Gaceta 27 (diciembre 2013)

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lación con la palabra, sería Aristóteles quien le daría realce agrupándola en dos grandes niveles: la poética y la retórica. Poética, palabra que se deriva de poiéo (ποιέω), significa “crear”, “generar”, “dar vida”. El vocablo es acertado en cuanto a que toda obra “poética” es siempre gestada por el autor quien, con más o menos esfuerzo, hace salir al exterior, al alcance de todos, lo que primero fue engendrado en su mente y floreció en su corazón. Conviene recordar que en la época de Aristóteles la mayoría de los tratados, independientemente de su índole, se escribían en verso. Por eso la poética es algo más que poesía e incluye tanto la tragedia como la comedia o la epopeya histórica. La retórica, asociada a la gramática, era el arte de convencer o manipular. Quien conoce los resortes de la palabra, quien sabe cómo y cuándo debe ser empleada y hacia quién y en qué momento debe dirigirla, tiene en sus manos un poder que puede permitirle conquistar el mundo. La retórica es el control del lenguaje, el arte de la comunicación. El filósofo considera que, para adquirir ese control, es necesario poseer un conjunto de conocimientos tan sistemáticos como el lenguaje mismo, de manera que las palabras se conviertan en transmisoras de la filosofía y de la verdad. Por retórica se entendía tanto la palabra hablada como el lenguaje no verbal. Los gestos para atraer la atención tienen tanta importancia como el mensaje mismo. En el arte de la comunicación es

tan importante dominar los silencios como la propia palabra.

La escritura como arte

en el que tanto se escribe, donde la cantidad es bastante superior a la calidad, esta pregunta continúa en vigor. En la época de la superinformación que nos ha tocado vivir, ese derroche de medios está consiguiendo casi el efecto contrario. La saturación está llevando a la desinformación. Es cierto que esto no ocurre con carácter general y que, al estar cada vez la cultura al alcance de más personas, surgen continuamente nuevos talentos. Pero también es cierto que son muchos los autores que se agarran a temas manidos y que no hacen ningún esfuerzo por ser originales. Estamos hartos de presenciar cómo, cuando surge un tema que se vende bien, se copian unos a otros con el único fin de crear superventas que llenen el mercado y sus bolsillos. Pero eso no es el arte de escribir.

Sería algunos siglos más tarde cuando Horacio, en su obsesión por la inmortalidad, comenzó a definir las condiciones que debía reunir una obra escrita que, en su conjunto, siempre debía buscar la armonía y el equilibrio entre todas sus partes.

“De un asunto ya trillado por otros puede apropiarse un nuevo autor, si en tratarle en un círculo menguado, franco a todos, no se fija, es traductor material de ese mismo original cuyos conceptos prolija” (de la Epístola a los Pisones).

En su Ars Poetica, también conocida como Epístola a los Pisones, carta a dos jóvenes que quieren ser escritores, Horacio habla del autor, de la obra y del público al que va dirigida. Sus palabras tuvieron una fuerte influencia en todos los escritores hasta el siglo xIx. Se podría asegurar igualmente que no han perdido actualidad.

Por último, convendría recordar que la técnica es algo que puede aprenderse con mayor o menor esfuerzo. El talento es algo innato. El vendedor de libros se hace. El escritor nace.

En la Grecia antigua adquiere igualmente una gran importancia el teatro. La representación teatral era la manera ideal de hacer llegar la palabra al pueblo llano. Mediante el espectáculo, que continuará formando parte del legado cultural de la humanidad durante siglos y constituyendo su patrimonio, se intenta que el espectador conozca su historia, se procura inculcar en él los sentimientos de nobleza, de virtud y de gloria. Con el teatro se busca enseñar, entretener, educar, pero también hacer que el espectador llegue a una catarsis que le sirva de purificación, de limpieza interior.

¿Quién es escritor?, ¿quién posee talento o quién conoce la técnica? En este siglo xxI

La necesidad de escribir Podríamos decir que escribir ahora es muy fácil. Casi todo el mundo puede hacerlo. Sin embargo, escribir bien, dominar la palabra,

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