Diego Velazco. Fotografía contemporánea uruguaya.

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DIEGO VELAZCO

DIEGO VELAZCO

FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA URUGUAYA

FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA URUGUAYA


Autorretrato. Montevideo. AĂąo 2016. 1


María. Año 1998. 2


Candela. Año 2002. 3


Scazo. Año 2005. 4


La Paloma. Año 2006. 5


Acuática IV. De la serie Acuática. Año 2013. 6


Acuática V. De la serie Acuática. Año 2013. 7


La represa I. De la serie La represa. AĂąo 2014. 8


La represa V. De la serie La represa. AĂąo 2014. 9


Los últimos cines I. De la serie Los últimos cines. Año 2000. 10


Los últimos cines II. De la serie Los últimos cines. Año 2000. 11


Mar de Plata 1. De la serie Mar de Plata. AĂąo 2011. 12


Mar de Plata 17. De la serie Mar de Plata. AĂąo 2018. 13


Cohete. De la serie Objetos de atmósfera. Año 2014. 14


Tintín. De la serie Objetos de atmósfera. Año 2014. 15


Casino Oceanía. Año 2010. 16


Trampolín. Año 2006. 17


El cóndor. Año 2007. 18


Submarino Peral. Año 2013. 19


Ă rboles dormidos 1. De la serie Ă rboles dormidos. AĂąo 2018. 20


Ă rboles dormidos 2. De la serie Ă rboles dormidos. AĂąo 2017. 21


El otro prócer. Año 2014. 22


Pluna. Año 2017. 23


Rocha. Año 2015. (Foto: Carlos Penadés). 24


“[...] fotografiar es una manera de comprender la vida, de agradecer. Me lo tomo como un camino espiritual, de reflexión”. DIEGO VELAZCO 25

1 de agosto de 2018. Entrevista a Diego Velazco realizada por Alexandra Nóvoa. Estudio Dominó, Montevideo.


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¿Sos de Uruguay? Soy de acá, de Montevideo. Hasta que me fui de casa viví en Punta Carretas, en una casa muy grande, con fondo. Fui muy feliz de chico. Éramos seis hermanos. Además vivíamos con mi abuela, mis padres, y en la casa de abajo vivían mis tíos y mis primas. O sea que éramos una banda. Y una vuelta, siendo muy chico, me acuerdo de que en la casa de mi tía, en el cuarto donde estaba la caldera para la calefacción, prendí la luz y era roja. ¡Quedé de cara! Era el cuarto de revelado de mi abuelo. Él había fallecido hacía años, pero se ve que habían quedado dos lámparas y la roja nunca la sacaron. Quedé como intrigado con eso. En mi casa siempre hubo mucha fotografía, porque mi abuelo sacaba fotos como hobby, era colgado de la fotografía. Mi padre también, y a la vez ambos filmaban. Si bien yo no conocí a mi abuelo, desde ahí viene mi vínculo con la fotografía. Él era un tipo que le gustaba la fotografía de verdad. Era prolijo, quedaron muchos álbumes hechos por él y de hecho tengo todas sus placas de vidrio guardadas. Luego heredé la cámara de fotos de mi padre y mi hermano mayor, Gustavo, que me enseñó un poco cómo usarla. Después cuando tuve un poco más de conciencia

o de orientación empecé a ir al Foto Club, donde hice primer y segundo año. ¿En qué año entraste y quiénes fueron tus docentes? En el 89, por ahí. Entré junto con Mateo y Magdalena Gutiérrez, esa generación. Me sirvió mucho haber ido al Foto Club. De docentes me acuerdo que estaba el Gorila [José Luis Sosa] y Jorge Mota, que fue mi profesor. En esa época el Foto Club estaba en la calle Yi. Esos fueron mis primeros pasos. Después también hice algo de videoarte en el Centro Cultural de España, pero no me colgó mucho, de hecho nunca me colgó tanto la cinematografía, que estaba muy relacionado con mi trabajo. He trabajado en algunos comerciales de televisión, pero no me gusta. Me gusta la fotografía, me he dado cuenta de que soy fotógrafo. ¿Cómo fueron tus comienzos laborales en fotografía? Al principio para mí era un hobby. Pero a medida que más me interesaba comencé a ver qué podía hacer con la fotografía para vivir de eso. Había empezado la Facultad de Medicina, y cuando iba a pasar a segundo año le dije a mi padre, que era médico: “Viejo, voy a dejar Medicina

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y me voy a dedicar a la fotografía. ¿Qué pensás?”. Él me dijo: “Bueno, si pensás que vas a poder vivir de la fotografía, dale para adelante”. Me re apoyó. Él justo estaba con un amigo que años después me confesó que cuando me fui le dijo a mi padre “Bo, ‘Galeno’ –le decían así por el médico griego–, metele una patada en el culo y que vaya a la Universidad de vuelta, se va a morir de hambre este gurí”. Y acá estoy, y me ha ido muy bien. Por entonces empecé a hacer trabajos chicos.

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¿Vinculados a la publicidad? Sí, por ejemplo fotos para un hotel que quería hacer un folleto, un laburo que me ofrecieron unos amigos que eran diseñadores, serían unas cuatro fotos, algo muy chico. Hasta que un día por un tema de novias conocí a Santiago Epstein, el Pollo, que es mi actual socio. Los dos estábamos muy copados con la fotografía, ambos con las mismas ganas de aprender. ¿Qué edad tenías? Andaría por los 21 años. Nos propusimos estudiar juntos, porque no había un nivel más alto que el Foto Club. Queríamos ir como a otro lugar, profesionalizarnos como fotógrafos. Entonces empezamos a reunirnos todos los día para estudiar.

Leíamos autores, pasábamos horas disfrutando, haciendo mucha práctica, experimentando. Me acuerdo de que por entonces Diana Mines me recomendó lecturas, libros teóricos, más profundos, sobre fotografía. ¿Te acordás de alguno que hayas leído en ese entonces? Sí, había uno que nos recomendó Diana, Fotografia en color, de D. A. Spenser. No me olvido más. Era un libro muy teórico, pero yo lo leía encantado, me lo devoraba. Y era información sobre química, física. Cuando iba al liceo odiaba esas materias, pero aplicadas a la fotografía me fascinaba. Así que en tu formación hay una parte autodidacta fuerte. Sí, porque en ese momento no había mucho más. Al tiempo entré a trabajar en una compañía aérea, un trabajo increíble: ¡lo que es la suerte en la vida! Mi hermana trabajaba en esa compañía, y en Ámsterdam se enamoró de un flaco, se quedó allá y me dejó su trabajo. Eran cuatro horas por día y tenía tres pasajes por año gratis para cualquier parte del mundo. Entonces por un lado hacía fotografía y por otra trabajaba ahí y además viajaba.


Y viajar te da muchas posibilidades, te da una perspectiva de mundo. Hoy es más fácil, pero en ese momento no lo era. Me subí a un avión para Europa a los 24 años, lloraba de emoción. Viajar a Europa era casi imposible para lo que era mi vida. Yo estaba hambriento de fotografía, entonces al lugar que iba inspeccionaba todo lo que había sobre el tema: museos, autores, estudios. Y me fasciné. Sobre todo después de ir a Holanda volví con la idea de poner un estudio con el Pollo. Desde la década de 1980 había estudios de fotografía publicitaria en Uruguay. Ustedes comenzaron a apostar por esa línea instalando su estudio a comienzos de los noventa. ¿Cómo era por entonces el ambiente fotográfico dedicado a la publicidad? Había varios. Estaba Guillermo Robles, Gerardo Pasarisa y Edgardo Pampín, el Estudio de la Calle San Juan, Bonomi fotografía, Carlos Porro (fundamental), Eduardo Valdizán con un socio que era francés, creo. Habría ocho o diez estudios que eran los referentes. Nosotros éramos los guachos jóvenes que entrábamos. Pasarisa y Pampín eran referentes para nosotros porque también habían estudiado en Holanda, creo que habían

estado exiliados allá. Eran publicitarios, pero eran tipos muy prolijos, muy técnicos. Me acuerdo de que un día nos recibieron en su estudio. Después me deben haber odiado, porque fuimos competencia. Pero igual, siempre tuve buena relación hasta hoy. Me parecieron unos tipos muy inteligentes, muy buena onda, que en realidad estaban más allá de la competencia. En Uruguay pienso que hay una buena relación entre los fotógrafos. Todos nos conocemos, tenemos buena onda más allá de que competimos todo el tiempo, me llevo muy bien con todos. Es la vida del trabajo, hay que saber separar. ¿Cómo fue armar el estudio? Una de las primeras cosas que hicimos fue comprar buenos equipos. Yo tenía una moto y la vendí con mucho dolor para dedicarme a la fotografía. El Pollo le pidió plata a su abuela. También recibimos consejos de la familia Musitelli que fueron muy importantes para nosotros. Me dijeron: “Andá a Nueva York, hablá con tal persona, comprá tal equipo, porque además si comprás equipo yo después te puedo vender en cómodas cuotas esto que no uso más; o tomá, te lo doy ya y me lo pagás cuando puedas”. Una onda increíble los Musitelli, siempre les

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agradezco. Con lo que tenían ellos más lo poquito que compramos, completamos un muy buen equipo y empezamos a trabajar con eso. Entonces fui a Estados Unidos, compré todo lo que me habían recomendado y volví a Montevideo. Al otro día estoy en la parada del ómnibus y pasa un amigo de mi viejo que me arrima hasta el Centro, a donde yo iba. En el camino me cuenta que estaba haciendo el stand de Sevilla de Conaprole para la Exposición Universal del 92, y que estaba preocupado porque no tenía fotógrafo. Le digo: “¡Acá está! [risas] acá tenés un fotógrafo”. Re jugado, imaginate. Había sacado unas fotitos a cualquier cosa. “¿En serio?”. “Sí, mirá –le digo–, acabo de llegar de Estados Unidos de comprar un equipo profesional de fotografía”, “¿Y te animás?”. “Y yo me animo a todo, si no sale no sale, vemos y probamos”. Y empezamos al otro día. Había que sacar fotos de una ordeñadora en un tambo. Entonces fuimos con el Pollo atrás del auto del señor, buscando en el manual cómo cargar el rollo de la cámara. ¡No la habíamos ni usado! Era una Mamiya 645, formato medio. Nunca habíamos fotografiado formato medio, era todo nuevo. Al final nos salieron bárbaras las fotos. Y ahí continuamos, hicimos las fotos del

stand y salió ganador de Uruguay de la exposición. Entonces empezamos a visitar clientes y les mostrábamos: “Esto es lo último que hicimos”. “¡Ah! ¿hicieron un stand en Sevilla? [risas]. “Dale, tomá, probamos”. Y ese fue el arranque. Yo siempre digo que son esas cosas de la vida y la suerte, que este tipo se haya cruzado conmigo y me haya llevado en su auto, por ejemplo. Entonces tu trabajo en fotografía comienza en el ramo de la publicidad, es la base. Claro. En realidad me gusta la fotografía de autor. Pero en un momento, en esa experimentación y en la búsqueda de qué me gustaba fotografiar, me di cuenta de que no sabía ni qué. Me acuerdo de que conocí al fotógrafo Mario Marotta, con quien fuimos muy amigos. Un día el loco me abrazó y me dijo: “Elegí bien qué tipo de fotografía vas a hacer. No hagas social porque vas a estar todo el día colgado a los borrachos en las fiestas. Con la prensa, ojo, porque es una batalla y nunca vas a ganar un mango. O sea que elegilo bien”. Entonces empecé a investigar un poco y vi en la fotografía publicitaria una manera un poco más segura de vivir, en un Uruguay difícil además, post dictadura.


Empecé a hacer trabajos en esa línea y hasta hoy llevamos 26 años de sociedad con el Pollo. Con este estudio magnífico que hemos logrado hemos laburado para el mundo, y pese a las dificultades seguimos laburando. Pasemos a tu trabajo autoral, contame sobre esos inicios. Hice una base laboral cuando fundamos Dominó. Ahí tuve unos dos o tres años en que estaba perdido. Se me empezó a confundir todo, el trabajo me pasaba por arriba, empecé a perder mi fotografía personal y me empecé a angustiar. Estaba todo el tiempo produciendo para otros. ¿Y yo dónde estoy?, me preguntaba. Entonces una amiga de mi madre me llamó para regalarme una cámara que era de su esposo (eso me ha pasado muchas veces: que diferentes personas me hayan regalado cámaras). Era una Rolleiflex con muy poco uso, con un Twin doble lente, bolso, filtros y todo, que había sido de un fotógrafo uruguayo importante. Para mí estuvo buenísimo porque era una cámara 6x6 que no tenía. Eso me marcó el camino. A partir de entonces toda mi fotografía fue cuadrada. Fue muy importante en mi vida esa cámara que me cayó del cielo, porque me diferenciaba de

todo lo publicitario, que se basaba en la tecnología, tener la mejor cámara, la más rápida. Con la Rollei lo importante era lo analógico puro: sólo diafragma, velocidad y lente. ¿En qué año recibiste esa cámara? Debe haber sido como en el 97 o 98. O sea que con la irrupción de la fotografía digital seguiste tu trabajo autoral en la opción analógica. Sí, aunque de hecho no puedo seguirla mucho más. Ahora me traje unos rollos de Estados Unidos que vinieron en muy mal estado… El mercado fotográfico me limita en ese sentido. Desde hace un tiempo empecé a trabajar también con cámara digital. Seguiría con lo analógico porque me encanta, me gusta esa limitación que tiene, no conocer los resultados hasta que no está revelado, visto, escaneado, que haya un sólo negativo y no millones. Y eso es lo que para mí es la fotografía: instantes. Repetir ese instante miles de veces me saca un poco la gracia. Todo fotógrafo autor busca el porqué fotografía, todos nos preguntamos qué estamos haciendo, por qué nos atrapa esto. Y más allá de todas las teorías que hay, para mí son momentos en que estoy

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solo, reflexionando sobre ese momento, sobre por qué estoy fotografiando, por qué estoy encontrando ese instante, tiempo “presente”. Por eso el momento fotográfico para mí es muy importante, porque es de reflexión profunda conmigo mismo. He llorado, he reído, he agradecido, he soñado, me he dormido. Son momentos en que uno está solo en el mundo, siento como que me nutro, muy solo, y me encuentro con mi padre. Hace poco, para presentarme al Premio Nacional de Fotografía quise terminar una serie que se llama Mar de plata. Y casualmente, por esas cosas del camino, terminé fotografiando la playa de mi infancia al amanecer y llorando de alegría. Me acordé de mi mismo, me vi corriendo entre las rocas chiquito, porque viví toda mi infancia ahí. Entonces fotografiar es una manera de comprender la vida, de agradecer. Me lo tomo como un camino espiritual, de reflexión. No saco tantas fotos tampoco, mi obra es bastante acotada, cada foto es muy sentida. Me lo tomo como un camino serio.

Además la fotografía analógica implica tiempos que hoy nos resultan muy lentos, instancias puntuales en las que no podés sacar montones de fotos. Exacto, me encanta eso. Me acuerdo que una vuelta di una clase para un grupo del Foto Club. Les hice tapar la pantalla y tirar 36 fotos, los chiquilines se desesperaban. Esa era la vida del fotógrafo antes. Ahora parece que todo es posible, infinito, que es lo que le está pasando al planeta. Creo que eso hace daño también. Otro tipo que me marcó mucho en la vida fue Carlos Fatigatti, un fotógrafo argentino que me tiró mucha onda y me mostró mucho de su calidad, un grande. Era publicitario y trabajaba con cámaras Hasselblad. Me decía: “Más allá de la calidad, que es la mejor calidad del mundo, Hasselblad sólo tiene un diafragma y una velocidad. Listo”. Tiene que estar todo en tu cabeza y en tu encuadre. Con esas dos cosas podés hacer todo. En cambio te comprás una Nikon y tiene millones de cosas, es tanto lo que hay que ni sabés. De mi Nikon sé usar cuatro cosas, y hay miles más que tendría que leer el manual para entenderlas, porque creo que tanta diversidad distrae. Me gusta mucho lo compositivo, lo que estás sintiendo, que puedas transmitir lo que estás viendo. Entonces


me encanta lo analógico, porque las limitantes son muchas más. Y no sólo eso, tengo un cámara que tiene sólo un lente, un 80, 2:8, divino, es un Roll Royce. De todos modos esas mismas limitantes te llevaron a trabajar autoralmente en digital, como tu última serie a color. Sí, eso ya es digital. Y está buenísimo, porque hasta esa serie estaba cerrado en continuar con lo mío en lo analógico. En una ocasión fui a una charla de Marta Zatopech, una argentina que trabaja en la Sorbona y que cada tanto viene a Uruguay, y dijo una frase que me cambió la mirada de todo: “Nunca las artes podrían revolucionar si se quedaran con las técnicas anteriores”. Si ahora la fotografía es digital está proponiendo cosas nuevas y nuevos diálogos, hay que saber mirar. Ella me decía que en la historia del arte siempre fueron cambiando las herramientas y los materiales. Y si te quedás con el material te vas a quedar en ese tipo de diálogo y de repente el mundo continúa por otros caminos. Estuvo bueno lo que dijo, me hizo un clic. Por ejemplo, mis últimos dos premios, el primer premio en el Salón Nacional y primer premio en el Salón Municipal, que son los más importantes que obtuve, tienen

trabajo digital y posproducción. Es que en esos tiempos estaba con problemas de revelado, me quedaban las fotos todas rotas, lo que por un lado me gustaba, pero a veces era tal la rotura que perdía la imagen. Como quería hacer esa serie de los aviones [Aeronaves, 2016] y no tenía ni llegaban rollos, decidí hacerlas en digital. Pero las imágenes mantienen un estilo, cuadrado, blanco y negro, hechas a partir de la unión de dos fotos. En la obra de Pluna [2017] borré todos los elementos que no fueran el avión y el bosque; borré todo, menos lo que había de naturaleza. Volviendo a los premios, ganaste varios importantes, entre ellos el Salón Nacional de Artes Visuales en 2014 y en 2017. ¿Qué te representó ese reconocimiento? Me encantó ganarlos. Uno busca ser reconocido de alguna manera en lo que se dedica. Me encantó, por mi mujer, María Benzano, quien siempre me apoyó y acompañó todos estos años, es mi compañera; y mis hijos Candela, Juanchi y Lorenzo que muchas veces son mi energía; mi madre, mis hermanos, en fin, lo mas cerca, la familia… Fue divino. Es un momento muy emotivo. Me acordé mucho de mi padre, que no me pudo ver en ese momento.

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También me di cuenta de que la gente te empieza a ver desde otro lugar y eso implica una responsabilidad. Entonces cuando voy a subir una foto en Instagram pienso si la cuelgo o no. Empezás a tener un lugar que está bueno. He trabajado mucho y llevo miles de horas dedicado a la fotografía, a veces sin sentido, pero ahí encontrás que valió la pena. Valieron la pena los madrugones, por ejemplo. Cuando iba a fotografiar los aviones me despertaba tempranísimo, iba en el auto y pensaba “estas locuras mías, sacar aviones. ¿Qué estoy haciendo?”. Después la pasaba bárbaro y terminé ganando un premio. Entonces digo que lo importante es laburar y laburar. Las fotos que hice de Mar de plata eran casi siempre antes de que saliera el sol y había que madrugar y listo. Hay que esforzarse, hay que partirse el lomo, porque ninguno de los grandes artistas, fotógrafos, la hicieron así porque sí. Yo hago karate, que tiene mucho de voluntad, orden, disciplina. Los japoneses dicen “si lo deseas con el corazón, está viniendo”. Creo que un premio siempre es interesante para un artista. Más que en Uruguay es tan difícil, y además pienso que los premios son momentos de exigencia, porque te ordenan, te hacen repensar sobre tu obra, porque tenés que darle un marco teórico, lo cual

es buenísimo. A la gente que trabaja en las artes visuales nos cuesta mucho escribir, o a la mayoría, pero está bueno reflexionar sobre tu obra. Creo que estamos en una etapa del mundo complejísima y que el arte lo está mostrando. El arte contemporáneo hoy te exige informarte más. El recorrido que tuvo que atravesar la fotografía para llegar a concursar en el Salón Nacional fue largo y complejo. Fijate que entró en 1967, después de que por mucho tiempo, de cierta manera, fue minimizada. Que la fotografía sea primer premio es muy importante simbólicamente para su desarrollo. Sí, tal cual. Thomas Ruff decía que la fotografía se apropió de los museos y de los salones cuando pudo ampliarse a grandes tamaños. Me pareció interesante lo que dijo el tipo. “Acá estoy, al lado del cuadro gigante. ¡Yo soy una foto gigante también!”. Me parece que ese fue un punto importante en la historia de la fotografía. Creo que las grandes dimensiones ayudaron a la fotografía a hacerse un lugar. Porque antes se podía copiar hasta sesenta por noventa centímetros y ya era una imagen enorme. En Uruguay, gracias al laboratorista Carlos Porro se empezaron a hacer fotos más grandes.


¿Cuándo empieza a pasar eso? Las fotos grandes empiezan hacia finales de los años 90, 2000, con las grandes copiadoras de bobina. Porque antes era muy difícil que una copia de un metro por un metro te quedara bien. Tres minutos de impresión de una ampliadora, no eran parejas, había problemas técnicos. Entonces, cuando la fotografía toma dimensión y podés hacer una foto de 2,50 por 1,80 metros, gana otra potencia. Para los salones siempre he copiado lo más grande que he podido, porque el impacto del tamaño es importante. Hablemos de los contenidos de tus series. Me da la impresión de que una buena parte de tus trabajos representan estructuras muy pesadas, anquilosadas y detenidas en el tiempo. Represas, aviones, muelles, como rastros de una memoria industrial. La serie de cines también va un poco en ese sentido. ¿De dónde viene esa reminiscencia, esa veta nostálgica? Varios de esos trabajos que decís los presenté a concursos. Para los concursos y salones trabajo en general en temas más políticos, de reflexión social. Las series El otro prócer y Pluna, por ejemplo. Porque me parece que esas instancias deberían

hacernos reflexionar a la mayor cantidad de público posible. Que no sea una obra ombliguista, la del árbol de mi abuelo… que no le interesa a nadie. Entonces me parece que es importante en esas instancias presentar obras reflexivas que sean lo más amplias posibles. Por otro lado, mi camino más personal y que me va saliendo, porque no es algo que planifique, tiene mucho que ver con la memoria. Soy nostálgico de la memoria. Veo que desaparece mi mundo conocido, de los cines de mi infancia no queda uno, y fui muy feliz en esos cines. Esa serie de los cines empezó porque se había muerto mi padre hacía unos días e iban a demoler el Casablanca que es donde se besaron mis padres, entonces le hice un retrato a ese cine. Después me di cuenta de que también se iba a ir el Trocadero, y después otros. El anhelo de retener... Retener, claro. Es lo que tiene la fotografía. Guardar ese pedacito de tu vida, porque después se va. Después, por ejemplo, la serie Mar de plata [2011] surgió –además de porque tengo la rambla enfrente todo el tiempo y me pega mucho– a mi vuelta de un viaje a España, hace muchos años. Me pegó durísimo darme cuenta de lo españoles que éramos nosotros. Es

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la misma sangre, me emocionó. Me veía a mí mismo caminando por ahí y me di cuenta de que somos hermanos, que somos lo mismo. Entonces empecé a fotografiar esta costa, y la idea es ir a fotografiar la costa de allá, de donde salieron los Velazco, en Galicia. Y es colectivo. Si sos polaca vas a Polonia y se te pone la piel de gallina, porque somos todos migrantes del planeta.

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¿Armás tus series para esas instancias de presentación? No. Por ejemplo, las fotografías de Pluna las tenía hechas, porque me encantan los aviones. Me interesaba fotografiar los aviones estáticos. De hecho no terminé todavía ese proyecto. Cuando gané el premio del Salón Nacional con el trabajo de Pluna, hablando con María Emilia Pérez Santarcieri, historiadora de la que soy muy amigo, empecé a darme cuenta de cómo llegué a esa foto. De chico había estado con mi padre y mis primos arriba del ala de un avión que había aterrizado en el campo. Se había quedado enterrado con contrabando, se lo atribuían a los Tupamaros, nunca se supo bien. El avión quedó, le sacaron todo lo que tenía adentro, yo subí al ala y caminé por adentro del fuselaje, estaba todo vacío. Me llevé

la puerta y hasta los catorce años la tuve colgada en mi cuarto. O sea que siempre me pegó fuerte. Además, ver ese avión en el campo era un paisaje muy puro: campo y avión, nada más. Entonces por ahí es por qué lo mantuve limpio en estas fotos. María Emilia me hizo reflexionar al respecto. Eso que partió de una experiencia tuya íntima se puede trasladar a una obra en la que más gente puede sentirse involucrada. Es vincular las dos cosas. Por ejemplo con mi trabajo El otro prócer [2014]. Siempre fui antinacionalista. Viví toda la dictadura y jurar a la bandera y la escarapela... todas esas mierdas nunca me las creí. Y el culto a Artigas, ¿quién es en realidad?, ¿cuál es el verdadero Artigas? Para el concurso de las esculturas de Artigas en la Plaza Independencia, Juan Manuel Ferrari, que salió segundo, hizo otro Artigas. Ese concurso fue idea de Batlle y Ordóñez, que después de la guerra entre los blancos y los colorados dijo: “Bueno, basta, vamos a hacer un Artigas que esté por encima de todos”. Fue algo muy inteligente de su parte. Llamó a concurso, ganaron dos y finalmente la comisión, en donde estaba Zorrilla de


San Martín, decidió darle el premio a Zanelli, un italiano que es el autor de la que está ahora. Quedó en segundo puesto Ferrari, un tremendo escultor. Conocí el tema estudiando Historia del Arte con Emma Sanguinetti, quien fue muy importante en mi desarrollo. Estoy haciendo de a poco un libro sobre las esculturas de Montevideo. Me parece que la escultura y la fotografía tienen mucho que ver, porque la luz las va moldeando durante el día, siempre cambian. Pero bueno, Uruguay necesitaba una figura simbólica, grandiosa, de un Artigas heroico, que parecía Tito entrando en las puertas de Roma, con un caballo gigante, una potencia, levantando la pata, como habiendo ganado la batalla. Y Ferrari había hecho un gaucho que estaba como durmiendo la siesta arriba del caballo, manso, mucho más real. Cuando conocí esa historia me di cuenta de que nunca me había puesto a pensar en la figura de Artigas realmente. También tengo fotografiado otro Artigas, de antes de esos, mandado a hacer por Máximo Santos para tapar su dictadura, también para un concurso para la Plaza Independencia. Es un Artigas medio afrancesado, un “Artigas Napoleón”. Entonces tengo los tres Artigas posibles. Mi trabajo es un

cuestionamiento a esa figura, que es lo que nos convino, lo que le convenía al gobierno de turno. También importa pensar por qué necesitamos un héroe siempre por encima de nosotros. Esto lo hago porque me gusta investigar, desde la infancia lo hago. Lo que te decía: siempre la obra está íntimamente relacionada con algo que viene de atrás, con las vivencias. Hablaste de esa reflexión. ¿Qué otras cosas querés provocar en el público? En realidad no quiero provocar nada. Quiero que me provoque a mí. Mi fotografía personal me da paz. Eso es lo que busco, que sean momentos. Es tanta la locura que vivimos que mi fotografía me da tranquilidad. Son momentos más poéticos, de calma en la tormenta, como dice la frase. Además trabajo en el mundo publicitario, que es lo opuesto, y lo hago por necesidad. Uno es la calma y el otro la tormenta. También creo en la sensibilidad de lo cotidiano. Porque lo que fotografío es muy cotidiano. El muelle, la flor, el agua. Para mí la naturaleza ya de por sí es fascinante. Es sólo mirarla atentamente. Como dijo Atahualpa Yupanqui: “Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomas”.

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¿Qué autores te inspiraron? De acá, por ejemplo, Marotta fue para mí un tipo que me rompió los esquemas de la fotografía, de lo que había en Uruguay en ese momento. Generalmente la fotografía estaba comprometida siempre con lo social, la denuncia, que estaba bien, pero teníamos otras inquietudes. Otra fue Dina Pintos: “¿Por qué no fotografiar la belleza?”, me dijo. Estaba mal visto fotografiar algo bello, todo tenía que ser comprometido, todo denuncia. Está bien, hay que empujar, pero yo era muy guacho… También fue muy importante mi amigo Gastón Izaguirre. De él aprendí a valorarme como autor, a dejar los miedos de lado y a mostrar mi obra; es un tipo que sigue sorprendiéndome y al cual quiero mucho. Estoy yendo a clases en la Fundación de Arte Contemporáneo para comprender el arte de ahora y estar actualizado. Me gusta estar aprendiendo siempre. Sobre la fotografía social o de “denuncia”, imagino que fue cuando entraste al Foto Club, porque hacia los noventa el espectro de temas fue ampliándose. Sí, claro, fue cambiando. Entonces Mario me mostró una locura en la fotografía. Lo que él hacía era una locura.

Y lo sigue siendo. Me mostró otros caminos y eso para mí fue re importante, se lo voy a agradecer siempre. Después hay tantos fotógrafos en el mundo, tanta gente que me ha inspirado. Hoy miro las fotos de Matilde Campodónico, Álvaro Zinno, Federico Rubio, Magela Ferrero, Santiago Epstein, etcétera. Tantos que me gustan. Y de afuera Vivian Maier, Inge Morath, Thomas Struth, Edward Eggleston, Andrea Gursky, o la Academia de Düsseldorf que siempre me impactó. Ese purismo de la fotografía, la esencia, eso me gusta mucho. Después Jeff Wall. De hecho, ahora presenté al Salón Nacional una obra que tiene mucho que ver con él, por lo menos con esos backlit que hacía que me encantan. También me gusta mucho Robert Doisneau, Duane Michals. La otra vez vi una muestra de Cindy Sherman en Buenos Aires que me encantó. Edward Weston, Robert Mapplethorpe, toda esa gama. También Martin Parr, que me parece una delicia, me divierte mucho su fotografía. ¿Cómo tenés tu archivo? Tengo todo bastante ordenado. Porque además mi vida se divide como en cinco fotógrafos: por un lado el más importante, que es el autor, que lo tengo ordenado


y backupiado. Trabajo sobre ese archivo. A veces me gustaría estudiar un poco de archivología y conservación aplicadas a la fotografía. Por otro lado la parte de Dominó, del trabajo. Eso se va respaldando en discos, es automático. Después tengo, por ejemplo de Aguaclara, el banco de imágenes. Que después fue editorial. Ahí va. Aguaclara primero fue banco de imágenes, entonces hay miles de fotos y saco todo el tiempo fotos de Uruguay para continuar completándolo. De ahí derivan los libros. Después a veces trabajo para Getty, de Estados Unidos, el banco de imagen, entonces también tengo las sesiones de Getty. Tengo que ser muy ordenado. Además precisás echar mano continuamente a ese archivo. Claro, todo el tiempo. No es algo que se va olvidando. Voy recurriendo al archivo todo el tiempo. En cuanto a la docencia, ¿das clases, charlas? No lo hago porque me siento inseguro. Además no tengo tiempo, porque me dedico a mis proyectos. Y no sé, ¿qué podría

enseñar? Primero, no quiero enseñar publicidad, porque es de lo que vivo, y si no estoy avivando a otros, en una buena. ¿Querés venir a ver?, todo bien. Pero si me pongo a enseñar todo lo que sé de publicidad estoy como cavándome mi propia fosa. Después, una docencia más autoral o técnica no, porque soy muy intuitivo. No siento que pueda, al menos ahora. Capaz que más adelante, más tranquilo. Pero la docencia no es algo que me haya llamado. Soy muy inseguro. ¿Tenés una galería fotográfica acá, en tu estudio también? Sí. Lo que hicimos con mi socio Santiago fue aprovechar este espacio. Reinterpretar el estudio para hacerlo estudio-galería, un lugar donde la gente pueda venir a ver fotos, comprar fotografía ya enmarcada y pronta. Cada tanto viene alguien que quiere ver obra y si no quiere comprar, puede ver. ¿Cómo te resulta determinar el precio de tus obras? Dificilísimo. Copiar es caro, enmarcar es caro. Es un tema difícil establecer cuánto vale tu obra. Yo estoy con la Galería del Paseo, que desde un principio apostó a la fotografía en Uruguay. Está en

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Manantiales, en Punta del Este, y en Lima ahora. La dirige Silvia Arrozes, que fue de las primeras que apostó a mi fotografía. La primera vez que expuse fue ahí hace muchos años, con Mateo Gutiérrez. Silvia es una referente en cuanto al valor de las obras. Obviamente que si tu trabajo es serio, continuado en el tiempo, si venís ganando premios, va ganando más. Cuando me compran una obra digo: “Trabajo para que la obra que estás comprando cada vez valga más”. No es cuestión de ganar un premio y desaparecer del mercado, o que tu trabajo no sea continuo o una locura que te pintó. Sostenerlo es mucho laburo. Es tener un trabajo sostenido, coherente y serio. Los premios ayudan mucho a valorizar la obra. ¿Establecés un límite de copias? Claro, limito las copias. Por lo general cuanto más grande la foto, menos copias. Siete es el máximo en alguna serie, de un metro por un metro. Cuando son fotos chicas, veinticinco. Porque para que la obra tenga valor tiene que estar limitada. Además le mando imprimir un certificado de autor, tengo un sello, todo eso. Preparo cada foto que vendo y eso lleva horas.

¿De dónde provienen las ventas? Me han comprado en Uruguay y también extranjeros que visitan la galería, o personas que se han llevado mi obra a otros países: Alemania, Holanda, Inglaterra, Brasil, entre otros países. De hecho, uno de mis máximos honores fue que el presidente Tabaré Vazquez le llevó de regalo al emperador de Japón, Akihito, una serie completa de mi obra Acuática. O cuando Uruguay entró en el Consejo de la ONU y cada país miembro recibió de regalo una foto mía. Son momentos que uno disfruta mucho más allá del dinero. La fotografía me habilita a conocer gente y mundos nuevos constantemente. Me dio la posibilidad de entrar en lugares que no imaginaba, que eran impensables. Entonces ya no me da miedo nadie. Me he dado cuenta de que somos todos iguales, todos tenemos miedos, todos tenemos vergüenzas, todos somos lo mismo. Todos andamos con los mismos rollos en la cabeza. Entonces no hay que perder el objetivo: tener una buena vida, ser buena persona, no creerse nada, trabajar mucho en lo que a uno le gusta ¡y disfrutar! Por ahí va lo que pienso.


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Diego Velazco Suárez nació en Montevideo, Uruguay, en 1967. Es fotógrafo desde hace más de 25 años. Ha recibido varios premios a nivel nacional e internacional, tanto por su fotografía de autor como por sus trabajos en fotografía documental, publicitaria y editorial. Participó en varias ocasiones como fotógrafo en salones nacionales, bienales y muestras de autor y colectivas. Ha expuesto en Brasil, Estados Unidos, España y Perú, participó en varias ocasiones en Photo Plus NYC y Photo Paris. Sus fotografías se encuentran en colecciones privadas en Uruguay, España, Argentina, Holanda, Inglaterra y Alemania. Lleva más de quince libros editados en Aguaclara Editorial, dedicados a la cultura, cocina, costumbres y paisajes de Uruguay. A nivel editorial se destacan los premios que recibió del MEC y medallas de oro y bronce en los Gourdmand Cookbook Awards (París, Fráncfort y Shenzen). En 2001 participó del libro Una forma de ver. 25 fotógrafos uruguayos. En 2013 fue integrante del jurado elegido por el CdF para la edición de libros fotográficos de autor, junto con Julieta Escardó y Gustavo Wojciechowski. En 2015 fue el artista elegido para homenajear al emperador de Japón en la visita del presidente

Tabaré Vázquez, con cinco fotografías de su serie Acuática. Asimismo, fue seleccionado como artista por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay para homenajear a los quince países integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU en conmemoración del ingreso de Uruguay al organismo. Ese mismo año participó, junto con el fotógrafo Santiago Epstein, en la apertura de la Galería Abierta. Reside en Montevideo con su mujer, María Benzano, y sus tres hijos: Candela, Juan Diego y Lorenzo. www.diegovelazco.com Exposiciones 1996 Fasten Seat Belt. Cabildo de Montevideo. Exposición colectiva. 1999 V Salón Municipal de Artes Plásticas de Montevideo. 2006 Exposición junto con Mateo Gutiérrez. Galería del Paseo, Punta del Este. 2009 La paja en el ojo ajeno junto con el pintor Gastón Izaguirre. Alianza Francesa de Montevideo. 2009 Exposición junto con el pintor Santiago Velazco y el escultor Octavio Podestá. Fundación Atchugarry. 2010 Salón 70 aniversario. Foto Club Uruguayo. Exposición colectiva. 2011 Los últimos cines. Colección About Change,


como artista emergente. World Bank, Washington DC y Nueva York. 2012 Contemporary Uruguayan Artists. Centro Cultural de Sede Central del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Washington DC. Exposición colectiva. 2012 Representante de Uruguay en Fotoweek DC. Washington DC. 2012 Exposición colectiva en espacio Innova, Manantiales, Punta del Este. 2013 Exposición colectiva en Art Carrasco. Curaduría de Jaqueline Lacasa. 2014 Acuática. Galería del Paseo, Punta del Este. 2014 Proyecto Ciudad en construcción, Ciclo de Muros. Exposición colectiva. 2015 Exposición junto con Fidel Sclavo. Galería del Paseo, Punta del Este. 2015 Blanco y negro. Sala Punto de Encuentro, Ministerio de Educación y Cultura. Curaduría de Cecilia Bertolini. Exposición Colectiva. 2016 Vasos comunicantes dentro del Panorama del Arte Contemporáneo Uruguayo. Exposición colectiva. 2017 Participa en Limaphoto con Galería del Paseo. 2017 10 Fotógrafos contemporáneos uruguayos. Muestra itinerante por España organizada por el Centro de Fotografía de Montevideo e Institución Académica de Artes Visuales de Alicante. Exposición colectiva.

Premios y distinciones 1990 1º Premio en concurso organizado por Cine Universitario y diario El País. 1991 1º Premio, 2º y 3º mención concurso de Cine Universitario/El País/ICI/Foro. 1992 Salón Portafolio. Foto Club Uruguayo. 1993 Seleccionado para el 56º Salón Aniversario Foto Club Uruguayo. 1995 Mención en la Bienal de Arte de Montevideo. 2000 1ª Mención en el concurso fotográfico de Posdata. 2007 Seleccionado para el Salón Municipal de Artes Visuales. 2010 1º Premio concurso Mural 25 de la Universidad Católica del Uruguay. 2010 Seleccionado para el 54º Salón Nacional de Artes Visuales Carmelo Arden Quin. 2012 Seleccionado para el 55º Salón Nacional de Artes Visuales Wifredo Díaz Valdéz. 2013. Seleccionado para participar en la Bienal de Arte de Salto. 2014 1º Premio Nacional de Artes Visuales José Gamarra por obra El otro prócer. 2014 Seleccionado para la 2º Bienal de Arte de Montevideo. 2017 1º premio del 48º premio Montevideo de Artes Visuales 2017 por su obra Pluna.

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FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA URUGUAYA Desde sus comienzos, el CdF buscó generar y difundir textos para la reflexión y el estudio de la historia de la fotografía uruguaya desde sus inicios en 1840 hasta el presente. En esa línea, uno de sus propósitos es crear instancias y espacios de reflexión, conocimiento y afianzamiento de la fotografía local contemporánea, que permitan avanzar en su investigación y modelar un mapa del campo fotográfico desde las primeras décadas del siglo XX en adelante. Con ese cometido nos hemos propuesto realizar la presente colección, que apunta a reunir un compendio de testimonios de fotógrafos/‌as de Uruguay que, tanto por su obra como por su aporte docente, han contribuido significativamente a la construcción del espacio fotográfico del país. Cada ejemplar incluye una entrevista central en la que el fotógrafo/a es consultado acerca de su relación con la fotografía desde sus inicios, en diálogo con los momentos atravesados por el país hasta la actualidad. Entre las materias abordadas en el transcurso de ese encuentro se incluyen su formación; el lugar de la técnica en su obra; las etapas en su proceso creativo; sus diferentes búsquedas; el manejo de la edición y la posproducción; la influencia de otros autores, su vinculación con colegas, su experiencia laboral y docente, entre otros temas.

A la entrevista se suma un grupo de imágenes que sintetizan las etapas y búsquedas en la producción de la persona entrevistada –seleccionadas a partir de un criterio que permite reconocer los cambios en el tiempo– además de una breve reseña biográfica que reúne datos y fechas destacadas de su trayectoria. Las publicaciones persiguen un doble propósito: generar textos y fuentes para la historia de la fotografía y conservar la memoria sobre esa historia. Entendidas como documentos, son portadoras de informaciones para revisar, construir y cuestionar la historia de la fotografía local. Y además, para, en el futuro, acercarse a la comprensión y particularidades del pensamiento fotográfico del presente. En síntesis, una iniciativa dirigida a conocernos, reconocernos, discutir y profundizar sobre la historia de nuestra fotografía, identificando nexos, quiebres, diferencias, coincidencias y construcciones colectivas que permitan avanzar en el conocimiento del campo de la fotografía uruguaya contemporánea.

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El sentido del Centro de Fotografía de Montevideo (CdF) es trabajar desde la fotografía con el objetivo de incentivar la reflexión y el pensamiento crítico sobre temas de interés social, propiciando el debate sobre la formación de identidades y aportando a la construcción de ciudadanía. Sobre la base de estos principios desarrollamos diversas actividades desde enfoques y perspectivas plurales. Por esta razón, gestionamos bajo normas internacionales un acervo que contiene imágenes de los siglos XIX, XX y XXI, en permanente ampliación y con énfasis en la ciudad de Montevideo y, a la vez, promovemos la realización, el acceso y la difusión de fotografías que, por sus temas, autores o productores, sean de interés patrimonial e identitario, en especial para uruguayos y latinoamericanos. Asimismo, de acuerdo a estas definiciones, creamos un espacio para la investigación y generación de conocimiento sobre la fotografía en sus múltiples vertientes. Nos proponemos ser una institución de referencia a nivel nacional y regional, generando contenidos, actividades, espacios de intercambio y desarrollo en las diversas áreas que conforman la fotografía en un sentido amplio y para un público diverso. El CdF se creó en 2002 y es una unidad de la División Información y Comunicación de la Intendencia de Montevideo. Desde julio de 2015 funciona en el que denominamos Edificio Bazar, histórico edificio situado en Av. 18 de Julio 885, inaugurado en 1932 y donde funcionara el emblemático Bazar Mitre desde 1940. La nueva sede, dotada de mayor superficie y mejor infraestructura, potencia las posibilidades de acceso a los distintos fondos fotográficos y diferentes servicios del CdF. Contamos con nueve espacios destinados exclusivamente a la exhibición de fotografía: las tres salas ubicadas en el edificio sede –Planta Baja, Primer Piso y Subsuelo– y las fotogalerías Parque Rodó, Prado, Ciudad Vieja, Villa Dolores, Peñarol y EAC (Espacio de Arte Contemporáneo), concebidas como espacios al aire libre de exposición permanente. Cada año realizamos convocatorias abiertas a todo público, nacional e internacional, para la presentación de propuestas de exposición.

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Intendente de Montevideo Daniel Martínez Secretario General Fernando Nopitsch Director División Información y Comunicación Marcelo Visconti Equipo CdF Director: Daniel Sosa. Asistente de Dirección: Susana Centeno. Jefa Administrativa: Verónica Berrio. Coordinador: Gabriel García. Coordinadora Sistema de Gestión: Gabriela Belo. Comité de Gestión: Daniel Sosa, Gabriela Belo,Verónica Berrio, Susana Centeno, Gabriel García, Lys Gainza, Francisco Landro, Johana Santana, Javier Suárez. Planificación: Gonzalo Bazerque, Lys Gainza, Andrea López. Secretaría: Gissela Acosta, Natalia Castelgrande, Valentina Chaves, Marcelo Mawad. Administración: Marcelo Mawad, Martina Callaba. Gestión: Gonzalo Bazerque, Andrea López, Johana Maya. Producción: Mauro Martella, Luis Díaz, Lys Gainza. Curaduría: Hella Spinelli, Victoria Ismach. Fotografía: Andrés Cribari, Gabriel García. Ediciones: Andrés Cribari. Expografía: Claudia Schiaffino, Mathías Domínguez, Laura Nuñez, Serena Olivera, Sofía Michelini, Nadia Terkiel. Conservación: Sandra Rodríguez, Valentina González, Guillermo Robles, Clara Elisa Von Sanden. Documentación: Ana Laura Cirio, Mauricio Bruno, Alexandra Nóvoa, Lucía Mariño. Digitalización: Gabriel García, Maicor Borges, Horacio Loriente, Paola Satragno. Investigación: Mauricio Bruno, Alexandra Nóvoa, Lucía Mariño. Educativa: Lucía Nigro, Martina Callaba, Juan Pablo Machado, Mariano Salazar. Atención al Público: Johana Santana, Andrea Martínez, José Martí, Darwin Ruiz, Miriam Hortiguera, Gabriela Manzanarez, Mariano Salazar. Comunicación: Elena Firpi, Francisco Landro, Natalia Mardero, Laura Nuñez, Sofía Michelini, Santiago Vázquez. Técnica: Javier Suárez, José Martí, Darwin Ruiz, Pablo Améndola, Miguel Carballo. Mediateca: Lilián Hernández, Miriam Hortiguera, Gabriela Manzanarez. Actores: Pablo Tate, Darío Campalans.

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© CdF Ediciones. Noviembre 2018. 500 ejemplares. Centro de Fotografía. http://CdF.montevideo.gub.uy. CdF@imm.gub.uy. Intendencia de Montevideo, Uruguay. Prohibida su reproducción total o parcial sin su previo consentimiento. Realización: Centro de Fotografía / División Información y Comunicación / Intendencia de Montevideo. Edición de textos: Alexandra Nóvoa/CdF, Mauricio Bruno/CdF. Texto final revisado por Diego Velazco. Desgrabación: Lucía Mariño/CdF. Corrección: Stella Forner/IM. Asistente de investigación y documentación: Lucía Mariño/CdF. Diseño: Andrés Cribari/‌CdF, Nadia Terkiel/CdF. Impresión: Gráfica Mosca. Montevideo - Uruguay. Depósito Legal 374.929. Edición Amparada al Decreto 218/96. ISBN 978-9974-716-81-0


DIEGO VELAZCO

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FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA URUGUAYA

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