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Elizabeth! Mía Victoria Guerra Cuevas (Mención honorífica) Categoría: 9no a 10mo

¡Elizabeth!

Autora: Mía Victoria Guerra Cuevas Escuela de procedencia: Colegio Radians Grado: 8vo. Categoría: 6to. a 8vo.

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Mención honorífica

¡Elizabeth! Era lo primero que escuchaba cuando recostaba mi cabeza sobre mis brazos. -“¿Por qué te duermes mientras hablo?”- preguntó la maestra que odie desde el primer día. No sé, sentía que siempre tenía algo en mi contra. A cada momento sentía sus ojos acusadores y perversos sobre mí. Ella no podía reservar sus comentarios, siempre tenía algo que decirme: si hablaba, si bostezaba, si cerraba los ojos por un momento. Esta vez me regañaba porque había bajado mi cabeza. Yo no lo hacía a propósito, pero era imposible y no podía mantenerme despierta. La noche anterior tuve una horrible pesadilla. Una mujer muy fea y vieja me perseguía porque me quería matar. Recuerdo sus ojos, eran oscuros, muy grandes, llamativos y redondos. Su nariz también era grande y puntiaguda, tenía dientes amarillentos y afilados. Su pelo era gris y su piel era blanca como la leche. La mujer no podía medir más de 5 pies y 3 pulgadas aproximadamente y de todos modos me provocaba mucho miedo. Se sentía muy real. Desperté aterrada y ya no pude dormir más. “¡Elizabeth, te pregunté algo! ¿No me vas a contestar?” -me decía la vieja“Sí, señora, discúlpeme es que anoche no pude dormir” -le contesté secamente. “No hay excusas, esta tarde te quedas conmigo haciendo más trabajo!” -me respondió la maestra“¡y no hay peros!” El día pasó muy lento, ese día se sentía muy raro, pero era hora de volver al salón de mi maestra para cumplir con mi castigo. Cuando llegué, no vi a la maestra sentada en su escritorio, ni frente a la pizarra, como usualmente lo hacía. Sospechaba que algo estaba mal, pero no tenía idea de qué. “¿Me estabas buscando jovencita?”- “Estoy mirándote, qué más?”- La maestra apareció encima del armario. “¿Ma…maestra, qué haces ahí?” La maestra me miraba fijamente, me parecía que no la reconocía y a la vez me resultaba muy familiar, ese rostro

también me resultaba conocido. -¡Se parecía a la mujer de mis pesadillas! Observándola bien, tenían las mismas características. Ahí fue que me di cuenta. ¡Eran las mismas! Ella se acercaba mientras yo retrocedía. Tomó mis mejillas entre sus manos flacas y frías. Traté de escaparme dándole golpes, pero no parecía afectada. Me agarró por el cuello y me gritaba que había venido por mí. La próxima que recuerdo fue ver a mis padres al lado de mi cama en un hospital. Me había desmayado. Me estaban mirando, estaba mi maestra. Cuando miré al otro lado, me di cuenta de que mi maestra estaba ahí. Le estaba contando a mis padres que me había desmayado cuando buscaba la lonchera que había dejado. Obviamente no era la verdad, aun así, mis padres la creían. El día siguiente regresaba a la escuela porque mis padres no querían que perdiera mis clases. Todo el mundo me preguntaba si estaba bien y por no querer causar más problemas dije que sí. Cuando llegué al salón me miró con los mismos ojos del día anterior. No sabía lo que pasaba, pero por lo menos no estaba cansada. La clase se fue muy rápido y honestamente me alegró, porque no me imagino estar otro segundo con esa bruja. Pasó el día y caminaba hacia mi casa. No era tan lejos, pero me tomaba como veinte minutos llegar. Siempre miraba hacia los dos lados para asegurarme que esa señora no me perseguía. Caminé aún más rápido hasta llegar a correr. Entendía que la había perdido y entré a mi casa, cerré la puerta. Cuando voltee, la vi y se me detuvo el corazón. La maestra volvía a tomarme por el cuello y me arrastraba por la casa. Me llevó hasta un cuarto. Le pregunté por qué hacía esto y me respondió con un – “Tu mamá me robó mi vida. Me robó todo lo que tenía. Esto es por todo ese año de sufrimiento. Ahora le toca a ella sufrir” -Le iba decir que no lo hiciera, pero a media oración sacó un arma. “¿Algunas últimas palabras, ladrona? – me dijo la vieja con firmeza. “Sí, dile a mi familia que…” ¡Pum! -el sonido de la explosión llenó la habitación. Solo estábamos ella y yo, en la casa y mi familia no sabía lo que les esperaba. La vieja desapareció riéndose, mientras yo, en el suelo, me desangraba. Ahí fue cuando mamá entró a la casa. “¿Elizabeth?” Quería responderle, pero no tenía la fuerza. Mi mamá me llamó de nuevo, esta vez sonaba más cerca y

más preocupaba. Escuché su grito de terror y me tomó en sus brazos

delicadamente. No había más que hacer, sentí

mi cuerpo desvanecerse y lo último que pude escuchar fue la voz de mi madre, “¡Elizabeth!” .

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