12 pulgadas - Número 10 (noviembre 2017)

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12 pulgadas NÚMERO 10 - NOVIEMBRE 2017 - 5€ 12pulgadas12.com



«Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias» Ryszard Kapuściński



SUMARIO Nº10 NOVIEMBRE2017

Undécimo número de 12 pulgadas, quinto en papel. Nacida en febrero de 2014 con el Nº0.

06 Cuestión de principios: Cuando fuimos los mejores 08 Lágrimas en la lluvia 14 La propiedad de la tierra marcará el futuro de la paz en Colombia 16 Entrevista a Sandrine Morel 28 Evolucionismo, relativismo y la distribución diferencial del duelo público 32 Una mirada lenta al sudeste de Asia 48 Twin Peaks: no vamos a hablar sobre Judy 58 Rumanía merece una oportunidad 64 El plastidecor color carne

Escriben y colaboran en este número: Iván Castillo Otero, Carla Faginas Cerezo, Miguel Laviña Guallart, Luis Maldonado Moncada, Ángel del Palacio Tamarit, Camilo Perdomo, Vanessa Power Matteo y Fran Sospedra. Corrección: Elisabeth Torres (617 92 26 12). Maquetación de la revista: Iván Castillo Otero. Contacto: 685 71 62 18 // 12pulgadasrevista@gmail.com Web: www.12pulgadas12.com Twitter: @12pulgadas12 Facebook: facebook.com/12pulgadas12 Instagram: instagram.com/12pulgadas12 Fotografía de portada: Bangkok, Tailandia. Por Luis Maldonado Moncada.

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CUESTIÓN DE PRINCIPIOS

CUANDO FUIMOS LOS MEJORES Por Iván Castillo Otero

Aún nos quedaban algunos calendarios para llegar a la mayoría de edad. Era verano y varios compañeros del colegio nos plantamos en Amara. No recuerdo qué fiestas celebraban en este barrio donostiarra, pero iba a dar su primer concierto el grupo que tenía un amigo nuestro con otros dos conocidos. El nombre con el que se hacían llamar no me viene a la cabeza, pero sí sé que lo pasamos en grande. En el descanso de la verbena que amenizaba la velada les iban a dejar tocar cinco o seis versiones punk. No destilaban demasiado arte, pero la actitud era de diez. Un rato más tarde, sudorosos, volvíamos caminando a casa. Yo no sabía tocar nada pero tenía claro que quería tener una banda. Pasó el tiempo y conseguí convencer a una de clase que sabía tocar la guitarra y a dos del equipo de fútbol en el que yo jugaba (uno tocaba también la guitarra y al otro lo pusimos de cantante por decreto) para que formáramos un grupo. Nos faltaba alguien para la batería y encontramos a un buen tipo que nos sacaba más de diez años gracias a los anuncios que puse en foros de internet y en tiendas especializadas. Yo me hice cargo del bajo porque no lo sabía tocar nadie y aprendí de manera autodidacta. Corría el invierno del 2005 y sonábamos regular tirando a mal. Ensayamos con ganas y terminamos consiguiendo un resultado decente para el primer concierto. Fue en junio del 2006, en las fiestas de un

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instituto de San Sebastián, y estaba aquello a rebosar. Al principio solo interpretábamos versiones de La Polla Records, Barricada o RIP, que son los grupos con los que empecé a formarme una conciencia de izquierdas. No sé qué sería de la juventud sin estos referentes musicales. Poco a poco, también compusimos algún tema propio. Tras actuar en diferentes puntos de la provincia de Gipuzkoa, en Navidad se marcharon los cuatro. Los dos guitarristas no podían compaginar la música con otras actividades, el batería se iba a trabajar a Santander y el cantante era un poco raro y se tiró del barco sin razón aparente. Por aquel entonces, cursaba primero de bachiller y volví a liar a dos compañeros de clase para que se unieran al grupo y darle una segunda oportunidad. No fue una buena idea y solo duramos una decena de ensayos. Cuando ya empezaba a pensar en tirar la toalla, llegó a la bandeja de entrada de mi correo electrónico un mensaje del guitarrista de otro grupo. Se llamaba Endika y junto con Ander, que tocaba la batería, buscaban bajista para formar un trío punk-rock. Les propuse que se unieran a mi grupo, en el que me había vuelto a quedar huérfano de compañeros, y aceptaron. Nos metimos a ensayar y en diciembre del 2007 ofrecimos nuestro primer directo juntos en el desaparecido Leize Gorria de Donostia. Seguíamos haciendo versiones de los grupos del Rock Radical Vasco y


del punk inglés de los setenta y ochenta, pero sin darnos cuenta habíamos compuesto también material suficiente para un disco. Lo grabamos en el estudio de unos conocidos, con los que un año después también editaríamos un EP de cuatro temas. El dinero lo conseguimos gracias a la venta de chapas y camisetas y, como no íbamos sobrados, los discos los montábamos nosotros uno a uno: Endika los copiaba en su ordenador y entre Ander y yo les pegábamos la pegatina y les colocábamos el libreto en la caja. 2008 y 2009 fueron dos años increíbles. Seguimos tocando en territorio guipuzcoano y, además, logramos salir al resto de provincias vascas o a Asturias (a donde fuimos en el Alsa con todos los bártulos, ya que por aquel entonces ninguno conducíamos). Éramos de los más jóvenes de la escena macarra y eso llamaba la atención. No consumíamos ningún tipo de droga y eso también sorprendía en el entorno. Nuestro nivel era notable y conseguimos tener nuestro público, que nos seguía con asiduidad. Llegamos a telonear a Motorsex (antiguos MCD) en Lezo o a Lendakaris Muertos en una plaza de Oiartzun llena hasta la bandera. Tras un verano en el que no paramos, Ander decidió dejarnos. Remontamos el vuelo con Aitor, otro batería con el que ganamos en calidad, pero en agosto del 2010 todo se acabó cuando Endika nos contó que se iba. Era mi hermano musical y sin él tenía claro que no

iba a seguir. Dimos nuestro último concierto y c'est fini, sin aspavientos. No anunciamos que fuera nuestra despedida y actuamos sin más. El recuerdo que me quedó de aquel día es frío y triste. Aquel proyecto que nació de la ilusión de un crío un lustro atrás ya no tenía más vidas que gastar. Luego intenté reengancharme a la música en otros grupos de nueva creación. Alguno tenía buena pinta, con gente contrastada, pero no terminaron de cuajar. A veces lo echo en falta, lo añoro, pero tener una banda es algo serio que requiere muchos esfuerzos físicos, económicos (viajes, material, local de ensayo, etc.) y gran parte de tu tiempo libre. Mientras mi Rickenbacker duerme en casa de mis padres, yo me evado con el recuerdo de cuando sentí que fuimos los mejores

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Lágrimas en la lluvia

Por Miguel Laviña Guallart Imágenes extraídas de los fotogramas de la película

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«He visto cosas que vosotros no creeríais, naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir»

Estas célebres palabras, formuladas en los momentos finales de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), dan forma a unas de las secuencias más fascinantes del cine de las últimas décadas. El replicante Roy Batty (Rutger Hauer) se encuentra finalmente frente a su perseguidor, el agente Rick Deckard —Harrison Ford—, encargado de “retirarlo”. Intuyendo cercana su muerte, comprende el significado de su inminente destino y la finitud de la existencia —un tiempo que se diluye, como las lágrimas en la lluvia—. La hermosa sonoridad de este breve monólogo es tan solo uno más de los elementos que, a lo largo de estos años, han contribuido a la aureola que Blade Runner ha adquirido como film de culto. La magistral visión que planteaba Ridley Scott del futuro de Los Ángeles, y el impacto de su desbordante dirección artística, la convirtieron a principios de los años ochenta en un referente del cine de ciencia ficción. Los Ángeles en el año 2019 se ha convertido en una inquietante urbe que parece haber perdido sus límites, surcada por la resonancia de las continuas explosiones que emiten sus torres industriales, hacia un cielo en el que también se han difuminado el día y la noche, cubierto por una extraña luminosidad. Una ciudad que se extiende bajo una incesante lluvia, en la que las líneas verticales de sus rascacielos dejan paso a atestados mercados callejeros, iluminada por interminables luces de neón y unos enormes paneles publicitarios en los que las imágenes de unas sonrientes jóvenes asiáticas se repiten de forma hipnótica. En este inquietante futuro, la ingeniería genética

ha conseguido crear robots (denominados “replicantes”) con una inteligencia virtualmente similar a la del ser humano para ser utilizados como esclavos en la colonización de otros planetas, y que han quedado proscritos en la Tierra tras una rebelión. Este es el escenario en el que el agente especial Rick Deckard recibe el encargo de eliminar a cuatro de estos replicantes, que han huido de una colonia exterior y han vuelto a la Tierra. Blade Runner adapta libremente la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick, prolífico autor de ciencia ficción que ha inspirado otras películas —Desafío total (1990), Minority Report (2002)—. Un proyecto del que se hizo cargo el director británico Ridley Scott, quien acababa de rodar Alien, el octavo pasajero (1979). Scott se forjó durante varios años en la creación publicitaria, antes de firmar en 1977 su primer largometraje, Los duelistas. Una brillante adaptación del relato homónimo de Joseph Conrad, en la que dio muestras de una sugerente capacidad visual y de un personal uso de la luz, sin duda influido por su larga experiencia en la formulación con imágenes de la publicidad. Una sensibilidad estética que ha estado presente en el conjunto de su filmografía. De esta forma, tras Los duelistas y Alien, Scott se postulaba como el director perfecto para hacerse cargo de un proyecto que, sin embargo, no estuvo exento de dificultades. Han sido ampliamente difundidos los problemas en la producción, las sucesivas versiones del guion, y las desavenencias durante el rodaje, en especial entre Scott y Ford. La película además fue un relativo fracaso de taquilla y crí-

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«Al hilo del interés sobre todo aquello que rodea al film, uno de los aspectos que ha generado mayor debate es la existencia de varias versiones»

tica en el momento de su estreno en EE. UU., aunque fue ganando adeptos a lo largo del tiempo, a través de su difusión en distintos formatos y reestrenos. Al hilo del interés sobre todo aquello que rodea al film, uno de los aspectos que ha generado mayor debate es la existencia de varias versiones. Tras los resultados negativos en los pases previos, la Warner impuso a Scott algunos cambios significativos. En especial, la inclusión de una voz en off del protagonista y el añadido de un final abierto, para lo que utilizaron parte de los miles de metros de película que Stanley Kubrick había rodado para la secuencia inicial de El resplandor (1980). Incorporando estas modificaciones, se estrenó en EE. UU. con un metraje algo distinto al de su estreno internacional y con ligeras variaciones para sus pases televisivos. En 1992 se reestrenó la “versión del director”, con la que Scott no se sintió conforme, al no poder hacerse cargo personalmente del nuevo montaje debido al rodaje de Thelma y Louise (1991). Por último, en 2007 apareció el llamado “montaje final”, versión con la que el director afirma sentirse identificado. Además de restaurar el original y añadir algunos planos, elimina por completo los cambios impuestos por la productora. Al margen de estas variaciones, resulta admirable la forma en la que Blade Runner ha resistido el paso del tiempo frente a otros filmes contemporáneos. En especial, teniendo en cuenta la profunda transformación que ha experimentado la ciencia ficción, con el desarrollo de la imagen digital —incluso Kubrick renunció pocos años después a realizar A.I. Inteligencia artificial, un proyecto largamente estudiado, y decidió cedérselo a Spielberg, porque el cineasta británico sabía que estaba por llegar esta revolución digital—. Blade Runner se concibe como un film futurista que, sin embargo, supera las reglas del género

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para adentrarse de forma progresiva por los caminos de un relato de intriga, adquiriendo unos aires nostálgicos que remiten al cine negro de los años cuarenta. La película se estructura en dos búsquedas paralelas que confluyen en un magnífico tramo final. Por un lado, el grupo de replicantes intentando llegar hasta su creador, el director de la Tyrell Corporation, y de manera simultánea Rick Deckard avanzando en su investigación para retirarlos. Una especie de juego de claves entre el líder de los replicantes y el policía hacia un anunciado enfrentamiento que se va fraguando a lo largo del metraje. La voz en off de su versión inicial incidía todavía más en este aspecto de relato policiaco clásico. Algunos de los escenarios por los que transitan los personajes recuerdan también al cine negro rodado en Los Ángeles, calles atestadas con un visionario dominio asiático que dan paso a zonas prohibidas en las que suntuosos edificios permanecen semiabandonados. La evocadora banda sonora compuesta por Vangelis para el film incide en este carácter nostálgico. Y como cualquier buen relato de cine negro, incorpora una historia de amor con tintes fatales. La relación de Deckard con Rachael (Sean Young), una replicante que, como el resto de estas creaciones, está programada para existir tan solo un determinado número de años. Un elemento perturbador del que Deckard es consciente, pero que no le impide verse arrastrado por estos sentimientos. Bajo esta apariencia formal de cinta de ciencia ficción que sigue las líneas básicas de los relatos del cine negro, Blade Runner desliza otras posibles lecturas, planteando interrogantes que resultan en algunos aspectos visionarios. Al hilo de su reinterpretación de la premisa clásica del género fantástico —el hombre superado por su propia creación—, prevé una ingeniería genética que en el futuro permite una nueva forma de esclavitud. Desde el momento en que estas creacio-


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nes desarrollan ciertas emociones, comienzan a plantearse unas preguntas sobre la existencia similares a las del ser humano en cuanto a su origen, futuro y el tiempo que resta. Generan uno de los sentimientos con los que el hombre convive desde su nacimiento, el miedo. Tal y como afirma el replicante Roy en cierto momento, en realidad “ser esclavo es vivir con miedo”. La búsqueda del creador, una especie de dios para los replicantes, y su destrucción, posee distintas connotaciones. Un gesto que puede relacionarse con el instante, algo más tarde, en el que Roy se atraviesa la mano con un clavo, abierto de forma similar a diversas interpretaciones y cargado de simbolismo. A lo largo del metraje, Scott introduce sucesivos planos en los que varias pupilas actúan como contraplano de aquello que está sucediendo — espléndida la primera imagen de una de estas pupilas, en la que se reflejan las explosiones sobre el cielo de Los Ángeles—. Una idea repetida que sugiere una sociedad en la que sus integrantes permanecen vigilados, en la que todo parece mirado, aunque en ocasiones ni siquiera sea realmente visto —las observadoras pupilas ciegas de los búhos artificiales que decoran algunas estancias—. Resulta relevante también la inclusión en varias escenas de otro elemento de carácter tan simbólico como son los maniquíes. Además de su sugerente presencia como objeto decorativo, podría sugerir algunos de los temas estudiados entre los surrealistas, interrogantes como la dis-

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tancia entre sueño y realidad, o la fractura entre lo artificial y lo natural, unos límites de la identidad que en ese futuro parecen difuminados. Los integrantes de esta sociedad dominada por la imagen y en la que la identidad aparece cuestionada tienen una extraña forma de relacionarse, sumidos en la soledad. Resulta significativo que a los replicantes se les implantan unos recuerdos ficticios, proporcionándoles un pasado que les ayude a gestionar sus emociones, un artificio que se sostiene sobre unas fotografías falsas. Las viejas fotografías que guarda uno de los replicantes y que Deckard analiza recuerdan a la soledad que siempre transmiten las vacías habitaciones de los hoteles en los cuadros de Hopper. Las fotografías sobre el piano en el apartamento del propio Deckard despiertan esta misma sensación. Tanto la versión del director como el montaje final incluyen la célebre imagen del unicornio en la escena en la que Deckard repasa sus recuerdos, —la misma figura que aparece en el suelo del apartamento en la escena final— y que parece despertarle dudas sobre su propia identidad. Este añadido de Scott incide en el asunto, insistentemente debatido, respecto a si Deckard también pudiera ser un replicante. Una cuestión sobre la que todo aquel que se aproxime a la película puede sacar sus propias conclusiones. La secuencia en la que finalmente se produce el inevitable encuentro entre Deckard y Roy está ro-


dada en una reproducción del Bradbury Building, un icónico edificio de Los Ángeles construido a finales del siglo XIX. Sus suntuosos salones abandonados y sus laberínticas estancias sirven de escenario para una agónica persecución que finaliza en sus tejados y renacentistas cornisas en un prodigioso ejercicio del uso de la luz y el espacio. El replicante —perturbadora la interpretación del actor holandés Rutger Hauer— somete a una especie de juego perverso a su perseguidor. En el último instante impedirá que Deckard muera, un gesto de redención que parece acercarle a la condición humana. Bajo la insistente lluvia de Los Ángeles, aceptará finalmente que su tiempo llega a su fin, esas “lágrimas en la lluvia” —un monólogo que al parecer fue improvisado en parte por Hauer durante el rodaje—. La ver-

sión inicial incluía un final abierto, la huida de Deckard y Rachael hacia los bosques del norte, de carácter algo más romántico y que elimina el montaje final. Al tiempo que comenzaba a sonar el tema de los títulos finales, uno de los más célebres de Vangelis, se dirigían hacia un futuro incierto. Cabe preguntarse si, por una vez, la productora en realidad estuvo más acertada que la visión del director. De cualquier manera, Blade Runner conserva intacto su poder de fascinación en las diferentes versiones y a lo largo de estos años su visión del futuro se ha mantenido como un referente para sucesivas generaciones. Un futuro tan prodigioso como inquietante que todavía no nos ha alcanzado

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LA PROPIEDAD DE LA TIERRA MARCARÁ EL FUTURO DE LA PAZ EN COLOMBIA Por Camilo Perdomo. Testigo directo en Bogotá

Colombia es hoy en día protagonista en los medios internacionales copando las primeras páginas gracias al acuerdo de paz firmado entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. Esa paz, tan deseada por los colombianos y que parecía tan esquiva, llega por fin. Sin embargo, pese a los esfuerzos de las dos partes por remediar las razones primigenias del conflicto, pareciera que el conflicto por la tierra seguirá siendo un escollo difícil de superar y que continuará generando violencia en el futuro. ¿Debemos ser optimistas frente a la nueva situación? Claramente sí, en Colombia existe un problema de participación democrática y este es un paso para la inclusión de una parte de la izquierda. Como antecedente de esta intolerancia política, las más de 3000 víctimas del partido de izquierdas UP, aniquilado en los 80 y 90, o los casi 300 líderes sociales asesinados en los últimos dos años por conflictos asociados al territorio y al medio ambiente. Con la inclusión de las FARC y el ELN dentro de la participación política, la democracia colombiana abre un espacio a la participación política fuera de la aniquilación física del oponente. Con el nuevo acuerdo se pretende solventar esta intolerancia política, pero no son pocos los grupos políticos y armados que están en contra de la participación de las guerrillas en política: como el Centro Democrático, el partido del expresidente Álvaro Uribe, y el Partido Conservador, que

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apoyaron el “no” en el plebiscito que refrendó los acuerdos y que tienen casi el 30% en el Parlamento; o los 3000 paramilitares que aún existen y que, con el financiamiento de los narcotraficantes, las multinacionales y los grandes terratenientes, continúan haciendo “limpieza política” en 300 de los 1200 municipios del país para acabar con el comunismo y las reivindicaciones sociales de las comunidades. De todas maneras, pese a la oposición a que la verdad sobre las atrocidades cometidas durante 50 años de guerra salgan a la luz, la iniciativa de paz del gobierno de Santos comienza a dar frutos. Hace pocos días, el Clan del Golfo, uno de los principales grupos paramilitares, ha solicitado dejar las armas a través de una negociación con el Gobierno. Dentro del marco jurídico del proceso de paz que lleva a las FARC a su desmovilización, el ELN y ahora el Clan del Golfo quieren beneficiarse de este mecanismo: verdad y reparación a las víctimas a cambio de penas más bajas y, en el caso de las guerrillas, de participación política. La paz, sin embargo, pareciera esquiva y efímera en una sociedad con enormes desigualdades. El país andino ostenta el honor de ser el país con mayor inequidad de Latinoamérica, con un índice de Gini del 0,54: los pobres en Colombia suman 19 899 144 en una población de casi 47 millones de habitantes, y algunos expertos consideran que


esa cifra puede llegar a los 26 millones. Los índices de concentración de la tierra son aún peores, ya que es de los más elevados del mundo y su índice de Gini se encuentra en el 0,89: el 1% de las familias ricas en el campo concentran aproximadamente el 60% de la tierra apta para producir. Si a esto le sumamos que el despojo durante los últimos 20 años de guerra ha provocado 7 millones de desplazados internos y 6 millones de hectáreas usurpadas a campesinos, en su mayoría por paramilitares, narcotraficantes, terratenientes inescrupulosos y multinacionales mineras y agrícolas, se presenta un panorama difícil de revertir. El Banco Mundial, por su parte, debido a la creciente demanda de alimentos en Asia, en el documento publicado en el 2007 y de título Colombia 2006-2010: una ventana de oportunidad deja claro que Colombia enfrenta dos problemas ante las oportunidades de inversión potencial de su economía: la tierra en Colombia, para que su uso sea más eficiente, debe pasar a manos de grandes corporaciones agrícolas que la exploten de manera más eficiente; y dos, de los 3,7 millones de predios que hay en Colombia, el 40% del total, cerca de 1,5 millones, tienen problemas de títulos de propiedad.

el suficiente potencial económico para llevar a cabo este megaproyecto agrícola y minero. Y en este futuro, ¿dónde queda la población que ha sido víctima del conflicto?, ¿regresará al campo y a sus tierras despojadas?, ¿la apertura democrática que vive Colombia incluirá las demandas de esta población excluida o, por el contrario, continuará el aniquilamiento físico de los contradictores a este proyecto? Está claro que la negociación con las FARC abre una ventana de oportunidad para que la democracia colombiana se centre en uno de sus mayores problemas: el narcotráfico, encarnado en los paramilitares, ejércitos de extrema derecha vinculados a la mafia. Asimismo, permitirá que las reivindicaciones sociales de la población civil no sea criminalizada, argumentando que son parte de las guerrillas y puedan encauzarse por canales democráticos y no militares. Pero frente a la nueva situación, si las políticas marcadas desde los estamentos multilaterales y el capital financiero internacional no cambian, el futuro de Colombia seguirá marcado por el conflicto social y la violencia

De este modo, el Banco Mundial sugiere a Colombia que le dé los títulos de propiedad a grandes multinacionales y terratenientes que tengan

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SANDRINE

MOREL

Entrevistada por Iván Castillo Otero Fografías de Ángel del Palacio Tamarit



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a lógica dice que en agosto el sol azuza con fuerza a todos los que nos disponemos a transitar por el asfalto de Madrid. A primera hora de la tarde, quedar en un lugar exterior no es una buena idea y con tal excusa nos resguardamos en el Café Viena a la espera de Sandrine Morel. Esta periodista francesa llegó a España en 2006 para vivir con su pareja, a la que conoció durante un viaje a Bolivia. Al aterrizar en Madrid, su experiencia en la prensa regional gala y en la televisión nacional de su país le valió para comenzar a trabajar en Le Nouvel Observateur, una publicación semanal, y en Le Courrier D´Espagne. Tiempo después, accedió al puesto de corresponsal de Le Monde en España cuando su predecesor se jubiló. Lleva desempeñando esta función los últimos siete años.

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La primera vez que hablamos para concretar esta entrevista me preguntó por la ideología de la revista. Me dijo que todos los medios españoles estaban muy posicionados en el espectro político. ¿Considera que en Francia es diferente? Yo a Le Monde lo situaría como un diario progresista y de centro izquierda. Todos los diarios tienen una línea editorial con una ideología más o menos marcada, pero no creo que sea el nivel que hay en España. Hay que separar bien las tribunas, los editoriales o las noticias que se publican. En las noticias no se tiene que ver ninguna ideología, se debe guardar cierta neutralidad. Aquí lo que veo es que cada vez se editorializa más y hace que estas pierdan su función primera, que es la de informar. Esta diferencia la aprecio bastante, sobre todo en los últimos tiempos. Existen algunos medios españoles que tienen una ideología tan fuerte que rozan la desinformación. Ya no importa qué se dice, sino quién lo dice, y los medios y los periodistas ya no son elementos informativos, sino biblias. Esto me parece peligroso. Le Monde es un periódico de centro izquierda, aunque el espectro ideológico es amplio tanto dentro del periódico como en la dirección. En la última campaña francesa se nos acusó de apoyar a Emmanuel Macron y otros dijeron que habíamos sido muy duros con él por publicar todas las polémicas que podían salpicarle. ¿Qué imagen tiene el francés medio de España? En Francia existe mucha hispanofilia, aunque aquí a veces no se percibe o se piense que los franceses tratamos a los españoles con aire de superioridad. El castellano se enseña muchísimo en las escuelas, nos gusta mucho la cultura de España, sus artistas o su ambiente. ¿Cuáles son las mayores diferencias entre la España que se encontró al llegar en 2006 y la actual? Cuando yo llegué, el país tenía mucha confianza en sí mismo. Los jóvenes mileuristas denunciaban que, a pesar de tener formación universitaria, el salario medio de los trabajadores de la construcción era considerablemente superior al suyo. Con todo, el ambiente era alegre, casi eufórico. Había trabajo y, si no podías irte de vacaciones, pedías un crédito. A día de hoy, esa

confianza ciega en el futuro, esa despreocupación, han desaparecido. Que un joven cobre mil euros es casi una suerte. La crisis fue terrible, aunque actualmente creo que la recuperación es notable. Es probable que los empleos perdidos nunca se vayan a recuperar, en el sentido de que los nuevos contratos no serán tan estables o bien remunerados. Sin embargo, aunque se han creado muchos puestos precarios en los últimos tiempos, no todos responden a estas características. España tiene ahora una visión muy pesimista de la situación, pero el paro está bajando a un ritmo considerable y es probable que, con el tiempo, las condiciones de contratación mejoren. En lo político, le ha tocado vivir el 15M o la puesta de largo de dos partidos como Podemos y Ciudadanos. Tal y como dijo a un medio digital español a comienzos del 2017, ¿cree que la experiencia Podemos se ha acabado? Es un titular potente, pero no reniego de lo que dije. Hubo un momento de ebullición política soportada por una energía colectiva y mucho entusiasmo que se ha desinflado en gran parte. Hay mucha gente que pensaba que un cambio real había llegado y ahora se encuentra con que hay una fuerza en el Congreso que está haciendo una oposición de cara al PP pero que no ha impedido que Mariano Rajoy fuera reelegido. El cambio que se esperaba no ha llegado y el bipartidismo ha sobrevivido. Muy optimistas tendrían que ser ahora en Podemos para pensar que van a conseguir acabar con el PSOE como ocurrió con Syriza y el Pasok en Grecia. Han conseguido ser un gran partido a la izquierda de los socialistas, y es un éxito indudable, pero han fracasado en su intento de ser un partido hegemónico en la izquierda. La formación morada ha sido relacionada continuamente con el chavismo y, desde su irrupción en la política, Venezuela ha pasado a ser un tema de apertura en los medios de comunicación españoles. ¿Se asemeja a la cobertura que se hace en Francia? No es comparable porque los lazos que tiene España con Venezuela no son los que tiene Francia, aunque la situación actual ha hecho que la cobertura de lo que pasa en este país sudamericano sea intensa también en los medios franceses. Cerca de citas electorales, es un tema que en Es-

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«Los casos de corrupción dentro del PP son tremendos. Que desaparezcan discos duros o que se destruyan pruebas es patético»

paña sale a la palestra para dañar a Podemos. Existe un uso partidista lógico por parte de la derecha, pero no creo que sean estas acusaciones las que han dinamitado ninguna opción política de la formación morada. Mariano Rajoy, presidente del Gobierno en ejercicio, ha tenido que declarar por la presunta financiación ilegal de su partido. Es la primera vez que sucede en España. ¿Tiene precedentes en Francia? Jacques Chirac o Nicolas Sarkozy han tenido que dar explicaciones por casos de corrupción que les afectaban directamente, pero nunca estando al frente de la nación. En el caso de Mariano Rajoy, él iba como testigo pero el trato que se le ha dado ha sido de acusado. Los españoles no querían saber si había visto algo, lo importante era conocer su grado de implicación con esta trama. Los casos de corrupción dentro del PP son tremendos. Que desaparezcan discos duros o que se destruyan pruebas es patético. Da una imagen pésima, pero no es decisivo en el momento en el que el ciudadano vota. En España ha existido una gran tolerancia con la corrupción. Hay mucha cultura de trabajar sin pagar impuestos. Con la crisis han crecido las desigualdades y los españoles ya no lo toleran tanto. ¿España vive una situación límite en lo que a la corrupción se refiere? Sí, pero más límite sería si los diferentes casos no

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se juzgaran. Creo que no existe impunidad y que los que han robado terminarán pagándolo. Lo importante es que se depuren responsabilidades, se pase página y España se convierta en un país en el que todos los partidos jueguen limpio y no se toleren corruptelas. Muchas veces creo que el retrato que se hace en los medios de comunicación españoles sobre la situación es demasiado gris. Existe sobreinformación acerca los temas de corrupción y esto hace que el ciudadano piense que España es un país podrido, algo que no creo que sea cierto. Convivimos con otras realidades positivas, pasan cosas buenas y la gente tiene derecho a saberlo. Un asunto que tristemente ha unido a Francia y a España ha sido la lucha contra ETA. Le Monde tuvo un papel activo en este tema. Según sus informaciones, ¿hasta dónde llega la implicación del Gobierno de Francia en el desarme de la banda terrorista? Hasta donde yo sé, es inexistente. ¿Nada? Que yo sepa. El Gobierno de Francia ha mantenido la misma postura que el español. Es un tema que no ocupa espacio en los medios franceses y tampoco influye en el electorado. Aunque sea duro decirlo, el terrorismo de ETA ha sido un problema de España. Durante años, los miembros de la banda se refugiaron en territorio francés, pero esta vía se cortó con la llegada al poder de Fran-


çois Mitterrand. Francia no tiene interés en realizar ninguna gestión que no cuente con el beneplácito de España. ¿Qué le parece la gestión que ha hecho el actual Gobierno de España del final de ETA? Intentan mantener una postura firme contra el terrorismo, pero tarde o temprano van a tener que tomar medidas como el acercamiento de los presos a cárceles del País Vasco. Cuesta verle algún tipo de justificación a la dispersión. Cuando usted llegó a España, el ánimo independentista de un sector del pueblo catalán era algo secundario en la actualidad nacional. Con el tiempo, se ha convertido en un tema central. ¿Cómo lo ve? Estoy a la expectativa de lo que pueda pasar en octubre. El Gobierno de España lo ha gestionado muy mal y veo complicado que algún día no se celebre el referéndum de independencia de Cataluña por culpa de sus errores. No entiendo como en 2012, cuando Artur Mas fue a la Moncloa a pedirle a Mariano Rajoy el pacto fiscal, este

se lo negara y no diera explicaciones. Ni siquiera ofreció una rueda de prensa. España estaba en una situación económica difícil y es obvio que no podía concedérselo, pero ¿por qué al menos no salió y lo argumentó? Un presidente no puede hacer la vista gorda cuando tiene un millón de personas manifestándose en Cataluña mostrando su descontento. La falta de respuestas del gobierno central a la campaña de propaganda de los partidos catalanes han hecho que el independentismo crezca. Artur Mas fue a por una respuesta política para un problema político y Mariano Rajoy hizo como que no pasaba nada. Entiendo que eso dé pie a que los catalanes quieran, tal y como ellos dicen, desconectarse del Estado al no sentirse representados o simplemente tomados en cuenta por los que gobiernan desde Madrid. Ahora creo que es muy complicado reconducir la situación sin que se vote. Ha tratado para Le Monde la entrada de inmigrantes a España a través de la valla de Melilla y ha sido crítica a este respecto con el Gobierno. Francia también vive una situación tensa en Ca-

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«Al PS le han hecho entre Macron y Mélenchon la pinza que en España le quisieron hacer al PSOE. En Francia les ha funcionado»

lais con los indocumentados que intentan llegar al Reino Unido a través del eurotúnel. ¿Qué diferencias y similitudes encuentra entre estas dos problemáticas? La situación es dramática en ambos casos, pero la principal diferencia es que en el caso de Calais estamos ante personas que quieren abandonar Francia y en el de Melilla o Ceuta es gente que trata de acceder a España. El gobierno francés tiene un acuerdo con el británico para proteger su frontera y por otra parte tienen el deber de garantizar que estas personas tengan unas condiciones mínimas para vivir. Se ha intentado reubicarlos en diferentes puntos de Francia y ellos no quieren, puesto que están en Calais solo de paso. En el caso español, hay otro agente implicado como es Marruecos, que no tiene el mismo nivel de respeto de los derechos humanos que se exige en la Unión Europea. Es una situación comparable a la de Turquía con la frontera siria. Europa con el gobierno turco ha seguido el ejemplo de España con el marroquí. Se ha trasladado el problema a Turquía y a Marruecos para que controlen a los inmigrantes que quieren entrar en el continente. Sobre el aborto, ha señalado que en Francia ningún partido se tomaría en serio las demandas que quiso satisfacer el Gobierno del PP en España. ¿Cree que el país ha vivido una involución

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en temas sociales desde la llegada de Mariano Rajoy a la Moncloa? Ha existido un intento por parte del PP de volver atrás sobre varias medidas que se tomaron a nivel social en la época de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. La reforma del aborto no reflejaba en absoluto el pensamiento de la mayoría del pueblo español y ley mordaza se ha utilizado, entre otros casos, en contra de la libertad de información. Por suerte, ha existido una gran presión, han tenido que rectificar en muchos casos y no se ha llegado a la involución. ¿Cómo se ve que España tenga a un autócrata en un mausoleo? El Valle de los Caídos es sórdido. Donde debería existir un lugar de divulgación sobre lo que sucedió en la Guerra Civil está la tumba del dictador. Es surrealista decir que es un monumento a la reconciliación. Sorprende mucho a una persona como yo que llega de otro país y es increíble es que todavía existan ciudadanos que justifican a Franco. Se me antoja difícil decir algo positivo sobre lo que significaron los cuarenta años de dictadura para España. Los perdedores de la Guerra Civil fueron los republicanos y muchos aún están buscando a sus familiares en las fosas sin ayudas del Estado, algo que es vergonzoso. Ahora bien, los vencedores morales también son ellos. Socialmente, es mucho más humillante ser des-


cendiente de alguien del bando fascista, mientras que ser nieto de un republicano es motivo de orgullo. Por higiene moral, creo que terminarán sacando a Franco del Valle de los Caídos. ¿Qué imagen se tiene en Francia de la monarquía española? Me atrevería a decir que se ve como algo folclórico. Es un tema que sale más en las revista del corazón que en los diarios de información. En tono de broma, los franceses decimos que siempre hemos querido un presidente que fuera un rey. Hollande tuvo una popularidad muy baja desde sus inicios porque quería ser un ciudadano normal, como decía él mismo. Macron, que se inspira en la simbología monárquica, es presidente y además se lo cree. Lo que no entendí y me pareció un error es que dejaran a Juan Carlos I fuera de las celebraciones del cuarenta aniversario de la Transición. Pasará a la historia por ser el rey que permitió que España pasara de una dictadura a una democracia y no por Corina u otras polémicas. Francia ha vivido un año político muy intenso. Ha ganado las elecciones un partido que hasta hace bien poco no existía y las formaciones tradicionales se han visto desplazadas. ¿Qué va a representar la llegada de Emmanuel Macron al Elíseo? Es aún un misterio. En lo laboral, con Hollande ya se realizó una reforma parecida a la española. Macron está negociando cambios en el mercado de trabajo pero lo está haciendo con los sindicatos y no a espaldas de ellos. Tiene que tener por seguro que tendrá movimientos de protesta, como ocurre siempre que se toca algo relacionado con el trabajo, y por ese motivo está tramitando sus cambios por la vía rápida y con menos debates parlamentarios para evitar que las calles ardan durante meses. Es joven, más sensible al mundo de las empresas emergentes y tiene una visión distinta del mercado laboral en comparación con sus predecesores. Su objetivo es reducir el paro, impedir las deslocalizaciones en el sector industrial y realizar un proceso de adaptación a los empleos del futuro. En lo ideológico es socioliberal. Quiere combinar la defensa de los derechos sociales con la flexibilidad. No es nada dogmático. Sus oponentes dicen que carece de ideología y que representa a los grupos de presión. Él se presenta como un dirigente pragmá-

tico. Aunque ningún trabajador lo quiera oír, es de los que piensa que en Francia se terminaron los trabajos para toda la vida o las grandes ofertas públicas de empleo. Los socialistas franceses apuestan por una renta mínima universal, pero Macron tiene una visión que se asemeja más a Ciudadanos. Está a favor de que exista mayor flexibilidad en las empresas, ya que estas lo necesitan en función de la carga de trabajo que tengan. El país necesita un debate en profundidad sobre en qué dirección va nuestro mercado laboral y sobre cómo afectarán las nuevas tecnologías. En el aspecto internacional, él considera que Francia no recuperará el protagonismo que merece si no respeta los pactos de estabilidad europeos y reduce el déficit público. Por lo tanto, está decidido a hacer sus reformas por la vía rápida. La Alemania de Merkel ha tomado la delantera por presentarse como el único país serio, con pleno empleo y superávit. Macron quiere controlar el gasto para volver a ser el motor de Europa. Cree en la grandeur de la France, algo que se echaba de menos, y apuesta por una Francia abierta al mundo y no cerrada en sí misma. Vistas las dos opciones que había en la segunda vuelta de las elecciones, nadie se puede quejar con el resultado. El Frente Nacional hubiera sido terrible para Francia y Europa. ¿Cree que el PSOE puede verse en una situación similar a la de los socialistas franceses en futuras citas electorales o no corre ese riesgo? Creo que lo han evitado y ahora lo veo difícil. Al PS le han hecho entre Macron y Mélenchon la pinza que en España le quisieron hacer al PSOE. En Francia les ha funcionado. Ha sido recurrente en España la comparación entre Podemos y el Frente Nacional. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian? Relacionar a Podemos con el Frente Nacional es ridículo y simplista. La formación morada es muy próxima a Mélenchon y este tiene como punto en común con el Frente Nacional que son euroescépticos. En el futuro, ¿podría llegar a presidir Francia un candidato del Frente Nacional? Todo es posible, aunque va a ser complicado. Además, las guerras internas que tienen los van a debilitar mucho. Aunque un tercio de los fran-

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«Francia tiene un problema con el racismo. Es más difícil encontrar un trabajo para un magrebí que se llama Mohamed que para un francés blanco»

ceses puedan compartir sus tesis, confío en que el sistema electoral a dos vueltas haga que siempre se movilice una mayoría en contra del Frente Nacional. Para que esto se cumpla, el candidato alternativo no debe provocar un gran rechazo. Si Fillon, que es ultraliberal, o Mélenchon, que pertenece a la izquierda radical, hubieran llegado a la segunda vuelta, no hubiera estado segura de la derrota de Marine Le Pen. Habría resultado complicado movilizar a sus respectivos seguidores para que votaran en contra de la candidata del Frente Nacional. El terrorismo yihadista lleva varios años golpeado Francia con fuerza. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Es un tema complicado que no atiende a un solo motivo. Francia tiene una gran proporción de ciudadanos que son musulmanes por las colonias del Magreb y de otros lugares de África. Esto aumenta la probabilidad de tener dentro del país a jóvenes que se dejan radicalizar por salafistas, o por el autodenominado Estado Islámico. La falta de oportunidades a nivel sociolaboral también es determinante. Por otro lado, existe un problema claro de integración que tiene que ver con la arquitectura. Se han creado guetos a las afueras de las grandes ciudades donde viven miles de personas en pisos pequeños sin zonas de ocio y excluidos a nivel social. Cuando se les hizo llegar después de las independencias de las colonias a algunos les pareció una buena idea y una solución rápida a los problemas de alojamiento, pero fue un error tremendo.

descontento. Muchos de los que están participando de esta locura son jóvenes, de familias desestructuradas, fácilmente influenciables y propensos a entrar en una secta. Ese es el caldo de cultivo. Son chavales que de pronto tienen una causa por la que dar su vida. Quizá en eso se parezca un poco a lo que ha pasado con ETA. ¿Cree que tiene solución? Hay que tocar madera. Parece que el ritmo de atentados ha descendido. Tiene más relación con lo que ocurre en Siria o Irak. Mucha gente cree que no sirve de nada intervenir allí porque los que perpetran los ataques son lobos solitarios, pero parece que si los debilitas en el origen les cuesta más realizar operaciones de envergadura en suelo europeo. Si me hubieras preguntado hace un año, te habría dicho que esto era una pesadilla que no se iba a acabar nunca, pero ahora tengo la esperanza de que se acabe pronto, de que el Estado Islámico sea parte del pasado antes de lo que pensábamos. Quién sabe. Ojalá

Además, Francia tiene un problema con el racismo. Es más difícil encontrar un trabajo para un magrebí que se llama Mohamed que para un francés blanco. Las discriminaciones nutren este

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Evolucionismo, relativismo y la distribución diferencial del duelo público Por Ándel del Palacio Tamarit

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n 1947, la Asociación Americana de Antropología (AAA) rechazó apoyar la Declaración Universal de los Derechos Humanos redactada por las Naciones Unidas. ¿Por qué la AAA, una organización cuyo objetivo es promover la comprensión y el respeto hacia otras culturas a través de la investigación antropológica, se negaba a respaldar una declaración que buscaba proteger la dignidad y la libertad de las personas sin discriminación alguna? Así se pronunciaba la AAA al respecto: "El tutelaje ejercido por el hombre occidental se justifica bajo razonamientos que colocan a estas poblaciones en condición de inferioridad cultural y atraso intelectual, acusándolas de poseer una mentalidad primitiva. Así, la historia de expansión de Occidente ha estado marcada por la continua privación de derechos y la desintegración del pueblo sobre el que se establece la hegemonía". Según la AAA, estos derechos centrados en el individuo no eran universales, sino eurocentristas, y su aceptación podía implicar ignorar las distintas formas de resolver la subsistencia, y la organización política y social de otras culturas diferentes, por lo que la supuesta universalidad de los derechos humanos sería en realidad una imposición occidental. Este enfoque de la antropología, denominado "relativismo cultural", llevado al extremo supone aceptar vulneraciones a los derechos humanos como la ablación del clí-

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toris a mujeres y niñas en muchos países del mundo, el matrimonio infantil, etc., por ser costumbres o tradiciones de otras culturas. A pesar de las claras implicaciones negativas de este enfoque, hay que contextualizarlo, ya que en cierto modo constituía una respuesta a la corriente evolucionista, según la cual Occidente era el estadio más avanzado culturalmente, por lo que definía al resto de culturas no occidentales como inferiores, atrasadas o primitivas. El evolucionismo era una corriente antropológica en connivencia con el colonialismo, porque legitimaba las relaciones de explotación de Occidente sobre esas culturas "primitivas", justificaba el tutelaje paternalista del occidente racional. En este sentido, el racismo jugó un papel preponderante al avalar el dominio colonial a finales del s. XIX y principios del XX, e influyó asimismo en la corriente evolucionista, antes de que la noción de raza fuera descartada dentro de las ciencias sociales. El relativismo cultural, aunque trata de compensar la balanza, considera las culturas de otras sociedades como homogéneas, estáticas, atemporales e impermeables, sin relación con otras culturas. En realidad, las culturas son dinámicas, porosas, se solapan, se influyen unas a otras, y dentro de cada una de ellas existen fuerzas en oposición, individuos o grupos que disien-


ten con normas o poderes establecidos dentro de su propia cultura y resisten para cambiarlos. La popular metáfora choque de civilizaciones, que sirve para designar un conflicto y supuesta incompatibilidad entre el conjunto de Occidente y el conjunto del islam, tiene en común con el enfoque relativista esta concepción de la cultura como algo impermeable y encerrado en sí mismo. Al contrario de lo que la gente suele pensar, las metáforas no siempre son liberadoras, también nos constriñen a pensar de una determinada manera. En este caso, presupone dos identidades extrínsecas que se harían añicos al chocar antes que mezclarse. La realidad es mucho más compleja. Existen, por ejemplo, organizaciones musulmanas LGTBI. En Occidente, y sobre todo a partir de los atentados contra las Torres Gemelas, han surgido partidos políticos, movimientos y medios de comunicación con discursos islamófobos que equiparan islam con terrorismo islamista o yihadista. También, a raíz del incremento de las invasiones y guerras de Occidente en Oriente a partir del 2001, el yihadismo parece haber ganado más adeptos. El apelativo de guerra contra el terrorismo con que se ha dado a conocer estas intervenciones militares lideradas por Estados Unidos en respuesta al 11S ha sido criticado puesto que en los intereses bélicos, aparte de los motivos antiterroristas, han tenido cabida intereses econó-

micos, ajenos a la defensa de la libertad invocada por Bush. Por ejemplo, los decretos de Paul Bremer, director de la Autoridad Provisional de la Coalición, estipulaban para Irak, tras su invasión, "la plena privatización de las empresas públicas, plenos derechos de propiedad para las compañías extranjeras que hayan adquirido y adquieran empresas iraquíes, la plena repatriación de los beneficios extranjeros […] la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, la dispensación de un tratamiento nacional a las compañías extranjeras y […] la eliminación de prácticamente todas las barreras comerciales (A. Juhasz, citado en Harvey, 2007: p. 13). La imposición de "democracia" con un gran sesgo neoliberal constituye una idea muy particular de libertad, basada además en la falacia de unas armas de destrucción masiva inexistentes. La guerra de Irak produjo más de 100.000 víctimas civiles iraquíes del 2003 al 2011, más que las 72.000 víctimas de terrorismo yihadista en todo el mundo desde el año 2000 al 2014, según los datos de Global Terrorism Database. Y esto solo con la guerra de Irak. Habría que sumar también las guerras e intervenciones en Afganistán, Libia, Yemen, Pakistán, Somalia, Siria y Filipinas. La mayoría de las víctimas de terrorismo yihadista son musulmanas: el 87% de los atentados islamistas

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se producen en países de mayoría musulmana. Occidente ha causado con sus intervenciones militares más víctimas civiles, o "daños colaterales", en países de mayoría musulmana que el terrorismo yihadista en todo el mundo: ¿no es contradictorio que la guerra contra el terrorismo cause muchas más víctimas inocentes que el terrorismo contra el que supuestamente lucha? ¿Qué nos hace sentir horror por la violencia cometida contra unos y justificar la violencia cometida contra otros? Esta es la pregunta que se hace Judith Butler en su libro Los marcos de guerra: las vidas lloradas. La distribución diferencial del duelo público tiene una gran importancia política, explica Butler, porque de alguna forma hace que veamos justificable la violencia estatal perpetrada contra otros estados o personas vistos como subhumanos o primitivos y nos horroricemos cuando la violencia es infligida a otras vidas. Los marcos epistemológicos a través de los cuales se produce la humanidad en el discurso de los medios de comunicación está cargada de una idea secular de libertad y progreso. Este marco concibe la cultura occidental como el estadio más avanzado de evolución cultural, que se corresponde con lo que significa "ser humano"; así pues, por debajo quedarían todas las demás culturas consideradas premodernas y atrasadas por sus creencias o costumbres religiosas. Desde esta perspectiva, se concibe el islam como una ame-

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naza a la humanidad, irracional y atrasado. Esto es lo que impide el reconocimiento del sujeto musulmán como una vida humana digna de ser llorada. El relativismo cultural, que de alguna manera subrayaba el principio de no intervención sobre otras sociedades al rechazar la universalidad de los DD. HH., no andaba desencaminado al desconfiar de la máscara humanista: la democracia y, más concretamente, la democracia neoliberal, si es que no es un oxímoron, es una mercancía exportable que se instaura por la fuerza invocando la libertad. La democracia neoliberal es la "solución perfecta" a ese dilema sobre a quién o a qué respetar y proteger (¿individuos o culturas?), puesto que consiste en reducir lo social y lo público a su mínima expresión, y formar una sociedad de individuos "libres" que se relacionan de forma privada por las reglas del mercado; reunidos pero separados. Luchar contra la barbarie con el barbarismo es contradictorio. Hay barbarie dentro de todas las sociedades o culturas, y hay que combatir el aberrante terrorismo yihadista, pero el medio de erradicarlo no puede causar más violencia que la que se trata de erradicar: es necesario establecer alianzas inter y transculturales que ejerzan presión en lugar de invadir o iniciar guerras que afecten al conjunto de la población. Estoy de acuerdo


«Algunos podrían alegar que es iluso abrir las puertas o conceder asilo a todos los que llegan a Europa, sin embargo, son países pobres los que más refugiados acogen en el mundo»

con la siguiente reflexión de Marjane Satrapi, la autora iraní del cómic Persépolis: "El mundo no está dividido entre este y oeste. Tú eres americano, yo soy iraní, no nos conocemos, pero hablamos y nos entendemos el uno al otro perfectamente. La diferencia entre tú y tu gobierno es mucho más grande que la diferencia entre tú y yo. Y la diferencia entre yo y mi gobierno es mucho más grande que la diferencia entre yo y tú. Y nuestros gobiernos son prácticamente lo mismo". Las poblaciones de los distintos países deben posicionarse en contra de las guerras que quieran iniciar o apoyar sus gobiernos, distanciarse de ellos, porque la violencia estatal siempre es más tolerada y justificada que la ejercida por individuos o grupos. Según el informe Tendencias globales de ACNUR del 2016, existen 65,6 millones de personas desplazadas en el mundo, la mayor crisis migratoria desde la II Guerra Mundial. Las muertes en el Mediterráneo han consternado a muchos, pero la crisis migratoria europea, agudizada por la guerra en Siria que de momento ha dejado 5,5 millones de refugiados, también ha asustado a otros muchos. La islamofobia en Occidente ha tomado nuevo aliento. Se han levantado vallas y muros fronterizos antiinmigración por toda Europa: en Grecia con Turquía (2011-12), en Bulgaria con Turquía (2014-16), en Hungría con Serbia (2015), en Hungría con Croacia (2015), en Austria

con Eslovenia (2015-16), en Macedonia con Grecia (2015-16), en Eslovenia con Croacia (201517), en Letonia con Rusia (2015-), en Estonia con Rusia (2015-), en Noruega con Rusia (2016-17). A estas vallas hay que sumar las que ya existían en Ceuta (1993) y Melilla (1998) en España, y la del puerto de Calais en Francia (2001-17). Algunos podrían alegar que es iluso abrir las puertas o conceder asilo a todos los que llegan a Europa, sin embargo, son países pobres los que más refugiados acogen en el mundo. Solo se encuentra Alemania en la lista de los diez países del mundo que más refugiados acogen. Turquía es el que más refugiados acoge: 2,8 millones, después siguen Pakistán, Irán, Etiopía, Jordania, Kenia, Uganda, Alemania y Chad. Debemos reflexionar "sobre cómo nuestros privilegios están ubicados en el mismo mapa que su sufrimiento, y pueden estar vinculados —de maneras que acaso prefiramos no imaginar—, del mismo modo como la riqueza de algunos quizás implique la indigencia de otros" (Susan Sontag)

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Una mirada lenta al sudeste de Asia Por Vanessa Power Matteo FotografĂ­as de Luis Maldonado Moncada


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odavía recuerdo la sensación al bajarme de aquel avión cuyo trayecto parecía interminable. Pisé el aeropuerto de Bangkok y una ráfaga de clima tropical y desorden de ese llamado tercer mundo invadió todos mis sentidos. Me vi confundida, me peleaba entre la nostalgia de sentir ese calor húmedo del trópico donde nací y la alegría desbordada de cumplir un sueño que llevaba años retumbando en nuestras cabezas: Luis y yo estábamos por fin en Asia. Atrás había quedado el escritorio de oficina al cual estuvimos atados por muchos años, los muebles de una casa que fue nuestro hogar y que al final terminaron siendo solo eso, muebles. Solo teníamos una mochila de catorce kilos a cuestas y unas ganas rabiosas de recorrer el mundo y no rendirle cuentas a nadie. El hogar lo llevábamos dentro y más adelante entenderíamos que lo podíamos instalar en cualquier sitio. Llegamos a Asia y se nos tambaleó el alma; teníamos frente a nosotros una libertad ansiada y un continente pasmosamente extraordinario. A partir de ese momento dejamos que nos guiara nuestra intuición, que la vida misma nos llevara de la mano y nos fuese alejando de rutinas y prejuicios. Llegar a Tailandia fue toda una revelación a la vez que una contradicción: sentíamos todo tan lejano y a la vez tan cercano. Entender lo que nos decían era una tarea ardua; sin embargo, reconocíamos ese viento tropical, las flores de hibisco coloridas, el verde incansable y abundante que nos acompañaron por muchos años de nuestras vidas por allá cerca del mar Caribe. Veíamos nuestras raíces en cada fruta, sentíamos el olor característico de esos lugares donde reinan el calor y las flores salvajes. Allí, en el otro lado del mundo, fuimos a reencontrarnos, sin saberlo, con mucho de lo que ya conocíamos, aunque allí haya ojos achinados y vocablos imposibles. Tailandia, durante sesenta días, nos habló de budismo, de una estética impecable y de gente que parece tener la sonrisa tallada en el rostro. Recorrimos el país budista de norte a sur, pasando por selvas tupidas, ciudades caóticas y llenas de templos. Nos subimos a sus trenes de catorce horas de recorrido, navegamos por el mar de Andamán en un barco al que le crujía cada esquina y atravesamos la anarquía de las calles de Bangkok en buses donde todos sus pasajeros gritaban en tailandés. Rápidamente declaramos nuestro amor a Tailandia y aún hoy el olor de su curry con leche de coco nos acompaña.

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En la página anterior: Templo Kek Lok Si. Penang, Malasia Arriba: Interiores del templo Wat Pho. Bangkok, Tailandia Abajo: Wat Chaiwatthanaram. Ayutthaya, Tailandia

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En esta página: Torres Petronas. Kuala Lumpur, Malasia En la página siguiente: Plantaciones de té. Cameron Highlands, Malasia

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Un par de meses más tarde, llegaba el momento de cruzar la frontera hacia Malasia. Malentendidos en medio de sellos, pasaportes, largas colas y un calor abrasador nos llevaron a pensar por unas horas que el segundo país de nuestra ruta asiática no nos abriría las puertas. Una tailandesa musulmana de sonrisa pacífica y velo en el pelo se convirtió en nuestra heroína sin nombre. Pisamos Malasia y nos enamoramos perdidamente de su diversidad, sus calles que albergan templos chinos a la vez que mezquitas musulmanas. Durante los más de noventa días que lo recorrimos, ese país nos enseñó que no importa cuán abierta tengamos la mente, siempre hay cabida para abrirla un poco más. En Malasia aprendimos que hablar malayo puede no ser tan complicado, que el té negro con leche condensada es adictivo, que hay inciensos del tamaño de una persona y que las Torres Petronas emocionan a cualquiera. Vivimos el año nuevo chino rodeados de luces, dragones danzantes, lámparas rojas de papel y gente contenta. Quedamos pasmados ante los treinta y siete metros de estatua que erigieron para la diosa Kuan Yin en la isla de Penang. Vivimos de cerca el ramadán y la fe musulmana a la par que disfrutamos con gente local de los banquetes de comida que empezaban justo cuando el sol se ocultaba. Nos perdimos entre enormes plantaciones de té que nos regalaron un verde intenso que jamás olvidaremos.


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Al irnos de Malasia, le tocó el turno a Singapur, ese pequeño gigante que es moderno a rabiar, donde mascar chicle estuvo prohibido por años y las calles presumen de pulcritud. Los edificios batallan entre ellos por ganarse la medalla al más innovador y la lista de prohibiciones por parte de un gobierno autoritario es casi tan larga como su bahía. Todavía nos encandilan las luces de sus edificios, las vitrinas de lujo y nos apabulla el recuerdo de aquel hotel de más de ocho billones de euros y 2500 habitaciones que parecía desplomarse encima de ti cuando te inclinabas para verlo. Sin embargo, también nos acompañan recuerdos de un Singapur auténtico, con profundas raíces chinas, con su barrio indio colorido y un chicken rice para chuparse los dedos. Cruzamos el mar de Java y dejamos atrás el centro del sudeste asiático para encontrarnos con el país que nos removió el alma y que aún hoy, después de meses de haber salido de él, resuena en nuestros pensamientos y nos acelera el ritmo cardíaco. Indonesia nos tocó en lo más profundo; nos sirvió de catarsis, nos dio una bienvenida caótica que a su vez sirvió de preámbulo para uno de los recorridos más maravillosos que hemos tenido por el país que se convertiría en nuestro eterno favorito. Allí nos sentimos minúsculos entre templos antiguos y volcanes que nos dejaron perplejos. Prambanan, un conjunto de templos hinduistas en medio del país con la población musulmana más extensa del planeta, te muestra no solo diversidad sino también lo que es capaz de construir el hombre con tal de enviarles un mensaje claro a sus dioses. Cuando parece que nada pudiese ganarle a lo que acabas de ver, te topas con Borobudur, el templo budista más grande del mundo, el cual te hace hiperventilar y reafirmar que es mejor dejar que no te lo cuenten, verlo con tus propios ojos no se compara con nada. En Indonesia conocimos e intimamos con gente nativa, reafirmando nuestra teoría de que donde hay amor no importa religión, idioma o creencia; el lenguaje de las sonrisas es universal. Nos despertábamos al son del llamado al rezo musulmán, le escribíamos cartas de amor a la isla de Bali y logramos sentirnos dueños por varios días de playas desiertas de color turquesa brillante. Caminábamos por las calles incrédulos ante tantos indonesios que, al vernos foráneos, nos pedían tomarse fotos con nosotros como si de dos actores hollywoodenses se tratara. Subimos a la cima de un volcán para extasiarnos con el contraste de colores entre un lago azul y rocas de un amarillo casi fluorescente que ardían llenas de azufre. Describir la subida a la cima y la belleza que rodea al Kawah Ijen es prácticamente imposible. Ninguna foto le haría justicia y mucho menos una descripción escrita por muy poética que fuera. Aunque maravillados con su hermosura aplastante, también conocimos de cerca la realidad de trabajadores explotados que bajan al cráter del volcán sin ningún tipo de protección, aspirando gases tóxicos para luego subir llevando a cuestas ochenta80 kilos de azufre en cada viaje hasta la cima. Nos sentimos ridículos al quejarnos de nuestras vidas o trabajos mientras estos seres humanos tienen una esperanza de vida de no más de cuarenta y cinco45 años y las espaldas deformadas antes de los treinta. Todo esto para que ese azufre llegue a parar en nuestras casas en forma de fertilizantes o insecticidas.

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Arriba: BahĂ­a de Singapur Abajo: Prambanan. Yogyakarta, Indonesia

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En la página anterior: Cultivos de arroz. Bali, Indonesia En esta página: Cráter del volcán Kawah Ijen. Java, Indonesia

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Dejando un trozo de corazón en el país de las 17.000 islas, nos fuimos a Filipinas en búsqueda de más agua salada. En Manila nos encontramos una Asia llena de vocablos españoles, iglesias católicas y restaurantes de comida rápida al más puro estilo made in USA. Recordamos la anarquía que reina en algunas ciudades de Latinoamérica y llegamos a creer por unos minutos que nuestro avión se había desviado al otro lado del mundo. Huimos despavoridos de la capital para ir a ver con nuestros propios ojos lo generosa que ha sido la naturaleza con Filipinas al regalarle unos paisajes de escándalo, de esos que no se te borran de la retina ni queriendo. Comíamos mangos a cualquier hora del día, atravesábamos islas en buses minúsculos, sin aire acondicionado, atestados de vendedores ambulantes y de filipinos que se reían al ver que nuestras largas piernas no estaban hechas para sus medios de transporte. En Filipinas nos costó sentir una conexión real con el lugar, todo dejó de fluir como lo venía haciendo hasta que la vida y alguna que otra causalidad se encargaron de mostrarnos una isla que hasta el sol de hoy nos saca largas sonrisas y suspiros. Mucho nos costará olvidar esos días de aguas transparentes, donde el trabajo diario era contar medusas y estrellas de mar; donde los niños recogían erizos, nos los daban a probar para luego mantener largas conversaciones en idiomas inventados. En este país insular nos reencontramos con el pan, ese eterno ausente en gran parte de Asia. Pedíamos chicken adobo en cada carindería visitada, nos reíamos ante los carteles de “mais con yelo”, tomábamos helado morado de un tubérculo llamado ube y saltábamos de isla en isla sin poder decidir cuál era más paradisíaca. Con los dedos arrugados de tanta agua y cansados de macerarnos en sal y arena, dimos un salto hacia la selva con más biodiversidad del planeta. En la isla de Borneo brincamos de alegría al ver por primera vez en nuestra vida orangutanes sin rejas de por medio. Nos maravillamos viendo a monos narigudos y presenciando el encuentro entre el mar, la montaña y los bosques en el parque nacional Bako. Nos perdimos en las profundidades de una selva salvaje y majestuosa. Esa selva que por negligencia del ser humano hoy se ve amenazada y podría desaparecer en el año 2020 si no paramos la barbarie y hacemos algo por cambiar las estadísticas de espanto.

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Arriba: El Nido, Filipinas Abajo: Parque nacional Bako, Borneo malasio En la página siguiente: Isla de Bantayan, Filipinas

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Salimos del Borneo malasio rumbo a Camboya para encontrarnos con sus calles repletas de polvo, pobreza por doquier y un pueblo que pide a gritos que no se eche al olvido su historia y toda la masacre llevada a cabo por los Jemeres Rojos. Escuchamos testimonios de gente que lo perdió todo, que vivió la crudeza de un ejército sin piedad pero también presenciamos las ganas que tiene el camboyano de seguir luchando, de perdonar pero no olvidar. En Camboya nos topamos con una de las joyas más relucientes de todo el planeta: la ciudad antigua de Angkor. La recorrimos durante tres días subidos a una bicicleta que rechinaba, andando por caminos interminables bajo un sol inclemente; pero es que nada es demasiado duro cuando de experimentar la magia de Angkor se trata. Ese lugar donde durante años la naturaleza sirvió de protectora para una arquitectura perfecta y que despide tanto misticismo y grandeza; te pone la piel de gallina. En el país situado entre Tailandia, Vietnam y Laos, recorrimos pueblos rurales mientras aprendíamos a hacer vino y papel de arroz, comíamos dulces glutinosos con sabor a coco y reposábamos debajo de árboles plagados de los murciélagos más grandes del mundo. Hicimos amigos que nos llevaron en sus motos a recorrer pueblos y nos mostraban orgullosos la belleza que rodea su país. Llamábamos a la puerta de familias camboyanas para ver cómo hacían sus noodles caseros y pasábamos las tardes admirando la inmensidad del río Mekong. Algunos meses han pasado desde nuestro recorrido y aún seguimos atormentando a amigos y familiares, disculpándonos por poner siempre la palabra Asia al inicio de cualquier conversación. Y es que parece que fue ayer cuando nos parábamos frente

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a aquel mapamundi pegado en nuestro apartamento del centro de Madrid, medíamos distancias con los dedos y veíamos cuánto mundo nos esperaba. Un recorrido de nueve meses por el sudeste asiático puede que no te cambie la vida, pero a nosotros sí que nos cambió la manera en la que ahora vemos nuestra vida. Hallamos una satisfacción máxima al juntarnos con la gente de cada lugar, adoptando sus costumbres en la medida de lo posible y alejándonos de resorts y hoteles de “todo incluido”. Aprendimos que el arraigo nos genera decepciones y ataduras. Encontramos que el moverse solo trae consigo amplitud y una lista muy larga de enseñanzas. Que no hay que irse lejos para encontrarse a uno mismo pero también que yéndonos lejos encontramos mucho sin apenas buscar. Que no es la cantidad de países que visites sino la manera de acercarte a ellos. Que seguiremos viajando lento, rápido, por tierra, por mar. Que no importa cómo, pero seguiremos viajando porque después de esto ya nunca seremos los mismos

En la pagina anterior: Templo Angkor Wat. Angkor, Camboya En esta página: Templo Bayon. Angkor, Camboya

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PEAKS: NO VAMOS A HABLAR SOBRE JUDY


Por Fran Sospedra Imágenes extraídas de los fotogramas de la tercera temporada

"Si está atrapado en el sueño de El Otro, estás jodido" (Derrida) Voy a establecer unas pocas pautas para llevar a término este artículo: hablar de la tercera temporada sin romper el velo de los spoilers. Es algo difícil que obliga a una aproximación sigilosa, oblicua, basada en acertijos al estilo de un ente de la logia, basada en sensaciones, impresiones. No tanto por respeto a los golpes de efecto de la trama (?), sino por respeto a las voladuras controladas con dinamita en la narrativa tradicional que lleva a cabo Lynch. La segunda pauta es la opuesta: nada acerca del viejo Twin Peaks, incluyendo la película; queda fuera del campo, se da por sabido. Aunque tal vez no debe tenerse por seguro, ya que el nuevo acontecimiento reescribe en parte ese pasado, en ocasiones literalmente. ¿Es este el pasado, o es el futuro? Tampoco vamos a referirnos mucho a ese pasado ya que la propuesta es radicalmente distinta. Aunque tanto el capítulo final de la serie como "Fuego camina conmigo" pueden considerarse el capítulo 0 de la nueva serie. La última y tercera pauta es simple: queda prohibida la nostalgia. Es algo que, aparentemente, el dúo Lynch-Frost ha seguido. Tal vez, de las dieciocho horas de metraje, haya a lo sumo media hora de fan-service, tal vez menos. Se trata de una obra tremendamente rompedora, valiente,

actual, iconoclasta, que dialoga con su pasado pero también con sus vástagos audiovisuales y que tiene un espíritu muy concreto: subvertir la televisión desde dentro frustrando continuamente nuestras expectativas e ideas preconcebidas, incluidas las nuevas expectativas que la propia serie va generando. En ese sentido, comparte la agenda oculta de la serie madre que subvertía géneros desde sus propios códigos, pero lo lleva mucho más lejos, adaptado a un panorama histórico y audiovisual que ha mutado, y contando con un margen mayor de libertad para la radicalidad. Y tal vez sirviendo un deber de ejercer esa radicalidad, algo tan raro como encontrar una rosa azul. Partiendo de la más pura subjetividad, para mí esta temporada gira en torno a temas como el mal, su expansión sutil y global, la identidad, la imagen especular, la profunda extrañeza que irrumpe en la realidad cotidiana, la imposibilidad de habitar el pasado, de quedar atrapado por él o escapar al bucle, y acerca de la propia naturaleza de lo real, lo narrado, lo percibido. Tenemos que pensar dos veces ante lo que vemos: ¿estamos ante el pasado o ante el futuro, o es una estructura circular cual cinta de Moebius? ¿Se desenvuelven tramas aparentemente cronológicas en sutiles saltos temporales? ¿Qué reflexión arroja esta serie sobre la identidad, los döpelgan-

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gers o dobles? Más allá de la enorme expansión de la mitología supernatural, de la profundización en los temas esotéricos y oníricos, es la realidad la que nos produce una mayor desazón. La serie supone un desafío continuo al espectador; comienza desplegando el mundo interior de Twin Peaks en un escenario globalizado, con multitud de escenarios, relegando a dicha localidad a un punto neurálgico y especial, pero no único, traicionando desde el principio a la legión de fans que querían más de los mismos personajes, con un mismo esquema narrativo de misterio atroz más costumbrismo mágico con resolución satisfactoria (Lynch sabe que no hay nada más insatisfactorio que una conclusión satisfactoria si queremos habitar en el misterio para siempre). Twin Peaks no permanece inerte, ha cambiado, y personalmente me preocuparía que no fuera así. Se percibe un inicial titubeo que necesita de tiempo para encontrar su ritmo y su tono debido a esa estructura altamente subversiva que se resiste a fórmulas y a que aúna elementos diversos de Fuego camina conmigo y de Twin Peaks, por lo que tarda en encontrar el lugar adecuado para el humor, pero alcanzándolo al poco, y siendo mucho más fiel a la aproximación de la película, explorando su cosmología, su dureza, su ambiente oscuro. Una manera de matar dos pájaros de una sola pedrada. Excepto en contadas excepciones que no se añoran (Donna), algún caso en que sí (tengo cierta debilidad por Chester Desmond del FBI) y uno o dos casos con tramas altamente desconcertantes, los personajes no han sido borrados o marginados, ni siquiera por causa de muerte; hay suficiente presencia que nos conecta una red más vasta con el micromundo que conocíamos, y en algunos casos su presencia emociona o sorprende. Se le puede achacar en su arranque una frialdad natural si la comparamos con la emotividad exacerbada, la carga dramática y la conexión emocional con la víctima, con Laura, con lo trágico y lo trucu-

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lento de su caso, una vinculación que se nos niega en gran parte. No se trata de que Laura no impregne cada centímetro de metraje, pero en una serie que acabó con un cliffhanger de 25 años (How is Annie?) con el buen Cooper atrapado en la logia y Bob libre en el mundo, los distintos avatares de Cooper son los protagonistas absolutos, enfrentados en un juego de espejos y paralelos. Magritte es una enorme influencia, pero, más que una estética onírica, en su cualidad de preguntarse sobre el sentido y la identidad es lo que se impregna del artista belga cada fotograma. "No me pregunten quién soy ni me pidan que siga siendo el mismo", dijo Foucault. Es algo que podría aplicarse a la serie y al personaje, y tal vez a nosotros mismos. Pero lo más interesante es la cualidad por la cual Lynch y Frost han ejercido una libertad tan completa que han dejado obsoleta gran parte de la ficción reciente. No se trata solo de que Twin Peaks: The Return se abra a múltiples capas de significado y de sensaciones a cada visionado, sino que reescribe y resignifica su pasado. Si volvemos sobre episodios de series de narrativa clásica que hoy se saludan como rompedoras, su sentido unívoco nos provoca una y otra vez las mismas sensaciones, con el efecto sorpresa perdido, y por comparación son decididamente convencionales. Aquí cada visionado nos sorprende,

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mueve diferentes elementos en nosotros. Si algo debemos saber sobre Lynch es que él no necesita, quiere. No necesita satisfacer al espectador, quiere provocarlo. En el gran podcast The Deer Meadow se comparaba esta temporada con el talmud. La Torá, en la tradición judía, es la palabra divina, cerrada. El talmud, en cambio, es un texto vivo de interpretaciones y discusiones, y cada cuestión viaja a través suyo por toda una gama de posibilidades. Respecto del mundo angustioso de la familia americana, pasamos a reinterpretar el horror del incesto y del atormentado personaje de Leland en una temporada en que la figura materna es recuperada, figura que había estado casi enteramente ausente del drama, simplemente enajenada, y que es restaurada en el tríptico familiar. La autoría total de ambos genios en libreto y dirección nunca había alcanzado tal nivel de compatibilidad. Lynch con su mundo interior, su intuición, su talento para lo visual. Frost como maestro de lo cotidiano, también como atento visualizador de algunos de los shows deudores de sus mundos, mientras Lynch permanece impermeable a modas. Pero también Frost como ufólogo aficionado capaz de juntar las visiones místicas de Lynch en una cosmología completa. No me extrañaría que el creador de la muy mun-


«Tal vez la física cuántica, el Tibet, los asesinos a sueldo y la tarta de cerezas tengan un lugar común en esta realidad»

dana Hill Street Blues tuviera algún grimorio de Aleister Crowley y relacionase los seres ultraterrestres con la magia, tal como hiciera Kenneth Grant (imposible no recordar su "zona malva"). Tal vez la física cuántica, el Tibet, los asesinos a sueldo y la tarta de cerezas tengan un lugar común en esta realidad. Qué es lo real. Qué es el sueño. Twin Peaks es en cierto modo un sueño colectivo y sus creadores saben que no son los únicos soñadores, que el universo de Twin Peaks está plagado de todas nuestras visiones, intuiciones, y en lugar de apropiárselo, nos regalan la experiencia de ser coautores de un mundo, de un universo en paralelo, tan real como el nuestro, y el nuestro, tan real como un sueño. Un sueño que nos habla: "Lo inconsciente está estructurado como un lenguaje", decía Lacan. La realidad es ensueño y los héroes no son si no seres perdidos en un mundo que no comprenden. Lynch y Frost nos ayudan a desaprender el heroísmo y localizar en lo mundano la auténtica resistencia al mal, lo que podríamos llamar el Tao del hombre común. Esperando al héroe impoluto, al Cooper de estilo Cary Grant, brillante, educado, inmaculado, nos conformamos y amamos lo que vemos mientras tanto. Un héroe de la no-acción taoísta sumergido en el kafkiano mundo real. Una no-acción a menudo malinter-

pretada, no tanto como pasividad sino como naturalidad, desapego, desapasionamiento, sencillez. El héroe descrito por Campbell en El héroe de las mil caras de camino mítico e iniciático es deconstruido, no sigue las etapas cronológicas de llamada, transformación, caída y regreso, y nos devuelve a los mortales al centro del relato. En contraposición, un Carl Rod (el genial Harry Dean Stanton) puede ser ese héroe que es un hombre común. Kyle MacLachlan nos ofrece una multiplicidad de recursos y facetas, de yoes múltiples, de matices desde el mal hasta el idiot savant, pasando por el pasajero en los mundos del ello freudiano, o del extramundano mundo esotérico, hasta dar en una improbable Las Vegas twinpeakesca con una acerada crítica del sueño América, del mundo de la familia de los suburbios, del mundo del trabajo, de nuestro mundo perfecto. Como decía Zizek: "Más allá de la ficción de la realidad, está la realidad de la ficción". Espejos deformantes en que la acción de los distintos avatares es circular y paralela, cruzándose en el camino, buscando quizá metas no tan diferentes, por medios y razones radicalmente distintas. Imágenes reflejadas que nos devuelven una sonrisa que no es la nuestra y nos hace cuestionarnos quién soy yo. Si Twin Peaks era un mundo idealizado con toques a los "felices" 50 de Eisenhower, bajo cuya

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«El controvertido final de la serie es un mecanismo de relojería contra el apego al pasado y la función heroica»

paz bulle una ignota corrupción al estilo de Blue Velvet (y que hoy en día parece rebrotar y plagar cada esquina de apocalípticos y desconcertantes individuos perdidos, jóvenes amenazantes y enfermizos), la multiplicación de escenarios nos abre el espacio a nuevos abismos cotidianos. Lovecraft visita el vecindario. Enfrentados a estos abismos, las fuerzas policiales locales, los ciudadanos de Twin Peaks enfrentados al caos lovecraftiano y al mal cotidiano de un pueblo cuya placidez se envenenó, o las fuerzas de un FBI convertido en asociación secreta y conjurada de iniciados, perdidos en el misterio. El famoso capítulo ocho es a la vez la historia de la creación, la metáfora de una desgarradura cósmica en la realidad, el lanzamiento de una bomba que abre la puerta a nuestros peores miedos, una fascinante ventana visual que recuerda al 2001 de Kubrik en su perfecta abstracción, el nacimiento de una leyenda y el reto de dos creadores audaces y de espíritu joven. Exigir una explica-

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ción de la metáfora equivale a pedir los componentes químicos de los colores que utilizó Van Gogh en La noche estrellada. Se dice que esta temporada es un compendio de toda la carrera lynchiana, pero con dos enormes referentes, Carretera perdida y Mullholland Drive. Ambientes, duplicidades, personajes desdoblados, piezas aparentemente aleatorias que sin embargo se ensamblan en un ejercicio de imaginación y desafío, sentido del horror, del absurdo, de lo oscuro, de la imposibilidad de redención, de lo improbable de borrar el pasado. Este es un viaje al que hemos de estar abiertos y, cuando lleguemos allí, nos daremos cuenta de que ya estamos allí. Habitamos en un mundo extraño. El controvertido final de la serie es un mecanismo de relojería contra el apego al pasado y la función heroica. Reescribir el pasado puede ser un trágico error o, tal vez, solo tal vez, una forma de


perdernos en un pozo de posibilidades imposibles. Lynch parece advertirnos contra nuestra fijación necromántica con Laura, o quizá su propia fijación, de nuevo visitando los territorios de Vértigo, donde el propio empeño del héroe que vive en el pasado fallido puede afectar al futuro desbaratando las leyes del universo creado por Lynch, traspasando los dominios del Hades, haciendo pulsar las supercuerdas cuánticas, perdiendo identidad, realidad, perdiendo pie en una sima más profunda, más terrible de lo que pensábamos. Desafiar al mal, recorrer el camino de vuelta, puede no ser la mejor de las ideas. El silencioso camino del héroe que ha perdido su lugar en el tiempo y el espacio nos muestra una fractura que es casi insoportable de tolerar. ¿Qué ocurre cuando se cierran las cortinas rojas, entre bambalinas, al final de la función?

pregunta es si estábamos preparados para aquello que nos han regalado Lynch y Frost. Como decía Kafka: "Llegados a cierto punto, no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar". Es el punto de Lynch, un punto de no retorno en su obra. Un magistral juego de manos. Futuro espectador, todos los días, una vez al día, dese un regalo. No lo planifique. No lo espere. Solo deje que suceda. Deje la puerta abierta a este universo

La pregunta no acaba de ser si era necesaria esta vuelta de Twin Peaks, o si las piezas encajan de una forma convencional en un final coherente. La

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RU MA NÍA

MERECE UNA OPORTUNIDAD


Texto por Iván Castillo Otero. Fotografías de Carla Faginas Cerezo e Iván Castillo Otero

Puerta de embarque del vuelo que une Madrid con Bucarest. Mucha gente con el abrigo en la mano. La temperatura era calurosa a escasos días para que comenzase noviembre, pero la previsión meteorológica decía que al aterrizar en la capital de Rumanía tendríamos unos diez grados menos. No se equivocaba. Se habían vendido todos los billetes, algo que no es extraño: los rumanos forman la comunidad de inmigrantes más numerosa de entre todas las que viven en España. Tras cerca de cuatro horas de viaje, unos agentes de aduanas con cara de pocos amigos analizaban nuestra documentación y la del resto de los pasajeros en la zona de llegadas del aeropuerto Henri Coandă (conocido también como aeropuerto de Otopeni). El precio del trayecto en taxi entre el aeródromo y el centro de la ciudad es irrisorio. Por ese dinero, en Madrid no sales ni del aparcamiento de Barajas. Muertos de frío esperamos a Tristan, que será nuestro casero durante unos días. Nos alquila un sencillo apartamento situado en el bulevar Nicolae Balcescu, cerca del Ateneo Rumano, el Teatro Nacional de Bucarest, el Museo Nacional de Arte o el Parque Cişmigiu. Es muy simpático. Habla un inglés claro y sobreactuado; vocaliza al máximo y acompaña cada palabra con un rosario de gestos. Nos cuenta que su mujer es la que gestiona más los alquileres, pero que su avanzado estado de gestación le impide realizar dicha tarea. Él nos sorprende al decirnos que es

agente de policía y que se dedica a labores de vigilancia en un edificio oficial. “Cuando llega algún inquilino, el jefe me deja escaparme un rato para recibirlos”, nos confiesa. Cae la medianoche sobre Bucarest. A dos calles del apartamento hay un supermercado que solo cierra un par de horas de madrugada. Elegimos la compra casi entre susurros para no romper el silencio que reina en el establecimiento. Los empleados son callados pero amables. Sus rostros cansados invitan a pensar que están en el último tramo de un largo turno. Salimos tras unos minutos y parece que el frío azota ahora con más rabia a la micul Paris (pequeña París), apodo que se ganó la ciudad en años posteriores a la Primera Guerra Mundial por la pompa de su élite social y su bella arquitectura. Muchos de estos edificios siguen en pie pese a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y al programa urbano de sistematización inspirado en Corea del Norte que Nicolae Ceauşescu puso en marcha a partir de 1974. Esta iniciativa consistió en demoler y reconstruir posteriormente pueblos y ciudades de manera total o parcial para que el país se convirtiera en una sociedad que se desarrollase al mismo ritmo y de una manera igualitaria. Nicolae Ceauşescu gobernó Rumanía entre 1967 y 1989. Dos años antes de acceder al poder, fue nombrado secretario general del Partido Comunista Rumano, cargo que mantendría hasta su

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«LAS CORRUPCIÓN NOS HACE POBRES. NORMAL QUE LOS VIEJOS COMUNISTAS HABLEN CON NOSTALGIA DEL DICTADOR»

muerte. Su predecesor al frente del país y de la formación marxista-leninista fue Gheorghe Gheorghiu-Dej, quien mantuvo una actitud aperturista hacia Europa occidental y Estados Unidos, alejándose de los estados firmantes del Pacto de Varsovia. Ceauşescu siguió esta línea durante la primera década de su mandato. Los años venideros hasta su derrocamiento estuvieron marcados por la brutal represión, el nacionalismo exacerbado y el deterioro de las relaciones con Occidente. Trató de escapar durante la Revolución rumana de 1989, pero fue capturado en Târgovişte junto con su mujer, Elena. Fueron enjuiciados y declarados culpables por un tribunal militar (creado para la ocasión) por genocidio, desfalco, abuso de poder y daños a la economía estatal. El 25 de diciembre de aquel año los ejecutaron, convirtiendo a Rumanía en el único país del bloque del este que acabó con la vida de su líder para pasar del comunismo al capitalismo.

En Rumanía se conduce mal y, además, la red de carreteras no ayuda. Apenas hay autopistas y tardamos tres horas en recorrer 170 kilómetros. Me recuerda a cuando era niño y para ir de vacaciones desde San Sebastián a Coruña pasábamos por el centro de mil localidades como Cabezón de la Sal, Navia o San Vicente de la Barquera. Una pequeña aventura. “Hablar por el móvil al volante es el deporte nacional”, bromea Alexandru a los mandos de un Mercedes automático.

La mañana amanece heladora. Bien temprano nos espera Alexandru en el portal para ser nuestro guía durante las próximas trece horas. Se defiende con corrección en español, lengua que está aprendiendo en el Instituto Cervantes de Bucarest. Era economista, pero la empresa para la que trabajaba quebró arrastrada por la crisis financiera del 2008. Desde entonces se dedica a las labores de chófer y guía y dice no tener intención de volver a ganarse el pan con los números, puesto que su actual fuente de ingresos le parece más amable. Habla sin tapujos de la actualidad y la historia de su país. Dice que el comunismo era malo, ya que no tenían libertad y vivían pendientes de la cartilla de racionamiento, pero se apre-

Llegamos al castillo de Peleș, situado en la localidad de Sinaia. Construido entre 1873 y 1914, fue la residencia de verano de los reyes y el primer edificio en Europa que gozó de electricidad y ascensor. En cuanto al interior, está decorado por encima de sus posibilidades. No queda hueco para colocar más figuras o tapices. A menos de cinco minutos en coche se encuentra el monasterio de Sinaia, de estilo bizantino y fundado por el príncipe Mihail Cantacuzino en el año 1695. Está habitado por trece monjes cristianos ortodoxos de la Archidiócesis de Bucarest. Alexandru aprovecha para hablarnos del gran poder que tiene la Iglesia ortodoxa en Rumanía. Se muestra molesto con su influencia en la educación y con

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sura a recordar que al menos tenían casa y trabajo. Tampoco le gusta el capitalismo y se enerva con la corrupción de sus actuales políticos. Destaca la independencia energética que tienen frente al gigante ruso, pero, pese a ello, asegura que Rumanía está como España en la década de los ochenta. “La corrupción nos hace pobres. Normal que los viejos comunistas hablen con nostalgia del dictador”, lamenta.


Arriba: Castillo de Peleș. Sinaia Abajo: Montes Cárpatos

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Monasterio de Sinaia

la poca separación existente entre esta institución y el Estado. Él no ha bautizado a sus hijos y se siente orgulloso. Atravesamos Transilvania disfrutando de unas bellas vistas de los montes Cárpatos, parando incluso para sentirlos con mayor calma, camino del castillo de Bran. Esta edificación goza de gran fama por ser en la que pensó (o eso dicen) el escritor Bram Stoker cuando escribió El conde Drácula. Del mismo modo, el protagonista del libro estaría inspirado en Vlad III, príncipe de Valaquia, más conocido como Vlad el Empalador. En lo que

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a la decoración se refiere, es diametralmente opuesto al castillo de Peleș. Es sobrio y con estancias, por lo general, pequeñas o medianas. Las escaleras, estrechas en su mayoría, son un atasco continuo de turistas. A los pies del castillo hay un mercado compuesto por pequeños puestos entre los que destacan los de suvenires. Es un parque de atracciones de los recuerdos. La cara de Drácula está impresa en todos los objetos que se les pueda ocurrir. Alexandru nos espera para comer en un restaurante situado al lado del Castillo de Bran. El


«el Parlamento Rumano es el edificio administrativo civil más grande del mundo»

menú, de influencia moldava según nos cuenta, está compuesto por una sabrosa sopa bien condimentada con ternera y algunas verduras y un delicioso estofado que me recuerda al gulash. El postre, muy dulce, contiene una especie de buñuelo sobre lo que se parecería a un dónut, todo ello bañado con nata y mermelada. El café lo tomamos en Brasov, al sureste de la región de Transilvania. Es uno de los puntos neurálgicos de la cultura rumana. Destaca en el centro de este municipio de 290 000 habitantes la Iglesia Negra. Fue construida hacia 1380 por la comunidad de sajones transilvanos y a día de hoy es el mayor monumento religioso de estilo gótico del sudeste Europa. Cuenta con un órgano de 4000 tubos, una colección de alfombras de Anatolia y una campana de seis toneladas de peso, lo que la convierte en la mayor de Rumanía. Volvemos al coche. El cansancio no es un impedimento para que Alexandru, que se bebe un gran café mientras conduce, nos cuente mil y una batallas de las guerras que han marcado al país. Sabe qué representa cada monumento situado en las cunetas. Sus relatos de todos los conflictos bélicos en los que han participado terminan con una misma conclusión: “Rumanía siempre fue la

puttana”, dice mezclando castellano e italiano. Así resume él que el gobierno rumano de turno se postrara ante nazis o comunistas según conveniencia. Pregunta por Cataluña y por Euskadi. El proceso de independencia catalán le interesa especialmente y quiere saber hasta qué punto llega el enfrentamiento civil. Palabras van, palabras vienen, una pequeña cabezada (el día ha sido largo) y llegamos a Bucarest, donde ya es de noche. Bajo un frío, cómo no, helador, nos damos un gran apretón de manos con Alexandru. Es muy buen tipo. Los días venideros nos sirven para recorrer la ciudad. Nos movemos a pie y paramos en la iglesia Stavropoleos, en Curtea Veche (primera corte real de Bucarest que está en desuso desde 1718 y destruida casi por completo tras un terremoto en 1738) o en el palacio del Parlamento Rumano (edificio administrativo civil más grande del mundo y de clara inspiración norcoreana). Es una urbe con vida a ambas orillas del río Dâmbovița. Sin duda, tanto Bucarest como Rumanía en su conjunto merecen una oportunidad

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EL PLASTIDECOR COLOR CARNE Por Carla Faginas Cerezo

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as mesitas, todavía lo recuerdo, eran de diferentes colores y formas geométricas: las había rojas y redondas; azules y cuadradas; verdes y hexagonales. Los alumnos, un conjunto de párvulos ataviados con un mandilón a cuadros con nuestro nombre bordadito, nos sentábamos aleatoriamente a su alrededor, sin seguir ningún tipo de orden ni porqué. En el centro de cada mesa había un pequeño recipiente rectangular que contenía los elementos en torno a los que giraba la enseñanza preescolar de la época: pinturas de colores. Verdes, amarillas, negras, rosas, rojas, naranjas… un buen número de ejemplares de cada tono. Suficiente para que aquel grupo de unas veintipico criaturas pudiese poner en práctica sus habilidades artísticas. No puedo imaginar la cantidad de veces que garabateé, dentro de aquella aula, lo que pretendían ser los rostros de mis padres y hermanas; de mis abuelos, tíos y primos. Lo único que una niña de cuatro años podía conocer. Como iba diciendo, en el centro de las mesas, cada cajita almacenaba unos treinta o cuarenta plastidecor. Cuando, movidos por nuestro yo artístico, queríamos coger el amarillo para pintar el sol y sus rayos, lo conseguíamos sin mayor esfuerzo. El marrón, para colorear el tronco de un árbol o una melena, igual. El verde, para teñir los montes y campos de nuestra Galicia natal, lo mismo. Había un

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mundo a nuestro alcance en aquel arcoíris de lápices. Un mundo en el que, pese a todo, escaseaba un bien: el plastidecor color carne. Pertenezco a una generación en la que todos los compañeros de clase éramos de la misma raza, y en la que la llegada del primer alumno negro al colegio, un niño que tendría unos tres años cuando yo rozaba la adolescencia, se celebró en todo el centro como un abrazo a la multiculturalidad. En aquellos años, la inmigración en España era un fenómeno poco común: éramos hijos y nietos de emigrantes, no un país anfitrión. Por tanto, en nuestras aulas y en nuestros retratos reinaba la monocromía.

blecido democráticamente por los miembros de la mesa. A base de tirones, empujones y alguna patada ocasional, conseguía en un instante dos objetivos: la codiciada pintura y el llanto colectivo de los que llevábamos un buen rato esperando. Esta mañana, la del 1 de octubre de 2017, mientras pensaba cómo comenzar este artículo, pude ver en la televisión una réplica moderna de aquel recuerdo inocente: en colegios de toda Cataluña, la violencia se abrió paso entre la serenidad, y un niño enrabietado arrebató, a base de palos, el plastidecor color carne a un grupo de personas que esperaban pacientemente su turno

Esta circunstancia, que pudiera parecer baladí, dio pie a una suerte de absolutismo infantil: el del poseedor del plastidecor color carne. Un lápiz entre rosa y anaranjado que era objeto de deseo de todos los chavales. A diferencia del resto de tonalidades, el plastidecor color carne era un bien exiguo: solamente teníamos uno por mesa. En un ambiente en el que el cien por cien de los niños tenía como motivo principal de sus dibujos a sí mismos, a sus amigos o a su familia, aquello era un sindiós. Por eso, cuando un crío estaba en posesión del plastidecor color carne, los demás debíamos aguardar pacientemente nuestro turno. Aquellas tandas solían regirse por un “¡Yo segun!”, que, seguido de un “¡Yo tercer!”, era nuestro “quién da la vez” particular. De algún modo, aquel sistema funcionaba: los niños nos respetábamos mutuamente y rellenábamos los tiempos de espera coloreando lagos azules, tejados rojos, piedras marrones, árboles verdes. Con todo, de vez en cuando algún hooligan enano irrumpía por la fuerza en el orden esta-

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Noviembre 2017 - nÂş10 - 5â‚Ź 12pulgadas12.com


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