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Las conductas actuales / Sergio Gómez Montero págs. 6 y

dora) con las pantallas animadas de muy diversas maneras, hemos sabido –cada vez más-- que ellas, las pantallas, cuando son parte del trabajo diario, requieren de un entrenamiento y familiarización intensos y crecientes, ya que todo aquello vinculado con la IA (como hoy casi todas las pantallas, cuyo manejo tecnológico se sustenta precisamente, en gran medida, en inteligencia artificial) está sometido a cambios acelerados y no se puede quedar al margen de ellos si se quiere mantener la familiaridad y cercanía con esto (todo lo que se basa, mayormente, en inteligencia artificial). Pero, ¿qué sucede cuándo la pantalla se convierte –como hoy sucede en gran medida– en escape hacia mundos ficticios cargados de violencia y sucesos imposibles de concretarse, como son los de casi todos los videojuegos que son, en gran medida, en lo que hoy se ocupan las pantallas? Esa comunión intensa, actual, con una pantalla convertida, gran parte del tiempo, en caja idiota, está generando conflictos de naturaleza múltiple y diversa entre los humanos (particularmente entre los más jóvenes), los cuales apenas se comienzan a vislumbrar y que van desde el suicidio, la depresión y las enfermedades mentales, hasta aquellos de carácter físico como es la obesidad, las lumbalgias y el encorvamiento acelerado (no llegamos aún, es cierto, a cambios físicos más radicales: crecimiento de la masa encefálica y decrecimiento, en particular, de nuestras extremidades inferiores).

Ese regreso, forzado, a la casa se ha vuelto un reclutamiento que, hasta hoy, en lugar de rendir frutos positivos, ha sacado a luz, por el contrario, un conjunto de debilidades humanas de muy diversa naturaleza, por el hecho de falta de entrenamiento del humano contemporáneo para “vivir en casa” por temporadas largas, como si ése fuera un páramo hostil y ajeno a nuestra naturaleza. ¿Podrá el humano, de nuevo, volver a conquistar la casa como un territorio en el cual, con el silencio presidiendo gran parte de la vida diaria, el hombre pueda ser cada vez más hombre (y claro, mujer)? Recomiendo, al respecto, ver la muy buena película La cascada (dirigida por el taiwanés Chung Mong-hong) que nos ilustra cómo, a partir de la psicosis de una de las protagonistas, el mundo pareciera derrumbarse.

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Nuestros nuevos dolores ¿Cuándo fue que las sociedades contemporáneas nos comenzaron a doler de una manera tan significativa? ¿A doler dadas su perdición y de que su capacidad de cambio y superación se tornaron imposibles? Los imperios (Grecia y Roma) por eso se derrumbaron (la Roma de Fellini). En la Edad

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Media, según Dante, también se dan procesos de descomposición que conducen a la destrucción social, casi apocalíptica. Ya, en pleno capitalismo, Enzensberger nos ilustra, en uno de sus ensayos clásicos, cómo Chicago y Alphonse Capone (en la época de la prohibición en Estados Unidos) inauguran la etapa en la cual el alcohol se convierte en el paradigma del vivir ficticio que luego, con las drogas, alcanza hoy plenitud, de manera paralela a la destrucción social irreparable que en la actualidad, con la enfermedad universal (epidemia) que nos aqueja, se hace presente cada vez más y que, como siempre sucede en el capitalismo, a quienes golpea con más rigor es a los pobres (leer La fábrica de la infelicidad de Franco Berardi, Bifo, que mucho nos ilustra sobre ello). Ilustra, también, ver películas actuales como Doctor de noche (de Elie Wajeman), Divines (de Houda Benyamina) o Gatao (de Joe Li, Yen Cheng-kuo y Ray Jiang) para vislumbrar la decadencia que encierran las drogas, tanto su consumo como su tráfico.

“El manejo del silencio ha generado cambios en nuestro comportamiento diario que, quizá, no hemos detectado en toda su magnitud, porque el manejo de ese silencio genera, precisamente, silencio”

Es decir, hoy, la dupla pandemia-drogas (adicciones) anuncia, se espera, un fin doloroso para un capitalismo que, socialmente (en lo ideológico, económico y político), parece estar dando sus últimas patadas de ahogado y en su desesperación poco le importa generar conductas basadas en las enfermedades mentales (la depresión imperando de una manera angustiosa) y en las conductas delictivas cada vez más cotidianas e infamantes (el feminicidio encabezando hoy la lista de delitos). ¿Por qué esa manifestación tan oprimente de tales conductas? El peso del encierro, al cual no estábamos para nada acostumbrados ha generado el que las conductas en casa se disparen masivamente hacia la depresión por un lado, el consumo de drogas y alcohol o hacia la agresión (en contra de quienes físicamente son más débiles: las féminas y los y las menores), en aquellos ámbitos, el hogar, en donde la vida de los muchos se desarrolla. Aunque la violencia, en ámbitos más abiertos (sociales) también está presente en la medida en que el consumo y por ende el tráfico de drogas se han disparado (crece, al infinito casi, el número de sicarios que entonan el himno de la muerte). De tal forma que hoy, enfermedad y conductas enfermizas se han tornado una dupla maligna que cada vez golpea con más fuerza a todos los estratos sociales, sin hacer distingos de ninguna naturaleza y configurando así un panorama social del cual nadie sabe si podrá salir relativamente indemne. Frente a esa realidad, las preguntas que rondan en el ambiente es cómo pertrecharse uno para hacer frente a ese derrumbe, ¿qué vacuna aplicarse para inmunizarse frente a la debacle? Otra vez aquí, como referencia, vale la pena ver la película La cascada.

No es pues gratuito que hoy el pensamiento a profundidad sobre la realidad se encuentre tan teñido de pesimismo, pues las épocas de vino y rosas de principios del siglo XX, en un París fluyendo incontenible, que sufrió un parón si no en seco, sí sensible con la guerra, la epidemia de la gripa española y la recesión, lo que hoy sucede es un escenario gris, que hasta hoy no muestra aún cuál sería la salida posible, por lo que habría que acudir a la experiencia y a la sabiduría para comenzar a vislumbrar y construir un panorama menos gris que el actual. ¿La inteligencia artificial puede ser una opción de ayuda en esa tarea? ¿Cómo pensar y construir al futuro?

gomeboka@yahoo.com.mx

*Sólo estructurador de historias cotidianas Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

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TIEMPO DEASESINOS

POR RAEL SALVADOR*

Si la obscenidad de la guerra resulta permisible, ¿cómo podemos sostener una postura ética ante la pedofilia, la violación, el feminicidio y otras muchas taras que categorizan al hombre en la deshumanización y no permiten desarticularlo de la barbarie en la escala de lo que es consciente y sabe lo que hace?

Con fuego en la roca la vida lo dejó escrito Ayn Rand, la especie humana sólo tiene dos capacidades ilimitadas: “sufrir y mentir”.

Mas siendo un enamorado del triunfo y no del fracaso —como lo quería Ernst Blonch—, un escritor debe estar destinado a ser una enciclopedia de utopías: custodiar en el sufrimiento la esperanza latente y —así sonara falso o resultara ineficaz— no guardarse el deseo de “poder impedir la guerra”.

En su libro La conciencia de las palabras, Elias Canetti (1905-1994) recordaba un conmovedor episodio de su vida: «Por casualidad encontré hace poco la siguiente nota suelta de un autor anónimo, cuyo nombre no puedo citar por el simple hecho que nadie lo conoce. Lleva la fecha 23 de agosto de 1939, es decir, una semana antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, y su texto es como sigue: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra”»

Leemos: “...si en verdad fuera escritor”. Y, a través de esa delgadísima tela que psicológicamente llamamos tiempo, de esos pocos grados de eternidad que nos separan de hecho y su lectura, ¿respiramos la angustia de quien hizo la anotación? ¿Sentimos el palpitar del corazón en la mano de quien lo transcribió? ¿Agonizamos de dolor metafísico por no poder hacer nada ante las supurantes guerras que ahora nos cobijan?

La guerra, instinto bárbaro —rebosante de absurdos que, para la “lógica” de la incoherencia militar, se revelan hasta cierto grado “heroicos”— no es el resultado de la cultura del hombre. Si la cultura —en su entramado de estado y nación; es decir, de espacio y abstracción— se traduce en convivencia pacífica es porque atiende el avance de lo humano ante la deflagración bélica: la procuración de injusticia y el crimen automatizado quedan atrás, entonces la paz se instala como trofeo de guerra.

Los elementos de disuasión son históricos: demasiadas guerras, útiles sólo para sacar lecciones de ellas. Estrategias de golpe y dolor que, sin ir más lejos, desde Hiroshima y Nagasaki, Vietnam e Irak, navegan hacia el presente teñidas de muerte masiva y tumoración nuclear. Tiempo de asesinos, pavoroso. Al parecer, a la guerra del comercio —con sus cifras inconcebibles, traducidas en hordas de desplazados y desclasados por todo el planeta— ahora le sigue la “guerra caliente”, la que dejó de ser “fría” en los años 90 del siglo pasado, con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), dando pasa a la imperante hegemonía desastrosa de los Estados Unidos. Entre el humo de los “bombardeos inteligentes” todo se desdibuja… pero no los motivos constitutivos del los orígenes de los conflic-

«Entre el humo tos bélicos: colonialismo, invasiones, de los “bombar- depredación, anexiones, despojos, deos inteligentes” pillajes, conejillos de indias, etc. Totodo se desdibu- dos crímenes contra la humanidad, ja… pero no los que todavía no han sido debidamente motivos cons- “controlados” en el laboratorio de “élititutivos del los te” —me cuesta decir “democrática”— orígenes de los que los manipula, promociona, pone conflictos béli- en venta o los lleva a la práctica. cos: colonialismo, Las furtivas depresiones económiinvasiones, de- cas —consecuencia de ciertas plagas predación, ane- emocionales, emanadas de los camixiones, despojos, nos neurológicamente rotos, ansias pillajes, conejillos vulneradas y vergonzosas— arrastran de indias…» a las crisis internacionales, que modifican la estructura endeble y la regularidad incierta del mundo en el que habitamos. Entresacada con cautela de los funerales del ayer, “Nada permanece sepultado para siempre” parece ser hoy la frase idónea para los “enterradores” de Marx. Me gustaría oír a Svetlana Aleksiévich, sobre todo en estos momentos cruentos que no dejo de escuchar las palabras asertivas y trágicas de Anna Politkóskaya, la corresponsal de guerra (asesinada en el régimen de Putin en 2006). ¿Por qué desestabiliza a Occidente la felonía de Putin, ese faisán de oro seducido por los demonios? Se necesita ser intencionalmente cruel o inconscientemente idiota —y el hombre lo es por partes iguales (lo anterior, como para tener miedo de nosotros mismos)— y sembrar en el escenario de la recién “concluida” pandemia el estallido mediático

Ilustración: Milo Manara

de una guerra polarizante (contrapuesta en intereses). La agudeza en juego del gato y el ratón en dimensión radioactiva. ¿Se quiere poner a prueba la capacidad de trascendencia de la especie? ¿Qué diablos encubre estos tambores de guerra? Como en cualquier conflicto, las razones específicas de la desavenencia “militar” pueden atenderse y paliarse por vías diplomáticas: en el origen de cualquier conflicto también se encuentra la solución (aquí valdría observar la historia del suelo ruso y sus antiguos bastiones, como su inolvidable y nostálgico Kiev en Ucrania). Si los argumentos lógicos se agotan en las posturas opuestas, están las leyes matemáticas —Balcanes estadísticos, por no nombrar el Holocausto—, que contabilizan gafas, zapatos, huesos varios, montañas de pelos, cadáveres, daños irreversibles, violaciones, entrañas repartidas, inclemencias, desgracias —monstruosamente referidas— en sus no tan hipotéticas degradaciones. ¿En su función pronostica, qué se prevé de la acción de guerra en el futuro inmediato? La guerra recién iniciada, como es lógico, ya se enumeran víctimas, por no hablar aún de los daños infringidos a la sociedad civil, en estos momentos

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