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MUJER DE PAN Belén Arbelo

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CAPIAS

CAPIAS

La mujer de pan tuvo que migrar del campo a la ciudad. Su cuerpo era pequeño y blanco, y tenía una coraza dura que le servía de vez en cuando para que la inocencia no le sacara las manos de tanto pedírselas, o el miedo no le robara la cabeza, y la mentira, sus ojos. Así vivió mucho tiempo la mujer de pan, con cuidado de no ser devorada.

El día que llegó a la ciudad, bajó temerosa. Temblaba tanto que desparramó migas por el suelo inerte donde pisaba. Tras sus pasos la siguieron palomas, gorriones, ratones, gatos y toda especie de bicho de ciudad. Era muy extraño para ella que comieran de sus pequeñas huellas, habiendo tantas cosas ricas tras las vidrieras.

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En la ciudad, las personas que viven allí, en esas montañas edificadas, parece como que han perdido el alma, no les encuentra la mirada. Pero la mujer de pan era obstinada y quiso buscarlas. Notó que las criaturas que la seguían de día, en la noche se iban todas hacia una misma dirección, así que decidió seguirlas, hasta que llegó a un sitio, a las afueras, donde habitaban personas que parecían hechas de suspiros, frágiles y blandas. Conmovida, decidió entregarles una porción de ella misma, se sacó su corazón de pan, bien calentito y humeante, y se los entregó por trozos a cada una. Fue entonces cuando vio por primera vez, en esa ciudad, miradas en los ojos y una razón para sacarse la coraza.

Así es la mujer de pan, se divide para multiplicar, se parte para repartirse, se hace pedazos para reconstruirse.

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