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Entrevista

Jorge Antonio Barreto Andrade ha forjado un camino de éxitos y gratitud gracias a su dedicación y pasión por el judo. Actualmente es director de la Carrera de Pedagogía de la Actividad Física y Deporte de la Universidad de Cuenca. Barreto nos revela cómo este arte marcial se convirtió en su estilo de vida y en la fuente de todo lo que es y ha logrado.

A través de esta entrevista descubrimos los orígenes de su pasión, sus desafíos como deportista y entrenador, su experiencia en el extranjero y sus objetivos en relación a esta disciplina. El judo se revela como algo más que un deporte: una filosofía de vida que ha dejado una huella imborrable.

¿Cómo Jorge Barreto se inicia en el judo?

Bueno, es una larga historia que se remonta hace 45 años. Cuando yo todavía era un adolescente, me llamaban mucho la atención las películas de artes marciales que pasaban en los cines de la ciudad, por la acción y la movilidad de los actores. Ese fue el inicio y lo que me motivó a empezar a buscar algún sitio en el cual pueda realizar este tipo de actividad.

Entonces, en el trajinar por la ciudad, encontré el primer club de judo de Cuenca, que se llamaba Jigoro Kano, dirigido por el profesor Luis Carpio Mogrovejo y Francisco Cisneros. Sin embargo, solo tuve la posibilidad de visitar este lugar un par de veces. Luego, asistí a otra escuela ubicada en los interiores del Teatro Casa de la Cultura, la Academia Anton Geesink, dirigida exclusivamente por el profesor Luis Carpio Mogrovejo, quien fue mi primer maestro, mi primer profesor.

Yo siempre digo, hay que ser agradecidos en la vida, y a él es a quien le debo el haber podido iniciar y seguir este camino, y gracias a él he llegado a obtener muchas cosas.

¿Qué fue lo que le atrajo de esta disciplina?

En un primer instante yo practicaba judo tres veces a la semana y dos días karate, pero me llamó mucho más la atención el judo. Para mí, era algo más atractivo que no se limitaba a golpes y patadas. Veía en esta práctica proyección, movilización, mucho más dinamismo y un deporte más completo.

Sin embargo, siempre he practicado diversos deportes, pero fundamentalmente me he dedicado al judo y al fútbol, en este último fui seleccionado de la provincia del Azuay. Jugaba también en los juveniles de Liga Deportiva Universitaria de Cuenca donde llegué a jugar el ascenso.

¿Cómo fue su preparación?

Siempre he sido una persona a la que no le ha gustado nunca ser conformista, siempre me he exigido un poco más. Recuerdo cuando era joven, entre mis 19 y 20 años hacía hasta tres entrenamientos diarios, en forma individual por las mañanas, al mediodía en la universidad y en la Federación Deportiva del Azuay.

Además, cada 15 días iba a Guayaquil a entrenar con Don Pepe Desinavilla, quien es uno de los personajes más significativos del judo en Ecuador. Creo que la mayoría de personas que hacemos judo en el país hemos recibido sus enseñanzas, de una u otra forma.

Don Pepe siempre me dio acogida y lo más grandioso y sorpresivo fue una ocasión que estuve entrenando y por coincidencias de la vida ese fin de semana hubo ascenso, convocado por la Federación Ecuatoriana de Judo. Don Pepe me llamó y me dijo: “Jorge tienes que mañana presentarte al ascenso”. Le respondo que todavía no, pero insistió en que dé las pruebas, supongo que algo vio en mí. Él fue quien impulsó a que ascienda a cinturón negro en el año 1984, para mí fue una grata sorpresa el apoyo recibido por el maestro.

¿Qué lo llevó a tomar la decisión de convertirse en entrenador de judo?

En mi trajinar como seleccionado del Azuay y del Ecuador participé en los Juegos Bolivarianos en el año 85. Fui seleccionado de los sextos juegos nacionales que se realizaron en Manabí y varias competencias más que contribuyeron para que los dirigentes de esa época se fijen en mí, por lo que prematuramente me propusieron que me enrole como entrenador de la Federación Deportiva del Azuay, en el año 1986. Yo tenía 23 años.

Siendo deportista activo tuve que tomar esa decisión y no me arrepiento, creo que fue acertada. He tenido un sinnúmero de estudiantes que hoy en día son profesionales y son gente de bien. Me han dicho profesor no le agradecemos solo la parte deportiva, sino la parte que nos ha servido para la vida; esa es la satisfacción más grande para un profesor, creo que eso no se paga ni con montañas de oro.

¿Cómo fue esa experiencia de estudiar y vivir en otro país?

Siempre tuve esa mentalidad de irme a estudiar en el exterior. En el año 88 fui a Cuba a un curso, gracias al apoyo del profesor Napoleón Gamboa, quien fue director del Comité Olímpico Ecuatoriano. En este viaje fui en busca del Instituto Superior de Cultura Física en La Habana y por coincidencias de la vida me encontré con el vicerrector académico, con quien tuve un acercamiento y posteriormente me brindó la oportunidad de estudiar allá.

Me especialicé en judo, soy el único ecuatoriano con esta especialidad, hay otros compañeros que han estudiado también en Cuba, pero con la incorporación de las maestrías, este rango se dejó de ofertar en las universidades.

Durante mi estadía allá, considero que no hice quedar mal al país, me gradué con 4.93/5, fui el mejor estudiante de la facultad de la época, por lo que obtuve el Título de Oro, es decir, el premio Benigno Malo que entrega la Universidad de Cuenca, esa fue una gran satisfacción para mí.

Par obtener su doctorado ¿qué retos enfrentó?

Cuando vine a Cuenca empecé a trabajar nuevamente en la Federación y también me acogieron en el Colegio Técnico Salesiano, donde fundé el primer dojo de judo de la institución. Pero no quise ser conformista, quería algo más.

Es así que empiezo a buscar alternativas y encuentro que en España estaban ofertando becas a través de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Me acerqué al Viceconsulado, vi algunas oportunidades, apliqué, no me salió a la primera, pero no me di por vencido, apliqué nuevamente el siguiente año con un poco de experiencia en el proceso y tuve la oportunidad de hacer mi Doctorado en la Universidad de Zaragoza.

Allá era diferente porque no necesitaba la maestría, pero durante dos años tuve que cumplir con 32 créditos para poder completar la malla curricular, después de eso podía desarrollar mi tesis doctoral. Estuve casi siete años. Me gradué el 17 de julio de 2003 con sobresaliente, obtuve el reconocimiento cum laude.

Su estadía en España ¿cómo la considera en su vida?

En España tuve la posibilidad de trabajar y homologar mi grado de maestro entrenador nacional de Judo que obtuve en Cuba a través de la Real Federación Española de Judo, reconocida por la Unión Europea. Eso me ayudó mucho, porque pude impulsar y tener a mi cargo la escuela de Judo para personas no videntes en Aragón Zaragoza.

Fundé esta escuelita a través de la organización Nacional de Ciegos. Aquí había un chico que se llama Sergio Ibáñez, él fue alumno mío tres años, siempre noté que él era diferente al resto. Pasaron los años y en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020 participó y obtuvo la medalla de plata. Para mí es una satisfacción muy grande, en España la gente reconoce que yo fui su primer entrenador.

Regresé en el año 2009 a Cuenca, trabajé en el Ministerio del Deporte, después me pude enrolar en la Universidad de Cuenca, desde el año 2012.

¿Cuáles son sus objetivos en relación con esta disciplina?

Hace un tiempo presenté mi documentación a la Federación para obtener el Sexto Dan, se ha demorado un poco, pero han reconocido mi trayectoria y me enviaron una carta otorgando el grado de Sexto Dan en Judo, donde se califica qué tanto ha aportado la persona a la disciplina. No es un grado cualquiera, es un grado un poco más elevado, lo digo con mucha modestia, porque creo que uno puede alcanzar lo que se proponga.

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