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Julia de Burgos, Diosa del agua: un mito creador de mitos • Mercedes López-Baralt

Julia de Burgos, Diosa del agua: Un mito creador de mitos

Mercedes López-Baralt

Dedico este ensayo a tres mujeres admirables que han enaltecido la memoria de nuestra poeta: su hermana Consuelo Burgos (+), que preservó sus cartas, y editó y difundió su poesía; Carmen Vásquez, que la internacionalizó desde Francia; y mi madre Emma López Baralt, que me hizo amarla desde que me leía el “Río Grande de Loíza” cuando yo apenas sabía leer.

Resumen

En esta conferencia –leída por primera vez en el Municipio de Carolina el 22 de febrero de 2014, en la conmemoración del Centenario de Julia de Burgos– la autora presenta a la poeta como un mito creador de mitos; un mito presente en nuestra memoria colectiva. El agua, símbolo dominante a través de su poesía, es analizado como el instrumento con el que Julia multiplica su alma y se reinventa una y otra vez para alcanzar la inmortalidad.

Palabras claves

Julia de Burgos, símbolo dominante, agua, mito, memoria colectiva

Abstract

In this conference –read for the first time in Carolina's Townhall on February 22, 2014, as part of the conmemorations of Julia de Burgos’ centennial– the author presents the poet as a myth that creates myths; a myth in our collective memory. Water, main symbol through her poetry, is analyzed as an instrument with which Julita multiplies her soul and reinvents herself time and time again to reach immortality.

Keywords

Julia de Burgos, dominant symbol, water, myth, collective memory

Nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar/que es el morir: estos versos tan famosos de la elegía paradigmática de las letras castellanas bien pueden dibujar una alegoría que nos permita acceder a la poesía de la puertorriqueña Julia de Burgos. Poniendo el acento en la imagen del agua, tanto en su vertiente de mar como de río. Hace unos años me acerqué a su poesía a partir de la noción de símbolo dominante que propone Victor Turner en The Forest of Symbols, caracterizado por su persistencia, su polisemia y su connotación de los valores que rigen una visión de mundo.1 Sin prescindir de esta idea, hoy vuelvo al símbolo del agua de otra forma; esta vez, de la mano de Ovidio, quien en sus Metamorfosis, insiste en que la clave del mito está en la transformación constante. Para asediar a Julia de Burgos como un mito creador de mitos. El sólo nombrarla por su nombre de pila, descartando su apellido, ya la instala en el reino de los arquetipos. Es Ella. Con mayúsculas. Es decir, la mujer esencializada que trasciende la hagiografía biográfica que ha desatado en su patria para convertirse en su propio destino, nombrado rotundamente en uno de sus versos: Poeta. El símbolo dominante del agua, que hermana a Julia con Lorca y con el Pedro Salinas de El contemplado, se torna en el instrumento con el que la poeta multiplica su alma y se reinventa una y otra vez para alcanzar la inmortalidad. Ya lo sentenció Ernesto Sábato en uno de sus últimos libros, La resistencia: “...todos los filósofos y artistas, cada vez que han querido alcanzar el absoluto, debieron recurrir a alguna forma del mito o la poesía”. 2

Hace años que en su patria Julia es un mito. María Solá señala que “Julia de Burgos es, en Puerto Rico, mucho más que una poeta: es una leyenda, una presencia”3; Ivette López Jiménez declara que Julia se ha convertido en “ícono de la cultura puertorriqueña, en figura casi mítica”4 . En primer lugar, por su biografía. De la que emerge su persona como emblema de la mujer libre, valiente, desgraciada en amores, exiliada, bohemia. También, como figura trágica, emblema de la soledad y el abandono.

Iriz Zavala Martínez nos recuerda la precariedad de su vida. Nacida en 1914, poco más de dos décadas después de la invasión norteamericana a su país, se inicia a la vida en un momento

1 The Forest of Symbols. Aspects of Ndembu Ritual (Ithaca, New York, Cornell University Press, 1967). Aunque Turner aplicó la noción a una comunidad africana, hace años me ha parecido útil para iluminar la poesía. 2 Publicado en Buenos Aires en Seix Barral (2007:58). 3 “Desde hoy hacia Julia de Burgos: reverdece feroz/para la angustia” Mairena, Homenaje a

Julia de Burgos, VII, 20, 1985:13). 4 “Prefacio: Julia de Burgos: las rutas posibles” (Julia de Burgos: Obra poética, edición de Consuelo Burgos y Juan Bautista Pagán, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2004:xv). Citaremos los versos de Julia por dicha edición y abreviaremos su título: OP. 106 MAGISTERIO

de incertidumbre política y pobreza rampante. Sobrevive las muertes de seis de sus hermanos por desnutrición. Se dedica de niña a buscar a su padre cuando éste desaparecía en noches de embriaguez. Interrumpe de joven su educación, para mantener a su familia. Se casa en 1934, divorciándose poco después, para escándalo de una sociedad provinciana y mojigata. Se convierte en emigrante en su juventud temprana: tenía sólo 26 años cuando abandonó Puerto Rico para no volver a verlo más. Convive públicamente con un hombre conocido. A su inestabilidad económica hay que sumarle su tendencia a la depresión, que, intensificada por la nostalgia del exilio, el contexto social discriminatorio de Nueva York en plena era macarthista, la derrota de sus ideales nacionalistas tras la represión de los años cincuenta en Puerto Rico y el abandono del amante, la lleva al alcoholismo. Desarrolla cirrosis y muere en 1953 a los treinta y nueve años, días después de que la hallaran inconsciente en las calles del barrio boricua de Nueva York.5

Que en la memoria colectiva puertorriqueña se ha grabado la imagen de la Julia trágica lo avala un hecho concreto y de todos conocido, y es éste: pese a su generosa gestión social y a sus buenas intenciones de honrarla, la Casa Protegida Julia de Burgos, que acoge mujeres maltratadas, no ha dudado en tomar su nombre por bandera.

La poeta Ángela María Dávila se lamenta, desafiante, de esta versión reduccionista de Julia: “A ver quién eligió la imagen de mujer frágil, abandonada. A quién le hace falta la insistencia en la grandeza del fracaso”.6 Con ella coincide Ivette López Jiménez, quien afirma que, como ha pasado con tantas otras escritoras, su biografía “ha pesado sobre su obra como una lápida”.7 Mayra Santos-Febres, que acaba de publicar la biografía novelada Yo misma fui mi ruta: la maravillosa vida de Julia de Burgos, ha puesto el dedo en el clavo, cuando afirma que su historia resume la entrada de las mujeres en la modernidad, con todo lo que ello conlleva.8 Por mi parte, me parece que Julia ha sufrido una injusticia poética: la de haber ha sido percibida por muchos desde una perspectiva machista. Pues la poesía nace siempre de una carencia, y más la amorosa, que se nutre de ausencia; y sin embargo, a ningún poeta varón que escriba sobre el desamor (pensemos en Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Quevedo, Lorca, Miguel Hernández, Neruda, Palés) se le ha tildado de trágico.

Pero la anécdota vital está abocada al olvido, y lo único que queda, al final de cuentas, es la palabra. La poesía de Julia la salva del “mito de la derrota”, para emplear la oportuna frase de

5 Ver Iris Zavala Martínez: “Aspectos psico-históricos en la subjetividad de Julia de Burgos. La poesía como praxis” (Actas del Congreso Internacional Julia de Burgos, San Juan, Ateneo Puertorriqueño, 1993:283-290). 6 “Un clavel interpuesto” (Claridad, suplemento En Rojo, 24 febrero-2 marzo 1984: 15). 7 López Jiménez, OP:xxiv. 8 La citada biografía se publicó en el 2014, como contribución al Centenario de Julia auspiciado por el Municipio de Carolina.

López Jiménez.9 Josemilio González, uno de sus principales exégetas, lo declara con rotundidad: “Julia fue la perpetua desterrada. Y para defenderse de tantas frustraciones se construyó un habitáculo: la poesía. Más exactamente, su mérito reside en que comprendió su misión: la de elaborar con tantos noes un SÍ gigantesco”.10 El poeta de Orihuela Miguel Hernández, desde una cárcel franquista en Alicante, y ya cerca de su muerte, lo tuvo tan claro como Julia, cuando le escribió a un amigo: “lo importante [...] es dar una solución hermosa a la vida”.11 Y esa solución hermosa reside en el heroísmo compensatorio del quehacer poético de ambos. Consciente del peso de sus sufrimientos, y a la vez de su poder para exorcizarlos, Julia se autodenominó en uno de sus últimos poemas como “una maravilla de angustias”12. Y es que, para emplear las palabras de Eduardo Galeano al hablar del cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa, nuestra poeta “supo transformar su dolor en luces alumbradoras para los demás”.13

En la palabra, que salva fronteras de tiempo y espacio, está la trascendencia de Julia de Burgos. La poesía abona de mil maneras a su presencia viva en la cultura de nuestro país, y poco a poco, en el extranjero. Sus versos emergen en grabados y serigrafías de Lorenzo Homar, Carlos Raquel Rivera, Juan Antonio Torres Martinó, José Alicea y Carlos Irizarry; en las voces de Lucesita Benítez, Alberto Carrión, Zoraida Santiago, Brunilda García y el grupo Cimarrón; en una composición musical de Francis Schwartz y, trascendiendo las fronteras patrias, en otra de Leonard Bernstein.14 También en homenajes de revistas literarias (Guajana, Mairena) y en el hermoso documental fílmico de la cineasta puertorriqueña Ivonne Belén, Julia, toda en mí (2003). También en congresos internacionales: el del Ateneo Puertorriqueño, de 1992, organizado por Edgar Martínez Masdeu, y el de la Universidad de Picardie Jules Verne en Amiens, organizado en el 2004 por Carmen Vásquez, puertorriqueña radicada en París. A ésta -nuestra embajadora cultural en Francia- le debemos dos publicaciones francesas: una antología de su poesía (A Julia de Burgos: Anthologie bilingue, 2004) y las actas del congreso de Amiens (La poésie de Julia de Burgos, 2005). Julia también dice presente en las celebraciones de su centenario, que hoy nos convocan aquí. No nos puede caber duda ya: Julia de Burgos es uno de nuestros mitos nacionales.

9 López Jiménez, OP:xx. 10 José Emilio González: “La poesía de Julia de Burgos” (prólogo a OP, xxvii-xxviii). 11 Miguel Hernández, carta a Carlos Rodríguez Spiteri del 26 de enero de 1942 (tercer volumen de su Obra completa, dedicado a Prosas y correspondencia, edición crítica de Agustín Sánchez-Vidal, José Carlos Rovira y Carmen Alemany, Madrid, Espasa-Calpe, 1992: 2073). 12 En el poema “¿Y...?”, de Poemas para un naufragio en El mar y tú. 13 Cito a Galeano de la entrevista telefónica que, a raíz de la muerte del cantor en 1989, le hiciera la autora de estas líneas durante la transmisión de su programa homenaje “Milonga de no olvidar” en Radio Universidad de Puerto Rico. 14 López Jiménez, OP:xvi.

Pero, desde una perspectiva mítica, el caso de Julia es insólito. Como Cervantes con su Quijote, Flaubert con su Emma Bovary, Lorca con sus gitanos, Palés con su Tembandumba y su Filí-Melé, García Márquez con su Macondo, Julia también crea mitos. Y el primero de ellos es ella misma. Ya lo dijo Josemilio González: “Julia se inventa a sí misma en sus mitos”.15 En su poesía figura como ente múltiple: puertorriqueña, nacionalista, antiimperialista, mulata orgullosa de serlo, feminista avant la lettre, amante, poeta. Y diosa del agua.

Antes de entrar en materia, debemos recordar que el agua tiene una importancia capital en la imaginería literaria puertorriqueña, desde que en 1934, en su Insularismo, Pedreira nombrara a nuestra isla sin rumbo como una nave al garete. Porque su autor ve al mar como elemento clave de nuestro aislamiento. En “Boricua en la luna: sobre las alegorías literarias de la puertorriqueñidad”16, tracé las proyecciones múltiples de esta imagen, que expresan tanto el pesimismo: “isla encallada” (Tomás Blanco), como el optimismo “Los barcos me dan la vida”, o “Una isla es siempre la posibilidad de un barco (Edwin Reyes), y sobre todo, la Mulata-Antilla, que, convertida en velero, marea desafiante al Tío Sam en la Plena del menéalo de Palés. El autor del Tuntún elabora en su poesía una oposición radical entre mar y tierra: el primero, en tanto puente que nos une a las otras Antillas y que nos vincula con el mundo, constituye una metáfora libertaria; la segunda, manifiesta como el pantano que se traga al autor en el sueño inaugural de Litoral, o la “tierra estéril y madrastra” que lo asfixia en “Topografía,” es el topos de la frustración y el fracaso.17

El paradigma de mar y tierra nos sirve para iluminar el simbolismo acuático de nuestra poeta. En Julia de Burgos: la canción y el silencio, Ivette López Jiménez aborda dicha imaginería a partir de la propuesta de Edward Said, de que “la primacía de lo geográfico marca la imaginación anti-imperialista y las literaturas de resistencia, pues el imperialismo es un acto de violencia geográfica mediante el cual se exploran y controlan los espacios del mundo”.18 El ensayo de Juan

15 José Emilio González: OP, xxvii. 16 Publicado en Literatura puertorriqueña, Visiones alternas, edición de Carmen Dolores Hernández (San Juan, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 2006:3164). 17 Examiné minuciosamente la imaginería palesiana en El barco en la botella: la poesía de

Luis Palés Matos (San Juan, Plaza Mayor, 1996). 18 Julia de Burgos: la canción y el silencio (San Juan, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, Colección Arturo Morales Carrión, 2002:105). Consciente de que, por su carácter de exiliada, no se suele leer a Julia en el contexto de los escritores con los que compartió su andadura vital, López Jiménez aborda los diálogos que sostuvo la poeta con escritores coetáneos, pues no hay que olvidar que antes de abandonar la isla, vivió intensamente su vida cultural, a través de tertulias literarias, publicaciones e incluso la política. Su “Río Grande de Loíza” revela un diálogo con el poema del modernista Luis Llorens Torres, “Río Jacaguas”, que subraya su originalidad: mientras que el río de Llorens sugiere formas asociadas a lo femenino, el Río Grande se personifica como hombre y amante.

Gelpí, “El sujeto nómada en la poesía de Julia de Burgos”19, también inspira la mirada de López Jiménez a los versos de la poeta. Allí el autor de Literatura y paternalismo en Puerto Rico señalaba que la geografía simbólica de Julia cuestiona la noción de insularismo de Pedreira: frente al mar que nos aísla, celebra el río que universaliza. Así, en su poema más querido, “Río Grande de Loíza”, el río se derrama en un mar que lleva al sujeto lírico errante a tierras distantes, tanto mediterráneas como nórdicas.

López Jiménez reconoce que no es la única intelectual en calibrar el agua como elemento central en la poesía de Julia de Burgos. Nuestro poeta Francisco Matos Paoli, autor del célebre Canto de la locura, de 1962, ha examinado los significados del río y el mar en su obra. El poeta dominicano Pedro Mir la llama “Julia del agua”, mientras que Josemilio González, Consuelo Burgos y Juan Bautista Pagán nombraron, en su edición de 1961 de la Obra poética de Julia, uno de los conjuntos de poemas no incluidos en libros como “Criatura del agua”. “Julia no tiene venas, sino cauces”, dice a su vez la poeta puertorriqueña Elsa Tió.20

Siguiendo esta brecha que abrieron mis distinguidos predecesores, quisiera explorar otros ángulos de la imaginería del agua en Julia de Burgos: su condición de símbolo dominante y su carácter mítico.

Y comienzo por el agua como símbolo dominante.21 Desde la perspectiva de Victor Turner, propongo que esta imagen cifra tanto la coherencia como buena parte de la originalidad de su poesía. Vamos a ello.

Lo primero, establecer el campo semántico del agua en su poesía. Al leer sus versos sentimos la sensación de contemplar a Julia nadando en un mar de palabras; en el fondo se trata de una reacción inconsciente a las recurrencias de voces como azul22, orilla, ribera, arenas, gota, rocío, lluvia, aguacero, fuente, llanto, lágrimas, sollozos, sangre, venas, humedad, sed, playa, espuma, puerto, barco, nave, navío, buque, velero, velas, remos, ancla, caracol, gaviotas, ola, onda, naufragio, agua, sal, pozo, náyades, arroyos, manantiales, corriente, cascada, charco, laguna, río, torrente, mar, pleamar, marina, marea, rompeolas, océano. También a la recurrencia de las distintas formas de los verbos nadar, flotar, anclar, desbordar, derramar, desparramar, anegar, inundar, salpicar, destilar, diluir, regar, lavar, mojar y bañar.23 La abundancia impresionante de palabras alusivas

19 Nómada (San Juan, Núm. 2, octubre de 1995). 20 Comunicación personal con Elsa Tió en septiembre del 2003. 21 Lo que me obliga a volver a algunas ideas de mi ensayo “El encuentro de la mujer y el río: sobre la poesía de Julia de Burgos” (A Julia de Burgos. Anthologie Bilingue, Amiens, Indigo, Université de Picardie Jules Verne, 2004:225-251). 22 Vale advertir desde ahora que en su poesía la palabra azul apunta al mar, y que no tiene la usual connotación dariana. 23 A partir de aquí destacaremos en itálicas las palabras y los versos de los poemas de Julia que no se citen fuera del párrafo.

al agua y sus variantes de sangre o llanto apunta a la primera condición inherente al símbolo dominante: su persistencia en el corpus poético. Persistencia que podemos notar también a nivel cronológico, pues si bien Julia accede a la fama con un poema temprano en torno al Río Grande de Loíza24, cerrará su ciclo poético con el libro El mar y tú.

Para calibrar las otras dos condiciones que permiten que una imagen llegue a la categoría de símbolo dominante, cabe considerar su polisemia, tanto como su connotación de ideas claves para la visión de mundo de la poeta. Para ello recorreremos su poesía, trazando el círculo que va desde el alpha hasta el omega de los versos de Julia de Burgos.

Consideremos primero la polisemia que marca la imaginería del agua. Para ello hay que partir de lo que podríamos considerar su poema de referencia, “Río Grande de Loíza”,25 de su primer libro, Poema en veinte surcos,26 que inaugura con fuerza en 1938 el campo semántico que nos ocupa, y que, más allá de su celebración gozosa de la naturaleza, le otorga al río mítico de Julia su sentido dual de erotismo y libertad. Pero no tardarán en sucederse, desde el mismo poemario, las variantes significativas del simbolismo acuático. El primer cambio de sentido es radical: el poema “Desde el Puente Martín Peña” se aleja notablemente del sentido luminoso del agua que leemos en los versos del “Río Grande de Loíza”, trocando el río que se abre hacia el mar en laguna estancada en la que un ejército de casas sobre el dolor se acurruca. Julia se refiere al barrio miserable ya desaparecido, El Fanguito, construido frágilmente en las orillas de la Laguna San José, justo en la zona en que el mencionado puente une los sectores de Hato Rey y Santurce en el área metropolitana de San Juan.27 A la denuncia de la pobreza, asociada aquí al agua, le sigue en el mismo poemario la elegía titulada “Poema a Federico”, en la que la voz de Julia no podrá vadear los arroyos de luz que conducen al silencio causado por la muerte de Lorca. El agua se asocia otra vez a la muerte en el poema “Ochenta mil”, en el que Julia une su voz a las de Neruda y Vallejo, quienes un año antes -1937- la elevaron solidaria en favor de la República española en España en el corazón y España, aparta de mí este cáliz. Dice nuestra poeta: El agua del río huele/a un millón de puñaladas,/y las naciones de Europa/con tanta sangre se bañan. Agua convertida esta vez en sangre, pero también en lágrimas: La senda se moja abajo/los ojos que se hacen agua,/y el viento se va salado/con la sal de tantas lágrimas.

24 Sobre el cual vaticinó Nilita Vientós Gastón, en una reseña de 1939, que se trataba de un poema digno de figurar en antologías (Ivette López Jiménez 2002:101). 25 Sería interesante esbozar la trayectoria del motivo mítico del río en las letras hispanoamericanas, que comienza cuando Lope de Aguirre nombra al Amazonas o Marañón como “río temeroso” en su famosa carta de 1561 a Felipe II. 26 El título rinde un homenaje oblicuo al Neruda de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, como sugiere Josemilio González (OP, xxix etc.). 27 A inicios de la década del cincuenta nuestro ensayista y narrador José Luis González abordaría literariamente la misma zona olvidada en su cuento más famoso, “En el fondo del caño hay un negrito”.

En varios de los poemas de Canción de la verdad sencilla (1939), Julia imanta otra vez al agua con su optimismo inicial, ligado al descubrimiento de lo que Mayra Santos-Febres llama “el amor estremecedor de su vida” (2014: 122). Dice: No vengo del naufragio que es ronda de los débiles:/mi conciencia robusta nada en luz de infinito (“Dos mundos sobre el mundo”), porque siente en su alma una afluencia de ríos por nacer (“Transmutación”). Y es que el amor, encarnado ahora en el mar, la invade con plenitud de trance místico28: Este mundo es más suave que la Nada./Y dicen que esto es Dios./Entonces yo conozco a Dios./Y lo conozco tanto que se me pierde dentro.../De aquí se ve el mar con olas nadando hasta la orilla (“Principio de un poema sin palabras”). Otros poemas -”Alba”, “Armonía de la palabra y el instinto”, “Próximo a Dios”, “Alta mar y gaviota”, “Exaltación sin tiempo y sin orillas”, “Te quiero...” y “El vuelo de mis pasos”- apuntan, desde la imaginería acuática, a la plenitud del amor. En ellos la emoción se le convierte en manantial desbordado, en río, en suaves olas que la llevan hasta la playa azul de tu mañana, hasta internarla en el mar de las aguas sin playas del amor. Por tu vida yo soy/alta mar y gaviota, dice Julia29, porque el amor la ha hecho honda/de instinto en verso y en ola y en abrazo. Y confiesa un amor que vence al dolor: Te quiero/en los arroyos pálidos que viajan en la noche,/y no terminan nunca de conducir estrellas a la mar.../Te quiero en el dolor sin llanto que tanta noche ha recogido/el sueño. “El vuelo de mis pasos” sintetiza esta férrea voluntad afirmativa de amor sin fronteras: (No hay ancla que resista/el vuelo de mis pasos/que reman claridades.). Pero el dolor visionario del futuro abandono del amado30 no tarda en aparecer en el poemario: Están sueltos los ríos crecidos31 de mi dolor./Soy una desenfrenada marea agigantada de lágrimas” (“Voz del alma restaurada”)32 . Los manantiales de amor del poema “Alba”, se truecan en Desvelos sin sollozos, en manantiales de lágrimas, que inundan sus noches en “Regreso a mí”, y que riegan arenales inmensos de nostalgia en “Canción para llorar y amar”.

En el conjunto de Los poemas del río, Julia sitúa en el pasado su optimismo ligado al agua: Yo fui estallido fuerte de la selva y el río (“Agua, vida y tierra”). Pues el amado se ha convertido,

28. Sobre este tema ver Reynaldo Marcos Padua: “Misticismo y panteísmo en la poesía de Julia de Burgos” (Actas del Congreso Internacional Julia de Burgos, San Juan, Ateneo Puertorriqueño, 1993:249-264). 29. Soy consciente de la diferencia que existe entre el sujeto lírico y el autor de un poema, pero me tomo la licencia de nombrarlo sencillamente como Julia, por el carácter tan marcadamente autobiográfico de su poesía. 30. Aunque se veía venir por múltiples razones, sobre todo sociales y raciales, la despedida final ocurrió en junio de 1942. 31. El tema de la creciente de otro río, el Toro Negro, es posiblemente uno de los símbolos dominantes de la poesía de Edwin Reyes. Ver Balada del hombre huérfano (1990) y El arpa imaginaria (1998). 32. Con este último verso, como apunta Josemilio González, Julia anticipa el sentido de su tercer libro, El mar y tú.

en su amargo presente, en el rival de mi río, en el poema del mismo título. Que no reciprocará a Julia como lo hiciera el Río Grande de Loíza se hace evidente enseguida. Pero su pena - como su alegría, siempre desplazada al agua - no es sólo fruto del desamor, sino también de la muerte de la madre, que la hace exclamar: ¡Oh mi río, consternado de ausencia!, y afirmar que su río y su llanto se estarán encontrando ¡en qué mar de tragedia! (“Mi madre y el río”). Mientras que en otro grupo de poemas, Confesión del sí y el no, el río se le vuelve silencio (“Vuelta al sendero único”).

El mar y tú, libro póstumo de 1954 al que se le han adherido otros poemarios de tema marino en la Obra poética de Julia, recoge un momento de nostalgia por la inocencia perdida, en el delicadísimo poema visperal “Casi alba”. Allí, el arroyo y la fuente preceden a la pasión del río, que desembocará inexorablemente en el misterio insondable del mar: Casi alba,/como decir arroyo entre la fuente,/como decir estrella,/como decir paloma en cielo de alas.../Amor callado y lejos.../Tímida vocecita de una dalia,/así te quiero, íntimo,/sin saberte las puertas al mañana,/ casi sonrisa abierta entre las risas,/entre juego de luces, casi alba. Pero la dulzura de la esperanza cede a la realidad, y Julia vuelve a asociar al amado al mar (“El mar y tú”, “Donde comienzas tú”, “Canción hacia adentro” y “Ronda sobremarina por la montaña”). De ahí que quiera ella misma convertirse en mar, para nunca salirme de tu senda!. El mar apuntaría entonces al infinito: Nuestras almas, como ávidas gaviotas,/se tenderán al viento de la entrega,/y yo, fuente de olas, te haré cósmico.../¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas! (“Proa de mi velero de ansiedad”). Mar infinito que la hace preguntarse ¿Es azul el misterio? (“No hay abandono”). Pero Julia ya había contestado la pregunta, al hablar de el sueño en azul/donde trepida toda eternidad, mar etéreo que cruzan las almas de los enamorados con remos de rocío (“Sobre la claridad”).

También en El mar y tú comienza la degradación del amor: el amado se convierte en río perdido (“Constelación de alas”). Degradación que se va intensificando. La amada deviene gaviota cuyo vuelo tronchado la hace caer en charcos (“Poema de la íntima agonía”). El sueño ya se ha roto (“Naufragio de un sueño”), por lo que la pasión de Julia, que otrora fuera fuente, arroyo, río cristalino, ahora deviene torrente, río crecido en plena tempestad, lluvia íntima,/sin nubes y sin mar (“Ya no es mío mi amor”). El ansia del arroyo ya se ha muerto en su alma de poeta (“Dadme mi número”), y Julia siente la muerte en términos marinos: En la ribera de la muerte, hay algo,/ alguna voz,/alguna vela a punto de partir,/alguna tumba libre/ que me enamora el alma.../¿De qué lado del mundo me llaman, de qué frente?/Estoy en alta mar.... (“Entre mi voz y el tiempo”). Si primero el mar fue el amor, luego el infinito, después será la muerte: - porque si parto quiero unos ojos que miren/con el alma del agua -, tengo miedo a la tierra! (“Inclinación al vuelo”). Pero no sólo se trata de la muerte de Julia, sino la del amor, también manifiesta en la ausencia del fruto deseado: Como naciste para la claridad/te fuiste no nacido.../No quisiste la orilla de la angustia.../ No quisiste el amor en féretro de alas (“Poema del hijo no nacido”).

Pero antes de ceder a la muerte, Julia vuelve a alzar su puño cerrado por “los pobres de la

tierra”, que diría Martí, y rinde un homenaje a la barriada del viejo San Juan que funge como mirador marino en la falda de sus murallas: Al otro lado del mar/nos duele tu sed de siglos (“Romance de La Perla”, Apéndice, OP).

Hemos podido constatar, a través de esta mirada a los diversos momentos de la obra de nuestra Julia, la multiplicidad de significaciones asociadas al agua en su poesía. Mirada que a la vez nos confronta con los valores o ideas claves para la visión de mundo de la poeta: en el terreno personal, el amor, ligado a la alegría, al dolor y la muerte; en el histórico, tanto la libertad de su pueblo como su anhelo de justicia social.

La noción de símbolo dominante evidencia, sin lugar a dudas, la coherencia de la poesía de Julia de Burgos. Pero ahora quisiera reflexionar sobre otras manifestaciones de la originalidad de la poeta. Ya hemos examinado una de las dimensiones más notables de ésta: la de su pasión por la naturaleza en sus vertientes de río y mar; naturaleza que ha cantado como nadie en nuestra historia literaria y que se convierte en el eje metafórico de su obra. Otra dimensión de su originalidad está en el desencaje entre la angustia de la frustración amorosa, que la sume en perpetuo llanto (otra de las proyecciones del símbolo dominante), y el optimismo combativo con que asume la esperanza de la liberación de su tierra, su solidaridad internacionalista con la causa de la República española y su compromiso con los marginados, tanto social como racialmente. A todo ello debo añadir que Julia fue de las primeras voces disidentes ante el ensayo canónico de Pedreira33; lo contestó en verso a los cuatro años de su publicación, no sólo en lo que se refiere al cerco del mar (como lo ha visto Gelpí), sino en su afirmación de la mulatez y del poder de lo femenino, dos dimensiones de la nacionalidad puertorriqueña que el autor del Insularismo desdeña en su libro.34 También hay que tener en cuenta que, más allá de su sentido libertario, Julia le daba otra significación a la metáfora del mar, opuesta a la que le impusiera el discurso patriarcal: la del deseo, como lo han notado Iris Zavala35 e Ivette López Jiménez (2002:123). Por otra parte, y frente a sus antecesoras, las poetas del posmodernismo hispanoamericano (Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, María Eugenia Vaz Ferreira y Delmira Agustini), con las que comparte el asumir desafiante su propia sexualidad, Julia de Burgos va más allá, al plantear no sólo el problema de género, sino el racial.

Ahora quisiera detenerme en un puñado de sus poemas para examinar otras de las aporta-

33. Palés fue disidente un año antes (1937), desde su Tuntún de pasa y grifería, mientras que el primer miembro de la Generación del Treinta en disentir fue Tomás Blanco, en su

Prontuario histórico de Puerto Rico, de 1935. 34. Ver, a modo de ejemplo, “A Julia de Burgos”, “Ay, ay, ay de la grifa negra” y “Pentacromía”, de Poema en veinte surcos. 35. Ver “Julia de Burgos; poesía y poética de liberación antillana” (Actas del Congreso

Internacional Julia de Burgos, San Juan, Ateneo Puertorriqueño,1993:387). No confundir a Iris Zavala, autora de este ensayo, con Iris Zavala Martínez, a quien ya citamos. 114 MAGISTERIO

ciones de Julia a nuestra poesía. Comenzaremos con “Río Grande de Loíza”, de Poema en veinte surcos. El poema más celebrado de Julia de Burgos funde las dos dimensiones al parecer encontradas de su obra: la personal, intimista, y la histórica. El río deviene su primer amor, predecesor a la vez que rival del gran amor de su vida, pero también resulta, en sus versos finales, emblema de la patria despojada de su soberanía. En un iluminador ensayo, Efraín Barradas ha comparado la poesía de Julia con la pintura de Frida Kahlo, pues ambas artistas, coetáneas, convirtieron al amado - el médico dominicano Juan Isidro Jiménes Grullón en el caso de la primera, Diego Rivera en el de la segunda - en eje central de sus obras. Pero a la vez, subvirtieron en ellas las convenciones sociales que regulaban la conducta femenina, en un gesto que Barradas entiende podría nombrarse con la frase de Josefina Ludmer, las tretas del débil. 36 Julia estrena este gesto precisamente en “Río Grande de Loíza”, al transformar a la naturaleza en masculina. Usualmente concebida como femenina, desde la oposición occidental que la enfrenta a una historia viril, la poeta la encarna en un río-hombre al que su voz le impone órdenes. Con ello logra proponer una nueva visión de los géneros, en la que la mujer puede ser la activa y el hombre el pasivo. Pero no se trata de una simple subversión, pues lo que Julia propone es una nueva relación entre los sexos, más horizontal que vertical, más complementaria que antagónica: ¡Río Grande de Loíza!... Alárgate en mi espíritu/y deja que mi alma se pierda en tus riachuelos...

Poema de conciliaciones, en el que los géneros se complementan y abrazan, y en el que las dos direcciones de la poesía de Julia encuentran su lugar, “Río Grande de Loíza” también cifra alegóricamente - lo ha visto Gelpí - el carácter nómada de la perpetua exiliada. Pues desde que la alzó al mundo el pétalo materno, Julia fluyó con las aguas de su río a buscar nuevos surcos, hasta preguntarse: ¡Quién sabe en qué remoto país mediterráneo/algún fauno en la playa me estará poseyendo!/¡Quién sabe en qué aguacero de qué tierra lejana/me estaré derramando para abrir surcos nuevos;/o si acaso, cansada de morder corazones,/me estaré congelando en cristales de hielo!. Pero el poema ha pervivido sobre todo por su belleza: por la intensidad emocional del diálogo entre la mujer y el río, que produce el apasionado y reiterado apóstrofe que convierte en mítico al objeto de su veneración (“¡Río Grande de Loíza!”); por el erotismo que lo imanta (desnuda carne blanca que se te vuelve negra/cada vez que la noche se te mete en el lecho); por la fuerza de imágenes que oscilan entre la más exquisita delicadeza (confúndete en el vuelo de mi ave fantasía,/y déjame una rosa de agua en mis ensueños) y un rotundo carácter telúrico que evoca la materialidad de la naturaleza (roja franja de sangre, cuando bajo/la lluvia a torrentes su arco te vomitan los cerros).

“Yo fui la más callada”, de Canción de la verdad sencilla, es un hermoso poema escrito con sordina, en el que Julia tasca el freno de su pasión, y sale de su cuerpo, como si su historia de

36. “Un encuentro (nada) fortuito de Julia de Burgos y Frida Kahlo” (Actas del Congreso

Internacional Julia de Burgos, San Juan, Ateneo Puertorriqueño,1993: 79-101.

amor ya perteneciera al pasado, para contemplarse ante el amado. Entonces, como en un arranque de lucidez, reconoce tanto su propia fuerza de mujer silente como la precariedad del amante que nunca podrá saciar su sed. Te parecías al mar, le dice, pero no eras más que un inmenso río blanco corriendo hacia el desierto. La autodestrucción detonada por un amor obsesivo cifra la tragedia personal de Julia de Burgos. Pero es precisamente el final de este amor, con la consiguiente ausencia del amado, lo que mayor fuerza le otorga a su poesía. De ahí que su mejor libro sea, indiscutiblemente, El mar y tú. Libro de marinas del espíritu, como nombrara Ivette Jiménez de Báez a estos paisajes interiores que tienen como protagonista al mar.37 Ivette López Jiménez aclara el sentido del título: “no se trata de poemas sobre un tú concreto, sino sobre la máscara de un yo y su disolución” (2002:118). En una de esas coincidencias que abonan a la poeticidad, es interesante notar que el verbo que más conjugara en su vida Julia - amar - contiene ya la palabra mar, metáfora eje de su último poemario.

El mar y tú incide en confluencias, pero son otras de las que ya advertimos en “Río Grande de Loíza”. Por un lado la sencillez más escueta; por el otro, la irrupción de la vanguardia. La sencillez ofrece dos vertientes. Una, la de la frescura del octosílabo, con su sabor a oralidad lorquiana, en poemas como “Rompeolas” (Voy a hacer un rompeolas/con mi alegría pequeña.../ No quiero que sepa el mar/que por mi pecho van penas). Otra, la del cariz clásico. Es el caso de “Canción amarga”, con la perfección de sus endecasílabos italianos de acento en sexta sílaba: ¡Perdóname, amor, si no te nombro!/Fuera de tu canción soy ala seca....) En ambos casos, la sencillez deviene fuerza, y los versos resultan rotundos en su desnudez.

En cuanto a la impronta vanguardista, ésta le sirve a Julia para dar cauce a sus poemas más desesperados. “Entretanto, la ola” tiene un carácter marcadamente nerudiano: verso libre, tono atormentado e imágenes insólitas que evocan la marina de la “Barcarola” del poeta chileno, a la vez que el primer canto de “Alturas de Machu Picchu”; cito algunos pasajes: Mis puertos inocentes se van segando al mar,/y ni un barco ni un río me carga la distancia.../Sola, entre mis calles húmedas,/donde las ruinas corren como muertos turbados./Soy agotada y turbia espiga de abandono./ Soy desolada y lloro..../Entretanto, la ola,/amontonando ruidos sobre mi corazón./Mi corazón no sabe de playa sin naufragios.../Pechos míos con lutos de emoción, aves náufragas,/arrojadas del cielo, mutiladas, sin voz..../Soy diluvio de duelos,/toda un atormentado desenfreno de lluvia,/un lento agonizar entre espadas perpetuas./¡Oh intemperie de mi alma!/¡En qué ola sin nombre callaré tu poema!. El feísmo vanguardista abunda en las imágenes insólitas de este libro; es el caso del adjetivo en uno de los versos de “Lluvia íntima”: Las calles de mi alma andan desarropadas, adjetivo que recuerda otro de Neruda, el de aquellas olas desvencijadas de la “Barcarola”. También de corte

37. Ivette Jiménez de Báez: Julia de Burgos: vida y obra (San Juan, Editorial Coquí, 1966). 116 MAGISTERIO

nerudiano es el “Poema para las lágrimas”, por el irracionalismo verbal de sus imágenes: Como si me tuvieras nadando entre tus brazos,/donde las aguas corren dementes y perdidas; Sobre mi pecho saltan cadáveres de estrellas/que por ríos y por montes te robé, enternecida; ¡Nada más! En mis dedos se suicidan las aves...

“Dadme mi número” es uno de los poemas más impactantes del libro. Julia despoja a la muerte de toda solemnidad, tratándola desde un prosaísmo irónico, al proponer la alegoría de su espera como si de hacer turno en una oficina burocrática se tratara. E insiste en reclamar el suyo con urgencia impaciente:

¿Qué es lo que esperan? ¿No me llaman? ¿Me han olvidado entre las yerbas, mis camaradas más sencillos, todos los muertos de la tierra?

¿Por qué no suenan sus campanas? Ya para el salto estoy dispuesta. ¿Acaso quieren más cadáveres de sueños muertos de inocencia?

¿Acaso quieren más escombros de más goteadas primaveras, más ojos secos en las nubes, más rostro herido en las tormentas?

¿Quieren el féretro del viento agazapado entre mis greñas? ¿Quieren el ansia del arroyo, muerta en mi mente de poeta?

¿Quieren el sol desmantelado, ya consumido en mis arterias? ¿Quieren la sombra de mi sombra, donde no queda ni una estrella?

Casi no puedo con el mundo

que azota entero mi conciencia... ¡Dadme mi número! No quiero que hasta el amor se me desprenda... (Unido sueño que me sigue como a mis pasos va la huella.)

¡Dadme mi número, porque si no, me moriré después de muerta!

Al evocar un campo de cadáveres, el poema hermana a Julia con dos poetas que así vieron o presintieron a la España devastada por la guerra civil: al Vallejo de “Masa” (España, aparte de mí este cáliz) y al Miguel Hernández que nombrara a su país como “una inmensa fosa” (Viento del pueblo). Por otra parte, el poema inserta, en un discurso posvanguardista, de áspero carácter coloquial, una imagen surrealista: la del sol desmantelado. Más allá de constituir un feísmo de los que tanto frecuentó Neruda en sus Residencias en la tierra, la metáfora evidencia otras lecturas de Julia, y la insertan en el ámbito de la literatura comparada. Esta vez se trata de W.H. Auden, autor del poema Funeral Blues, también conocido como “Stop all the clocks”, y cuya versión más famosa es de 1938.38 Ante la crueldad de la muerte, decía el poeta inglés:

The stars are not wanted now: put out every one; pack up the moon and dismantle the sun; pour away the ocean...

La “Letanía del mar” puede leerse como un epitafio, como lo propone Josemilio González, pero su tono litúrgico lo emparenta con el canto IX de “Alturas de Machu Picchu”, del Canto general nerudiano (1950), en que el poeta queda afásico ante la revelación de la ciudad andina que resistió los embates de la colonización. Lo mismo le pasa a Julia ante su mar sin nombre, emblema del misterio: ante la carencia de la palabra que logre apresarlo, se ve precisada a asediarlo mediante el exceso verbal de una proliferación de metáforas deslumbrantes: Mar mío,/mar sin nombre,/desfiladero turbio de mi cancion despedazada,/azul desesperado,/mar lecho,/mar sepulcro.... El tiempo se ha detenido ante lo sagrado; de ahí la ausencia de verbos en un poema puramente nominal, estructurado a partir del apóstrofe y la anáfora. Reverencia afásica que también convoca los versos del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz: “Mi Amado/las montañas/los valles

38. Hace unos años la película inglesa Four Weddings and a Funeral catapultó el poema a una renovada fama.

solitarios, nemorosos/las ínsulas extrañas/los ríos sonorosos/el silbo de los aires amorosos”. Pero el poema de Julia revela aun otra intertextualidad, esta vez alusiva a su mismo paisaje marino: la de “El contemplado” del español Pedro Salinas, compuesto frente al mar de San Juan en 1946, y poema que incide también en el derroche metafórico ante la maravilla inapresable.

Pero “Letanía del mar” no es el único epitafio lírico de Julia. Su “Poema con la tonada última”, cuya sencillez escueta es de una elocuencia conmovedora, es otro:

¿Que a dónde voy con esas caras tristes y un borbotón de venas heridas en la frente?

Voy a despedir rosas al mar, a deshacerme en olas más altas que los pájaros, a quitarme caminos que ya andaban en mí como raíces...

Voy a perder estrellas, y rocíos, y riachuelitos breves donde amé la agonía que arruinó mis montañas y un rumor de palomas especial, y palabras...

Voy a quedarme sola, sin canciones, ni piel, como un túnel por dentro, donde el mismo silencio se enloquece y se mata.

En esta despedida Julia se desnuda no sólo de retórica, sino de su amada naturaleza, de su cuerpo y de su voz, para partir, diluyéndose en el mar bravo de la muerte. Pero al final nos sorprende con una deslumbrante imagen surrealista. El túnel alude nada menos que al rito universal de regreso al útero, tan estudiado por Mircea Eliade, y que consiste en desnacer para nacer de nuevo.39 Queda claro entonces que Julia muere para resucitar como poeta.

Hacia el final de su vida, Julia de Burgos nos depara una sorpresa: dos poemas en inglés.

39. Ver Mito y realidad (Madrid, Guadarrama, 1973).

En una de sus cartas a su hermana Consuelo40, también escrita en este idioma desde Nueva York, Julia le explicaba que dominar otras lenguas la hacía pensar que se apropiaba del mundo. Su sentir nacionalista no le impidió multiplicar el alma accediendo a otra manera de decir su poesía, precisamente en el idioma del invasor. Y lo hizo sorprendentemente bien. “Farewell in Welfare Island”, otra de sus muchas despedidas líricas, es un poema poderoso, desde el juego inicial del título que invierte las dos porciones de la palabra de despedida farewell para reiterarlas irónicamente en la voz welfare, alusiva al sistema de ayuda gubernamental a los desposeídos. El poema vuelve al hilo conductor de la imaginería del agua, esta vez en su vertiente de lágrimas derramadas por la vida perdida en la gran urbe: Life was somewhere forgotten/and sought refuge in depths of tears/and sorrows/over this vast empire of solitude and darkness. La realidad política emerge en una valiente alusión al imperio, trocado poéticamente en un espacio siniestro de soledad y sombra. El final no puede ser más estremecedor; su grito de dolor ya no es suyo, ahora pertenece a un Él y a una Ella autónomos y eternos gracias a la poesía. Desde la distancia de la muerte que ya siente suya, Julia contempla impávida a los dos amantes, compañeros de su silencio y centinelas fantasmales de su tumba: It has to be from here,/right this instance,/my cry into the world./My cry that is no more mine,/but hers and his forever,/the comrades of my silence,/the phantoms of my grave.

Salta a la vista, en este recorrido por la poesía de Julia de Burgos, que el agua es mucho más que un símbolo dominante. Es, ante todo, un ente mítico caracterizado por la metamorfosis constante, palpable en las inagotables metáforas con las que la poeta lo nombra. Recordemos que Ovidio (43 aC -17 dC), el más celebrado de los mitólogos de la antigüedad, propone la transformación como clave del mito en su libro Metamorfosis, en el que recoge los mitos griegos más importantes para incorporarlos, refundidos, a la tradición latina.41

Y no hay que olvidar que el agua tiene solera mítica. Se trata de uno de los cuatro elementos que configuran el universo desde la antigüedad clásica. Según los filósofos presocráticos, un elemento origina todas las cosas: para Tales de Mileto es el agua, por lo que la tierra flota sobre ella; para Anaxímenes el aire, que circunda todo lo que existe; para Heráclito el fuego, que por estar en cambio y movimiento constante, engendra la contradicción del mundo; y para Jenófanes, la tierra, porque todo nace y termina en ella. A partir de ellos Empédocles postuló la teoría de las cuatro raíces, que más tarde Aristóteles llamaría los cuatro elementos, añadiéndole uno más: el éter o la quintaesencia. Porque según él los elementos terrenales no podían incluir las estrellas, compuestas por una substancia celestial. Ya en los albores de la modernidad, en 1534

40. El documental fílmico de Ivonne Belén, Julia, toda en mí, lleva como hilo conductor las trescientas cartas, aún inéditas, que Julia le escribiera a Consuelo desde Cuba y Nueva York. 41. Ver Publio Ovidio Nasón: Metamorfosis. Traducción de Ana Pérez Vega. Sevilla, Orbus Dictus, 2002. Internet: Biblioteca Virtual Cervantes. 120 MAGISTERIO

Grabado de José R. Alicea.

Cornelio de Agrippa vuelve a recordarnos la importancia radical de los cuatro elementos.42 ¿Qué tiene que ver todo esto con Julia de Burgos? Mucho, porque el motivo del agua le permite crear mitos y emerger ella misma como diosa de las aguas en su poesía. Y es que, como lo dijeran hace unos años Gernot y Hartmut Böhme, para hablar de las emociones recurrimos siempre a la naturaleza.43

Julia lo hace, privilegiando el agua desde el inicio hasta el final de su obra poética. En este sentido, emerge ante nuestros ojos como una reencarnación moderna de Tales de Mileto, que concebía el agua como elemento originario de todas las cosas. Porque el agua en Julia es mítica y plurivalente. No sólo es mar, río, manantiales, lluvia, lágrimas y sangre, sino vida, deseo, plenitud amorosa, desamor y desolación. También muerte, sobre todo en El mar y tú. Recordemos que desde las Coplas de Jorge Manrique el mar es una metáfora para la muerte, y por lo inconmensurable, para muchos poetas sugiere también la eternidad y el infinito. Ya vimos que la poeta nombra al mar como sueño azul/donde trepida toda eternidad (“Sobre la claridad”).

Si la Venus inmortalizada por Botticelli nace de una concha en las orillas del mar, y la nereida Galatea de sus espumas, nuestra poeta emerge como diosa del agua desde que el Río Grande de Loíza, al que ya le ha otorgado estatura mítica (ha caído del cielo como espejo azul, se ha convertido en río hombre) la posee. Fui tuya mil veces, le dice Julia, quien le ordena que la seduzca con imperativos urgentes: alárgate, enróscate, apéate, confúndete. Si en la mitología griega los ríos son dioses, las fuentes son ninfas o náyades.44 En tanto una de ellas, Julia le ruega a su novio de agua que le permita llegar a su origen, que también es el del río: y deja que mi alma se pierda en tus riachuelos,/para buscar la fuente que te robó de niño/y en un ímpetu loco te devolvió

42. El fuego es el principio activo que crea la vida o la destruye, la tierra contiene la semilla de todas las cosas, el aire comienza como el soplo divino, y el agua posee la fuerza de engendrar, de alimentar y de hacer crecer: es fuente de vida, de regeneración y de purificación (De occulta philosophia). 43. Ver Fuego, agua, tierra, aire: una historia cultural de los cuatro elementos (Barcelona, Herder, 1998). 44. Ver Walter Burkert: Greek Religion (Boston, Harvard University Press, 1985). MAGISTERIO 121

al sendero. En “Canción de la verdad sencilla” nuestra poeta declarará su esencia de manantial. Más adelante explicitará su dimensión de deidad acuática cuando afirma provenir de una ninfa del agua dulce en el poema “Ven” de El mar y tú: soy sueño de náyade ilusoria. Otros poemas del citado libro nos hablan de su nacimiento mítico como nereida o diosa del mar. En “Ronda sobremarina por la montaña”, el viento - alusión oblicua al soplo creador en el Génesis bíblico - susurra y reitera su nombre, que acaba de pintar de azul: Almamarina. Y la convierte en agua, al tomarla en los brazos anegando de océanos mi nombre. En “Naufragio”, el mar mismo es la sede de su bautizo: el sol está nadando con mi nombre en el mar. No cabe duda: se trata de una diosa del agua, tanto del río y de las fuentes, como del mar. Deidad mítica cual la Chalchiuhtlique de la falda de jade de los mexicanos y la Mama Qocha del mar y las lagunas andinas.

De la misma materia líquida y omnipresente, Julia creará en su universo poético al hombre y a la mujer, como el Dios bíblico creara de barro a la humanidad. Universo que se reduce a la pareja primordial, Ella y el Amado: un yo y un tú, criaturas míticas hechas de agua en continua metamorfosis. Pero el tú se desdobla: es el verdadero amor de Julia, su río (mi novio de agua), y el amante que no dio la talla, al que nombra rival de mi río. Con esta frase la poeta subraya el carácter subalterno de su amor humano, reflejo y sombra de un río mítico.

La diosa del agua se va construyendo, poemario a poemario, con declaraciones contundentes, como: quiero asirme a la ruta del agua (“Retorno”, El mar y tú). En Poema en veinte surcos afirma estar hecha de la misma materia del Río Grande de Loíza, en tanto éste es el más grande de nuestros llantos isleños,/ si no fuera más grande el que de mí se sale/por los ojos del alma para mi esclavo pueblo. El proceso de autocreación de la diosa del agua se explicita en unos versos de “El encuentro del hombre y el río”, del mismo poemario: La novia del Río Grande dibujaba a lo lejos/su rostro hecho de plumas y caricias de agua. En otros poemarios su identidad acuática se va consolidando:

Canción de la verdad sencilla

¡Cómo injerté mi alma en lo azul para hallarte! (“Poema detenido en un amanecer”)

Hubo de ver mi rostro en sonrisa de agua (“Coloquio sideral”)

Visión de agua sin olas mi cara exhibe al viento (“Dos mundos sobre el mundo”)

Una afluencia de ríos por nacer, y golondrinas mudas, se estrecha contra mí (“Transmutación”)

Por tu vida yo soy alta mar y gaviota (“Alta mar y gaviota”)

¿Quién soy? Grito de olas lavándose caminos arrastrados e inútiles (“Soy hacia ti”)

Soy una desenfrenada marea de lágrimas (“Voz del alma restaurada”)

Los poemas del río

Yo fui estallido de la selva y el río (“Agua, vida y tierra”)

Mis muñecas se hicieron de tus juncos morados; mis cabellos de viaje, de tus ondas inquietas. (“Mi madre y el río”)

El mar y tú

Soy ola de abandono (“Donde comienzas tú”)

Soy diluvio de duelos (“Entretanto, la ola”)

Pero ya hay fuentes en mi alma, para mi barco hay marineros, vuelan gaviotas sobre mi alma, y hasta en mis ojos hay veleros. (“Poema de la estrella reintegrada”)

- porque si parto quiero unos ojos que miren con el alma del agua -, tengo miedo a la tierra! (“Inclinación al vuelo)

Mar mío, mar profundo que comienzas en mí, (“Letanía del mar”)

Una anécdota sobre la niñez de Julia nos puede iluminar la vocación mítica que la convierte en diosa del agua. Se la debo a su sobrina, María Consuelo Sáez Burgos. Resulta que la madre de la poeta, doña Paula, le contaba a su niña que bajo las aguas del Río Grande de Loíza

había otro mundo, mágico: lleno de sirenas, de príncipes y ángeles. No nos quepa duda: ese otro mundo sería en el futuro su poesía.45

En Poema en veinte surcos Julia crea a su primer hombre de agua, el Río Grande de Loíza. Río-hombre que la hizo suya, despertándole el alma con su beso azul. Pero si al río lo convirtió en varón, al hombre - el Amado - lo convertirá en río: adiviné en tu rostro al rival de mi río (“El rival de mi río”, Poemas del río). Pero la distancia entre la diosa y su criatura es abismal. Recordemos que en “Yo fui la más callada” Julia confesó su equivocación al escogerlo, al decir lacónicamente, refiriéndose a la sequedad de sus sentimientos, te parecías al mar (es decir, que no lo era), y al sugerir con fina ironía que ni a río llegaba, porque en el camino perdió el azul y nunca desembocaría en el mar: tu vida era un profundo batir de inquietas fuentes/en inmenso río blanco corriendo hacia el desierto. Mientras ella se describe como desparramada y tierna, a él lo confronta con su talón de Aquiles: por las playas amarillas de histeria/muchas caras ocultas de ambición te siguieron. Ya en El mar y tú lo nombrará como un río perdido (“Constelación de alas”), y aun cuando lo recuerda en los albores de su amor, siempre sentirá la añoranza íntima de mi novio de agua (“Cuando me enamorabas”). Pero no nos asombre el desencuentro entre los amantes de la poesía de Julia. Lo mismo pasó hace siglos en La Celestina de Fernando de Rojas entre Melibea, el primer personaje femenino pleno de la literatura hispánica, y su amado Calisto, que no supo amarla.

La omnipresencia del agua en la poesía de Julia contribuye a consolidar el carácter mítico de este elemento. Porque no se trata tan sólo de un símbolo dominante incuestionable. Es eso y mucho más. Configura un mundo. Un universo líquido en el que los poemas son de agua: Y me senté a llorar/mi poema de agua,/a la orilla dl río (“Mi poema de agua”, Los poemas del río), el amor es de agua: Si mi amor es así, como un torrente, [...] Si mi amor es de agua (“Ya no es mío mi amor”, El mar y tú) y los corazones de los amantes también lo son: Te he recogido en huellas de canciones marinas/donde una vez dejaste corazones de agua enamorados (“Azul a tierra en ti”, El mar y tú). Más aún: el agua misma une a los amantes:

Canción de la verdad sencilla

¿Por qué corren mis brazos solos de ti, tu rastro de recuerdos,

45. Con la elocuencia y la pasión que la caracterizan, María Consuelo Sáez Burgos ofreció un hermoso testimonio sobre Julia de Burgos en el homenaje que el gobernador de Puerto Rico (Alejandro García Padilla) y la Primera Dama (Wilma Pastrana) le ofrecieron en Fortaleza a ocho trabajadoras de la cultura en vísperas del Día Internacional de la Mujer, el 7 de marzo del 2014.

si tu vida ya flota por la mía como alba atajada en un mar sin puertos? (“Canción sublevada”)

El y yo somos uno. Uno mismo y por siempre entre las cimas; manantial abrazando lluvia y tierra; fundidos en un soplo de ola y brisa. (“Canción de la verdad sencilla”)

El mar y tú

Todo el color de aurora despertada el mar y tú lo nadan a mi encuentro, y en locura de amarme hasta el naufragio van rompiendo los puertos y los remos. (“El mar y tú)

Tú danzas por el agua redonda de mis ojos (“Donde comienzas tú”)

“¡Qué azul nuestro secreto! (“Poema con destino”)

Las olas más infantes te pronuncian, al girar por mis párpados mojados. (“Velas sobre un recuerdo”)

Es un doble infinito la pupila del día: tú quemando mis olas; yo tu luz navegando. (“¡Amor!”)

De todos estos ejemplos, el más hermoso pertenece a la “Canción hacia adentro”, de El mar y tú, en la que Julia, enamorada, confiesa: Mis dos ojos navegan/el mismo azul sin fin donde tú danzas. En esta imagen surrealista Julia se metonimiza en sus ojos, a su vez convertidos en nave (posible huella del arquetipo palesiano de la mulata velero), y su amante se torna en una suerte de Poseidón o Neptuno - dios del mar - danzante.

En su estremecedor “Poema para mi muerte” (El mar y tú), en el que visualiza su final (Morir conmigo misma, abandonada y sola), y dice sentir cada vez más pequeña mi pequeñez rendida, Julia de Burgos se preguntaba: ¿Cómo habré de llamarme cuando solo me quede/recordarme, en la roca de una isla desierta?. Ella misma se contestó, rotunda: me llamarán poeta. Hoy he querido

añadirle otro nombre. Porque al dibujar un universo líquido en sus inolvidables versos, en el que su persona poética alcanza una incuestionable estatura mítica, Julia ha quedado grabada para siempre en nuestra memoria colectiva. Pero ya no se trata del mito del abandono, sino del mito de la creación. Por eso la nombro como nuestra Diosa del agua.

Julia, la nuestra: ciudadana caribeña

Julia en Cuba. 1941.

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