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Cuando el “Boom” entró a un
Nevaba aquella mañana en la turbulenta Praga del 68 cuando tres friolentos latinoamericanos —un colombiano, un argentino y un mexicano— bajaron del tren. En la estación los aguardaba un colega checo, que estaba en proceso de convertirse en un apestado para el régimen comunista. Los tanques soviéticos tenían ocupada Checoslovaquia, pero la Unión de Escritores se mantenía rebelde e indómita. Fue uno de sus integrantes más inquietos, un tal Milan Kundera, de 39 años de edad, quien tuvo la idea de invitar al trío latinoamericano a su país.
Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes pasaron una semana inolvidable en Praga en un momento único e irrepetible de la historia del mundo y de sus vidas. Gabo había publicado Cien años de soledad un año antes, en 1967, al mismo tiempo que Kundera daba a luz a La broma Sus vidas no volverían a ser las mismas después de esos libros. Carlos Fuentes acababa de publicar Cambio de piel mientras Cortázar cumplía cinco años de poner al mundo a jugar Rayuela (1963) y acababa de publicar 62 Modelo para armar (1968). Milan, Gabo y Carlos eran casi de la misma edad. Julio, el abuelo del cuarteto, les llevaba década y media. En cualquier caso, esos tardíos sesenta marcaron el punto de inflexión en sus vidas y en la historia de la literatura contemporánea.
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Kundera, siempre enamorado de Cervantes, se volvió un gran lector del “Boom latinoamericano” al que nunca dejó de tributar en sus ensayos. Junto a sus “tótems” sagrados Rabelais, Cervantes, Kafka— Milan siempre le encendió una vela a la literatura latinoamericana.
nuevo régimen pro soviético en Checoslovaquia.
“Leí esa novela en una sola jornada, y de inmediato le escribí un posfacio, que recibí impreso en las siguientes pruebas, pero que nunca fue publicado. Qué azar maravilloso: el posfacio de Cien años de soledad fue mi primer texto prohibido (a causa de mi nombre) por los nuevos amos del país. Esa prohibición dio inicio a la segunda mitad de mi vida, que es la de un escritor proscrito en su propio país”, escribe Kundera.
“Cuando Kundera tuvo que salir corriendo de Checoslovaquia en 1975, una de las pocas pertenencias que se llevó consigo fue la edición de Cien años de soledad”
De hecho, escribió un posfacio para la primera edición checa de la novela de García Másquez que paradójicamente se transformaría en su primer texto censurado por el
Cuando tuvo que salir corriendo de Checoslovaquia en 1975, una de las pocas pertenencias que se llevó consigo fue la edición de Cien años de soledad que Gabo le regaló en aquella ocasión.
Poco después, Carlos Fuentes prologaría la primera edición en español de La vida está en otra parte (1969) editada por Seix Barral en Barcelona. Kundera abordaría la literatura latinoamericana a profundidad en ensayos como Los testamentos traicionados (1992), El telón (2005) y Un encuentro (2009). Ahí hace patente su devoción por Cien años de soledad, pero también por Terra Nostra (1975) de Fuentes e incluye también un análisis de El reino de este mundo (1949) y Los pasos perdidos (1953) de Alejo Carpentier, su alter ego musicólogo en Cuba. Después de todo, Kundera y Carpentier son tal vez los dos narradores del siglo XX cuyo proceso creativo se acerca más a la composición musical y cuya estructura narrativa tiene forma de partitura. Kundera también dedica comen- tarios a la obra de Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, aunque no de manera tan profunda. danibasave@hotmail.com
La amistad entre Kundera y Fuentes se mantuvo a lo largo de los años. En una de las últimas fotos que le tomaron a Milan Kundera en vida (ignoro si sea la última), se le ve caminando por París del brazo de Silvia Lemus, la viuda de Fuentes.

De ese cuarteto que compartió más de un tarro de deliciosa cerveza checa, que entró a un sauna para bañarse a orillas del Río Moldava e intercambió libros frente a la torre del viejo Reloj Astronómico. El primero en morir fue Cortázar, en 1984, y el último fue Kundera, que murió el pasado 11 de julio de 2023.
Ahora que lo pienso, a ese cuarteto lo leí obsesivamente a principios y mediados de los años 90 del siglo XX. En el umbral de mis primeros veinte, Gabo, Kundera, Cortázar y Fuentes eran mis compañeros de viaje casi omnipresentes y a los cuatro los leí casi al mismo tiempo (José Agustín, Carlos Castaneda y Borges completaban la pandilla). De Milan seguí leyendo religiosamente cada libro que se editó en el Siglo XXI, aunque de las novelas tardías La lentitud (1995), La ignorancia (2000) y La fiesta de la insignificancia (2014)— ninguna me voló la cabeza, pero sí en cambio los ensayos como El telón, El arte de la novela (1986), Los testamentos traicionados o Un encuentro. De hecho, lo que más releo de Kundera a la fecha es su obra ensayística y, por supuesto, La insoportable levedad del ser (1984) A Fuentes de plano lo dejé de leer y su etapa tardía me pareció francamente prescindible, mientras que de Cortázar releo los cuentos cada cierto tiempo, pero hace años que no vuelvo a Rayuela De Gabo me ha dado por releer los cuentos y las crónicas.
Creo que el cuarteto nunca volvió a reunirse, aunque no habrán faltado encuentros por separado. Debe haber sido divertido tomarse una cerveza con ellos, caminar por el puente Karlova rumbo al castillo o escuchar la charla en ese sauna junto al Moldava, transformado en encrucijada literaria.
Sea como sea, mi camino de vida como lector y mis años veinte habrían sido harto distintos sin la compañía de esos cuatro fantásticos que se encontraron fugazmente en la Praga del 68.