Cuarta Edición - Revista Noche Laberinto

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Revista

Noche Laberinto 4ta Edición (2017)

ISSN: 2463—0020

“No hay cosa más amarga que la aurora de un día en el que nada ocurrirá”. Cesare Pavese

Homenaje a

Entrevista a:

Cesare Pavese

Enrique Lynch & The White Buffalo

Lo mejor de la literatura internacional en nuestro idioma.


REVISTA INTERNACIONAL NOCHE LABERINTO

COLECTIVO LATINOAMERICANO DE CULTURA Y ARTES NOCHE LABERINTO DIRECTOR: ARTURO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ EDITOR EN JEFE: VANESSA MANCILLA EDITOR DE EDICIÓN: ALEJANDRA PICHIMATA COMITÉ EDITORIAL: COLECTIVO LATINOAMERICANO DE CULTURA Y ARTES NOCHE LABERINTO (MÉXICO, ARGENTINA, PERÚ, CHILE, BOLIVIA). HUGO CHAPARRO SALAZAR COLOMBIA LAYLA CHERNOSKY VENEZUELA

BOGOTÁ D.C, COLOMBIA COLECTIVO LATINOAMERICANO DE CULTURA Y ARTES NOCHE LABERINTO

@RevistaNocheLaberinto Edición Bogotá D.C, Colombia.


ISSN: 2463—0020

Periodicidad Anual Los textos publicados por la Revista Noche Laberinto pertenecen a sus autores y a la revista. Pueden utilizarse libremente con fines educativos, académicos o artísticos, siempre y cuando se cite al autor y la publicación. Para la reproducción textual o parcial de textos o fotografías, debe solicitarse una autorización escrita y/ o virtual del Director de la Revista. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad de los autores y no comprometen o reflejan los pensamientos de la Revista.


Índice “No es posible llegar al amanecer sino por el camino de la noche”. Gibran Kalil Gibran Homenaje Cesare Pavese

6

Luis Esteban Torres

9

Alexander Restrepo

10

Ruth Barco

11

Hedda Lisbeth Ibarra

12

Antonio Agudelo

13

Darío Portillo

14

Cristina Castro

15

Mónica Patricia Ossa

16

Leandro Murciego

17

Mónica Inés Flores

18

J. Mauricio Chaves-Bustos

19

Marcos Lejía

21

Diego Valbuena

22

Raúl Dalessandro

25

Federico L. Baggini

27

Guillermo Pegoraro

29

Alberto Becerril Iturriaga

32

Pablo Di Marco

35

David Rubio Córdoba

38

Antonio González Martin

39

Entrevista: Enrique Lynch

42

Entrevista: The White Buffalo

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Carta Primera La Revista Internacional de Cultura y Artes, ha crecido lejos de toda ideología política –acaso debido al desencanto de sus miembros fundadores-, y de toda discursividad inútil que pudiera coartar la libertad estética y de expresión de quienes confían en nuestro trabajo para dar a conocer su trabajo. Este es pues, el cuarto año consecutivo en el que se tiene el inmenso honor de presentar al público –a todos nuestros improbables lectores-, una colección cuidada de poesía, cuento, reseña y entrevista que representa no sólo un esfuerzo inacabado por alcanzar la exactitud y la más valerosa de las defensas del quehacer por amor al arte, sino también una contundente consigna de esperanza en nuestro tiempo de tenue incertidumbre. Se publica –es cierto-, con un retraso de días este número. Debe aquí hacerse manifiesto –y no como una excusa-, que los traumas en la vida política de uno de nuestros países hermanos, nos ha deparado secretas y tristes desgracias que no obstante sólo nos pertenecen a nosotros. Contra el reloj -¿no es así como se hace todo?-, hemos logrado movilizar nuestros esfuerzos en pos de un horizonte que parecía móvil más allá de todo lo esperado y sin embargo, damos por terminada –felizmente acaso-, ésta nueva edición. No puedo hacer otra cosa –con mayor honestidad-, que agradecer la gratuidad del respeto con el que se me ha visto revestido en el universo de nuestros lectores al cabo de unos cuantos años de difusión de las artes. El equipo de la Revista Noche Laberinto, se presta para la constatación de un triunfo que sólo pertenece a quienes encuentran en los textos aquí plasmados un poco de su propia y más necesaria naturaleza. Cordialmente, Arturo Hernández. Director Revista Noche Laberinto.


Cesare Pavese

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Vendrá la muerte y tendrá tus ojos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo. Tus ojos serán una palabra vana, un grito acallado, un silencio. Así los ves cada mañana cuando te inclinas sola ante el espejo. Oh querida esperanza también nosotros aquel día sabremos que eres la vida y eres la nada! La muerte tiene una mirada para todos. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. será como abandonar un vicio, como ver que emerge de nuevo un rostro muerto en el espejo, como escuchar un labio cerrado. Descenderemos, mudos, al abismo.

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Poesía

“Pero las palabras arden: como un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo”.

Gonzalo Rojas -8-


Luis Esteban Torres Noctívago Me adentre en los guaduales a buscar la rutilante otredad y en el raciocinio hirsuto, se me desplumó el cuervo hondo de la Noche. Tuve más miedo que hoy… Tuve más miedo que hoy… Disminuidamente arrojado bajo nubes oscuras Que hacían y deshacían toda la tragedia humana Desde el fondo espeso de los gallineros. Y a pesar del Fuego del Delirio; a pesar del metal tembloroso y distante; a pesar del Amigo junto a mí que reía y con los ojos decía “fugitivos”, En mi fosa adyacente sólo cabía El feto que mi angustia inhabitadamente parió… ¡Tanta crepitación de sorbo frívolo Y tanta soledad de arena en los cristales! Ante la inmortalidad de las estrellas -ante su sudor de sangre en Getsemaní-, Nos proclamamos inocentes al expiar la inclinación doliente de los árboles y los muros de la casa y los muros de la niebla; Al expiar la tenebrura de las madres que dormían y soñaban dobleces y nuevos hijos enteros y sin sombra; Al expiar la putrefacción del deseo, la putrefacción del deseo de alguien más que bellamente se acomodaba en nosotros A cada instante…

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Alexander Restrepo Apocalipse Habías escrito aquí este poema como una suerte de sangre disecada para reemplazar el pan de cada día. “Nada pasará hasta que las flores trepen los suburbios”, repetías en el ángelus a una formación azul de rayos extendidos sobre techos y miel empozada en las heridas. Una arquitectura final espera en los ojos de los niños hasta que la noche de tus noches abra el asfalto y se trague los soles acabados, la carne y las puntillas acumuladas en la tentación de ser hombre, pájaro o cometa. Seguimos entonces resistiendo los bruces de tu mar que cae interminable sobre las calles y deja la sal como espejismo del fuego. ¿Qué más podemos esperar? —Preguntas. En una sola gota de simetría se reúne la primera y última de todas las muertes.

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Ruth Barco La última carta Hoy se escribirá la última carta con palabras que quiebran el alma. Por todo y por nada por las mejillas empapadas con lágrimas transparentes pero amargas, por todo lo que alguna vez se esperaba. Se escribirá mientras se traducen unos cuantos pensamientos llenos de las palabras que nunca se dijeron, Llenos de aquella nostalgia que se mete en los huesos y que recorre pulmones, cual torrente mar adentro. Se escribirá en la garganta hecha nudo y polvo viejo, recuerdos que por siempre en las nubes permanecieron. Se escribirán esos besos que por siempre existieron y que de la nada vinieron a surcar el cielo eterno. Se escribirá con preguntas, como montones de azulejos que ya no dejan de trinar en el oído del firmamento. Se escribirá sin palabras... Sólo con puro sentimiento. De ese que se apoderó del alma cuando por primera vez, se dio el sutil encuentro. Hoy se escribirá la última carta… pero mis manos seguirán cargadas de poesía.

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Hedda Lisbeth Ibarra Mutilación Venias de tu patria aherrojada, buscando el plumaje de tus alas, aquel que contemplabas, en el horizonte idóneo de tus sueños. Pero se ha roto la ilusión en el camino, y los nidos nunca florecieron… los azulejos no nacieron, y lloran su muerte prematura los cantores. Ahora… muda y parca la querella te doblega al fracaso y a la pena, han deportado tu corazón… le han mutilado sin premura y compasión su sueño migrante.

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Antonio Agudelo El Cielo Ajedrez

El Silencio se extiende sobre la mesa del mar y apenas nada se mueve ni busca la salida. El arlequín no entra en su misterio donde el mal apaga sus países ni desaparece en batallas de la noche funeral y vacía. La luna es limpia en el cielo ajedrez, para que nada pueda caer en el cero de Dios. Sobre la mesa el pan y los colores de las frutas en platos limpios. Eso no es la dictadura militar, no todas las palabras condenan a muerte. Aquí no hay ruinas ni se deja paso a la cruda verdad del rio del silencio, su próximo ataúd. El arlequín respira su humano aliento, esa sabiduría para ser feliz el día de Pentecostés . Hay café y pasteles tricolores sobre la mesa del mar, paz en los manteles. En la oscuridad del comedor, todo volvía. Es la igualdad con el otro, la dignidad de las palabras. No hay luz más allá de la revelación de la muerte: Lu z insumisa, luz. Apollinaire recomienda la Revolución Industrial, ser un desobediente activo como Max Ernst que dibuja el Nuevo Mundo, no un físico cuántico de la brevedad suicida en la Casa del Sueño. Es el sufrimiento inútil , la enfermedad venérea, la tortura medieval, la guerra, la infamia y hasta la misma muerte. Luz tenaz, luz. La luna es limpia en el cielo ajedrez, no enciende los huesos en el cero de Dios.

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Darío Portillo Apatía

Las calles cobijan luces fantasmales, razones coloniales estampadas con delirio, coronando de apatía los sepulcros senténciales de un agónico gobierno que propone obediencia a los cielos. Guerra sin armas y sin batallas donde la cura no es formal remedio sino culparse ensimismado en la comodidad. Ideales que subyugan a plebeyos, tumbas que huyen secretamente porque las calles tomaron sus dominios. Vencer la escasez con lágrimas de la frente ignorando la externa voluntad que somete por brillo pagano y a la luz del oro que perece. Gobernar no es seguir el camino de otros ni arrastrar los pies sobre blanqueados sepulcros. El coraje presuntuoso de unos pocos sacrifica el anhelado sueño de los iguales. La mente sufre la mendicidad de los brillantes, la mediocridad gobierna en tronos preparados por la ignorancia y el poder se otorga entre paredes para surcar los horizontes con omnipotentes creados por la misma miseria de sus despertares. Y si el color y el fanatismo crea al respeto, -me abstengo y que la tumba me guarde a vivir otras dictaduras-

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Cristina Castro Hábitat

Me he ido He dejado de habitarme. Ir de aquí para allá me ha tornado en nosotros. Entonces La alfombra camina sobre las plantas de los pies de esta jaula abierta. Las paredes se diluyen despuntando en solo humores sin pupilas o cristales. El mundo parpadea en la pequeña ventana por la que una luz tenue se asoma. En mañanas y tardes cuando vuelvo a mí, A ver cerrarse otra vez aquel ojo: Espejo del mundo. Allí, a donde no pueden pasar ni nuestras manos, Poso mis yemas sobre once mil huellas Y salto sobre once mil ventanas, Creo. Y detrás del vítreo, con los ojos cerrados Vuelvo a cubrirme siempre con el mismo cuerpo A sentir el mismo frío o el mismo calor Sin importarnos si todos nos hemos ido Y nuestro cuerpo es palabra que huye y se cierra y se duerme.

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Mónica Patricia Ossa

Estadísticas III Las toman del brazo ganan en número fuerza y habilidad Les escupen el rostro mientras perforan sus cofres Ya marcadas están las aldabas con sangre Terminada la ignominia sacuden su ropa y entre los filos de la doble moral las dejan expuestas ante los ojos del que juzga sin palpar la piel Ellas caminan con esa sensación que eclosiona en la sombra de una nueva caricia A otras… se les aja el cuerpo y con pasos marchitos en el resabio del no olvido se taladran día a día con sus gritos en silencio.

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Leandro Murciego

El vacío ocupa todo el lugar en mi cabeza, el presente se niega a ser recuerdo y muere sin dejar ni huellas ni señales. Las horas se golpean unas con otras hasta confundirse entre sí… Y el ahora es un tubo oscuro, sin ventanas ni fisuras por el que todo se me escapa. El tiempo es de los demás, de todos los demás. A un día le sigue otro, y otro, y otro hasta convertirse todos en el mismo y en el medio yo, o este yo, en el que me he sumergido y que hoy no me deja de ahogar.

(Coma farmacológico*)

*Fragmento de Crónica poética de un tiempo violento o del proceso del nacimiento y control de la epilepsia.

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Mónica Inés Flores Leiza

(The Angel of Waters, escultura de Emma Stebbins, Central Park)

Por la 72 entro al Central Park los zapatos sostienen apenas mi esqueleto oscilante por un sendero de olmos todavía sombríos.

La miro desplazarse como felino en zozobra amo ese cuerpo cobrizo de candelabro sinuoso.

Tumbado hacia el cielo me digo aquí hubieron hombres que desde las colinas veían la mansedumbre del río caer al mar.

Cualquier nostalgia la vuelve un tembladeral su mirada se tizna cuando la furia la asalta.

Hombres arrancados de su aire y de su música y yo por una hendidura de moras me desbarato al abandono me emborracho en las cenizas.

Invoca lo que sus abuelas callaron y cada palabra acierta contra mi pecho como en un blanco demasiado joven y repentinamente viejo.

Para deshacerme de este embrujo dormiré bajo el ángel de las aguas donde por primera vez la vi. Allí Leiza cantaba su herida invisible su lejanísimo infortunio empecinada con la cicatriz de la que no quiere desprenderse porque como estandarte lleva las injurias a sus ancestros negros.

Blanco inmerecido de las pasadas desdichas de Leiza. Sólo a causa de mi piel pálida y de mis ojos azules. Un blanco. Entonces la noche empieza a diluirme e imagino la confusa bruma del barco en que mis padres vinieron de Irlanda.

Yo la seguía a esos rincones tremolantes del subterráneo donde con su abuelo de cabeza erizada y collares al cuello tocaban los bougarabou, hechizando a los transeúntes entre un tren y otro.

Un saxo fantasma va aletargándome no escucho ya sino un blue un blue un blue un blue hasta quedarme dormido en la silla. Sueño con el lago en invierno donde con una gran cuchara alguien deshace sin piedad el hielo.

Leiza golpeaba los tambores cónicos con sus dedos largos exhibiendo aquella marca a veces en su corazón otras veces en su meñique.

Un haz de luz me devuelve a la penuria del cuarto puedo vislumbrar el seno pardo de Leiza su contorno sedoso el labio inferior más claro entre la almohada y el alba.

Miro el cielo ahora de un celeste intenso y me olvido de su rabia filosa ya solo veo su sonrisa de uva.

Por última vez bajo los cinco pisos los huesos húmedos tiritando el amor sabe ácido hiere como una celosía astillada.

Ha quedado Leiza un tambor de agua repicando en mi cabeza.

La calle huele fragante a lo lejos indiferentes los rascacielos espejados.

Sueño esta vez con una pantera que apoya su cuello en mi cintura.

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J. Mauricio Chaves– Bustos EL SUEÑO A Julio Cesar Goyes, siempre voz, susurro, canto de kinde.

Me vi perdido del país no imaginado de Tlön aparecí en el mundo de las contemplaciones y las mascaradas en genuflexión donde todos los dioses han sido asesinados por una sola y única deidad el dios aterrador que detesta la piel y la carne el que interpone por sobre todas las cosas la irrealidad de lo no visible el que exige perder el tiempo en sus exaltaciones y contemplaciones... En la carrera de los temores he emprendido el salto inmortal, he llegado al mundo de las concreciones de la imaginación es el lugar del Aleph, esfera minúscula esfera desesperante esfera total donde convergen todas las lenguas y la palabra se torna una sola Ahí fui imagen, símil reflejo de Funes el memorioso tratando de descubrir la clave que revela todos los misterios Ahí Cide Hamete Benengeli nos revela su identidad y nos damos cuenta que el Quijote inventó a Cervantes, y otra vez ocultando su verdad se disfraza de Borges en la figura de Pierre Menard para convertirse otra vez en un enigma

Y La Mancha es cualquier lugar del mundo y los monstruosos molinos somos nosotros tratando de despachar sin historia al genio de los ingenios

Y en el nano tiempo llego al lugar donde las Aldonzas se tornan Dulcineas y las porqueras princesas, la piel se eriza en la inconciencia permitiendo a mis manos recorrer muslos firmes y carnes suaves Es el sonido de las perplejidades en donde se abandonan todas las certezas el mundo es un sueño de alguien que nos sueña, los otros son mi sueño, yo soy el sueño de los otros En sus manos, envejecidas de tanto leer y pensar, como un viejo buey detentando el poder del Aleph el que detenta para mirar todo su contorno en una perfección de 360º grados de hilaridad para luego decepcionarse y arrojarlo, como en juego de postas el testigo, para delegar, sin compromiso, la angustiosa labor de conocimiento. Es el sueño, Jorge Luis Borges, en donde me has vuelto, como a ti el vanidoso Carlos Argentino, testigo de un Aleph que no existe.

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Cuento

“Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado, y a la vez triste y contento, como si acabara de hacer el amor…”. Ernest Hemingway


Marcos Lejía Sueño de libertad Volar fue el sueño de Graco, un sordomudo a quien la gente juzgó loco por hacer entender a señas que ese era el único objetivo en su vida. A los 74 años siguió agitando sus brazos flacos a la orilla de un barranco. Acudía por las tardes para admirar las parvadas que emigraban al norte. Un gesto de asombro dejó en quienes lo vieron lanzarse al vacío en el lugar donde escenificaba desde niño aquel ritual. Esa vez no agitó los brazos. Graco aleteó con fuerza aquel profundo deseo. Finalmente, junto a las aves, surcó el firmamento.

Dios Dictador de doctrinas, detentador, Dios dice: —¡Discípulos, dadme dinero, derramad dádivas dignas de Dios! Decepcionado, Don Diablo, decente decano de demonios, decisivo dice: —¡Dios, deja de defraudar discípulos! Disgustado, Dios desafía: —¡Defiéndete Diablo!” Defensivo, Don Diablo dice: —¡Desvergonzada deidad decadente, deja de delinquir! ¡Demuéstranos dignidad! ¡Déjate de discursos disparatados! ¡Danos democracia! —¡Diablo..! ¡Déjate de diatribas! —Dios, desatado, desenfunda... dispara... Don Diablo, desfallece dolorido. Dios, deidad divina disfrazada de diablo, desmoralizado determina desenmascararse.

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Diego Valbuena ABURRIMIENTO -Doctor, ¿usted no se aburre? -Explíquese. -Sí, aburrirse de hacer lo que hace todos los días. Lo que tenemos que hacer de manera repetida, automática. -A mí me gusta limpiar azulejos cada tres días. -Lo sé, pero no hablo de esa repetición. Hablo de su trabajo. ¿No se aburre de las mujeres? -No me gusta hacia dónde va esto. -Relájese. Ayer estaba releyendo Estrella Distante y pensaba que a Bolaño no le gustaban las historias de amor… -Hay una historia de amor, complicada, pero la hay en 2666. ¿A qué viene su sentimentalismo, Maestro? Usted está viejo para eso. -Para todo. -No me diga que se siente vacío, que quiere una familia y mascotas, que necesita de tres créditos para sentirse vivo. Maestro, su corazón no aguanta tanto. -No es sentimentalismo, Doctor. Es solo que… ¿Para qué nos llenamos con tanta literatura si al final nuestras vidas siguen siendo las mismas de siempre? ¿O usted cree que su vida es diferente después de un par de premios y publicaciones y lecturas hechas? -¿Usted no, Maestro? No le voy a decir que mi vida ha cambiado radicalmente, ni que ahora lo veo todo “con otros ojos” ni ninguna de esas frases de cajón de sus amigos los Invertebrados… -No son mis amigos… -…ni mucho menos que ahora soy una mejor persona. Nada de eso. Sus amigos (se sienta en un sillón, acaricia su barbilla, mira hacia otro lado), bueno, sus conocidos creen que serán recordados, porque eso es lo que quieren. A mí no me interesa nada de eso. A mí la literatura me divierte y me da temas para hablar mierda en nuestros talleres y para conquistar una que otra chica que vale la pena…

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-¿Chica? Doctor, ¿qué es esto? ¿Una película de los ochenta? -Una mujer que valga la pena. -¿Qué vale la pena para usted, Doctor? (Se asoma a la ventana. Llueve) -Hace una semana conocí a A. No, Maestro, usted no sabe nada de ella, y vea que es diferente de todas las demás. Primero, no está loca ni tiene problemas con el padre. Tiene un trabajo normal, es economista, gana muy bien, y le gusta salir a bailar los viernes. La conocí en mis clases de natación. Llevaba a Saramago en la mano. Le pregunté si había leído Manual de pintura y caligrafía y me dijo que prefería La balsa de piedra. A la siguiente semana le dije que deberíamos vivir juntos pues ella tampoco tenía relación alguna y estaba aburrida de vivir con su hermano y su madre. Mañana me voy a ver con ella para comprar utensilios de la cocina. Para mí, Maestro, esto vale la pena. -(Se retira de la ventana. Camina hacia la puerta. No abre). No le creo. Su historia es una puta mentira, como esta y todas las historias que nos contamos. Eso no sucede en la realidad. El mundo real es una mierda, es indiferente, es un espacio donde nadie habla con nadie, es la indiferencia, es el vacío. Ahora yo le cuento como terminé charlando con un zombi. Hace tres día tenía que encontrarme con M. Me subí al Trasmi y en la puerta un zombi enorme de ojos verdes. Se me queda mirando fijamente y su sonrisa a medio desdentar me pregunta que cuánto llevo con el cabello largo. Me quedé en silencio unos segundos y traté de imaginar todos los escenarios posibles de la situación. Menos mal en ninguno me vi apuñalado. Le dije que dos años. Me contó a medias que él lo había tenido muy largo pero que se lo habían cortado en la cárcel. Parecía recién trasquilado, de ahí que supuse que esa historia era reciente. Luego hizo una digresión sobre el cuidado del cabello y la dedicación y que uno debería hacer lo que le gusta. Se bajó en San Victorino y me despedí de él diciéndole “juicio”. Doctor, no sé si esto vale la pena pero esto es lo que pasa en mi vida. No como sus historias de películas romanticonas. (Camina hacia el comedor. Se sienta). -Ya entiendo, Maestro. Su problema no es con lo que vale la pena, sino con la verdad. ¿Usted cree que me invento lo que vivo? -No y eso me emputa aún más. -¿Por qué? (Mira atentamente)

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-(Gesticula como si fuera a sufrir un ataque) ¡Porque así no es la vida! La vida es patética, es displicente, es monotemática, monocromática, monofónica. La última persona que conocí que valía la pena apenas me dirige la palabra. No sé nada de su vida, no sé qué le gusta leer, no sé si duerme de lado o boca abajo, no sé si prefiere colador de plástico o de metal, no sé si es creyente o atea, no sé si alguna vez se ha depilado el pubis (Se queda pensando un momento. Continúa gesticulando), no sé si prefiere las verduras a la carne, no sé si prefiere el cine a la música, no sé si prefiere el dulce a lo amargo. ¡Y la conozco hace dos años! Usted en una semana ya sabe qué piensa A. No me venga a mí con esas historias edificantes, Doctor, no a mí, no a alguien que está cansado de existir, no señor. -(Sonríe) Maestro, su problema no es conmigo, como siempre. Es con la literatura. -Explíquese. -Recuerdo sus primeras historias, las escritas, no las contadas. Eran muy aburridoras, de adolescentes lesbianas que tomaban las armas y terminaban en medio de una balacera por el amor de sus vidas. No, Maestro, eran muy malas historias. Cuando le sugerí que fuera sincero, que lo fuéramos con nuestra escritura, usted tuvo un momento de epifanía, donde escribió como poseído y donde tuvo su mejor momento creativo. Pero ahora usted está es angustiado porque no sabe de qué escribir. Me contó que está leyendo a Rubem Fonseca y a Margarita García Robayo. Siga leyendo, Maestro, y siga encontrándose en la literatura, porque usted lo sabe muy bien pero su jodida memoria es molesta: la literatura no sirve para nada. Piénselo un momento detenidamente. Usted y yo en este momento en mi apartamento desordenado por el trasteo reciente. Yo hablando con A por whatsapp y usted mirando los cerros orientales. ¿Cree en verdad que este momento merece ser contado? No me responda. Mejor agarre sus cosas y vaya para su casa y lo medita mientras sigue leyendo, Maestro. No todo tiene que ser una historia.

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Raúl Dalessandro MI PROPIA AUSENCIA Estoy habitando mi propia fantasía. Puedo incorporar nuevos argumentos y todos serán aceptados sin censuras. Una novia con su vestido blanco camina sobre las aguas del lago hacia un altar de flores. Suena un violín en la tarde y el viento trae la rosa de un juramento. Por el camino antiguo regresa un soldado sin fusil, un niño toma su mano y el valle se llena de colores, se hace noche de estrellas blancas y en el brillo de la novena luna se alumbra el llanto de una nueva vida. En brazos abiertos de bienvenida florece la primavera y se mece el trigal. Los silencios buscan su espacio y se mezclan con otros alientos, hay aroma de esperanza, las semillas brotan y los árboles se llenan de frutos rojos. No hay hambre en la tierra. Se desborda la emoción invadiendo mi universo y es imposible no conmoverse con las mágicas sensaciones que se gestan desde el sitio ignorado donde han permanecido. Mis fantasías han sido forjadas en noches silenciosas con mi subconsciente tallando la piedra de la realidad en cada sueño. Soy el legítimo propietario de esta travesía a través de laberintos inexplorados en mi intelecto. Es mi momento, solo yo puedo habitar lo mi mente ha creado y estoy sometido a sus consecuencias. Colapsa mi interior y se conmueven las imágenes. Todo se torna confuso, el aire se desafina en sonidos huracanados y los colores se desvanecen en un tono sepia. Retornan sensaciones frías agrediendo mi mente y son desalojados los buenos momentos. El cuerpo duele. La razón se abre paso entre la fantasía y me resisto a retornar hacia la tiranía de la realidad, suelto mis pájaros ocultos y alzan vuelo todos mis temores, me libero del lastre residual de vida que me atormentaba y regreso a tientas a mi universo ficticio. Retorna el caleidoscopio de imágenes y siento que he recuperado mi autonomía. Todo se abre ante mí, ya no tengo mas preguntas. Mis expectativas se marcharon en ese tren que abandoné a tiempo, en el marcharon mis días intrascendentes hacia un abismo fantasma que los llamó con cantos de sirenas. Siento que puedo revelar los ocultos sentimientos que nunca me atreví a confesar. Había un amor prisionero en el temor a un rechazo, un cariño errante que nunca halló destino. Besos mutilados en muecas de impotencia, caricias maniatadas. Abrazos truncos, perdones obviados. Palabras calladas en silencios culpables.

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Nunca sabré porque hubo de suceder así. Solo ocurrió al vivir, o mientras creía vivir. Si tan solo hubiera imaginado que existía lo que estoy soñando, cambiaría las turbias posturas pasadas por este presente cristalino en el cual me manifiesto. Aceptaría el trueque como una opción vital. Acá puedo gritar que te quiero, que es bueno tenerte cerca. Que puedo pintar de colores mis ojos ciegos y tender mis manos para recibir tu luz, puedo dar lo que no tengo para recibir lo que me falta. Sin palabras, ni planteos. Sentiría el orgullo insensato de obrar sin pensar, solo dejarse llevar por la corriente de la vida como una hoja seca en la marea de Dios. Trasladarse en el tiempo de sensación en sensación hasta formar un calendario propio donde el tiempo se mida en alegrías. *** Todo se resume en unos pocos minutos de este mágico sueño que me dio mas que la vida misma desde mi nacimiento. Creo que desde allí traje visiones que he cargado sin saberlo y hoy han hecho erupción. Ya no indago mas, las preguntas que no hallaron sus respuestas quedaron en el tren que se marchó y se han disuelto como fantasmas en la bruma. Son pasado. He decidido montar este presente irreal y cabalgo en mi caballo blanco con sus crines al viento. Comienza a elevarse sobre la hierba que se aleja, va remontando altura en un galope etéreo y diviso en un plano obsoleto tantos años de vida quedando varados en la tierra en sueños que no pudieron alzar vuelo hasta hoy. Veo la cama donde estoy. Hay un niño a mi lado vestido de ropas blancas, sostiene un pequeño farol con su llama encendida y es imposible describir la ternura que me invade. Es tan grande el sentimiento que se abre paso en el pecho y me provoca un dolor agudo. Por un instante todo se detiene y hay un silencio absoluto. Mi caballo se eleva hacia la luz y comprendo que me estoy ausentando, voy camino a mi propio encuentro. Entrego el último aliento para apagar el farol, la llama se apaga lentamente y el niño se marcha cabizbajo. He dejado de pertenecerme. Un sonido agudo y continuo me da la despedida final desde un monitor mientras una enfermera se apresura a tomar mi pulso y afirma apenada… -El paciente acaba de fallecer-

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Federico L. Baggini Silencio por favor -¿Por qué nos llamas personitas y hombrecitos? -Porque aún no han hecho suficiente daño como para llamarlos personas y hombres

Un hombrecito consiguió empleo como capataz de ferretería en los suburbios del tiempo, donde el agua que se desecha es el agua que se bebe. Cierto día, encontró un frasco de silencio detrás de una caja de remaches. Procurando no ser descubierto, lo ocultó entre sus pertenencias. Ya en su casa, desenroscó la tapa y untó un poco de afonía en las tostadas a medio coser que merendaba cada tarde al volver del trabajo. Durante los días y las noches siguientes, el hombrecito permaneció callado, callado. Al cabo de una semana fue despedido de la ferretería y, poco después, su familia lo abandonó como si nada. Acudió, entonces, a los mejores especialistas de las diferentes medicinas y acogió con esmero los consejos del antiguo chaman. Pero a fin de cuentas, todo lo que intentaba resultaba inútil. El asunto parecía no tener solución. Torcido sobre su infortunio, el hombrecito se reprochó generosamente haber desperdiciado los verbos, los sujetos y predicados del pasado. Comprobó, también, y de mala gana, la importancia de los buenos modales: gracias, por favor, disculpe, lo siento. Y en menos de lo que canta un gallito, las personitas y los animalitos ofrendados a su amistad rehusaron la falta de educación. ¿Acaso te ha comido la lengua el ratoncito?, preguntaban preocupados. Fue entonces cuando se le ocurrió que el frasco de silencio podía contener en sus paredes las referencias del fabricante o tan siquiera la fecha de vencimiento (encontraba en esta posibilidad el consuelo de los efectos pasajeros, del reposo). Sin embargo, la única advertencia rezaba: “Consumir moderadamente. Se desconocen los efectos secundarios o las consecuencias de la ingesta excesiva”. Leyó y releyó una y otra vez tales palabras buscando en ellas un enigma a descifrar. Tras agotar las probabilidades, reparó en cuestiones antes impensadas: ¿Cual era la finalidad del silencio? ¿Quienes fabricaban y mezclaban los ingredientes en su justa medida? ¿Cuántos determinaban el punto exacto de cocción? o ¿desde donde se distribuían los frascos? ¿Desde cuando el silencio formaba parte de los víveres en demanda? Y la más importante de todas: Si la industria del silencio quebrará, los responsables, ¿hablarían al respecto? “A esto se empeñan los funcionarios y las empresas…”, pensó y pensó el hombrecito antes de fraguar las vísceras de un plan ambicioso mediante el cual intentaría derribar las transparencias del imperio oculto detrás de aquel frasco que tanto daño le había causado. Comprendió, pocos pensamientos después, los impedimentos del caso. Tamaña empresa requería una cantidad abundante de esfuerzos y recursos que él no disponía. En primer lugar, la voz. En segundo, el temperamento revoltoso que caracteriza a los hombrecitos más distinguidos y resistidos. Finalmente, las circunstancias adversas ahogaron el fuego de sus pretensiones en el caudaloso torrente de la resignación, tan cercana al silencio. ¿Tan cercana al silencio? Efectivamente. Pues bien, si un puñado de lógicas fue capaz de pergeñar frascos y frascos de silencio envasado, ¿por qué no aspirar a una industria abocada a la elaboración sistemática de la resignación? Claro, ¿por qué no? Sonrió y contuvo las lagrimas, ojala estuviera su familia allí, para verlo resurgir de su propia serenidad. la embestida a pocos pasos de la muerte sin comprender lo que sucedía. Soltaron las herramientas, y hundiendo la cabeza entre los hombros, se miraron resignadas. ¡Había funcionado, la invención del hombrecito había funcionado! Lastima que no estuviera su familia allí, para verlo triunfar, para ver como a la larga los suburbios del tiempo se resignan al silencio.

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Unas pocas horas le bastaron para diagramar y corregir cada mínimo detalle. Los paquetes y botellas de resignación se venderían aquí y allá; los interesados accederían al producto por una módica suma, aunque en principio -y sólo en principio- habría muestras gratis al alcance de la mano (esto, suponía, captaría la atención de los escépticos). Los jefes de las empresas incorporarían a la dieta de sus empleados una dosis semanal de resignación, pues de esta forma ninguno se quejaría por aquello que le pareciera injusto y mucho menos exigiría mayores beneficios de los que se le ofrecían. Ideas como estas atravesaban su ilusión de lado a lado, y la alegría embargaba al hombrecito de tan siquiera sospechar la buena vida que se daría a cuestas del conformismo ajeno; al fin y al cabo, se decía, él había sido victima de un emprendimiento similar. Poco antes de que sus recuerdos se averiaran, una suerte de impulso febril lo indujo a elaborar las “Memorias para la muerte”, posteriormente llamadas “Memorias para la suerte”. En ellas abundaban las reflexiones que el hombrecito había acumulado durante meses y meses, todas y cada una confeccionadas en la mayor y más estricta soledad. El último bosquejo, hallado entre las ruinas de lo que otrora fuera su hogar, formulaba los siguientes testimonios:

Esa voz no es ella, ni de ella, sino su voz. El silencio es el ruido de un querer al sufrirse, al pudrirse. Los silencios mas atinados son los que ocultan un beso y un amor impostergable. El silencio es una repetición inconclusa de perfecciones por enunciarse.

Con todo, el hombrecito aún cobijaba en su interior la incertidumbre por el frasco de silencio que tanto nublaba la utopía arrendada momentos antes en los campos de su imaginación, como remedio de pesados pesares. Estaba dispuesto a desgarrar en pedazos su pasado para empeñar la veracidad de su renacimiento al sueño de la resignación. Fue en un instante de lucidez, cuando vertió el contenido del frasco en una alcantarilla incrustada a mitad de la avenida principal. Las tuberías de los suburbios del tiempo, conectadas bajo tierra por una inextricable red de cañerías oxidadas -ingeniosamente dispuestas-, condujeron al silencio hacia la mesa de cada hogar, y de allí hacia el bebedero de cada personita, ingenuas personitas que olvidan a cada sorbo que el agua que se desecha es el agua que se bebe. El hombrecito supuso que aquello del silencio colectivo era una broma de mal gusto y se recluyó en las profundidades de su habitación, situada en los confines del destiempo. El pasar de los días, incluidos el trajín y la perfidia, le demostró lo contrario. A tal punto, que la noche menos pensada, una horda de personitas indignadas rodeó y sacudió los cimientos de su casa, haciendo temblar el esqueleto de argamasa. Unas y otras gritaban, gritaban en voz alta, muy alta, pero de sus bocas no salía más que aire, aire impuro, aire duro. El silencio se concentraba en las gargantas y acentuaba las estructuras de la censura, encogía la carne de las cuerdas vocales. Al verlas aparecer a través de puertas y ventanas, el hombrecito tomó entre sus manos un recipiente colmado de resignación y las roció durante una insignificante cantidad de segundos. Las personitas salpicadas detuvieron

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Guillermo Pegoraro Multitud interior Observa al detalle a los forenses hacer su trabajo. Toma precisas notas mentales del cuadro fatídico. Una muchacha callejera yace en el mismo escenario en donde ejercía su oficio. Luna llena, blanca y esférica. Otro crimen del asesino de la luna plena. La prensa brindará macabros detalles, e introducirá otros falsos, salidos de la mente afiebrada del cronista. Mañana será día de investigación y análisis de informes forenses. Ahora, solo desea regresar a su hogar y con su pareja. Todos duermen, trata de no hacer ruido. En la mesa de la cocina deja arma y placa. Bebe algo de agua, intentando erradicar de su garganta el sabor amargo, que le ha dejado otra vez la muerte vana. Sigilosamente busca la habitación, y en la oscuridad se desprende la camisa y se libera del corpiño. El difícil arte de ser mujer policía en el Departamento de Homicidios, la ha dejado exhausta. Los crímenes del serial nocturno han tapizado con fotografías la pared de su oficina, de rostros vivos, ahora muertos. Treinta y tres almas distintas, salvo por el inconfundible corte horizontal en la garganta, es el saldo del homicida. No existe conexión entre víctimas, ni patrón que las una. Pareciera una cacería humana sujeta al antojo del asesino. Los análisis poco brindan. Una borrosa cámara de seguridad insinúa que el autor sería un hombre delgado, cubierto con ropas negras y un maletín en la mano derecha. Sus colegas especulan con un ex presidiario, los psiquiatras con un maniático, los homofóbicos con un transexual y los xenófobos con la mafia extranjera. La ciudad se encapsula en las noches de luna llena. Informes del día. Nada relevante. Testigos falsos, buscando sus cinco minutos de fama, sacarse de encima a un prestamista o al marido de su amante. Un recado llama su atención, es la invitación del sacerdote de la iglesia local que asegura tener información. Llega al templo al caer la tarde, pero debe aguardar un poco más, hasta que el presbítero culmine el servicio. El último feligrés se retira, quedando ellos dos. La invita a seguirlo. Llegan a una habitación repleta de libros y crucifijos. Ella expectante le pregunta sobre el aporte prometido. El hombre prende dos velas, dice una breve oración ante una cuenca con agua, toma una cruz de mano y mirando temerariamente a la Oficial a sus ojos, le exige su nombre. La mujer se sorprende, pero aun así responde:- Capitán Rachel Fischer, Departamento de Homicidios de…- No, no… tu verdadero nombre. ¡Te lo exijo!- y le arroja en su rostro el agua bendecida. La mujer no sabe que pensar. ¿Ante quién está presente? ¿Estará el cura en su sano juicio? Extrae un pañuelo y seca su cara. Se le acerca y trata de calmarlo. Le afirma ser quien dice que es, y que a su lado está seguro. El padre duda… la observa detenidamente. Cansado de luchas perdidas, y de soportar el peso de la mirada de su dios, se sienta y deja que su cuerpo respire. Pide disculpas, admite que se dejó llevar por el miedo. Relata el párroco, que hace dos semanas, en pleno sacramento de confesión, atendió a una joven de nombre María. Tímida, solitaria, introvertida, de pocas palabras. No tenía pecado por ofrecer a cambio de perdón alguno; solo deseaba misericordia para su hermano mayor, que según ella, estaba condenado al calcinante infierno. Se marchó sin llevarse la fórmula de la salvación. Días más tarde se presentó otra persona que dijo llamarse Jack. Presencia oscura, siniestra, maquiavélica. Sus palabras eran vocablos del demonio, causando temor al solo oírlos. Advirtió que no recibiera más a su hermana, porque el destino de ella y de quien la escuchara, sería el mismo que el de los desgraciados que había degollado.

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Rachel Fischer cree que por fin tiene una pista válida. Toma su libreta y le solicita mayores datos fisonómicos, detalles que pudieran creerse intrascendentes; cualquier cosa que pueda llevarla a los nombrados. El clérigo sujeta nuevamente el crucifico en su mano derecha, y se dispone a decir el motivo por el cual solicitó la presencia de la mujer policía. - Tienes que ser valiente y brindar ayuda. - ¿A quién? ¿A la hermana o al homicida? - A las dos… porque ambas son la misma persona… pero poseída por la misma serpiente. Trata de asimilar la respuesta. La sorprende, pero no tanto. Conoce de personalidades múltiples; y en cierto modo, si la pista es cierta echaría luz a varios interrogantes. Vuelve al ruedo con más preguntas: - ¿La misma mujer con dos personalidades? ¿Usted sabe quién es ella? El padre ejercita la misma postura y el singular rostro de bonachón cuando ofrece consuelo. - Esa pobre mujer… eres tú, hija mía. Rachel no llega a contestar. Rachel irrumpe en falsos llantos. Rachel deja de lado su habitual personalidad obsesiva, su tendencia a los análisis exhaustivos y su hiperadaptación social. Ahora se comporta de manera dramática y teatral. Realiza comentarios incoherentes sobre sus sentimientos, sin aludir al tema tratado. Le pregunta al párroco cómo la ve con su blusa nueva; y ante la ausencia de comentarios vuelve a llorar. Rachel ya no es Rachel, sino Stefani, la personalidad histérica que su maltrecha mente ha construido. El sacerdote está impresionado, y vuelve a leer la Biblia en el capítulo donde el Mesías arroja los demonios a unos cerdos. Stefani desaparece de escena. La mujer se aleja del cura y lo mira con desconfianza y suspicacia. Su mirada es fría como sus expresiones. Se muestra intolerante por las palabras escuchadas y lo critica abiertamente. El otro vuelve a rezar un salmo y le exige, con vehemencia, que manifieste su nombre real. Ella responde ser Sara, la personalidad paranoide. Mientras uno insiste en encontrar demonios, en donde no existen; la otra en un acto totalmente desequilibrado, va presentando a todos los intrusos de su mente. De repente, un cambio brusco. La mujer se retrae. Sonríe, pero al mismo tiempo expresa tristeza, pretende hablar, pero cambia de parecer, quiere abrir la única puerta para fugarse, pero la vuelve a cerrar y le arroja llave. Tímidamente dice llamarse Martha, la esquiva personalidad ciclotímica. El clérigo habla en latín, conjura a santos, dioses y vírgenes por igual. Lo único que logra, es jugar a la ruleta rusa con el inconsciente de la mujer, verdadero maestro de ceremonias, que se defiende de la realidad. Martha desaparece. Ahora dice llamarse Eloisa. Se comporta de manera inmadura e hipocondríaca. Primero no quiere tocar nada, teme contagiarse; pero luego juega irresponsablemente con un afilado abrecartas que encuentra sobre la mesa. Dice temerle al encierro, se pone impaciente. El cura le hace la señal de la cruz en la frente, logrando que Eloisa se duerma, para dar paso a María, una vieja conocida. El párroco se tranquiliza. Está al frente de una personalidad dependiente, con su imagen totalmente devaluada, incapaz de asumir responsabilidades, y sumida en la indecisión resignada.

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Aprovecha la oportunidad e intenta una vez más parlamentar con el demonio que ocupa el cuerpo; o bien, expulsar a todos los engendros que se disputan la infortunada alma. Lo que no ha hecho, es ser racional, y entender que el único infierno, es el que vivió la mujer en su infancia, con una familia destrozada por la violencia, que le ha dejado un severo trauma como herencia. La noche se apodera de la iglesia. El cura observa por la ventana y contempla con tristeza a la luna plena. Insiste en hablar con María, pero ahora es voz de hombre el que surge de la mujer. Habla de sí mismo, de su misión terrenal degollando bastardos. No muestra afectos ni le interesa lo que el párroco pueda opinar. Es básicamente, un narcisista puro. Camina por la habitación relatando sus crímenes, sin culpa ni remordimientos, haciendo alarde de su personalidad antisocial. Cuando llega a la única ventana, observa esa plateada perla blanca colgada en el firmamento; se descontrola, explota sin motivos, y tomando el afilado abrecartas se dirige al cura manifestando: - ¿Me recuerda? Soy Jack. Le advertí que no hablara con mi hermana.

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Alberto Becerril Iturriaga Sentencia

Mi papá me despertó muy temprano, aún Pepito, nuestro gallo no cantaba. Me hizo ponerme la ropa muy rápido. Mamá y Lulita seguían acostadas. Le quise preguntar a dónde íbamos pero puso su dedo en los labios, quería que no hiciera ruido. Después de ponerme los huaraches salimos de la casa caminando muy aprisa, a veces bajaba la cabeza para mirarme, pero siempre iba viendo hacia enfrente. Volteé varias veces hacia nuestra casa, pero mi papá me jaló del brazo con mucha fuerza, siempre hacía eso cuando llevaba mucha prisa. —¿A dónde vamos, papi?—le pregunté, no me respondió. Salimos del Tejuco y agarramos la vereda que lleva al pueblo, mi papá no decía nada, ni siquiera podía ver bien su cara, ese sombrerote con adornos de flores lo cubría muy bien. Tenía la intención de volverle a preguntar a dónde íbamos pero no me atreví, mi papá cuando se enojaba se ponía peor que un oso. —¿En qué piensas? Me volteó a ver con esa mirada que era capaz de matar a un puma, ya mejor me fui callado todo el camino de la vereda, hasta que llegamos a las afueras del pueblo. No sé por qué pero volví a preguntarle. “Cállate”, fue lo único que me dijo. En el camino hacia el pueblo, habían unas pequeñas zanjitas que se hacían por la lluvia, Lulita y yo jugábamos a brincarlas cuando íbamos con papá al pueblo a comprar comida para Rita, nuestra cerda, al verlas brinqué dos de ellas, pero me regañó, se detuvo por un momento, suspiró. Bajé la cabeza, lo había hecho enojar, pero de pronto sentí un rugido en mi panza, lo jalé de la manga de su camisa y le dije que tenía hambre, no me hizo caso, seguimos caminando. Llegar al pueblo lleva mucho tiempo. Para ese entonces el sol ya había salido y apenas íbamos a mitad de camino, tenía mucha hambre y estaba aburrido, con Lulita siempre íbamos jugando, pero con papá no podía, ni siquiera me hablaba. —¿Estás enojado? Siguió caminando. Ya estaba cansado que me agarrara de la mano, le sudaban y las tenía muy duras, traté de zafarme pero no me dejó, de pronto vi una ardilla y se la enseñé, no me hizo caso. “Quiero regresar con mamá y Lulita”, le dije, “Al rato”, por fin respondió. Gracias a Dios llegamos al pequeño mercado de verduras, ahí antes mi mamá iba a vender granos de elote, yo me juntaba con Carmelita, la hija de doña Carmen, y por suerte estaba allí, pero no tenía su puesto de nopales.

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—Hola, doña Carmen—dije al verla, pero la muy grosera no me respondió. Volteé a ver a mi papá, creí que diría algo, a él le enojaba la gente que no respondía un saludo, pero esa vez no dijo nada, ni la grosería que siempre decía. Empezamos a acercarnos al centro del pueblo, mucha gente estaba amontonada, me dio mucho miedo, me escondí atrás de papá, me sujeté a su pierna lo más fuerte posible. “Estate”, dijo y me quitó. Ese lugar me daba miedo, cerré los ojos, me tropecé, papá se enojó. —Quiero irme con mamá y Lulita. Me quedé parado, traté de jalarlo para regresarnos sin ningún resultado, era muy fuerte. —¿Por qué me trajistes aquí? Mi papá siempre nos decía muchas veces que lo que hacían ahí no tenía perdón de Dios, en ese lugar habían muerto varios, ahí en el centro del pueblo había una plataforma de madera muy grande, en el centro había un palo muy alto con otro más pequeño casi hasta arriba, y de allí una cuerda, Lulita y yo le decíamos la “Sentencia”, en ese lugar habían matado a hombres, niños y viejitos, hasta a un chivo. Del otro lado de la plataforma, estaban sentados cuatro hombres con sotanas negras como padres, ellos eran los que mataban a las personas. Papá sabía que me daba miedo ese lugar y no entendía por qué me llevó ahí. —Regresemos, regresemos. Al acercarnos, todas las personas nos voltearon a ver, más a papá. Se escuchaban risas y muchos hablaban en secreto. Lo volteé a ver pero él no dejaba de caminar, la gente nos iba abriendo camino. Caminamos hasta ponernos frente a la Sentencia, me escondí en la espalda de papá, tuve miedo de voltear a ver a los hombres de negro, sólo miré el piso y me sujeté de su pantalón lo más fuerte posible. —Ha llegado—dijo una voz gruesa. Papá no respondió. —Te dije que lo haría—habló otro hombre. —¿Qué es lo que espera, señor Juez?—dijo otro. —Veo que ha traído a su hijo… —Con eso no te salvarás, ladrón. “Papá no es ningún ladrón.” Dije en mis adentros, no entendía por qué esos hombres le decían así. —Calla, Luciano, aún no se lleva acabo el juicio. Tuve más miedo con lo que estaban diciendo esos hombres, estaban acusando de ladrón a papá, cuando él sólo se dedicaba a hacer canastas y ayudarle a mamá a sembrar elotes. Empecé a temblar, sentí que me haría pipí, tenía mucho miedo, ver esa cosa, la Sentencia me hacía temblar.

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—Tranquilo, hijo—habló. Alcé la cara, me sonrió. Me agarró muy fuerte de la mano y me volvió a poner a un lado de él. —Yo no soy ningún ladrón, señor Juez—dijo papá—. Mi familia tenía hambre… —¿Por eso ha traído a su hijo? —Me vi en la necesidad de agarrar carne para… —Es un maldito ratero. —Le pagaré lo que he agarrado. —No tiene ni para unos zapatos y quiere pagarme, ja. Levanté la cabeza y al ver el palo empecé a temblar y busqué esconderme atrás de papá, pero está vez se agachó y me miró. “No temas”, dijo. Los hombres de negro dijeron muchas cosas pero me concentré en mi papá, escuché cada palabra que me decía. Después se hincó y de su bolsa sacó un papelito doblado. —Dáselo a mamá. Lo mantuve en mi mano. —Por nada del mundo lo vayas a perder. No dije nada. Estaba asustado. —Regresa a casa. Lo miré confundido. Los hombres siguieron hablando hasta que papá se volteó para quedarse frente a ellos. La gente murmuraba y seguían viéndonos. Me estremecí cuando sentí un ligero golpe en el tobillo, al bajar la mirada vi un jitomate partido a la mitad, después otro y otro golpearon a papá. Traté de aferrarme a su pantalón pero me miró, puso su mano en mi espalda para indicarme que volviera con mamá y Lulita. Antes de irme escuché que uno de los hombres seguía diciéndole ladrón. Mantuve el puño cerrado con el papelito todo el camino de regreso a casa hasta dárselo a mamá. Esa noche me quedé esperándolo, pasó una semana y jamás regresó.

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Pablo Di Marco

Los caminos de El gatopardo La historia de la publicación de la novela El gatopardo es uno de las más singulares de la historia de la literatura, y tal vez sea interesante relatársela no solo a los lectores sino también a tantísimos escritores que se desaniman al no encontrar editorial que se interese por sus obras. El gatopardo es la mayor novela italiana del siglo XX. Es un clásico de la literatura occidental que ha enamorado e influenciado a millones desde su publicación en 1959, y que incluso ha sido llevada con éxito al cine por nada menos que Luchino Visconti en 1963. Sin embargo, la novela fue rechazada por todas las editoriales italianas (entre ellas Mondadori y Einaudi) y solo fue publicada en última instancia por un casual giro del destino. Giuseppe Tomasi de Lampedusa (nacido en Palermo en 1896, último descendiente de una familia cuyos títulos de nobleza se remontan al siglo XVI) vivió una vida de palacio y biblioteca solo interrumpida por las guerras de su tiempo. Solitario hasta la exasperación, en sus ratos libres deambulaba por las derruidas calles de Palermo y dejaba escapar las horas en bares (el Charlestón, el Café Caflish, la Pasticceria de Massino) en los que leía y tomaba apuntes para su proyecto literario.

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“… soy una persona muy solitaria. De mis dieciséis horas de vigilia diaria, al menos diez transcurren en soledad. No pretendo, sin embargo, pasarme todo ese tiempo leyendo; a veces elaboro teorías literarias..." Es difícil creer que un desconocido que no había garabateado más que unos pocos cuentos haya sido capaz de escribir, casi que de un día para el otro, una obra maestra, pero es así como ocurrió. Lampedusa no dudó del valor de su obra, y la ofreció a las mayores y mejores editoriales italianas. No obtuvo más que indiferencia y rechazos. En una Italia marcada por el neorrealismo y por editores de cuño marxista, (como Leonardo Sciascia, comisario cultural de la Italia de esos años que llegó a calificar a El gatopardo como “un panfleto de la derecha”), nadie tuvo la sensibilidad suficiente para comprender la melancólica belleza de una historia protagonizada por aristócratas en decadencia. La escritora argentina Vlady Kociancich describe la situación en su magistral ensayo La raza de los nerviosos: “… en el momento de la aparición de El gatopardo se impone febrilmente una religión literaria: la del escritor comprometido con los problemas sociales de su tiempo. La obra de Lampedusa se lee como proclama reaccionaria. Para los escritores de izquierda solo es válida la novela que propone el neorrealismo, y desde sus puestos de poder en las columnas de los diarios, grandes escritores deciden cerrar los ojos ante una indiscutible obra maestra a favor de una ideología literaria….” Lampedusa, ya enfermo de cáncer, escribe en sus “últimas voluntades”: “...deseo que se haga cuanto sea posible para que se publique El Gatopardo (...) Por supuesto, ello no significa que deba publicarse a expensas de mis herederos, lo consideraría como una gran humillación…” Tras la muerte de Lampedusa fue el escritor Giorgio Bassani (autor de El jardín de los Finzi-Contini), quién convencería a los popes de la editorial Feltrinelli rescatar El gatopardo del polvo. Tras leer la novela, Bassani le escribió a la viuda de Lampedusa: “Desde la primera página me di cuenta que me hallaba ante la obra de un verdadero escritor. Al ir avanzando, me he convencido de que el verdadero escritor era un verdadero poeta”. A partir de allí, la historia es conocida: la obtención del premio Strega (el mayor galardón literario que se puede ganar en Italia), la admiración de innumerables lectores, los unánimes elogios de la crítica, la recordada película protagonizada por Burt Lancaster y Claudia Cardinale, y la vergüenza de quienes por años humillaron e ignoraron la novela. A más de medio siglo de su publicación, la lectura de El gatopardo no depara más que el disfrute de una obra a la que el tiempo no hace mella. La historia de una familia de aristócratas sicilianos le sirve a Lampedusa de marco para pintar un fresco que abarca el Risorgimento italiano, la llegada del fascismo, la enfermedad, la muerte, y la ascensión de una vigorosa y burda burguesía en detrimento de una vieja y agotada realeza. En fin, la historia de la Sicilia de aquellos tiempos, del sur de Italia, y tal vez también una metáfora de la actual Europa mediterránea. Todo un mundo que Lampedusa resumió magistralmente con aquella frase: "Si queremos que todo permanezca como está, hace falta que todo cambie", que hoy repiten hasta el hartazgo incluso quienes no conocen la existencia de este clásico del que nadie debería privarse de leer. Y releer.

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Fotografía E Ilustración

“Entre las muchas formas de combatir la nada, una de las mejores es hacer fotografías”. Julio Cortázar


David Rubio Córdoba

Titulo: Ayúdame


Antonio GonzĂĄlez Martin

Es la ingravidez de la belleza; el desenlace final del pensamiento. Donde el centro liberado, continúa la espiral del acceso hacia lo eterno‌

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El AMOR es un espacio que se abre‌ Y tu alma sobre mi cuerpo es un lirio difuminåndose en los besos, como un horizonte dentro del perfume...

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Entrevistas “El silencio es el verdadero lenguaje de las almas�. Maeterlinck


Entrevista

Enrique

Lynch “Estamos en un momento de incertidumbre. No creo que haya nadie en condiciones de dar un balance equilibrado del actual estado de cosas. Es demasiado prematuro…”.


Enrique Lynch, es un reconocido escritor, docente y ensayista. Ha publicado más de una docena de textos clásicos sobre filosofía, literatura, ensayo, política e historia y ha escrito mas de 300 artículos sobre estética, arte, retorica, política y filosofía. Su ensayo, La Lección de Sheherezade: Filosofía y Narración (1988), fue finalista del XV Premio Anagrama de Ensayo. Columnista activo del diario español El País y critico del suplemento cultural Babelia. Revista Noche Laberinto, realizó una breve entrevista a Lynch y éstas son sus ideas...

¿Qué nos queda a la muerte de los grandes relatos, es decir, cuáles son los grandes retos para la literatura en la posmodernidad? Lyotard llamó “grandes relatos” a las explicaciones historicistas que sirven de base a las ideologías del siglo XIX y XX, todas ellas herederas del idealismo alemán. Una pauta común de estos “relatos” era la aspiración a explicar o dar cuenta de todo, el presente, el pasado del que era proceso o producto y la expectativa del porvenir, en una tentativa de recrear el poderos efecto significante del mito. A finales del siglo pasado, cuando parecía claro que el futuro no sería más que una eterna repetición del presente —lo posmoderno— los “grandes relatos”, por una vez, demostraron que, en lo más íntimo de ellos, no eran más que una construcción literaria. Por desgracia, como la etiqueta “posmodernidad” fue rápidamente puesta de moda por el periodismo cultural, todo aquello se banalizó hasta tal punto que hoy en día hablar de “posmodernidad” suena tan frívolo como criticarla. Sin embargo, la afinidad narrativa entre la ideología y la literatura de ficción sigue siendo una cuestión fascinante porque, por una parte, la apelación a un mito/narración mantiene todo su encanto (véase si no cómo ha seducido el Sr. Trump a los norteamericanos con su soflama mesiánica: Make America great again) y, por otra, la naturaleza más propia del fenómeno literario, tras la extraordinaria transformación técnica de la comunicación y los medios, hace imposible predecir qué será de ella en el futuro. La literatura quedará diseminada en ese inmenso magma que es Internet. Y no obstante, ¿hay algo que no sea narrativo hoy en día? Sin embargo, nunca ha sido tan difícil definir en qué consiste lo narrativo como ahora. Un apunte más sobre la posmodernidad. No hay una posmodernidad en un sentido epocal. Como bien intentó explicar Lyotard en su momento, lo posmoderno es simplemente un momento, semejante a un bucle, cuando el espíritu moderno entra en un proceso de permanente revisión de su propia experiencia. No olvidemos que “moderno” no quiere decir lo más “de vanguardia” sino simplemente lo de ahora.

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¿Qué autor recomienda para los jóvenes lectores?

¡Uy!… qué compromiso. Recomendar lecturas implica tener que aplicarse a fondo en el gusto propio y ya sabemos que, en esta materia, como en materia de gusto todo el mundo tiene razón, como advirtió Hume, todos los gustos son discutibles. Incluso el del uno mismo. Así que rogaría que lo que digo se tomara a beneficio de inventario. De todas maneras, aprovecho la oportunidad de hacer público mi gusto. Ahí va: - Casi todas las novelas (y los ensayos) de J. M. Coetzee - Los artefactos narrativos de W. G. Sebald - La trilogía de las esferas de Peter Sloterdijk (he aquí lo que podría servir como ejemplo de un relato que ya no es “grande” como los de antes). - La novela Stoner de John Williams - Toda la poesía de Philip Larkin y Sexual personae de Camille Paglia En el campo de las letras españolas recomiendo la narrativa de Javier Marías. Me temo que no puedo sugerir a ningún escritor latinoamericano contemporáneo. Cuando no dedican todo su esfuerzo a conseguir ser García Márquez o Vargas Llosa sólo les importa la pura y simple celebridad. En cambio, creo que no hay que dejar de leer la novela Zama, de Antonio Di Benedetto.

¿Qué opinión le merecen las “convulsiones” políticas que enfrenta el mundo en estos momentos? Estamos en un momento de incertidumbre. No creo que haya nadie en condiciones de dar un balance equilibrado del actual estado de cosas. Es demasiado prematuro. Pero parece evidente que el mundo civilizado mimetiza los modos de su bárbaro enemigo islámico. De todas formas el conflicto futuro seguramente no se planteará como hasta ahora, con escaramuzas con los islámicos, sino con China. Solo espero que no sea devastador.

¿Qué autores considera imprescindibles para el fortalecimiento del sentido crítico? Como la crítica es ante todo moderna, empecemos por ahí: Voltaire, Marx, Chesterton, Nietzsche [!!!], Isaiah Berlin, Carl Schmitt, Benjamin y, en materia de literatura, el gran Paul de Man. Lo más importante es desconfiar de todo discurso en que, cualquiera que sea la cuestión tratada, el desenlace sea una solución y no una aporía, o una nueva pregunta. No me canso de repetir que el verdadero saber es el que avanza descubriendo nuevas paradojas y no se contenta con resolver las viejas

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En obras suyas como El Merodeador o La Lección de Sheherezade, se expone una novedosa forma de lectura respecto a la relación entre la filosofía y la literatura… ¿Cuál de los autores contemporáneos -aunque Canetti podría considerarse en esta categoría- resulta más interesante para un análisis vinculante de ambas disciplinas? Si se trata de aprender todo lo que se puede filosofar con obras de ficción ninguno como Marcel Proust o Samuel Beckett. Y en cambio, entre los mejores prosistas filosóficos: Schopenhauer y Nietzsche. El estilo en una prosa filosófica a veces es mucho más importante que su contenido o su razón, algo que los filosofantes analíticos no acaban de comprender. Y así les va: vencen pero no convencen.

¿Cuál es su mayor preocupación (literaria), en este momento; hacía qué horizonte se dirige Enrique Lynch ahora? ¿A quién puede importarle eso? No me considero merecedor de tamaña atención. Pero ya que me lo pregunta, contesto de todas formas: trabajo en un ensayo sobre lo que se ve y lo que no se ve y sobre la función que cumple lo que llamamos “arte” como medio entre esas dos experiencias antagónicas. Y en un texto híbrido, donde elaboro mi experiencia personal con arreglo a un modelo de prosa que, como ya es habitual en mis escritos, intenta enriquecer el ensayo como género, como se puede apreciar en mi último libro, que es una especie de bitácora o breviario filosófico: Nubarrones, Barcelona: Editorial Comba, 2015, donde la dimensión literaria a menudo sobrepasa cualquier pretensión filosófica.

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The

White

Buffalo

Jake Smith


Entrevista… Jake Smith

The White Buffalo es el nombre artístico con el cual es reconocido Jake Smith, cantante y compositor estadounidense nacido en Oregon, E.U en 1975. Ampliamente influenciado por artistas como Bob Dylan y Leonard Cohen, Smith ha construido una brillante carrera musical. Como sensible compositor lirico, Smith ha creado algunas de las más memorables liricas modernas del country y el folk angloparlante y ha revivido el espíritu melancólico del blues para toda una nueva generación. No cabe duda de que Smith, sea uno de los más talentosos e impresionantes artistas sobre el escenario. La Revista Noche Laberinto se aventuró en lo profundo de su mundo, a la espera del segundo exacto de calma, que precede a la declamación nostálgica de uno de los músicos más virtuosos de nuestro tiempo…

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La música de The White Buffalo supone una bella profundidad poética en su lírica. En consecuencia, quisiéramos saber ¿cuál el proceso que usted sigue para escribir sus canciones? Todo tiene que ver con la imaginación. En realidad, todas mis canciones parten de historias a través de las cuales intento expresarme y muchas de ellas, están basadas en mi experiencia de vida. Es decir, intento que cada palabra valga la pena. Que cada palabra tenga un propósito. Intento que quien escucha mis canciones sienta lo que yo siento.

Muchas de sus canciones expresan tristeza. Más allá de la lógica habitual del género musical, quisiéramos saber si considera usted que la tristeza sea un estado necesario para la composición musical y artística en general… No. En realidad, yo soy una persona feliz. Es complicado porque muchas de las canciones son como fantasmas del pasado, pero yo intento permanecer positivo y abierto a las cosas nuevas. Por otra parte, disfruto caminar al borde de mi corazón en compañía de mi música y a menudo el resultado es una lírica llena de nostalgia…

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¿Considera que de algún modo, la música que compone le permite dar un paso afuera de sí mismo y ver otras realidades a través de la inspiración del proceso de composición? ¡Claro! Algunas canciones revelan otras personas que llevo en mí. Es como si esas personas hicieran parte de mi verdad. A menudo, me permiten explorar sitios extraños a los que de alguna forma me he acostumbrado y siento que lo que intento conseguir es contar historias humanas muy pequeñas pero personales que al mismo tiempo tengan que ver con situaciones o temas más grandes. Creo que todos los artistas parten de experiencias de sus vidas que no les agradan y es inevitable que esto se filtre en la música. La imaginación siempre da el primer paso.

La posibilidad de ser la banda sonora de series de televisión como Sons of Anarchy implica interpretar canciones que no han sido escritas por usted como Come Join the Murders… ¿Qué supone la realización de éstas canciones? Honestamente, siento un poco de desapego por las canciones que no he compuesto porque estas no vienen de adentro, pero intento hacerlas propias, es decir, que sea posible creer que están en mi tanto como las otras canciones. Es un poco difícil sentirlas porque no se trata de mis sentimientos.

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Revista

Noche Laberinto

4ta Edición (2017)

“La dificultad de cometer suicidio radica en esto: Es un acto de ambición que se puede cometer sólo cuando se haya superado toda ambición”.

Cesare Pavese

ISSN: 2463—0020


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