Playacar magazine 42 issue

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Este fenómeno dio lugar a la leyenda de que un dios llamado Kukulcán, cuya representación es una serpiente, bajaba cada año a fecundar a la tierra, ser femenino, anunciando un nuevo ciclo de vida: la Primavera, ofreciendo a los mayas la posibilidad de una nueva siembra productiva y percibiendo también cambios positivos en la naturaleza y en el estado de ánimo. El equinoccio de otoño es precisamente el momento de la cosecha, el fruto obtenido de la tierra. Estas concepciones se han ido transmitiendo de generación en generación atribuyendo a los principales elementos de la naturaleza, como lo son el agua, la tierra, el aire y el sol, la característica de ser generadores de vida, por lo que desde entonces se les ha rendido tributo. En esas fechas se pueden observar fenómenos arqueoastronómicos similares en muchas zonas prehispánicas de la Península: en el centro arqueológico de Mayapán (1200 a 1550 d.C.) se aprecia la serpiente descendiendo por la pirámide; en Dzibichaltún (1000 a.C al 1600 d.C), se puede ver al sol posarse en la puerta principal del Templo de las Siete Muñecas; en Chen-Hó (250 a.C.300 d.C.) se produce el juego de luz y sombra; también en Uxmal (250-900 d.C.), en el Palacio del Gobernador y el Palomar. Cada año, miles de personas acuden a los centros ceremoniales prehispánicos para continuar con sus rituales. Para muchos la llegada de la primavera significa un momento para purificarse y absorber lo positivo, desechar lo negativo y llenarse de la energía del sol.

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