En carne propia - Seis testimonios (2008-2009) | Cristina Meixueiro

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En carne propia

Cristina Meixueiro
E diciones E l R eloj 2023 2020 E diciones E l R eloj
Seis testimonios (2008-2009)

En carne propia

Cristina Meixueiro
Ediciones El Reloj 2023 2020 E diciones E l R eloj
Seis testimonios (2008-2009)

Primera edición, Ediciones El Reloj, enero 2023

Diseño: Laura González Durán Formación: Rosa Trujano López

Ediciones El Reloj, Pétalo 52, colonia El Reloj, Alcaldía Coyoacán, 04640 CDMX

© Cristina Meixueiro Hecho en México

In memoriam

(15 de diciembre de 1950-18 de julio de 2016)

Cris, leo tus textos y como siempre me conmueven y me admiran tanta entereza y tanta valentía para afrontar una realidad tan complicada y tan agresiva para el cuerpo y para el alma.

Guardaré tus textos. Fluyen y son un testimonio muy honesto y valiente.

LGD

Imagina quedarte quieto, sentado… Cambiarte de lugar sin ayuda es imposible. Tener el riesgo de que el equilibrio te dé una mala jugada y caigas… Levantarme es difícil, no tengo equilibrio. Entonces mi cerebro busca apoyos: tal vez una mano que ayude, una silla, una pared, algo que me apoye. Si éste cambia mínimamente me da mareo o a veces vértigo. Mis músculos han perdido su fuerza y sola ya no podré incorporarme… ¿Temor?, no, para nada. Me entra la risa. Me río de situaciones chuscas que nunca imaginé que me pudieran suceder. Claro, cuando esto me sucede con alguien en quien confío, terminamos contagiadas de mi risa. Pero si esto pasa con la persona equivocada, que pierde el control y quiere levantarme o moverme a su manera y con autoridad, me sucede lo que a las mulas: no más ni pa’tras ni pa’delante. Y, generalmente, eso que podría ser risa termina en discusión y, claro, ya sola, rompo en llanto de impotencia.

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I

Tengo mañas para moverme. Yo sé de qué forma acomodar mis músculos y si las personas que intentan ayudarme obedecen las indicaciones que doy, todo es más fácil. En buen plan, por supuesto. ¡Quién más acertada que yo para dirigirme! Dirijo porque yo soy la que siente en carne propia lo que es tener esclerosis múltiple. Unas palabras martillan mi pensamiento: “El hombre puede ser destrozado pero nunca derrotado”.

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Mi cuerpo ha sido destrozado con tratamientos dolorosos, con falta de consideración. He servido de conejillo de indias. ¡Qué no he intentado! He probado de todo, arriesgando mi frágil salud en nombre de medicinas, doctores y tratamientos.

Tomé la decisión de seguir mis propias medidas. Han sido ya treinta y tantos años de tomar medicinas. Ya sé por experiencia propia las reacciones, y conozco las dosis que no me provocan consecuencias tan negativas. Los efectos secundarios a veces son más fuertes que la misma enfermedad y en algún momento sentí que me iba perdiendo, que me moría. Entonces envié un correo electrónico pidiendo ayuda: “help doctor”, nunca recibí respuesta.

En ese entonces participaba en un protocolo del IMSS en el que me daban por temporadas la medicina que yo no podía pagar. Ya habíamos gastado mucho en consultas, hospitalizaciones en sanatorios privados y

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tratamientos que me enviaban del extranjero e incluso viajes fuera del país, en fin…

Me daban Interferón. Es una medicina que me causaba muchos efectos secundarios: fiebre, mareos, dolor de cabeza, dolores en huesos y dentadura, una depresión con la cual luchaba constantemente sin éxito, una confusión terrible. Era como estar drogada todo el tiempo. Decía incoherencias, lloraba, mi piel tenía una gran palidez y me aparecían frecuentemente moretones debajo de los ojos. Parecía que me golpeaban, sólo eso me faltaba… Soy de carácter fuerte y de claro entendimiento, y no permitiría que algo parecido me sucediera, siempre digo que “las otras personas llegan a donde uno mismo lo permite”. La medicina tiene su papel con sus indicaciones y me daba cuenta de todos sus inconvenientes, que por si fueran pocos, inducía al suicidio.

La dosis que el médico me recetaba y que me administraba Enrique los fines de semana, eran de seis millones de unidades. Me inyectaban en el estómago, piernas o brazos. Hay ampolletas de más millones pero eran muy fuertes para mi cuerpo.

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Me daba fiebre, me sentía ausente, confusa, parecía drogada. Antes de la inyección tomaba Paracetamol y ocho horas después me tomaba otra dosis, pero poco me mitigaban el malestar. Me aparecían en la boca aftas y fuegos. Me sentía muy confundida… Siempre tengo al lado de mi cama una botella de agua, pero en esta ocasión que contaré, también tenía una botella de alcohol etílico… por aquello de la fiebre me frotaba alcohol en la piel y cabeza. Con la cabeza confusa y desesperada le di un trago grande a la botella equivocada y no tardé en reaccionar ante el dolor de las aftas. Escupí como un experto traga fuegos, y esto me sirvió de remedio porque coció todas mis heridas bucales.

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Empecé a preguntarme en ese entonces por mi calidad o cantidad de vida. Me decidí por la primera …aún en contra de la opinión del médico y de mi esposo. Ahora comprendo que el temor y el miedo te aferran a las cosas, te enojan y no te dejan analizar lo que sucede fríamente. Enrique estaba aterrado.

Una vez tomada la determinación, no me amedrenté. ¿Qué podría pasar, vivir con más dolor o morir y descansar?

Conocía muy bien todo lo que me habían recetado y sabía cómo reaccionaba mi cuerpo así que me di el mejor diagnóstico y el mejor tratamiento. Al principio de la enfermedad, la cortisona me la ponían intravenosa y con dosis elevadas que me engordaban y deformaban el cuerpo. Además era muy molesto tener junto a mí a una enfermera para aplicar el suero. Era muy doloroso porque mis venas no ayudaban, eran frágiles y difíciles de encontrar, hasta el punto en que la enfermera o el doctor se daban por vencidos y me picaban en donde más se les facilitara, a veces en la

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yugular o en el tobillo. Y por supuesto, me entraba pánico. Una vez una enfermera del hospital inglés ABC me dijo que no moviera el cuello porque se detenía el goteo del suero y de la yugular podía pasar directo al corazón. En esa ocasión el Dr. Sanesteban me recetó ACTH que me sentó muy bien. Pasado un tiempo volví a recaer y el mismo doctor viajó a la ciudad de Puebla y me hizo un gran favor. En esa ciudad vive toda la familia de Enrique y mis hijos y esposo quedaban en buenas manos mientras yo me internaba en el Sanatorio Betania donde había nacido mi hijo Pablo Enrique. Ahora la situación era diferente, el sanatorio se sentía muy agradable y además tenía fácil acceso. Puebla no tenía tanto tráfico como el Distrito Federal y yo tenía la tranquilidad de que mis hijos estaban bien cuidados y alimentados, y la canalización de mis venas era para varios días. Esta estancia valió la pena porque me permitió varios años más de movilidad. Hace unos dos años me interné en el Siglo XXI porque soy pensionada, algo que siempre agradezco. Sin embargo, la realidad es cruda. Ingresé al hospital para hacerme estudios el

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mismo día que se dio la noticia de la epidemia de influenza. Como todo estaba lleno tuve que quedarme en un piso que no era de neurología. Compartí con otros pacientes un cuarto triple en el que una cortina separaba las camas para tener cierta privacidad. Había un lavabo, una ventana que afortunadamente me quedaba cerca y podía ver la copa de los árboles, el cielo y muchos aviones en vuelo. No cabe duda de que México tiene un fuerte movimiento internacional.

Todo se veía través de esa ventana sucia, triste y opaca. El mobiliario era muy viejo, estaba descuidado y roto, y qué decir de las sábanas y batas luídas y limpias, gastadas por el uso de muchísimas lavadas. Ya en otras dos ocasiones me había internado allí y conocía las carencias. Sabía qué cosas llevar: jabón, papel sanitario, botella de agua, toallitas húmedas de bebé para asearme. En una de las estancias en este hospital, sólo me había podido bañar una vez gracias a Vicky y a una manguera que tenía un chorrito de agua más fría que tibia. Era imposible llegar a la regadera en silla de ruedas porque estorbaba un borde de

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cemento. No había rampas, el lugar no estaba acondicionado como hospital y menos aún para personas con capacidades diferentes. Al verme, el Dr. Cuevas me preguntó por mi glamour. ¡Cómo me vería!, seguramente pálida, triste y ojerosa, sin ilusiones, más bien deprimida y asustada.

¡Hospital con tanto renombre, de gran altura nacional, el Siglo XXI! ¿Dónde estarán trabajando nuestros impuestos? No se reflejan en la salud social. Es un hospital sucio y descuidado. Un día que fui a recoger la medicina, me desesperé y acudí a trabajo social para presentar una queja. ¿Cómo es posible que la rampa para minusválidos, que lleva a la farmacia que por cierto no tiene surtido, sea usada como sanitario público? El lugar despedía un olor insoportable a orines y excremento.

Todo esto, unido a la indiferencia de los médicos y al dolor ajeno, me llevó a medicarme.

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En épocas de calor intenso, la esclerosis múltiple se recrudece. Dan golpes de calor y desmayos, así que yo me receté cinco gramos al día de cortisona en pastillas. Era una dosis muy diferente a las bombas que me administraban los doctores. Tuve buenos resultados.

Las ganas de salir y el estado de mi salud me permitieron ir a Puerto Aventuras, Quintana Roo, con sus 35 grados, a conocer a Ximena, mi primera nieta, hija de Karina. A esto yo le llamo tener buena actitud y muchas ganas de seguir adelante.

En este momento de mi vida, cerca ya de los 60 años, madurados a fuerza de golpes, hay algo que no ha sido fácil y es la incertidumbre de no llegar a ver los logros de mis hijos Pablo Enrique, Luis Alberto y Karina y ahora de mi querida y amada Ximena.

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Reconozco que los más grandes amores que puede tener un ser humano son la familia. Por ella es digno soportar todo y no dejarse vencer. Esto le fue dando forma a mis actos.

Entré a un grupo de ayuda. Cuando iba a dejar a mis hijos al Instituto Gran Unión, afortunadamente, vi un letrero en el cual invitaban a formar parte del Círculo Mágico. Sin saberlo, la curiosidad me acercó a lo que vendría a ser un parteaguas en mi vida.

Era un grupo de personas dirigidas por Margot, pedagoga con conocimientos de psicología y experiencia de vida, muy madura y cálida. Aprendí mucho de esta gran mujer. Nos inscribimos varios, pero como siempre sucede, nos quedamos los necesarios. La vida nos va clasificando, nada es al azar. Este Círculo de personas tenía una personalidad fuerte, tan fuerte que Margot pasó a escuchar y a formar parte de nosotros, no como dirigente sino como otra más del grupo. Esto nos ayudó.

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Con este grupo aprendí a ser valiente y divertida. Lo formamos un grupo muy heterogéneo. Juan era invidente y lo llevaba su esposa. Se veían como una buena pareja. Cuál no sería mi sorpresa cuando me enteré que estaban separados y que después de tener buena comunicación de pareja terminaron en muy malos términos con engaño y robo de por medio. Por su parte, Bety sólo contaba anécdotas. Era una señorona valiente con ideas geniales que tuvo un bebé prematuro de cinco meses de embarazo. Este hecho nos aferró aún más a la vida y nos acercó a todas al grupo. Nos ayudó a vivir. Ella tiene además un sexto sentido, nos jaló a todos a lecturas diversas que a mí me ayudaron mucho. Conocí los libros de Shirley Mclane y penetré en su magia y en su forma de ver la vida. También leí a Louise Hay y sus cursos de Cómo sanar mi vida. Esto me ayudó a arreglar parte de mi rompecabezas.

Comencé a leer sobre varios temas de libros de autoayuda y a tratar de entender metafísica y corrientes espirituales. Leía todo lo que llegaba a mis manos.

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Triny era una señora exquisita que compartió con nosotras muchas vivencias. Era una gran dama. Después de un divorcio que la dejó en condiciones económicas precarias, nos enseñó que una mujer tiene varias alternativas para no depender del marido.

Otra llamada Tere, que era guapa y morena, tuvo una gran fortaleza para enfrentar el alcoholismo de su marido. Ella nos llenó de fuerza y nos dio la tranquilidad para enfrentar este problema. Aunque había ocasiones en que el silencio y el ambiente eran tan densos que se podían cortar con un cuchillo.

Y así todas las mujeres con sus múltiples y variadas experiencias se convirtieron en ese momento en mis maestras de vida.

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Me fui dando cuenta que yo sola sin ninguna fe estaba realmente perdida. No le encontraba al dolor significado alguno.

Pensé detenidamente en mi dolor y en que, por más profundo que fuera, debía existir una fuerza superior a mí que permitía su existencia. A esa fuerza yo le llamo Dios aunque puede tener otros nombres dependiendo de la creencia, lengua o raza de cada persona. Yo creo que esto es el amor. Yo confió en que, por el sufrimiento que cargo, él ha puesto en mí su mirada. De esta manera mi sufrimiento pasó de ser una gran desgracia a una gran bendición.

A partir de entonces comencé a tener cambios en la forma de ver la vida. Si Dios me permite que viva, hacerlo con una debilidad moral sería humillante. He aprendido mucho, pero sobre todo he comprendido lo que es la sencillez en las personas y en mi misma. Todo lo que he tratado de hacer es admitir con humildad mi sufrimiento y elevo incesantemente mi corazón y amor a los semejantes y me hago el propósito de aceptar, hasta el día

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VI

de hoy, esta carga tan pesada en mis hombros y corazón.

Entendí lo que me sucede y dejé de lado mi soberbia. Comprendí el dolor ajeno y el propio. No pasaba nada si no podía usar mis piernas o si no gastaba dinero. Dejé de pensar que teniendo más en lo material sería mejor persona o valdría más. Todo eso quedaba atrás porque pasaba a segundo plano.

Me doy cuenta de que las personas valen por lo que son y por sus sentimientos nobles. Ni siquiera su aspecto físico debe influir en el trato.

Todos somos iguales.

Cuando todos comprendamos el fondo de estas palabras tal vez podríamos cambiar e inclusive socialmente seríamos más comprometidos.

Éste es un motivo más para estar agradecida.

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En carne propia cerró su edición en enero de 2023 en Pétalo 52, colonia El Reloj.

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