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La línea perdida
Regina Cabada Carrillo 2 o secundaria
Era tan solo otro miércoles.
“El tiempo es una audiencia” esa era la frase inculcada en la cabeza de Tara en camino al centro comercial. Por primera vez en meses, tenía un día libre de audiciones y planeaba juntarse con un amigo para comprar algunos libros de historia, era lindo tener a alguien a quien le gustaban las mismas cosas que a ella, así que estaba muy emocionada.
Su piel oscura sudaba por las temperaturas calientes de metanoia, tomó su cabello rizado y, rápidamente, lo transformó en una cola de caballo; apuradamente entró al centro comercial, en donde la fresca onda de aire era más que placentera. Volteó de derecha a izquierda y, al no encontrar la librería, se le acercó a un trabajador particularmente bajito y rubio: - Disculpe. - dijo ella. - ¡Disculpe!- repitió. El hombre saltó y la volteó a ver con ojos agrios. - ¿Qué quieres?- él preguntó, claramente molesto. - ¿Dónde puedo encontrar la biblioteca?- ella preguntó. - ¿Por qué yo sabría eso?, cuestionó él. - ¡Porque trabajas aquí, tonto!- contestó ella. El Hombre sacó una expresión que pareciera como si lo acuchillaron en el pecho. -¿Yo?, ¿me hablas a mí?, ¡discúlpate!- gritó exasperado. - ¿Eres sordo o qué?, ¡claro que te hablo a ti! Tara tenía la mala fama de no ser alguien particularmente pasiva, así que cuando llega un reto ella no cae sin lucha.
El hombre corto se paró en sus puntillas para intentar intimidarla. "Hombre" sería un término incorrecto, le queda más: adolescente que se cree adulto. - ¿Sabes a quién le hablas?, apuesto que una pobre mujer adulta que es tan brillante como un hoyo negro y doble de densa no sabe. Soy el magnífico Hode Peter, hijo de Joe Peter, así que no te atrevas compararme con alguien tan inferior y patético como uno de estos trabajadores. - le contestó él. - Vente para acá, chamaco, para que veas qué tan fuerte pega un hoyo negro. - dijo ella mientras dio un paso hacia enfrente. Francamente no esperaba golpear a un adolescente hoy, pero tampoco estaba en contra. Levantó su puño… Un hombre alto se interpuso entre ambos. - ¡¿Qué haces?!- gritó el tal Hode. - Simplemente no podía ver a un pobre niño ser atacado por una mujer tres veces su tamaño. - El hombre sollozó, algo similar a cuando una abuela se queja de sus nietos peleando.
El hombre era alto, musculoso y tenía ojos azules, que contrastaban con los verdes de Tana. En ese momento, se dio cuenta de lo que estaba haciendo, una ola de vergüenza le pasó por todo el cuerpo ¿en verdad había hecho eso? -¡Ya que importa! soy demasiado bueno para esto de todas maneras. - mencionó Hode. Aunque estaba llena de furia Tana decidió solo dejar al niño en paz.
Ella corrió lo más lejos que podía hasta que se encontró en el baño de mujeres, entró y abrió el grifo, se salpicó la cara ¿Porque es que ella es así? quería llorar, pero decidió contenerse. - Él sólo era un niño. - susurró una voz familiar en su cabeza. - ¿Por qué eres tan exagerada?, supongo que naciste para el drama. Ella tenía razón, ¿sabes? en verdad eres un... - Disculpe. - dijo una voz gentil. - ¿S...sí?- ella respondió sorprendida. - ¡Oh, lamento haberte asustado! - No hay problema, ¿qué sucede?- preguntó. - ¿Lo podrías cerrar?- dijo una dama fuerte señalando el grifo y agradeciendo con una cordial sonrisa.
Tana salió rápidamente del baño un poco avergonzada, pero seguía en la búsqueda de la biblioteca.
En un momento perfecto, vio a una bibliotecaria; corrió lo más rápido que pudo, era una mujer asiática vestida como bruja, pero era claro que era la bibliotecaria. Paso tras paso, no parecía estar ahí hasta que su frente se golpeó con otra. - Lo lamento mucho es que estaba buscando a alguien más y no te vi. - le dijo a la bibliotecaria. - ¡Justo a ti te buscaba! La bibliotecaria, quien tenía el cabello negro y largo tanto que le cubría los ojos, parecía confundida. - ¿Sabes dónde está la librería? La mujer solo encogió los hombros y volvió a correr. - ¡No, espera! Tana la persiguió por todo el centro comercial, sus pulmones le rogaban que paraba, pero, incluso con una falda larga, esa mujer podía correr. Al final la acorraló en un elevador extrañamente grande. Cuando entro ahí y encontró que otras cinco personas estaban ahí: el chamaco Hode, el entrometido, la dama bonita, un tipo calmado, la bibliotecaria y… un hombre con una extraña máscara oscura que se parecía la cabeza de un cuervo.
Incómodamente todos esperaron a que el elevador bajara. - Apuesto que todos se preguntan por qué los he traído aquí. El hombre presionó el botón de emergencia. - ¿Qué significa es...?- intentó preguntar Hode. Luego, el elevador cayó. Gritos salieron del elevador mientras caía. - ¡Vamos a morir!- No te preocupes, peque, yo te salvaré. - dijo el entrometido. - ¡No me toques!. - respondió. - ¡Ahhhh!- gritó la dama. Esto no se lo veía venir Tana. Tenía que haber algo que pudiera hacer pues cuando un reto llega, ella no cae sin una pelea. Mientras pasaba esto, notó que el Hombre y la bibliotecaria estaban curiosamente calmados ante la situación y platicaban de forma casual. Por lo que gritó “¡Cállense! Todos se quedaron en silencio. Tana preguntó ¿Alguien de aquí es ingeniero?El hombre calmado tímidamente levantó la mano y respondió: -Soy doctor, ¿eso cuenta? Tana levantó los ojos y dijo que había que trabajar con lo que tenía, así que le habló al hombre musculoso y él, a su vez, puso atención, pero la dama ya se había encargado. - Tengo un nombre, ¿sabes?- dijo la dama. - Lo que sé es que llevamos 3 minutos cayendo en un elevador. Ahora quita esta placa, músculos. ordenó. La dama se preparó los brazos y, después de algunos jalones, cayó la placa. - Tú, doctor, juega a la cirugía con estos cables. - Niño mimado, entrometido, échame una mano junto con el pájaro. Parece que, después de un rato de estar cayendo, es más fácil acostumbrarse. Tana tomó al hombre por los hombros y lo sacudió, - ¿Qué es esto? ¿Por qué aun no hemos muerto? y ¿Dónde está mi…? Tana volteó a ver a sus compañeros en busca de una respuesta. -¿Línea?, Tana murmuró. La audiencia se cayó de risa.
Era simplemente otro miércoles y Tana vivía con dos simples reglas: “El tiempo es una audiencia” y “Nunca olvides tus líneas enmedio de una obra. ”
Hoy ella rompió una.