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THOUGHT LEADERS

Last week, Philadelphia issued an apology that many have been waiting on for more than 50 years. The apology addressed the human experiments that were carried out by the University of Pennsylvania between the 1950s and 1970s on the predominantly Black population at Holmesburg Prison in the city’s Northeast.

For more than 20 years, the inmates at Holmesburg represented test subjects for a number of experimental pharmaceuticals, viruses, fungus, asbestos and dioxin — a component of Agent Orange, which ravaged generations after its use in the Vietnam War.

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I fi rst learned about what happened at Holmesburg Prison during my fi rst journalism internship in 2018 when I sat in on an interview with Allen Hornblum, the writer behind Acres of Skin, the fi rst book to ever lay bare what happened at the prison.

It tracks the more than 20 years that Penn dermatologist Albert Kligman used the prison’s predominantly Black population to test and observe a number of experimental dermatological treatments and diseases.

The book’s title is even a reference to what Kligman reportedly said upon fi rst entering the prison in the 1950s, when the experiments began.

“All I saw before me were acres of skin,” he said. “It was like a farmer seeing a fertile fi eld for the fi rst time.”

That statement itself says all it needs to about the kind of person Kligman was.

When Hornblum fi rst arrived at Holmesburg in the 1970s to lead an adult literacy program, he noticed an unusually high number of inmates covered in gauze pads and medical dressing. Upon deeper inspection, he learned the details of Kligman’s and the University of Pennsylvania’s dermatological experiments that were carried out over the previous two decades.

During the interview I got to observe back in 2018, Hornblum told me and my editor at the time who was conducting the interview that the whole experience of going to Holmesburg was “shocking.”

“That experimentation business hit me hard immediately,” Hornblum said.

It was a combination of both the inhumanity on display in using actual humans for experiments, but more so the complete disregard for that lack of humanity on display from other people that worked in the prison.

“If there’s anything I want to stress to you is my frustration that — and I won’t say it happens all the time, but very frequently when I give a talk at a university, medical school, or doctors forum — somebody gets up and applauds my effort and wants to thank me for being the only one to recognize the problem. It fl atters me, but it also irks me because the real question is: why did so many people for years, in fact, decades, observe it, be involved with it, and never think it was problematic?” Hornblum said.

I choose to take that viewpoint when thinking about what happened at Holmesburg to countless inmates over decades. The city’s apology is just a single band-aid on a gash that cuts down to the bone.

But it’s not just the city that needs to be held accountable.

It took the University of Pennsylvania until Aug. 21, 2021 — more than 70 years after Kligman fi rst stepped foot in Holmesburg — fto fi nally take steps to sunset its lectureship in his name and change the name of the professorship that bore his name.

The University also announced a new effort to offer more opportunities and recruit more students from the surrounding community into its dermatology department, but it’s all minimal to the damage Kligman waged over decades.

To achieve a real solution, they should listen to the more than 200 that signed a petition in 2021 to pay reparations to Kligman’s surviving victims. That request unsurprisingly remains unanswered. z

ENGLISH ESPAÑOL

La semana pasada, Filadelfi a emitió una disculpa que muchos han estado esperando durante más de cincuenta años. Esta se refería a los experimentos humanos que la Universidad de Pensilvania llevó a cabo entre las décadas de los cincuenta y los setenta con la población predominantemente negra de la prisión de Holmesburg, en el noreste de la ciudad. Durante más de veinte años, los reclusos de Holmesburg fueron sujetos de prueba de una serie de productos farmacéuticos experimentales, virus, hongos, amianto y dioxina, un componente del agente naranja que hizo estragos durante generaciones tras su uso en la guerra de Vietnam. La primera vez que me enteré de lo que ocurrió en la prisión de Holmesburg fue durante mis primeras prácticas de periodismo en el 2018, cuando me senté en una entrevista con Allen Hornblum, el escritor detrás de Acres of Skin, el primer libro que puso al descubierto lo que ocurrió en la prisión. En aquel, el autor hace un seguimiento de los más de veinte años que el dermatólogo de Pennsylvania Albert Kligman utilizó a la población predominantemente negra de la prisión para probar y observar una serie de tratamientos y enfermedades dermatológicas experimentales. El título del libro es incluso una referencia a lo que Kligman habría dicho al entrar por primera vez en la prisión en la década de los cincuenta, cuando comenzaron los experimentos: “Todo lo que vi ante mí fueron hectáreas de piel. Era como un agricultor que ve un campo fértil por primera vez”. Esta afi rmación dice todo lo necesario sobre el tipo de persona que era Kligman. Cuando Hornblum llegó por primera vez a Holmesburg, en la década de los setenta, para dirigir un programa de alfabetización de adultos, observó un número inusualmente alto de reclusos cubiertos de gasas y vendajes médicos. Tras una inspección más profunda, se enteró de los detalles de los experimentos dermatológicos de Kligman y la Universidad de Pensilvania que se llevaron a cabo durante las dos décadas anteriores.

Durante la entrevista, Hornblum nos dijo a mí y a mi editor de entonces, que era quien realizaba la entrevista, que toda la experiencia de ir a Holmesburg fue “impactante”. Fue una combinación de la inhumanidad mostrada en el uso de seres humanos reales para los experimentos con la completa indiferencia por esa falta de humanidad expresada hacia otras personas que trabajaban en la prisión.

Según Hornblum, “Si hay algo que quiero recalcar es mi frustración por el hecho de que —y no diré que sucede todo el tiempo, pero sí con mucha frecuencia cuando doy una charla en una universidad, una facultad de medicina o un foro de médicos— alguien se levanta y aplaude mi esfuerzo y quiere agradecerme por ser el único en reconocer el problema. Me halaga, pero también me irrita porque la verdadera pregunta es: ¿por qué tanta gente durante años, de hecho, décadas, observó el problema, se involucró en él, y nunca pensó que fuera disputable?”.

He decidido adoptar ese punto de vista al pensar en lo que ocurrió en Holmesburg a innumerables reclusos durante décadas. La disculpa de la ciudad es solo una curita en una herida que llega hasta el hueso. Pero no es solo la ciudad la que debe rendir cuentas. La Universidad de Pensilvania tardó hasta el 21 de agosto del 2021 —más de setenta años después de que Kligman pisara por primera vez Holmesburg— en tomar fi nalmente medidas para poner fi n a la cátedra que dictaba en su nombre.

La Universidad también ha anunciado un nuevo esfuerzo para ofrecer más oportunidades y reclutar a más estudiantes de la comunidad circundante en su departamento de dermatología, pero todo es mínimo ante el daño que Kligman causó durante décadas.

Para lograr una solución real, deberían escuchar a las más de 200 personas que fi rmaron una petición en el 2021 para que se pague una reparación a las víctimas supervivientes de Kligman. Esa petición, como es lógico, sigue sin respuesta. z

Growing Diversity and Inclusion

As a leading healthcare provider, Independence Blue Cross established resource groups to advance their reach as the city grows more diverse with associate resource groups.

For Sponsorship Opportunities, please call 215-789-6971 (Martín)