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FRATERNIDAD

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LIBERTAD, IGUALDAD

LIBERTAD, IGUALDAD

mi general dice -este pelotón murió ¿qué hacemos?- y el otro responde -movamos estos 3 pelotones y saquemos esos de ahí, eso ya es solo carne-. Un pelotón, treinta soldados. Treinta y cuatro con los mandos. Treinta y cuatro manes que tenían sueños y familias aunque yo no los conocí. Y luego dicen -no esos no tenían que subir por ahí- y le echan la culpa a los muertos -eso fue que los sargentos o los guías cogieron por dónde no era-. Yo siendo uno de esos treinta ahora en las altas esferas sentía un dolor, una piedra ¡mi raza huevón! Puta mierda, esto no es para mi. Yo no quiero el día de mañana ser el general más chimba de Colombia pero ver a las personas como números y yo tampoco me voy a arrodillar a nadie que no tenga el criterio para intentar superarme con argumentos, como persona y profesional.

Sin embargo hoy fue diferente, no fue mi indignación la que me hizo vibrar el alma. Esta vez fue un sentimiento difícil de definir, aún trato de entender lo que estoy sintiendo. Hoy estuve en un combate abierto, con mis ocho piratas y el Sargento *Balbuena. Íbamos corriendo entre las balas y el humo, caía tierra del cielo como si lloviera mugre, no era posible ver lo que tenías dos metros adelante. Y un fogonazo que apareció como rayo en un cielo claro explotó frente a nosotros. Me aturdió, por unos segundos no podía enfocar mi vista y en los oídos quedó ese pitido agudo señal de un tímpano torturado. Cuando logré ver que pasaba pude ver al Sargento Balbuena agonizando frente a mi.

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Su pierna izquierda colgaba de un hilo de carne quemada, daba una sensación de extrema preocupación verla; la mano derecha sangraba como una fuente carmesí, los dedos meñique y anular habían desaparecido; la parte derecha de su cara era una sopa de piel hirviente y quemada, su oreja tampoco estaba o se había fundido entre la carne de su rostro. Lo jalé del chaleco para ponerme cuerpo a tierra con él encima mío, vi en sus ojos la más horrible expresión de terror y dolor que podría uno imaginarse -no me deje morir Guzmán, no me deje morir- fue lo único que dijo antes de escupir un enorme coágulo de sangre. Vino el médico, *Garrita. Llegó y dijo -brindemos primeros auxilios- aunque su rostro no pudo ocultar la desesperanza que lo invadió, paila el Sargento ya no la daba. Como yo fui el primer respondiente tuve que irme con él. En ese instante lloré mucho porque vi a mi tropa desde el helicóptero peleando, y yo yéndome, intacto todavía.

El Sargento acaba de morir, me lo dijo el médico que lo recibió. Balbuena tenía una hija, y había ganado la custodia con su ex esposa, aunque también planeaba pedirle disculpas y volver con ella. Llevaba nueve meses haciendo las cosas de modo correcto. Planeaba retirarse cuando llegara a sargento segundo, le faltaba un año. Él perdió la vida entera acá y cuando se quiso recuperar, hacer las cosas bien, no le alcanzó el tiempo. Muy tarde y no aprovechó por estar aquí, respondiendo a la institución. Así que no sé si lo que me inunda es ira, tristeza, desconsuelo o iluminación. Esto no es para mi. La patria es un invento, marica. Lo que se extraña es tu patria, tu mamá es tu patria, tu hogar, tus hijos, tu mascota, tus vicios, todo lo que tu quieras. Pero eso de que es tu país es una mentira y no pienso que se consuma mi vida en eso. Renuncio.

*Nombre cambiado a petición del entrevistado para mantener su anonimato como fuente

Hoy, Don Wilson falleció. Era mi vecino de cuarto, con el mismo diagnóstico que yo. Él llegó un día después de mi arribo al hospital para someterse como yo a un trasplante de médula ósea. Falleció a los 16 días de ingreso del hospital. Dicen las señoras de servicios generales que lo mató la tristeza. Pero otra que oía dijo, “pero ¡cómo no!, si nadie se preocupaba por él, le traían lo que pedía, pero nada más, ¡nada que lo hiciera sonreír!, yo creo que él sentía que era una carga para todos”.

¿Será que tenía hijos?

- Era jooovén, tenía como 42 años

-Virgen santísima, yo no me acostumbro a eso de entrar al cuarto, saludar y ver unos ojos abiertos sin vida…

-Uy sí, cuando quedan con la boca abierta y así torcida, con esa mirada fija, como esperando la luz que los lleve al cielo… aunque a veces quedan con la mirada de espanto, de miedo, aterrada, como agarrándose de un jaloncito de vida, para evitar llegar a donde van…

- Pero no, él no se murió así… murió con la mirada triste… debe ser muy aburridor morirse sin que nadie se dé cuenta que uno estiró la pata…

Morirse solo… triste, en el silencio de un cuarto oscuro, sin que a nadie le importe…

Ayyyyy mija, aquí uno hace lo que puede, pero si no le importa a la familia… ¿qué puede una hacer…?

-Dejar descansar a los muertos y tomar sus puestos de trabajo, mire Gloria, no hay servilletas de baño en el 303, 305 y 308; Martha Lucía, baños del ala norte piso 6; Stella, habitaciones del 401 al 407

- No señora, yo lavo todo el hospital si quiere, pero al cuarto de Don Wilson no voy… mire, doblo turno si quiere, pero allá no voy

- Pero ¿qué tiene de raro, por qué no va, ni que fuera el primer muerto al que se le lavan los fluidos? – porque él se murió de tristeza y eso no es bueno, esas gentes no van al cielo ni al infierno, ni al purgatorio, se quedan ahí penando… recorriendo el hospital

- Hay mujer cállese esa boca, deje de decir bobadas, si esta gente, con lo que ha sufrido, ya pagaron todas sus culpas y pecados y van derechito al cielo., además, ni usted ni yo somos quien para juzgar a ese señor… así que nada de bobadas, piso 4 y se acabó

Escuchaba el debate desde mi habitación y no podía evitar recordar obras de grandes maestros que irían muy bien en estos momentos, mi arrogancia de profesor salía a flote, recordaba eso de “qué solos , que tristes se quedan los muertos”; “la muerte acechaba a los pies de tu cama, labrando en tu rostro milenario la máscara letal de tu agonía”; pasando por la eterna “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”…me quedé pensando… será que Don Wilson tuvo un hijo que cante “se murió mi viejo” de Silva y Villalva…

Era mi vecino de cuarto, pero esto no es como en las películas que los presos -como en “El beso de la mujer araña”- hablan entre celdas, no, no es como el “Pabellón del reposo” -en donde no pasa nada-, ni como “El hospital de los soberbios, sin las firmes creencias, los vastos planes para establecer una complicada fe de categorías y símbolos”; tampoco es como cuando el pequeño Matzerath se acomodaba para tocar su tambor … aquí se oyen tras la puerta las voces de los enfermeros y médicos hablando con términos ajenos a todo paciente, generando la incertidumbre sí estamos mejorando o próximos a morir.

Aquí también se oyen a lo lejos el beep beep de las bombas de líquidos que suministran los medicamentos… de resto, todo es silencio… es increíble cómo el silencio se impone frente a ti… te dice a la cara te estás muriendo y te lo hace consciente, en tu conciencia, entran las disquisiciones filosóficas que no hay que preocuparse por morir porque cuando tú estas ella no esta y cuando ella llega, te has ido… emmm dejame decirte que no, no es verdad… quizás en el caso de la muerte súbita e inesperada… en este piso cuarto, no. La muerte te ronda, te anima a dejarte ir, te deja elegir el modo: ¿caída?, ¿bacteria? ,¿virus?, ¿depresión?; yo recuerdo la primera vez que tuve esa sensación y me enojé tanto, me sentí como con el enano de Mindanao y apreté con fuerza esa muerte que no merecía, había calado mi miseria diariamente, para morirme de esa forma tan… insulsa… tan inútil…quizás eso me gusta de Domingo, que si aquí fue útil para algo, desde el otro lo fue más… si no qué sentido tendría una vida que termina y se cierra… Heidegger me parece pusilánime -más aún por sus amadas judías-… la muerte no es el límite del ser… bueno, claro que para un militante nazi, sí, comprensible, murió como vivió.

Nunca vi a don Wilson, jamás lo escuché… ni un quejido, ni un tono de llamada, ni una queja, silencio tras mi pared, y frente a mi cama la muerte rondando inquieta por mi elección. Yo le decía, anoche justamente a la Calaca, -todavía no calaquita, me merezco otro tequilita, pero la huesuda dejaba su simpática riverada y se me presentaba siniestra y oscura; yo insistía y la prefería concebir blanca y serena, pero ella rondaba negra, lúgubre, lenta… no estaba tras de mí, sino de mi vecino y trataba de contarme cómo estaba muriendo él y yo, tan soberbio, no entendía, ahora sé por qué estoy en este hospital.

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