Emigración

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LIBROS PARA EL PUEBLO-NUMERO OCHO


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EMIGRACION ESTE

L I B RO

PERTENECE

A

DIVISION DE EDUCACION DE LA COMUNIDAD DEPARTAMENTO DE INSTRUCCION PUBLICA SAN JUAN, PUERTO RICO SEGUNDA EDICION, 1966


Í NDI CE ¿POR QUÉ EMIGRABA LA GENTE EN EL PASADO?

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MAMISA, cuento ..............................................................................................

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¿POR QUÉ EMIGRA LA GENTE HOY?

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DÉCIMAS DE "LA CARRETA" ...........................................................................

22

¿POR QUÉ ES FÁCIL LA EMIGRACION PARA LOS PUERTORRIQUEÑOS

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¿CONOCEN LOS PUERTORRIQUEÑOS EL PAIS A DONDE EMIGRAN

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EL COMPAY FUE A NUEVA YORK, poema jíbaro

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¿CONOCEMOS ALGO DE LA HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS?

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PUERTORRIQUEÑOS EN PUERTO RICO Y PUERTORRIQUEÑOS EN EE. UU.

46

VILLANCICO YAUCANO, canción

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¿QUÉ ES PREJUICIO? ........................................................................................

49

BIENVENIDO, BIENVENIDO, cuento ..............................................................

52

EL CLIMA EN ESTADOS UNIDOS

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LOS REYES MAGOS, canción ........................................................................... VIVIENDAS EN LAS GRANDES CIUDADES AMERICANAS

62 63

NUEVA YORK NO ES LA UNICA CIUDAD

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MIEDO, poema ....................................................!...........................................

66

TRABAJO EN FINCAS AMERICANAS

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LOS TRABAJADORES ENFERMOS NO DEBEN EMIGRAR

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SALUSTIANO SE EMBARCA, cuento

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ADIVINANZAS

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¿ME VOY O ME QUEDO? .........................................................

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OFICINAS DE PUERTO RICO EN ESTADOS UNIDOS .....................................

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¿COMO SE LLAMAN LOS HABITANTES DE ESTADOS UNIDOS?

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Introducción

¿POR QUE EMIGRABA LA GENTE EN EL PASADO? ¿Qué es emigrar? Emigrar es dejar el país de uno para ir a vivir a otro país. También se llama emigración

al movimiento de

gente de una parte del país pro­ pio a otra parte de ese mismo país. Podemos por lo tanto llamar emigrante al puertorriqueño que se va a vivir a-Estados Unidos. Podemos también llamar emigrante al puertorriqueño que aban­ dona su barrio para irse a vivir a San Juan. En este libro vamos a hablar del primer tipo de emigración. Es decir, vamos a hablar del ciudadano que deja su tierra para ir a vivir a otro país. Vamos a hablar, pues, del puertorriqueño que se marcha a Estados Unidos. Pero antes de hablar de nosotros los puertorriqueños vamos a hablar'de emigración en términos generales. Vamos primero a ver si podemos contestar la pregunta que da nombre a este capítulo. ¿Por qué emigraba la gente en el pasado?


Las Primeras Emigraciones del Hombre Hace miles y miles de años no existían países o naciones. La tierra estaba habitada por pequeños grupos de hombres primitivos. Estos grupos los conocemos hoy con el nombre de tribus. El hombre primitivo no tenía civilización suficiente para co­ nocer los secretos de la naturaleza. No tenía medios de entender o dominar los fenómenos o cambios de la naturaleza. Por eso la vida de estos hombres era muy insegura. Por eso estas tribus de hombres primitivos tenían que emigrar a menudo para poder sobrevivir. Vea­ mos ahora algunos ejemplos claros de por qué el hombre de hace miles de años tenía que emigrar en su lucha por la vida. El hombre primitivo empezó primero a cazar para obtener alimento. Si los animales de que se alimentaba escaseaban en un lugar, la tribu se movía a otra región donde abundaran esos ani­ males. Es decir, la tribu emigraba en busca de alimento. Así vivió el hombre por miles de años. Miles de años después algunas tribus se dieron cuenta de que era más fácil criar animales que cazarlos. Los animales que se presta­ ban para la crianza se fueron con virtiendo en ganado útil al hombre. Y los hombres de esas tribus se convirtieron en pastores o ganade­ ros primitivos. Los pastores tenían ganado, pero no se ocupaban de culti­ var el terreno. Cuando en un lugar se acababa el pasto, la tribu emigraba a otro lugar donde hubiera yerba. No había entonces países ni fronteras. Los ganaderos primitivos estaban en completa libertad para moverse. El mundo era ancho y no tenía dueño. Era


más fácil emigrar que ponerse a cultivar pastos para el ganado. La emigración resultaba por lo tanto remedio fácil para los que criaban ganado. Pasaron miles de años y el hombre primitivo se fue convir­ tiendo en agricultor. Descubrió que sembrando y cultivando algu­ nas plantas podía tener alimento seguro. Pero bastaba un cambio de la naturaleza para que la tribu se viera obligada a abandonar el terreno que cultivaba. Si ocurría un temporal, la tribu se iba a cultivar el terreno a otra región. Si ocurría un terremoto, igual. Si venía una gran se­ quía o una inundación, la tribu abandonaba el lugar donde vivía. Si el terreno se agotaba y no producía, la tribu también emigraba. ¿Por qué? Porque aún el hombre no conocía los medios de luchar con los cambios de la naturaleza. Ni conocía los secretos de la agricultura. Había además pocos hombres y mucho espacio. La tierra toda estaba a la disposición del hombre. La emigración era pues cosa natural en la vida del agricultor primitivo.

La Civilización Trajo Nuevos Motivos Para la Emigración El hombre primitivo fue progresando. La civilización prosi­ guió su avance. Surgieron los gobiernos. Surgieron las ciudades, los países, las fronteras. El hombre aprendió a conocer mejor a la naturaleza. Progre­ só la agricultura. Surgieron las pequeñas industrias. Ya los hom­ bres no huyeron de un lugar a otro con tanta frecuencia. Los gru-


pos de hombres se acostumbraron a vivir y a luchar por la vida en un sitio fijo. Los hombres empezaron a sentir que eran miembros de la comunidad que habitaban. Es decir, surgió el sentimiento nacional. Y las fronteras dividieron al mundo. A pesar de eso, y a través de toda la historia, las emigracio­ nes siguieron siendo movimientos importantes en el desarrollo del hombre. Surgieron nuevos motivos, pero siguieron las emigracio­ nes. No eran ya movimientos tan frecuentes en la vida del hom­ bre. Pero de vez en cuando el hombre se vio forzado a emigrar. ¿Por pué? Porque con la organización de gobiernos y con la creación de naciones surgieron nuevos conflictos. Por ejemplo, conflictos polí­ ticos y conflictos religiosos. Y estos conflictos fueron también mo­ tivos que obligaron al hombre a emigrar. ¿Cómo? Vamos a verlo. Cuando surgía un grupo de ciudadanos que no creía en su gobierno o que dejaba de creer en su religión, ese grupo era per­ seguido sin piedad. El grupo huía entonces a otro país. Es decir, el grupo emigraba. Esto sucede siempre que aparecen gobiernos que usan la violencia y la persecución para negar a los ciudadanos libertad de palabra, de pensamiento o de culto. La persecución política y religiosa ha sido causa de muchas emigraciones a lo largo de la historia del hombre. Dos Emigraciones que Hicieron Historia La Biblia nos cuenta cómo Moisés sacó de Egipto a un grupo de esclavos y lo llevó a Asia Menor. Esos esclavos, prisioneros de los egipcios, tenían otra religión distinta a la de los gobernantes de Egipto. Esos esclavos, pues, huyeron para ser libres; para fun­


dar una nación propia y para adorar a Dios como ellos querían. Esa nación y esa religión que fundaron fue la del pueblo judío. La parte de la Biblia que nos cuenta la huida de los judíos desde Egipto hasta Asia Menor se llama “éxodo”. “Exodo” quiere decir huida. Hoy podemos llamar emigración a aquella huida en masa del pueblo judío. Muchos, muchos siglos después, un grupo de ingleses dejó de creer en la Iglesia Anglicana. Es decir, dejó de creer en la reli­ gión oficial de Inglaterra. Ese grupo fundó una religión distinta. Los creyentes en la nueva religión se llamaron “puritanos”. El go­ bierno inglés empezó a perseguir a los puritanos. Y un grupo de esos puritanos emigró a América. Ese grupo se estableció en la costa del Atlántico de lo que hoy conocemos como Estados Unidos. Ellos contribuyeron- pues, al origen de la nación que luego se lla­ mó Estados Unidos de América.


Vemos así cómo, a pesar de las injusticias y a pesar de las per­ secuciones, ha habido grupos de emigrantes políticos o religiosos que fueron capaces de hacer cosas grandes. Capaces, por ejemplo, de crear nuevas naciones. En el mundo de hoy no hay tantas persecuciones políticas o religiosas como en el mundo de antes. Sin embargo, aún hay gen­ te que se ve obligada a emigrar por motivos políticos o por moti­ vos religiosos. Hay emigrantes de esa clase tanto en Europa, co­ mo en América, como en Asia, como en Africa. Esto se debe a que vivimos una época de amenaza de guerra. En estas épocas de amenaza de guerra hay mucha inseguri­ dad y mucha desconfianza. Los gobiernos se defienden poniéndo­ se más estrictos. Algunos gobiernos se ponen intolerantes. Otros llegan a la violencia y a la persecución injusta. Pero estas épocas no son eternas. Estas condiciones no pueden ser naturales en nues­ tro mundo civilizado. Pasarán como pasan todas las cosas malas y difíciles en la historia de la humanidad. Por eso en este libro no vamos a hablar sobre el tipo de emi­ gración causado por persecuciones políticas o religiosas. Vamos, en cambio; a examinar otros motivos que pueden obligar al ciu­ dadano de hoy a emigrar de su país. Motivos que pueden ser más menos iguales en épocas de guerra o en épocas de paz.


MAMISA (Cuento por J. L. Vivas M aldonado) Eustaquio entró, colocó el sombrero en un clavo de la pared y se sentó a secarse el sudor. Por la puerta de la dere­ cha apareció la viejecita. Era pequeña, con una gran joro­ ba, formándose sobre sus hom­ bros caídos. Se sentó en la silla cercana a la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Cómo está, Mamisa? —Estoy mejor, Taquio. El hijo no dijo nada y fue a mirar por la ventana. Al poco ra­ to entró a la sala Rosario con un coco lleno de café negro. —Aquí tienes. El hombre apuró casi todo de un golpe y limpiándose la boca con el dorso de la mano dijo: —Está bueno. Al ver a la viejecita. la mujer se volvió hacia ella. —Y usté Mamisa, ¿quiere café? —Ahora no, mija. Más tardecito. Eustaquio salió al balcón. Vió venir a Felo. —¿Le diste alimento a las muías? —Sí, y guardé las banastas. —Ajé. Mira — añadió el padre sentándose en los escalones —


después que te tomes el café te me das una vueltecita por la casa de Galo a ver si puede venirse por acá esta noche. ¿Sabes? —Está bien — repuso Felo subiendo los escalones y entrando en la casa. El hombre quedó allí por largo rato. Miró hacia los montes cercanos donde se divisaban los arbustos de café. Recostándose sobre un soco hecho nuevo por la luz del sol, dejó vagar el pen­ samiento. La situación se iba haciendo peor. Las deudas se amon­ tonaban y no había manera de reducirlas. Le dijeron en el pueblo que el precio del café iba a subir, pero eso era aún lejano. El pre­ sente era lo difícil. Aquí estaba él: Eustaquio Delgado, un hom­ bre de 67 años, con una finca de 30 cuerdas sembradas de café a punto de recoje y una deuda de $3,000 que vencería dentro de un mes. La cosecha produciría 50 quintales que a $50.00 cada uno darían unos $2,500.00. Don Pancho no quiso transigir. “Ni un día más. No puedo esperar. Las cosas están malas.” Y luego la falta de hombres en la montaña. Con la ida de tantos miles a Nueva York ¿quién re­ cogería el café? Y si el milagro de recogerlo a tiempo se llevaba a cabo ¿cómo reunir todo el dinero? ¿Qué hacer? Como si quisiera poner orden en sus ideas, pasó la mano por el cabello. Súbitamen­ te creyó sentir la mirada fija de alguien sobre él y al volverse se topó con Mamisa, que le miraba desde la silla. —¿Qué te pasa, Taquio? —Aquí rumiando como el buey viejo. —Siguen las cosas malas, ¿ah? —Están ahí, ahí — repuso él pensativamente. De pronto, si­ guiendo un impulso, pregunto: —¿Usté cree que hago bien en vender la tierra, Mamisa?


La anciana no repuso. Movió sus ojos pequeños y cansados por la imagen del cafetal que se colaba por la puerta estrecha. Al fin repuso: —La decisión tiene que ser tuya Taquio. Tú eres el hombre de la casa. —Pero, ¿qué cree usté? —Taquio, de ser yo, nunca vendería. Pero tú sabes lo maniá­ ticos que somos los viejos. Aquí he vivió toa mi vida. No se pueén botar setenta años así de golpe. Pero tú eres el que decides. Tú eres el hombre de la casa. —La vida es dura, Mamisa. —Sí, Taquio —repuso la viejecita sin mirarle—, pero a veces hay que ser más duro que ella. El la miró fijamente. Por un instante le pareció notar en los ojos de la madre una angustia muy grande, pero no estuvo seguro. ^Volviéndose de espaldas a ella siguió pensando y al fin se levantó y comenzó a caminar por la senda, que dejando la casa y el glacis detrás, se le trepaba a una colina por el lado buscando la cima.


Llegado a lo alto de ella, se sentó en un tronco caído. Allí so­ lamente el aire cercaba las cosas. Todo un inmenso pedazo de tie­ rra se abría frente a él. Bien allá, se podía divisar el azul distinto del mar en la costa lejana Tenía que decidir lo que iba a hacer. No podía aquélla ser hora de equivocaciones. Miró hacia la casa y a través de la puerta vió el bulto pequeño y quieto de Mamisa. Luego observó el cafetal. Y le pareció sentir una angustia grande, como si cientos de años se le echaran encima de pronto. Esa tarde un sol gastado daba un tinte enfermizo a las co­ sas en la sierra. Las nubes regordetas y oscuras se embestían las unas a las otras.


En la casa hablaban Mamisa y Rosario. Los hombres estaban trabajando en el cafetal. Mamisa movía la larga cuchara en la olla que descansaba sobre las piedras del fogón. Estaba tostando café al igual que lo había hecho por setenta años, todos los días a la misma hora. Era un hecho aceptado. No era posible que nadie pudiese hacer café como Mamisa. Y en esa admiración residía el último gran placer de la viejecita. La mujer terminó de fregar los platos y se volvió hacia la anciana. —Parece que nos vamos, Mamisa. —¿Está decidió Taquio a vender? —Sí, está destrozao en el al­ ma. Nunca lo había visto así. —Va a ser duro acostum­ brarse en otro sitio —repuso la anciana lentamente, mientras su mano pequeña, pero fuerte, movía una y otra vez la paleta entre los granos. —Si tan sólo tuviera ganas de luchar, como enantes. ¿Se arrecuerda después del tempo­ ral de San Felipe? ¿Cómo pe­ leó pa volver a poner la finca en pie? ¿Y después, con el otro de San Ciprián? Pero ahora es distinto. Está aplastao. — Y terminó con un suspiro. — Son los años.

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La viejecita no repuso. Miró las cumbleras negras por el hu­ mo viejo que se pegaba a ellas. Corrió los ojos por las tablas an­ chas y fuertes de los setos. Y por último miró por la ventana ha­ cia el cafetal. Al fin dijo: —Hay que hacer algo. —Sí, tenemos que hacerlo vivir de nuevo. Se está muriendo por dentro. Aunque no quiere darlo a entender, lo ajora la idea de tener que dejar la finca. Mamisa se mantuvo en silencio. Se dobló sobre el fogón y movió más aprisa los ya negruzcos granos de café.

Afuera, la mañana iba pintando de colores alegre la sierra, Dentro de la casa reinaba un silencio extraño. En los escalones, Felo trazaba figuras con un palo en el polvo, y Rosario remendaba una camisa. De repente Eustaquio se movió como saliendo de un sueño profundo y preguntó: —¿Dónde «stá Mamisa? —Creo que fue hasta casa del compay Tasio. —La vieja no debe andar tanto. Ya está muy acabá con sus noventa y tres años. i

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—Tú sabes como es ella. No hay quien la haga estar quie­ ta — contestó Rosario. Volvieron a quedar en silencio. El hombre pensaba en Ga­ lo, que aquella tarde vendría a cerrar el trato de venta de la finca. Pensaba en el pueblo, en la estrechez de la casa en que habría de vivir. En la falta de aire y tierra abierta allá abajo.


Rosario se levantó y fue a la cocina. Pasado un rato se oyó su voz:

y

—Ya está el almuerzo. ¿Esperamos a Mamisa? —No, lo más seguro que se queda a almorzar en casa del compay — repuso Eustaquio levantándose. Almorzaron en silencio. La conversación no parecía querer brotar de sus labios hoy. ¿De qué hablar? ¿De las bayas que pa­ recían arropar todo el cafetal de motas rojas? ¿De la tierra que pronto ya no iba a ser de ellos? La tarde pasó poco a poco. Eran ya las tres cuando la mujer despertó a su marido. Era la hora en que Mamisa siempre tos­ taba el café y no había venido. Eustaquio se levantó un poco alar­ mado y salió hacia la casa del compay Tasio.


Pasado un rato volvió andando rápidamente. —Mamisa no ha estao allá en to el día. —¿Que no? — preguntó su esposa, que lo esperaba en el balcón —. ¿Y dónde estará la vieja? —No sé — dijo él con gesto preocupado, y añadió—: Voy a ver si la veo por ahí. Rosario lo vió alejarse y decidió buscar ella también. Bajó tras él, pero caminó en dirección contraria. Buscaron por todas las casas vecinas y no la hallaron. Desde los cafetales cercanos surgieron de pronto unos gritos. Era Felo. Eustaquio, que venía en camino hacia la casa, empren­ dió carrera hacia los cafetales seguido de su mujer. La voz de Felo se dejó oir de nuevo: —¡Corra, viejo! ¡Apúrese! Cuando llegó al lugar vio a su hijo parado junto a un montoncito oscuro en la tierra. Acercándose, reconoció a Mamisa en­ corvada sobre ella misma, caída junto a dos almudes repletos de café. Felo empezó con la voz quebrada: —Venía pa casa cuando me tropecé con ella. Está. . . Pero no pudo terminar. El padre se arrodilló al lado de la viejecita y preguntó: —Vieja, ¿por qué lo hizo? Mamisa no respondió. Tenía los ojos abiertos y vidriados, la carita tensa y pálida. En ese instante llegó Rosario. El hombre se volvió hacia ella y señalando los almudes dijo: —Está muerta, Rosario. Estuvo recogiendo café todito el día.



Cuidadosamente, como si el cuerpo de la madre muerta pu­ diera hacerse pedazos entre sus manos, la recogió y caminó hacia la casa. Aquella noche fue noche de luna llena. En la sala, estaba el cuerpo de Mamisa sobre la mesa. Dos velas chisporroteaban junto a su cabeza, y un cuadro de Jesús descansaba en su pecho. Sentados a su alrededor estaban la familia y los vecinos. Habían vestido a Mamisa de blanco. Se veía más pequeño aún su cuerpecito dentro del traje. El traje de sus bodas, guardado celosa­ mente por ella en el baúl a través de setenta años. Afuera en el glacis se pegaba la sombra casi transparente del viejo molino de café. Juntos con el ruido del viento llegaban hasta Eustaquio, sentado en los escalones, el monótono silabeo del rezo de los vecinos, el mugido de las vacas en el pasto lejano, el pico­ tazo de sonido de algún gallo que al engañarse con la luna can­ taba al amanecer, el gruñir de los cerdos durmiendo, la voz de los múcaros velando las bayas rojas del café, el rumor de la que­ brada, el chasquido de una varilla contra la cerca de alambre. Lentamente Eustaquio miró hacia el cafetal. Allí estaban los dos almudes todavía. Mamisa había querido demostrarle que siem­ pre era hora de luchar. Seguramente pensaba regresar a la casa con la noticia de los almudes recogidos. Para darle el ánimo que ya no tenía. Pero su cuerpo viejo y frágil no pudo resistir el esfuer­ zo del alma noble. Y allí había quedado, apretando aún entre sus dedos las bayas de café. El hombre miró los árboles frente a la casa. La luna había puesto pajitas de luz en las hojas mientras él pensaba. Y sintió lentamente renacer muy dentro la fuerza de 0

antes. La misma fuerza que le hizo luchar contra los temporales, las muertes y las deudas.


Levantándose, fue a la sala. Se acercó a la viejecita. Pasó suavemente la mano por el cabello y por la mejilla arrugada. Lue­ go fue hacia su hijo: —Mañana es un día de mucho ajetreo, Felo. Tenemos que ir al pueblo a pedir permiso pa enterrar a la vieja. Rosario levantó los ojos llenos de lágrimas, pero a la vez nue­ vos de esperanza. —Hay que trabajar duro pa pagar la hipoteca y quizás no podamos, pero tenemos que probar ¿ah hijo? — preguntó el padre al muchachón que asintió lloroso—. En cuanto enterremos a ma­ má — continuó con la voz temblorosa y apretando fuertemente los hombros de Felo — hay que seguir recogiendo el café. . .


¿POR QUE EMIGRA LA GENTE HOY? Todo ciudadano tiene derecho a emigrar. ¿Y qué es emigrar? Ya vimos al principio de este libro que un modo de emigrar es dejar el país de uno para ir a establecerse en otro país. ¿Y por qué emigra la gente hoy? ¿Por qué abandona un hom­ bre la tierra que le vio nacer? ¿Por qué abandona lo suyo para ir a vivir en un sitio extraño? Pueden haber tantas razones para la emigración como haya ciudadanos que emigren. Es decir, cada individuo puede tener su motivo particular para abandonar la tierra propia. Pero siempre pueden mencionarse algunas razones generales para esa fuerza que empuja al individuo a buscar horizontes nuevos.

En primer lugar, una depresión económ ica. Una crisis de “tiempo malo”, en que hay mucho desempleo y salarios bajos, es casi siempre el motivo principal para la emigración.


En segundo lugar, una competencia aguda debido a exceso de población. En este caso, para una misma labor puede haber muchos trabajadores capacitados. Pero sólo uno de ellos obtiene el empfeo. El resto queda sin trabajo y tiende a buscar oportunidades en otro sitio donde la competencia sea menor. En tercer lugar, deseos de mejorar. Puede suceder que no exista crisis económica. Y que la competencia no sea muy gran­ de. Pero a pesar de ello el individuo cree que emigrando estará en mejor posición de la que disfruta. A ello contribuyen quizás los cuentos y las noticias, falsas o verdaderas, sobre lo bien que vive la gente en otros sitios. En cuarto lugar, deseos de aventura. Este es un motivo que empuja casi siempre a los más jóvenes. El deseo de “conocer mundo”; el deseo de probar fortuna en países lejanos es un sueño de la juventud desde que el mundo es mundo. El deseo de aven­ tura en los jóvenes nada tiene que ver en muchos casos con las condiciones económicas del sitio donde nacieron. En quinto lugar, deseos de huir de la realidad. Este es el caso de individuos que no tienen valor para enfrentarse a la rea­ lidad en que viven. Cfeen ellos que huyendo a otro sitio pueden dejar atrás sus problemas. Como si la calentura estuviera en las sábanas. Tarde o temprano descubren, sin embargo, que los pro­ blemas están en ellos mismos. La “tierra maravillosa” a que hu­ yen, resulta, al fin y al cabo, tan difícil como la tierra propia que dejaron. En sexto lugar, deseos de imitar a los demás. Este es el caso de individuos que creen que deben emigrar porque muchos de sus compatriotas emigran. Estos individuos se sienten inferiores si no imitan al prójimo. Parecen pensar que “a donde va la gente va Vicente”. Y emigran sin medir las consecuencias del paso que dan.


DECIMAS DE "L A CARRETA" Por Luis Germán Cajigas* La familia campesina ya se aleja del rincón dejando su corazón en las verdosas campiñas. Ya la hora se avecina en que ellos han de partir

Se van para no volver

hacia el pueblo han de ir

de este terruño bendito

abandonando este campo,

de este campo infinito que a ellos les vio nacer. Ahora todos han de ver un lugar que es diferente y todos seguramente recordarán el pasado y éste su terruño amado no borrarán de su mente. El viejo jíbaro queda solitario en la campiña contemplando la familia que en la carreta se aleja. Ellos se van, pero dejan su recuerdo en el palmar, el viejo los ve alejar y su encallecida mano le dice adiós desde el llano donde solo ha de quedar.

*Luis Germán Cajigas, joven pintor puertorriqueño, de origen cam­ pesino, compuso estas décimas, que cantó él mismo, para el estreno en San Juan del drama La Carreta, de René Marqués.


¿POR QUE ES FÁCIL LA EMIGRACIÓN PARA LOS PUERTORRIQUEÑOS? ¿Por qué emigramos los puertorriqueños? Los puertorrique­ ños emigramos por las mismas razones que emigra la gente en el resto del mundo. Es decir, emigramos por las razones que leimos en el capítulo anterior. Pero hay cinco cosas que influyen mucho en la emigración de los puertorriqueños. Son cinco cosas que ha­ cen fácil la emigración para nosotros. 1.

La primera es que como emigra-

mos a Estados Unidos no necesitamos pasa­ portes ni líos de aduana para movernos. Si un viaje a Estados Unidos nos diera tanto trabajo y tantos quebraderos de cabeza como un viaje a Grecia o a Australia, casi nadie pensaría en emigrar de la Isla. 2.

La segunda es que los pasajes a

Estados Unidos son baratos. Si un pasa­ je a Nueva York nos costara $200.00 ó $300.00 en vez de $64.00 ó menos, lo pensaríamos bastante antes de dar el salto. 3.

La tercera cosa es la rapidez

del viaje. Si en vez de pocas horas en avión, nos echáramos quince días en bar­ co, no todos los que desean salir estarían convencidos de la conveniencia de abandonar su barrio. 4.

La cuarta cosa es la influencia de nuestros amigos y pa­

rientes en Estados Unidos. El tener un compadre o un familiar en Nueva York nos puede empujar más al viaje que cualquier


otra necesidad que tengamos. Las noticias y cartas de los que se van casi siempre ha­ blan de cosas buenas. Al que se va le es di­ fícil escribir diciendo que ha fracasado. No importa que le haya ido bien o mal, cuan­ do escribe dice que aquello es estupendo y que él está mejor que nunca. Estas noti­ cias, sean falsas o verdaderas, nos pueden decidir a realizar nuestros deseos de probar fortuna en el Norte. 5.

La quinta cosa es el hecho de que

muchos de nuestros muchachos hayan es­ tado en el ejército. Y que hayan salido de Puerto Rico como soldados. Un veterano ♦ que ha estado en Japón, en Estados Unidos o en Alemania es un viajero con recuerdos difíciles de borrar. No importa que el vete­ rano haya sufrido mucho en Corea o en Ale­ mania. Cuando vuelve al barrio, el tiempo empieza a borrar lo malo del recuerdo. Y deja en la mente lo que se cree bueno de la experiencia. Aunque el veterano se quede a vivir otra vez en el barrio, tendrá siempre dentro del cuerpo la picazón de los via­ jes. Quizás él no vuelva a salir de la Isla, pero sus cuentos y ex­ periencias pueden decidir a otros a probar fortuna lejos de Puerto Rico.

Así vemos que los puertorriqueños tenemos las mismas razo­ nes que tiene el resto de la gente para emigrar. Pero además de eso el puertorriqueño tiene facilidades y razones que no tiene otra


gente en otras partes del mundo. Esto explica el por qué es tan co­ rriente la emigración nuestra a Estados Unidos. Ahora bien, ¿sabemos lo que hacemos cuando emigramos? En otras partes de este libro encontraremos algunas cosas que quizás nos ayuden a conocer mejor el problema.

«CONOCEN LOS PUERTORRIQUEÑOS EL PAÍS A DONDE EMIGRAN? Claro que sabemos que emigramos a Estados Unidos. Y emi­ gramos allá libremente porque somos ciudadanos de Estados Uni­ dos al mismo tiempo que de Puerto Rico. ¿Por qué, entonces, oímos hablar del “problema” de los puertorriqueños en Nueva York, en Chicago o en Florida? ¿Por qué cuando emigramos a Estados Uni­ dos nos podemos convertir en un “problema”" La contestación a esa pregunta no es fácil. Pero quizás poda­ mos examinar algunos hechos para comprender mejor la realidad.


Il Idioma Los puertorriqueños habla­ mos español. Los americanos ha­ blan inglés. Existe, pues, la mu­ ralla del idioma. Para tumbar esa muralla el puertorriqueño

que

emigra tiene que saber inglés. De lo contrario, la muralla del idioma estará creando dificultades y problemas entre el nativo ame­ ricano y el puertorriqueño que llega. ¿Por qué? Hablando es como la gente se entiende. Pero para que la gente hable tiene que conocer un mismo idioma. Si hablan idiomas diferentes no podrán entenderse bien. Es natural que si decidimos ir a vivir a Alemania, tengamos que aprender el idioma alemán. Y si decidimos ir a vivir a Francia tengamos que aprender el idio­ ma francés. Del mismo modo, si decidimos ir a vivir a Estados Unidos tenemos primero que aprender el idioma inglés. El puer­ torriqueño que va a Estados Unidos sin saber inglés lleva ya una desventaja enorme para luchar por la vida en aquel país.

Lo Economía Estados Unidos tiene una economía que es más industrial que agrícola. Puerto Rico tiene una economía más agrícola que industrial. Es difícil al hombre de un país agrícola adaptarse a una economía industrial. No es imposible. Pero sí es difícil. Y penoso. ¿Por qué?


El obrero agrícola brega con la tierra y con las plantas. Las plantas, ya sean de café, de caña o de vida. Las cosechas dependen de actividades o fenómenos de la na­ turaleza, tales como lluvia y se­ quía. El obrero agrícola, pues, tie­ ne la sabiduría de esperar. Su rit­ mo de vida es lento, pausado. ¿Por qué? A la naturaleza no se le pue­ den imponer horas extras. El sol se pone cuando se pone. La naturale­ za no se ocupa de las necesida­ des económicas del patrón. Llueve cuando llueve y no cuando el patrón quiere. El tiempo de las co­ sechas se mide por días, por semanas, por meses. Hay meses de acti­ vidad y hay meses muertos. En la agricultura el minuto no tiene el mismo valor que en la fábrica. El que brega con la tierra sabe que tiene que esperar con paciencia los ciclos o cambios de la na­ turaleza. El obrero industrial, en cambio, no está relacionado directa­ mente con las actividades de la naturaleza. El obrero industrial brega con cosas que no tienen vida: las máquinas. Llueva, truene o ventee, hay trabajo en las fábricas. Las máquinas pueden tra-

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bajar veinticuatro horas corridas si el patrón lo desea. Cuando el sol se pone, las máquinas pueden seguir trabajando. Las máquinas son mecanismos complicados. Una fábrica tie­ ne muchas máquinas complicadas. Un solo obrero no puede saber el manejo de todas las máquinas de una fábrica. Tiene que especia­ lizarse en una máquina, o en el manejo de sólo una parte de una máquina. Por eso oímos decir que el obrero industrial es un obrero especializado. En la agricultura, un obrero sabe casi siempre de todo: arar, sembrar, criar animales, abrir zanjas. En la industria cada obrero sólo aprende el manejo de aquella parte de la máquina en que le toca trabajar. Es decir, se especializa y se adiestra en un solo tra­ bajo. Se adiestra para ajustarse al ritmo de la máquina. Se adiestra para hacer un trabajo con la precisión que requiere la máquina. Y ese adiestramiento es a menudo largo y difícil. Las máquinas, además, son muy costosas. Una fábrica cuesta millones de dólares. Por eso el tiempo en las fábricas se cuenta por segundos y por minutos. Cada minuto cuesta miles de dólares. Por eso en los países industriales dicen que “el tiempo es dinero”. Por eso hay que hacerlo todo a prisa y con precisión de reloj. Porque la vida en el mundo industrial tiene que seguir el compás de las máquinas. El obrero industrial no puede tener en su em­ pleo la sabiduría de esperar. Tiene que tener la habilidad de ser rápido. Tiene que trabajar a prisa y hacer las cosas con la exactitud de un reloj. Por eso puede haber problemas cuando el obrero de un país agrícola como Puerto Rico va a vivir a un país industrial como Estados Unidos. El puertorriqueño agrícola tiene que adaptarse a un mundo de máquinas. Aunque allí no trabaje en fábricas tiene que vivir como vive el mundo industrial. Aunque trabaje


allí en la agricultura, tiene que vivir el modo de vida que imponen las máquinas. Y la adaptación es difícil. El cambio es penoso. La presión del cambio es fuerte no sólo para el cuerpo, sino también para el espíritu. Y para la mente. Algunos puertorriqueños pueden aguantar esa presión del cambio. Y se adaptan. Otros no pueden adaptarse y regresan a Puerto Rico. Otros pocos no se adaptan. Pero tampoco regresan. Y esos pocos se quedan en Estados Unidos desempleados y desorienta-

dos. Viven entonces de la beneficencia municipal. O se meten en negocios fuera de la ley que conducen al crimen y a la cárcel.


La Cultura ¿Qué es cultura? Si le preguntáramos eso a los especialistas que estudian al hombre y su desarrollo, tendríamos varias contes­ taciones. Cada contestación dependería de la especialidad y el punto de vista del especialista. Pero en el sentido corriente po­ dríamos nosotros decir que “cultura” es el conjunto de actitudes que un pueblo tiene ante la vida. La historia, la religión y el idioma son algunas de las cosas que ayudan a formar la cultura de un pueblo. Debemos saber por lo tanto que la cultura no se forma sola­ mente de cosas materiales. Cultura no sólo quiere decir, por ejem­ plo, saber leer y escribir. Un pueblo analfabeta tiene su propia cultura. Tampoco podemos medir la cultura contando solamente las máquinas que un pueblo tiene. Un pueblo sin maquinarias complicadas puede ser un pueblo culto. Vamos entendiendo que cultura se refiere más a valores del alma, a valores espirituales. La cultura, tal como la entendemos aquí, se refiere más a sentires y actitudes de la gente; a lo que los hombres son, más que a lo que tienen. No se refiere precisamente a dinero ni a otras riquezas materiales. Los pueblos tienen, pues, rasgos culturales que son más o me­ nos iguales. Y tienen otros rasgos culturales que varían de pueblo a pueblo. No debemos extrañarnos, que algunos de los malos en­ tendidos que podamos tener cuando emigramos a otro país se deban a diferencias en cultura. Algunos de los rasgos de la cultura ameri­ cana son distintos a los nuestros. A los americanos les sorprende, por ejemplo, el concepto que nosotros tenemos de la familia. Consideramos como familia hasta


el pariente más lejano. Y como si fuera poco, los compadres y los hijos de los compadres son para nosotros parte de la familia. Y a veces añadimos a nuestra familia hijos de crianza. Todos tienen derecho a cobijarse bajo nuestro techo.

Como tenemos esta actitud ancha y generosa hacia la familia nos sorprende a nosotros el concepto que de la familia tiene la mayoría de los americanos. Ellos se consideran responsables sólo de los miembros más allegados de la familia. La mayoría de las familias americanas se componen de los padres y los hijos. Sólo de vez en cuando se considera a los abuelos como miembros que han de compartir con uno el mismo techo. Esto del concepto de la familia es uno de los rasgos culturales que son distintos en Es­ tados Unidos y en Puerto Rico.


Las Costumbres Los sentires y las ac­ titudes de un pueblo an­ te la vida se reflejan en sus costumbres. La cos­ tumbre de los puertorri­ queños en Nueva York, por ejemplo, de vivir api­ ñados, es un resultado ló­ gico de nuestra idea de familia. Los apartamien­ tos o viviendas america­ nas que fueron hechas para el tipo pequeño de familia americana resul­ tan estrechos e incómodos para nosotros. Pero preferimos vivir in­ cómodos y apiñados antes que dejar fuera de nuestro techo a com­ padres o parientes de Puerto Rico. Probablemente esto esta relacionado con otra costumbre nuestra: la de la hospitalidad. El ser hospitalario es una tradición nuestra. Es una costumbre que se fue formando por siglos y que heredamos de nuestros abuelos. El “ay, bendito” es otra de nuestras costumbres. Nos coge­ mos pena a nosotros mismos si nos ocurre una desgracia. Nos da pena el prójimo en desgracia. Y es, quizás, que nuestro sentido de caridad cristiana es muy profundo. Tratamos al prójimo como a nosotros mismos. Nos alegra la alegría del vecino. Pero también nos apena la desgracia del vecino. Además, nos parece que un ser desgraciado debe sentir que alguien comparte su pena. Y para


compartir esa pena expresamos nuestros sentimientos diciendo: “Ay, bendito.” Cuando emigramos, llevamos con nosotros costumbres puer­ torriqueñas. Pero en Estados Unidos nos encontramos con que los americanos tienen otras costumbres. Y si vamos a ciudades gran­ des americanas notamos que las costumbres son aún más diferen­ tes que las nuestras. Si aceptamos que hay diferencias de costumbres, ¿qué hacer cuando costumbres nuestras chocan con costumbres americanas? Si creemos que algunas de nuestras costumbres son buenas, ¿va­ mos a cambiarlas por costumbres americanas? Naturalmente que no. Basta con comprender las costumbres americanas. Basta con aceptar que los americanos no tienen siempre las mismas costum­ bres que nosotros. Basta con no esperar que ellos deban tener cos­ tumbres iguales a las nuestras. Pero si vemos que los americanos tienen costumbres buenas, ¿vamos a rechazarlas porque no son costumbres nuestras? Natu­ ralmente que no. No podemos rechazar lo de otros sólo porque no es nuestro. Si lo de otros es bueno, debemos aceptarlo y practicarlo. En fin, si comprendemos bien que hay diferencias de cos­ tumbres no tendremos que ofendernos. Si aprendemos a entender costumbres americanas como parte del modo de vida en Estados Unidos, no tendremos que enojarnos. Ellos tienen derecho a sus costumbres. Y si nosotros vamos a vivir en su país, no podemos te­ ner la pretensión de imponerles costumbres nuestras. Debemos respetar las costumbres del país a donde, vamos a vivir. Podemos también aceptar algunas de sus costumbres buenas. Y podemos además conservar allí muchas de nuestras buenas costumbres. Pe­ ro debemos hacerlo sin alterar el modo de vida de la comunidad en la cual nos vamos a establecer.


EL COMPAY FUE A NUEVA YORK Poem a jíbaro por Luis Germán Cajigas Compay Flor, yo ya le digo, aquello no me gustó, dondequiera que iba yo toítos hablaban en gringo. A los hombres ñaman “mistel” a toas las mositas, “mis”, a los guardias “de poli”, y a las hermanitas “sistel”.

Al salir de la .“marqueta” vi que venían dos “polis”, los dos llegaron a mí y me quitaron la maleta. Dispués que la registraron (buscando yo no sé qué) me dijeron “oqué, ser” y a la “marqueta” se entraron.

Allí los “bildins” son muchos, y llegan casi hasta el cielo, fíjese compay: del suelo no se les ve el cucurucho. Un lunes me fui de compra Y me metí en la “marqueta”; allí compré una maleta pa echar toíta mi ropa.


Yo me quedé embelesao ( ¿Por qué ellos me detuvieron?) Endispués los dos salieron con un muchacho agarrao. El pobre le había robao

¿De qué me sirve tener

una cartera a un señor.

chavitos en Nueva York

Total, no tenía un vellón

si este tan radiante sol

(el gringo estaba pelao).

allá no lo puedo ver? ¿Y no pueo ni respirar el aire fresco de aquí, ni oir el canto del coquí, ni estos valles contemplar?

Dende ese día, compay Flor, cuando veía la polesía creía que me perseguían y se me entraba un temblor Nueva York, mi compadrito, con ser tan modemisao no se le para ni al lao a este bello Puerto Rico. Tós los que se van pa allá se van pa jaser dinero. Compay Flor, pues yo no quiero irme pa Nueva York más. Compay, me queo a luchar en este hermoso país; luchando todos aquí podremos así mejorar.


¿CONOCEMOS ALGO D i LA HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS? ¿Es justo que vayamos a vivir a un país sin conocer algo de su historia? Lógicamente no es justo para los habitantes de ese país. Probablemente tampoco es justo para nosotros. Veamos, pues, algunas cosas interesantes en la historia de Estados Unidos. Quizás conociendo hechos de los americanos de ayer podamos comprender mejor a los americanos de hoy. Decubrimiento Cuando Cristóbal Colón era joven, los europeos creían que el mundo sólo estaba formado por Europa, el norte de Africa y las lejanas tierras de Asia. A esas tierras de Asia las llamaban el Le­ jano Oriente. Los europeos iban a Asia a comprar canela, clavo de espe­ cie, sedas, maderas raras y piedras preciosas. Estos productos los traían por tierra en viajes tremendamente largos y fatigosos. Los caminos eran pésimos y los bandidos atacaban a los mercaderes. Además, en ocasiones, pueblos enemigos cerraban los caminos y no dejaban pasar a los comerciantes. Por eso los europeos empe­ zaron a buscar nuevas rutas hacia el Lejano Oriente. Los portugueses enviaron dos capitanes en busca de nuevas rutas por mar. Esos marinos portugueses le dieron la vuelta al sur de Africa y llegaron a la India, uno de los países del Lejano Orien­ te. Esta nueva ruta por mar era más segura. Pero seguía siendo muy larga. Por eso los españoles enviaron a Cristóbal Colón rumbo al oeste. Colón tenía la esperanza de llegar a la India navegando por


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otra ruta más corta que la ruta descubierta por los portugueses. Pero en vez de la India el navegante Colón se encontró con un continente nuevo y desconocido. Ese nuevo mundo descubierto por Colón se llamó luego América.

Exploración Por muchos años las naciones de Europa enviaron explora­ dores al nuevo continente. El español Juan Ponce de León fue uno de esos exploradores. Exploró y colonizó la isla de Puerto Rico. Y fue nuestro primer gobernador. Ponce de León fue, además, el primer europeo que pisó una parte de lo que hoy se conoce con el nombre de Estados Unidos. Veamos cómo sucedió esto.


En el 1513 Ponce de León salió de San Juan y navegó rum­ bo a Florida. Iba buscando una fuente “maravillosa” que según los indios daba la juventud. Pero nuestro gobernador no encon­ tró en Florida “la fuente de la juventud”. Lo que encontró allí fue la muerte. Lo mató la flecha envenenada de un indio. Vemos, pues, que fue un español de Puerto Rico el primer hombre civi­ lizado que pisó tierra de Estados Unidos. Años después Fernando de Soto, gobernador de Cuba, siguió la misma ruta de Ponce de León. Pero no se quedó en Florida. Si­ guió explorando tierra adentro. Pasó por lo que hoy son los esta­ dos de Tenesí y Georgia. Y descubrió el gran río Misisipí. Allí murió de fiebre. Mientras De Soto moría junto al gran río, otro español ex­ ploraba el sur de Estados Unidos. Ese español fue Francisco Co­ ronado, quien cruzó el territorio que hoy llamamos Arizona y Nue­ vo Méjico, hasta llegar a Kansas. Coronado fue el primer europeo en ver un búfalo. El búfalo es una especie de ganado típico de las praderas americanas. Coronado lo llamó “la vaca con joroba”. Ese es el animal que hoy vemos en los vellones de cinco centavos, o sea, en la moneda que algunos llamamos “níquel”.


¿A qué se le llamaba co­ lonia en aquella época? Se llamaba colonia al grupo de personas que iban de un país a otro para poblarlo y cul­ tivar su suelo. Colonizar era la acción de establecer es­ tos grupos o colonias. Y co­ lonización era el proceso y la obra total que hacían los colonos. Más tarde se llama­ ron colonias también a te­ rritorios o pueblos que una nación conquistaba con fines de ex­ plotación. Los españoles colonizaron a América. No sólo a América del Sur, sino que también a muchas partes de América del Norte. Por ejemplo, el primer pueblo fundado en lo que hoy son los Estados Unidos fue San Agustín, en Florida. Su fundador fue el español Pedro Meléndez. Emigración La colonización siguió adelante. Fueron estableciéndose nue­ vas colonias. Las nuevas colonias en territorio americano se esta­ blecieron por distintas razones. Una de ellas fue porque la gente huía de las persecuciones en Europa. Esos emigrantes europeos buscaban refugio en el nuevo mundo. Así fue como los puritanos huyeron de Inglaterra y se esta­ blecieron en lo que hoy conocemos como Masachusets. Otro gru-


po, esta vez de católicos, huyó de Inglaterra y se estableció en Maryland. Grupos de protestantes huyeron de Alemania, Suiza y Francia, y se establecieron en Carolina del Norte. Otro grupo, sin embargo, no huyó por motivos religiosos. Ese grupo huyó de Inglaterra porque era demasiado pobre para poder pagar las deu­ das que tenía. Este grupo de emigrantes ingleses pobres se esta­ bleció en Georgia. Las Trece Colonias Inglesas

Pero había otras razones para emigrar a territorio america no. El suelo era fértil y producía cosechas que tenían buena ven­ ta en Europa. Los bosques daban buenas maderas para exporta­ ción. Se podía cazar animales salvajes cuyas pieles se vendían a precios muy altos. Los emigrantes, explotando esta tierra, empe­ zaron a hacerse fuertes y poderosos. Entonces surgieron peleas en­ tre los emigrantes de distintas naciones. Los emigrantes ingleses, ayudados por el ejército de Inglate­ rra, empezaron a dominar a los otros europeos establecidos en territorio americano. Así fue como España, Francia y Holanda tu­ vieron que abandonar casi todos sus territorios en lo que hoy es Estados Unidos. Y así fueron fortaleciéndose las trece colonias in­ glesas.


Las trece colonias inglesas desarrollaron pronto su propia eco­ nomía. Empezaron a darse cuenta de que unidas entre sí forma­ ban una unidad económica y política. Además, sus habitantes no se sentían ya ingleses. Se sentían americanos. Y decidieron inde­ pendizarse del gobierno inglés. La lucha por separarse de Inglaterra duró alrededor de cin­ cuenta años. Al fin las trece colonias ganaron la lucha y se con­ virtieron en Estados Unidos de Norteamérica. Fue entonces que los americanos escribieron, en 1789, ese famoso documento que se llama La Constitución de Estados Unidos. La parte más importante de ese documento es la sección que se conoce como Derechos del Hombre. En esa sección el estado ga­ rantiza la libertad del individuo. La Constitución americana revivía en el nuevo mundo un tipo de gobierno que había tenido su origen en la antigua Grecia. Los griegos antiguos llamaron a ese tipo de gobierno democracia, que quiere decir, gobierno del pueblo. Hoy seguimos aplicando el nom­ bre griego a ese tipo de gobierno.


Expansión Durante siglo y medio Estados Unidos creció en tamaño. Nuevos

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estados fueron añadiéndose a la pri­ mera unión de trece estados. ¿Có­ mo? Los indios por ejemplo, fueron obligados a entregar sus tierras a la nueva nación. Muchos indios, quie­ nes habían sido los primeros dueños de la tierra americana, murieron en su lucha contra los americanos. En el empuje hacia el oeste los americanos fueron ganándole terreno a los indios. Y llegaron hasta la costa del Pacífico. Hoy sólo quedan muy pocos indios en Estados Unidos. Viven en terre­ nos del gobierno que se llaman “reservaciones”. Son ciudadanos dis­ criminados de una nación joven que se creó sobre el despojo de la antigua tierra de sus antepasados. En ocasiones, Estados Unidos compró nuevos territorios para añadirlos al suyo. Ese fue el caso de Luisiana, que Estados Unidos compró a Francia. Y ese fue el caso de Alaska, que Estados Unidos compró a Rusia. Otras veces Estados Unidos hizo la guerra para conseguir nue­ vos territorios. Ese fue el motivo de la guerra contra Méjico en el 1847. Muy pocos americanos se sienten orgullosos de haber decla­ rado esa guerra. Con la derrota de Méjico, los americanos pudieron añadir grandes territorios a su nación. Nuevo Méjico fue uno de esos territorios. Vemos así cómo, por distintos medios, la joven nación fue cre­ ciendo y añadiendo más tierras a su territorio nacional.


Esclavitud Desde los comienzos de la colonización se traían a la fuerza negros de Africa para que trabajaran como esclavos en las fincas americanas. ' La esclavitud había sido una institución legal en el mundo antiguo. Pero para la época de la colonización americana ya la esclavitud no existía en los pueblos de Europa. Sin embargo, los europeos, que no creían buena ya la esclavitud para ellos en Europa, la consideraron buena para los negros en el nuevo mundo. Esta injusticia de los europeos quedó sin remediar cuando las trece colonias se convirtieron en Estados Unidos. Es decir, los america­ nos siguieron trayendo y manteniendo esclavos en su territorio. Los esclavos negros no tenían derecho a gozar de las cosas buenas de la Constitución americana. Los esclavos negros no eran ciudadanos americanos. Eran propiedad de sus amos. Eran hom­ bres sin derechos en una nueva nación donde se garantizaban to­ dos los derechos del ser humano. Sólo después de la Guerra Civil se remedió en parte esta gran injusticia en tierra americana.


La Guerra Civil fue una lucha interna de Estados Unidos. Du­ ró desde el 1861 hasta el 1865. Fue una lucha del norte contra el sur, de americano contra americano. El americano del norte peleaba por mantener la unión de todos los estados bajo un gobierno federal. Lincoln, presidente de la na­ ción, apoyaba el punto de vista del norte. El americano del sur por su parte creía que el hermano del norte deseaba dominarlo. Creía que los estados del sur no tenían suficiente libertad para crecer y desarrollarse. Por eso el ciudada­ no del sur peleaba por romper la Unión. Peleaba, en otras palabras, porque Estados Unidos se dividiera, para entonces poder formar dos naciones: la nación del Norte y la nación del Sur. El americano del norte ganó la guerra. El americano del sur no se separó de la Unión. Se mantuvo así la unidad de la nación americana. Y además, se le dió la libertad a los esclavos negros. Después del triunfo, el Norte no tuvo una buena política pa­ ra el Sur. Durante esos primeros años de confusión, malos políti­ cos del Norte sembraron la cizaña entre los blancos y los negros del Sur. Esto fue una de las causas de que surgiera allí el prejui­ cio de blancos contra negros. Pero esos errores se han ido reme­ diando poco a poco. Hace algunos años la Corte Suprema de Es­ tados Unidos declaró que es ilegal la discriminación racial en las escuelas de los estados del Sur. Esto ayudaría a eliminar el prejuicio contra los ciudadanos negros en Estados Unidos, aunque aún hoy la lucha sigue en pie.



Presente y Futuro De este modo ha crecido la nación americana. A veces co­ metiendo errores y hasta cayendo en la injusticia. Otras veces su­ perando los errores y luchando victoriosamente por la justicia. Su historia es parecida a la historia de otros pueblos. Ha habido lu­ chas, persecuciones y prejuicios. Ha habido logros, adelantos y progreso. Ha habido días de depresión y de hambre. Ha habido días de riqueza y de abundancia. Pero siempre ha habido una gran fe en el corazón auténtico del pueblo americano. Fe de que el oprimido sea libre. Fe de que la justicia triunfe sobre la injusticia. Fe de que la sabiduría y la libertad sean una riqueza más preciada que la riqueza del dólar. El destino hizo que gentes de distintas naciones y con distin­ tas ideas colonizaran a Estados Unidos. Hoy Estados Unidos es una nación de gentes que han llegado de toda la tierra a engran­ decer ese pueblo. La grandeza futura de Estados Unidos depen­ derá de si puede ser fiel al destino que se impone a si mismo como pueblo y como nación.

Puertorriqueños en Puerto Rico y Puertorriqueños en istudos Unidos Lo que hemos leído sobre la historia de Estados Unidos nos puede hacer pensar sobre algunas cosas de nuestra propia historia. El problema de la esclavitud, por ejemplo. Puerto Rico no tuvo que pelear una guerra civil para libertar a sus esclavos. La escla­ vitud fue abolida en Puerto Rico pacíficamente por medio de la ley. Más aún, antes de que la ley declarara libre a los esclavos ne­ gros ya aquí muchos de los agricultores propietarios de esclavos


los habían libertado voluntariamente. El hecho de que la aboli­ ción de la esclavitud se lograra por medios pacíficos, sin violencias ni luchas, es una de las causas de que no surgiera el rencor, el resentimiento y el prejuicio. Por eso en Puerto Rico no se ha co­ nocido el prejuicio contra los negros como se conoce en Estados Unidos. Los puertorriqueños que eligen libremente irse a vivir a Es­ tados Unidos van descubriendo estos hechos que son resultado de la historia de ambos países. Y el puertorriqueño que decide for­ mar parte de una comunidad americana debe saber que es parte de esa comunidad y que es responsable del mejoramiento y bien­ estar colectivo. Igual que han hecho otras gentes de otras partes del mundo que han ido a Estados Unidos. El puertorriqueño que va allí a vivir debe contribuir al mejoramiento y engrandecimien­ to de la nación americana. Para los que se quedan aquí, es distinto. Los que aquí se quedan deben afirmar y engrandecer su modo de ser puertorri­ queños. Deben conservar sus costumbres y hábitos cuando estos sean buenos y deseables. Deben conservar su idioma y su cultura. Deben sentir el orgullo de su historia y de su tradición. Hacién­ dolo así pueden sentirse más seguros de sí mismos. Y pueden acep­ tar lo bueno de afuera conservando lo bueno propio. Los que aquí se queden tienen, pues, la responsabilidad de ayudar al engrande­ cimiento de Puerto Rico.


! I

Villancico Yaucano Canción por Amaury Ver ay Yo quiero niño besarte Y San José no me deja. Dice que te haré llorar, ¿Verdad que aún así me dejas? Ha nacido en un portal Llenito de telarañas Entre la muía y el buey El Redentor de las almas. En Belén tocan a fuego

Por si quieres dos saquitos

Del portal sale la llama

También yo te los traeré.

Es una estrella del cielo Que ha caído entre las pajas.

Yo soy Juan el verdurero Que vengo de la montaña

I

Yo soy un pobre yaucano

Y te traigo viandas buenas

!

Que vengo de Yauco aquí

desde mi humilde cabaña.

Y a mi niño Dios le traigo Un gallo quiquiriquí.

Al niño recién nacido Todos le ofrecen un don

Ya lo sabes niño hermoso

Yo como no tengo nada.

Soy del pueblo del café

Le ofrezco mix^brazón.


¿que' es prejuicio? ¿Qué es prejuicio? Prejuicio es el juicio u opinión que uno for­ ma sin tener conocimientos sufi­ cientes sobre algo. En otras pala­ bras, es la opinión que uno forma sobre algo sin tomar en cuenta lo verdadero y lo justo. Vamos a ver un ejemplo: Si no conocemos a los judíos, pero aseguramos que todos los judíos son traidores, estamos juzgando algo sin conocerlo. Estamos cometiendo una injusticia. Estamos hablando con prejuicio. ¿Por qué tenemos este prejuicio? Bueno, pudiera ser que estuviéramos recordando la Biblia. En la Biblia leemos que Judas traicionó a Jesús. Y Judas era judío. Entonces, sin pensar bien ni razonar, decimos que los judíos son traidores. ¿Van a pagar todos los judíos por lo que hizo Judas? Eso no sería justo. El mismo Jesús era judío. ¿Se atreve alguien a decir que Jesús, por ser judío, fue un traidor? Leemos en la Biblia que un grupo de judíos crucificó a Je­ sús. ¿Tenemos que odiar a todos los judíos por eso? Imposible. Je­ sús era judío y lo adoramos. María, la madre de Jesús, era judía y la queremos. José, el esposo de María, era judío y lo respetamos y veneramos. ¿Vemos la injusticia que se puede cometer con un prejuicio? Supongamos ahora que en Estados Unidos un negro americano comete un delito. Hay muchos americanos blancos que tienen pre­ juicio contra los negros. ¿Qué pasa? Que lo que hizo un solo negro


lo pagan los demás negros. Porque la gente con prejuicios dice: “Miren, eso es lo que hacen los negros”. Y no es verdad. Porque cuando un blanco americano mata a alguien, a nadie se le ocurre decir que todos los blancos americanos son asesinos. Del mismo modo, los demás negros no tienen la culpa de lo que hace un solo negro. Como tampoco todos los judíos tienen la culpa de la traición de Judas. Pues bien, a los puertorriqueños en Estados Unidos les pue­ de ocurrir lo que les ocurre a los negros o a los judíos. La gente con prejuicio empieza a formar mala opinión de todos los puertorri­ queños. ¿Por qué? Porque juzgan a todos los puertorriqueños por las metidas de patas de unos poquitos puertorriqueños.

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Si un puertorriqueño roba, los americanos con prejuicio dicen que todos los puertorriqueños somos unos pillos. Si un puertorri­ queño no trabaja, los americanos con prejuicio dicen que todos los puertorriqueños somos unos vagos. Si un puertorriqueño tira la basura a la calle en vez de recogerla en un “zafacón”, los ameri­ canos con prejuicio dicen que todos los puertorriqueños tenemos costumbres sucias. Es decir, cada metida de pata de un puerto­ rriqueño en Estados Unidos la pagamos los demás puertorrique­ ños. ¿Cómo la pagamos?


La pagamos porque se forma allí una mala opinión en con­ tra de nosotros. Y el resultado puede ser que nos desacrediten, no nos den trabajo o nos nieguen nuestros derechos. Claro, que no todos los americanos son gente con prejuicio. Allí, como en Puerto Rico, hay de todo. Hay gente buena y hay gente mala. Hay gente estúpida y hay gente inteligente. Hay gen­ te honrada y hay gente pilla. Por eso no debemos juzgar nosotros a todos los americanos por lo que hacen algunos americanos con­ tra los puertorriqueños. Pero debemos estar alerta contra los pre­ juicios para que no se cometan injusticias con nosotros. ¿Y cómo defendernos de estos prejuicios? No es con la vio­ lencia ni con los insultos. No es con prejuicios nuestros que po­ demos atacar los prejuicios ajenos. Uno de los medios de defensa y de ataque contra los prejuicios es el buen ejemplo. Y el conoci­ miento de todos nuestros derechos y deberes como ciudadanos. Pero hay algo más que debemos tener en cuenta. Debemos estar alerta de no contagiarnos con los prejuicios de algunos ame­ ricanos. Ha habido puertorriqueños que se han acobardado ante los prejuicios en Estados Unidos. Y su solución al problema ha sido ponerse a creer en los prejuicios de algunos americanos. No hay cosa más terrible que ver a un puertorriqueño en Estados Unidos contagiado por los prejuicios de allá. Ese puertorriqueño empieza atacando a los negros americanos y termina atacando a sus pro­ pios hermanos puertorriqueños. Ese tipo de boricua traiciona a los suyos y llega a negar que él es puertorriqueño. Ese tipo de bo­ ricua “americanizado” de mala manera es uno de los peores enemi­ gos de los puertorriqueños. Tenemos que estar alertas para no caer nosotros en ese terrible error.


¡BIENVENIDO, BIENVENIDO! Cuento por Domingo Silás Ortiz Juana se sentó a la puerta pensativa, cavi­ lando. El pequeño ra­ dio de baterías le esta­ ba agriando la vida. Una voz doliente muy de moda, entonaba la variación de una vieja melodía: “Alguien con la ausencia llora pero ese llanto au­ menta el querer... dos almas que se han querido cuando se alejan se adoran más.” “Otros dicen que ausencia quiere decir olvido y parece ver­ dad”, pensaba. ¡Cuántos se habían ido del barrio! Tuto, el marido de su prima Hilaria, hacía cuatro años que había salido para Nueva York y no había vuelto al barrio desde entonces. De Raimundo, el de Petra, hacía diez años que no se cono­ cía su paradero. Ni una letra le mandaba a la familia. Sus barrigoncitos ya tenían quince y dieciséis años y ayudaban con su tra­ bajo a la buena madre que, guardándole la espalda al ausente y olvidadizo marido, todavía no se había enamorado.


Peyó, el de Caya, había vuelto dos veces a Puerto Rico, en cinco años de ausencia, y lo más que estuvo en su casa fue dos se­ manas. Ya no le gustaba el barrio. Venía tirando muchas palabritas en inglés y le molestaba el fango del batey en tiempo de lluvia. Pensaba Juana que eran muchos los casos de emigrados que banda allá les daban algún bebedizo para que se olvidaran del bohío en la jalda, del conuco en la terronera, de los mocosos y de la vieja. Algo, algo había en todo esto que no tenía razón de ser, ni explicación posible. Se le vino a la mente el chasco del viernes pasado. Ella estaba sentada a la vera del camino, como de costumbre, esperando, es­ perando al que no venía. Hacía un sol como para secar café cuan­ do por allí, por el recodo, vino un personaje enchaquetonado. Que la chaqueta le quedaba larga se veía aún de lejos por los aleteos de la cola. ¿Sería el cura? ¿Sería su querido esposo Bienvenido? En el barrio, un gabán era un acontecimiento. Recordó que Bienvenido se había puesto uno para el entierro de Don Segundo, por tratarse de Don Segundo, quien en vida fue un señor muy serio y a quien le hubiera estado malo que le acompañaran en mangas de camisa. Baile, bautizo y bodas eran ocasiones para sacar al aire las cucaracheras y las misas cantadas de madrugada se pres­ taban para engabanarse uno y protegerse del frío. Pero no era domingo, no se había muerto nadie que ella su­ piera, ni tampoco había nada pendiente que justificara la cha­ queta. ¡Y con aquel sol de fuego! Supuso que era algún extraño y se dispuso a averiguar su paradero. A medida que se acercaba el personaje, lo pudo observar


mejor. Definitivamente no era Bienvenido. Sombrero de fieltro con una plumita en la cinta; corbata de colores chillones; chaqueta cruzada y una maleta con unas cuantas etiquetas. Al verla se detuvo y saludó: —jjalou! ¡Jalou, misses! ¿Falta mucho para llegar a casa de Misses Filomeina? Aquel acento inglés la turbó. Lo miró bien antes de contes­ tarle. Tenía chaleco y tirantes. Y detrás de un bigote y de unas gafas ahumadas se ocultaba una cara que le parecía haber visto antes en algún sitio. —Le falta poco, señor. Ahí, al cantío de un gallo. Doña Filo-


mena no se ha mu­ dado todavía. —¡O.K.! ¡O.K.! Entiendo. Entiendo uno poquito. Yo de­ biendo estar llegan­ do ya. ¿No es eso? Entonces

ella

lo observó con más detenimiento. ¡San­ to Dios! ¿Sería posible? No le quedó más remedio que reirse. Aquel no era otro que Chucho, el quincallero, el hijo de la viejita Filo­ mena. Y le dijo: —¿Qué? ¿Ya se le olvidó el camino? —¡Oh, yes, yes! Francamente, a cualquiera se le olvida. Des­ pués de tanto tiempo en el Norte. Oh, yes! — contestó él en un español que era pura burundanga. —Pero si usted salió de aquí el otro día — insistió ella. —¡Oh, no, no! Haciendo mucho tiempo dejando lo barrio. Todo ha cambiado. Tan distinto. Good-by, misses. Yo sigo a casa de Misses Filomeina. Ahora, al recordar el incidente, Juana ahogó una carcajada. ¡Y si su propio Bienvenido regresaba con el mismo mal que pade­ cía Chucho! Ni pensarlo. Ausencia quería decir olvido en algu­ nos casos, pero Bienvenido estaba hecho de otra fibra. Había salido en el mes de marzo formando parte de una emigración de obreros agrícolas y semanalmente le escribía y le mandaba su girito. Quince pesos. Diez para los gastos de la casa, la ropa y los zapatos de ella y los muchachos. Y cinco para que los economi-


zara de modo que cuando él necesitara el pasaje de vuelta lo tu­ viera seguro. Bienvenido no era como algunos. . . Bueno, ella tampoco era como otras. La prueba estaba en que en vez de economizar los cinco pesos que él le indicaba, sema­ nalmente sumaba a éstos lo que ella se ganaba haciendo guantes. Y eso que hubo unas semanas en las que ella no pudo trabajar por haber dado a luz una nena. ¡Si Bienvenido la viera lo gordita que estaba! El, que siempre quiso tener una hembrita para añadir­ la al trío de machitos que estaban criando. Siempre que Bienvenido escribía preguntaba por los nenes y por la nena. No se olvidaba. Pero — ¡y ésto sí que tenía cavi­ lando a Juana! — hacía semanas que no recibía carta de Bienve­ nido. En la última le había dicho que ya estaban terminando la cosecha de melocotones y que empezaba a picar el frío. Añadía que tan pronto se terminara el trabajo en el campo iba a probar fortuna con un grupo a ver si conseguían trabajo en las ferrovías de la Pennsylvania. Eso fue en octubre y ya habían comenzado los chubascos de los gandules y el güiro ya sonaba por las lomas Juana dejó de cavilar. Se puso de pie, apagó el radio y ta­ rareó: “Alguien con la ausencia llora pero ese llanto aumenta el querer. . . ” Se le había pegado la canción. Iría al correo. Preparó los ne­ nes y, echándose la hembrita al hombro y cogiendo los varoncitos de la. mano, bajó la jalda camino del pueblo. Tenía carta. ¡Al fin! “Mi querida Juani: “Dios quiera que todos estén bien. “Desde que cobré mi último pago con la Canning no había


podido escribirte. Salí del campamento con un grupo de paisanos a buscar otra pega, como te había escrito, y la pega que conseguí no me sirvió. Me enfermé a los dos o tres días y he estado en cama el resto del tiempo. No te imaginas lo que he sufrido pensando en ustedes. ¿Cómo está la nena? Debe de estar grande. ¿Y los nenes? ¿Se recuerdan de papi? Diles que pronto espero verlos. ¿Y tú? Cuídate, cuídate, que tenemos un capital que levantar entre los dos y si tú te mueres pues. . . quedo yo. “Se gana buen dinero si se consigue oportunidad para el hom­ bre que sabe y que cumple. Pero las oportunidades no son muchas ahora. Ya hace un frío que corta y yo estoy cansado de arroparme con mantas de lana. “Supongo que los gandules de la tala vieja estarán cargaítos y que la puerquita dará pa un par de pasteles. No digo más por­ que la boca se me hace agua y temo dañar la carta. “Oye, un secreto. Si me quieres ver pronto, mándame sesenta pesos de los ahorros pa el pasaje. La dirección va en el sobre. “La bendición para los nenes y tú recibe un fuerte abrazo de tu Bienvo.” Juana lloró de ale­ gría y se apresuró a en­ viarle el pasaje de su marido. ¿Qué si quería verlo

pronto?

Ella

Dios

solamente

lo

y sa­

bían. Le dió un abrazo a la chiquitína en nom­ bre de Bienvenido.


Fueron días de impaciente espera los que siguieron para am­ bos. Bienvenido se desesperaba en su camastro en Estados Unidos y Juana alongaba por la vereda una esperanza. Pero una noche de luna los perros, a lo largo del camino ve­ cinal, ladraron a una sombra engabanada que portaba una maleta y un corazón que repicaba de júbilo. Al pasar por las casas dor­ midas gritaba un saludo y seguía su marcha. “Adiós, Mano Peyó, aquí va su cuarta”. “Adiós, compai Taño, recuerdos le mandaron del Norte.” “Adiós, Doña Geña, mañana traigo a Juanita por acá.” Al llegar al ventorrillo de Hilario se detuvo. El sabía que Layo guindaba la hamaca dentro. “Layo, Layo, despierta, que te ro­ ban.” Oyó cuando Hilario despertó y dijo: “¿Quién toca?” y él, guaseando,. le contestó: “Es el ángel y mañana viene a comprar cintas”. La sombra siguió su camino hasta que alcanzó a contem­ plar el nido de sus querencias. Desde que columbró las luces de San Juan, por una venta­ nilla del avión, había soñado este momento. Al llegar al batey, se arrodilló y besó la tierra. ¡Qué bien olía todo aquello! ¡Qué glo-


ria la de estar en casa otra vez! Aunque él no había hecho el más leve ruido, sintió cuando se levantaron en la casa y encendieron el quinqué. Juanita salió a la puerta. “¡Bienvenido! ¡Bienvenido!

Y se tiró en sus brazos.

Esa era justamente la bienvenida que él esperaba. “Mujer, no hay nada igual que volver a la casa”, exclamó, contemplando el ma­ ravilloso cuadro de sus hijos dormidos. Una ráfaga de viento apagó el quinqué y la casa quedó en­ vuelta en la paz tibia de la noche jíbara.


EL CLIMA EN ESTADOS UNIDOS En Estados Unidos hay sitios con clima bastante parecido al nuestro. Dos de esos sitios son Florida y California. Pero la mayor parte del país puede considerarse como zona de clima frío. Mientras más al norte de Estados Unidos vayamos, más frío será el clima. Sitios como Nueva York, Michigan y Detroit son de invierno muy frío. En los climas fríos hay cuatro estaciones durante el año: in­ vierno, primavera, verano y otoño. En Puerto Rico sólo hay dos estaciones: época de fresco y época de calor. O época de lluvia y época de sequía. En Estados Unidos el verano es muy caluroso. Viene luego el otoño con temperatura fresca. El otoño es como el preparativo de la naturaleza para el invierno. En el invierno el frío es intenso y casi siempre cae nieve. Las plantas duermen durante esa épocay No hay flores, ni frutas, ni hojas verdes. Después viene la prima­ vera. La temperatura se hace más templada en la primavera y las plantas despiertan. Por fin vuelve el verano con su calor intenso. Pero no hay que pensar que sólo el invierno es frío. El otoño y la primavera son también épocas bastante frías. Esas dos épo­ cas, otoño y primavera, son épocas de gran belleza. La natura­ leza se pone realmente hermosa en esas dos estaciones del año. La ropa para los meses fríos es cara. Una mujer no sale allí del paso con un trajecito de percal. Ni un hombre con un pantalón y camisa. Hay que gastar en ropa adecuada si no quiere uno enfer­ marse. Los zapatos deben ser fuertes y abrigados. El uso de guantes es importante en invierno. En los cambios de estaciones las pulmo­ nías y bronquitis son frecuentes y peligrosas.


Las casas tienen que tener calefacción. Llamamos calefacción al calor producido casi siempre por calderas de vapor. Sin este calor artificial no se podría vivir en los edificios. Sin calefacción la gente se helaría en las casas y se moriría durante el invierno. La verdad es que en esos climas alguna gente muere de frío. Son los que no pueden pagar el alquiler de casas con calefacción. Otras personas no mueren de frío, pero si no saben cuidarse cogen con facilidad enfermedades peligrosas como pulmonía o tuberculosis. En invierno, debido al clima frío, la gente se pasa la mayor parte del tiempo dentro de los edificios. Pero, claro está, no se pue­ de vivir encerrado. Cuando la gente no trabaja, tiene que salir ex­ presamente a pasear para coger aire y para hacer ejercicio. Hay casi siempre parques grandes y hermosos donde la gente va a pa­ sear y a coger aire. Si no hay parques cerca, la gente hace largas caminatas por las aceras de las calles. Estas salidas al aire libre son importantes para evitar el encerramiento y conservar la salud. La alimentación es más importante que nunca en invierno. Debido a la falta de sol, en esa época es necesario alimentarse más y tomar muchas vitaminas. En comida, como en ropa, se gasta más en un país de clima frío que en un país tropical como Puerto Rico.


LOS REYES MAGOS Canción por Antonio Dueño Ya vienen los Reyes y bendito sea Dios ellos van y vienen y nosotros no. Los Tres Reyes Magos bajan desde el cielo Ya vienen los Reyes y bendito sea Dios, ellos van y vienen y nosotros no. En los tres camellos Van de pueblo en pueblo Llevando juguetes A los niños buenos En los dormitorios Entran paso a pasó Y bajo las camas Ponen los regalos. Al rayar el alba Del siguiente día Reina entre los niños Cordial alegría. Porque les han puesto Los Tres Reyes Magos Los mismos juguetes Que les encargaron. ¡Benditos los Reyes Que todos los años A los niños buenos Traen el aguinaldo!


VIVIENDA EN LAS GRANDES CIUDADES AMERICANAS En las grandes ciudades americanas muy pocas personas tie­ nen casa propia. ¿Por qué? Porque los solares y las casas son ca­ ros. En Nueva York, por ejemplo, cuesta mucho dinero comprar o fabricar una casa. La mayoría de la gente vive en edificios de apartamientos. Estos edificios tienen varios pisos. Y cada piso está dividido en varios apartamientos o viviendas. Uno paga alquiler por vivir en uno de esos apartamientos.

Pero no es fácil conseguir apartamiento. Nueva York tiene ocho millones de habitantes. La población sigue creciendo, pero no se construyen las casas necesarias. El gobierno desarrolla nue­ vas urbanizaciones. Pero éstas no son suficientes. El problema de la vivienda en Nueva York es peor para los puertorriqueños. ¿Por qué? Porque el puertorriqueño que emi­ gra es casi siempre el puertorriqueño pobre. Tiene que buscar apartamientos baratos. Y los apartamientos baratos casi no se con­ siguen. Sólo puede haber allí alquileres baratos en los barrios peores. Y en estos barrios los edificios son viejísimos, llenos de humedad y de ratones. Edificios que casi nunca tienen calefac­ ción. Edificios que muchas veces deberían estar clausurados por


la sanidad. Y en muchos casos ai puertorriqueño pobre que llega no le queda otro remedio que meterse a vivir en esa clase de edificios indeseables. Los apartamientos, además, sean mejores o peores, son siem­ pre chiquitos. ¿Por qué? Por dos razones: porque hay poco espa­ cio disponible y porque las fam ilias americanas no tienen muchos hijos. Estos apartamientos chiquitos dan la sensación de encerra­ miento y de estrechez. A una persona que ha vivido en el campo, con el batey a la puerta, ese encerramiento le molesta mucho. Tiñe que pasar bastante tiempo para uno acostumbrarse a ese tipo de vivienda. Además, allí no se acostumbra que muchas personas duerman en un mis­ mo cuarto como se acostumbra aquí. ¿Por qué? Porque la ventilación es po­ bre en el invierno. Debido al frío hay que tener cerradas las ventanas. Y una habitación cerrada donde duermen varias personas es cosa mala para la salud de todos, sea aquí o en Estados Unidos. En los edi­ ficios donde viven trabajadores puertorri­ queños no hay sitio para que los niños jue­ guen. No hay patio ni batey. Si hay un parque cerca los niños son felices. Pero si no lo hay tienen que jugar en plena calle cuando no están en la escuela. Y a veces las ventajas de tener educación en la es­ cuela se echan a perder por las malas com­ pañías y las malas influencias de la calle. La educación y la vigilan­ cia de los hijos es pues más difícil y más complicada para los padres 64


en las grandes ciudades como Nueva York. En muchos de esos edificios de alquiler barato no hay cale­ facción. Y vivir allí en una ca­ sa sin calefacción durante el invierno es un peligro tremen­ do para la salud de todos los miembros de la familia. En fin, en Estados Uni­ dos, como en todos sitios, hay cosas buenas. Pero también hay pobreza, hay miseria, hay incomodidades, hay molestias, hay peligros y hay inconvenientes para vivir. Es bueno saberlo para no sufrir luego desilusiones innecesarias.

Nueva York No Es La Unica Ciudad Algunos puertorriqueños que emi­ gran van a vivir a otros sitios lejos de Nueva York. Esos puertorriqueños han descubierto que encuentran menos pro­ blemas en otras ciudades americanas que en Nueva York. Ellos saben por experien­ cia que Nueva York es el sitio de mayo­ res problemas para el emigrante. Hoy hay grupos de puertorriqueños en ciudades de California, de Michigan, de Ohio y de Illinois. Esto no quiere decir que en esas otras ciudades la vida sea fácil. No quiere decir que no haya problemas allí. Lo que quiere decir es que hay m enos problemas que en Nueva York.

\r


MIEDO Por Gabriela Mistral Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan. Se hunde volando en el cielo y no baja hasta mi estera. En el alero hace el nido y mis manos no la peinan. ¡Yo no quiero que a mi niña golondrina me la vuelvan! ¡Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa. Con zapatitos de oro, ¿cómo juega en las praderas? Y cuando llegue la noche a mi lado no se acuesta. Yo no quiero que a mi niña la vayan a hacer princesa! Y menos quiero que un día me la vayan a hacer reina La pondrían en un trono a donde mis pies no llegan. Cuando viniese la noche yo no podría mecerla. . . ¡Yo no quiero que a mi niña me la vayan a hacer reina!

/


TRABAJO EN FINCAS AMERICANAS Algunos obreros puertorriqueños no van a Estados Unidos pa­ ra quedarse. No se llevan a su familia para vivir allí. No van bus­ cando la vida de las ciudades. Van a trabajar en fincas america­ nas y vuelven a Puerto Rico. Así aprovechan el tiempo muerto de aquí trabajando en cosechas de allá. Este tipo de trabajo en fincas se puede conseguir por medio del Departamento del Trabajo de Puerto Rico. No se deben acep­ tar empleos ofrecidos por agencias particulares. Muchas de esas agencias engañan y explotan al obrero puertorriqueño. Sólo el Departamento del Trabajo de Puerto Rico garantiza condiciones decentes para el obrero puertorriqueño en fincas americanas. El Departamento del Trabajo llama migración a este tipo de emigración temporera que hacen los trabajadores agrícolas puer­ torriqueños. Es decir, llama migración al movimiento de trabajado­ res agrícolas que cumplen un contrato en Estados Unidos y luego regresan a Puerto Rico. La única agencia autorizada a aprobar contratos para los tra­ bajadores agrícolas que van a Estados Unidos a trabajar por temporadas es el Departamento del Trabajo. ¿Y por qué es importante para nosotros el contrato aprobado por el Departa­ mento del Trabajo? Porque en Es­ tados Unidos no hay leyes que pro­ tejan bien al trabajador agrícola. Aquí las hay, pero allá no. En Estados Uni­ dos el trabajador industrial está muy


bien protegido por las leyes. Pero el trabajador agrícola no. De modo que el contrato aprobado por el Departamento del Trabajo le exige al patrono la protección para el obrero que las leyes ame­ ricanas no proporcionan. Irse a trabajar a fincas americanas sin contrato aprobado por el Departamento es exponerse a no tener allí garantías de condi­ ciones decentes de trabajo. Por eso es importante que el trabajador agrícola puertorriqueño sólo vaya a trabajar a fincas americanas con contrato aprobado por el Departamento del Trabajo. No nos dejemos engañar con falsas promesas de agencias privadas. Re­ cordemos que muchas de esas agencias lo que hacen es engañar y explotar al obrero agrícola puertorriqueño. Y ahora veamos algunas cosas que nos garantiza un contrato aprobado por el Departamento del Trabajo: 1. Ese contrato nos garantiza un seguro de $12,500 contra accidentes para el viaje en avión. 2. Nos garantiza atención médica si nos enfermamos. 3. Nos garantiza seguro contra accidentes en el trabajo. 4. Nos garantiza no menos de 160 horas de trabajo cada cua­ tro semanas mientras dure el contrato. 5. Nos garantiza un salario igual al que ganan obreros agrí­ colas americanos en la región a donde vamos. 6. Nos garantiza el no tener que pagar nada a agentes bus­ cadores de empleos. 7. Nos garantiza vivienda adecuada. 8. Nos garantiza seguro ocupacional, por accidente ocurrido o enfermedad contraída fuera de horas de trabajo. Si nos decidimos, pues, a ir a trabajar por temporadas a fin­ cas americanas, vamos a estar siempre seguros de varias cosas. Una de ellas es que tenemos contrato aprobado por el Departamento


Pero eso sólo no basta. Antes de aceptar trabajo en una finca americana hay que enterarse de todos los detalles. Vamos a leer y a entender bien el contrato. Es mejor decidir no ir, antes que arrepentirse después que uno es­ tá allá. Porque un contrato es un contrato. Y si uno no cumple el contrato, pierde todos sus derechos. Es bueno preguntar. Es bueno averiguar. Es bueno enterarse. Es malo firmar contratos sin saber lo que se va a hacer. Pero aparte de las condiciones del contrato hay otra cosa que debemos saber. Y es la clase de trabajo para el que nos contratan. Por ejemplo, si padece­ mos de mareo o vértigo no aceptemos trabajo en la co­ secha de manzanas. ¿Por qué?

Porque

para

coger

manzanas hay que treparse en escaleras altas. Si la al­ tura nos marea podemos caernos de la escalera. Y una caída así casi siempre es muy peligrosa. Algunos obreros se han matado en una de esas caídas. Veamos otro ejemplo. Si


padecemos de los riñones no aceptemos trabajo en la cosecha de 'cranberry”. ¿Por qué? Porque las matas de esas frutas están casi a ras de tierra. Y hay que estar manejando una especie de artesa con el espinazo doblado todo el tiempo. Y eso hay que hacerlo por cuerdas y más cuerdas. Las fincas de allá no son como las de aquí. Son fincas enormes. Pensemos en eso si padecemos de los riñones y nos ofrecen empleo en una finca de “cranberry”.

En fin, vamos a enterarnos siempre de la clase de trabajo que desean que hagamos. Vamos a decidir si podemos hacerlo. Vamos a decidir si nos conviene hacerlo. No aceptemos nunca contratos a ciegas. Vamos a preguntar. Vamos a averiguar. Vamos a enteramos bien de las cosas. Para evitarnos disgustos. Y para evitamos pro­ blemas.


LOS TRABAJADORES ENFERMOS NO DEBEN EMIGRAR Si padecemos de asma, úlceras en el estómago, tuberculosis o cualquier otra enfermedad crónica, no debemos ir a trabajar en fincas americanas. Estas enfermedades casi siempre se agravan cuando cambiamos de clima y ambiente. Debemos pensar además, que se sufre mucho cuando uno se enferma estando lejos de sus seres queridos. Por otro lado nues­ tros familiares en Puerto Rico también se alarman y sufren cuan­ do saben que estamos recluidos en un hospital de Estados Unidos. Por eso, si nos decidimos a trabajar en fincas americanas de­ bemos estar seguros de que nuestra salud es buena. Y el único modo de estar seguro es yendo a un centro médico o a una unidad de salud pública para que nos examinen los doctores. No nos ex­ pongamos a un cambio de clima sin saber cómo estamos de salud. Esta precaución puede ahorrarnos muchas angustias y mucho su­ frimiento.


SALUSTIANO SE EMBARCA Cuento por

/.

L. Vivas Maldonado

La noticia se regó por el barrio entero con la rapidez del fuego que­ mando yaguas viejas. El compay Salustiano se em­ barcaba para los Niuyores. En todo el barrio Cu­ chillas se comentaba la nueva como todo un acon­ tecimiento.

No porque

fuese el primero en irse para allá, sino porque el compay era de los que a toda boca gritaba que no había quien lo sacara del fango del barrio. Y ahora, así de sopetón, irse. No había explicación posible. Los más viejos comen­ taban que eso pasaba por el gobierno haberse olvidado de ellos: “Ya hasta los más pegaos a la tierra se nos van yendo.” A lo que contestaban otros: “Pero es al revés. Ahora es que el gobierno está haciendo algo por nosotros”. Algunos atribuían la ida del compay a que estaba mal de fondos y otros respondían: “N’ombre no, si el compay tiene su


finquita, pollos y cerdos y ño le debe un centavo a nadie”. Hubo tertulia en el cafetín de Lolo. Se discutió hasta bien entrada la noche. Se habló de deudas, de hipotecas, de celos y de yo no sé cuantas cosas más. Pero por toditos lados que se fueran, el compay Salustiano estaba bien. ¿Por qué demonios se iba un hombre para los Niuyores cuando es­ taba tan bien en el barrio? Han de saber ustedes (pa­ ra eso les hago el cuento) que a la gente del barrio no les caía bien la ida de Salustiano. Unos porque lo apreciaban, otros porque con él veían irse parte de sus ganancias y otros porque les dolía ver partir a uno de los “amarraos” a la tierra. A todo esto, el compay Salustino se mantenía en silencio. A las preguntas que se le hacía contestaba esquivando el bulto y casi siempre el que preguntaba quedaba igual que al empezar: sin saber por qué se iba el compay. Las mujeres trataron de son­ dear a la comay Dolores, la mujer de Salustiano, pero sin poder averiguar el por qué. Nada, que el misterio de la ida del compay Salustiano seguía campeando en el barrio. Y seguía manteniendo a todos los jíbaros de por allí con la curiosidad muy despierta. Por fin, un día llegó la noticia de que el compay iba a dar una fiesta de despedida. El barrio entero se aprestó a asistir. La sala de la casa del compay estaba llena. Sentados unos en bancos, en tures o en el piso, charlaban comentando la noticia.


La comay Dolores traía el café en cocos y en las pocas tazas que había. Aquella gente parecía no tener fondo en los estómagos. ¡Caramba! Pero en verdad no importaba. No era todos los días que un suceso de tal importancia pasaba en Cuchillas. Uno de los presentes, el compay Remigio, gritó: —¡Que salga el compay! Todos los presentes se unieron a la petición y la comay Do­ lores ante el griterío, entró a la habitación que se mantenía ce­ rrada. Al poco rato salió ante la curiosidad de todos y dijo: —Ya Salustiano viene pa fuera. Dos o tres chiquitines presentes comenzaron a llorar y sus berrinches sirvieron de anuncio a la entrada del compay. Porque en ese momento se abrió la puerta del cuarto y apareció Salustiano. ¡Aquello fue el acabóse! La algazara debió haber sido terri­ ble, pues hasta los gallos del compay Edefilmo, a la salida del ba­ rrio, pegaron a cantar a todo pulmón. Y no era para menos. El compay Salustiano había salido del cuarto vestido como todo un actor de cine. (Eso significa tieso como un espeque y más hinchado que un pavo real.) Llevaba un cha­ quetón color arena, una chalina colorada y pantalones oscuros. —¡Ah María, compay, con esa jerga eres el mesmo Valenti­ no! — gritó uno de los presentes. El grupo entero rió la ocurrencia. El compay Salustiano se dejaba mirar y mirar. —Hay que ir bien vestido pa los Niuyores — repuso —. La primera impresión es la que vale. ¿Ah? ¿De fuera pa adentro? ¿No?



gallinas que tenías. ¿Ah? —No tanto, mijijo, pero de que se fue la puerca grande, se fue — repuso el compay entre las risas de todos. —Oye, y esa chalina con esos dibujos es pal mismo Eisenjauer. Nueva risa general. —Compay, ¿y dónde vas a trabajar? —Pues en una fábrica. De esas que hacen cosas pa regar por todito el mundo. Una cosa universal ¿saben? Voy a tumbar trein­ ta y cinco pesos a> la semana. El trabajo me lo consiguió el primo Lalo. Una vieja se persignó y dijo entre aspavientos. —Fíjense no más y que este condenao sobrino mío que tan­ tas veces me meó. . . ganando tanta plata. . . ¿a que también yo me voy pa los Niuyores? La risa fue general. Otro de los presentes preguntó: —¿Y dónde es que vas a vivir? —En un barrio que se llama Jalem o algo así. . . Allí vive gen­ te de toítas partes del mundo. . . una cosa universal ¿ven? El pri­ mo Lalo tiene un apartamiento “furnido”. Remigio interrumpió a Salustiano: —Oiga compay, ¿qué es eso de fulnido? —Pues eso es que tiene muebles y tó. . . ¿ve? Usté alquila el apartamiento con muebles y camas. . . ¿ve? —Ah — repuso Remigio entre aspavientos generales. Salustiano se contoneó un poco y prosiguió: —Hay que dirse pa allá. . . hay que ir de adentro pa fuera. . . ¿.ah?

y


Uno de los compadres de más edad terció: —Oye, yo sé un cuento de uno de los del barrio que se fue pa los Niuyores. —Échelo. Échelo — gritaron todos a coro. El viejo tiró una escupitina de tabaco por la ventana. La comay Maruja tuvo que agacharse para que no la cogiera. —Pues una vez — comenzó el viejo — un jíbaro de este ba­ rrio se fue pa los Niuyores. No llevaba en los bolsillos más que el dinero necesario pa el pasaje y pa una mixta. Eso jase tiempo ¿saben? Pues el dichoso hombre había oído cuentos y más cuen­ tos que en ^ps Estados Unidos corría el dinero por las calles. Según me contaron, al apearse del avión en los Niuyores, vió un billete de cinco en el piso. Lo miró como quien ve un ratón muer­ to y dijo entre dientes: “¡Jum!, ya empiezan a aparecer” ¡Oigan, y dejó el billete en el suelo sin cogerlo! Se podrán ustedes imagi­ nar que no vió más un billete de cinco mientras estuvo en los Niuyores. Dicen que hubo que jasel una colecta en el barrio y que pa mandarlo a buscar. El grupo rió largamente el chiste. Salustiano alegó: —Bueno, eso era antes. . . ahora va gente prepará pa allá.. . de tó el m undo... es cosa universal ¿ven? Pero aún el asunto quedaba por resolverse. ¿Por qué se iba el compay? Al fin el viejo Remigio pidió silencio y dijo:


—Compay. . . aquí toítos, como yo y mi mujer, estamos de­ seosos de saber una cosa. ¿Por qué usté se va pa los Niuyores? Un hombre que lo tiene toíto. . . que lo queremos tanto. . . Salustiano se arregló la chalina colorada, se miró los zapatos brillosos y repuso:

—Bueno, pa decirles la verdá. . . yo no tengo por qué dirme pa allá. Tengo mi finquita y mis animales. Pero es que yo leí algo en el periódico que me puso a pensar. Ustedes saben que yo soy un hombre de mucho pensar. —Aquí Salustiano dejó escapar una tosesita de importancia—. Pues leí algo que el hombre debe cono­ cerse de afuera pa dentro, no de adentro pa fuera. . . Yo no sé explicarlo en mis propias palabras pero es que el hombre tiene que ver mundo pa hacerse hombre, ¿ven? (Nadie veía, pero el compay siguió.) Es que pa sel univelsal hay que dirse. . . como que un hombre no puede sel univelsal siendo puertorriqueño na más. . . ¿ven? Los presentes estaban en babia. ¿Qué era eso de que univer­ sal y puertorriqueño. . . ? ¿Qué revoló se le había metido en el seso al compay?


Remigio se pasó la mano por la boca y dijo: —Oiga compay, pues yo no he entendió ni papa de eso de univelsal y de adentro pa afuera. . . pero debe ser algo importan­ te cuando le hace dirse a usted. . . —Ya le dije — repuso Salustiano — es algo grande. ¿Sabe? Jasta la universidá está de acuerdo con eso según me ha dicho mi sobrina Rita que estudia pa abogada. —Pues yo seguiré siendo medio puertorriqueño. . . — repu­ so el compay Remigio —. Porque eso de irme pa fuera pa hacer­ me puertorriqueño no lo pueo entender. En ese instante aparecieron en la puerta unos vecinos con guitarras, güiros y maracas. Salustiano los invitó a entrar y no hubo manera de evitar que

Se

formara el baile. Todito el mundo

se olvidó de la explicación del compay. Después de todo estaban como llegaron: sin saber por qué se iba. El baile lo inició Salus­ tiano con Dolores, que de rato en rato se sacudía la nariz y se lim­ piaba los ojos. A esto respondía el compay con besitos y prome­ sas de mejores días, más dinero y cuentos de que el hombre tenía que irse pa ser hombre universal.


A la mañana siguiente salió Salustiano de madrugada para la capital. Dolores lloraba como una Magdalena (no podía llorar como una Dolores) y los dos mocosos por aquello de no quedarse atrás, pegaron también y pusieron los gritos en el cielo.


Salustiano montó por fin en la pisicorre y partió. Al pasar frente a la tienda de Lolo le detuvieron unos amigos que aún es­ taban de juerga: —Date un palo Salustiano, pa que entones. . . Ante la insistencia del grupo, el compay se empinó la bote­ lla. Y aunque le habían dicho un palo, él se atracó casi me­ dia. Al fin, entre los adioses y los hipos de los amigos, montó de nuevo en la carioca y se alejó mientras gritaba:

—Hasta la vista, que aquí va Salustiano de afuera pa adentro pa jacerse univelsal. Mientras la guagüita se alejaba rápidamente, Lolo dijo apo­ yándose en el mostrador: —Oigan, yo estoy de acuerdo conque el viajar le abre más los ojos a uno. Y que quizás viendo lo de afuera puede uno saber mejor lo que tiene aquí. Pero, ¡por mi madre! a mí me parece que Salustiano ha oído cantar el gallo y no sabe dónde. Los trasnochadores aprobaron riendo a carcajadas las pala­ bras de Lolo. Pero las risas no tuvieron eco en el resto del barrio. En las casas sin luces los compadres y las comadres dormían


soñando con el viaje del compay Salustiano y lo veían regresar muy universal. . . con muchos regalos para toditos. Y hasta al­ gunos lo vieron virado de adentro para afuera. . . ¿o fue de afuera para adentro?

ADIVINANZAS En el medio de dos peñas

Una olla de carne,

hay una pava echá,

carne de hierro

llueva o no llueva

echa cachaza

siempre está mojá.

sin echarle fuego.

(Bnguoj

bj)

(oflBqBo pp

ouojj

p)


¿ME VOY O ME QUEDO? Supongamos que por una u otra razón pensamos irnos para Estados Unidos. Supon­ gamos que nos entusiasmamos con la idea de irnos a vivir “al Norte”. Pero como somos per­ sonas responsables y sensatas hacemos un estudio de la si­ tuación. Para saber bien lo que vamos a hacer nos pregunta­ mos varias cosas. Como por ejemplo: 1.

¿Por qué me voy?

¿Hay una razón de peso para este viaje? 2.

¿Qué voy a buscar a

Estados Unidos? ¿Tengo pro­ babilidades de encontrar allí lo que deseo? 3. ¿He hecho todo lo que está a mi alcance para conse­ guir aquí las mejoras que creo puedo encontrar allá? ¿Es ver­ dad que no puedo, con el es­ fuerzo mío y de mi familia, mejorar las condiciones nues­ tras y del barrio en que vivo? 4:

¿Conozco

suficiente

inglés para vivir y para enten-

V


derme con los americanos?

5.

¿Tengo empleo seguro

en Estados Unidos?

guro en Estados Unidos, ¿qué voy a hacer allí? ¿Qué preparación tengo para competir con el obrero americano? ¿Qué clase de em­ pleo puedo conseguir con la preparación que tengo?

empleo seguro en Estados Unidos, ¿dónde voy a vivir allí? ¿Tengo sitio seguro donde quedarme? Si voy a vivir en casa de un parien­ te o de un amigo, ¿cuánto tiempo podré vivir en esa casa que no es la mía? ¿Sé cómo vive mi amigo o mi pariente? ¿Voy a ser una carga para él? ¿He calculado el tiempo que va a pasar sin que yo encuentre apartamiento o vivienda para mí y mi familia?


8.

¿Tengo ropa adecuada para el clima de Estados Unidos?

Si no tengo ropa adecuada, ¿llevo dinero para comprarla allí?

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¿Son razonables todos mis planes? ¿Estoy preparado para

saber lo que voy a hacer allá si esos planes me fallan?


OFICINAS OE PUERTO RICO EN ESTADOS UNIDOS El Departamento del Trabajo de Puerto Rico tiene oficinas en dos ciudades americanas. Esas oficinas tienen empleados que hablan español. Estos empleados tratan de orientar al puertorri­ queño que está en Estados Unidos. ¿Cómo? Dándole información necesaria sobre sus derechos y deberes como ciudadano. Dándole información sobre probabilidades de trabajo. Dándole información sobre agencias y divisiones del gobierno americano que en una u otra forma pueden ayudar al puertorriqueño emigrante.


Pero no pidamos lo imposi­ ble. Las oficinas de Puerto Rico en ciudades americanas no pue­ den resolver todos los problemas de los puertorriqueños que han emigrado. Esas oficinas no dan dinero. Esas oficinas no regalan pasajes para los que quieren re­ gresar a Puerto Rico. La misión de esas oficinas es la de dar in­ formación, hacer gestiones, acon­ sejar y orientar. Los empleados de las Oficinas del Departamen­ to del Trabajo no tienen poder ni dinero para resolver todos los problemas

personales

de

los

puertorriqueños que han emigra­ do a Estados Unidos. Si vamos a Estados Unidos es importante que visitemos esas oficinas. Sus empleados pueden ayudamos y orientamos mucho en el nuevo ambiente en que vamos a vivir. Pero sepamos desde ahora que esas oficinas no dan

dinero

ni

dan

pasajes.

Nuestros problemas económicos tendremos que resolverlos noso­ tros mismos.


La dirección de la Oficina del Departamento del Trabajo de Puerto Rico en Nueva York es la siguiente: Department of Labor Division of Migration Commonwealth of Puerto Rico 322 West 45 Street New York, N.Y. 10036. La dirección de la Oficina del Departamento del Trabajo de Puerto Rico en Chicago es la siguiente: Department of Labor Division of Migration Commonwealth of Puerto Rico 28 East 8 Street Chicago, Illinois 60005

¿Cómo se llaman los habitantes de Estados Unidos?

En este libro hemos usado la palabra “americanos” para re­ ferimos a los habitantes de Estados Unidos. Lo hemos hecho así porque así es que corrientemente decimos en Puerto Rico cuando


nos queremos referir a personas nacidas en Estados Unidos. ¿Pe­ ro es ésa la palabra correcta? Vamos a examinar un poquito la cuestión.

Americano viene de América. ¿Y qué es América? ¿Acaso América es solamente Estados Unidos? No. América es ese gran continente que empieza en Alaska, cerca del Polo Norte, y termi­ na en la punta sur de Chile y Argentina, cerca del Polo Sur. El Continente de América se divide en cuatro partes: América del Norte, Méjico, América Central y América del Sur.


y

Sabemos que Estados Unidos está en América del Norte. ¿Sería correcto llamar entonces norteamericanos a los habitantes de Estados Unidos? No. ¿Por qué? Porque en América del Norte también está Canadá. Y si llamamos norteamericanos a los de Estados Unidos tendríamos que llamar con justicia norteamerica­ nos a los canadienses. Un norteamericano sería, pues, lo mismo un habitante de Estados Unidos que un habitante de Canadá. Lo mismo que un sudamericano sería tanto el habitante de Argenti­ na como el habitante de Brasil.

___


¿Cómo llamar entonces a los habitantes de Estados Unidos? Si llamamos argentinos a los de Argentina, y canadientes a los de Canadá, lo lógico es llamar estadounidenses a los de Estados Unidos.


Y si esto es asi, ¿qué es un americano? Un americano es el nacido en cualquier parte de América, en cualquier país del con­ tinente americano. Americano es el mejicano y el argentino, y el puertorriqueño, y el chileno y el estadounidense. Americano es


pues, el término general para todos los habitantes de América. En cambio, estadounidense es el nombre específico para el habi­ tante de Estados Unidos.


i

1


Editor y redactor René Marqués

Investigadores de Material J. L. Vivas Maldonado René Marqués Fred Wale

Diseño José Meléndez Contreras

Dibujantes Félix Bonilla Norat Francisco Palacios Luis Germán Cajigas José Manuel Figueroa Eduardo Vera Manuel Hernández Carlos Rivera Nelson Rodríguez José Meléndez Contreras


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Im palo an Putrto Rico por TALLERIS GRAFICOS INTCRAMCRICAMÛS, IMC




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