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La lonchera Gabriel López, Andrés Rodríguez, Fabiana A. Rivera y Nayomi Amador Malavé (1er lugar
La lonchera
Autores: Gabriel López, Andrés Rodríguez,
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Fabiana A. Rivera y Nayomi Amador
Escuela de procedencia: Colegio Radians Grado: 11mo. y 12mo. Categoría: 11mo. a 12mo.
1er. lugar
Ricky era un niño de 13 años que vivía cómodamente en un lujoso apartamento en la metrópolis de Nueva York. Nunca había pasado por problemas reales; todo lo que quería lo tenía. Era el niño popular de New York Elementary y era conocido por ser el niño famoso de su salón. Todos querían ser sus amigos… Cada día, antes de salir a la escuela, Ricky llevaba su lonchera repleta de muchísimas meriendas y frutas. Johnny, un compañero de su clase, siempre se acercaba a Ricky para pedir comida, pero su contestación era siempre la misma. Ricky, por favor, tengo mucha hambre. Puedes darme lo que quieras, aunque sea solo una merienda. Johnny, tu problema es que cada día te digo que no y sigues preguntando lo mismo. Entiende que no te daré de mis meriendas, y mucho menos a ti, pareces que vives en un basurero. Aléjate inmediatamente antes de que los demás piensen que somos amigos. No vuelvas a hablarme o pedirme algo en tu vida. Ricky despeciaba y humillaba a Johnny sin saber cuál era la situación familiar de este. El pobre niño vivía solo con su madre, que tenía tres trabajos distintos para poder proveerle educación y vivienda a su hijo… El siguiente día, Ricky y su familia decidieron ir a Central Park, un parque en el medio de la gran ciudad de Nueva York. La pasaron de maravilla y Ricky quería seguir explorando aquel parque que no parecía acabarse. Los padres de Ricky andaban muy agotados, pero le dieron permiso a Ricky para poder aventurarse por allí. Muy emocionado, se dedicó a recorrer el parque entero. Pero Ricky perdió noción del tiempo y sin darse cuenta, ya había caído la noche. Desesperado, corrió y corrió buscando a sus padres. Le dio mil vueltas al parque y nunca los
encontró. Ricky al final aceptó que estaba completamente perdido. Gritó desde el fondo de su corazón:
¡Papi! ¡Mami! ¿Dónde están? Pero sus padres no aparecían. Las horas pasaban, y su hambre fue apoderándose de sus sentidos. De pronto su estómago empezó a temblar y sintió un dolor intenso. Hambriento y desesperado, preguntaba a toda persona que pasaba por comida, pero todos lo ignoraban. Cansado, se sentó en un banco y pensó en Johnny. Ya se sentía mal, pero ahora se sentía peor al pensar en aquel niño, pues en estos momentos se identificaba con él. Ricky daría lo que fuera porque alguien compartiera su “lonchera” con él, pero nadie se acercaba… Hasta que un anciano, visiblemente pobre, se le acercó. El anciano le dijo: Llevo muchos años en este mundo, y reconozco perfectamente esa cara. Sé exactamente qué te pasa. Esa cara de arrepentimiento. Te sientes arrepentido y culpable… ¡No! Solo tengo hambre y ando perdido. Y el estómago de Ricky lanzó un grito que se podía escuchar hasta en el otro lado del mundo. El anciano sacó de su mochila una hamburguesa y se la dio al niño hambriento.
¡Pues claro que tienes hambre! Aquí niño, esta hamburguesa era para mí, pero claramente tú la necesitas más. Pero ojo, la hamburguesa saciará el vacío de tu estómago, pero para curar el vacío en tu corazón debes aceptar tus errores, y enfrentarlos. Gracias – dijo Ricky, tímidamente. Niño, todos cometemos errores. La diferencia reside en qué hacemos con lo que hemos aprendido de ellos. Cuídese bien. Y así el anciano caminó y rápidamente se desapareció entre la multitud. Por su parte, Ricky no esperó por nadie, y comenzó a comerse aquella hamburguesa como si fuese la última en el mundo. Unos minutos después, mientras comía, sus padres aparecen corriendo muy angustiados. ¡Hijo! ¡Te dije que regresaras antes de la noche! ¡Nos has hecho pasar el susto de nuestras vidas!
Perdón papi, me desvié y me perdí. Sin embargo, gracias a la ayuda de un viejito, me reencontré. ¿Hijo, qué dices? Un anciano me ha abierto los ojos del corazón, ya entiendo lo que realmente importa… Los tres se abrazaron, y juntos caminaron al apartamento. Mientras caminaban, a Ricky se le ocurrió una gran idea. Al siguiente día, Ricky sorprendió a todos cuando llegó con dos loncheras. El niño popular le había traído una lonchera a Johnny y le pidió disculpas. Perdón por ser como era antes. Si necesitas algo, cuenta conmigo. Gracias Ricky, eres una gran persona. Y ese fue el comienzo de una gran amistad. Ambos se hablaban y Ricky ya no le importaba ser el niño popular. Ahora, llevaba una lonchera, no para él exclusivamente, pero también para todo compañero que tenga hambre y necesite algo de comer. Y así fue como Ricky pasó de ser el niño famoso al niño generoso que toda la escuela apreciaba.