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Un harem en Manhattan Fabiola A. Martínez Berríos (2do lugar

Un harén en Manhattan

Autor: Fabiola A. Martínez Berríos Categoría: 11mo. a 12mo. Escuela de procedencia: Colegio San Vicente de Paúl Grado: 11mo. 2do. lugar

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Soy Patricia, mujer activista y luchadora, ahora sabrás el porqué. Hace muchos años, llevaba una vida completamente normal; solo me dedicaba a la costura y el diseño de sombreros, lo que me era suficiente para vivir en aquel entonces. Hasta que conocí a Alex en un estiloso bar de Manhattan, Nueva York. Recuerdo aún la finura de nuestra indumentaria, pues era la época de los treinta. Yo vestía un pequeño vestido negro, él llevaba un terno grisáceo y un tabaco en su boca. Estando sentada en la barra, así llegó con sus interrogativas que, tiempo después, terminaron en un romance que cambió mi vida por completo. Un año y medio después, nos casamos. Cada minuto que pasábamos juntos parecía hacernos más felices. Teníamos planes de formar una familia y ampliar mi negocio de costura. Para nuestro primer aniversario, quedamos en encontrarnos a las siete de la noche en aquel bar donde nos conocimos. Él iría luego de salir de laborar y yo, de producir; cada uno por su lado. Con un atuendo chic, acompañado de la mítica y sensual fragancia Chanel N° 5, esperaba recibir el amor de mi vida, pero lo que no me imaginé fue que nunca llegaría. Caminando por los callejones de Manhattan, me topé con un ambiente más oscuro, solitario y tétrico de lo normal. No le di importancia y seguí mi rumbo hacia lo que era mi destino. A poco menos de un minuto, escucho un silbido a mi espalda y me detuve. Volteé para asegurarme de que solo fue un sonido aleatorio, pero había un hombre corpulento enmascarado frente a mí. Su aspecto macabro hizo que la piel se me erizara y el temor se apoderaba de mi ser. Giré queriendo escapar, pero otro sujeto se me acercaba paulatinamente. Desesperada, comencé a gritar hasta que casi me ahogaba en mi propio llanto. Uno de ellos forcejeó para tomar mis brazos de forma violenta, mientras el

sobrante, me tapaba la boca. Pocos segundos después de seguir luchando con la corta respiración, quedé inconsciente. Desperté azorada, pero indemne. NO podía ubicarme, pues el lugar estaba completamente oscuro y gélido. Estaba atada y semidesnuda; no entendía por qué me encontraba allí; sin embargo, tenía compañía. Empecé a escuchar llantos desesperados de mujeres, y hasta podía percibir que había niñas en ese lugar. A más tardar, se oyeron unas voces masculinas bastante distantes. Tras el crujido de una puerta, la luz encendida me hizo ver la realidad; alrededor de cincuenta mujeres en ropa interior se encontraban en esa habitación, incluyendo chiquillas menores de doce años. Aparecieron los dos individuos enmascarados para llevarse a dos féminas, y volvieron a irse. Al cabo de unos minutos, no pude evitar cuestionar para qué se las llevaban. La que estaba a mi lado izquierdo, Brenda, se encargó de explicarme sin regodeos: “Nos tienen secuestradas y nos prostituyen a cambio de plata. A cada una de nosotras le han puesto un precio; las chiquillas son las que más valen. Vienen a escoger y pagan por la quieran. Conozco cada movimiento de aquí, pues llevo ocho meses, pero nunca he visto el rostro de alguno de ellos. Ni intentes escaparte… ya varias lo han hecho y hoy son cadáveres”. Todo esto me parecía una pesadilla. Y con el tiempo me convertí en una víctima más. Producía una sensación tan asqueante saber cómo perdía un pedazo de mi dignidad cada vez que me tocaban y manipulaban como un simple juguete. Solo seguía instrucciones, porque no quería quedar bajo tierra. Al regresar con las demás, todo lo que hacía era llorar. Semanal, morían niñas desangrándose, y yo no podía seguir permitiendo eso. Una tarde, cuando nos trajeron la comida, le pedí a uno de los hombres que se me acercara. Ya todas me habían advertido de dirigirles la palabra era muy peligroso, pero en esos momentos no me importaba. “Quítate la máscara, cobarde”, le dije. “Te vas a arrepentir”, me contestó. Al cabo de unos segundos, la apartó de su rostro, lo que nunca había sucedido. Me rehusaba a aceptar que la persona que estaba frente a mí era aquella que amaba más que a mi propia vida, pero era la cruel realidad. Nunca imaginé que la traición tocaría mi puerta. ¿Cómo esa persona sería capaz de vender mi cuerpo con tanta

facilidad? Toda mi vida había sido engañada. Creía que era la mujer más feliz del mundo y que tenía todo lo que necesitaba, cuando en realidad vivía con un total desconocido. Sí, la persona que estaba frente a mí era Alex, mi esposo. Él solo mantenía una sonrisa perversa, pareciendo disfrutar de mi dolor. Yo solo quería verlo sufrir como cada una de nosotras; que pagara por todos los daños, traumas y las muertes que había causado. Solo había una manera de hacerlo, y yo me iba a encargar de eso. Mientras memorizaba la circulación del lugar, pasaban los días y a ellos se les acababa el tiempo. A solo horas de dar golpe, Brenda y yo repasamos todo. Estábamos conscientes del precio que podíamos pagar todas por el error de una, pero ya no había marcha atrás. Tras abandonar el lugar en la noche, ellos no volverían en diez minutos. Entonces, Brenda me dirigió hacia el despacho, donde desarmé uno de los revólveres que había para colocarlo en el escritorio, el otro me lo quedé. Cuando faltaba poco tiempo, encendimos la vitrola y comenzamos a danzar un magnífico jazz esperando su llegada. Luego, Brenda se sentó detrás del escritorio y yo salí. Efectivamente, la melodía los llevó hacia allí, donde Alex recogió inmediatamente el arma y apuntó hacia ella, quien solo sonreía con gusto. Yo me encontraba a unos metros detrás, cuando él haló una vez el gatillo… yo dos. Los cuerpos cayeron al son de las trompetas, las mujeres se oían de lejos gritar. Esa noche fue el fin de toda esa paranoia. Vivimos para contarlo, porque no solo es mi historia, sino la de todas nosotras. Hoy luchamos por la dignidad de cada mujer en un mundo dominado por el patriarcado; donde vivimos con miedo y nos desvalorizan. Conquistemos con nuestra toma de conciencia y hagamos que teman de nuestra libertad, porque nuestra unión es revolucionaria.

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