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Identidad transgénero Como si fuera Clara
from Algo Más 2022
by AlgoMás 2023
Clara Aimeé Ardiles es de Paraná pero nació en Comandante Nicanor Otamendi, una localidad bonaerense ubicada en el partido de General Alvarado, a 42 kilómetros de Mar del Plata. Su mamá la abandonó con 15 días de vida bajo el nombre de Hugo Daniel Ardiles en Villa Alcaraz, municipio de la provincia de Entre Ríos. Fue encontrada por una tía que la llevó a Paraná con su familia paterna.
Por Sofía Placharuzza
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Clara ríe fuerte y hace bromas sobre ella misma, habla a los gritos con sus amigas y compañeras. Se llaman “putas”, “gateras” y “come machos”, entre otros adjetivos. Se paró más de 30 años en las calles con una sonrisa de labios rojos brillantes, y asegura que nunca nadie se imaginó el dolor, el desgaste y el maltrato que sufrió en la prostitución. Hace algunos años pasó a ser prostituta VIP para que las calles no la consumieran por completo, y hoy intenta ya no ejercer el trabajo sexual. Querer abandonar ese mundo es válido, poder hacerlo es un desafío, y por más que sus hijos lo sufran, de vez en cuando sale a escondidas para traer dinero a su hogar.
Vive con su esposo Claudio y sus dos hijos Guillermo y María en la capital entrerriana, en una casa ubicada en calle General José Gervasio Artigas. Conoció a su marido como un cliente cuando tenía 23 años, empezó a salir y se pusieron de novios, hasta que decidieron irse a vivir juntos. Se propusieron casarse en cuanto saliera la Ley de Matrimonio Igualitario, y fueron los primeros en desposarse en Paraná bajo dicha legislación. Llevan 24 años juntos, pero hace dos años Clara está en un intento de separación.
Su motor en la actualidad son sus hijos, los adoptó cuando su hermana falleció. La hacen sentir útil, la tienen “de acá para allá” con la rutina; los lleva y los busca de fútbol, la escuela, maestra particular y danza. Guille aún le dice tía, pero María le dice mamá.
***
Hace siete años conoció a su mamá y al resto de su familia. Silvia, una de sus hermanas, tenía cáncer y se contactó con ella a través de Facebook para generar este encuentro. Quería verla antes de morir. Clara viajó a Buenos Aires llena de miedo al rechazo, pero al final fue aceptada. Se dio cuenta de que tenía tantos hermanos como para formar un equipo de fútbol. Su hermana al verla sentenció:
— ¡Ahí viene la modelo, ahí viene la modelo!
Porque Clara vive de tacos. Una noche en un boliche de Lanús, en medio de la vorágine nocturna, Clara marcó una serie de números en el teléfono, y después de unos segundos atendió su hermana. Le preguntó si quería que la ayudara a criar a alguno de sus hijos, para que no quedaran solos cuando Silvia muriera. Guillermo a sus 14 años partió con Clara hacia Paraná, hoy tiene 21 y aún es el bebé de la casa.
Con el paso del tiempo estableció rela- ciones más cercanas con sus hermanos y sobrinos. Hace dos años, en época de pandemia, decidió hacerse cargo de la pequeña María de 8 años, una de sus sobrinas de Buenos Aires, nieta de su hermana fallecida. ***
Clara Aimeé tiene un pelo rubio oxigenado de raíces negras, le llega por debajo de los hombros, lo usa suelto y permanece rígido frente a los toques y caricias que ella le propicia cada cinco minutos. Mide aproximadamente un metro setenta, y su piel de apariencia pétrea tiene un tono tostado seco. Su voz no llega a ser gangosa, pero sí tiene una sonoridad redonda y empinada, además de alegre.
Parte de su rutina consiste en levantarse a las 05:30. Se maquilla y se plancha el pelo con rigurosa lentitud, se ocupa de sellar cada fibra capilar bajo 150 grados Celsius. Luego debe elegir qué ponerse. Le encanta la moda, por lo que la elección de la vestimenta representa otro tramo de pausas minuciosas. Su aspecto no es una simple apariencia, cada miligramo de rímel va de la mano con su actitud, porque Clara camina como si el globo terráqueo estuviera a su nombre.
Estudia el Profesorado en Historia en la
Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Hace las materias de vez en cuando, a su ritmo.
No es que no le guste, pero no le sale quedarse quieta, ni en lugares ni con personas. Acostumbrada a una vida cambiante, aprendió a dejar salir lo que quiere irse y permitir entrar lo que quiera quedarse. Ama y se compromete con fuerza e intensidad. A pesar de seguir conviviendo con su esposo, está de novia con otro chico al que le cerró y abrió las puertas muchas veces, y un corazón roto parece dolerle más que 40 años de violencia, inestabilidad y abandono. ***
—Era rebelde, supuestamente.
Cuando su mamá la abandonó siendo bebé, sus abuelos se hicieron cargo de su crianza, porque su papá siempre estuvo ausente. Su educación primaria comenzó en la Escuela Hogar Eva Perón de Paraná. Pero en la década de los 80, con ocho años, llegó otro nieto que se transformó en el favorito y comenzó a ser excluida. La pequeña Clara, o quien entonces era el afeminado y homosexual Hugo, fue enviado al Hogar Ángeles Custodios. Su indisciplina infantil no era tolerada por su abuela, que, de crianza rígida, no soporta- ba que un niño contestara, quisiera andar en la calle o no hiciera caso. Por ello durante las vacaciones la enviaba en tren a la casa de su tía en el campo.
Cuando tenía 12 años murió su abuelo y ya no podía continuar en el reformatorio porque era demasiado grande. Tampoco quería volver a aquella casa, en la que su padre siempre estuvo ausente y su abuela no la toleraba. Pasó al Albergue Canillitas en calle 9 de Julio, en donde hoy funciona un hogar para mujeres. Allí conoció a su mejor amiga Claudia, y juntas aprendieron a defenderse por las malas. Tuvieron que guerrear para que no las tocaran ni las violaran.
—Hasta de los celadores nos teníamos que cuidar, porque intentaban hacernos cualquier cosa.
A los 15 años volvió a la Escuela Hogar y al terminar, decidió ir hacia Comandante Nicanor Otamendi, a 45 kilómetros de Mar del Plata, porque allí trabajaba su papá como recolector de papas. Se quedó hasta que se peleó con él y terminó de nuevo en la calle buscando a dónde ir.
Callejeando por Mar del Plata llegó a vivir un mes en un pozo ciego –los que se utilizan para aguas residuales– que se encontraba en una plaza. Luego se alojó un tiempo en la casa de una prima, pero el alcohol y la violencia en el ambiente hacían insostenible su estadía.

Un día, a 42 kilómetros de su padre, conoció a una policía a quien desde ese momento llamó Tía Alicia. La mujer la invitó a vivir con ella, pero Clara, aunque estaba encantada por la propuesta, le explicó su situación judicial; era menor de edad y sus tutores estaban en otra parte. A la Tía Alicia no le importó y se presentó en el juzgado para ser su tutora legal. Vivieron juntas durante un año y compartieron una hermosa convivencia, hasta que Clara comenzó a extrañar su hogar en Paraná. Decidió prostituirse a escondidas de la Tía durante un año y medio hasta que pudo juntar el dinero para volverse. ***
A los 17 comenzó a vestirse como mujer. A los 18, mientras vivía con su abuela, regresó a trabajar en la prostitución.

En aquellas andaderas nocturnas por las calles de Paraná se formó un grupito de cinco amigas, que luego emprenderían el viaje a su transición. Conocieron a Nancy en 1992, una vieja y experimentada chica trans, o travesti, como se les decía en aquel momento, que un día agarró al grupo de futuras mariposas y les preguntó:
—¿Se van a seguir disfrazando? ¿O se van a poner la ropa adecuada como una verdadera mujer? Elijan ustedes.
Pronto se dieron cuenta que el mundo tampoco era un mariposario, y con su transición encaminada al quinteto le llegaron los conflictos legales. Las fuerzas de seguridad locales las arrestaban por contravención de dos artículos. Los edictos policiales fueron las herramientas con las que la policía perseguía a los colectivos socios-sexuales, funcionaba como un instrumento que delegaba en la policía provincial o federal la tarea de reprimir actos que se estipulaban en el Código Penal de la Nación en ese momento.
Las mariposas eran figuras inconstitucionales en manos de las fuerzas policiales. Dos de los artículos afectaban directamente a las personas trans: el artículo 2° inciso F y el artículo 2° inciso H. El primero permitía reprimir a quienes se “exhibieren en la vía pública con ropas del sexo contrario”. El segundo lo hacía a quienes “de uno u otro sexo incitaren públicamente o se ofreciesen al acto carnal”.
Una vez Clara llegó un 4 de enero a su fiesta de cumpleaños y no quedaba nadie, la policía se había llevado a todas las personas invitadas. Eran guerras diarias, escapaban y resistían todo lo que podían.
Para echarlas cuando salían a trabajar, y cuando no también, les tiraban piedras y botellas. Ellas rompían patrulleros, saltaban rejas y tapiales, peleaban a los gritos y trataban de escabullirse como fuera. —Era un caos —recuerda Clara.
Para ella y sus amigas, las chicas de ahora parecen reinas comparado a lo que ellas vivieron. ***
Si Clara Aimeé fuera una carta estaría llena de errores gramaticales. Se dejaría llevar y cada tres oraciones habría puntos suspensivos, porque se olvidaría el hilo de lo que estaba contando. Si se trabara o confundiera en alguna parte la tacharía con la misma birome y escribiría encima, sin ni un poco de miedo a la desprolijidad. En cuatro de cada cinco palabras se saltearía las “s”, y el color de la tinta sería rojo o negro.
Su cable a tierra es escapar en el auto. Le gusta irse, salir a la ruta, viajar a cualquier pueblo o playa cercana, y entre ida y vuelta abandonar todos sus problemas en cada centímetro del asfalto. Una vez, en época de pandemia, se ofreció a llevar a una amiga y a su novio a Villa Urquiza, pero al llegar no encontraron alojamiento. —Bueno, vamos a Colón.
En Colón solo permitían alojarse a quie- nes tuvieran un certificado de covid negativo. El grupo no lo tenía. Con la ropa que tenía puesta al salir de Paraná, –una falda, una blusa, la bombacha y el corpiño– Clara partió con la pareja hacia San José y desde ahí a Villa Elisa. Tampoco encontraron alojamiento y terminaron en Villaguay. Se quedaron cinco días, y según ella fue una de las mejores cosas que pudo haber hecho, porque la hizo sentir viva. ***

A los 19 años comenzó a llamarse a sí misma Clara, inspirada por un personaje de la novela argentina de 1993 Celeste siempre Celeste, protagonizada por Andrea del Boca.
En aquella ficción Clara era la hermana gemela de Celeste, lucían exactamente iguales, pero eran totalmente distintas. Clara era la antagonista, la mala, se hacía pasar por su hermana y vivía una vida que no era suya. Tenía pelo negro, usaba mucho maquillaje y se vestia con atuendos con escasa tela. También era prostituta y fue separada de su familia al nacer.
Su segundo nombre, Aimeé, fue elegido en base a otra antagonista de una novela mexicana llamada Corazón Salvaje. La actriz Ana Colchero interpretó a Aimeé De Altamira, una joven sensual, frívola e interesada que se enreda en apasionados romances. Le robó el novio a su hermana, se casó con él y al mismo tiempo tenía un amante.
En 2012 se sancionó la Ley 26.743 de Identidad de Género, y a sus 38 años Clara tuvo el derecho de ser inscripta en su DNI acorde a como se percibía. Por fin era nombrada formal, institucional y legalmente como Clara Aimeé Ardiles.
Tiene una mirada dura pero blanda. Es como la porcelana antes de enfriarse, una masa. Al tacto es suave, amable, lozana y moldeable, pero también es consistente e impermeable. Clara observa las cosas, la gente, como si intentara descifrar qué las moldeó.
Cuando le hablan deja caer su cabeza hacia un lado para escuchar mejor, y busca las respuestas en algún lugar oculto en su mente, mirando hacia arriba a la izquierda.
—Yo siento que mi razón en el mundo es solamente ayudar y guiar a los demás. No sabe lo que le va a pasar en los próximos dos minutos, pero sí sabe lo que le pasó en los últimos 48 años. Sabe que en este mundo hay cosas peores que vivir de forma diferente, tomar caminos repentinos y revertir la marcha cuando no le gusta hacia dónde va. Siente que convivir con la muerte es un signo de vida. Para Clara hay peores cosas que morir o matarse. Siente que el dolor en su historia se convirtió en un motor, para ella y para impulsar a la gente que ama. A pesar de que eso a veces la condene a creerse una salvadora, le dice a su marido: —¿Sabés cómo soy yo? Como la Nanny, la niñera mágica que tiene una verruga. La niñera que cuando la necesitan, está. Pero cuando la están queriendo, cuando la están amando, ella se va, porque ya no la necesitan. ***
No habla apurada, habla a los apurones. Como si al mismo tiempo la apresuraran marcándole el tempo de su discurso con chasquidos de dedos. Con ese ritmo en algún momento tropieza, piensa, y vuelve a retomar su bailoteo verbal con la misma velocidad.
Los arrebatos son propios de Clara, que saca chispas de su interior tanto para confrontar como para convocar. Más adelante le pregunta con ímpetu el nombre a la entrevistadora, para luego interpelarla con una reflexión.
—Vos te matás, ¿sabés lo que pasa después? ¿Qué va a pasar? Te van a decir: “Ay qué buena que era”, “Ay pobrecita”. Te mataste, te lloran; “¿Por qué se mató?”. Pero ¿te pusiste a pensar qué pasa dentro de dos meses? ¿Te pusiste a pensar si van a seguir con lo mismo?: “¿Qué le pasó? Ay, ¿por qué lo hizo?”. No. No, porque el mundo gira y sigue girando. ***
Si te sentás a hablar con Clara, la charla en algún momento puede desembocar en que: si querés, uses cosas transparentes y andés en corpiño; que no importa lo que diga la gente; que si te quieren meter los cuernos, tenés que dejarlos; que como dice la cantante dominicana Natti Natasha: “Lo que es viejo pa’ uno, pa’ otro es nuevo”; que a los mentirosos tenés que regalarlos “con moño y todo”; que dentro de un cajón no se disfruta; que no cargues a los demás con tus errores; y que si ser libre e independiente es ser puta, desea que seas puta.
Antes de sus hijos estaba ocupada en sobrevivir, pero hoy su mente se vuelve a enfocar en ella misma cuando trabaja en las grabaciones de Avenida a menos, una serie hecha y producida por personas trans de Paraná que retrata y recrea las distintas realidades que vive el colectivo travesti y trans en la capital entrerriana.
Esta producción audiovisual la realiza el Grupo Transmedia Argentina, que se constituyó luego de participar del Taller de Producción y Alfabetización Audiovisual que organizó la Biblioteca Pedro Lemebel del Barrio El Sol. Este establecimiento, que homenajea al escritor y poeta chileno trans, trata de ser un espacio donde se reconozcan las diversidades sexuales.
La serie se estrenó en el 2018 y hasta el momento tiene cuatro temporadas. Los capítulos están disponibles en el canal de Youtube de Grupo Transmedia Argentina.