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EL GATITO CURIOSO
Paquita Blázquez.
Luisito era un niño de cuatro años recién cumplidos. Estaba en casa sin poder salir al parque con sus padres, llovía mucho ese día. Aburrido, pegaba su carita al cristal de la ventana con la esperanza de que dejara de llover, pudiera salir al parque y deslizarse por el tobogán, que tanto le gustaba; además, él podía subir por la rampa sin caerse, para eso era mayor.
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Así transcurría la tarde hasta que escuchó cómo se abría la puerta de la calle. Era su papá con una caja.
-Luisito, hijo, ayúdame…
Corría el niño hacia su padre y en ese momento llegó su madre, desde la otra habitación, sonriendo. No quería perderse la cara del niño cuando abriera la caja.
La pusieron en el suelo con mucho cuidado. Estaba nervioso, daba saltos, tocaba palmas con sus manitas… emocionado… Abrió la caja con mucho cuidado pensando que sería el camón de la basura que tanto le gustaba. Cuando lo veía por la ventana todos los días, se quedaba asombrado de cómo descargaba la basura… parecía que se la comía.
-¿Es el camión de la basura?-preguntó.
-Ábrelo -le decían sus padres- y lo verás. Escuchó en ese momento un ‘miau, miau’... Abrió los ojos como platos y con la boca también abierta, sin terminar de creérselo, gritó:
-¡¡Esto es mejor que el camión de la basura!!!.
-Cógelo con mucho cuidado -le decía su madre- No le hagas daño, hijo.
-Mamá, papá, lo voy a querer mucho y lo cuidaré muy bien- dijo lanzándose emocionado para abrazarles- ¡Este es el mejor día de las fiestas navideñas!
-Bueno -le dijo su madre- tendrás que ponerle un nombre.
El niño miraba al gatito tan pequeño, de color negro con muchas manchas blancas por todo el cuerpo. Resultaba muy gracioso y se arrimaba a él. De pronto dijo muy alto:
-Ya sé su nombre: ¡¡¡BIGOTES!!!
La verdad es que los tenía muy largos para ser un gato tan pequeño.
Desde entonces, el gato iba siempre tras el niño por la casa y cuando bajaba al parque a jugar en el tobogán, Bigotes se subía al saliente de la ventana y se quedaba embelesado con los adornos de Navidad, mientras miraba a Luisito jugando. Él también quería verlo todo de cerca.
Un sábado llamaron a la puerta. Luisito estaba en su habitación jugando y oyó a su madre charlar con la visita. En un descuido, Bigotes, que estaba junto a la puerta de casa, salió decidido a observar todos esos adornos navideños tan bonitos. Ya esperaría a Luisito en el parque y ‘verás qué contento se pondrá cuando me vea allí’, pensó el gato.
Abandonó el portal y se asustó un poco, pues nunca había salido a la calle. Desde la ventana todo parecía más cercano, pero desde ahí abajo no lo veía ni sabía por dónde seguir camino al parque.
Al rato pasó un gato callejero y se fijó en Bigotes. Se acercó y le gritó:
-Eh, tú, muchacho… ¿cómo te llamas?
Asustado, le dijo su nombre.
-¿Qué clase de nombre es ese…? Yo soy el que manda en todos los cubos de basura de este barrio, así que mucho cuidado con comer nada de ellos sin mi permiso.
-Yo no como de los cubos de basura. Vivo en aquel portal…-contestó asustado.
-Mira, Bigotes, yo soy El Negro, y todos aquí me obedecen.
El pobre Bigotes bajaba la cabeza asustado. El Negro era un gato enorme, lleno de cicatrices y con muchas calvas en su cuerpo, por las muchas peleas que había librado, pero lo peor era su mirada feroz.
Bigotes se atrevió a decirle que no sabía llegar a los columpios, para esperar a Luisito.
-Vaya, vaya… eres un gato casero y comes todos los días, eh?? -le decía El Negro-. Pues ahora trabajarás para mí. Sígueme y date prisa, que no tengo todo el día.
El pobre Bigotes le siguió con los ojos llorosos y un susto tremendo en el cuerpo; tenía que correr para poder seguir su ritmo, estaba asustado por los coches y por la cantidad de gente que les rodeaba. Se metieron por un callejón lleno de contenedores. Allí estaban ocho gatos, todos muy delgados y sucios. Cuando llegaron gritó El Negro:
-A ver, chicos, aquí traigo un nuevo fichaje. Todos los gatos rodearon a Bigotes, se echaron a reír y le empujaron mientras decían:
-Si no vale para nada, es muy pequeño este no puede subirse ni a los cubos de basura
Una gata que tenía más pellejo que pelo le dijo con cariño que no se preocupase ni les hiciese mucho caso.
Así pasó un tiempo y Luisito, triste y preocupado sin su Bigotes, convenció a sus padres para empapelar todas las calles con fotos del gatito, por si alguien lo hubiera visto. Pero durante bastantes días nadie supo nada. En casa de Luisito estaban con los preparativos de las fiestas navideñas y fueron a hacer la compra a unos grandes supermercados, aprovechando que no trabajaban. ¡Él estaba tan triste, siempre pensando en Bigotes! Cuando salieron del establecimiento la madre fue a tirar una caja vacía al contenedor, pero al acercarse le llamó la atención un grupo de gatos que estaban tras él, y que acosaban a un gatito lleno de suciedad y muy delgado. Se fijó en la mirada del pequeño y se dio cuenta de que era Bigotes. Dio un grito y Luisito y su padre corrieron a su encuentro. Se quedaron parados al ver a tantos gatos pero de pronto Luisito gritó:
-¡Bigotes!!
El gatito, sin hacer caso de las amenazas de El Negro, corrió al encuentro del niño mientras todos los demás gatos se desperdigaron en todas direcciones.
Los padres de Luisito cogieron con mucho cuidado a Bigotes, lo llevaron a casa, le dieron de comer y por último un buen baño. El niño no se separaba de él, ¡estaba tan contento! Bigotes tenía heridas y el cuerpo muy delgado.
-No te preocupes, hijo, le llevaremos al veterinario para que lo reconozca bien y verás cómo se recupera.
Desde entonces, Bigotes aunque viera la puerta de la calle abierta, no se acercó más a ella ni se le ocurrió salir él solo. Estaba tan a gusto en la casa que prefería asomarse por la ventana para ver jugar a Luisito en el parque.
Esos Reyes, como Luisito se había portado muy bien, los Magos le dejaron un nuevo regalo: el espléndido camión de basura, de color gris, que siempre había querido y con el que desde entonces jugaron juntos.