Reflexión #2-Jueves Santo-Semana Santa 2022

Page 1

DÍA DEL CALENDARIO LITÚRGICO JUEVES SANTO Título: Una moneda de dos caras Dra. Julissa Ossorio Bermúdez Ayudante Ejecutiva del Vicepresidente de Asuntos Religiosos

1 Corintios 11:23-26 (NBV) 23 Esto es lo que el Señor me enseñó, y que ya les transmití antes: La noche en que Judas lo traicionó, el Señor Jesús tomó pan 24 y, después de dar gracias a Dios, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo que por ustedes es entregado. Hagan esto en memoria de mí». 25 De la misma manera, tomó la copa después de haber cenado y dijo: «Esta copa es el nuevo pacto confirmado con mi sangre. Cada vez que la beban, háganlo en memoria de mí». 26 Cada vez que comen este pan y beben de esta copa, están anunciando que Cristo murió por ustedes. Háganlo hasta que él venga.

Juan 13: 1-15 (PDT) 1Era el día antes de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que ya era hora de dejar este mundo y regresar al Padre. Mientras estuvo en el mundo, siempre amó a sus seguidores, pero en esta ocasión mostró su amor al máximo. 2 Estaban comiendo. El diablo ya había puesto en la mente de Judas Iscariote, hijo de Simón, que traicionara a Jesús. 3 Jesús sabía que el Padre le había dado poder sobre todo, y sabía que había venido de Dios e iba a regresar a él. 4 Mientras estaban comiendo, Jesús se levantó, se quitó el manto y se ató una toalla. 5 Luego echó agua en un recipiente, empezó a lavarles los pies[a] a sus seguidores y les secaba los pies con la toalla que llevaba en la cintura. 6 Cuando estaba por lavar los pies de Simón Pedro, este dijo: —Señor, ¿tú vas a lavar mis pies? 7 Jesús le contestó: —Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás.


8 Pedro le dijo: —¡Tú nunca vas a lavarme los pies! Jesús le respondió: —Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos. 9 Simón Pedro le dijo: —Señor, ¡entonces no me laves sólo los pies, sino también las manos y la cabeza! Jesús le dijo: 10 —El que ya se bañó no necesita lavarse más que los pies, porque todo su cuerpo ya está limpio. Ustedes están limpios, pero no todos. 11 Él sabía quién lo iba a traicionar, por eso dijo: «pero no todos». 12 Cuando terminó de lavarles los pies, se vistió, volvió a la mesa y les dijo: —¿Entienden lo que les hice? 13 Ustedes me llaman: “Maestro” y “Señor” y tienen razón, porque lo soy. 14 Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies. Así que ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo 15 para que traten a los demás como yo los he tratado a ustedes. Un día como hoy, era la última oportunidad. Un día como hoy sería la última vez de poder sentarse a la mesa, todos juntos, para compartir la mesa, para dialogar, para estrechar lazos, para escuchar, para aprender… En esta hora, poco sabían los discípulos de lo que sucedería en unas horas; y aunque Jesús había predicho su muerte en varias ocasiones, podríamos pensar que en la escena que se nos describe en esta perícopa, para aquellos discípulos — excepto para Judas —, ésta era una Cena de Pascua más. Una jarra, una palangana y toallas para lavar los pies de toda persona que entrara, muy probablemente estarían ubicados cercanos a la entrada de aquel aposento. Esto, pues en aquel tiempo en Palestina, lavar los pies era un acto importante y necesario. Animales y desperdicios eran comunes en las calles, que, dicho sea de paso, eran calles o más bien, caminos de tierra. Para colmo de males, todo el mundo calzaba sandalias, de manera que cuando una persona llegaba a una reunión hogareña, por más que se hubiese bañado antes de salir, llegaba a su destino con los pies sucios por el polvo del camino. Por tanto, todo anfitrión asignaba a sus esclavos y siervos la ingrata tarea de lavar los pies a los huéspedes cuando éstos llegaban a su casa.[1] Además de por leyes de pureza, lavar los pies era una señal de honor y era una falta de hospitalidad no hacerlo. Para ese día que correspondía celebrar la Cena de la Pascua, estos artefactos posiblemente estaban ubicados a plena vista de todos, pero parecía que nadie los había usado aún.


Jesús y sus discípulos comienzan su Cena de Pascua. Y en medio de lo que acostumbraban hacer para estas fechas, Jesús decide romper con el libreto esperado de la ocasión; incluso romper con los roles que le ubicaban como Maestro. Aún sabiendo que le traicionarían, que le abandorían, que lo negarían, el amor de Jesús por cada uno de sus discípulos quedaría grabado en el corazón de ellos, a través de aquél acto de siervo de lavarle los pies, así como a través del resto de los acontecimientos de aquella noche memorable. En virtud de lo que era y del amor que tenía por los suyos, Jesús modela un acto supremo de servicio: lavar los pies de cada uno de sus discípulos: de los que eran pescadores, del que cobraba impuestos, del que más adelante dudaría de su resurrección, del tesorero que le traicionaría... Y así, uno a uno hasta llegar al impetuoso Pedro, que no puede concebir lo que estaba sucediendo. El caso de Pedro en esta escena fue particular. Para Pedro, eran muy incongruentes la gloria, la sabiduría, el poder y el amor de Jesús -- a quien reconocía como Cristo-- con el nivel de suciedad de sus propios pies. La suciedad de sus pies mostraba su caminar, su fragilidad, su imperfección, su impulsividad, sus vaivenes y debilidades. Después de todo, estamos hablando del mismo Pedro que ha caminado sobre las aguas y después grita “Señor, ¡sálvame!”; Pedro, el que por un lado confiesa “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” y después comienza a reconvenirle al Señor. Y, ahora, protestando e impidiendo que Jesús le lave sus pies para después pedirle que no solo le lave los pies, sino también las manos y la cabeza. La respuesta de Jesús ante todas estas experiencias con Pedro siempre fue una llena de paciencia, amor y de una gracia inmensurable que llevaron a Pedro, a pesar de sí mismo, hasta a apacentar ovejas del Buen Pastor. Pedro no entendió todo lo que sucedió esa noche y menos aún los siguientes eventos que llevaron a Jesús hasta su muerte y resurrección. Pero con el pasar del tiempo, y muchas otras ocasiones de tener los pies sucios, pudo comprender y predicar del amor y la gracia de Dios en Jesús que llegan hasta lo máximo.


Hoy, desde otro tiempo, desde otro lugar, desde otras costumbres, nos sigue conmoviendo aquella muestra máxima de amor de Jesús. Hoy podemos decir que aquella noche Jesús no solo mostró su amor ante aquellos que solo podían ofrecer pies sucios, sino que también se hizo para ellos pan para fortalecerles. Entonces, tanto el partir pan y compartir la mesa con sus discípulos, como lavarles los pies sin importar dónde estaba su corazón son dos lados de una misma moneda: gracia de Dios. Una gracia de Dios que no solo dijo, sino que también actuó, se entregó, se derramó en favor de todo ser humano y nos convoca a quienes ya la hemos conocido a anunciarla una y otra vez, “en memoria de mi”, para construir un mundo mejor. Aquella noche nos recuerda que, en la gracia de Dios, hoy todavía encontramos lugar en la mesa, aún cuando nuestro corazón y mente alberguen traición. En la gracia de Dios, hoy todavía encontramos agua limpia para limpiar nuestros pies llenos de miedos, debilidades, imprudencias e incomprensión. En la gracia de Dios, hoy más que nunca, encontramos la fuerza para cumplir su amorosa voluntad de limpiar los pies de las personas que hoy solo pueden ofrecer pies sucios; preparar y servirles mesa de vida, en gratitud y en memoria de Él.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.