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SEMANA SANTA GRAN CANARIA

“Semana Santa isleña de inefable memoria: traje nuevo bordado, zapatos de charol…Ruidosos triquitraques del Sábado de Gloria: humo de sahumerio, algarabía y sol”. Con estos pocos, pero hermosos y elocuentes versos, verdaderos espejos de un tiempo y un acontecer, plenos de los sentimientos más íntimos de tradición, de devoción, de luminosas mañanas procesionales, que colmaron y colman la memoria de muchísimas generaciones de grancanarios, describía la “Semana Santa isleña” la admirada poetisa y escritora Josefina de la Torre, considerada “la última voz de la Generación del 27” y a la que el Gobierno de Canarias dedicó el Día de las letras Canarias del año 2020 , Pasados los carnavales, en los largos cuarenta días de la Cuaresma, el ambiente de la ciudad, muy en especial en los barrios procesionales de Vegueta y Triana, el ambiente se impregnaba poco a poco de una incipiente inquietud, de un ánimo muy especial por la cercanía de la que nuestros antepasados denominaban como

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“Semana mayor isleña” o “Semana Mayor del año”, para la que debían las familias prepararse para asistir, tan correctamente dispuestos en lo espiritual, pero también en lo material, como mandaban los cánones tradicionales, a los diversos actos solemnes que llenaban todos los días de aquella semana, o acudir a las casas de familiares y amigos desde las que se podía disfrutar del paso de las procesiones y eran obsequiados con dulces y refrescos, propios de una singular gastronomía y repostería que afloraba en esos días del año marcados por el ayuno y la abstinencia, como nos recuerda Domingo

J. Navarro.

En las calles de Vegueta y Triana, en las del Puerto de La Luz, por las del pueblo de San Lorenzo, por las de barrios más actuales, pero no por ello con menos historia laspalmeña, como es el caso de Schamann y su Parroquia de Los Dolores, por plazoletas y callejones de los antiguos y señeros cascos urbanos de Telde, Agüimes, Teror, Gáldar o Moya, ese tiempo del año que los grancanarios siempre denominaron Semana Mayor del Año se manifiesta en estos días como un sentimiento hecho pasión, pendiente del quehacer de cofradías y patronazgos, de penitentes y nazarenos, de hombres de trono o costaleros, del bullicio de monaguillos y del afán laborioso por parroquias y ermitas. Una verdadera primavera de sentimientos y creencias que florece a la sombra de campanarios y espadañas. Es, como señaló el poeta Ignacio Quintana Marrero en el primer pregón de la Semana Santa de Las Palmas de Gran Canaria, el Viernes de Dolores del año 1948, como una nueva refloración de la Semana Santa, como la soñamos todos, severa y serena, sencilla y alada como una plegaria, reposada y llena de gracia”.

Y este tiempo, que no por repetitivo en el devenir de los siglos de la historia isleña es cada año menos nuevo y pletórico en el ser y sentir de la grancanariedad, se ofrece plagado de momentos que pueden ser no sólo singulares e irrepetibles, sugerentes y cargados de patentes significados, de escenas y de personajes inolvidables, como Mateito, sochantre honorario de Santo Domingo, cuya enorme popularidad culminaba cada año en Semana Santa, Anita Carval, la sencilla veguetera experta en vestir imágenes que llegó a ser, de este modo, “una gran colaboradora de Luján Pérez”, o el Maestro Tejera, Santiago Tejera, cuyas marchas procesionales recuerdan mejor que nada su colaboración sentimental con la Semana Santa, personajes que Domingo Doreste Fray Lesco perpetuó en sus crónicas allá por el año 1939.

Días en los que Gran Canaria se atavía con la elegancia y la sencillez que sólo ella sabe hacer, que tiene su expresión en la belleza armónica, limpia, extrema de su blanquísima mantilla canaria, en los que pasión, fervor y tradición se religan en su máxima armonía y componen una buena parte de la idiosincrasia isleña, de su identidad, de la antigua razón de su ser y sentir, porque se quiera o no, la Semana Santa, la Semana Mayor del año, siempre estuvo ahí, formado parte de la vida y destino, generación tras generación, de los grancanarios, una celebración que, como señaló José Miguel Alzola, se puede afirmar que “…se inició en la misma infancia de nuestra ciudad” Así, cada año, ya en este siglo XXI, no podemos dejar de admirar a esta Semana Santa grancanaria, indiscutiblemente isleña, Semana Santa de ayer y de hoy, semana mayor para añorar soleadas y limpias mañanas repletas de mantillas blancas, cientos de farolillos que rompen el luctuoso gris del atardecer, noches de plegarias tras un Cristo en procesión por callejones con memoria de siglos.

Juan José Laforet