
1 minute read
Con mi carpeta bajo el brazo
María José Martín Jiménez Grupo Memoria
Mi camino hacia la clase me hace pasar por el parque. Una tupida alfombra de hojas multicolor, arte efímero de otoño, me recibe. Sopla un viento del sur que juguetea con ellas cambiando, caprichoso, su estructura. Las levanta y baraja a su antojo. Me gusta pisar las hojas en otoño, oír su suave crujido, patearlas y amontonarlas. Un anciano, que está sentado en un banco cualquiera, observa, curioso, mis extraños pasos.
Advertisement
Miro hacia arriba, hacia los árboles, casi desnudos, y veo un sol victorioso que se abre camino para calentar la tierra. Pienso en cuánto se parece la vida a los ciclos naturales. Todo es un ir y venir, un nacer y un morir, como el péndulo, como las olas del mar. Mi hoja, la hoja de mi existencia, aún permanece en el árbol de la vida. Muchas hojas que estaban junto a la mía, hojas de amigos, familiares, vecinos, conocidos .. ya han caído del árbol y me esperan en un suelo de eternidad, para dar paso a nuevas vidas que nos reemplazarán.
Veo el rincón donde di el primer beso de amor; el primero de los muchos, muchísimos, infinitos besos, que recibí de la persona a la que un día me uní de por vida. Allí, por ese paseo, juntos de la mano, forjamos sueños de juventud, ilusiones que aún permanecen con nosotros. Ya han pasado muchos años y seguimos unidos, soñando con cada día, con cada instante.
Salgo del parque y paso por el puente del río, donde unas aves se recrean y alimentan en una charca. Paro mis pasos para contemplarlas. Me alcanzan dos mujeres de mi edad que se dirigen al mismo centro. Las he conocido allí y ahora forman parte de mi nutrido grupo de amistades. Juntas, llegamos al E.P.A. Mateo Hernández donde, de forma amena, rescatamos de rincones casi olvidados de nuestra memoria, saberes de un ayer lejano.
¡Gracias!