Flamenco 69. Callejero Personal

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Prólogo

«Levántate Filomena y hazme el café sabrosón, y échale a la cafetera agua fresquita del pozo, torotrón que lo mando yo, que lo mando yo». El que esto escribe, no tiene sin duda la gracia de Pericón1, aunque coincide con él, en que la vida suele ser poco más que una serie de anécdotas, y es preferible que nos hagan esbozar una sonrisa. Por eso estos poemas no tienen otra intención que demostrar mi amor por una música, extraña y lejana para un norteño, al que siempre seguirán recordándole su condición de extranjero. No pretendo una historia de este arte, y harto complejo me parece el laberinto de los sentimientos para sugerir ninguna receta. Mero tributo un tanto desigual, pues en el trueque, he recibido mucho más a cambio.

Una mirada atrás, nos permitía reconocer los acontecimientos e historia aún reciente. Los hippies se desvanecían o se retiraban a Ibiza, aunque nos dejaron su pacifismo, una idea del amor más libre y el canuto. La antigua primavera llovía sobre Praga y en el puente de Carlos aún retumbaba alguna bota. Debajo de los adoquines la playa, Cohn Bendit era más rojo que verde y sin duda

1Pericón cantaor importante de los cantes de su tierra: Cádiz.

más joven. En Chile los militares y americanos acababan con Salvador Allende y con Victor Jara y su «Te recuerdo Amanda». En la radio de nuestros vecinos sonaba Grandola Vila Morena, y Otero Saraiva recolectaba claveles como bayonetas. En nuestra España más cercana hacíamos versos a Txiquia —ETA frente a Franco— y pedíamos amnistía y libertad. Al Vent cantaba Raimon y a los verdes esperanzados del País Vasco. En nuestra habitación un póster de Guevara, y mucha música hispanoamericana. El mar y la soledad de Alfonsina con Mercedes Sosa, Quilapayun y su Cantata, el gaucho Cafrune o el Gracias a la vida de Violeta Parra, aunque la negrura y los tonos grises aún perduraban, y a veces nos refugiábamos tristes con Aute, Al Alba. Desde la colina nos hablaba el loco Quintero con sus pausas y silencios. Eran tiempos en los que hasta Gerena parecía un cantaor de mérito2, y en los que, en las 7 Revueltas, en el Morapio de Triana, o en La Carbonería de Paco Lira, aún se podía oír un buen cantecito.

Ahora el que manda tiene pinta de cómico, su pronunciación inglesa causa sonrojo, y nos embarcó en una guerra lejana interesada e injusta. A Pinochet en Londres Garzón le ha dado el viaje. Ya no hay muro en Berlín, pero los alemanes están comprando Mallorca. Los del Imperio siguen con su afición a las armas y a los francotiradores, y los Kennedy (aunque por accidente aéreo) siguen cayendo. El mercado, el euro y la competencia. El Probe Miguel de Triana Pura está triunfando (150.000 copias y disco de oro) ¡quién lo diría!, y el Eléctrico y el Bobote3 se han puesto gafas a un tiempo. También un médico (Alfredo Monteseirín) ha llegado a alcalde de Sevilla, y entre polémicas, le ha puesto a la ciudad: alpargatas, bicicleta, tranvía y metro, a la sombra de la bóveda de Las Se-

2«Mientras tenga que cantar/soy un cantaor que no me callo/si la voz me corta un rayo/me sobra la voluntad/para seguir siendo un gallo».

3Palmeros muy conocidos de Las 3.000 viviendas de Sevilla. Habitualmente acompañaban a Aurora Vargas y a otros cantaores y bailaores.

tas de la Encarnación, modernas, costosas y discutidas. En los Balcanes y en Euskadi se han abierto demasiadas fosas, el mundo sufre y Xabier Arzalluz no cambia. Somos menos inocentes y nos queda menos tiempo, os recomiendo aprovecharlo con sexo, leyendo a los clásicos, escuchando buena música y un poquito de flamenco.

(1974-2022) - 48 años no son nada

Hace ya años, muchos años, compuse unos versos sobre flamenco, coincidiendo con mi largo asentamiento en Sevilla (ya definitivo y de casi 50) y mi amor por esa expresión artística. Ese mundo era algo denostado en aquel entonces por los sectores progresistas, posiblemente como reacción al folclore de pandereta utilizado por el franquismo, los rescoldos de la ópera flamenca y algunas películas deplorables llenas de tópicos y batas de cola. Aquellos versos los presenté al Premio de Poesía Antonio Machado de Sevilla, con tan poco eco, que ni contestaron. Una nota breve de negación se hubiese agradecido.

Es posible que algunas de las cosas que cuente de nuevo, les puedan parecer intrascendentes, ajenas a ustedes o demasiado personales de mi vida; pero si alguien cercano las aprecia o a otros les sirve para acercarse un poco al flamenco, me daría por satisfecho. De niño, en mi Logroño natal, el ceutí Aurelio me enseñó a afinar la guitarra y algunas sencillas falsetas: soleares fáciles, algún tiento, un vistoso zapateado, los muleros por fiestas etc., que fueron mi primera aproximación a ese mundo. Él, solía acompañar de vez en cuando, a algún cantaor que llegaba para actuar en la ciudad sin guitarrista.

El viaje de fin de bachiller fue por Andalucía (Córdoba, Sevilla y Granada), y aún conservo una foto de jovencito, con chaqueta oscura y jersey de cuello redondo, palmeando con aspecto de «guiri» en el Sacromonte, entre cobres, lunares y turistas. Puedo asegurar que allí no se afianzó mi interés por esa música, aunque sí por la belleza monumental del Sur.

Mucho tiempo después, ya como médico residente (MIR) en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla para hacer la especialidad de neumología, aterrizado desde Bilbao, expulsado por activista, y empezando a formar una familia actualmente extensa de tres hijos y siete nietos andaluces, me fui acercando tímida y progresivamente al flamenco.

Me encontré un recibimiento caluroso en el hospital, con ese carácter tan sociable del sevillano, aunque nadie me preguntó si tenía necesidad de alojamiento o me orientó en ese sentido. Acabé durante un mes en el Hotel Murillo en el Barrio de Santa Cruz, antes de cambiarme a un piso compartido. Con el tiempo y por su dueño, Miguel Ángel Adarve, me enteré que el hotel había tenido un buen tablao flamenco: «El Tablao», durante unos cuatro años a finales de los sesenta, pero que acabó siendo demasiado molesto para los inquilinos del hotel y para el mismo, pues acababa compartiendo con ellos demasiados tragos como desagravio por el ruido. Miguel es un magnífico aficionado, caracolero, y además bético, lo que para mí es un plus indudable, aunque es difícil conversar con él por su sordera profunda y posiblemente por sus convicciones. Por allí pasaron estrellas del flamenco de primer orden: como Matilde Coral, Rafael el Negro, Enrique el Cojo, Antonio Mairena, Antonio Montoya Flores (Farruco) y Cristina Hoyos, y todos ellos fueron artífices de su éxito.

Además, sigo envidiándole la casa enfrente del final del Callejón del Agua y dando también a los Jardines de Murillo, que tiene reconvertida en apartamento turístico y que tiene en alto una balconada bellísima.

Un libro de flamenco, pero peculiar. No es solo un poemario apasionado por esa música, 69 poemas como el amor bien compartido, sino un paseo relajado del autor sobre los últimos 50 años del flamenco. Encontramos en Flamenco 69 un poco de todo: arcaicos perfiles e imágenes de antiguos artistas, genuinos ancestros no escuchados en vivo, solo en viejas grabaciones de pizarra, o biografías llenas de tópicos y anécdotas. Pero también hay un hueco para el recuerdo y los más recientes que se han ido, o a los raros «que al cantar se quiebran como porcelana frágil». No es una historia del flamenco, ni lo pretende, pero sí un callejero personal —como lo describe el autor—, de su gustos, emociones y preferencias, pero sin pontificar. Además, un 40 % del libro es textos en prosa relacionados. Una visión breve sobre las distintas épocas, tablaos, festivales, bienales, compañías de baile, cantaores y guitarristas, presencia en la enseñanza, críticos, medios, discografía, internet, redes, plataformas de streaming y futuro. Pero es también un repaso de las instituciones oficiales implicadas, sus iniciativas y utilización. Todo ello con una visión crítica, pero sin perder el sentido del humor necesario y el respeto y admiración que le produce. Pero además es un recorrido por la Sevilla de la transición, sus ilusiones, contradicciones y la evolución hasta la situación actual algo decepcionante. La visión de un norteño asentado definitivamente en esa tierra a la que ama, pero de la que le duelen sus tópicos, su situación y, sobre todo, el confor-

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