12 pulgadas - Número 9 (noviembre 2016)

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12 pulgadas NÚMERO 9 - NOVIEMBRE 2016 - 5€ 12pulgadas12.com



SUMARIO Nº9 NOVIEMBRE2016

Décimo número de 12 pulgadas, cuarto en papel. Nacida en febrero de 2014 con el Nº0.

04 Cuestión de principios: El arte 06 Hitchcock y Truffaut, diálogo entre dos cineastas 14 Al otro lado del muro: un viaje por los Territorios Palestinos Ocupados 34 La marca Madrid y sus nuevos mercados gastronómicos 40 A rueda 60 Starship Troopers: dosis de ironía contra el conformismo 64 El valle de la Bekaa 72 Tras los papeles de Panamá 78 Cuando las 12 pulgadas conquistaron el mundo 86 2016: Una odisea en la idiocia Escriben y colaboran en este número: Iván Castillo Otero, Carla Faginas Cerezo, Telmo Iragorri, Miguel Laviña Guallart, Mario López, Marta Martínez Losa, Ángel del Palacio Tamarit, Lutxo Pérez y Fran Sospedra. Corrección: Elisabeth Torres (617 92 26 12). Maquetación de la revista: Iván Castillo Otero. Contacto: 685 71 62 18 // 12pulgadasrevista@gmail.com Web: www.12pulgadas12.com Twitter: @12pulgadas12 Facebook: facebook.com/12pulgadas12 Instagram: instagram.com/12pulgadas12 Fotografía de portada: Fachada del Centro Pompidou de París, por Iván Castillo Otero.

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Turistas retratan a La Gioconda en el Museo del Louvre de París. Fotografía de Iván Castillo Otero.

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CUESTIÓN DE PRINCIPIOS

EL ARTE Por Iván Castillo Otero

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ntramos en la estación. En el andén esperábamos a que llegara el tren. Ya dentro del vagón, viajábamos hacinados. La mezcla de verano, calor y humanidad generaba una atmósfera demasiado intensa. Llegamos al destino y caminamos con paso ligero hasta dar con el puesto en el que nos colocaron una pulsera a modo de identificación. No sé qué situación habrán pensado ustedes que estoy narrando, pero lo cierto es que hablo del festival de música al que acudí el pasado mes de junio. La organización de este tipo de eventos ha ido mejorando bastante con el paso de los años y ahora nos tratan menos como a un rebaño y más como a personas. Cuidan en mayor medida la gastronomía, las zonas de descanso, los métodos de pago dentro del recinto o los accesos a este. Por lo general, son una buena solución para ver a varias bandas (en muchos casos extranjeras y que giran poco por el país) por un precio razonable. Pese a todo, un servidor sigue prefiriendo otro tipo de contextos para disfrutar de buena música.

En la última jornada de festival actuaba Neil Young. A sus 70 años, el canadiense es toda una institución. Sus primeros trabajos de estudio datan de finales de los sesenta y desde entonces no se ha bajado de los escenarios. Vestía sombrero, pantalón oscuro y una camisa de cuadros estilo leñador. A lo largo del recital, se la fue abriendo, dejando a la vista una camiseta negra en la que ponía “Earth”, “Tierra” traducido al castellano. No es de extrañar, puesto que siempre ha tenido una marcada conciencia ecologista. Según cómo se moviera, la correa de la guitarra tapaba la hache y la camisa hacía lo propio con la letra e, dejando leer únicamente “art”, que significa “arte” en la lengua de Cervantes. De manera involuntaria, Neil Young es-

taba definiendo de manera certera en un trozo de tela lo que él hace: arte. Mientras yo estaba en trance disfrutando de su directo, observé con desazón que otros daban la espalda al escenario y charlaban despreocupados mientras a unos metros Neil Young ofrecía una muestra de talento musical bárbara aliñada con una dosis de compromiso social. Pensé que, pese a ser libres para hacer lo que les plazca, algunos no necesitaban que los trataran como a un rebaño en un festival para comportarse como tal. Meses después, en el Museo del Louvre de París, asistí atónito a lo que considero otra aberración con el arte como protagonista: la gente se situaba delante de las obras, se hacía un selfie y se iba. No se paraban a observar mínimamente lo que tenían ante ellos. Vi cómo tocaban algunas esculturas egipcias. Aquello era un parque de atracciones en el que, sin duda, las escenas más dantescas se vivían frente a La Gioconda. El pequeño cuadro, obra de Leonardo Da Vinci, sufría el acoso de cientos de personas que se daban codazos para, por lo general, sacarse una foto de cerca con este. En la pinacoteca francesa, el cuadro que está situado frente a La Gioconda es Las bodas de Caná, de Paolo Veronese (más conocido en España como El Veronés). La gran mayoría ni se fijó. Probablemente sea la obra de arte a la que más turistas han dado la espalda en la historia. Ven a su vecina de sala, inmortalizan el momento y se van sin observar la representación que el pintor italiano hizo de la celebración en la que Jesús, según el Nuevo Testamento, convirtió el agua en vino por primera vez. Es la demostración una vez más de que la sociedad se mueve como un rebaño al que le dicen que hay que ver un cuadro y lo hace sin más. Quede claro que cada uno puede disfrutar, teniendo un comportamiento cívico, como quiera de la música o de los museos. Es posible que yo sea un cascarrabias o un quisquilloso y me lo tome todo muy a pecho. O, en cambio, cabe la posibilidad de que haga falta una reflexión profunda sobre la forma en la que esta sociedad consume arte. En mi opinión, es peligroso darle la espalda.

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HITCHCOCK y TRUFFAUT, DIÁLOGO ENTRE DOS CINEASTAS Por Miguel Laviña Guallart 6


“Si de un día para otro el cine debiera privarse de nuevo de toda banda sonora y volver a ser un arte mudo, muchos directores estarían condenados al paro, pero, entre los rescatados, estaría Alfred Hitchcock, y todos comprenderían por fin que es el mejor director del mundo”. Carta de François Truffaut dirigida a Alfred Hitchcock. París, 2 de junio de 1962

Estas reveladoras palabras forman parte de una carta que, en 1962, un por aquel entonces joven cineasta francés, François Truffaut, envía a Alfred Hitchcock. En esta extensa misiva, el autor de Los 400 golpes (1959) ponía de manifiesto su conocimiento y admiración por la obra del director británico, y le planteaba la posibilidad de realizar una serie de entrevistas. La propuesta incluiría un minucioso análisis cronológico de cada una de sus películas, junto a diversos aspectos clave de su filmografía. Esta carta fue el punto de partida de un complicado proceso que finalizó, cuatro años más tarde, con la publicación del libro El cine según Hitchcock. Un texto que respeta el formato de la entrevista, pero que en realidad se articula como un privilegiado diálogo entre dos cineastas, desbordando la propia obra del entrevistado, para convertirse en un excepcional análisis de las claves de la actividad cinematográfica. El cine según Hitchcock, manual de vocaciones tempranas para sucesivas generaciones de cinéfilos, texto indispensable en cualquier estudio sobre cine, tiene ahora su formulación en imágenes en Hitchcock/Truffaut (2015) de Kent Jones, estrenado en las salas el pasado abril. Un documental que incide en algunos de los aspectos destacables del libro, y los completa a través del audio, con fragmentos de las grabaciones originales de la entrevista entre ambos directores; y de la imagen, mediante la inclusión de algunas de las secuencias más relevantes de la filmografía de Hitchcock. De igual forma, prolonga su legado hasta nuestros días con el testimonio de una serie de cineastas, tanto de la generación de los años setenta —Martin Scorsese, Paul Schrader y Peter Bogdanovich—, como de la actualidad — entre otros, David Fincher, Wes Anderson, Olivier Assayas o James Gray—. Truffaut puede considerarse como uno de los principales artífices de la necesaria revisión de la obra de Hitchcock, que comienza entre la crítica

francesa a mediados de los años cincuenta. Desde las páginas de la revista Cahiers du Cinéma, en la que ejercía de combativo crítico, se esfuerza en reivindicar una figura que, si bien gozaba de gran popularidad, quedaba con frecuencia reducida a los parámetros del suspense o del cine de género. Cahiers du Cinéma aglutina a la joven crítica francesa del momento, y pronto destacan, siguiendo la estela de su fundador André Bazin, otros nombres como Eric Rohmer, JeanLuc Godard, Jacques Rivette o Claude Chabrol, cineastas que más tarde integrarán la nouvelle vague. Los perspicaces análisis de Truffaut sitúan al director británico, afincado en EE. UU. desde 1940, en una posición destacada entre los autores que desarrollan su carrera durante los años cuarenta y cincuenta. Una reivindicación que se extiende a otros realizadores en una situación similar en aquel tiempo, como Howard Hawks, Nicholas Ray o Robert Aldrich, reducidos a la categoría de eficaces artesanos dentro del sistema de estudios. Cahiers du Cinéma lleva a cabo una serie de extensas entrevistas, que incluirá el encuentro con cineastas como Roberto Rossellini, Jean Renoir, Orson Welles o Robert Bresson. También con Hitchcock, al que Truffaut, acompañado de Claude Chabrol, entrevista por primera vez a finales de 1954, aprovechando su estancia en Francia por el rodaje de Atrapa un ladrón (1955). El interés por estos cineastas enlaza directamente con la adscripción de los integrantes de la nouvelle vague al concepto de “política de autor”. Esta teoría considera la visión del director y su puesta en escena como el elemento esencial del hecho cinematográfico. Este movimiento, que agrupa a autores de tendencia estética muy diversa, que postulan un cine escrito en primera persona y un cambio en los planteamientos de producción, supone una renovación que abre nuevos caminos hacia la modernidad cinematográfica. La política de autor se extenderá, en

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“Pertenecían a distintas generaciones y culturas, tenían una visión diferente sobre su trabajo, pero vivía por y para el cine”

cierta medida, desde la nouvelle vague al resto de los nuevos cines europeos. En junio de 1962, momento en el que Truffaut envía su primera carta a Hitchcock, se había convertido en un realizador reconocido. En esta carta comenta que ha presentado su tercer largometraje, Jules et Jim (1961), en Nueva York, donde ha comprobado la condescendencia de los periodistas en su interés por Hitchcock, y la idea superficial de su trabajo. De esta forma, le propone realizar unas entrevistas que más tarde se materializarían en un libro que se publicaría de manera simultánea en París y Nueva York. Incluso le expone de forma detallada las partes en las que se dividiría, comenzando por su etapa en el cine mudo inglés y las principales cuestiones abordar. Las preguntas girarían en torno a las circunstancias que rodean el nacimiento de cada film, la elaboración y la construcción del guion, los problemas de puesta en escena, la situación de la película en relación con aquella que le precede y su estimación del resultado artístico y comercial. Truffaut enumera otras cuestiones a tratar, como los diferentes estilos de diálogos, la dirección de actores, el arte del montaje o la evolución de la técnica, repartidos en diferentes apartados para no romper el orden cronológico. La entrevista comienza el 14 de agosto de 1962 en Los Ángeles, en uno de los despachos de Hitchcock en los estudios Universal. Estas conversaciones se prolongan durante seis días, y se registran en unas grabaciones que ascienden a unas 50 horas. En julio de 1965, se reúnen de nuevo en Londres para analizar los dos últimos

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filmes de Hitchcock hasta aquel momento, Marnie la ladrona (1964) y Cortina rasgada (1966), antes de la publicación del libro en 1966. La correspondencia entre ambos continuó durante años, unas cartas en las que se intercambiaban guiones, comentaban problemas de trabajo o revisaban sus respectivas películas. En 1981, Truffaut comienza una edición definitiva, redacta un nuevo prólogo y añade un último capítulo, que recoge una entrevista con motivo de la presentación de Frenesí en el festival de Cannes de 1972. La edición definitiva se publica a principios de 1984 y es uno de los últimos trabajos que Truffaut logra completar antes de su prematuro fallecimiento, el 21 de octubre de ese mismo año. A lo largo de estas décadas, El cine según Hitchcock se ha convertido en el testimonio de un encuentro mítico de dos cineastas que, tal y como afirma el documental Hitchcock/Truffaut, “pertenecían a distintas generaciones y culturas, tenían una visión diferente sobre su trabajo, pero vivía por y para el cine”. Serge Toubiana, exdirector de la Cinémathèque Française, encontró en 1993 las grabaciones originales de las entrevistas y, tras difundirlas en varios espacios radiofónicos, propuso la realización de este proyecto al crítico Kent Jones. Por tanto, uno de los indudables elementos de interés del documental es que permite escuchar el desarrollo de estas conversaciones, la característica voz de Hitchcock, popularizada en sus intervenciones televisivas, y la audacia de un joven Truffaut. Al hilo de sus palabras, sustituye las numerosas ilustraciones del libro —series de fotogramas que explican escenas plano a plano— por la inclusión de algu-


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De arriba a abajo: portadas del libro y del documental que narran las conversaciones de Hitchcock y Truffaut y portada de la revista Cahiers du Cinéma con el director británico como protagonista.


“Hitchcock/Truffaut incide en algunos de los elementos formales y técnicos que analiza el libro para descubrir, de forma progresiva, aquello que se esconde bajo los brillantes mecanismos del suspense”

nas de las más brillantes secuencias de la filmografía de Hitchcock junto a otros materiales gráficos. De esta forma, Hitchcock/Truffaut se convierte en el esforzado ejercicio de transformar en imágenes un texto, evitando el riguroso orden cronológico del libro, para estructurarse de una forma temática, incorporando distintas perspectivas. Hitchcock/Truffaut incide en algunos de los elementos formales y técnicos que analiza el libro para descubrir, de forma progresiva, aquello que se esconde bajo los brillantes mecanismos del suspense. Al igual que lo consiguió Truffaut en el curso de la entrevista, el documental profundiza en aspectos que subyacen bajo la intriga, como las obsesiones, los sueños y los miedos de Hitchcock, la religiosidad o la transferencia de la culpa. Desde una perspectiva actual, Richard Linklater define a Hitchcock como un maestro para esculpir el tiempo por la manera en que es capaz de contraer o alargar la acción, de dilatar el tiempo. Olivier Assayas lo califica de teórico del espacio, señalando su concepción matemática en la distribución de los planos en relación con la función dramática del espacio y del tamaño de la imagen. David Fincher recuerda que fue uno de los primeros en demostrar que existe una estructura del lenguaje cinematográfico. Estos testimonios se ilustran con secuencias tan célebres como el largo beso de Ingrid Bergman y Cary Grant en Encadenados (1946), el momento en el que Cary Grant sube el luminoso vaso de leche por las escaleras de Sospecha (1941) o uno de los desasosegantes ataques de Los pájaros (1963). Martin Scorsese se adentra por otros caminos, destacando la intensidad con la que los planos picados proporcionan a Hitchcock una especie de carácter omnisciente, la sensación de poder capturar lo invisible. El documental se detiene de

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“El cine es una presencia constante en los filmes de Truffaut, surca el conjunto de su obra al igual que la infancia, el amor o la literatura”

forma especial en dos películas fundamentales, Vértigo (1958) y Psicosis (1960), rompiendo el equilibrio que guarda el libro respecto al conjunto de la filmografía. Truffaut considera evidente que algunas películas como Encadenados o Vértigo parecen sueños filmados. Las largas secuencias iniciales de Vértigo, en las que el detective protagonista —James Stewart— sigue a una misteriosa mujer por las calles de San Francisco —Kim Novak—, adquieren un carácter cercano al onírico. Scorsese reconoce que llega un momento en el que se desentiende del argumento, lo importante de la trama de Vértigo es el hilo del que colgar otras cosas, y lo que cuelga en este caso es “poesía cinematográfica”. La inevitable espiral de fascinación en la que se ve inmerso este detective por una mujer que muere, y sus desesperados intentos por recuperarla transformando a otra mujer, desemboca en la secuencia en la que se materializa este deseo. Ambos se besan mientras la cámara gira, siguiendo la arrebatadora música de Bernard Herrmann. James Gray afirma que es el mejor momento de la historia del cine, poniendo de manifiesto todo lo que representan Hitchcock y el cine de la forma más bella posible. Hitchcock/Truffaut actualiza y completa el legado que supone El cine según Hitchcock, de una manera accesible, pero ante todo puede conducir a descubrir o revisar este libro, y por supuesto la obra de Hitchcock. De igual forma, empuja a adentrase en el universo de Truffaut, aquel director francés que le preguntaba con tanto entusiasmo como convicción, al mismo tiempo que reinterpretaba sus películas. El audio de las en-

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trevistas permite percibir cómo el propio Hitchcock, incluso algo asombrado, admite una de las conclusiones de Truffaut: “En nueve de cada diez películas sus personajes guardan un secreto en un entorno cada vez más opresivo. Acaban confesando ese secreto para liberarse. Lo que más le interesa filmando películas de carácter policiaco es filmar dilemas morales”. El cine es una presencia constante en los filmes de Truffaut, surca el conjunto de su obra al igual que la infancia, el amor o la literatura. En La noche americana (1973) afirmaba que las películas son más armoniosas que la vida, en ellas no hay atascos ni tiempos muertos, avanzan como trenes en la noche. Esta apasionada convicción le condujo a descubrir a Hitchcock, y su recuerdo ocupa las últimas frases del documental: “La energía de François Truffaut y su amor por el cine parecían inagotables, que fuera a morir solo cuatro años después que el propio Hitchcock era algo impensable. Y sigue siéndolo. François Truffaut nos presenta no a la estrella de la televisión o al maestro del suspense, sino al Alfred Hitchcock artista que escribía con su cámara”.

NOTA: Las ilustraciones del reportaje son fotogramas del documental Hitchcock/Truffaut y las películas Vértigo y La ventana indiscreta.


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AL OTRO LADO

DEL MURO: UN VIAJE POR LOS TERRITORIOS PALESTINOS OCUPADOS Por Marta Martínez Losa


Texto y fotografías de Marta Martínez Losa, testigo directo en Belén, Palestina

El autobús 231 parte de la céntrica Bab Zqaq, en Belén, y va directamente a la Puerta de Damasco, la estación de autobuses “árabes” en Jerusalén Este. Tras unos 15 minutos de trayecto, el autobús se detiene en un checkpoint militar y varios soldados israelíes acceden al vehículo para llevar a cabo la inspección rutinaria de documentación. Con la tranquilidad de portar un pasaporte internacional que es verificado con un simple vistazo por las autoridades israelíes sin necesidad de movernos del asiento, observamos cómo muchos palestinos son invitados a bajar del autobús y a formar cola en un lateral para someterse a examen. Otros aguardan dentro y se exponen a un reconocimiento algo más riguroso que el nuestro. Los nervios por la incertidumbre de no saber si podrán continuar el viaje a Jerusalén se palpan en el ambiente, pues portar un permiso que les otorga el derecho a acceder a zona israelí no es sinónimo de que finalmente logren atravesar la frontera. Una de las primeras lecciones que uno aprende cuando conoce la realidad del pueblo palestino sobre el terreno es que el sistema normativo israelí se ve superado en infinidad de ocasiones por las decisiones individuales de sus funcionarios. Como muchos otros aspectos de la vida cotidiana en este país, el hecho de que los soldados hagan bajar del autobús a los palestinos o les permitan permanecer dentro responde a su voluntad, un comportamiento argumentado, en la mayoría de ocasiones, sobre la base de supuestos motivos de seguridad. Si bien venimos a Cisjordania concienciados de que se trata de un territorio plagado de checkpoints y otras barreras físicas que entorpecen la libertad de movimiento de los palestinos, la realidad sobre el terreno se manifiesta aún más restrictiva. No todos los palestinos residentes en Cisjordania gozan del privilegio de acceder a Israel, sino que necesitan de un permiso determi16

nado expedido por el gabinete de seguridad israelí. Como regla general, las concesiones de estos permisos responden a motivos concretos pero variados: necesidades médicas, flexibilización en las restricciones al movimiento en festividades religiosas como Navidad o Ramadán, distribución de mercancías y otras razones. No obstante, la principal motivación que empuja a las autoridades israelíes a conceder permisos es la contratación de trabajadores palestinos en el sector de la construcción en Jerusalén Este e Israel, ya que el Estado judío es absolutamente dependiente de la mano de obra palestina, mucho más barata que la israelí. El número de residentes palestinos en Cisjordania que trabaja en zona israelí supera los 100.000, lo que supone alrededor de un 3 por ciento del total de los puestos de trabajo en la economía del Estado judío. Además, 27.000 palestinos trabajan en asentamientos israelíes ilegales en Cisjordania. Como primer requisito, solo están autorizados a cruzar el checkpoint aquellos palestinos varones mayores de 26 años y casados, si bien para las mujeres no existen restricciones de edad. Los europeos acostumbrados a moverse con plena libertad por sus países de origen y por el espacio Schengen sin que nadie cuestione sus motivos para visitar un país u otro tomarán conciencia al tocar suelo palestino de los privilegios o las desgracias derivados de un mero documento administrativo. Aquellos palestinos que permanecieron en las ciudades y pueblos que desde 1948 forman parte del Estado de Israel disfrutan de ciudadanía israelí —pero no nacionalidad, que solo es concedida a judíos-israelíes—. Estos árabes-israelíes, como se les denominada formalmente, gozan de pasaporte israelí y pueden moverse con libertad por el Estado judío y por el extranjero. Sin embargo, todos aquellos palestinos que huyeron con motivo de la Nakba —“catástrofe” en árabe— y se instalaron en Gaza y Cisjordania en calidad de refugiados tras la cre-


Así, estos últimos solo pueden cruzar a zona israelí de manera temporal mediante la obtención de permisos concedidos por el Estado judío. Además, para abandonar el país, sea por la razón que sea, también necesitan de un visado, pero no están autorizados a utilizar el Aeropuerto Internacional Ben Gurión en Tel Aviv, el aeropuerto operativo más próximo a la Franja de Gaza y Cisjordania y a menos de 55 kilómetros de la ciudad de Jerusalén. Por tanto, los residentes en los Territorios Palestinos Ocupados se ven obligados a emplear los aeropuertos de los estados

fronterizos. Por mera proximidad, la mayoría de los palestinos que viven en Cisjordania emplean el aeropuerto de Amán, la capital jordana. Anteriormente existían los aeropuertos de Atarot, situado entre Jerusalén y Ramala, y de Yasser Arafat, en Gaza, ambos cerrados al tráfico en 2001 durante la Segunda Intifada. A partir de este conjunto de eventos que marcaron el levantamiento civil de los palestinos contra la política administrativa y de ocupación israelí en Palestina entre 2000 y 2005, el control fronterizo de los territorios palestinos está bajo mando absoluto israelí, que incluye un bloqueo aéreo. Si entender la compleja realidad de los Territorios Palestinos Ocupados conlleva tiempo e infinidad de preguntas, la excepcionalidad de Jerusalén Este complica aún

Fotografía de portada: vistas del área de Hebrón desde la colina Tel Rumeida. En esta página: el muro de segregación visto desde el campo de refugiados de Aida, en Belén.

ación del Estado de Israel en 1948, así como los que nacieron en los Territorios Palestinos Ocupados a partir de esa fecha, portan pasaporte de la Autoridad Palestina (AP).

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“El 80 por ciento del muro de segregación construido hasta el momento está dentro del área de Cisjordania, y su establecimiento fue declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia en 2004”

más el esquema de relaciones. En junio de 1967, durante la guerra de los Seis Días, Israel anexionó ilegalmente la parte oriental de la ciudad —considerada como Cisjordania bajo administración del Gobierno jordano— y proclamó su reunificación, cuya parte occidental formaba ya parte del Estado de Israel desde 1948. Desde entonces, la ciudad continúa bajo dominio israelí y es considerada capital de Israel, a pesar de que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas considera que viola claramente el derecho internacional y afirma que esta anexión supone “un serio obstáculo para el logro de una paz completa, justa y duradera en Oriente Medio”. De hecho, sus residentes están bajo el amparo del Cuarto Convenio de Ginebra, relativo a la protección de personas civiles en tiempo de guerra. De esta manera, los palestinos que nacieron en Jerusalén después de 1967 gozan del estatus especial de residentes de la ciudad de Jerusalén y poseen un documento de identidad israelí de color azul —a diferencia del palestino, que es verde—, pero no tienen pasaporte israelí. Así, disfrutan de pasaporte jordano para la utilización del aeropuerto de Amán pero no tienen número nacional que les identifique como ciudadanos jordanos. A diferencia de los que poseen pasaporte de la Autoridad Palestina, que no pueden hacer uso del Aeropuerto Ben Gurión bajo ninguna circunstancia, los palestinos que gozan del documento de identidad israelí pueden solicitar un documento de viaje que les autorice a volar a través de Tel Aviv. Además, estos palestinos con estatus especial pueden solicitar la ciudadanía israelí si lo desean, para lo que tendrían que renunciar a su condición formal de palestinos. A pesar

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de que este paso supondría una ampliación considerable de su libertad de movimiento, así como el acceso a servicios sociales básicos, educación, becas y otras ayudas, son pocos los palestinos que lo llevan a cabo, pues constituye una vergüenza nacional. Junto a estas restricciones burocráticas existen, además, las ya mencionadas barreras físicas que dividen territorialmente a Israel y Palestina. Pese a la aparente calma y tranquilidad que se respira en la medina de Belén, abarrotada de turistas y comerciantes callejeros, y abrigada por una inevitable atmósfera religiosa, basta con alejarse unos metros para toparse con la máxima expresión arquitectónica de la ocupación israelí. A tan solo unos 20 minutos a pie de la ciudad vieja betlemita se alza el muro de segregación, un elemento omnipresente imposible de obviar para los residentes de esta ciudad. Esta monstruosa barrera de hormigón de hasta siete metros de altura comenzó a ser construida por Israel en el año 2002, durante de la Segunda Intifada, con la excusa de aislar y fragmentar la resistencia palestina y disminuir el número de suicidas en ciudades israelíes mediante sistemas de restricción de movimiento. Sin embargo, estos 630 kilómetros de muro, aún sin finalizar y que se extienden por toda Cisjordania, no siguen en su totalidad el trazado fronterizo o Línea Verde que se estableció en el armisticio árabe-israelí de 1949. De hecho, el 80 por ciento del muro de segregación construido hasta el momento está dentro del área de Cisjordania, y su establecimiento fue declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia en 2004. Más allá de dividir el territorio, el muro de segregación convierte a Palestina en un paisaje


laberíntico que ha separado a miles de familias y ha condenado al aislamiento a otras tantas. También fue a partir del 2002 cuando las autoridades israelíes llevaron a cabo el establecimiento de checkpoints o puestos fronterizos, erigiéndose como espacios físicos donde materializar la política de control y restricción de movimiento del Estado de Israel en los Territorios Palestinos Ocupados. A día de hoy, las Fuerzas de Defensa de Israel controlan un total de 26 checkpoints que se encuentran en el término de separación entre Palestina y el Estado de Israel, algunos de ellos situados en la Línea Verde y otros actuando como puertas en el propio muro de segregación. Además, Cisjordania cuenta con 43 checkpoints internos permanentes que restringen el movimiento de los palestinos dentro de sus propios territorios, a los que habría que sumar puestos de control temporales e improvisados cuyo número es difícil de estimar. Asimismo, el bloqueo físico de carreteras y sus restricciones de uso constituyen otro capítulo de la política de apartheid israelí. Por su parte, los asentamientos israelíes también constituyen otra faceta de la ocupación claramente visible. Actualmente existen 125 asentamientos autorizados por el Gobierno israelí en Cisjordania, sin incluir Jerusalén Este ni los enclaves colonos dentro de la ciudad de Hebrón. A estas cifras habría que sumar los 100 asentamientos que no gozan de reconocimiento gubernamental, a pesar de que muchos de ellos fueron establecidos con ayuda pública israelí. En definitiva, son aproximadamente 547.000 los colonos que viven en Cisjordania —en contraposición a los 1,7 millones de palestinos—, sumando los residentes de los asentamientos y aquellos israelíes que viven en Jerusalén Este. En línea con las limitaciones al movimiento dentro de los Territorios Palestinos Ocupados, existe otra realidad difícil de apreciar a primera vista como extranjeros. Si bien las restricciones a la movilidad, aunque perceptibles, se nos antojan menos evidentes, el pueblo palestino conoce a la perfección sus límites territoriales y se ha visto forzado a lidiar con ellos. Como ejemplo, los habitantes de la provincia de Belén tienen acceso a tan solo un 13 por ciento de su tierra, ya que el 87 por ciento restante permanece bajo control israelí. Estas restricciones fueron fruto de los

Acuerdos de Oslo, firmados en 1993 entre el Gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, e implementados en 1995. Como resultado de estos acuerdos, Cisjordania quedó dividida en tres áreas. El área A permanece bajo control total de la Autoridad Palestina, otorgándole la responsabilidad en materias de seguridad y asuntos civiles. Esta zona constituye tan solo el 18 por ciento del territorio cisjordano y engloba las principales ciudades y los territorios de alrededor. Unos enormes letreros rojos escritos en hebreo, árabe e inglés nos recuerdan continuamente que los israelíes tienen prohibido el acceso a estas zonas “por constituir un peligro para sus vidas”. El área B es de control compartido: la Autoridad Palestina posee el control civil del territorio y se encarga de la administración de servicios, mientras que la gestión de la seguridad es compartida entre palestinos e israelíes. Esta zona constituye el 21 por ciento de los Territorios Palestinos Ocupados e incluye principalmente pequeñas ciudades y pueblos. En el área C, por su parte, Israel tiene control civil y militar total. Supone alrededor del 60 por ciento de los Territorios Palestinos Ocupados e incluye todos los asentamientos israelíes construidos ilegalmente en Cisjordania, así como grandes extensiones de tierras confiscadas descritas como “zonas de seguridad”, que engloba entre otras el terreno adyacente al muro de separación. También constituyen el área C todas las carreteras que conectan los asentamientos ilegales entre ellos y con Israel, denominadas bypass roads y cuyo uso es exclusivo para israelíes. Indiferentemente de la división territorial que en teoría determina el control de cada área, la política colonial israelí traspasa las barreras legales para manifestar quién domina de facto los Territorios Palestinos Ocupados. Cualquier trayecto por las carreteras de Cisjordania hará palpable este hecho, materializado cada pocos kilómetros en forma de asentamiento, torreta militar, centro comercial o una simple bandera israelí. Todo este conjunto de barreras físicas y limitaciones territoriales dibuja un complejo y confuso mapa de Cisjordania donde las distancias se alargan de manera infinita. Con una superficie de 5.655 km2 —ligeramente más grande que Cantabria—, el tiempo invertido en desplazarse de una ciudad a otra se hace impredecible tanto por

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Las calles del campo de refugiados de Dheisheh, en Belén, están repletas de carteles y pintadas de apoyo a sus mártires y en contra de las políticas del Estado de Israel.


los tortuosos trazados de las carreteras como por los posibles y espontáneos controles militares israelíes. Es por ello que podemos afirmar que los sistemas de restricción y control de movimiento puestos en práctica por el Estado de Israel conllevaron un cambio en la concepción del espacio y el tiempo para el pueblo palestino. Fortaleciendo el papel intrusivo de las políticas de ocupación en los Territorios Ocupados, las cuales afectan diaria y directamente al pueblo palestino en todas sus vertientes, Israel apunta directo al corazón. El Estado judío es reconocido a nivel internacional por estar a la vanguardia en el desarrollo de tecnologías sostenibles y presume de haber transformado el desierto en un lugar verde. Basta con visitar un par de ciudades israelíes o adentrarse en un asentamiento ilegal en Cisjordania para comprobar el contraste entre sus parques y la casi total ausencia de zonas ver22

des en las ciudades y los pueblos palestinos. Sin embargo y paradójicamente, muchas de sus políticas medioambientales se caracterizan por un profundo racismo. Si hay algo que identifica al pueblo palestino es su apego y conexión con su tierra y sus recursos naturales, por lo que estos se convierten en el blanco perfecto del Estado judío para herir donde más duele. Desde que ocupara Cisjordania en 1967, Israel ejerce pleno control sobre los recursos hídricos de estos territorios mediante unos acuerdos de distribución totalmente discriminatorios que impiden que los palestinos puedan desarrollar y mantener sus propias infraestructuras. En 1995, el Acuerdo Interino sobre Cisjordania y la Franja de Gaza, comúnmente conocido como Oslo II, perpetuaba y legitimaba el dominio israelí sobre los recursos hídricos, garantizando el acceso de Israel al 71 por ciento de los acuíferos de Cisjor-


ciudades y pueblos palestinos se vuelven frecuentes, forzando a sus habitantes a comprar agua embotellada a un precio cinco veces superior a la del grifo. Pero la guerra del agua también amplía su campo de batalla al control del acceso al mar. La única manera de desplazarse hasta el mar Muerto desde cualquier punto de Cisjordania es en taxi y el viaje no es precisamente barato, pero uno no puede marcharse de aquí sin experimentar la particular sensación de flotar en el agua sin hacer esfuerzo alguno. Lo primero que nos advierte el taxista es que el chapuzón no nos saldrá gratis, pues el acceso a cualquier playa del mar Muerto en territorio cisjordano cuesta entre 50 y 80 shekels (entre 12 y 18 euros). Por su parte, nos informa de que en Israel las playas son de ac-

En la página anterior: judíos israelíes celebran el 5 de junio lo que consideran la "reunificación" de Jerusalén en 1967. En esta página: el campo de refugiados de Aida alberga una vitalidad inagotable a cualquier hora del día.

dania, mientras que Palestina se quedaba con tan solo un 17 por ciento. A pesar de que el pacto tenía un carácter temporal de cinco años, la perdurabilidad del mismo ha condenado al pueblo palestino a una absoluta dependencia del Estado de Israel en cuanto a suministros hídricos de refiere. Mientras la población de Cisjordania se ha duplicado desde entonces, las dotaciones de agua son incluso menores que las acordadas en 1995: un 13 por ciento para Palestina frente a un 87 por ciento para Israel. La falta de agua y otros servicios básicos han forzado a muchos palestinos a abandonar sus pueblos, especialmente en el área C, facilitando de esta manera la confiscación de tierras y la consiguiente construcción y expansión de asentamientos ilegales por parte de Israel. Tan pronto como llega el calor, los cortes de agua en

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“Junto al control de recursos básicos, la política colonial del Estado judío lleva años invirtiendo esfuerzos en destruir uno de los símbolos más característicos de la identidad del pueblo palestino: el olivo”

ceso gratuito. El territorio de Cisjordania que se encuentra junto al mar Muerto, así como el resto del valle del Jordán, es considerado área C, lo que significa que Israel ejerce pleno control civil y militar sobre esta zona. Si la creación del Estado de Israel en 1948 supuso la dolorosa separación entre el pueblo palestino y el mar Mediterráneo, el arrebatamiento del mar Muerto impide, además, que Palestina se favorezca de su recurso turístico más valioso en Cisjordania, que por el contrario reporta al Estado de Israel unos beneficios de 144 millones de dólares anuales. De esta manera, no es extraño encontrarse con muchos palestinos que jamás han visto el mar. Junto al control de recursos básicos, la política colonial del Estado judío lleva años invirtiendo esfuerzos en destruir uno de los símbolos más característicos de la identidad del pueblo palestino: el olivo. Son más de 800.000 los olivos que Israel ha arrancado de raíz en Cisjordania en los últimos diez años, perjudicando así a la economía agraria palestina tradicionalmente dependiente de la cosecha de este árbol para la producción de aceite de oliva o jabones naturales, entre otros productos. Además, el tallado de madera de olivo para la fabricación de artesanía de tipo religioso que se vende a los turistas en la ciudad vieja de Belén constituye un sector de la industria palestina de suma importancia. De igual manera, el olivo es considerado como sagrado por los musulmanes y existen varias referencias al mismo en el Corán. Sumado a los daños económicos derivados de la apropiación y el control de recursos naturales, el sistema de impuestos en los Territorios Ocupados, fruto de los Acuerdos de Oslo, tampoco fa-

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vorece a la economía palestina. Esperando encontrarse con un estándar de vida mucho más barato que en capitales europeas como Madrid, uno se sorprende la primera vez que se adentra en un supermercado en Palestina. Repletas de productos israelíes, las estanterías de los pequeños establecimientos comerciales de Cisjordania ofrecen precios no aptos para todos los bolsillos. Y es que Palestina depende casi en su totalidad de los productos israelíes, a los que el Estado judío aplica el IVA y un impuesto por importaciones extranjeras en nombre de la Autoridad Palestina. Como resultado, Israel colecta los beneficios de las importaciones palestinas en nombre de la Autoridad, favoreciéndose enormemente de este sistema de doble impuesto. Por ejemplo, un paquete de tabaco cuesta en Palestina una media de 24 shekels, unos cinco euros y medio, mientras que en Jordania tan solo son siete, lo que equivale a menos de dos euros. En definitiva, el coste total de las políticas de la ocupación israelí en Cisjordania alcanza los 10 millones de dólares cada año, junto con 184,5 millones de dólares anuales debido a las restricciones de movimiento, lo que representa alrededor del 78 por ciento del producto interior bruto de Palestina. Refugiados palestinos: un estatus permanente en el espacio y el tiempo Cuando pensamos en campos de refugiados les conferimos, generalmente, un carácter temporal y los relacionamos con las imágenes de tiendas de campaña, barracones prefabricados y condiciones precarias tan presentes últimamente en los medios de comunicación. Si bien los campos de refugiados para palestinos instalados en Gaza y Cisjordania tras la Nakba en 1948 cumplían


La Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNRWA, por sus siglas en inglés) define como refugiados palestinos a

las “personas cuyo lugar de residencia habitual, entre junio de 1946 y mayo de 1948, era la Palestina histórica —o lo que es hoy el actual Estado de Israel— y que perdieron sus casas y medios de vida como consecuencia de la guerra. Los descendientes de esta población son también considerados refugiados por la Agencia”. Aproximadamente una tercera parte de la población refugiada del mundo es palestina. Sin bien la legislación internacional contempla el derecho al retorno de estas personas, el Estado de Israel no reconoce su estatus, no permite su regreso y mantiene la ocupación militar en los Territorios Palestinos. Además, la Nakba continúa hoy en día, ya que muchos palestinos siguen siendo expulsados cada día de sus hogares, pueblos y ciudades por la confiscación de tierras y la construcción de asentamien-

Fotografía: adolescentes del campo de refugiados de Aida se reúnen para pasar la tarde en compañía de sus amigos.

estos requisitos, lo cierto es que su permanencia en el espacio y el tiempo les ha obligado a evolucionar hasta convertirse en un elemento más del paisaje urbanístico de muchas ciudades palestinas. Configurándose como auténticos barrios, estos campos han ido desarrollado todas las infraestructuras necesarias para su supervivencia. Los refugios de hormigón que con los años sustituyeron a las tiendas de campaña fueron sumando pisos para alojar a los descendientes del mismo núcleo familiar. Otros muchos fueron directamente demolidos para construir en su lugar viviendas a la medida de las necesidades de cada familia.

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Ahmad Jaradat, residente de Hebrón y políticamente activo en la lucha contra la ocupación.


“Los Territorios Palestinos Ocupados cuentan con un total de 27 campos de refugiados: 19 en Cisjordania y ocho en la Franja de Gaza. Algunos campos como Dheisheh, en Belén, albergan hasta 15.000 personas”

tos israelíes ilegales en Cisjordania. Los palestinos víctimas de estos destierros son considerados desplazados internos y también se les concede el estatus de refugiados. Los Territorios Palestinos Ocupados cuentan con un total de 27 campos de refugiados: 19 en Cisjordania y ocho en la Franja de Gaza. Aunque generalmente se trata de espacios reducidos en extensión, algunos campos como Dheisheh, en Belén, albergan hasta 15.000 personas. A pesar de que su condición de refugiados no les diferencia del resto de palestinos frente a la ley, los habitantes de estos campos quedan al amparo de la UNRWA y de la legislación internacional, y no de la Autoridad Palestina. Por tanto, la Agencia se hace responsable del mantenimiento y la rehabilitación de los campos, así como de la provisión de servicios básicos y de infraestructuras sanitarias y educativas. Sin embargo, otros aspectos sociales como las pensiones de jubilación no son atendidos por ningún organismo. Si hay algo que caracteriza a campos de refugiados como Dheisheh es su inagotable vitalidad. Mientras que pasear por cualquier ciudad cisjordana a partir de medianoche implica estar prácticamente solo, uno encontrará las estrechas calles de Dheisheh especialmente transitadas cuando se esconde el sol. Jóvenes y no tan jóvenes se reúnen en diferentes rincones del campo para charlar y pasar el rato acompañados de sus familiares y amigos. Sin embargo, esta energía positiva de la que uno se contagia nada más pisar Dheisheh se ve interrumpida prácticamente todas las madrugadas por las Fuerzas de Defensa de Israel. Los campos de refugiados palestinos

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concentran un alto grado de activismo político relacionado directamente con la negación del derecho al retorno a lo que un día fueron sus hogares. Así, los refugiados suelen tomar parte activa en movimientos políticos que destacan por la lucha no violenta contra la ocupación. A pesar del carácter pacífico de estas actividades, aquellos que participan de ellas son un objetivo habitual del Ejército israelí, que penetra de madrugada en los hogares de estos refugiados para arrestarlos sin cargos. Esta política es conocida como “detención administrativa” y permite encarcelar a sospechosos sin juicios ni cargos por periodos de seis meses prorrogables. Se trata de una práctica heredada del Mandato británico de Palestina (1922-1948) para arrestar a aquellos que luchaban contra su dominio sin necesidad de aportar ninguna prueba en su contra. En su versión actual, esta política permite a las autoridades israelíes detener a palestinos con base en las informaciones reunidas por los servicios de inteligencia, pero que son ocultadas al sospechoso y a sus abogados. Así, alrededor del 25 por ciento de la sociedad palestina ha estado en prisión en alguna ocasión, y en la actualidad son 750 los palestinos que se encuentran en detención administrativa. La razón por la que el Estado de Israel aplica de forma reiterada esta política reside en que los palestinos se rigen bajo la ley militar israelí cuando se trata de asuntos que el Estado judío considera susceptibles de afectar a la seguridad del país. Esto quiere decir que Israel aplica dos sistemas legales a un territorio que gobierna de facto: un sistema legal civil y criminal para los ciudadanos israelíes —colonos que residen en los asentamientos ilegales de Cis-


jordania— y un segundo sistema de carácter militar exclusivamente para los palestinos. El resultado es una discriminación sistemática en la que la ley es aplicada a una determinada persona con base en su nacionalidad y etnia, y donde cualquier actividad política, pacífica o no, es castigada con dureza. Más allá de las detenciones, las Fuerzas de Defensa de Israel también disparan con fuego real de manera frecuente cuando se adentran de madrugada en los campos de refugiados, por lo que resulta relativamente sencillo encontrarse con cantidad palestinos heridos de bala. Asimismo, estas prácticas son también aplicadas a menores de edad. Actualmente, 414 niños palestinos de entre 12 y 18 años permanecen en cárceles israelíes en calidad de detenidos por razones de seguridad y como presos, incluyendo 13 menores bajo detención administrativa. El Estado judío es el único país en el mundo que procesa a niños en tribunales militares que carecen de garantías de un juicio imparcial. Desde el año 2000, al menos 8.000 menores palestinos han sido arrestados y procesados en el sistema israelí de detención militar, caracterizado por la tortura sistemática y los malos tratos. La mayoría de los menores detenidos son acusados de lanzar piedras, y tres de cada cuatro sufren violencia física durante su arresto, traslado o interrogatorio. Por su parte, el Estado judío no permite la aplicación de este sistema de tribunal militar a ningún menor israelí. No obstante, Israel aprobaba en agosto una ley civil que permite encarcelar a niños a partir de los 12 años de edad, aplicándose tanto a portadores de pasaporte israelí como de la Autoridad Palestina. Hebrón: microcosmos de la ocupación Si después del pequeño recorrido realizado por los Territorios Palestinos Ocupados son muchas las dudas que nos siguen surgiendo, la ciudad de Hebrón no hace más que intrincar el ya complejo puzle y confirmar la obviedad de la ocupación. Todos los elementos anteriormente descritos cobran forma en tan solo 7,95 km2. Hebrón es la ciudad más grande de toda Palestina y constituye el enlace entre Gaza y Cisjordania, y solía representar la zona con mayor tejido industrial y comercial. Pero si algo le caracteriza es el hecho de que constituye la única ciudad palestina donde los asentamientos israelíes ilegales están dentro

de la urbe, en la propia ciudad vieja. En otras ciudades cisjordanas como Belén, Ramala o Nablus los asentamientos son construidos en zonas próximas a poblaciones palestinas, pero estos siempre quedan separados y delimitados por muros, vallas o bypass roads, por lo que no existe contacto alguno entre israelíes y palestinos. La ciudad se encuentra dividida en dos áreas fruto del Protocolo de Hebrón, firmado en 1997 entre el entonces primer ministro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Como resultado, Hebrón quedaba fraccionada en dos sectores: H1, considerado área A y administrado de jure por la Autoridad Palestina, constituyendo el 80 por ciento de la ciudad; y H2, bajo control militar israelí por ser categorizado como área C, que incluye la ciudad vieja y los asentamientos israelíes ilegales allí establecidos. El corazón de la medina alberga la tumba de Ibrahim, centro espiritual tanto para judíos como para musulmanes. Así, el Protocolo de Hebrón dividía en dos lo que hasta entonces era la mezquita de Ibrahim y reservaba también un espacio para el culto judaico, que se constituyó como sinagoga para preservar la sagrada Tumba de los Patriarcas. Entre los más de 170.000 palestinos que viven en Hebrón residen, además, unos 600 colonos que se instalaron de manera progresiva e ilegal en la ciudad. Repartidos en cuatro grandes asentamientos dentro de la ciudad vieja, estos colonos cuentan con 2.000 soldados desplegados de manera permanente que “velan por su seguridad”. A estas cifras hay que sumar los 7.100 colonos que viven en Kiryat Arba, fuera de los límites municipales de Hebrón, y que constituye el primer asentamiento ilegal que se estableció en toda Cisjordania. Fue construido en abril de 1968 siguiendo las políticas de ocupación resultantes de la guerra de los Seis Días después de que las autoridades israelíes confiscaran más de 4 km2 de tierra al este de la ciudad. Un simple paseo por al-Khalil —como denominan los árabes a Hebrón, que significa literalmente “amigo”— es suficiente para percatarse de las tensiones que se viven diariamente en la ciudad. Los elementos de la ocupación son omnipresentes: soldados apostados en cada esquina, torres

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“Conocer el carácter y la particularidad de la ciudad Hebrón resulta clave para entender el conflicto palestino-israelí en su totalidad”

de vigilancia, checkpoints, vallas con alambre de espino y una infinidad de calles cortadas y sin salida. Los colonos de la ciudad vieja comenzaron a instalarse en las viviendas de la parte superior de los comercios, expulsando para ello a cientos de familias palestinas o comprando sus propiedades mediante coacción. Así, gran parte de los locales que quedaron bajo los asentamientos se vieron obligados a cerrar por las presiones constantes que sufrían, y a día de hoy son más de 600 las tiendas que han sellado sus puertas en el centro de la ciudad, unas vencidas por las agresiones directas de los colonos y otras como consecuencia de órdenes militares dictadas por el Estado judío. Aquellos comercios que aún permanecen abiertos tienen que lidiar con una violencia diaria que intentan suavizar, entre otras medidas, con el establecimiento de mallas metálicas que actúan como techos, pues una de las prácticas más empleadas por los colonos consiste en lanzar basura, excrementos e incluso productos químicos a través de las ventanas a quienes pasean por la medina. Sin duda alguna, la circunstancia que más impresiona a quien visita por primera vez al-Khalil es el ambiente fantasmal que se respira en su calle principal. La calle Shuhada conecta la ciudad de este a oeste, pero solo sobre el mapa. En la realidad, esta avenida sufre un cierre casi permanente que prohíbe la entrada a los palestinos, y es custodiada por un checkpoint en cada uno de sus accesos. Así, ni siquiera los pocos palestinos que aún residen en esta calle pueden acceder con normalidad a sus casas, y para llegar a ellas tienen que atravesar, en muchas ocasiones, el interior de otras viviendas fuera del cerco israelí

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que acaban por conectar con ellas. Una vez más, nuestro pasaporte europeo nos permite el acceso sin miramientos a la calle Shuhada tras atravesar el checkpoint pertinente. Sin embargo, no son pocos los internacionales que han sufrido agresiones por parte de colonos cuando paseaban por la desierta avenida principal, los cuales gozan de la complicidad de los soldados allí desplegados. Por supuesto, son los palestinos quienes sufren de manera más extrema la impasividad de la presencia militar en su propia ciudad, así como una inseguridad constante por el derecho de los colonos a portar armas. Pero esta situación de extrema tensión y violencia no siempre ha caracterizado a Hebrón. Muy al contrario, musulmanes y judíos coexistieron en paz y armonía durante siglos, cuando muchos judíos expulsados de España en 1492 se trasladaron a esta ciudad. Fue la llegada del movimiento sionista la que desestabilizó el equilibrio de fuerzas y desencadenó la violencia en Hebrón. La población judía que hasta el momento residía en la ciudad no era de corte sionista y no aspiraban a la creación de un Estado judío, sino que inmigró a la ciudad por motivaciones religiosas y místicas, ya que Hebrón es conocida por albergar la Tumba de los Patriarcas, un destacado lugar religioso para el islam y el judaísmo. Sin embargo, en la década de 1920 se extendió el rumor desde Jerusalén de que los sionistas habían llegado a Tierra Santa para apropiarse de la tierra palestina y asesinar a los árabes que allí residían. Tras la noticia de que supuestamente los judíos estaban masacrando a árabes en Jerusalén, el miedo se extendió y los árabes de Hebrón irrumpieron en el barrio judío, asesinando a 67 de ellos. Muchos


No fue hasta 1968 cuando un grupo de unos treinta judíos llegaron a la ciudad bajo el disfraz de turistas para celebrar la Pascua judía en un céntrico hotel de la ciudad vieja. Cuando el grupo manifestó su intención de quedarse de manera indefinida, el ministro de Defensa israelí ordenó su evacuación, pero pronto acordó su reubicación cerca de la base militar que más tarde se convertiría en el asentamiento de Kiryat Arba. La presencia de colonos israelíes creció rápidamente, y en 1972 eran ya 20 las familias judías que ocupaban ilegal-

mente hogares que pertenecían a palestinos. Estos colonos alegaban que su presencia en Hebrón representaba una “continuación” de la minoría judía que vivió en la ciudad antes de la creación del Estado de Israel, a pesar de la intención de la antigua comunidad judía de desvincularse de estos, llegando a firmar una petición pública en 1996 para pedir su evacuación de la ciudad. A diferencia de los que habitaron Hebrón con anterioridad, los judíos actuales viven completamente aislados de sus vecinos palestinos. Conocer el carácter y la particularidad de la ciudad Hebrón resulta clave para entender el conflicto palestino-israelí en su totalidad. Algo que tiende a obviarse cuando se explica la historia de este eterno enfrentamiento es que fue la denominada masa-

Fotografía: el asentamiento israelí de Har Homa, entre Belén y Jerusalén Este, tiene una población de más de 25.000 personas.

de los judíos que sobrevivieron a la masacre fueron salvados por sus amigos musulmanes, que los rescataron y escondieron de la multitud enfurecida. Tras estos sucesos, la totalidad de la comunidad judía abandonó Hebrón.

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El cierre casi permanente de la calle Shuhada, custodiada por checkpoints en sus puntos de acceso, restringe la libertad de movimiento a los residentes de Hebrón.

cre de Hebrón de 1994 la que dio lugar a la creación del brazo armado de Hamás. El 25 de febrero de ese año, el judío ultraortodoxo Baruch Goldstein entró en la mezquita de Ibrahim con varias granadas y un rifle M-16 y disparó indiscriminadamente contra los fieles que se encontraban allí 32

rezando, asesinando a 29 e hiriendo a más de 120. Cuando se quedó sin munición, también él fue asesinado a golpes por los supervivientes de la masacre, lo que le convertiría en mártir para la comunidad judía. Este suceso, además de enturbiar el proceso de paz —los Acuerdos de Oslo se fir-


lestina que hasta el momento apostaba por una lucha no violenta contra la ocupación. Este clima de tensión extrema, con sus inevitables altibajos, se prolonga hasta nuestros días, y son los propios hebronitas los que reconocen que se ha producido un proceso de normalización de la violencia en el que ya no sorprenden las muertes diarias. Consultar las páginas de medios locales y comprobar que otro niño o adulto palestino ha sido masacrado en Hebrón por las Fuerzas de Seguridad de Israel sin justificación aparente constituye la prueba de que el conflicto se encuentra en un punto de no retorno. Este análisis, no obstante, es aplicable a Palestina en su totalidad, y prueba de ello es que la (mal o bien) denomina Tercera Intifada se ha cobrado ya 72 vidas desde el pasado octubre. Este estancamiento se debe, por un lado, a un inmovilismo político y a una clara falta de liderazgo donde la Autoridad Palestina se presenta para el grueso del pueblo palestino como marioneta y cómplice del Estado judío. Por otro lado, se atribuye también a una comunidad internacional que, no satisfecha con hacer la vista gorda y permitir que Israel viole de manera sistemática el derecho internacional, respalda económicamente al Estado judío para que este siga nutriéndose de los instrumentos necesarios para implementar sus políticas de apartheid.

maban tan solo un año antes, en 1993—, generó una respuesta extrema de ciertos grupos palestinos, que iniciaron una ola de atentados en las grandes ciudades israelíes. Entre ellos se encontraban las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, rama armada de Hamás, organización pa-

Como la práctica totalidad de extranjeros que pisamos estas tierras, tarde o temprano llega el día en que nos marchamos y volvemos a nuestros cómodos hogares. El pueblo palestino, por su parte, permanece aquí, por voluntad o por imposición. Si bien contar estas historias al mundo no cambia ni un fragmento de la realidad del conflicto ni de sus protagonistas, el simple hecho de prestar atención a lo que sucede en los Territorios Ocupados constituye un paso de gigante para sus habitantes. Conscientes de su difícil situación, insisten una y otra vez en que el mundo necesita saber lo que aquí acontece para que no caigan en el olvido. Y nos contagian, con su sonrisa permanente y su lucha inspiradora, de un halo de esperanza que nos ayuda a madrugar y a escribir como si nos fuera la vida en ello. “Confía en el cambio, no importa lo estúpido que te sientas por creer en ello”, aconsejan constantemente por aquí. Porque la lucha del pueblo palestino se basa en la resistencia a través de la existencia. 33


La marca Madrid y sus nuevos mercados gastronómicos Por Ángel del Palacio Tamarit

Una amiga me contaba entre risas que cuando fue a un restaurante de cocina creativa muy famoso y conocido en Madrid, también muy caro, se comió las flores del centro de mesa pensando que eran el aperitivo: confundió el ornamento con el alimento. La gastronomía moderna tiene mucho de ornamental y también mucho de clase, como ya señalaba Roland Barthes de la ornamentalidad visual de la cocina burguesa (1999). En el mercado de San Miguel en Madrid existe un puesto de flores comestibles; seguro que no es el único sitio donde se comen flores. No digo que comer flores sea intrínsecamente malo; quizá, sí, una moda chic, cool, camp, fancy... Sin embargo, las modas no son solo modas, ya que unas triunfan y otras no debido al objeto en sí y a su apreciación por parte de la gente. Lo paradójico es que cuando una moda triunfa y es adoptada por el conjunto de la sociedad inmediatamente deja de estar de moda, por lo que se impone una constante búsqueda de la novedad, como si las cosas, o más bien los deseos, se marchitaran nada más alcanzarlos. Con las modas gastronómicas ocurre lo mismo, aunque sus ciclos son más lentos que los de la vestimenta. De lo que no cabe duda es que la gastronomía es un sector

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floreciente dentro de las industrias creativas desde hace ya unos cuantos años. Si la gastronomía ya existía de antes, ¿qué es lo que ha cambiado para que surja internacionalmente este interés repentino por ella? En una sociedad cuya idea de progreso se fundamenta en la innovación y el desarrollo tecnológicos, la investigación científica proporciona validez social a los discursos en los que participa. La ciencia es en parte política, y por lo tanto su conocimiento se vincula históricamente a un contexto socioeconómico determinado. A este respecto, las universidades son instituciones que funcionan como instancias legitimadoras de un conocimiento particular, por lo que se encuentran en relación directa con el poder por su capacidad de establecer la hegemonía de ciertos discursos (Foucault, 2002). Este saber es transformado en discurso y extendido posteriormente por los medios de comunicación al conjunto de la sociedad. En el año 2004 nació, vinculada al movimiento slow food, la Universidad de Ciencias Gastronómicas en Italia, y en el 2009, el Basque Culinary Center en el País Vasco. La gastronomía se ha


convertido en un campo epistemológico de validez científica. Son las primeras universidades de ciencia gastronómica, que se distinguen de anteriores estudios culinarios por conjugar de forma multidisciplinar tradición gastronómica, investigación, experimentación, innovación, entorno geográfico y diseño entre otras materias. Se crearon posteriormente programas de estudio gastronómico que siguen esta vertiente en las prestigiosas universidades de Boston y Harvard.

“La gastronomía moderna tiene mucho de ornamental y también mucho de clase”

Las universidades han otorgado validez al debate sobre la gastronomía. Los medios de comunicación lo han incorporado en la producción de contenidos. En televisión han proliferado los reality shows y otros programas televisivos que toman como eje central la gastronomía: Master Chef, Top Chef, Pesadilla en la cocina, Un país para comérselo, etc. La crítica gastronómica se ha consolidado en la modalidad de periodismo de servicios gracias a la influencia de publicaciones como la Guía Michelin y al auge del turismo. De hecho, ha nacido el turismo gastronómico que tiene por principal objeto del viaje la comida. España ocupa el tercer puesto en el ranking mundial de países que más turismo reciben, por debajo de

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Francia y EE. UU., y el segundo en ingresos por turismo (López, 2015). En el contexto actual neoliberal de libre mercado en el que los territorios compiten entre sí a nivel global por atraer inversiones extranjeras, aumentar las exportaciones, generar turismo y potenciar la demanda para residir en ese territorio particular, las administraciones públicas han visto en la gastronomía el aliado idóneo para la construcción de la marcaterritorio. A través de la gastronomía, industria creativa, se aúnan el sector primario de la agricultura y el sector servicios, por lo que es probable que si la gastronomía de una región o país es reconocida internacionalmente se genere un efecto dominó que beneficie económica y socialmente a conjuntos y sectores más amplios de la sociedad. Por ello, en el País Vasco y Cataluña han surgido asociaciones, en forma de clústeres culinarios, con el objetivo común de revitalizar y transformar, a la vez que dar a conocer, su gastronomía regional. El impulso de la gastronomía en España y la aplicación, por parte de las administraciones públicas, de las técnicas del marketing con la intención de generar una marca-territorio se engloban dentro del conjunto de transformaciones modernas designadas con el término “sociedad del conocimiento”. Se usa esta noción para caracterizar, en las sociedades postindustriales, “la transición de una economía que produce productos a una economía basada en servicios y cuya estructura pro-

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fesional está marcada por la preferencia a una clase de profesionales técnicamente cualificados. El conocimiento teórico se ha convertido, según este enfoque, en la fuente principal de innovación y el punto de partida de los programas políticos y sociales” (Krüger, 2006). Esta transición se está haciendo más patente en España tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en el 2008. Muchos de los puestos de trabajo que se destruyeron al abandonar el ladrillo como motor económico fueron reabsorbidos por el sector servicios. La ley del suelo promovida por el gobierno del Partido Popular en 1998 convirtió grandes extensiones de suelo en potencialmente urbanizables. Debido a esto, Madrid vio crecer de forma vertiginosa los parques de viviendas en la periferia. Desde el inicio de la crisis se abrió una nueva fase de planificación urbana consistente en la rehabilitación y revalorización del centro urbano madrileño con criterios ecológicos y de recuperación de elementos históricos y culturales del territorio. La marca Madrid se basa en este retorno y recuperación del centro urbano madrileño por los valores intangibles y simbólicos que detenta. El place branding se define a grandes rasgos como la aplicación de las técnicas del marketing a un territorio con la finalidad de crear una identidad y una imagen específicas de las cuales sacar réditos económicos. Cabe preguntarse hasta qué


“Desde el inicio de la crisis se abrió una nueva fase de planificación urbana consistente en la rehabilitación y revalorización del centro urbano madrileño con criterios ecológicos y de recuperación de elementos históricos y culturales del territorio”

punto es lícito y democrático generar una identidad e imagen específicas de un territorio cuando estas están conformadas por el conjunto de los habitantes, la historia, la cultura y el entorno geográfico. La identidad y la imagen de un lugar pertenecen a la totalidad de sus habitantes. De igual manera, es importante preguntarse cómo se distribuye la plusvalía de la marca-territorio generada con dinero público. Su apropiación por parte de las élites económicas constituye un caso más de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2007), esta vez del valor intangible del espacio público. Desde la web de la Comunidad de Madrid se redirige a las webs de los mercados gastronómicos madrileños. El arte de cocinar y la gastronomía en sí como producto de consumo contienen elementos identitarios del territorio muy fuertes, ya que la materia prima proviene del entorno geográfico en su mayoría, la tradición culinaria forma parte de la cultura de la región en cuestión, y la creatividad en la receta y la ejecución es puesta por sus habitantes. El consumo de la gastronomía se realiza en los restaurantes de la misma ciudad, en sus calles con nombres de escritores, políticos, personajes y hechos gloriosos que recuerdan la historia del lugar. En este contexto, los nuevos mercados gastronómicos madrileños (San Miguel, San Antón, Moncloa, San Ildefonso, Platea Madrid) se diferencian de los tradicionales por ser espacios fundamentalmente de consumo,

mientras que estos últimos son espacios de distribución. La concentración de la oferta en las grandes superficies de los supermercados, abiertos también los fines de semana, unida a la incorporación de la mujer al mercado laboral, que en muchos casos ha supuesto que los dos miembros de la pareja trabajen de lunes a viernes y releguen las compras al fin de semana, han provocado la entrada en decadencia de muchos mercados tradicionales. En el caso del mercado de San Miguel, historia y gastronomía se fusionan en el corazón de Madrid para ofrecer productos gourmet de la cocina internacional y nacional. Era un antiguo mercado tradicional que servía de centro de distribución para pequeños productores. Su estructura de hierro forjado, la primera en Madrid, fue diseñada por uno de los discípulos de Eiffel. De esta manera se prevenían los incendios; de hecho, una antigua estructura de madera del mercado fue devorada por las llamas. Su ubicación en el centro histórico, a pocos metros de la plaza Mayor, y su estructura y propia historia se funden con el consumo gastronómico para la creación de una experiencia del lugar orientada fundamentalmente a los turistas. En la gastronomía se imbrican todas las acepciones de cultura posibles. La gastronomía se vincula con la cultura de la región en la que nace, con su folclore y su tradición, por ello se diferen-

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“El consumo gastronómico se concibe como un forma de ocio cultural, y su producción como una forma artística”

cia de la de otras culturas, en plural. La gastronomía es a su vez una experiencia antropológica compartida que nos participa y de la que participamos socialmente con otros habitantes. A nivel económico, la gastronomía es una actividad creativa cuyo consumo es comercializado como una forma de ocio cultural. Finalmente, y esta es la acepción más reciente en entrar en los dominios de la cocina, la gastronomía es alta cultura, legitimada como tal, como se ha dicho anteriormente, al constituirse en la actualidad en disciplina científica en las universidades y gracias a la atención de los medios. Los nuevos mercados gastronómicos madrileños se caracterizan por una oferta culinaria orientada a consumidores con gran capacidad adquisitiva. El hecho de comprar comida ya preparada implica, obviamente, un coste más alto que comprar los ingredientes y cocinar en el hogar. La diferencia se incrementa aún más por el carácter gourmet y delicatessen de la oferta. Actualmente, el consumo gastronómico se concibe como una forma de ocio cultural, y su producción como una forma artística. Así pues, los nuevos mercados gastronómicos madrileños son centros de consumo de ocio cultural que rompen barreras idiomáticas: un turista extranjero que no sepa español puede consumir alta cultura. La alta cultura se ha hecho administrable vía paladar. En

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ocasiones creo que la tendencia al impacto visual y la búsqueda de la novedad en la cocina creativa con la intención de sorprender sacrifica el contenido en pro de la forma: crea platos vistosos, llamativos y muy caros. La mercantilización y elitización del ocio en el centro urbano madrileño deriva lenta y progresivamente en procesos de gentrificación y exclusión, con la consiguiente migración a la periferia de las clases más desfavorecidas y la concomitante desaparición futura de la heterogeneidad social en sitios tan emblemáticos como la Puerta del Sol de Madrid.


BIBLIOGRAFÍA Barthes, R. (1999). Mitologías. Madrid: Siglo XXI de España Editores. Foucault, M. (2002). La arqueología del saber. Buenos Aires: Siglo XXI. Harvey, D. (2007). Neoliberalism as Creative Destruction. The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science. 610, 21. López, R. G. (24/06/2015). aprendedeturismo.org. Consultado el 03/10/2016 en http://www.aprendedeturismo.org/que-paises-del-mundo-que-reciben-mas-turistas-y-en-america-latina/ Pérez, E. G. (2014). Gentrificación en Madrid: de la burbuja a la crisis. Revista de Geografía Norte Grande, 58, 71-91.

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a ru


ueda Texto y fotografías de Iván Castillo Otero


Etapa prólogo Última hora de la tarde en el aeropuerto Charles de Gaulle. Es sábado y el ir y venir de viajeros es incesante. Arrastro la maleta por varios pasillos hasta que llego al RER (Réseau Express Régional). Sentado en el tren que une el aeródromo con el centro de París reflexiono sobre Francia. A menudo hemos sucumbido desde la península a la tentación de mirar con admiración (y, en muchos casos, con envidia) a la cara norte de los Pirineos, donde se encuentra esta nación que ya por eslogan hace un llamamiento a la libertad, la fraternidad y la igualdad. Ahora, en este 23 de julio del 2016, los franceses me reciben peleando en las calles contra una reforma laboral a la española promovida por un gobierno liderado (sobre el papel) por un socialista. Quién nos iba a decir que iban a ser ellos los que miraran a la ladera sur de la antes citada cordillera para tomar como ejemplo una ley tan regresiva para los trabajadores. Apenas he pasado por dos o tres estaciones y el vagón va a rebosar. Tras mirar a mis compañeros de viaje, me pregunto cómo se puede ser racista en Francia y cómo se puede creer en los mensajes xenófobos del Frente Nacional. En un habitáculo de medidas modestas vamos blancos (la gran mayoría nos hemos subido en el aeropuerto), negros, asiáticos o personas con rasgos faciales propios de Argelia, Túnez o Marruecos. Al igual que cayó el imperio colonial francés (que dejó este mestizaje en la metrópolis), parece que se desmiembra el proyecto común europeo. Tras perder las colonias, Charles de Gaulle, como presidente de la República Francesa, lo impulsó. Fue un cambio de política exterior obligado en una nación que abandonó sus planes colonialistas para construir lo que hoy conocemos como Unión Europea. Es probable que viera con pesar cómo los populismos de aquí y de allá aprovechan, entre otras cosas, el terrorismo que azota Francia para mezclarlo miserablemente con la inmigración y pedir su salida de las instituciones comunitarias o dejar de cumplir lo acordado en las reuniones de Bruselas.

paseo de los Ingleses de Niza. Se vive en una falsa normalidad en la que la gente se gira con rostro tenso cuando alguien hace un ruido inesperado en la calle.

El terrorismo es uno de los factores que hace que esta visita a París sea diferente a las anteriores que he hecho. Desde la última vez que estuve, Francia se ha desangrado en la redacción de Charlie Hebdo, en Bataclan, en Le Carillon y en el

Llego a la estación de Châtelet-Les Halles, la más cercana a mi hotel. Aún no ha anochecido. Cuesta andar por la acera tirando de la maleta con tantos transeúntes. En unas horas, cuando caiga la noche, daré una vuelta por la plaza de la Concor-

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Gendarmes vigilan la zona del arco del último kilómetro.

dia y la zona de las Tullerías. Allí está situado el arco del último kilómetro de la etapa final del Tour de Francia, que llega mañana a la capital francesa, y de La Course femenina. La presencia policial es más que evidente. Normalidad. Primera etapa: 24 de julio No es un domingo cualquiera para París. Amanece engalanada para recibir al pelotón ciclista de la grande boucle, que llega tras recorrer vein-

tiuna etapas en veintitrés días. La calle Rivoli es un hervidero de aficionados que ya caminan hacia las Tullerías cuando aún faltan más de tres horas para que comiencen a dar pedaladas en La Course y unas seis para que llegue el Tour. No son pocos los que han optado por vestirse con los colores tradicionales de la carrera y las camisetas amarillas, verdes y blancas con motas rojas prevalecen por encima de las demás. La hinchada noruega, fiel a su cita anual, ya está avituallán-

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“Dicen que el carné de ciclista se gana cuando se consigue finalizar el Tour de Francia y en esta edición se repartirán 174 de estas ficticias acreditaciones”

dose en la salida del túnel de la avenida Général Lemonnier, frente a la estatua de Juana de Arco. Un clásico. Policías vigilan los accesos a los puntos calientes controlando bolsos y mochilas. Otros agentes desfilan de aquí a allá y ultiman el operativo de seguridad. Tras la Eurocopa de fútbol, esta es una jornada sensible en lo que a alerta terrorista se refiere. En 1999 tuve la suerte de disfrutar de este mismo evento deportivo en la capital francesa y tengo con qué comparar. Por poner un par de ejemplos, aquel día no había un efectivo policial cada doscientos metros a lo largo del circuito y no me registraron por si pudiera llevar algún paquete sospechoso. Los parisinos están muy comprometidos con los gendarmes. Nadie rechista ante las peticiones de estos. Están agradecidos por su entrega en la lucha contra el terrorismo yihadista y los recompensan con aplausos cada vez que caminan cerca del vallado de la prueba. A la hora de comer y bajo un sol de justicia, los Campos Elíseos acogen la salida de La Course. Es una carrera femenina que la dirección del Tour de Francia creó en el año 2014 tras las peticiones de importantes corredoras. Dan un total de trece vueltas (89 kilómetros) al circuito que por la tarde recorrerán los hombres. Muchos creen que realmente se ayudaría más al ciclismo femenino creando un Tour de Francia de mujeres y no con una etapa de un día. Menos es nada, pero la crí-

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tica se entiende. Mientras el país se paraliza durante veintiuna etapas por el paso de ellos y las televisiones de todo el mundo lo retransmiten en riguroso directo, ellas solo tienen la suerte de exhibirse un día por París y sin la cobertura mediática que merecerían. Son las teloneras. Eso sí, el público responde y las anima con ganas. Las primeras vueltas de La Course transcurren con el pelotón unido y con esporádicas fugas. Cuando falta una vuelta para el desenlace final, se produce una caída frente a la posición en la que me encuentro. Corro para ver qué sucede. Fruto de un enganchón, varias corredoras han dado con sus huesos en el suelo. Parece que todas están bien, se levantan y continúan su marcha. Solo queda una, que está siendo atendida por el médico de la prueba. Tiene una brecha profunda bajo la rodilla y sangra bastante. Con atención, sigo la disputa dialéctica que mantienen. Él le informa de que el golpe que se ha llevado es fuerte, que tan solo queda un giro al circuito y que se retire tranquilamente. Ella lo mira atónita. Le responde que cómo se va a retirar, que le coloque un vendaje sobre la zona dañada y que quiere seguir. La cara del personal sanitario denota resignación. Tiene pinta de que esta conversación ya la ha tenido más veces con otras ciclistas. Julie Leth, danesa de 24 años que porta el dorsal 145, se sube con rostro de dolor a la bicicleta y continúa. El corte era feo y profundo, pero los que compiten en ciclismo a nivel


Los mĂŠdicos de La Course atienden y empujan a la ciclista Julie Leth tras su caĂ­da.

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El pelotón de La Course circula por las Tullerías.



Gougeard (Ag2r), Craddock (Cannondale), Burghardt (BMC), Teklehaimanot (Dimension Data), Roy (FDJ), Barta (Bora Argon), Costa (Lampre) y Feillu (Fortuneo) se fugan del pelotรณn del Tour.


profesional están hechos de otra pasta. La igualdad es máxima y La Course se resuelve en una llegada masiva. Gana la australiana Chloe Hosking, el segundo puesto es para la finlandesa Lotta Lepistö y el tercero para la holandesa Marianne Vos. Minutos antes de las cuatro de la tarde, el sol aprieta con fuerza sobre el público que se agolpa en las Tullerías, pero allí nadie se mueve. Mientras esperan el paso de la caravana publicitaria del Tour y la llegada del pelotón masculino, vendedores sin licencia ofrecen botellines de agua por un euro la unidad. No logran escapar de las fuerzas de seguridad, que les requisan la mercancía y las ganancias. Uno se pregunta si no podían tener algo más de mano izquierda. Hace rato que han dado las seis de la tarde y veo a lo lejos cómo los noruegos comienzan a agitar las banderas en su curva. Es el aviso inequívoco de que llega el pelotón. No es la primera vez que 50

vivo esto, pero sigue siendo un momento muy emocionante para los que amamos este deporte. La ronda gala son palabras mayores. Dicen que el carné de ciclista se gana cuando se consigue finalizar el Tour de Francia y en esta edición se repartirán 174 de estas ficticias acreditaciones. El protocolo no escrito marca que en la primera vuelta el pelotón estará encabezado por el equipo del líder, pero en esta ocasión el Sky de Chris Froome deja que Joaquim Rodríguez, que en una de las jornadas de descanso anunció su adiós al ciclismo, circule en solitario abriendo la carrera. “Purito”, que es así como se le conoce a este catalán, ha dado grandes tardes a la historia del ciclismo y ha aportado un carácter muy particular, en el que destaca una sinceridad apabullante en todas sus declaraciones. Se va con un palmarés envidiable en el que destacan tres etapas en el Tour, dos en el Giro, nueve en la Vuelta, dos victorias en el Giro de Lombardía, una Flecha Valona, una Vuelta al País Vasco, un Campeonato de España en ruta o sus medallas de plata y


Por muy predecible que pueda ser la disputa, esta última lucha del Tour, llana y encaminada a una llegada masiva, no deja de ser un espectáculo de comienzo a fin. Se suceden ataques de breve duración que los equipos de los hombres rápidos que aspiran al triunfo en los Campos Elíseos controlan con solvencia. Observo con atención el paso de los ciclistas por el arco del último kilómetro, que a estas alturas es ya una pelea continua por los mejores puestos de cara al esprint. La gloria se la lleva André Greipel. El alemán entra por delante del eslovaco Peter Sagan y el noruego Alexander Kristoff. Con total merecimiento, Chris Froome se hace con su tercer Tour. En esta edición de la ronda francesa, ha sacado tiempo a sus rivales subiendo, bajando, en llano y en las etapas contrarreloj.

Le acompañan en el podio Romain Bardet, orgullo de los locales, y el colombiano Nairo Quintana, que no ha gozado de las piernas que él esperaba. El día finaliza y los operarios se afanan en desmontar todo el tinglado. Las tiendas de souvenirs guardan el material para el año que viene y París intenta recuperar el ritmo habitual de otros domingos de verano. Cruzo la calle Rivoli en dirección contraria a la de esta mañana. Me merezco un descanso. Cubrir un evento así, con la carga emocional que tiene para mí, resulta cansado. Los gendarmes siguen controlándolo todo. Dentro de unos días, un cura morirá a manos de dos terroristas que actuaban en nombre del Estado Islámico en una iglesia de Normandía. Ese día habrá un cambio significativo en las calles de la capital francesa: los militares sustituirán a los gendarmes en las labores de vigilancia.

Pasa veloz el pelotón. Destacan el amarillo de Froome, ganador del Tour 2013, 2015 y 2016, y el verde de Sagan, vencedor de la claisificación de los puntos en 2012, 2013, 2014, 2015 y 2016.

bronce en el Campeonato del Mundo de Ciclismo en Ruta.

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Aquí nadie se sorprende. Llevan muchos meses así. Normalidad. Segunda etapa: 30 de julio Es un orgullo para una ciudad tan pequeña como la capital guipuzcoana albergar una prueba tan importante como la Clásica San Sebastián. El Boulevard donostiarra ha visto ganar a grandes de este deporte como Marino Lejarreta, Miguel Indurain, Gianni Bugno, Claudio Chiappucci, Davide Rebellin, Francesco Casagrande, Erik Dekker, Laurent Jalabert, Paolo Bettini, Alejandro Valverde o Philippe Gilbert. Además, la afición vasca tiene una fama bien merecida de fiel y entregada. Este suele ser uno de los motivos por los que muchos de los ciclistas extranjeros se acuerdan de las carreras que han disputado en Euskadi cuando se retiran. Que esté situada en el calendario profesional después del Tour es una suerte, puesto que los ciclistas llegan con la forma física de tres semanas de alta competición y el descanso de una tras fi-

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nalizar su participación en la grande boucle. Por otro lado, algunos corredores aprovechan esta edición del 2016 como último test antes de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. El recorrido, que supera los doscientos kilómetros, es muy exigente. Suben puertos de primera y segunda categoría. La última dificultad montañosa está muy cerca de meta, haciéndolo decisivo para el desenlace final. Los participantes saben que en esta prueba de un día no gozarán de grandes momentos de calma. Me cuelgo la acreditación al cuello y entro en la zona reservada para los equipos, la organización y la prensa. Los ciclistas, que salen de sus autobuses para pasar el control de firmas, son, por lo general, cercanos y se paran para hacerse fotos con los aficionados. Purito Rodríguez es uno de los más aclamados. A las preguntas del speaker que conduce la presentación de los protagonistas antes de la salida recuerda que hoy es su última carrera en Europa, puesto que antes de retirarse solo le quedan la Clásica y la cita olímpica de Bra-


En la página anterior: Samuel Sánchez y Alejandro Valverde se saludan en el control de firmas de la Clásica San Sebastián. Sobre estás líneas: Alberto Contador atiende antes de la salida a los medios de comunicación.

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Salida de la Clรกsica San Sebastiรกn.


Bauke Mollema cruza victorioso la lĂ­nea de meta.



La lucha por el quinto puesto en la Clásica San Sebastián. Ganó Greg Van Avermaet, que una semana después lograría la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río.


“‘Siempre había querido tener uno de esos sombreros vascos’, declaró el corredor oriundo de Groninga luciendo la txapela de vencedor sobre su cabeza. Deseo concedido”

sil. Anuncia batalla para intentar llevarse una prueba que no figura en su palmarés y se lleva la ovación del respetable. No lo va a tener fácil. Alejandro Valverde, los hermanos Yates, Tony Gallopin, Daniel Martin, Luis León Sánchez, Bauke Mollema o Rigoberto Urán han llegado a Donostia con la misma intención. A las once y media salen de la calle Hernani y se disponen a recorrer gran parte de Gipuzkoa antes de regresar a la capital para el primer paso por la meta y la llegada final. Los equipos de los favoritos permiten fugas que en todo momento están bajo control y protegen a sus líderes hasta la subida final a Murgil Tontorra. Allí, Purito cumple e intenta llegar a la cima en solitario, pero varios rivales logran darle caza. Nada más coronar, Mollema ataca a sus compañeros de escapada (el antes citado Purito, Gallopin y Valverde) y logra llegar sin compañía a San Sebastián. En la víspera, el holandés había entrenado a conciencia el tramo final de la Clásica, y de este modo vio recompensado su esfuerzo. Además, consiguió quitarse el mal sabor de un final de Tour irregular. “Siempre había querido tener uno de esos sombreros vascos”, declaró el corredor oriundo de Groninga luciendo la txapela de vencedor sobre su cabeza. Deseo concedido. Con la entrega de premios finaliza otra gran jornada de ciclismo en tierras vascas. En ocasiones, cuando uno se acostumbra a lo bueno, deja de

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valorarlo. Espero que con la Clásica no ocurra. Esta prueba es muy apreciada por el pelotón y, además, proyecta a todo un territorio durante horas en los televisores de media Tierra. Casi nada. Epílogo: Robocop Dos días después de que terminara el Tour de Francia, aún estaba en París. Paseaba por los Campos Elíseos en dirección a Chez Clement con intención de llenar el buche y paré en un kiosco para comprar el último número de la revista Charlie Hebdo. Se lo pedí en inglés (ya saben, con ese acento tan poco británico) al hombre que lo regentaba y se percató de cuál era mi nacionalidad. Me preguntó a ver de dónde era. “¿Vasco? Allí sois fuertes y serios, como Robocop”, me dijo. Él era portugués, y me confesó que daba gusto poder conversar con alguien que hablara un idioma más cercano al suyo que el francés. Ya de vuelta en San Sebastián, reflexioné sobre lo que me había dicho aquel vendedor luso de prensa y llegué a la conclusión de que en el deporte los verdaderos superhombres y supermujeres eran esos ciclistas que había visto llegar a la capital francesa. Ellos no escatimaban un gramo de fuerza después de llevar tres semanas montados en el sillín de la bicicleta. El esfuerzo de ellas se podría personificar en Julie Leth, que tras una dura caída y con una profunda brecha en la pierna solo pensaba en que la vendaran para


El podio de la Clásica San Sebastián 2016.

poder llegar a la meta. Era increíble la determinación con la que le pedía al médico que la dejase seguir. El pasado 19 de mayo, Alberto Zerain hizo cima en el Dhaulagiri, montaña situada en la cordillera del Himalaya (Nepal). Tiene 8.167 metros de altura, lo que la convierte en la séptima más alta de la Tierra. Pude escuchar la conversación que tenía este alpinista vasco con el campamento base nada más coronar. Anunciaba cómo iba a gestionar la bajada y se disculpaba por cómo se expresaba: “Tengo dificultad al hablar porque tengo congelada la mandíbula”. Me quedé alucinado con su entereza y con esa capacidad de sufrimiento. Otro superhombre.

niendo un descanso de dos días entre ambos. Los medios de comunicación se suelen mostrar comprensivos con sus lamentos y los suscriben. En estos días que he pasado a rueda del ciclismo, viviéndolo de cerca, he meditado al respecto y la realidad es tozuda. Las comparaciones son odiosas cuando se hacen entre el fútbol y otros deportes más sacrificados y mucho menos premiados. Cada uno elige a sus robocops. Yo tengo claro cuáles son los míos.

Habitualmente oímos quejarse a jugadores, entrenadores o presidentes de equipos de fútbol cuando les toca jugar un par de partidos te-

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Starship Troopers: dosis de ironía contra el conformismo Por Fran Sospedra

“El deber es una virtud de adultos. En realidad un joven solo se hace adulto cuando adquiere un conocimiento del deber y lo abraza con afecto idéntico al amor que ha sentido por sí mismo desde que nació” Coronel Dubois, Starship Troopers, novela de Robert A. Heinlein

"Somos pequeñas llamas mal protegidas por paredes frágiles contra la tormenta de la disolución y la locura en la cual titilamos y de la cual a veces casi logramos salir. Nos arrastramos sobre nuestros propios cuerpos y con grandes ojos miramos hacia la noche... Y así esperamos a la mañana" Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente

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M

ás allá del poso de la fina ironía de un gran director como Verhoeven, Starship Troopers fue un discreto fracaso de taquilla y de público. Nos acercamos a su veinte aniversario el próximo año. Muchos críticos leyeron la película con una literalidad probablemente tomada de la precaución que despierta el controvertido material original de Heinlein (decididamente un conservador, dudosamente un fascista de pleno derecho).

En un ejercicio de ir más allá del género y subvertirlo, Verhoeven construye una película que funciona a varios niveles. Presenta unos personajes juveniles absurdamente guapos (¿eugenesia?) y sus relaciones entrecruzadas en un rito de paso a la madurez con el abandono del hogar paterno y la separación de las parejas formadas en el instituto, una trama típicamente postadolescente del estilo Dawson’s Creek, que además es coherente con el Verhoeven de la carne y sangre que se fija en las motivaciones más primarias; es una trama absolutamente superficial que es lo que mueve, da algo de trasfondo y conecta a unos personajes deliberadamente planos, mecánicos. Una trama deliberadamente superficial para unos personajes superficiales. ¿Una constante en películas de corte juvenil? No necesariamente, si recordamos a James Dean. Por otro lado tenemos una espectacular película bélica, muy cruda, trepidante, una space opera con mucha acción y litros de sangre en dos actos diferenciados (instrucción y entrada en combate) cual La chaqueta metálica. A diferencia de otras obras de ciencia ficción, el adversario está plenamente deshumanizado. No estamos ante un Scott Card que invita en su saga a, una vez planteado el conflicto en El juego de Ender, una perspectiva nueva, moral, en la que se lee la guerra contra los monstruos como una guerra contra inteligencias que sienten y padecen. Finalmente tenemos la película política que algunos no supieron ver, a pesar de que, con la lección aprendida de Robocop, Verhoeven utiliza todos los trucos para bombardear al espectador con insertos panfletarios (¿desea saber más?), situaciones secundarias, planos y uniformes prestados del cine y la imaginería nazi (Riefenstahl) o de la propaganda aliada de guerra o antisoviética de los 40 y 50, y en ocasiones alusiones directas que cuestionan la aparente normalidad de unos jóvenes que comienzan su instrucción con el mismo entusiasmo vivido en el equipo deportivo de su instituto. La película, de hecho, se asienta en unas bases ideológicas mucho más marcadas. En Walker, de Alex Cox, la subversión ideológica se consigue mediante una voz en off que narra unos sucesos históricos mientras en pantalla vemos justo lo contrario, una contradicción que representa la hipocresía, preparándonos para asumir que la historia oficial y la historia colonialista objeto de la película son dos cosas muy diferentes. Aquí es la literalidad de la sociedad militarizante vivida como normal, y el brutal y sangriento retrato de la guerra, en contraste con esa normalidad. En ocasiones hay tanta sangre y casquería como en una película gore. El exceso recorre el celuloide con contadores de víctimas ascendiendo vertiginosamente, a modo de videojuego. O de noticieros de un futuro no muy lejano. Nadie se inmuta demasiado. De forma semejante, se nos prepara un terreno ideológico muy concreto desde el principio de la película. La clase magistral del personaje de Michael Ironside exalta las virtudes castrenses y la ciudadanía

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“Hoy día se calcula que el cinco por ciento de los miembros del Ejército de los Estados Unidos son inmigrantes o ciudadanos naturalizados: un paso ultrarrápido para adquirir la ciudadanía americana”

plena como justa recompensa del ciudadano responsable, la violencia como fuente de autoridad, un discurso que presupone habitantes “B” privados de derechos políticos y otros privilegios. Ironside representa la típica figura a lo Ayn Rand, supuesta filósofa del libertarismo de derechas, que encaja perfectamente con el prototípico personaje de Heinlein; hombres hechos a sí mismos, que no dependen de nada ni de nadie, capaces de proezas en diversos campos, como el arquitecto de El manantial, apartados del espíritu gregario (¿socialista?, ¿estatista?, ¿democristiano?, ¿socialdemócrata? Seguramente todo ello). Irónicamente, nada más gregario y anulador de lo individual que el ejército. Sus ideas, lejos de ser extravagantes, representan un sentir general. No vemos una distopía, sino una utopía positiva en la que el militarismo es la base para asegurar las libertades individuales, y por ello la llave al acceso máximo a ellas. Nos remite a la sociedad romana. Las reformas en el Ejército romano (en tiempos de Mario) para presentarlo como ascensor social representan un modelo de ejército profesional, pero indispensable para el ascenso desde sectores populares, el ejercicio de cargos públicos, o la posesión de generosas propiedades para el retiro. Es paradigmática la escena de las duchas unisex. Verhoeven se recrea con los cuerpos, nada extraño en él, pero mientras tanto cada uno cuenta de forma desenfadada sus razones para alistarse, incluyendo algunas tan sorprendentes como obtener autorización para ser madre, una medida percibida como de estado totalitario. Una escena casi de high school, con un discurso político potente entre líneas. Hoy día se calcula que el cinco por ciento de los miembros del Ejército de los Estados Unidos son inmigrantes o ciudadanos naturalizados: un paso ultrarrápido para adquirir la ciudadanía americana. En ambos casos (Roma, USA), las levas son excepcionales, y esto es un modelo al que nos hemos ido aproximando en todo el globo. Celebrado como una victoria del pacifismo, es en realidad una calculada precaución en un contexto de guerra cada vez más tecnificado y menos necesitado de infanterías masivas. Si Curzio Malaparte en sus Técnicas del golpe de estado calculaba que bastaban mil técnicos cualificados, en la época, para llevarlo a cabo, el ejército profesional se asegura cierta fidelidad si no nacionalista, al menos corporativa. Es poco probable una sublevación a lo El acorazado Potemkin. La “clase obrera” del ejército es ahora “clase profesional” con aspiraciones. En este caso, la perspectiva pacifista viene de unos padres de Johnny Rico privilegiados, que ya no necesitan subir más arriba en la escalera social. Irónicamente presentados como dogmáticos y elitistas, son el vivo retrato que el contragolpe conservador de Reagan haría de los demócratas que, como describen el politólogo Thomas Frank y el filósofo Slavoj Zizek, son representados frente a la “América profunda” como bebedores de café latte de la Costa Este o de Los Ángeles, privilegiados universitarios 62


sin contacto con los problemas diarios. Johnny Rico se rebela ante la autoridad paterna solo para unirse a una autoridad institucional. Más tarde transitará por diversas figuras paternas sustitutivas, de nuevo con Michael Ironside y su compromiso castrense cerrando el círculo. Los padres de Rico son una anomalía y son retratados como personas que se han beneficiado demasiado sin contribuir, y en por ello sufren las consecuencias. Son una anomalía —incluso los niños, sonrientes en los minireportajes de NODO, están dispuestos a contribuir—, junto con anuncios que parecen salidos de la Asociación Nacional del Rifle o de los defensores de la pena de muerte en Texas, la mayoría silenciosa de Nixon. Tras unos reveses militares, y con Rico ya más arriba en la cadena de mando, los nuevos reclutas que van llegando son niños, como en la defensa de Berlín. Rico es a la vez la carne de cañón de una guerra cruel, expuesto a la violencia sin sentido, la carnicería, la brutalidad. Y a la vez, cada vez más, el privilegiado ciudadano modelo conquistando su derecho y el respeto de no ser un habitante de segunda, construyéndose como hombre en la retina de sus objetos de deseo (Denise Richards, Dina Meyer, ejemplos de las mujeres fuertes que le gusta retratar a Verhoeven) y de sus mentores (Michael Ironside, su sargento instructor): en una película como El motín del Bounty, los latigazos son castigos impuestos. Aquí, para Rico, son la oportunidad de continuar viviendo la experiencia castrense y forjarse como ciudadano completo tras su negligencia, es un castigo asumido voluntariamente, casi podría decirse que concedido graciosamente por sus superiores como gesto magnánimo, y ritualizado públicamente para reconquistar el respeto de sus padres. Como destaca Jordi Costa, citado en el estupendo libro sobre Verhoeven de Tomás Fernández Valentí, Verhoeven es capaz de desdoblarse y de esconder lucidez tras lo que parece cine banal y un discurso de izquierdas bajo la literalidad de un discurso ultraderechista, subvirtiéndolo. Fernández Valentí señala acertadamente que, frente a la distancia crítica, Verhoeven opta por sumergirse en la estética fascista y narrarla desde dentro, con exagerado entusiasmo. También coincido con este autor en que lo terrible de ese mundo de libertades sacrificadas es la ausencia de disidencia, el conformismo y la aceptación acrítica de todos los individuos. Verhoeven juega a la parodia, pero es una parodia muy seria, en la que nos pregunta qué pasaría si viviéramos en una sociedad en que la respuesta a la entusiasta afirmación “La infantería móvil me convirtió en el hombre que soy ahora”, hecha por un exsoldado lisiado, fuera una sonrisa.

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El valle de la Bekaa Texto de Telmo Iragorri Fotografías de Mario López


Texto de Telmo Iragorri y fotografías de Mario López, testigos directos en Líbano.

¿Ves esas montañas? Eso ya es Siria”, me dice Mohammed mientras conduce. De golpe, vienen a mi cabeza todas las imágenes que había visto por televisión desde que en la primavera del 2011 estallara la guerra. Me cuenta cómo unos años atrás hacía el trayecto desde Beirut hasta Damasco para ir a trabajar, pero aquella rutina ya terminó. Ahora conduce la furgoneta de la ONG Acción Contra el Hambre (ACH) que nos lleva al valle de la Bekaa, en Líbano. Es el primer día de Ramadán y la jornada va a ser larga para todos, pero sobre todo para Mohammed, que no va a poder comer ni beber nada hasta que el sol se ponga. Encima, el calor es asfixiante. Vamos pasando controles de militares donde estos nos saludan amablemente. En ningún momento nos paran, aunque Mohammed asegura que a veces se suelen formar colas interminables. “Es mejor que os quitéis las gafas de sol y que no grabéis nada”, nos advierte. Nosotros vamos a rodar un vídeo para ACH cuyos protagonistas son los niños refugiados sirios. Ara Malikian se encarga de poner banda sonora a este viaje y lo hace allí mismo, in situ, en los campamentos. Conoce a la gente, la implica y la siente cerca. “Yo también fui un refugiado cuando tenía tan solo 14 años, pero había una gran diferencia: yo fui legal, en Alemania. Me ayudaron y pude realizar mis estudios y trabajar. Esto cambia todo”, dice Ara. Líbano es un país de 4,4 millones de habitantes. Desde que empezó la guerra en Siria, cerca de 1,1 millones de sirios y más de medio millón de iraquíes y palestinos, que arrastran otras guerras, se han registrado en el país. Líbano tiene la concentración per cápita de refugiados más alta del mundo. Es como si toda la población de Portugal fuera a España. La mayor parte de los refugiados necesitan la ayuda humanitaria para su supervi-

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vencia diaria. Muchas familias se ven obligadas a vivir en asentamientos informales, garajes, parques, antiguas escuelas o edificios a medio construir. Muchos llevan ya más de cinco años viviendo en condiciones precarias y con acceso limitado a los servicios básicos e incluso desconociendo otra realidad que no sea la de vivir en la pobreza más absoluta. “Ya estamos en el valle de la Bekaa”, dice Mohammed. Empezamos a ver pequeños asentamientos de refugiados a los lados de la carretera distribuidos por todo el valle. Bajamos de la furgoneta y descubrimos que decenas de niños nos esperan. Nos miran desde lejos. “¿Qué hacen estos aquí?”, se preguntarán. Nosotros les sonreímos y ellos nos devuelven la sonrisa. Ara saca su violín, el instrumento con lo que mejor se expresa, con el que se siente cómodo. Los niños se cruzan miradas nerviosas entre ellos. Nuestra cámara está atenta a lo que va a ocurrir. Ara saca su arco con las cedras rotas y comienza el show. Da un paso adelante y empieza a tocar el violín. Primero con las puntas de los dedos. Sigue avanzando. Se escuchan carcajadas, los niños se ríen. Ara continúa unos metros más mientras hace sonar su versión del clásico “Ay, pena, penita, pena” de Lola Flores. Nuestro conductor, Mohammed, se pone a cantar y a bailar de manera natural. Ambos consiguen romper el hielo. Los más atrevidos agarran el violín y tocan sus cuerdas con la mano. Ara Malikian les deja hacerlo. La barrera inicial impuesta por la timidez y el miedo a lo desconocido se rompe una vez el lenguaje universal de la música resuena. La magia fluye alrededor del violín de Ara, alrededor de nuestra presencia. Un oasis en medio de una vida arrasada por la guerra. Les llaman la atención nuestras cámaras y sobre todo el material de sonido. Tocan los micrófonos y ven lo gra-


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bado. Sobran las palabras. Las miradas y los gestos nos hacen cómplices. Disfrutan de nuestra presencia. Ara comenta: “Me ha impresionado no haber visto a los niños llorar pese a las duras condiciones de vida en los asentamientos en Becá. Sus miradas eran profundas, cargadas de experiencia, dignas. Mi violín ha supuesto un alivio a la hora de relacionarme con ellos. Llegas y no puedes preguntarles cómo están o cuánto tiempo llevan aquí, pero empiezas a tocar y las barreras caen. Se acercan, se alegran y compartimos. Es el poder de la música”. Al día siguiente volvemos al valle de la Bekaa. De camino a uno de los campos cruzamos un barrio que nos recuerda a las mansiones de Miami. Una tiene la entrada con la escalera más ostentosa que jamás he visto. Unas fuentes radiantes de 70

agua en los jardines dan la bienvenida a otra de las casas. También vemos multitud de coches de lujo, y todo ello al lado de un campo de refugiados. Me pareció el mayor de los contrastes, la mayor hipocresía. Mohammed me comenta que esas casas son de familias que han estado trabajando durante años en Latinoamérica y que vuelven a su tierra con los bolsillos llenos. “Algunos de los albañiles que construyen las casas son refugiados. Así se ganan un dinero, por poco que sea”, concluye. La llegada a este campo no es tan improvisada como la del día anterior. La gente ya sabe de nuestra presencia en la zona, y esta vez los niños nos esperan sentados en el suelo, respetando un pasillo por el que Ara va a bailar mientras hace sonar su violín. De nuevo los niños ríen y bailan. Los más mayores nos miran desde lejos sentados a las puertas de las jaimas. Entramos en una de


las que han montado los propios refugiados. Al no existir campos de refugiados oficiales en Líbano, las familias se ven obligadas a fabricar sus propios alojamientos y así se van creando los asentamientos. Una mujer nos esperaba dentro. “Antes de llegar a los campos tienes muchas preguntas, pero una vez que estas aquí las palabras sobran”, dice Ara.

estás dando visibilidad a su realidad y la música hace el resto; pero la música desaparece cuando nos vamos y las personas se quedan aquí mientras esperan una solución que acabe con su situación precaria. Ha nacido una generación que solo conoce lo que es vivir en un campo de refugiados, que solo conoce lo que existe en el valle de la Bekaa.

Nos quedamos paralizados dentro de la jaima sin saber qué decir, sin saber de lo que hablar. Las palabras sobran una vez más. Ellos saben que

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TRAS LOS

PAPELES PANAMร DE

Por Ivรกn Castillo Otero


“Un paraíso fiscal no implica únicamente un lugar, una idea, una manera de resolver asuntos o incluso un arma de la industria financiera. También implica un proceso: una carrera de descenso hacia un lugar en el que las normas, las leyes y los símbolos de la democracia se desmontan pieza a pieza”. Nicholas Shaxson, periodista y escritor británico. Cita recogida en Los papeles de Panamá, libro en el que Frederik Obermaier y Bastian Obermayer relatan los detalles de su investigación.

Así comenzó todo “Hola. Soy John Doe. ¿Te interesaría recibir unos datos? Me gustaría compartirlos”. Ese es el mensaje anónimo que recibió Bastian Obermayer, periodista del diario alemán Süddeutsche Zeitung, y que significó el comienzo de la mayor filtración de documentos de la historia. Los papeles de Panamá son el fruto del trabajo del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ por sus siglas en inglés), que logró revelar el ocultamiento de empresas offshore en paraísos fiscales detrás de las cuales se encontraban jefes de estado, ministros, deportistas, artistas y un largo etcétera de personajes de la vida pública.

que ha escrito con Frederik Obermaier, su compañero de investigaciones en el Süddeutsche Zeitung. Llevan años trabajando juntos en diferentes historias y escándalos y, pese a no ser familia, a esta dupla de reporteros los han rebautizado como los hermanos Obermay/ier.

No está elegido al azar el nombre de John Doe. En inglés, se utiliza cuando no se puede revelar cómo se llama una persona en un procedimiento judicial o para fallecidos sin identidad. Es un alias falso de una persona que quiere quedar en el anonimato. En aquellos primeros mensajes, Bastian Obermayer le preguntó la razón por la cual le facilitaba el material. John Doe le respondió que era un ciudadano preocupado que quería que se informase sobre esos delitos. Además, animaba al periodista germano a que colaborase con medios de otros países como el New York Times para que el impacto fuera global.

Los papeles de Panamá en España En España, los medios de comunicación que han trabajado el material bajo la supervisión del ICIJ son La Sexta y El Confidencial. En el pequeño círculo de confianza se encontraban Joaquín Castellón por el canal de televisión y Daniele Grasso por el diario digital. “Se pusieron en contacto con Nacho Cardero, director de El Confidencial, a principios del verano del 2015 y él decidió, como ocurrió con la lista Falciani, que se encargara la unidad de datos, a la que yo pertenezco. Mossack Fonseca nos sonaba por el caso del ático de Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, pero no pensábamos que pudiera llegar a convertirse en lo que han significado los papeles de Panamá”, relata Grasso. “Hemos estado 73

Bastian Obermayer relata todos los entresijos de la investigación en Los papeles de Panamá, libro

Los papeles de Panamá no ha sido una investigación más, y reflejo de ello es el número de documentos que componían la filtración. Apunten: 1 Terabyte son 1 024 gigabytes y 1 gigabyte son 1 024 megabytes. Bien, ahora analicen: el Cablegate de Wikileaks eran 1,7 gigabytes y esta filtración son 2,6 terabytes. Está todo dicho.


trabajando dos personas de El Confidencial más tres de La Sexta como núcleo duro. Un mes antes de la publicación, La Sexta añadió a otra persona y nosotros pusimos a trabajar en el caso a una decena de redactores, distribuyendo entre ellos las diferentes historias que habíamos descubierto”, añade. En La Sexta también colaboraron con el ICIJ cuando se publicó la lista Falciani. Da qué pensar que en España no haya sido posible que otros medios, como los públicos, participaran. “Es sorprendente y para La Sexta es un orgullo ser el referente en estos casos o en las noches electorales, donde se supera en audiencia a los demás. Parece que las televisiones privadas tienen que hacer el trabajo que no hace la pública. Cualquier ente público debería estar deseando que le llegara un material como el de los papeles de Panamá”, asegura Castellón. “Los del núcleo duro de El Confidencial y La Sexta hemos trabajado casi en exclusividad en este proyecto, porque no se puede mantener un equipo todo el año trabajando solo en una cosa. Además, hubo elecciones de por medio, pero esto ha sido la espina dorsal. Hacer estas búsquedas engancha y cada vez que teníamos un rato libre nos poníamos con ello. Cuando encuentras un nombre en los papeles de Panamá, quieres buscar tres más y descubrir su historia. Creo que no me equivoco si digo que cualquiera de nosotros entrábamos a diario en una especie de Facebook encriptado que teníamos los periodistas participantes para comprobar qué habían encontrado los demás. Imagina cuando encontraron a Messi; eso es la apertura de cualquier periódico y lo estábamos leyendo unos cuantos cuando todavía quedaban meses para la publicación”, cuenta el periodista de La Sexta. Cree que a nadie se le escapó nada y que la investigación no ha corrido peligro, aunque se pregunta cómo el entonces ministro de Industria, José Manuel Soria, lo sabía todo semanas antes de que le llamaran. “No sabemos cómo se enteró y por nuestra parte creemos que no fue”, relata. En la redacción de La Sexta había gente que no sabía en qué estaba trabajando. “Preguntas había, a las que respondíamos que estábamos preparando material de una investigación. Los familiares de unos compañeros de Islandia les de-

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cían que estaban haciendo el vago porque hacía semanas que no publicaban nada en su medio. Cuando se acercaba la fecha y comenzamos a trabajar en la promoción tampoco se filtró nada. Es un orgullo trabajar en una redacción que es capaz de mantener un secreto. Para el especial de aquel domingo hacían falta 150 o 200 personas y nadie dijo nada” recuerda Castellón. Ha sido un trabajo delicado y Grasso reconoce que han recibido amenazas como posibles demandas. “La enorme mayoría suele quedarse en nada. El problema no son las presiones en sí, sino cómo reaccionan los editores a estas. En nuestro caso, no nos han cambiado ni una coma de lo que habíamos escrito siempre y cuando fuese veraz y estuviera comprobado por varias personas”, explica. Le pregunto a Joaquín Castellón por el día D. “Fue horrible. El domingo de la publicación comimos todo el equipo junto en La Sexta y yo tenía una ansiedad terrible. No podía dejar de comer dulce. La cadena iba a apostar fuerte por el tema, esa noche sacábamos nombres importantes (Messi, Almodóvar, la mujer de Arias Cañete, Pilar de Borbón…) y teníamos algo de vértigo. Llevábamos un año trabajando en ello y no sabíamos qué iba a pasar a partir de la publicación. ¿Y si todo el mundo lo negaba? ¿Y si no salía bien? ¿Y si habíamos fallado en algo? Lo cierto es que el trabajo estaba bien hecho, las exclusivas se han ido confirmado y no tenemos ninguna querella”. Las valoraciones hechas por los periodistas implicados tras la publicación de la información son buenas. Grasso lo confirma: “Cuando en El Confidencial publicamos la lista Falciani y los papeles de Luxemburgo ya nos posicionamos como un medio que hace periodismo de investigación y que le dedica recursos. Esto es algo que no se había visto en la prensa española en los últimos años. Por otro lado, creo que es muy importante que se haya visto la sensibilidad de la opinión pública con respecto a la evasión de impuestos y el uso de paraísos fiscales. Ha calado el mensaje de que esto es legal y de que el problema es justamente ese”. Ambos periodistas apuestan fuerte por la colaboración entre medios. “Es una forma perfecta de ahorrar recursos y costes. Además, en este


“A mí me ha parecido apasionante. Me lo pareció con la lista Falciani y me lo ha vuelto a parecer ahora. Juntas lo mejor de cada medio y, además, las fuentes se comparten. Todo esto facilita mucho el trabajo.

En Suiza, por ejemplo, tres medios crearon una web conjunta para publicar los resultados de la investigación. Como dice Mar Cabra, miembro del ICIJ, si el crimen es global, el periodismo debe ser global. En una filtración como esta, con semejante número de documentos, era imposible que un medio lo gestionara solo. Los papeles de Panamá se convirtieron en un tema de comida familiar o de viaje en el metro y eso es muy difícil de conseguir. Llevábamos dos meses publicando historias y la gente aún nos escribía diciéndonos que había encontrado un nombre”, sentencia Castellón. Mar Cabra, una española en el ICIJ El ICIJ es una organización sin ánimo de lucro que se fundó en 1997 y que forma parte de una organización motriz que se

Bastian Obermayer y Frederik Obermaier, periodistas del Süddeutsche Zeitung, presentando Los papeles de Panamá en Madrid. Fotografá de Ángel del Palacio Tamarit.

caso hemos podido aprovechar las bondades de cada uno. La Sexta tiene el impacto y la audiencia y El Confidencial ofrece la opción de leer la historia completa de manera más reposada. La colaboración está siendo una tendencia muy clara en el periodismo. Por fin estamos dejando de ver al periodista lobo solitario que se encuentra con su fuente en un garaje y que se convierte en un mito y lo estamos cambiando por periodistas que comparten fuentes e información. De este modo, se consigue un impacto mucho más global”, asegura Grasso.

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“Este impacto no se habría conseguido si no hubiéramos trabajado en equipo publicando las historias a la vez. Un centenar de medios publicando al mismo tiempo es lo que convierte a una noticia en algo que no se puede evitar”

llama Center for Public Integrity. La sede está en Washington. El ICIJ lo forman más de doscientos reporteros repartidos por unos 65 países y una de estas piezas es la española Mar Cabra. “Yo me gradué en 2010 en la Universidad de Columbia (Nueva York), hice unas prácticas y a mi jefe de aquel momento le llamaron del consorcio porque necesitaban a alguien en España. Actualmente soy jefa de la Unidad de Datos del ICIJ”, relata la periodista. Mar Cabra recuerda perfectamente el momento en el que supieron por primera vez de los papeles de Panamá: “La primera reacción de mi jefe fue 'puf, otra filtración de paraísos fiscales, a ver qué hay de nuevo aquí', pero enseguida nos dimos cuenta de que era diferente y de que no solo había narcotraficantes y vendedores ilegales de armas. Empezamos a encontrar políticos, millonarios o personajes famosos. No era una filtración más y el grupo que montamos para la investigación terminó siendo de más de 370 periodistas. Esta es la cuarta investigación que hacemos de paraísos fiscales con un equipo humano similar. Existe una red de confianza montada en ocasiones anteriores y esta vez ha sido la que más fácil nos ha resultado trabajar”. Sorprende que en España colaboren con esta organización La Sexta y El Confidencial y no esté involucrado ningún periódico en papel. Cabra lo explica: “En principio, nosotros contactamos con medios escritos y desde el ICIJ ofrecimos un par de investigaciones a El País. Ellos dijeron que no y nos fuimos a El Confidencial. Nos fue fenomenal trabajando con este medio y para qué cambiar. Por otro lado, con la lista Falciani pensamos

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que sería interesante trabajar con una televisión porque estas aumentan el impacto. En ese momento, decidimos contactar con La Sexta. Fue sencillo porque yo ya tenía relación con Ana Pastor al haber colaborado en su programa, El Objetivo, y a través de ella involucramos a toda la cadena”. En concreto, El País rechazó en su momento colaborar en las investigaciones Offshore Leaks y LuxLeaks. Pregunto si no se arrepienten después de ver el impacto que han tenido los papeles de Panamá. “Sí, me consta que ellos quieren trabajar con el consorcio”, admite. Trabajos como este invitan a la reflexión. La representante española en el ICIJ lo tiene claro: “El futuro del periodismo pasa por la colaboración entre medios. En la actualidad, las filtraciones cada vez son más en formato electrónico y esto permite que sean masivas. Por lo tanto, la colaboración, sobre todo a nivel internacional, es la única manera de analizarlas”. En este sentido, planteo a Mar Cabra que el periodismo no está en crisis y que lo que fallan son las empresas periodísticas, a lo que ella responde: “La crisis económica existe y los medios de comunicación cada vez tienen menos dinero, sobre todo los impresos. Esta crisis todavía no ha llegado a las televisiones. Hace falta que se replantee el modelo. No es una cuestión de despedir a periodistas; hay que mirar qué tipo de periodistas se introduce en las redacciones y qué tipo de periodismo se necesita. No podemos seguir trabajando igual que en el siglo XIX. La gente quiere consumir periodismo, pero tenemos que darle algo diferente de lo que ven en las redes sociales. No nos podemos quedar en el qué, tenemos que ofrecer el por qué y facilitar contenido para que estén bien in-


Mar Cabra en la presentación de Los papeles de Panamá en Madrid. Fotografía de Ángel del Palacio Tamarit.

formados. El periodismo de investigación es algo que la ciudadanía quiere consumir”. Otro aspecto importante de la investigación de los papeles de Panamá es el monetario. Mar Cabra confirma que, además del gran impacto que ha tenido a nivel social, la filtración ha sido rentable. “Muchos de los medios que han colaborado nos han informado de que los papeles de Panamá ha sido la vez que más periódicos han vendido o que más visitas han tenido en sus páginas web. En los casos que no, ha sido la segunda. El Süddeutsche Zeitung, periódico alemán al que llegó el material, vendió en la primera semana de publicación de la filtración el equivalente a un día más de periódicos. Ellos publican los siete días de la semana y habían vendido periódicos como si hubieran estado haciéndolo

ocho. Este impacto no se habría conseguido si no hubiéramos trabajado en equipo publicando las historias a la vez. Un centenar de medios publicando al mismo tiempo es lo que convierte a una noticia en algo que no se puede evitar. En este sentido, el ICIJ como organización también hace su valoración: “Lo único que nos falta es conseguir monetizar un poco más este impacto, porque, como organización sin ánimo de lucro que somos, dependemos de donaciones. Ahora mismo no podemos trabajar en todo lo que queremos por problemas económicos, pero esperamos que los papeles de Panamá nos ayuden a conseguir más ingresos”, finaliza. Ojalá.

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Cuando las 12 pulgadas conquistaron el mundo Por Lutxo Pérez

Parte 1: génesis Todos los grandes relatos del siglo XX deberían comenzar en pleno vuelo, a miles de metros de altura. Desde Lindbergh cruzando el Atlántico sin escalas por vez primera hasta Mohamed Atta impactando un Boeing contra la torre norte del World Trade Center, la historia de la centuria que se nos fue podría descifrase en el rastro blanco de un pájaro de hierro. La que hoy nos atañe, el glorioso relato de cómo las doce pulgadas dominaron el planeta, resulta tan épica y veintecentista que indefectiblemente comenzó no con uno, sino con sendos viajes de avión, a miles de metros sobre nuestras cabezas, allá donde la generación del baby boom colocó al panteón de nuevos dioses de la galaxia pop. El primer de aquellos dos vuelos que transformaron para siempre los designios de la música contemporánea transcurrió en la víspera de Nochebuena de 1965, entre Los Ángeles y Houston, donde los Beach Boys viajaban para partici-

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par en el espectáculo musical Shinding!. En pleno vuelo, un jovencísimo Brian Wilson sufrió un ataque de pánico que le acabaría apartando de las actuaciones en directo. No era la primera vez que Brian se perdía un bolo, pero aquella experiencia le resultó tan traumática que decidió tomarse un respiro del trasiego de las giras, los aviones, los hoteles... Si los problemas psíquicos lastraron su carrera musical, aquel ataque resultó —irónicamente— la oportunidad para que Brian encontrara la tranquilidad necesaria y pudiera centrarse en la escritura de canciones y en el trabajo de estudio. Una tarea que, por otra parte, venía motivada por otro célebre suceso que había asolado la galaxia pop aquel diciembre de mediados de los 60. Solo unos días antes del incidente aéreo, The Beatles habían publicado Rubber Soul. Brian lo recordaba así: “No estaba listo para su unidad. Era como si todo perteneciera a la misma cosa. Rubber Soul era una colección de canciones que, de alguna forma, se agrupaban como en ningún otro álbum jamás publicado. Es-


taba muy impresionado, así que me dije: ‘Eso es. Ahora estoy realmente motivado para hacer un gran álbum’”. Pet Sounds nació por la firme intención de Brian Wilson de gestar el “álbum más grande de todos los tiempos”, emulando aquello que los muchachos de Liverpool habían hecho con su sexto álbum de estudio: una “declaración musical completa”, según Wilson. Adornado con una de las portadas más extrañas de la música contemporánea, el álbum más importante de los Beach Boys recibió un título no menos inquietante por una ocurrencia del imbécil de Mike Love, primo de Wilson, que calificó literalmente de “música para mascotas” aquel mejunje sinfónico de miras postmodernista. Como le pasó a Love, pocos entendieron en un principio la grandeza de Pet Sounds, que fue vilipendiado por los cejijuntos mandamases de Capitol, disquera de los chicos de la playa, y recibido con tibieza por crítica y público en Estados Unidos. Lo que Brian Wilson preparó en aquel plástico fue una bellísima colección de temas que, sin “canciones de relleno”, pretendía resultar tan redondo como el formato que le daba cabida. Además de su gloriosa y compacta producción, ideada mediante las técnicas desarrolladas por el wall of sounds de Phil Spector, el mero orden de las canciones delataba ya una intencionalidad cohesionadora inédita en la confección de un álbum musical. Desde los temas que abren cada una de las caras (Wouldn’t It Be Nice y God Only Knows, respectivamente) hasta esos interludios instrumentales que adelantaban el final de cada lado del vinilo, las maravillosas Let’s Go Away For Awhile y Pet Sounds (que funcionaban como ese bajón previo al tercer acto de cualquier obra narrativa), todo lo que expone esta obra estaba pensado para resultar esa “declaración musical” coherente y compacta que para Wilson encerraba el repertorio de Rubber Soul. El undécimo álbum de estudio de los Beach Boys aterrizó sin pena ni gloria en sus Estados Unidos natales, pero no así por el Reino Unido. No solo la crítica y el público se rindieron a esa obra de marquetería musical, fina como mármol de Carrara esculpido por el cincel de Miguel Ángel, sino también colegas músicos como Paul McCartney. Años después, el beatle describiría esta obra capital como “el álbum que acabó conmigo (…) un disco total, clásico, imbatible en muchos sentidos. A menudo lo pinchaba y me echaba a llorar

(…). Era el disco del momento. La cosa que realmente hizo sentarme y darme cuenta de las líneas de bajo… que se puede hacer melodías con ellas”. Palabras que toman especial relevancia teniendo en cuenta el egotista que las pronuncia y que nos llevan directos a ese segundo vuelo que cambió para siempre el papel de las doce pulgadas como formato canalizador de historias sonoras y talento. Cuando Paul McCartney tomó el viaje de vuelta de un safari en Kenia, desde Nairobi a Londres, el 18 de noviembre de 1966, su cabecita revuelta de veinteañero sobrevolaba, en realidad, el azul firmamento de la soleada California. Había dos cosas que flipaban a Paul de aquella tierra lejana: el Pet Sounds que sus rivales The Beach Boys habían parido menos de un año antes y todas esas nuevas bandas con nombres estrambóticos que la revolución lisérgica comenzaba a alumbrar en ciudades como San Francisco. Como Brian Wilson, The Beatles habían abandonado la actividad en directo en el verano de aquel 1966 y buscaban una nueva razón de ser. Asumiendo ya las riendas creativas de la banda más grande del planeta Tierra, Paul resolvió aquella duda existencial en algún punto de aquel viaje entre el continente negro y las islas británicas. “Estábamos cansados de ser The Beatles (…). Todo se había perdido, toda esa mierda de chavales, todos los gritos… No queríamos más de aquello. Además, habíamos llegado a un punto en el que pensábamos en nosotros mismos como artistas más que como intérpretes (…). Entonces tuve esta idea en el avión. Pensé, ‘vamos a no ser nosotros mismos. Vamos a desarrollar alter egos para que no tengamos que proyectar la imagen que ya conocemos’”. The Beatles decidieron convertirse entonces en la banda de los corazones solitarios del sargento Pimienta. Basándose en la primorosa cohesión de Pet Sounds, los liverpulienses se propusieron confeccionar una ópera pop que fluyera sin cortes de principio a fin. Un concepto musical absolutamente innovador que correspondiera a lo circense del título y a la puesta en escena. La cosa, al final, no dio tanto de sí. Tan solo el tema inaugural que daba el nombre al disco y el segundo corte, With A Little Help From My Friends, se empastaban sin pausa entre ellas. El resultado de aquella idea, sin embargo, supuso la verdadera y final revolución que convirtió las doce pulgadas en el nuevo símbolo postmoderno de la

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grandeza musical. A partir de aquel 1 de julio de 1967 en que The Beatles publicaron el celebérrimo Sargeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band ya nada volvió a ser lo mismo en el universo de la música popular del siglo XX. A partir de aquel 1 de julio de 1967 en que The Beatles presentaron la que se ha considerado (erróneamente) su obra maestra, músicos de cualquier pelaje y condición se lanzaron a una búsqueda que les llevara a tan altas cotas de excelencia artística, a la creación de su propio Sgt. Pepper’s. Pero no todos El fabuloso viaje que Brian Wilson emprendió tras las turbulencias psíquicas de un viaje de avión en la víspera de Nochebuena de 1965 terminó súbitamente mientras viajaba en su coche en aquel verano loco de 1967. Una emisora cualquiera radiaba el recién publicado Sgt. Pepper. Brian lo escuchó con atención y, cuando terminó la última canción, el delirio de A Day In The Life, detuvo su vehículo —abatido por el desánimo— y se dirigió a la cabina de teléfono más cercana. En aquella época, Wilson estaba enfrascado en la creación de Smile, un álbum concebido como “una sinfonía adolescente para Dios”. Cuando alguien por fin levantó el auricular al otro lado de la línea, Wilson paró las máquinas de su proyecto más ambicioso. “Ellos ya lo han hecho”, espetó. La mente de Wilson, en estado de pánico por las alturas que esta vez le provocaban los viajes de LSD, hizo definitivamente bum. Su Smile quedó guardado en un cajón durante medio siglo y, aunque lo recuperamos para la causa, él ya nunca volvió a ser el mismo. Aun así, su contribución a una nueva forma de entender la creación musical nunca se desvaneció. Muchos son los que hoy todavía surfean por los últimos estertores de aquel tsunami que provocó su Pet Sounds, el maremoto que convirtió las doce pulgadas en un monstruo capaz de destrozar mentes jóvenes cual Godzilla convirtiendo en añicos las ciudades más renombradas de la costa del Pacífico. Parte 2: la variante negra Nos quedamos en tierra, viajando quizá en un Cadillac por cualquier carretera comarcal de cualquier estado red neck de los USA (léase yu-es-ei). Giramos el dial y ahí aparece fulgurante la garganta de Darlene Love en todo su esplendor cantando el cásico White Christmas. Estamos en diciembre de 1963 y el productor Phil Spector, un majara de mucho cuidado, acaba de alumbrar el Christmas Album, una colección de trece villan-

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cicos interpretados en clave de soul celestial por la mencionada Darlene, The Crystals, The Ronettes y Bob B. Soxx & The Blue Jeans. Un prólogo inmejorable para las aventuras de altos vuelos que Brian Wilson y Paul McCartney emprenderían solo un par de años después. Es innegable que, por multitud de razones, este “regalo navideño” salido del muro de sonidos de Spector fue el precursor de los Pet Sounds y Sgt. Pepper’s. En primer lugar, las ya mencionadas técnicas de producción de Spector, el primero en concebir el estudio como un instrumento más, fueron claves en el desarrollo sonoro de esos dos álbumes que hemos considerado seminales. Por otro lado, Christmas Album ya ofrecía una coherencia en cuanto al contenido de cada una de las canciones. Una temática tan chusca como la navideña no debería ocultar el logro que consiguió Spector con este álbum y la fina ironía de que precisamente White Christmas, el siete pulgadas más vendido de la historia en su interpretación a cargo de Bing Crosby, encabezara el repertorio del LP que fue piedra de toque para la conformación del concepto de álbum musical tal y como lo entendemos desde 1967. Sin embargo, para encontrar la verdadera génesis de esas doce pulgadas entendidas como una narración completa tenemos que volver a girar el dial temporal hasta una década atrás y remitirnos no a los músicos que imitaban a los negros, sino a los propios negros. Si buscan la lista de los mejores álbumes previos a la década de los 50, en la web Rateyourmusic, paraíso cibernético del melómano jugón, encontrarán que los usuarios de esa página encumbran unánimemente un único estilo —el jazz— y, más concretamente, los grandes discos del género que se publicaron a final de esa década. Obnubilados por los épicos relatos de la generación lisérgica de los 60 y por la mayor accesibilidad de su banda sonora (por algo la llamaron “pop”), la gran mayoría de historiadores musicales olvidan que el verdadero origen del álbum como concepto ocurrió en las grabaciones más míticas del jazz de la primera mitad del siglo pasado. Para los jazzmen que habían dejado atrás la época del swing y se habían lanzado a la búsqueda de nuevos horizontes creativos para el género, el surco de un siete pulgadas resultaba un espacio reducidísimo para sus creaciones. El equivalente a jugar un partido de fútbol en una cancha de basket. Además, ellos deben conside-


“Los álbumes que se parían en los 50 ya buscaban un argumentario propio que expusiera de la forma más cruda lo proceloso de los sentimientos humanos y, de paso, sublimara las corrientes imperantes de cada era”

rarse los verdaderos pioneros que entendieron el poder de la narración larga a la hora de transmitir ideas musicales. Para buscar la verdadera génesis de la elevación de las doce pulgadas a forma de arte autónoma tendríamos que viajar con el Delorean a dos sesiones históricas de grabación que tuvieron lugar el 2 de marzo y el 22 de abril de 1959 en los estudios de Columbia Records, ubicados en la calle 30 de la ciudad de Nueva York. Aquellas dos jornadas, que únicamente sumaron diez horas de metraje, reunieron alrededor de la trompeta de Davis los genios y los instrumentos de John Cotrane, saxo tenor, Julian Cannonball Adderley, saxo alto, Pal Chambers, contrabajista, Bill Evans, piano, y Jimmy Cobb, batería. Un sexteto comparable al equipo de los sueños de Magic Johnson, Larry Bird, Michael Jordan y el resto de generación de baloncestistas estadounidenses de Barcelona 92. Más de medio siglo después, aquel Kind Of Blue todavía nos remite a ese “tipo de tristeza” que menciona su título. Un paseo otoñal por Central Park, un trayecto en taxi de madrugada por alguna calle cercana a Broadway, un trapicheo de drogas en Queens o un mercante que se hace paso entre las brumas de las pacíficas aguas del río Hudson. Tal vez superados por el tecnicismo del jazz y el lenguaje abstracto de la música instrumental, mucho menos digerible que los mensajes impresos en los discos vocales, obras como esta no han sido tenidas siempre en cuenta como referentes de la revolución de las doce pulgadas. Pero Kind Of Blue es otra de esas “declaraciones musicales completas”. Tanto fue

así que su innovadora composición abrió para siempre las puertas creativas de un género tan eminentemente libre como este, sustituyendo la rigidez de los acordes por el jazz modal. Aquel plástico no solo aglutinaba los escalofríos de un tipo de tristeza. Además, cambiaba para siempre el género más célebre, seminal y prolífico de cuantos hemos podido escuchar en la música de los últimos cien años. Así funcionaban las cosas en la música negra del siglo XX. Los álbumes que se parían en los 50 ya buscaban un argumentario propio que expusiera de la forma más cruda lo proceloso de los sentimientos humanos y, de paso, sublimara las corrientes imperantes de cada era. Echando mano de un par de los colaboradores de Davies en aquel disco mítico, basta rescatar el Somethin’ Else (1958) de Cannonball Adderley, opus magna del hard bop, y el posterior Love Supreme (1965) de John Coltrane, que Dios entregó al saxofonista en una cabaña perdida del mundo para que el intérprete superara su adicción a la heroína, para ejemplificar cómo estos músicos ya habían dado otro significado creativo a las doce pulgadas. La estela del Sgt. Pepper’s, sin embargo, puede (y debe) entreverse en hitos posteriores de la música afroamericana. Siguiendo su senda novelesca por los derroteros del soul y del funk más primigenio, Curtis (1970) de Curtis Mayfield es, probablemente, el disco que mejor capturó el malestar de los guetos estadounidenses de aquella época. Mientras que What’s Going On de Marvin Gaye desafió la cultura del single que, durante

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“Estaba sentado junto al sector más cultureta de mi prole cuando uno de mis primos mayores dijo aquella frase dolorosa: ‘¿Quién escucha ya discos completos?’. Ofendido, enseguida levanté la mano”

la década maravillosa, sublimó aquella prodigiosa factoría de éxitos que fue Motown. El pope de la misma, el ínclito Berry Gordy Jr., consideró un pedazo de mierda descomunal la creación de Gaye, miope todavía respecto a la nueva deriva que había tomado la música popular. Los músicos ya no aspiraban a ser intérpretes, tal y como decía McCartney, sino artistas. No trataban de capturar el amor adolescente en pegajosas piezas de dos minutos y medio esculpidas en vinilos redondos de siete pulgadas, sino que pretendían capturar eso que los alemanes dieron a llamar zeitgeist, el espíritu de la era. Otros maestros negros volvieron a resumir existencias y sentimientos generacionales en obras posteriores. Desde los discos de Stevie Wonder en los 70, tan deudores de la piedra de toque de Marvin Gaye, hasta los Public Enemy, que convirtieron sus himnos generacionales en la CNN de los negros y elevaron a nueva forma de arte el pastiche barroco y ruidista, los negros siempre entendieron el poder del disco de larga duración. De hecho, el hip hop convirtió algunos surcos selectos de aquellas obras de arte en sus propios instrumentos. Como en tantas otras cosas relacionadas con la música del siglo XX, los afroamericanos pueden considerarse artífices absolutos del dominio que las doce pulgadas ejercieron en la industria del disco en la segunda mitad del siglo XX. Ellos labraron las grandes últimas obras de vinilo y, hasta hace no demasiado, han continuado dando especial relevancia al elepé. Baste como muestra el My Beautiful Dark Twisted Fantasy de Kanye West, uno de tantos títulos que la crítica vendió en su día como un nuevo Sgt. Pep-

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pers. Aquello sucedía en 2010, ya en la era de la música digital. El disco había muerto, por mucho que Kanye y unos cuantos nostálgicos como él no quisiéramos darnos cuenta. Parte 3: MP3 killed the 12 inches star Ocurrió hace unos pocos años en una comida familiar. Un bautizo o una comunión, no recuerdo. Estaba sentado junto al sector más cultureta de mi prole cuando uno de mis primos mayores dijo aquella frase dolorosa: “¿Quién escucha ya discos completos?”. Ofendido, enseguida levanté la mano. Aquellos días andaba entusiasmado con Original Pirate Material, el único disco bueno de The Streets y álbum apabullante donde los haya. Un trabajo capaz de condensar en un solo pedazo de plástico la grasa del papel que envuelve un fish’n chips, el sudor negro que el asfalto de cualquier ciudad del Reino Unido exuda tras las primeras gotas de una tormenta, el olor a marihuana de una tarde de partidas a la Play y ese sentimiento universal de la chica de la cafetería que nos toca en el hombro: los diez años que ya han pasado, ese irremisible sentimiento de que uno se hace mayor, ese viejo loop de piano que se repitió en nuestras cabezas. En un principio quise negar aquella dolorosa pregunta retórica. ¿Quién escucha álbumes completos? Yo, por supuesto. Pero todas las emociones que esa y otras colecciones de canciones que entonces me tenían enganchado no podían ocultar la triste realidad: el álbum había muerto. Embebido de nuevo periodismo, Tom Wolfe ya anunció la muerte de la novela en los años 60.


Eran tiempos para escribir relatos torcidos a base de retales de realidad. Todas las buenas historias noveladas ya habían sido contadas. Y no es que más adelante se dejaran de escribir novelas o no se volvieran a publicar ficciones brillantes (piensen, sin ir más lejos, en la estupenda La hoguera de las vanidades que Wolfe firmó en los 80). Pero su apocalíptica y lapidaria afirmación tenía mucha razón de ser. La novela en los 60 había muerto, aunque no pare de resucitar constantemente en los escaparates. Y algo parecido ocurrió con los álbumes tras el cambio de algo en apariencia tan banal como el formato. El CD nos privó de las portadas impresas a doce pulgadas donde fijarse hasta en el más mínimo detalle y, por qué no, en la emoción electromagnética de la aguja que lee sonidos escarbando en la pátina de un plástico negro. Pero fueron el MP3, YouTube y los servicios de música en streaming los que dieron la puntilla a aquel concepto artístico tan del siglo XX. El single volvió para quedarse, amigos. La gran Biblioteca de Alejandría de internet nos robó el tiempo para dedicarnos a una composición musical de más de media hora de duración y nuestro actual disfrute ahora se compone de las (benditas) playlists, el último videoclip que ha lanzado la última banda de moda o esa vieja canción de soul que uno de tus contactos de Facebook ha colgado en su muro. Igual dan los esfuerzos de los artistas en entregar su arte en formato de larga duración. Para muchos, ese trabajo no es más que una rémora de una industria un tanto obsoleta que todavía no sabe muy bien a dónde dirigir sus pasos. Como la novela a partir de los 60, el álbum es casi un ejercicio nostálgico porque, tal vez, todos los grandes álbumes de la historia ya han sido grabados. Porque David Bowie no va a regresar para fletar más hombres del espacio exterior como Ziggy. Neil Young no volverá a recoger siembras tan asombrosas como las que cimentaron, entre el 69 y el 75, cinco de los discos más maravillosos jamás grabados. Ni van a regresar los Clash para dedicarle un álbum doble a su ciudad y venderlo en las tiendas a precio de uno sencillo.

ahí estaba uno de sus imitadores más geniales, Andrés Calamaro, para regalarnos su Honestidad brutal. Y también Amy, que nunca pudo escribir su tercer LP, pero dejó para la historia su desgarrado Back To Black. El álbum pudo haber muerto, como el siglo XX, aquel fatídico 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York. La mañana en que Jay-Z se levantó de la cama y encendió la tele para comprobar que nadie hablaba de su recién publicado The Blueprint. Pero aventuras tan épicas como las del álbum se resisten a darse por vencidas. Todavía hay quien resiste, sí; y además las ventas de vinilos suben todos los años y queda gente como Erik Urano y Zar-1, músicos que trazan conceptos ilustrados en un número limitado de canciones hermanas. Tras muchos sintetizadores derretidos sobre bombos y cajas, mucha tinta derramada en el cuaderno y muchas vueltas en bicicleta por el barrio (en blanco y negro, como Cool Kids), el MC y el DJ de Laguna de Duero (Valladolid) publicaron Cosmonáutica en el crudo invierno del 2014. Todavía hay quien resiste y cultiva el arte de la música en formato de larga duración, quien inyecta su música de cierta grasa adictiva que se pega al cerebro (y al corazón) para que uno quiera escuchar una canción después de otra, quien esconde pistas en el arte del álbum y quien, por tanto, tiene la deferencia de entregarnos la mercancía en vinilo. La conclusión sería, pues, “el disco ha muerto, larga vida a Cosmonáutica”. En la tenebrosa y maravillosa Círculos, la canción que pone broche final a esa guía musical para autoestopistas galácticos, Erik escupe al micro eso de “el mecanismo de mis sueños en doce pulgadas”. Todavía hay quien resiste porque todavía quedan artistas, cosas que se han contado o que se deben volver a contar. Sueños en doce pulgadas y naves espaciales con manillares, ruedas y cadena. El disco ya no domina la calle, tal vez ha muerto. Pero, como las estrellas, su brillo tardará siglos en dejar el firmamento.

Sin embargo, como en la canción de Potato, todavía hay quien resiste. Todavía hay quien tiene algo tan grande que compartir que un buen día se sienta a escribir no una canción, sino una colección de ellas. Pensábamos que después del Blood On The Tracks de Dylan nadie iba entregar otro disco de ruptura que le fuera a la zaga. Pero

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2016: UNA ODISEA EN LA IDIOCIA Por Carla Faginas Cerezo

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ubo un tiempo, largo tiempo, en que España se caía a trozos mientras el resto del mundo occidental se recuperaba, poco a poco, de una de las crisis económicas más funestas de nuestros tiempos. Sucedió en aquellos días que buena parte de los miembros de mi generación, y también de otras, soñábamos con la emigración como Moisés lo hacía con la Tierra Prometida. Fuera, pensábamos, las cosas estaban yendo mucho mejor: había trabajo, los salarios no rozaban el insulto, se incentivaba la natalidad y los gobiernos no escatimaban en aspectos como la sanidad o la educación. Más allá de los Pirineos estaba —o eso creíamos— el edén del siglo XXI. Un chollazo.

Muchos fueron los que se echaron la mochila al hombro y se instalaron fuera de nuestras fronteras con la idea de regresar a la tierra patria cuando se calmasen las aguas. Mientras tanto, los que decidimos quedarnos conocimos una de las épocas más convulsas de la historia de España: mayoría absoluta del Partido Popular, recortes hiperbólicos, irrupción de nuevas fuerzas en el panorama político, incontables escándalos de corrupción, ruptura del bipartidismo, repetición de elecciones y una crisis cuyo ocaso no llegaba jamás. Por otra parte, el clima internacional, algo más enrarecido que en años

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anteriores, parecía estar contagiándose en cierto grado de nuestra realidad, si bien la situación no parecía alarmante. Aquella extraña atmósfera fue, sin embargo, a peor. Con el paso de los meses y el recrudecimiento de la guerra en Siria, el número de refugiados comenzó a crecer a un ritmo exponencial mientras la necesidad de reubicarlos se volvía cada vez más apremiante. Eso, entre otros factores, hizo crecer un rumor antiguo y terrible en Europa: la extrema derecha resurgía en casi todo el continente, con especial énfasis en regiones como Francia, Austria o Escandinavia.

los votantes rechazaron, a través de un referéndum, que la Unión Europea pueda determinar las cuotas de refugiados sin el consentimiento del Parlamento, nos sale un combo de infarto. Al otro lado del Atlántico las cosas no pintan mucho mejor. Por un lado, Donald Trump, el Berlusconi norteamericano, es, contra toda lógica, uno de los dos aspirantes a ocupar el despacho oval de la Casa Blanca. En una campaña basada en la xenofobia, el racismo, la mentira y el razonamiento más ramplón de que un ser humano es capaz, Trump se ha hecho con el apoyo del sector republicano y se postula como futuro presidente del país. Algo más al sur, en Colombia, la consulta sobre la paz entre el Gobierno de la nación y las FARC, que pondría fin a medio siglo de guerra civil, se ha cerrado con resultado negativo.

“Con todo, no fue hasta el año 2016 que la situación internacional alcanzó el nivel de idiocia generalizada”

Con todo, no fue hasta el año 2016 que la situación internacional alcanzó el nivel de idiocia generalizada. En el Reino Unido, la mayoría de la población votó a favor de la salida del país de la Unión Europea. El brexit, como se llamó después a esta determinación, sembró el germen del odio entre autóctonos y foráneos. En un país con un 4% de desempleo, la ministra del Interior, Amber Rudd, ha anunciado el endurecimiento de las condiciones para contratar trabajadores extranjeros con el fin de que solo aquellas labores que no puedan desempeñar ciudadanos británicos sean destinadas a personas de otras nacionalidades. Si a esto le sumamos que en Hungría el 95% de

Haciendo un cómputo global, podría afirmarse sin miedo al equívoco que lo que estamos viviendo estos días se asemeja en cierto modo a un clima de preguerra. El miedo al intruso, que ya llevaba años macerándose en España, se extiende por todo el mundo ante la pasividad de propios y extraños, lo que supone para quien suscribe el mayor de los desasosiegos: que quizás no quede en el mundo un lugar mejor al que huir.

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Noviembre 2016 - nÂş9 - 5â‚Ź 12pulgadas12.com


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