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Acompañamiento a personas trans El trabajo social como herramienta de empoderamiento

Brian Gómez es un joven hasenkampense que reside en la ciudad de Paraná en donde estudia y trabaja. Por su formación, su empatía y su militancia brinda ayuda social a quien necesite. Sostiene que es fundamental complejizar y politizar cuestiones, abrirlas cada vez más para entender cuáles son los derechos que se vulneran.

Por Jonathan Villanueva

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Faltan algunos minutos para que el reloj marque las 17. En la Plaza San Miguel, de nombre oficial Alvear, estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Educación (FCEdu) se sientan en el césped a charlar y compartir el mate. Los pájaros, con esa viveza que los caracteriza y que les da la vida en la gran ciudad, se acercan a los grupos para ver si consiguen alguna migaja de comida.

A las 17 en punto, en la esquina de las calles Laprida y Buenos Aires, asoma un muchacho de estatura media, con una remera blanca de algodón y una bermuda, tal vez de gabardina, de color bordo. Con un andar tranquilo, no se deja llevar por el paisaje que le ofrece el entorno y prefiere mirar su celular.

Brian Gómez –conocido por sus cercanos como Kaquín o Kacu– es un joven soñador. Como la mayoría de las personas que cursan sus estudios universitarios, empezó la carrera con una mentalidad, un propósito, pero hoy, a una tesis de recibirse, son otros sus objetivos. —Entré para ayudar a la gente y aunque no reniego de esa palabra, entiendo mi trabajo como una herramienta para empoderar con derechos a los demás.

Detesta el tomate, no come frutas ni carnes. Su personaje favorito de la película argentina Esperando la carroza es Nora, cuya interpretación hace a la perfección Betiana Blum. Es fanático de los films fantasiosos y que involucran superhéroes, pero destaca que no tiene preferencia por algún universo en particular. Sus series favoritas son las comedias de situación estadounidenses, entre ellas las destacadas Friends, Malcolm in the middle y la entrañable Modern family.

Recuerda los trueques generados por la crisis socioeconómica de 2001 y les agradece a sus padres porque jamás le pintaron una realidad que no era: si se podía bien, y si no, a arremangarse. Sus días arrancan a las 7 de la mañana, trabaja en Casa de Gobierno hasta las 13. Lunes y jueves se desempeña como becario en la Secretaría de Extensión de su facultad. Intenta ir al menos tres veces por semana al gimnasio. No asegura tener una comida favorita, aunque se inclina por las pastas en general y cuando vuelve a su pueblo natal le exige a su madre que le haga ñoquis con salsa roja, la libertad condicional que le da a la fruta, o verdura en términos culinarios.

Brian es oriundo de Hasenkmap, un pueblo ubicado a 80 kilómetros de Paraná. Tiene 26 años y es el menor de cuatro hermanos: dos mujeres y dos varones. Se presenta gentilmente, no para de sonreír.

Ni la Plaza Alvear ni la Facultad de Ciencias de la Educación les son ajenas: ya estuvo en alguna ocasión, aunque no puede asegurar el motivo. Solo conoce el primer piso del establecimiento y las escaleras.

Mantiene muchas amistades, le gusta compartir tiempo con cada grupo social que lo rodea. Cuenta que tiene amigos de diferentes edades e ideologías, no hace diferencias, y remarca: “No hace falta hablar de política”. Su prima Verónica, con quien se crió, lo describe como una persona extrovertida, simpática y amorosa. ***

El personal de maestranza nos permite utilizar un aula. Es semana de mesas de exámenes con suspensión de clases en la FCEdu, y el edificio parece vacío. Nos piden que no excedamos la hora, pero con Brian es difícil: habla hasta por los codos, como señala el dicho, y sus historias son interesantes.

Cuenta que de niño asistió a la Escuela Adventista N°138 Manuel Belgrano, privada, y sus estudios medios corrieron la misma suerte en otro establecimiento, el Instituto Mariano Moreno de Hasenkamp. Su primera aproximación al mundo universitario se dio con la carrera de Medicina, en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Al fin pisaba un establecimiento educativo público.

—Hice el primer año en 2014 y no me gustó, no me hallaba en la profesión.

Recuerda que llevaba al día todas las materias, no le costaban los conceptos, pero claro, cuando algo no es, no es. Al año siguiente fue convocado para trabajar en el Área de Acción Social del municipio de su ciudad donde llevaba a cabo tareas administrativas y de atención al público. En paralelo decidió comenzar Biotecnología en Santa Fe, también en la UNL.

—Pensaba que mi perfil iba dirigido a las ciencias biológicas y exactas porque me había ido bien en matemática, física, química… Pero seguía sin hallarme.

El joven quería darles continuidad a esos grandes desempeños de sus años mozos en primaria y secundaria, pero finalmente solo se halló en trabajo social, ese laburo que observaba en su nuevo rol municipal. Recuerda que allí conoció a Judit Faes, quien se desempeñaba como trabajadora social, y la señala como su mentora: tuvo sus primeras tareas en el territorio, se implicó en las problemáticas sociales, en los campos de intervención. “Ahí me encontré”, dice mientras se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja.

Fue así entonces que en 2016 no lo dudó y arrancó sus estudios universitarios en la Facultad de Trabajo Social, dependiente de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Cuenta que los primeros años fueron difíciles, ya que debía trabajar durante la mañana, salir de allí y tomarse un colectivo para llegar a cursar todas las materias menos a una, la de la primera hora, esa a la que no llegaba porque no le daban los horarios.

—Problemática Filosófica y Problemática Política, las tuve que rendir libres.

Con el tiempo se interesó por la identidad de género y los movimientos que llevan adelante la lucha. Se sumó a un proyecto de extensión en su facultad llamado Como te ven te tratan. Relatos de personas trans, en el que hacían trabajo de campo y veían de cerca las problemáticas. ***

Sobre pupitres de color amarillo apagado, casi mostaza, con caños de color negro, comienza la charla. Para las horas que vendrán, es fundamental estar cómodo. Cierto viento sopla afuera, poco es el ruido que deja su paso, pero las hojas de los árboles frondosos que se ven desde el ventanal lo delatan. De repente, algunos bocinazos interrumpen la charla, pero terminan pronto y no son motivo de preocupación: en Paraná se toca el claxon por cualquier cosa.

“Brian es comprometido, responsable en todos los ámbitos de la vida y sus luchas siempre están ligadas a lo humanitario”, dice Jonathan, quien es su amigo desde los 15 años.

En 2019, año de elecciones, el intendente Juan Carlos Kloss, quien confió en Brian para formar parte de su gobierno, decidió presentarse para una banca en el Senado provincial. El peronismo no mantuvo el municipio y a pesar de haber tenido la oportunidad de continuar su trabajo en el Área de Desarrollo Social, decidió dar un paso al costado. Afirma que los ideales y las maneras de entender el rol del Estado por parte de un partido y el otro no tenían similitud alguna. Al poco tiempo, el ex intendente hasenkampense lo convocó para su equipo técnico y de gestión en la labor legislativa que lleva a cabo desde el 10 de diciembre de 2019.

Así es que Brian se instaló en Paraná, continuó sus estudios, y entre las principales tareas en su nuevo trabajo estuvo la de rearmar una organización sin fines de lucro que había en su pueblo. “Kloss quería canalizar programas que le tiendan una mano al vecino”, recuerda. Desde apoyo escolar, pasando por iniciativas ligadas a la identidad de género, hasta charlas informativas y de prevención sobre consumos problemáticos, son los temas que aborda Quiero a mi pueblo, la ONG de Hasenkamp cuyo lema reza: “Construimos sueños colectivos”.

—Me permitió conocer distintas realidades acerca de la salud mental, los recursos alimentarios; no olvidemos que con la pandemia se paró todo y los changarines no podían trabajar.

Brian señala que la perspectiva con que se abordó la pandemia fue médico-hegemónica: las estrategias para atravesar la situación tenían que ver con el no contagio y así preservar la vida de la población, pero entiende que se dejaron de lado cuestiones económicas, educativas, y de vivienda. Durante la cuarentena, y a partir de anuncios por parte del gobierno nacional como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), su casa empezó a rebalsar de gente que lo conocía y sabía que allí encontrarían la ayuda necesaria. Se encargó de llevar adelante la inscripción de distintas personas en estas asistencias estatales para la población más vulnerable durante el encierro obligatorio. Así fue como empezó a trabajar con Peya, su amiga.

“En pandemia quedé en la calle. Hizo de psicólogo, asistente social, compañero, de todo. Me asistió día a día, junto con algunas amistades, y eso me permite contar la historia y continuar la lucha”, recuerda Agustina González, hasenkampense de 43 años, la primera persona trans de la comunidad. ***

Brian cuenta que hay dos Peya en su vida. La que conoció de chico, que era objeto de burlas y hasta peor:

—El insulto entre hombres era: “Sos el macho de la Peya”.

Y la Peya de los últimos años, a quien ayudó con su autoestima, su independencia económica, su autonomía sobre quién es y quién quiere ser. Antes de su llegada, Agustina sufría violencia física por ser quien es. El único hueco que tenía y tiene en el mundo del trabajo es la prostitución.

El contacto entre ellos se dio cuando fue golpeada por un miembro de su familia. Le contó sus desgracias y su deseo de dejar de ganarse la vida como prostituta. En el pueblo se decía que era perversa, abusadora. ¿Quién le daría trabajo en un almacén, tienda de ropa o lo que fuere? Las representaciones hacia Agustina eran terribles.

Brian la acompañó en el proceso de denuncia que Peya llevó adelante en su momento. Luego en la lucha por el cupo laboral trans. Gestionaron juntos programas de ayuda económica brindados por el Estado a nivel nacional y provincial, a administrar ese dinero, a comenzar la hormonización, entre muchas otras andanzas que fortalecieron su amistad pero que además le dieron a Agustina la posibilidad de em- poderarse en un pueblo conservador. En la actualidad, Peya se anima a hacer cosas que antes, por miedo al qué dirán, no hacía. Pronto quizás pueda trabajar en el municipio. Se compra ropa que le gusta, se depila, se cuida y maquilla la cara, y hasta celebra el Día de la Visibilidad Trans. —Armamos un pequeño festejo en la plaza central y le propusimos que traiga sus ropas —recuerda Brian.

Agustina confeccionaba su propia vestimenta, un poco porque le gustaba y otro poco porque no se podía comprar lo que quería. “Llevó su ropero”, dice Brian y cuenta que se lució ante los ojos de quienes pasaban frente al lugar, de las infancias que asistían a los juegos del parque, y se sintió mejor que nunca pero no tanto como a la semana siguiente.

—Tenía que ir al banco para hacer el trámite de la tarjeta de débito y cobrar el programa Acompañar, todo nuevo para ella. Después de ir me dice: “Me sentí otra persona, la mirada era otra. Me decían ‘Hola Peya, cómo andas’, ‘Hola Agus’”.

En Hasenkamp se empezaba a gestar una reivindicación sobre Peya, además de su empoderamiento personal. Con su independencia económica, de poder comprarse sus muebles, sus ropas, realizarse cuidados estéticos, también apareció una deconstrucción en el pueblo sobre la figura de Agustina, la mujer trans del pueblo que ahora tiene derechos y como ella dice, va por más.

“Pudo acompañarla por las herramientas que le dio su profesión, pero también porque es empático y militante que piensa constantemente en las demás personas”, señala Verónica, su prima. Nadie puede negar que el acompañamiento de Brian fue crucial para Peya. Lo dice ella misma y lo confirman quienes conocen el lazo que los une. Pero no fue solo Agustina a quien ayudó, sino también a muchas otras personas que sabían de sus contactos, su interés por el prójimo y su buena voluntad. Si bien el apoyo no fue el mismo, lo cierto es que siempre buscó la manera de aportar un granito de arena para mejorar la situación de alguien más. ***

Por el ventanal ya entra poca luz. Ilumina más el foco artificial que el sol, cuya retirada comenzó hace instantes. El cielo se tiñe de azul oscuro lentamente mientras que el amarillo pasa a ser un naranja apagado. La charla se excedió de los 60 minutos, duró 125. Brian explica que quizás, solo quizás, el odio hacia el tomate tenga que ver con momentos de su infancia. La familia no pasaba buenos momentos económicos, y por ese entonces desde el municipio brindaron terrenos y semillas para que cada quien pudiera tener su huerta. ¿Qué plantó su padre? Esa bendita fruta roja. La casa repleta de cajones que rebalsaba. “Y al momento de trabajar la tierra y cosechar, el olor de la planta era insoportable”, recuerda. Quien se quema con leche, ve una vaca y llora, dice el viejo dicho.

No es casualidad que Nora, el personaje de la versión fílmica de Alejandro Doria en Esperando la carroza sea su favorito. A Brian le gusta la costura y su amor por ese hobby tiene que ver con confeccionar él mismo las prendas que no encuentra en las tiendas. Su remera favorita, cuya trama y colores son extravagantes, la hizo con sus manos y la ayuda de su máquina de coser. Su forma de ser, que dejó en evidencia esta tarde en un aula del tercer piso de la FCEdu, es histriónica. Se ríe mucho y a veces socarronamente. “Es Nora en pinta”, podrá decir quien conozca la película.

Pueblito de carnaval

Por Graciela Leiva

Fragmento

del perfil periodístico

Hasenkamp es una ciudad apacible, ubicada a 80 kilómetros de la capital entrerriana. Fue fundada a principios del siglo XX por inmigrantes alemanes y hoy es reconocida, dentro y fuera de ella, por sus carnavales, su tranquilidad noble y pueblerina y una de las peregrinaciones religiosas más convocantes.

La pintoresca urbe destaca por el trazado de sus diagonales, bordeadas por frondosas arboledas que dan sombra a las anchas calles. Resulta una tierra apta para la agricultura y ganadería y es también valorada por su variada actividad artística y cultural. Sus espacios públicos también son reconocidos. Uno de ellos es la plaza General San Martín, ubicada en el pleno centro cívico y cobija al monumento de los hermanos que le dieron su apellido a la ciudad; está rodeada por la iglesia San José, la comisaría y el Museo Histórico Regional.

Otro de los acontecimientos que le dieron popularidad, es el reconocido jugador de fútbol Paolo Goltz, quien inició su carrera en el Club Atlético Hasenkamp y se destacó como máximo exponente en el club argentino Boca Juniors, que en 2013 logró la Copa Sudamericana.

En enero y febrero, cuando el carnaval se adueña de la ciudad, las plumas y lentejuelas vuelan por el aire y cada espacio se cubre de pasistas y carrozas. En octubre, cientos de fieles como muestra de fe, se congregan en la Ermita de Schoenstatt para peregrinar de la mano de la virgen María hacia el santuario de La Loma ubicado en la ciudad de Paraná.

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