Mi nombre es Laura. Esta es mi historia

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Pedofilia

Me remonto a 1970. Nosotros vivíamos en un departamento alquilado toda la familia y en este año mi padre tuvo la oportunidad de comprar la primera casa. Estábamos así felices de tener una casa con un jardín grande, qué lindo, éramos todos dichosos, pero como dicen, no todo lo que brilla es oro, con ese cambio vinieron muchas novedades a nuestras vidas. En primer lugar, vino mi primer cambio, tuve que cambiar de escuela ciertamente, cambiando de distrito y a mi corta edad, mis padres tuvieron que buscarme una escuelita cerca de la casa, así que, en consecuencia, podía dirigirme a la escuela, aunque caminando sola, a decir la verdad estaba contenta, porque creo que le pasa a todos cuando se es pequeño, que se quiere crecer y cuando se es grande, se quiere volver a ser pequeño. Estaba contenta por la casa, pero triste porque dejaba a mis compañeritas de la otra escuelita, y así inicié en esta nueva escuelita.

Un día, caminando hacia la escuela un señor me quiso ofrecer caramelos, pero como ya mis padres me habían advertido de no recibir nada de personas desconocidas en la calle, le respondí... No señor, gracias, y continué mi caminar; para mí era un señor más, pero comencé a ver a ese señor más seguido cuando me dirigía al colegio y siempre me insistía en ofrecerme caramelos; yo lo veía como un señor mayor, pero con más edad que mi padre, casi casi puedo decir que podía ser mi abuelito, pero a mi corta edad, yo no entendía su insistencia de ofrecerme caramelos. Yo era una niña y recuerdo que una vez me quiso coger el brazo y yo me fui corriendo, comencé a correr porque me asustó tanto que llegué a la escuelita asustada sudando y agitada. Después otras veces comenzó a bajarse el cierre del pantalón y se frotaba el pene, pero como era pequeña no entendía por qué hacía eso, ahora comprendo que se masturbaba, pero cuando eres una niña no piensas qué hacen esas personas y por qué lo hacen, tú sientes solo temor, mucho más en esos tiempos cuando era pequeña, ahora es diferente. A los niños les explican un poco más sobre la sexualidad, en mis tiempos era diferente. En su momento yo no entendía lo que era, porque a mi corta edad solo recuerdo que corría y corría al colegio asustada, y así llegó el momento que ya no quería ir al colegio, aprendí a auto enfermarme, le decía a mi mamá que

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tenía fiebre, que estaba mal, y no quería ir al colegio. Tenía vergüenza de contarle a mis padres lo que me estaba sucediendo, así que un día me armé de coraje y se lo conté. Se quedaron paralizados de mi relato, pero al inicio no me creyeron, pensaron que eran fantasías mías, porque no les dije todo, solo que un viejo me seguía y basta. Me dijeron que la gente camina por la calle, no es porque te siguen, quítate eso de la mente. Ellos pensaban que no quería ir al colegio, porque había cambiado a una nueva zona nueva, o porque quería regresar donde estaban mis otras amiguitas, pensaron que eran pretextos, entonces yo me acuerdo que lloraba y no quería ir al colegio.

Un día mis padres me dijeron: te vamos a llevar nosotros a la escuelita; pero cuando ellos me acompañaban, el viejo feo, como lo llamaba yo, no estaba, no lo veía, pero yo me sentía muy mal, porque no era mi imaginación, era verdad, el miedo se apoderaba de mí, y en ese periodo mis padres no me creían, seguramente porque eran jóvenes y en esos tiempos no se hablaba mucho como en estos tiempos. Mi padre trabajaba mucho, era un hombre responsable y dedicado a la familia, con un gran corazón, seguramente no había conocido la maldad, o porque nunca había pasado nada en nuestras vidas, yo pienso que no era que no me quisieran ayudar, en esos tiempos no era tan difuso el problema de la pedofilia, y yo no les había contado todo por vergüenza y miedo; pienso que mis padres hubieran dado la vida por sus hijos. Mi mamá era ama de casa y dedicada a la familia al cien por cien.

En esos tiempos era una zona tranquila, quién podía pensar que sucederían estas cosas. El viejo feo no estaba, yo estaba convencida de lo que decía, pero ellos no veían nada de lo que yo decía, prácticamente era mi fantasía, pero cuando estaba sola, el hombre aparecía, y nuevamente era una contradicción entre nosotros. Me volvieron a decir no hay nadie, el viejo feo, a veces bromeaban diciendo que cuando uno es viejo se vuelve feo, tranquila, me decían... el viejo feo ya se fue, anda, al colegio.

Comencé a ir nuevamente y el viejo feo nuevamente apareció. Eran momentos de terror para mí, una niña de tan solo cuatro años. Recuerdo que mi papá una o varias veces me seguía, escondido, para ver si alguien se acercaba a mí o alguien me seguía, pero no había nadie. Esos días no aparecía, mi terror era tanto, que recuerdo que un día mi papá se encontraba abajo de su carro preparándolo para salir a pasear con la familia y yo estaba jugando en torno a mi papá, en el jardín de la casa, y cuando sentí que me miraban, automáticamente miré al frente de la casa. Era el viejo feo, estaba parado, mandándome besos volados y sacándome la lengua. Recuerdo que di un grito llamando a mi papá. ¡¡Papá!!, ¡el viejo feo!, ¡¡el viejo feo!!

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Mi nombre es Laura. Esta es mi historia. “Una historia de la vida real”

Mi padre dio un salto de abajo del carro a una gran velocidad, recuerdo que se golpeó la cabeza al punto de hacerse daño, se giró, me cargó y salimos a la calle a buscar al viejo feo, pero este había desaparecido. Me acuerdo que corrió hasta la esquina de la casa, miraba a la derecha a la izquierda, y me preguntaba: Mira, hijita, ¿dónde está?, ¿dónde está? Pero el viejo feo había desaparecido, no sé dónde se fue. Regresamos a la casa para que mi papá se curara, ya que se había dañado la frente.

Decidieron cambiarme de escuela. Me apuntaron en una escuela de mujeres, éramos todas niñas y me pusieron una movilidad, ya que la escuela se encontraba un poco más alejada de la casa, ¡qué alivio! Así no volví a ver más al viejo feo, y comencé a frecuentar la otra escuela. Estaba contenta en esa nueva escuela, pero después de cuatro años vino una compañera de mi hermana con un periódico y le dijo: Mira, han capturado a un pedófilo cerca de mi casa, ha violado a tres niñas de la escuelita que estaba cerca de mi casa, donde frecuentaba tu hermanita y como mi hermana había escuchado este problema en casa que había tenido yo, cuatro años antes, me llamo y me preguntó: Laurita, ¿puedes venir un momento? Y me enseñó la foto del periódico; yo comencé a gritar: ¡Ese es el viejo feo! Había violado a tres niñitas y lo habían capturado. Me acuerdo que mi mamá me abrazó y me dijo: Hijita, todo lo que has pasado y yo pensaba que era fantasía tuya, discúlpame; yo le respondí: No, mamá, no era fantasía, sino verdad, ¡era verdad!

Muchas veces los niños tienen fantasía, cierto, pero ya cuando esas fantasías se vuelven terror, hay que observar bien, porque no es normal, hay que buscar profesionales para hacerse aconsejar y buscar una solución, y eso produjo gran susto para mí; mi primer susto a los cuatro años. Era solo una niña. Muchas veces las personas mayores no piensan en el trauma y el daño que provocan haciéndole el mal a un niño, no entiendo por qué. Ellos también fueron niños. Fue terrible, un trauma que superé, pero que te señalan para toda la vida, a tan temprana edad conocer la maldad del mundo y no entiendes todavía por qué te está sucediendo eso, hay que creer a los niños y buscar la causa o la estrategia para llegar a la verdad.

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Mis primeros seis años de primaria

Mis primeros seis años puedo decir que fueron normales. Nuevamente me sentía segura y tuve suerte porque me dio clases una profesora que, para mí, personalmente, era fantástica. Aprendí muchas cosas de ella, se preocupó de enseñarnos, aunque parte de etiqueta personal, para el día a día, cómo caminar, cómo reírnos, cómo conversar, que son puntos que no todas las profesoras lo ponen en práctica con sus alumnas, ya que los modales vienen de casa, pero ella era diferente, dedicada y especial, lo que la diferenciaba de las demás profesoras. Traté de integrarme con las demás niñas, aunque si yo, ya de pequeña, no me relacionaba mucho, a diferencia de mi hermana mayor que era muy amigable. A mí me gustaba estar casi siempre sola, me encantaba la acrobacia, hacer la araña, ejercicios acrobáticos, pero mi mamá se preocupaba mucho porque decía: ¡Te vas a quebrar un hueso!, pero a mí me gustaba, apenas podía, me ponía a realizar gimnasia acrobática, era muy divertido.

Tuve una amiguita en el colegio, la llamaré Carol. Con ella andaba para arriba y para abajo, salíamos juntas. Ella venía a mi casa y yo iba a la suya, a veces dormía en mi casa, o yo en la suya. Nuestras madres se hicieron amigas.

Así pasaron los años hasta que cumplí nueve años. Fue terrible para mí, me entró el sarampión. Recuerdo que estaba en la cama cuando de improviso me sentí mojada, yo me asusté, porque pensé que me había orinado, y cuando miré estaba llena de sangre. Comencé a gritar horrorizada, llamando a mi mamá: ¡Mamá! ¡¡Me estoy muriendo!! Cuando llegó mi mamá y me miró, también desesperada se preguntaba qué había pasado, le dije: Mamá... es mi corazón, mi hígado, los riñones, todo se me está saliendo por abajo.

Mi mamá me envolvió en una cobertor y me llevó al hospital donde el diagnóstico dijo que era mi primera menstruación. Mi mamá lloraba, yo lloraba, porque a los nueve años no era usual que llegara la menstruación a una niña, así precozmente yo no estaba todavía preparada. No me habían hablado de ese tema. Éramos una familia a la antigua, conservadora, todavía con tabúes de esos tiempos, así que mis padres optaron por llevarme a una psicóloga para que me hablara un poco, ahí entendí sobre la menstruación. Entendí que era una cosa normal

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pero comprendí también que era la única en la clase que tenía la menstruación, así todos los meses me sentía diferente a las otras niñas, porque no quería que mis compañeritas supieran lo que estaba pasando. Mi comportamiento era diferente a las demás niñas, era de miedo y de vergüenza no sabía en qué momento ir al baño para que no vinieran las demás niñas y se dieran cuenta de que estaba sangrando, siempre rezaba para que no acudiera nadie. Cuando entraba al baño me decía, si se dan cuenta que tengo la menstruación, qué vergüenza... eso lo sabía solo Carito, que era mi mejor amiguita. Pasamos momentos muy bonitos juntas, sus padres trabajaban mucho y ella salía con nosotros a la playa, nos íbamos al club, a la piscina, a pasar momentos campestres, una vida normal de cada familia.

Cuando estábamos por terminar la primaria, la mejor amiga de la mamá de Carito se lio con su papá, y en consecuencia sus padres se estaban separando. Era un dolor grande que ella tuvo que pasar. Sé que ella sufrió mucho, hubiera querido ayudarla, pero no sabía cómo. Sus padres estaban en pleno divorcio y yo no pude evitar esa situación. Carito optó por aislarse, quería estar sola, yo la buscaba, pero ella se negaba. Recuerdo muy tristemente que un día fui a su casa y le toqué la puerta hasta que me abriera la puerta; de improviso, la puerta se abrió y era Carito. La saludé con mucho cariño, y le pregunté: ¿Por qué no quieres salir conmigo? Y ella me gritó: ¡No te quiero!, ¡no te quiero!, ¡tú eres feliz, tus padres son felices, y los míos no! Los míos no me quieren, ¡lárgate, lárgate!

Con mi edad me sentí ofendida, sin entender que no era ella la que me hablaba en ese momento, era su dolor la que la hacía hablar de ese modo. Yo hubiera querido aliviar ese dolor, pero no sabía cómo, éramos dos niñas y me sentía triste por la separación de sus padres, así me fui de su casa, regresé a mi casa llorando, y no quise contarle nada a mi mamá. Estaba triste, muy triste, era la única amiguita que tenía.

Al día siguiente mi mamá me preguntó qué tenía porque me veía triste, yo le respondí: Carito ya no quiere ser mi amiga me echó de su casa porque yo soy feliz y ella no. Mi mamá me dijo: No es verdad, Carito sí te quiere, se encuentra muy triste y está pasando un momento bastante difícil a su edad, por eso tiene esa reacción, no es que no te quiera, ustedes están creciendo juntas.

Al día siguiente por la tarde Carito vino a buscarme y me dijo: Hola. No sé qué me pasó, estaba triste, pero dolida por cómo me había hablado un día antes, le respondí: Carito, no quiero hablar en este momento contigo.

Ella se quedó mirando y se fue. Yo me quedé llorando en mi casa, no sé por qué lo hice, idiotez de juventud, nuevamente mi mamá regresó y me dijo: ¿Y por qué lloras ahora? Porque Carito vino a buscarme, pero yo no quise hablar con ella, me había tratado muy mal al día siguiente.

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Mi nombre es Laura. Esta es mi historia. “Una historia de la vida real”

Recuerdo que mi mamá me volvió a hablar: No hagas eso, ella es tu amiguita, anda a buscarla, porque ella te necesita. Algo te ha querido decir, Carito está mal. Le dije: Tienes razón, mamita.

Corrí a la casa de Carito, pero ya no la encontré, se había ido. Había decidido internarse en un colegio así que ya no la volví a ver nunca más. Carito se había ido a un internado de monjas; estas son escuelas donde uno se interna y sale una vez al mes, en otra provincia del Perú, muy lejos de casa, así podía terminar sus estudios. Perdimos el contacto y sus padres vendieron su casa. Cada uno siguió su camino. Su mamá con la mía se volvieron a comunicar, pero su mamá decía siempre que Carito no quería salir de esa escuela. Ellos tenían derecho a salir una vez al mes para ver a sus familiares, pero ella rechazaba esas salidas. No quería saber nada de sus padres, no quería saber nada ni con su mamá, ni con su papá. Un momento muy triste.

Muchas veces nosotros hacemos daño sin querer, esto se llama daño involuntario; pensaba que si la hubiera recibido ese día que me buscó, al menos hubiéramos tenido un contacto, pasamos momentos muy bonitos juntas, su tía tenía una pastelería donde hacía unos pasteles muy ricos, éramos traviesas y a veces, cuando regresábamos del colegio, le tocábamos el timbre a las vecinas y corríamos. Recuerdo que en aquel entonces existían las cabinas públicas de teléfono y entrábamos a llamar a cualquier número. Decíamos que éramos trabajadoras de las líneas de teléfono, y estábamos probando el teléfono de las casas, buscábamos un número al azar de la guía telefónica: Disculpe, ¿puede soplar, por favor, tres veces? Y las personas soplaban tres veces y después le decíamos: Gracias por haber inflado nuestro globo y cortábamos la llamada. Nos reíamos, haciendo perder el tiempo a la gente, cosas de niños, nos escondíamos y reíamos, y las personas al otro lado del teléfono, molestas, éramos un poco palomillas.

Nuestra profesora nos enseñó buenos modales, pero nosotras a veces hacíamos lo contrario. Era linda, nos enseñó a caminar, nos enseñaba a sentarnos, nos quería ver siempre derechita, nos decía: Ustedes son unas señoritas y tienen que comportarse como tal.

Me acuerdo que una vez la profesora se enfermó y nos mandaron a visitarla a las dos con un ramo de flores nuestras madres, pero éramos chicas y nos pusimos a jugar por el camino y jugando y conversando llegamos donde estaba la profesora con las flores marchitas, pero así las recibió y no nos dijo nada. Nos hizo entrar a su casa que era muy bonita, nos dio de tomar agua tónica. Estaba contenta con la visita que le hicimos, cuando nos fuimos nos estábamos riendo, yo le dije a Carito: Creo que las flores estaban un poco secas, ay, espero que no

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se haya dado cuenta. Y lógico, cómo no se va a dar cuenta que las flores estaban secas, y maltratadas, porque en el juego y durante el camino riendo y jugando no estaban como las habían comprado nuestras madres.

En la clase también había una niña muy estudiosa que se llamaba Carmen. Recuerdo que una vez fui a su casa con mi prima que teníamos la misma edad y venía para las vacaciones a mi casa. Era la hija del hermano de mi mamá, así que fui con ella donde estaba Carmen, tocamos al timbre y preguntamos por Carmencita y su papá nos hizo entrar. Nos ofreció el periódico pero como nosotras no sabíamos leer, lo cogimos al revés. Recuerdo que el señor se nos quedó mirando y se acercó a voltearnos el periódico diciéndonos: Está al revés. ¡Qué vergüenza!, nos pusimos rojas... es que Carmencita sabía leer, era una niña muy inteligente, superinteligente, y sus hermanos mayores la enseñaban.

Son experiencias que no se olvidan, fueron momentos bonitos los de la primaria. No tenía muchas amigas, la mejor era solo Carito, pero yo estaba contenta, las demás eran compañeras. Carmencita, a veces, me invitaba para hacer las tareas y me enseñaba. Así íbamos con Carito, ella no nos dejaba copiar y nos decía: Tienen que aprender, porque si la profesora pregunta y solo copian no van a saber la respuesta justa, pero si estudian, van a saber responder.

Ella no era egoísta, si tú tenías ganas de estudiar, estaba disponible a enseñarte. Ahora que estudio Ingeniería, recuerdo a otra niña, Liliana. En todas las actuaciones del colegio salía de la madre de la Libertad, y yo salía de José de San Martín. Nos escogían siempre a las dos todos los años, a realizar los mismos roles, don José de San Martín es un héroe peruano y en las actuaciones que se realizan en el colegio para el día de la independencia del Perú. Los padres de Liliana tenían una librería y me acuerdo de que era una niña muy generosa ya que las niñas más vivaces del salón le decían: ¡regálame colores!, ¡regálame lápices!, y ella regalaba, pobrecita, era una niña buena, pero la librería era de sus padres, pero hay tantas cosas que cuando eres pequeño no te das cuenta del sacrificio de los padres, aunque para mis padres no fue fácil porque yo también era terrible.

Recuerdo que una vez tocaron al timbre de la casa y era una señora que para mí era anciana porque antes la vida era más corta para las mujeres, las mujeres eran jóvenes y se veían mayores a diferencia de ahora. Tocó el timbre y me encontré con una señora que me dice: Mamita, ¿tienes algo para comer? Yo estaba sola en la casa, me dio mucha tristeza, su aspecto era triste ver a esa señora que pedía para comer, y como gracias a Dios no nos faltó nunca comidad en mi casa, recuerdo que mis padres compraban la fruta en cajas, el arroz, el azúcar en costalillos para el mes, todo lo que necesitábamos lo compraban mensualmente en cantidades grandes, como el arroz, azúcar, leche, gelatina, flan, mazamorra

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morada, caramelos, chocolates; ya las cosas diarias las compraba en la semana. Gracias a Dios tuve unos padres que siempre se preocuparon por nosotros, y pensé, ¿por qué no ayudar a la señora? Viendo que en la casa había un cuarto lleno de víveres, cogí una bolsa y le puse un poco de todo a la señora y se lo di. La señora estaba muy contenta, agradeciéndome y yo contenta de haberla ayudado; se fue, pero después la señora venía todas las semanas. Cuando mi mamá no estaba, acudía dos veces a la semana. Un día me trajo a su comadre también necesitada y yo le di una bolsa a cada una hasta que un día mi mamá dijo a mi padre: Creo que estamos consumiendo mucho. ¡Algo está pasando! Los víveres se están acabando rápidamente, antes duraban hasta el próximo mes, pero últimamente no está quedando nada, al contrario, tenemos que volver a comprar para terminar el mes.

Yo me quedé calladita, no decía nada, hasta que un día llegaron las señoras, ya no eran dos, vinieron tres y me comencé a preocupar, pero les di igualmente y justo cuando les estaba entregando los paquetes, llegó mi mamá, se nos quedó mirando y dijo: ¿Qué pasa aquí? ¡Qué es esto!, le dije: No, mamita, esa señora no tiene que comer y les estoy dando un poco de víveres. ¡¡¡uy!!!, mi mamá le dijo: Señoras, nosotros somos una familia trabajadora y tenemos tres hijos que mantener, a nosotros nadie nos regala nada, si ustedes tienen hambre un plato de comida se los puedo brindar tranquilamente, pero ¡los víveres del mes, no!, cómo cogen los víveres de una niña, eso no está bien... no es un problema para nosotros un plato de comida, pero no les puedo dar bolsas de víveres, ahora entiendo por qué mi despensa estaba quedando vacía. Y me dijo: contigo quiero hablar después, que sea la primera y la última vez que das víveres de este modo. Si están necesitadas pueden ir a Cáritas o a otro centro donde ayudan a las personas necesitadas, ¡aquí no! Nosotros somos una familia normal como todas, ¿qué haces, Lauri?, ¿te das cuenta del sacrificio que hacemos por ustedes y tú lo regalas sin consideración?

Así las señoras se fueron y después me tocó mi turno. Mi mamá me dijo: Y tú regalando los víveres del sacrificio que hacemos por ustedes, si nosotros tuviéramos para regalar, donaríamos, pero nosotros lo hacemos por vosotros, somos una familia normal como todas, no estamos en condiciones de ayudar a otras personas de ese modo, un plato de comida sí, pero no dar víveres… el día que tú trabajes te darás cuenta, el día que crezcas y tengas un sueldo lo sabrás, pero si tienes las condiciones de regalar, regalas, pero cuando tú trabajes y tengas tu sueldo, regala todo lo que quieras, ¡pero ahorita no!, porque este sacrificio nuestro es para ustedes y nuestras condiciones no nos permiten hacer donaciones.

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