió reedifiar la antigua ermita. Por esta razón las trazas que nos ha legado el tiempo, muy maltrechas, son barrocas y no mudéjares como debieron de ser las originales.
Hoy las ruinas del templo nos indican que tenía una única nave, con un arco toral que la separaba del ábside. A este, de forma circular en su interior y octogonal en su exterior, debía de cubrirlo una cúpula de media esfera que hoy sólo podemos intuir. La construcción levantada en ladrillo y piedra estaba enlucida y trabajados sus muros interiores con yesos y estucos que le aportaban un grácil movimiento con sus relieves geométricos y sus claros y oscuros.
LA ERMITA DE SAN ROQUE
Ubicada en la calle Real es otro de los pequeños templos que asistían espiritualmente a los argandeños. Su origen está en una de las epidemias que asolaban la localidad y en el voto hecho al santo por su intercesión. La peste hacía estragos en Arganda a comienzos del siglo XVII, cuando se consagró la ermita y la campana que pendía de la originaria torre. El obispo de Lipari, Juan González de Mendoza fue el encargado de llevarla a cabo en la visita pastoral que realizó el primero de abril de 160367 .
Castellano Carlés en su obra sobre «Las imágenes marianas en Arganda del Rey» nos informa de que la ermita de San Roque, que se encontraba al oriente de la localidad, próxima al despoblado de Valtierra, tuvo bajo sus muros una antigua talla de la V irgen de la Humanidad. Esta virgen era la que cobijaba la ermita de Valtierra hasta que un piadoso argandeño la rescató de los peligros de las tropas francesa en época de la guerra de la Independencia. «Este [Silvestre Ballesteros] condujo a la imagen el día de S. Matías 24 de febrero de 1809; era un hombre de 45 años, robusto lleno de salud y vida, sin padecimiento alguno conocido y sin embargo, dejó de existir por muerte natural aquella misma noche de la conducción...»68 .
Pasado el peligro la imagen se colocó en la capilla de San José y allí se mantuvo hasta que se cedió la imagen a la ermita de San Roque, cuando sólo los ancianos recordaban su procedencia. A fiales del XIX se realizó una restauración de la talla haciéndose evidente su antigüedad que había sido encubierta por la costumbre de la época de vestir vírgenes.
ERMITA DE LA PAZ, CASTILLO Y SEPLUCRO
La religiosidad del pueblo de Arganda tenía cobijo además en otras ermitas, algunas ya desaparecidas como la de San Sebastián o la ermita de la Paz. Esta última se levantaba al sur de la población y «el 23 de enero de cada un año era conducida la imagen a la parroquia en la que al siguiente día celebraba con pausada solemnidad la fieta de la Paz y por la tarde regresaba la imagen a su casa, amenizada la procesión con el tamboril y la gaita que era el armónium de aquellos tiempos, y las hermandades, clero y ayuntamiento la acompañaban66 . En 1834 se clausuró, y el edificio fue empleado para otras funciones, como la de guardar los tablones empleados para montar la plaza de toros los días de fieta. Finalmente en 1973 se derribó.
Seguía subsistiendo la ermita de Santa María del Castillo, la antigua ermita que había sido el origen del centro histórico de la población. Y aunque su protagonismo había sido sustituido por la iglesia parroquial que se había levantado en el siglo XVI, la reedifiación del templo en el siglo XVII, volvió a conferirle importancia. Se convirtió temporalmente en parroquia , de nuevo, y los propios vecinos se encargaron de subir las imágenes de culto. Por último citaremos otra ermita desaparecida, la del Santo Sepulcro. Estaba situada en el camino entre Arganda y Valtierra, una construcción ya citada en las Relaciones de Felipe II (1576) y que, tras la guerra de la independencia, en 1814 fue clausurada por la situación en que se encontraba.
LA VIDA COTIDIANA EN ARGANDA
Sus habitantes, en esta época, se levantaban al amanecer, entre las 4 o las 6 dependiendo de la estación del año y se acostaban con el ocaso hacia las 8 o las diez. Su vida y todas sus actividades estaban íntimamente relacionadas con los días naturales y también con las estaciones del año, así como con las inclemencias climatológicas. De ahí que mucho de los conocimientos tradicionales y del refranero tengan que ver con el tiempo y sus predicciones. Pues en la observación y en la oportuna previsión podía estar la diferencia entre una buena o mala cosecha.
Del mismo modo, a lo largo del año, se repartían las faenas agrícolas. Las labores de arada eran las principales y consistían en adecuar la tierra para la sementera (alzar, binar y terciar) y en abonarlas con el propio ganado que poseía la familia. Cavar, segar y, en el caso del trigo, desgranar eran faenas realizadas principalmente por asalariados y las actividades desarrolladas en huertos eran propias de agricultores con menor capacidad física69. Muchas de estas actividades precisaban de una intensa jornada de trabajo para recolectar y almacenar los productos en el momento adecuado antes de que las lluvias u otras circunstancias climatológicas dieran al traste con todo el trabajo desarrollado a lo largo del año.
El cultivo fundamental lo constituía el trigo y así dicen los informantes que declararon para las Relaciones de Felipe II que es «tierra de labor de pan y flaca, y lo que en ella más se coge es pan y vino, esto moderadamente.» El trigo debía llevarlo a moler a la ribera del Tajuña, ya que en la aldea no había molienda propia
En cuanto a lo que comentan sobre el vino, llama la atención que especifiuen lo moderado de su cultivo. Posiblemente fuera a partir de este momento que se produjera un aumento de la explotación de viñas, como ocurrió en otras zonas en detrimento del cultivo del cereal; hecho que se constata en escritos de la época como el de Juan de Arrieta. Sólo unos años más tarde a comienzos del siglo XVII el vino de Arganda no sólo era reconocido fuera de la comarca sino que surtía a Madrid «en no escasa medida» atendiendo a las licencias de venta consignadas en el Libro de Alcaldes de Casa y Corte70 . Podemos decir, por tanto, que en Arganda el cultivo de los viñedos, la vendimia y la fabricación de vino se convirtió pronto en una actividad importante y ocupó en estos siglos cada vez a mayor número de labradores.
En los meses que la actividad agraria requería menor atención como podían ser los meses de noviembre y diciembre llevaban a cabo labores artesanas o actividades complementarias como se cita en uno de los Repertorios o calendarios de faenas agrícolas más conocido Agricultura General de G. Alonso de Heredia:
«En estos meses de noviembre y diciembre, por ser trabajoso el campo para labrar, es bien procurar las obras dentro de casa, como hacer herramientas, adobar cubas, limpiar vasijas y bodegas. En el campo adobar vallados, limpiar acequias, cerrar portillos, estercolar donde es necesario, y si hay aparejo, ejercitar la caza, hacer rodrigones [tutores de las plantas]»71 .
Y en Arganda como nos comentan en las Relaciones de Felipe II sí había caza, al igual que pesca, lo que completaría la dieta alimenticia; aunque sólo la de los privilegiados ya que ambas actividades se arrendaban. De lo primero, perdices, liebres y conejos debían ser las especies que conseguían y de lo segundo, peces (sin especifiar) y anguilas. «Las pesquerías que hay en él, en la parte que goza este dicho lugar son doce judrías, donde en invierno se mata la dicha pesca, que es un edificio que se hace con madera y leña menuda a la orilla del río, y cuando crece el río suele llevarse las dichas judrías por ser como es tierra liviana y comérsela al río, y estos edificios los hacen las personas que tienen tierras de labor que asientan en el dicho río... y el valor de cada una de estas judrías será en cantidad de diez ducados más y menos según la parte en que está, lo que podrá rentar cada un año no lo saben por ser la pesca cosa de aventura»72 .
Los campesinos, en cambio, muy de tarde en tarde verían entrar algo de carne en sus ollas que fundamentalmente se compondrían de legumbres y hortalizas. Un almuerzo podía muy bien consistir, como no hace mucho tiempo atrás, de pan con cebolla, ajos, queso o cecina, regado, eso sí, con el nutritivo vino. La comida principal consistiría en esa olla que en el mejor de los casos tendría tocino, un buen síntoma de la marca de cristiano viejo, o cecina. Solo los hidalgos o villanos ricos tendrían acceso a la olla con carne de vaca o carnero como cuenta Cervantes en El Quijote y en algunos casos gallina. El cordero y las ovejas proporcionaban fundamentalmente lana y leche, ya que su carne no era bien considerada posiblemente porque su consumo era indicio de judaísmo.
En Arganda además había escasez de lanas como confiean en las Relaciones (1572), por lo que de las dos mil cabezas de ganado de cría posiblemente serían, en su mayoría, cerdos y vacas y otras dos mil cabezas de ganado, destinadas a la labor y al acarreo. En 1752 se contabilizan 100 ovejas, 50 corderos de cría y cien carneros —por lo que no debió mejorar la situación— que proveían de escasa leche, cuajada, queso y lana.
Otra fuente documental importante para conocer cómo se aprovechaban los bienes de propios, es decir, aquellos bienes comunales que estaban bajo la administración del Concejo, y de cuyos aprovechamientos se beneficaban los vecinos a través de los arrendamientos, es la carta de posesión de la villa. Se realizaba un acto protocolario que consistía en la visita de esos bienes de propios, tales como la carnicería, la taberna, etc., y así sabemos cuáles eran las obligaciones que debían cumplir para llevar a cabo el servicio a la comunidad: se controlan patrones, pesos y medidas o se especifian los productos que están obligados a vender.
Por ejemplo en el mesón: «visitó las camas, pesebres y caballerizas y medio celemín y cuartillo, y lo dio por visitado entretanto que el concejo de la dicha villa trae patrones e marco real de pesos y medidas»; en la tienda de pescado y aceite: «pareció en malas condiciones el aceite y le instó a que no venda más dello», además se le llama la atención al arrendatario porque no tiene provisiones de pescado cecial como era su obligación; en la taberna se dice que sólo se vende vino blanco en una medida de un cuartillo e de dos maravedíes y se le manda traer medidas; en la tienda de especiería y fruta verde y seca se vendían tocino, garbanzos, queso, higos y castañas, lo que da una idea del limitado menú del que podían disfrutar los argandeños; y en la carnicería se vigilan los garfios y esas.
Otros bienes de propios lo constituían los derechos de pesca y caza, el encabezamiento del aguardiente, cinco mesones, la explotación de uno de los 4 molinos aceiteros que existían en la localidad (los otros tres eran particulares, uno de ellos de la Compañía de Jesús) o la mitad de los beneficiosdel aprovechamiento de la barca. Esta última, que en un principio fue sólo de Arganda y después lo fue también de Madrid, llegó a emplearse hasta el siglo XIX y era motivo de constantes críticas ya que en algunos casos las abundantes y crecidas aguas del Jarama «han imposibilitado el paso hasta el extremo de no poder andar la barca por quince, veinte y más días, motivo de la ruina casi total de este pueblo, por la absoluta imposibilidad de su carrera, que es a Valencia, Alicante, Cartagena, Cuenca, Mancha, etc»73 .
La recaudación de estos arrendamientos se llevaba a cabo por medio de un vecino, nombrado para este fin, ue cada año debía hacer «cuenta y relación jurada a los señores de justicia y diputados de la Junta de propios de esta villa de los caudales que han producido los referidos efectos74» .
Como propiedades comunales muy valiosas estaban los prados y dehesas que aprovechaban todos los vecinos para su propio ganado de labor o para la recolección de madera o sarmientos. El beneficiode estas propiedades había sido desde siempre motivo de disputas entre las poblaciones vecinas lo que se ve refleado en la numerosa documentación existente sobre el tema en el Archivo de Arganda.
El dinero recaudado con los bienes de propios era rápidamente consumido cuando se tenía que hacer frente a los gastos de la localidad, como se hacía constar en las cuentas de propios: los arreglos de los edificioscomunes e institucionales, las reparaciones de las infraestructuras (caminos, fuentes, barca, para «componer las calles» o «quiebras del reloj»); el pago de salarios como maestro de primeras letras, médico, boticario, veterinario (albéitar), cirujano, alojero («para que venda la nieve cuando viene en el verano a vender sus bebidas»75), pregonero, matrona, etc.; los gastos causados en las festividades de la Iglesia (por las festividades votivas de San Ildefonso, San Antonio, San Gregorio y degollación


Privilegio a la villa de Arganda para no tener que alojar a militares y gente de guerra. Año 1618.
Privilegio a la villa de Arganda prohibiendo acrecentar o vender los oficios municipales. Año 1636.

Casa solariega de José Sancho Granado, obispo de Salamanca y rector de la Univesidad de Alcalá. Siglo XVIII. Calle San Juan. de San Juan Bautista), caridades (limosna del predicador de Cuaresma) ; o las partidas de gastos extraordinarios (coste del regalo hecho en Navidad al abogado y procurador que tiene en Madrid la Villa, coste del papel sellado, para el gobierno de las ordenanzas de las aguas de esta villa, Vilches y Valtierra76).
A los temas tratados, labores a las que dedicaban el día, dieta, abastecimientos, administración del dinero público, hay que sumar en este apartado las normas de orden público que regían en la villa. Estas se daban a conocer a través de los pregones de buen gobierno y nos muestran cuáles eran las costumbres de los argandeños de la época. La higiene pública era un tema preferente y por ello se prohibía arrojar inmundicias a la calle, así como animales muertos; se instaba a dejar calles y plazas despejadas sin que mulas o maderas impidieran el paso; del mismo modo no se permitía agramar cáñamo, es decir, majarlo para separar la fibra del tallo en las calles.
Las ordenanzas que se fijaban en relación a los abrevaderos, fuentes y lavaderos tenían que ver con la higiene («que ninguna persona lave en el pilar de las bestias ningún paño ni otra cosa»77), pero, también con la moralidad y la prevención de desórdenes y escándalos («que una moza de servicio saliendo fuera de su casa no se detenga en la calle a hablar con ningún mozo de que sea de mal ejemplo ni en la fuente ni fuera de ella, ni en los lavaderos; que ninguna persona sea osado de estar con armas o sin ellas en los lavaderos de esta villa»).
En este sentido se advertía a los ciudadanos de conductas reprobables como la de ir tapado o embozado con los rostros cubiertos; andar de noche en cuadrillas con armas o sin ellas; andar de noche tañendo vihuelas, guitarras u otros instrumentos; cantar por las calles o caminos cantares sucios y deshonestos; estar por las calles o en casa ajena mientras se decían los oficios;ir en procesión juntos mujeres y hombres; acoger en los mesones a rufianes o malas mujeres que ganen por sus personas; o jugar a naipes, bolos, dardos o pelota.
No sería fácil hacer cumplir estas normas para la buena gobernación y, en su mayoría, estas disposiciones nos dicen más de lo que se hacía que de lo que se dejaba de hacer.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN EL SIGLO XVIII
A partir del siglo XVII comienzan a establecerse en Arganda haciendas y casas de administración de diferentes órdenes religiosas de Madrid y de Alcalá de Henares, llegando a instalarse hasta doce de estas órdenes.
La más importante fue la de la Compañía de Jesús que poseía, en nombre del Colegio Imperial de Madrid, ficas rústicas en Arganda y en Torrejón de Ardoz, que le proporcionaban «gran cantidad de víveres indispensables, tales como trigo, cebada, vino, queso, leche, car-
bón, lana, tocino, huevos, aves, paja, sal, carne, algarrobas, etc., y además tejas y ladrillos»78 .
Las órdenes religiosas que establecieron en Arganda del Rey sus casas de administración o que tenían propiedades las resumimos en el siguiente cuadro79:
Compañía de Jesús Casa del Rey Carmelitas descalzos de Madrid Calle Leganitos Real Convento de Nuestra Señora de Atocha de Madrid En el Arrabal y en la calle del Barranquillo
Recoletos descalzos del convento de San Agustín y Nuestra Señora de Copacabana de Madrid Calle Real (Avda. del Ejército) cerca de la ermita de la Soledad
Carmelitas descalzos del Convento de San Hermenegildo de Madrid Calle Real
Congregación de San Felipe Neri del Hospital General de Madrid Terrenos plantados de viñedos
Clérigos menores de Portacoelli de Madrid
Calle que sube a Don Diego Convento de la Santísima Trinidad de Madrid Calle de la Paloma Trinitarios descalzos de Alcalá Calle de Carretas Colegio de San Basilio de Alcalá Calle de San Juan y en la calle de los Huertos Mercedarios calzados de Alcalá Calle de Don Diego, y otra casa en el Castillo Colegio de San Clemente Mártir Viñas en Vilches
El establecimiento de este nutrido número de órdenes religiosas produjo durante el siglo XVIII una variación importante en cuanto a la propiedad de la tierra y sus consecuencias económicas y sociales. Estos cambios se refl jan claramente en un documento realizado a mediados del siglo XVIII, frente a los datos que nos proporcionaban las Relaciones de Felipe II en 1576. Hablamos del Catastro de Ensenada, un documento de carácter hacendístico centrado principalmente en las actividades económicas que se desarrollaban en cada localidad, en la producción de la tierra, en los beneficiosde los bienes propios y comunales o en los gravámenes impositivos. Todo ello para plantear una contribución única que acabara con los diferentes impuestos, alcabalas, millones o cientos y con el fraude a Hacienda por parte de los cobradores y arrendadores.
Este documento nos proporciona así una información precisa sobre cómo era Arganda y a qué se dedicaban los argandeños en 1752.
La villa contaba por aquel entonces con 590 casas en las que vivían 597 cabezas de familia, unos 2000 habitantes. Estos se dedicaban preferentemente a la agricultura pero muchos de ellos habían pasado de ser labradores, propietarios de sus propias tierras, a ser jornaleros. Una de las razones era la compra de terrenos por parte de los religiosos que había convertido a los labradores en simples trabajadores pagados a jornal. Se contabilizan 400 jornaleros, de los cuales más de la mitad no poseía un pedazo de tierra propio. Otros tantos compaginaban su trabajo a jornal con las labores de sus pequeñas propiedades que no ocupaban más de 10 fanegas80 de tierra y en su mayoría ni cinco81 .
Además de la modifiación de la condición del campesinado otro dato que llama la atención es la mayor dedicación a la producción de vino.
A lo largo del siglo XVII y gran parte del XVIII el paisaje argandeño fue poblándose de cepas de vid y las casas comenzaron a guardar en sus entrañas bodegas de limitadas proporciones. A los corrales, los pajares y las cuadras de las casas se fueron añadiendo cuevas para instalar las tinajas de vino y lagares y cocederos para el proceso y elaboración del vino. Por supuesto estas dependencias se construyeron entre los propietarios más acomodados, pues muchos de los jornaleros apenas tenían una vivienda con sus cámaras, su cocina y su pajar.
Según los cálculos efectuados sobre la base de los diezmos, es decir, las rentas que percibía la Iglesia de la producción agrícola anual, el vino suponía un 63% de la producción agrícola a mediados del siglo XVIII82 .
Esta cifra era la que se contabilizaba entre los vecinos de Arganda que tributaban, es decir, que no está incluida la producción de los jesuitas que suponía una quinta parte del total.
El resto de la producción lo constituían los cultivos de regadío para hortalizas, frutales y alcacer (cebada verde o forraje) y los cultivos de secano de trigo y cebada en las tierras de calidad y centeno o avena en las que no lo eran.
Valtierra, como señorío del marqués de San Esteban y Legarda, vizconde de Ambite, es tratada aparte de esta relación. Siendo despoblado, sus tierras son consideradas de muy buena calidad y la dedican a cultivos de regadío y secano, además de para pastos. El único caserío era el del administrador religioso de la casa de Nuestra Señora de Montserrate. El molino aceitero y la jabonería se encontraban por este tiempo ya en desuso.

La música estaba presente en todas las manifestaciones festivas y religiosas. Azulejo. Siglo XVII.
El despoblado de Vilches pertenecía al Arzobispado de Toledo y en ella solo «hay plantío de viñas, y el soto por naturaleza, se halla plantado de taray, sauce, sarga y algunos chopos y álamos blancos». En él viven dos administradores con sus familias en «dos casas propias, la una del mayorazgo que fundó don Francisco de Nevares de Santoyo, la que habita su administrador, y la otra don Juan Joseph de Soto Mayor, vecino de Madrid, que también la habita su administrador.
Como ya hemos visto anteriormente la sociedad argandeña se componía de un pequeño número de propietarios que en muchos casos no vivían en la localidad y de labradores y jornaleros dedicados a la agricultura en su mayoría. Estos últimos cobraban cuatro reales diarios cuando trabajaban; «por cada caballería mayor cuatro reales y por la menor dos; y los expresados jornaleros de caballería mayor o menor faltándoles que hacer en la labranza se ejercitan en el trajino de cebolla, melones, carbón y ladrillo». Pero había en la localidad otros vecinos dedicados a las «artes mecánicas», maestros, oficales y ayudantes que cobraban también su trabajo a jornal diario y que, en algunos casos no se dedicaban a ello en exclusividad, sino que lo compartían con otras actividades, especialmente agrícolas:
Oficios y profesiones en Arganda del Rey (1752)
Maestros carreteros 6 Esterero de esparto 1 Maestros sastres 7 Maestros de obra prima 6 Maestros boteros 2 Carpinteros 2 Maestros herreros 3 Espartero 1 Cestero 1 Guarnicionero 1 Maestros de albañilería 3 Maestros zapateros de viejo 5 Maestros tejedores de lienzos 4 Maestros herradores albéitares 3 Esquiladores de ganado mular 3
En el sector servicios los oficioseran muy variados:
Maestros de primeras letras Preceptor de gramática Notario apostólico Sacristanes Médico Cirujanos Boticarios Mancebos sangradores Comadre Escribanos Pregonero Hospitalero Alguacil alcaide de la cárcel Porteros de justicia Cuadrilleros Guardas de los sotos Administrador de sisas Fiel de hechos Maestro de postas Procurador síndico general Administrador de la real renta del tabaco Arrendadores de impuestos Administrador de carnes y fiel de romana Arrendador del aguardiente Administrador de la barca Mozos para la barca Ventero Mesoneros Cazadores Pescadores Carniceros Panaderos Mozo de la tienda de pescado y tocino Tendero de la fruta y mercería Menudera del rastro o matadero
2 1 1 2 1 3 2 3 1 2 1 1 1 3 2 2 1 1 1 1 1 Varios 1 1 1 2 1 5 5 4 2 2 1 1 1
LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN ARGANDA
Como ya hemos visto el más importante propietario de tierras y posesiones era la compañía de Jesús, que se introdujo a comienzos del siglo XVII con la compra de algunos terrenos que a lo largo del tiempo, hasta su expulsión en 1767 llegaron a reunir bajo su dominio un signifiativo espacio del agro argandeño.
Además de la expansión de su hacienda y del aumento de sus propiedades es importante señalar que su interés estaba centrado en la producción de vino por lo que la producción agrícola a partir de la segunda mitad del siglo XVII varió, decantándose por el cultivo de la vid. Su producción se estima llegó a las 10.000 arrobas de vino (cada arroba se corresponde a 11,5 litros) en un año, que era almacenada en la Casa del Rey en una amplia bodega que contaba, según el párroco Irigoyen, con 272 tinajas y 14 cubas de vino.
Además de vino, la Compañía de Jesús contaba con una verdadera granja de donde satisfacer otras necesidades. Eran propietarios de setecientas setenta ovejas y cuatrocientos carneros, «los que se apacentan de invierno en el soto de La Poveda» y en terrenos de Vaciamadrid, y además poseía un colmenar de doscientos cuarenta vasos o colmenas útiles que les proporcionaban cera, miel y agua miel.
La producción, el acarreo (el pontazgo) y la comercialización de sus productos estaba exento del pago de los impuestos que estas actividades generaban, especialmente la rica producción vitivinícola, lo que producía gran malestar entre los vecinos de Arganda y los responsables de la recaudación fiscal, que sufrían un importante menoscabo en sus ingresos.
Las quejas suscitadas por esta situación tienen una clara respuesta en la Cédula Real fimada por Carlos III en 1764 (tres años antes de que se hiciera efectiva la expulsión de la orden) y que tiene como objetivo la expulsión de los jesuitas en la villa de Arganda. Por su relevancia transcribimos a continuación casi íntegramente su contenido lo que nos dará cuenta de la situación que se vivía en la villa respecto a los privilegios de la Compañía.
En ella se recoge las anteriores leyes dictadas tanto por Fernando VI (en 1750) como por el propio Carlos III para la prohibición de dar licencia «para nuevas fundaciones de monasterios, así de hombres, como de mujeres, aunque fuese con título de hospederías, misiones, residencias, pedir limosnas, administrar haciendas, u otra cualquier cosa, causa, o de esta saludable Condición, encaminado al beneficio público», además de la retirada de licencias que algunos religiosos tenían de sus superiores, para vivir fuera de clausura, sin otro título, que el de la administración de sus haciendas.
La observancia de esta orden real se incumplía en Arganda, lugar en que se necesita más que en ninguna otra, se dice, «por ser perjudicialísima la residencia del crecido número de religiosos, que había en ella de diferentes comunidades religiosas de esta Corte, y fuera de ello: todos sin otro objeto, que el de cuidar del cultivo de sus viñas, y sacar el vino que cogían en ellas, para venderlo en sus tabernas, con perjuicio de los derechos, a que en este caso eran obligados, y a cuya paga se excusaban, prevalidos de sus exenciones, que extendían a las cosas donde vivían sus dependientes; pidiendo, que para su remedio se diesen las órdenes correspondientes, a fin de ue, en cumplimiento de las anteriores, no se permitiese vivir, ni residir en dicha villa a ninguno de los religiosos de las expresadas Órdenes, u otras, y los que había en ella, así Sacerdotes, como legos, los recogiesen sus superiores a la clausura propia, previniendo, que jamás pudiesen permanecer otros religiosos, que los que por algunas temporadas iban a ella de los Capuchinos de Alcalá, y Observantes de los Conventos de San Diego, y el Ángel, con el fin de ecoger limosnas, y confesar, como suficietes para cuidar el pasto espiritual en las temporadas que concurrían, sin establecimiento formado».

Antigua casa de administración de la Compañía de Jesús (siglo XVII) y de la orden religiosa de Nuestra Señora de Atocha (siglo XVIII). Calle Barranquillo.
Atendida la queja y realizado el informe se mantiene que la residencia de estas comunidades de religiosos era la causa de «la total decadencia de la referida Villa de Arganda en su labranza, y que la mayor parte de su vecindario se halla reducido a ser jornaleros de estas Comunidades, habiendo extendido estas de siglo y medio a esta parte sus adquisiciones [...], que es impropio de la disciplina monástica la separación de estos religiosos de su clausura con el fin de adminstración de haciendas, consistiendo el nervio de aquello en que los regulares permanezcan dentro de la clausura dedicados a la vida contemplativa, y apartados de los negocios temporales, que renunciaron al tiempo de profesar las estrechas leyes del claustro, y perjuicio intolerable de mis vasallos en quienes recae el peso de las contribuciones».
Considerando todo ello resuelve el rey que en el «término de dos meses salgan los regulares de las comunidades, que están de continua residencia con casa poblada en la villa de Arganda, para administrar su respectiva hacienda, cuyo término les concedo para arreglar sus cuentas, y encomendarlos a seglares; y que en adelante no se les permita su establecimiento, ni a otros cualesquiera regulares, cuidando la Justicia de la propia villa de dar cuenta a mi Consejo de la menor contravención.»
Firmada por el Rey en San Ildefonso a once de septiembre de mil setecientos sesenta y cuatro, supondrá el fin de a Compañía de Jesús y de su hegemonía en cuanto a la propiedad de la tierra en Arganda, que pasará a manos de seglares, dando lugar la venta de sus propiedades a una nueva oligarquía de grandes terratenientes.
LA RELIGIÓN Y LAS FIESTAS
Esta sociedad estaba marcada por una profunda religiosidad que tenía un claro signo católico contrarreformista. Las fietas dedicadas a santos patronos y a Vírgenes con advocaciones locales reunían a todos sus habitantes en acto de piedad y de devoción pero, sobre todo, permitían a los campesinos tomarse un descanso en su quehacer diario. En el Concilio de Trento se propuso que el año juliano se reformara «para conseguir que la celebración de las cuatro pascuas se ajustara al año solar. La llamada reforma gregoriana del calendario, en honor de su promotor el pontífic Gregorio XIII, fue reconocida por Felipe II en 1582»83 .
Estas fietas repartidas a lo largo del año, casi siempre en fechas que marcaban el cambio de actividades, tenían como protagonistas a santos locales cuya devoción surgía en momentos de crisis y que permanecían instalados en el calendario festivo a través de generaciones que buscaban su protección. El cuidado y la persistencia de estos actos devocionales se debían al patronazgo o al cuidado de hermandades y cofradías que se ocupaban de mantener el culto.
En 1576 los argandeños declaran en las Relaciones de Felipe II «tener costumbre inmemorial este dicho lugar de guardar cuatro fietas votadas entre año, que son San Ildefonso y San Sebastián y San Antonio de Padua y San Gregorio Nacianceno, cuyas fietas se votaron por los vecinos de este lugar, según los antepasados manifestaron la fieta de San Ildefonso por ser patrón de este arzobispado, San Sebastián por la pestilencia, San Antonio por la langosta, San Gregorio por el gusano que suele caer en las viñas. En las tres fiestas de San Ildefonso y San Antonio y San Gregorio se da caridad de pan, vino y queso a todo el pueblo y a los que se hallan en él en estas fietas».
Al igual que otras celebraciones públicas, como la toma de posesión de la villa, etc. se acordaba en el concejo. Se organizaban rogativas, actos litúrgicos de otro tipo y, a menudo, se acompañaban de alguna distracción lúdica como la de «correr toros». Esta diversión no podía faltar en una localidad en la que se preciaban de contar con unos espectaculares toros apreciados en muchos otros rincones de la Península, tal como se cuenta en las Relaciones de Felipe II: «en esta ribera se crían los más bravos toros que se crían en el reino según fama, y a esta causa se han llevado y llevan a muchas partes y al reino de Aragón, y por su ferocidad suelen decir cuando una cosa de suyo es brava es como un toro jarameño.»
En cuanto a los cultos y prácticas más privadas, la religiosidad popular se nutría de creencias y ritos que acompañaban a los hombres toda su vida. Amuletos confeccionados con piedras de colores o curiosidades de la naturaleza eran empleados como protectores de la salud, salvaguarda de la mala fortuna o atrayentes de buenos presagios. A estas «joyas» que protegían del mal de ojo o de las enfermedades había que unir la fe en las reliquias de santos84 .
A este mundo de supersticiones y de hechos sobrenaturales no escapaba nadie y hasta los reyes se hacían traer reliquias de santos, que a veces formaban parte de los regalos que los papas hacían en los nacimientos o desposorios. Por eso es comprensible que cada Iglesia tuviera entre sus mayores tesoros esas reliquias de santos que darían protección a todos los files, en su mayoría donados por hombres y mujeres piadosos, que serían honrados por ello por todo el pueblo como ocurría en Arganda: «en la parroquia de este lugar diez y ocho reliquias de santos y un Agnus Dei, entre las cuales se pudieron leer un hueso de Santa Constancia y otro de Santa Perpetua y un hueso de Santa Dorotea y otro de San Bartolomé y otro de San Constantino y hueso de San Antonio, las de las demás por estar en letra francesa no se entendieron, trajo estas reliquias Bartolomé de la Higuera, natural de este lugar, con testimonio escrito en lengua latina, y por razón de ello se dice por el susodicho una misa cantada con diácono y subdiácono el día de la degollación de San Juan Bautista».