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Opinión

Henry Kissinger: un legado mixto

Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional y secretario de estado de los Estados Unidos durante las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford, cumple cien años el día de hoy. Toca hoy en su centenario pensar la huella profunda que una de las figuras más reconocibles del Siglo 20 y especialmente de la guerra fría deja en la memoria histórica y en las pieles que recibieron el contundente martillazo de la política exterior de los Estados Unidos. Hay múltiples cosas a decir, no todas son buenas y el intento de “balance” en este escrito, ciertamente caerá mal en el espectro ‘diestra-siniestra’ que ocupa nuestro posicionamiento político y nuestra visión de mundo. Ni modo, comencemos. Su longevidad le ha permitido presenciar —gestionar y capitanear también— eventos trascendentales en la política mundial contemporánea, el lastre de algunos sigue siendo sobrellevado en el recuerdo y la psique de los que los sobrellevaron. Muy pocas figuras no electas han dejado un legado —a la misma vez extraordinario y terrible— en las relaciones internacionales y la diplomacia. No es el hecho de su producción escrita y hablada, que es mucha; es también la salvedad que, en el impacto duradero y catastrófico de muchos de estos sucesos, su mano e ingenio estuvieron directamente envueltos.

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Es problemático para muchos —yo incluso— consultar sus trabajos en plena conciencia de lo controvertible de su figura. Hay un impecable intelecto en las líneas escritas; plena conciencia del mundo en el que vivió y se desempeñó y en el que todavía vive. Personalmente, concurro con él en su postura de que, en el actual conflicto de Ucrania, independientemente del resultado, la humillación, Rusia no beneficia a persona o entidad alguna.

La consulta académica de sus trabajos no implica — claro está— anuencia. No hay lectura crítica que mitigue el impacto de su faena, especialmente en África, Latinoamérica y el Sureste de Asia.

Precisamente es en el Sureste de Asia, Vietnam en particular donde se destaca la naturaleza mixta de sus “logros”. Si bien es cierto que los Acuerdos de París de 1973 constituyeron el controvertible fin del envolvimiento estadounidense en ese país, su método y proceder son objeto de polémica discusión. Uno de sus exdiscípulos, el periodista David Andelman, aduce que la capacidad de Kissinger de moverse en múltiples y contradictorias direcciones —¿multitasking?— dejó fríos tanto a los comunistas de Vietnam del Norte como a la guerrilla del Vietcong. Lo que aconteció en la capital francesa sentó las bases de las relaciones bilaterales de Washington con sus otrora enemigos.

Por un lado, el politburó, tanto de Hanoi como del Vietcong, vieron la disposición de Kissinger de destruir tanto a Camboya como a Laos, no necesariamente para detener el suministro a las fuerzas comunistas en Vietnam propiamente, sino para ganar relativa ventaja en el proceso de negociación que se daba en París. Igualmente, el apuro de sacar a los Estados Unidos de ese atolladero hizo evidente también el deseo de la superpotencia de cultivar relaciones, no solo con la República Popular de China, sino además con la Unión Soviética, a costa de la República de Vietnam —la difunta y corrupta Vietnam del Sur— que terminaría colapsando dos años más tarde tras la entrada en la capital, Saigón (hoy, Ciudad Ho Chi Mihn), tanto de tropas regulares norvietnamitas como de Vietcong, concluyendo dramáticamente el proceso de reunificación de este país, que hoy día es —irónicamente— uno de los socios comerciales de Washington, manteniendo una relación estrecha y preferencial.

Pero el hierro candente de la gestión de Kissinger no solo se sintió allí.

La aprobación tácita para que Indonesia, bajo el mando del presidente Suharto, invadiera y anexara Timor Oriental, luego de que Portugal le concediera su independencia, alargó el dilema y el sufrimiento de los timorenses; suplicio que no cesa de su memoria colectiva. Igualmente, hoy día, la existencia de Bangladés en 1971, antes Pakistán Oriental, estuvo precedida de trauma. En el camino a la independencia bangladesí, Pakistán infligió crasas violaciones de derechos humanos. Kissinger se hizo de la vista larga a las atrocidades; Pakistán era el conducto para facilitar el contacto con China y la eventual normalización de relaciones entre Washington y Pekín. América Latina también sintió el látigo de Kissinger. El apoyo a la junta militar en Argentina facilitó la gestión de la mentada guerra sucia y la desaparición de miles de disidentes argentinos durante el régimen del General Videla. Pero fue en Chile donde el centenario hombre de estado dejó su legado más duradero: el apoyo explícito al golpe de estado contra el gobierno democráticamente electo de Salvador Allende y el ascenso al poder de Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973. La amargura de los sucesos queda aún como reminiscencia amarga del entrometimiento paranoico y reaccionario que tanto daño hizo a innumerables familias.

Pero bueno, feliz cumpleaños.

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