
5 minute read
Falsa confesión de un pepenador de palabrería / Daniel Salinas Basave págs. 18 y
palabras brotan sosas, burocráticas, vacías e insuficientes. En mi inventario sólo tengo eso: palabras-ladrillo, palabras-lego que no me sirven de nada.
VII.- Al final queda por herencia un dilema o acaso sea una fatal certidumbre: el que escribe es otro. Hacer o deshacer no depende mí. Alguien más —deidad o demonio— decide cuándo desparramar palabras y cuándo cerrar la llave.
Advertisement
VIII.- La conclusión acaba por ser aterradora: no hay escritura sin quebranto. No se trata solamente de acomodar palabritas como quien coloca un lego arriba de otro. Nombrar demonios punza y hiere. No se puede ir por la vida desdoblando mundos y pretender que no pasará nada. Escribir tiene —o puede tener— su dosis de hedonismo, pero en cualquier caso es más grande —o por lo menos más probable— el dolor.
IX.- Todo desparramador de palabrería, aún el más torpe e ingenuo, el más pretencioso e imbécil, conoce algún día, aunque sea un destello, una pizquita del éxtasis —creo que algo así dijo alguna vez Roberto Bolaño, aunque tampoco estoy tan seguro—. Por jodido que sea el resultado, el albañil de las palabras tendrá en algún momento la sensación de estarse elevando a alguna cumbre desconocida, la intuición de un desdoblamiento interior, del inminente encuentro con una otredad que saldrá al paso. Puede ser un mentiroso resplandor, pero irrumpe (juro que irrumpe) aunque suele desvanecerse y evaporarse rápido. Al final queda el flagelo y la impotencia, pero acaso ese espejismo sea tan fuerte para justificarlo todo. ¿Por qué somos tantos los que nos arrimamos al desbarrancadero? ¿Cómo es posible que la catástrofe sea tan adictiva?
X.- No se escribe impunemente. No puede invocarse un embrujo sin consecuencias. No es como jugar una cascarita futbolera o echar una corrida nocturna. Ni siquiera es tan sencillo como una cogidita querendona.
XI.- ¿De quién depende la escritura? ¿Cuál es la pagana y teporocha deidad que se tomará el trabajo de dictarme las palabras que habrán de construir el desvarío del futuro inmediato? Me he cansado de decirle a los jóvenes que la
19
escritura es carpintería, labor de obrero, talacha de albañil en donde sólo vale el esfuerzo y la disciplina. La inspiración, el alucine y la locura son asunto de huevones y desobligados. La escritura es pura esencia apolínea con una pizquita miserable de locura dionisiaca. Eso les dije muy seguro de mí mismo, pero les mentí. Fue una vil patraña aunque juro que en la superficie y en el fondo deseaba creerla. Presumí tener el control total en mis manos y los demonios me cobraron muy alta la factura. “Tú no escribes ni putas madres. Somos nosotros los que te dictamos. Nosotros incubamos el chip del delirio, el embrujo de tu locura. Sin ella no hay literatura posible. Puedes beber tanto licor como quieras y ahogarte en inciertos whiskys granjeros. Da lo mismo. Por herencia te quedará la gastritis y la blanca estepa de tu mente seca”. Si los diablos no te tocan nada podrá brotar. Con ellos todo, sin ellos nada.
XII.- He vivido y gozado la escritura lúdica y relajante, y he sufrido con textos rejegos que se resisten a brotar. Me he divertido mucho hasta el grado de reírme solo mientras escribo, pero también he sufrido ataques de rabia y ansiedad ante una historia atascada en baches. Leer es un acto totalmente hedonista, pero escribir es un acto híbrido y bipolar que puede producir una catarsis y una emoción muy grande, pero también puede llegar a torturar. La escritura o la fluidez escritural se pa-
“Nombrar demo- recen mucho al deseo nios punza y hiere. No sexual. se puede ir por la vida XIII.- El cuerpo desdoblando mundos y el párrafo perfecy pretender que no pa- to son tedio y vacío sará nada” cuando el deseo está muerto. Cuando la lumbre se ha apagado sólo queda frente a mí el desierto de la mañana, el sinsentido que todo lo infesta. La soberana inutilidad de toda arquitectura prosística; la estupidez yaciente, mi afán de contar historias; las palabras como gusanos sobre una bolsa de basura. ¿Dejar de escribir porque no se tiene nada que decir? Lo peor de todo es que las alcahuetas ideas cumplen con revolotear y engañarme jurándome que hay luz al fondo del pozo vacío. XIV.- Alguna vez he comparado la escritura con el ritmo cardiaco en una rutina constante de ejercicios. Cuando llevas cierto tiempo acudiendo diariamente a un gimnasio, llega un momento en que la elíptica o la caminadora no cansan. Los latidos del corazón y la irrigación de la sangre van en plena sintonía con el movimiento de piernas y brazos. El agotamiento no existe. Simplemente corres, sudas y fluyes. A veces quiero creerlo, de verdad quisiera creerlo, pero tampoco es cierto. Cuando digo estas cosas se enojan los demonios y cobran la factura. Por más disciplinado que seas, los necesitas.
XV.- Soy un escritor diurno. Los amaneceres son lo mío. Me gusta escribir impregnado aún por la duermevela, con la arena de la mente mojada por la marea alta de lo onírico. Me gusta moler el café cuando aún está oscuro. Escribo con café en la mañana y leo con whisky en la noche. Cuando no estoy frente a la computadora suelo llevar un cuaderno conmigo para escribir palabras e ideas que voy cazando al vuelo y que después pueden volverse hilos narrativos de los cuales tirar. Intento, en lo posible, trabajar con carta de navegación, aunque siempre tengo uno o dos archivos donde derramo ideas y locuras al vuelo, los archivos dionisiacos destinados a no publicarse, donde arrojo el libre flujo, los mismos que no se mezclan con los archivos apolíneos donde suelo trabajar en dos proyectos a la vez, en los cuales intento usar la brújula y tener una idea de hacia dónde voy.
XVI.- La semana pasada fui por primera vez en mi vida a hablar de escritura creativa con niños de segundo de primaria, compañeros de mi hijo Iker. Fue algo totalmente diferente que me hizo preguntarme los porqués primarios y fundamentales de este camino de vida. Les dije que desde muy pequeño he tenido a la mano dos juguetes de los que a la fecha no me he podido desprender: la imaginación y las palabras. Creo que de todo lo aquí escrito, esas últimas palabras son las únicas que son radical e incuestionablemente ciertas.
danibasave@hotmail.com *Escritor y periodista. Reside en Tijuana desde 1999. Autor de Juglares del bardo, El lobo en su hora, Bajo la luz de una estrella muerta