Revista Consejo Abierto nº 93

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CONCURSO LITERARIO: RELATO GANADOR

Siete Vinos Primer Accésit ‘Concurso literario “Lorenzo Serrano” 2015’

Brillaba el sol sin compasión sobre la pequeña comitiva. El paisaje se doblegaba enconado formando un pequeño valle entre las viñas, que se contaban interminables bajo el cielo azul de agosto. El burro apenas caminaba. Su lenta cadencia aumentaba la vivificante sensación de paz que los verdes y ocres de la finca producían en el espíritu del viejo sacerdote. Sólo una nube gris sobre la Finca García ensombrecía una pequeña parte del paisaje. En otro momento de la historia, más aciago, ocurrieron allí hechos terribles, pero, a Dios gracias, era sólo eso, una pequeña parte del paisaje. –Ahora está vacía –dijo el burrero, interrumpiendo los pensamientos del cura–. La hacienda –concretó, notando su sorpresa– lleva años abandonada, desde que la hija de la señora Graciela marchó a Barcelona. Dice mi padre que allí pasaron cosas mu’ malas, que hubo incluso asesinatos –añadió, bajando el tono de voz como una vieja alcahueta, pero vio atajados sus comadreos al notar que el anciano tiraba de las bridas por ver si llegaban a casa de don Marcelo antes del almuerzo. Don Damián conocía toda la historia, pero no tenía ganas de hablar de ello. Había sido de joven el párroco de aquel lugar, y fueron aquellos hechos lo que desenca-

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CONSEJOABIERTO · Diciembre 2016

denaron su precipitada petición al obispo para ser trasladado a una apartada aldea del Cantábrico, donde había pasado los últimos veintiún años. Ahora, atacados sus huesos por la edad y por la humedad del Norte, había regresado hacía apenas un mes. Ahora era uno de esos frecuentes curas con acento mestizo que nunca encajan en ninguna parroquia. No había olvidado el pasado pero su alma piadosa confiaba en que no quedara en el pueblo ningún protagonista de aquella historia. Cuando la noche anterior había recibido la invitación del hacendado Escribano, su corazón había dado un vuelco. Su talante, sin embargo, le había impedido rehusar la invitación. Marcelo Escribano era un viejo nuevo rico envanecido por el dinero que crecía a espuertas en sus bodegas. Postrado por una larga enfermedad, lo requería al final de sus días para que le tomara confesión in articulo mortis. Desde la finca de Marcelo Escribano podía verse la de los García, como dos castillos medievales enfrentados y defendidos por un valle que los separaba. En aquella hacienda vecina de los García se habían desencadenado veinte años atrás todas las fuerzas del Averno. El dueño de aquella casona, arrojado a la sinrazón de

los siete pecados capitales, había deshecho la fortuna y la felicidad de la familia en apenas siete días. Tomó aire para terminar de subir la impresionante escalinata de mármol, demasiado opulenta para casa de finca, que conducía al piso de arriba. La edad le restaba fuerzas y aún no había almorzado... El criado que lo guiaba caminaba demasiado aprisa. Le abrió la puerta de la alcoba. Allí estaba el anfitrión, tumbado sobre una enorme cama que una vez fue de matrimonio, refugiándose en la penumbra de la canícula de agosto. Ver allí, rendido al paso del tiempo, encamado, a aquel hombre temido en otro tiempo por su poder le infundió tanta pena como curiosidad. Marcelo Escribano nunca había demostrado especial afecto ni por la Santa Madre Iglesia ni por los párrocos, especialmente para don Damián, pero la piedad le impidió emitir un juicio precipitado. Si quería confesarse, le confesaría. –Acérquese, acérquese, don Damián –le urgió, con el eco de su voz. Podría decirse que el moribundo recibió con alegría, con alborozo incluso, al párroco, pues sostuvo su mano entre las suyas un buen rato, lo colmó de atenciones y llamó a todos y cada uno de sus


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