La casa de las palabras - Septiembre 2014

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- “Alfonsina Storni” (Centro Bolívar)

Las B i b l i o t e c a s : - “María Elena Walsh” (Centro Avellaneda) biblioteca.avellaneda@schweitzer.edu.ar

Lunes, martes y viernes de 8 a 12 hs. Miércoles y jueves de 13.15 a 17.15 hs.

biblioteca.bolivar@schweitzer.edu.ar

Lunes de 11 a 15 hs. Martes y jueves de 13.30 a 17.30 hs. Miércoles y viernes de 8 a 12 hs.

Recomendaciones literarias… Durante el mes de Septiembre festejamos el día del maestro, del bibliotecario, del profesor, del preceptor, de las bibliotecas populares, de los estudiantes, la llegada de la primavera, y participamos de la Maratón Nacional de Lectura… Para continuar el festejo, compartimos estas recomendaciones “temáticas”:

Primeros lectores… - “La plapla”. En Cuentopos de Gulubú. María Elena Walsh. Ed. Alfaguara. - ¿Dónde está? María Cristina Ramos. Ed. Macmillan. - ¿¿¿Pipplioteca??? Una biblioteca maravillosa. Lorenz Pauli, Kathrin Schärer. Ed. Océano. - Tomasito va al jardín. Graciela Beatriz Cabal. Ed. Alfaguara.

Para los que ya leen solos… - La escuela no fue siempre así. Carla Baredes. Ed. Iamiqué. - La escuela de las hadas. Conrado Nalé Roxlo. Ed. Colihue. - “Candela”. En Llaves. Iris Rivera. Editorial Edebé.

Lectores en carrera… - El libro salvaje. Juan Villoro, Ed. Fondo de Cultura Económica. - El viejo de la biblioteca. Mario Méndez. Ed. Edelvives. - Te amo, lectura (Natacha). Luis María Pescetti. Ed. Alfaguara. - “El esqueleto de la biblioteca”. En Puro huesos. Ed. Sudamericana.

“Dar ocasión para que la lectura tenga lugar. Garantizar un espacio y un tiempo, textos, mediaciones, condiciones, desafíos y compañía para que el lector se instale en su posición de lector…y haga su lectura…” (Graciela Montes) ¡ Hasta el próximo número ! - Marianela y Melisa

La casa de las palabras, el boletín de las Bibliotecas

Rincón literario… “Amor en la biblioteca”

Liliana Cinetto

Cuentan que cuentan que había una vez una princesa que vivía en un estante de una vieja biblioteca. Su casa era un cuento de hadas, que casi nadie leía, estaba entre un diccionario y un libro de poesías. Solamente algunos chicos acariciaban sus páginas y visitaban a veces su palacio de palabras. Desde la torre más alta, suspiraba la princesa. Lágrimas de tinta negra deletreaban su tristeza. Es que ella estaba aburrida de vivir la misma historia que de tanto repetir se sabía de memoria: una bruja la hechizaba por envidiar su belleza y el príncipe la salvaba para casarse con ella. Cuentan que cuentan que un día, justo en el último estante, alguien encontró otro libro que no había visto antes. Al abrir con suavidad, sus hojas amarillentas salió un capitán pirata que estaba en esa novela. Asomada entre las páginas la princesa lo miraba. Él dibujó un sonrisa sólo para saludarla.

Y tarareó la canción que el mar le canta a la luna y le regaló un collar hecho de algas y espuma. Sentado sobre un renglón, el pirata, cada noche, la esperaba en una esquina del capítulo catorce. Y la princesa subía una escalera de sílabas para encontrar al pirata en la última repisa. Así se quedaban juntos hasta que salía el sol, oyendo el murmullo tibio del mar, en un caracol. Cuentan que cuentan que en mayo los dos se fueron un día y dejaron en sus libros varias páginas vacías. Los personajes del libro ofendidos protestaban: "Las princesas de los cuentos no se van con los piratas". Pero ellos ya estaban lejos, muy lejos, en alta mar y escribían otra historia conjugando el verbo amar. El pirata y la princesa aferrada al brazo de él navegan por siete mares en un barco de papel.

Fuente: Imaginaria. Poesías de amor por Liliana Cinetto http://www.imaginaria.com.ar/12/1/cinetto.htm

EN ESTE NÚMERO ● Rincón literario: “Amor en la biblioteca”, por Liliana Cinetto ● Leer al calor del hogar, por Yolanda Reyes ● Recomendaciones literarias...

Institución Educativa Dr. A. Schweitzer Septiembre 2014


Leer al calor del hogar… “El pequeño mundo que uno encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca; solo se amplía si uno logra irse a tiempo de donde uno tiene que irse, físicamente o con la imaginación.” Augusto Monterroso

En ese mundo pequeño que es el hogar, se aprende lo fundamental sobre la vida. Sin tableros, ni pupitres ni uniformes. Casi por ósmosis, sin que nadie se dé cuenta cómo ni a qué horas, entre rutinas y sobremesas, entre lo que se dice y lo que no se dice, las cuatro paredes de la casa son la primera imagen del mundo. Los valores, las actitudes, los modos de ser, de sentir y de pensar, la manera de mirar, tienen sus raíces en esa primera escuela a la que, por fortuna, no han llegado aún las innovaciones de la tecnología educativa. Es realmente una fortuna. En las casas no se habla de objetivos, ni de metodologías, ni se evalúan periódicamente los resultados, ni se rinden informes. Se vive, simplemente. Y es en ese fluir de la vida, sin planificar, donde crece la gente. La escuela tiene mucho que envidiarle a ese sistema pedagógico , donde todo sucede de una manera mas espontánea y más real. Sin compartimientos, ni disciplinas separadas, ni horas asignadas para tal o cual destreza. Por eso, hablar de lectura en el hogar es hablar de muchas cosas al mismo tiempo. En primer lugar, no suena muy apropiado ese nuevo rótulo tan de moda de “Promoción de Lectura” para lo que se hace en un hogar. No creo que en el hogar se hagan promociones de ninguna clase (…) Desde siempre ha habido hogares con padres, madres, abuelos, tíos o nodrizas que sembraron en los niños el amor por las historias y por los libros. Dudo que lo hubieran hecho a propósito, siguiendo unos objetivos predeterminados…Lo más probable es que solo quisieran pasar un buen rato, o domar a las pequeñas fieras que suelen ser los niños, para que se estuvieran quietos unos minutos. Las dos intenciones son, en sí mismas, maravillosas. Porque disfrutar simplemente del placer de una historia o confiar en el poder hipnótico de las palabras, es creer de antemano en la lectura. Esa creencia no se aprende en talleres ni en libros especializados (…) se tienen o no se tienen y eso nos remite al círculo interminable de la vida; a las infancias de los que ahora somos padres y a las de nuestros padres y, así sucesivamente, en la memoria colectiva. Indagando en nuestros sentidos y en nuestros sentires, que tienen que ver con una historia personal, podemos encontrar nuestras propias ideas para que los hijos se acerquen a los libros en el hogar (…) Lo que propongo es partir de una búsqueda personal , empezando por el principio, que somos nosotros, y no por el final, que son los niños. Porque somos los adultos, con nuestras lecturas y con nuestras palabras, inscritas desde mucho antes de ser padres, el texto de lectura primordial al que se enfrentan los niños. Los arrullos y las canciones, los cuentos que otros escribieron en nosotros cuando fuimos niños, las retahílas, los conjuros, las leyendas y todos esos juegos de palabras que hacen parte de la tradición oral, son los más ricos textos de lectura de la primera aserrán o cualquiera de esas historias que se cuentan en los dedos de la mano… En el campo o en la ciudad, ahora o hace veinte, o cincuenta años, la infancia tiene sus propios textos de lectura.. Y una de las ventajas de ser padre es que uno puede darse el lujo de recrear su propio repertorio (…) Todos los padres tenemos el poder de volvernos cuenteros, juglares y trovadores con nuestros propios hijos. Nuestras historias, nuestras canciones -afinadas o no- nuestras

voces y nuestros tonos pueden resultarles más interesantes que ningún otro texto. Porque les hablan de sus orígenes, porque vinculan a las palabras con los más cercanos afectos. Porque nombran los temores y conjuran las sombras y establecen otro tipo de comunicación más estrecha, más significativa y auténtica que la que suele entablarse en la vida escolar. Al conocer los intereses, los temores y las características de cada uno de sus hijos, mejor que nadie en el mundo, los padres son los más capacitados para revelar los misterios que encierran las palabras. Esos misterios que constituyen la esencia del placer por la lectura. Naturalmente, no todo se reduce a estas buenas intenciones. Se necesitan algunos ingredientes. En primer lugar, tiempo. Un tiempo ritual, lejos de las presiones cotidianas para otorgarle otro espacio a la palabra. Además de su función informativa e instrumental, las palabras permiten viajar, soñar, desear, acariciar, cantar y expresar. Un cuento antes de dormir, todas las noches, o una sobremesa para conversar en familia, o un libro apasionante que se lee por entregas, le confieren a las palabras poderes mágicos y vinculan a la lectura con el placer. Pero, además de tiempo, necesitamos una actitud diferente, abierta al diálogo y al encuentro con todo lo que quieren decir los niños. Escucharlos, para permitirles expresar su mundo, sus fantasías, sus historias, sus opiniones, sus acuerdos y sus desacuerdos. Respetar sus argumentos y ayudarlos a formar su criterio, que no tiene que ser el nuestro. Alimentar sus puntos de vista, proporcionarles referencias culturales, estimular su imaginación y su inventiva, todo ello constituye el trabajo de los padres en la formación de nuevos lectores. Para responder a esos retos, regresamos al punto de partida: Se necesitan padres lectores, asiduos visitantes de las bibliotecas y de las librerías, en busca de material para alimentar los sueños de sus hijos. Y se necesitan padres lectores, no solo para que eduquen con el ejemplo, sino para que transmitan por ósmosis una idea de lectura más vital y menos académica. Padres que esperan ansiosos el periódico de la mañana y madres que roban tiempo a sus quehaceres diarios para enfrascarse en su novela preferida. Padres que, además de regalar juguetes, regalen libros. Madres que puedan encontrar en las páginas de un libro los mejores secretos de la cocina o de las plantas, la mejor historia para compartir en voz alta con sus hijos o el conjuro más poderoso para dormir a su bebé. A encontrar esos y muchos otros secretos en la lectura, se aprende en el hogar y lo que está en juego no es el número de ejemplares que pueda tener la biblioteca paterna ni los títulos universitarios que estén colgados en las paredes. Es mucho más sencillo y más barato que eso. Es compartir una cierta fe en las palabras. Es creer en el valor del lenguaje para enriquecer la experiencia, para crear y recrear el mundo. Es dejar una puerta abierta para que los libros y las palabras se instalen cómodamente en el sofá y ocupen un lugar importante en la vida cotidiana. Fuente: Espantapájaros http://espantapajaros.com/2014/07/leer-al-calor-del-hogar/


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