Sensaciones rítmicas

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Prólogo

Construyendo un modelo de vida

Nunca puedes llegar a saber cómo y cuánto te condiciona tu vida algo o alguien que te impacta cuando eres niña. Tu cerebro blandito y ávido se impacta por un acontecimiento y te perturba tanto que desde ese momento ya sabes que «eso» es lo que quieres hacer.

¿Cuántos niños y niñas han llegado a grandes estrellas del deporte porque se impactaron, sin ellos saberlo, por su especialidad cuando eran unos niños que solo hacían deporte extraescolar?

Todas aquellas niñas y, también niños, que lean este libro y que hayan optado por incluir la rítmica en su vida se verán reflejados en él en algún momento, estoy segura.

De la mano de Sofía recorremos el crecimiento de una niña impactada por la rítmica, su evolución, su contacto con las entrenadoras, con sus compañeros de gimnasio y entrenamiento, los nervios de las competiciones, las lesiones, las derrotas, los triunfos, la vida misma…

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Introducción

¿Cuántas veces te has levantado de la cama consciente de que habías tenido un sueño relacionado con la gimnasia y tú eras el protagonista? Si es así, probablemente vas a entender muchas de las vivencias que se plasman en este libro. La gimnasia es un deporte que, si te engancha, muchas veces consigue evadirte de la realidad. Es el lugar donde sin tener el control de lo que ocurre, asumes el reto de ir descubriendo el camino que tienes delante. Perseverancia, compromiso, esfuerzo, disciplina… son valores que vas adquiriendo gracias a la gimnasia rítmica. A veces es un refugio, otras un lugar del que quieres desaparecer cuando las cosas no han salido bien, pero de una forma u otra es el espacio que te hace sentir libre y vivo. Si este es tu mundo, sin duda, será tu libro.

¿Cuántas veces te has planteado como entrenador si el camino que estabas siguiendo era el correcto o no? Los entrenadores son los que, en la sombra, son capaces de sentir cada uno de los golpes del deportista, sufren las derrotas como propias y dan un paso atrás en las victorias para que no les lleguen las luces ni los aplausos. Si

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tú también entiendes la gimnasia como ese deporte en el que el rey es el atleta y tú eres un privilegiado al que han escogido para acompañarle en el camino, sumergirte en este libro te hará revivir muchas experiencias propias que encontrarán sus paralelismos con las historias aquí contadas.

¿Cuántas veces no has entendido a tu hijo al volver de un entrenamiento descontento y has pensado que no era para tanto? Si alguna vez te has quedado sorprendido cuando un ser que no llega a los diez años te ha hablado de dificultades corporales o puntuaciones, y tú no has sabido qué contestar, este también es tu libro. Así como avancen los capítulos podrás entender las diferentes fases por las que los gimnastas pasan a lo largo de su carrera. El apoyo de los familiares es fundamental en el camino de cualquier deportista sea de mayor o menor nivel, y entenderles es el primer paso.

¿Cuántas veces has visto en televisión a chicas doblando sus espaldas o subiendo las piernas hasta la cabeza, pero no eres capaz de acertar si se trata de gimnasia rítmica o artística? Si eres de los que lo resume todo en gimnasia, este libro te hará ir un pasito más allá y comprender que, detrás de esos elaborados maillots y peinados, existe una complejidad emocional que hace que esos atletas capaces de volar, no sean más que personas de carne y hueso que atraviesan los mismos altibajos en su carrera deportiva que cualquier persona pueda tener en su día a día cotidiano.

Seas gimnasta, entrenador, familiar de deportista, juez de gimnasia o un curioso ciudadano, ponte cómodo para disfrutar de una lectura que te adentrará en un mundo de valores a través de la gimnasia rítmica.

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Descubrimiento

Noviembre, ventanas empañadas, bufandas en el cuello, frío y un ambiente gris a tu alrededor. Otoño. Termina el colegio y, como todos los martes, ya sabes que hoy a las 17:00 no te irás a casa. Los martes y jueves a última hora estáis en clase con Marta, la profesora de inglés. Aunque tú todavía no te sepas los días de la semana, tienes interiorizado que cuando terminas las clases con ella, quiere decir que esa tarde tu hermano Lucas tiene entrenamiento de fútbol y a ti te toca quedarte en el colegio un rato más.

Sentada en tu silla con el abrigo y la mochila puestos, charlas con tus compañeros de mesa animadamente. Estáis sentados en grupos de cuatro. A tu derecha, Mario ha hecho una campana entrelazando sus dedos y dejando el del centro por debajo. «Tolón—tolón» dice con voz grave mientras lo mueve de lado a lado. Tú, riendo con él, no te has dado cuenta de que tus compañeros de clase han ido

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saliendo uno a uno y ha llegado tu turno. Marta te ha llamado dos veces, pero parece que te lo estás pasando tan bien con Mario que no has oído tu nombre.

—Sofía, vamos, que tu padre ya está aquí.

Le preguntas a Mario si mañana te enseñará a hacerlo y él asiente con la cabeza sin pronunciar ni una palabra. Te levantas y te dispones a salir de la clase.

—¿Y la silla? —te pregunta Marta al llegar a la puerta.

Vaya, se te ha olvidado arrimar la silla a la mesa, por lo que vuelves atrás tímidamente y la colocas bien.

—Ahora sí, hasta mañana, Sofía.

—Adiós —le dices acompañando tus palabras con un gesto con la mano, esa misma mano que le das a tu padre mientras se agacha para que le des un beso.

—Hola, cariño, ¿cómo te ha ido el día?

—Muy bien, ¿me has traído merienda? —le preguntas deseando que la respuesta sea que no.

Normalmente es tu padre el que te recoge en el colegio. Sabes que trabaja con ordenadores, pero no entiendes bien qué hace exactamente con ellos. Lo que sí sabes es que es en el Ayuntamiento, porque cuando pasáis por allí para ir a casa de la abuela siempre te lo dice. Mamá trabaja en una tienda de zapatos, y como sale de trabajar a la hora de la cena, la ves directamente en casa cuando ya se ha hecho de noche.

Algunos días papá te recoge con la merienda: un bocadillo, una fruta, unas galletas… Hoy, como algunos otros, no le ha dado tiempo a pasar por casa antes de ir a recogerte, así que tendréis que ir al bar del colegio a comprar algo.

El bar del colegio siempre huele a mandarina. No es porque se coman muchas dentro, sino porque Lina, la señora que trabaja allí, usa un perfume que te recuerda mucho a esta fruta.

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No hay día que la veas y no le des un abrazo. Como no es muy alta, solo con agacharse un poquito ya consigues llegar hasta su cuello y sentir el olor.

Lina prepara unos bocadillos buenísimos. Tu favorito es el de jamón serrano con aceitunas, y hoy has decidido acompañarlo con un zumo de piña. En el bar también tienen chocolatinas y alimentos no muy sanos que tu padre no te compra, pero que no por eso dejas de intentarlo.

—Papá, ¿me compras un huevo de chocolate? —le preguntas inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado. Confías en que esa posición y tu cara angelical le ablanden y te lo compre.

—No, Sofía, con el bocadillo que te está preparando Lina y el zumo es suficiente.

—¡Yo te lo compro!

—¡Tío Hugo! —dices mientras corres hacia él para que te coja en brazos.

El tío Hugo no es hermano de tu padre ni de tu madre. En realidad, no es tu tío, pero como es un amigo de papá desde que eran pequeños, te has acostumbrado a llamarle así. Es un hombre alto y fuerte. Tiene el pelo moreno y se lo suele peinar hacia atrás. Parece que siempre está recién salido de la ducha, dice mamá que es porque se pone gomina. Su hijo Tomás, que también va a tu colegio, practica judo de actividad extraescolar, y al tío Hugo le gusta ver sus entrenamientos cuando puede.

—¡Hola, Sofía! Hace poquito fue tu cumpleaños, así que podemos celebrarlo con un huevo de esos, ¿no papi?

—Está bien, pero solo hoy para celebrar el cumpleaños, eh, que no se convierta en una costumbre.

—¡Bieeeeen!

—Lina, por favor, ¿cuándo puedas le darás un huevo de chocolate a Sofía? Tenemos que celebrar que ya ha cumplido tres años.

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—¡Cuatro! —contestas rápidamente soltando el abrazo para mirarle con sorpresa.

—¿Cuatro? ¿Ya tienes cuatro años? Ya me parecía a mí que eras muy mayor para tener solo tres.

Lina te da enseguida el huevo de chocolate. Es de esos que llevan una sorpresa dentro que te hace más ilusión que la chocolatina en sí. Mientras saboreas el dulce, tu padre te abre la cajita interior que contiene la sorpresa, y… ¿qué será? ¡Te ha tocado una pelota saltarina multicolor! Sin terminarte la merienda empiezas a jugar con ella y compruebas que bota altísimo, ¡más alto que tu cabeza!

Con el estómago lleno, los tres salís del bar para tener más espacio para jugar con la pelota. Tu padre y tío Hugo miran cómo tu hermano Lucas entrena a fútbol. Lucas tiene tres años más que tú, físicamente no tenéis nada que ver, él es rubio y tiene los ojos claros, mientras que tú eres morena y los tienes oscuros.

Cuando esperáis a Lucas, algunos días hay otros niños por allí con los que puedes jugar y pasar la tarde, pero hoy estás sola. Menos mal que tienes tu nuevo juguete para entretenerte y hacer que la pelota bote cada vez más alto.

Sin querer, lanzas la pelotita muy fuerte. ¡Oh, no, se va cuesta abajo! Tú corres tras ella lo más rápido que tus cortas piernas te permiten, pero sin poder evitarlo, llega al gimnasio del colegio donde casualmente está la puerta abierta. Vaya, ¡se ha colado dentro y no has podido hacer nada para evitarlo! Te quedas un momento parada porque no sabes muy bien qué hacer, pero finalmente decides avanzar para recuperarla.

Así como te vas acercando al gimnasio, oyes una música que cada vez suena más y más fuerte. Te provoca curiosidad, ¿de dónde viene eso? Es una música animada, alegre y rápida. Te gusta el ritmo, pero contrariamente te ha paralizado en seco y ha hecho que camines más despacio, expectante y curiosa por ver quién la habrá

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puesto. Al llegar a la puerta del gimnasio, te olvidas por completo de lo que te había hecho ir hasta allí. Tienes que pasar primero una puerta y un pequeño recibidor, pero como todas las puertas están abiertas, llegas enseguida a una gran sala. Las luces están encendidas. Los focos son de un blanco frío muy contrario a la luz que dejas encendida en la mesita de tu habitación por las noches para dormir. Es un espacio muy grande, no llegas a ver el fondo porque tu atención se ha centrado en las chicas que hay allí adentro. Un gran número de niñas de diferentes edades están descalzas sobre una especie de alfombra marrón. ¿Qué están haciendo? ¿Por qué solo hay chicas?

Las reconoces del colegio. Todas son más mayores que tú. Te has cruzado con ellas en el recreo y en el comedor algunas veces, pero ahora las ves diferentes. No llevan el uniforme, visten ropa de deporte ceñida al cuerpo y algunas un maillot que tiene forma de bañador. Llevan el pelo recogido con unos moños tan altos que hacen que parezcan otras niñas.

Miras curiosa de un lado a otro, no eres capaz de fijar tu atención solo en una de ellas porque están saliendo estímulos de todos los lados. Un aro volando por una esquina, una pierna que sube extremadamente alto, una niña haciendo una vuelta con las manos en el suelo y los pies volando… ¿Es el circo? ¿Qué es todo eso y por qué no sabías que existía ese grupo en tu colegio?

De pronto, a lo lejos, ves un chico en el suelo con las piernas totalmente abiertas, no sabías que eso era posible, aunque te centras más en ver que sí hay chicos que en lo que hace. Ellos son muchos menos que las chicas, pero hay. Los miras detenidamente y te das cuenta de que todos caminan con el talón levantado. ¡Qué extraño y a la vez asombroso te parece todo eso!

Mientras estás intentando averiguar dónde centrar tu atención, ves cómo una de las chicas se acerca a ti. Te estás poniendo un

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