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Burnie

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Noncanon

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Carrera de Arquitectura, 2018. Materia: Proyecto VI. Curso: Estructuras Postzoológicas. Profesor: Jorge Godoy. Ayudante: Francisco Calvo. Proyecto: Cocodrilo. Alumnos: Mariano Galíndez, Michel Hunziker, Celeste Mourad.

La liquidez y el fraguado constituyen las variables de control de un modelo de cuevas y crestas. La liquidez del mortero determina la lisura o rugosidad de la superficie. La rapidez del fraguado produce porosidad y discontinuidad.

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El prototipo se construye mediante dos vertidos: el primero para la superficie inferior de concavidades y convexidades organizadas en una retícula diagonal, y el segundo con la misma matriz, pero alternando concavidad por convexidad y generando cuevas en los espacios entre capas y crestas comunes. El primer vertido consiste en una mezcla poco líquida, de secado lento, que determina una base rugosa, gruesa, continua, y muy arrugada. El segundo vertido, en cambio, consiste en una mezcla muy líquida, de secado rápido, que consolida una superficie con cráteres y huecos en su fondo, de consistencia lisa, distorsionados en los puntos de crestas comunes entre sustratos.

El dispositivo hueco y filigranado tiene la propiedad de acumular agua en sus cuevas subterráneamente conectadas. Las cuevas operan como valles con la profundidad suficiente para propiciar la formación de lagos. Algunos de éstos están cubiertos por la capa superior. Otros tienen sectores porosos y abiertos. El agua acumulada constituye una masa de inercia térmica que controla la oscilación de temperatura del paisaje. La capa superior, expuesta, lisa y desértica, tiende a la absorción de la radiación solar durante el día, llegando a altas temperaturas, especialmente en las paredes de los cráteres deprimidos, que funcionan como ollas acumuladoras de la energía de los rayos.

El paisaje ondulado es un intercambiador de inercias con oscilaciones entre el día y la noche, en ciclos cuya variabilidad depende de las estaciones del año. En la artificialidad lunar de este artefacto que se dilata y contrae, crujiendo y reventando, está contenida una relación extraña con el Universo. Desde el interior de los cráteres no se reconocen otros límites que los de la formación, y su horizonte se presenta como plano vasto y rugoso. Desde las cuevas, los óculos son focos de deslumbramiento que contrastan con la penumbra que contienen.

Esta infraestructura de provocación de comportamientos físicos inesperados opera como un radiador térmico en el que se arremolinan cuerpos extraños y residuos de todo orden, tomando sol y fundiéndose con el fondo de las cuevas sombrías y húmedas, de las que no pueden salir sino por algún poro. El modelo urbano que se deduce de esta infraestructura material proyecta una sociedad que ocupa el espacio público con salvaje domesticidad, desparramándose como si por intuición térmica, y dejándose absorber por la sensibilidad táctil del espacio.

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