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César Verduguez Gómez
CÉSAR VERDUGUEZ GÓMEZ (Bolivia)
Nació en La Paz, Bolivia el 3 de noviembre de 1941. Vive en Cochabamba. Profesor de Dibujo Técnico y Escritor de novelas, cuentos, poesía, fábulas y de una vasta obra didáctica. Antologador. Ha ganado varios primeros premios y accésit en el género del cuento en tres ciudades bolivianas, y primeras menciones de honor en novela. Por aporte a la literatura, fue distinguido el gobierno de Bolivia, alcaldías y universidades. Sus cuentos han sido traducidos al inglés, alemán, francés, quechua, árabe y croata. Muchos de sus cuentos figuran en más de veinticinco antologías nacionales e internacionales. El año 2013, en la Universidad Nacional Autónoma de México, Maité Martínez J. para obtener el título de licenciada presentó su tesis “Mito y Utopía en la literatura de César Verduguez”. Paspresidente de Escritores Unidos (ESUN). Libros. Poesía: El fuego en las venas (2018). Antología: Antologías: Cuentos de Espanto de Bolivia (2002), Poesía escogida para niños (2006), La fábula en Bolivia (2007), Antología de Antologías. Los mejores cuentos de Bolivia (2004). Novela: Las babas de la cárcel (1999), La noche mordida por los perros (2007), Cuento: Mirando al pueblo (1966), Por nada en tus ojos (1981), Rehúsa si te ofrecen morir en USA (2004), Noviembre desnudo (2008), La casa grande del amor universal (2021).
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LOS BUITRES ESTAN FELICES César Verduguez Gómez
Hola. Sí. De nuevo. Ayer que se cortó la comunicación te contaba lo que estaba sucediendo en nuestro ínclito terruño. Te decía que ya esto es un caos que ni los arúspices, augures, astrólogos, yatiris ni todos los adivinos y especialistas en precogniciones y oráculos, tal vez uno que otro, han podido predecir este que se ha desatado en la Tierra. En la Biblia se habla en términos generales sobre desastres de todo tipo, pero nada en específico. Por ejemplo, de “matar a la cuarta parte de los habitantes de este mundo, con guerras, hambres, enfermedades…” En otra parte dice: “…habrá grandes terremotos en muchos lugares. En otras partes, la gente no tendrá nada para comer, y muchos sufrirán de enfermedades terribles.” Sus autores no han tenido la gentileza de dar datos de años, se hicieron los suecos, han tenido a la humanidad en vilo y han ocasionado que algunos líderes, religiosos, políticos e investigadores oficiosos hayan fijado algunas fechas como fin del mundo con datos errados, falsos y además causantes de un sin número de problemas sociales y económicos. Qué te digo: hasta los mayas han fallado en sus pronósticos, claro está que fue por interpretaciones erradas de los encumbrados mayálogos. Hoy se acusa a muchas entidades sociedades secretas y también a naciones de ser causantes de la pandemia que está cubriendo el mundo con su aterrador manto de virus tejido en los laboratorios. De los que he podido detectar están en primer lugar EEUU luego China o a la inversa, como tú quieras, te dejo, te doy a elegir. Tú que tienes la tendencia de contradecir a mis supremas opiniones te diré que en E.E.U.U. hay antecedentes
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incriminatorios. Por ejemplo, un 18 de octubre de 2019, en la ciudad rascadora de cielos, se realizó una simulación de pandemia, donde estaban representantes de la ONU, Jhonson y Jhonson, Bill Gates y otros. Tanto es así que la multinacional de los medicamentos, aceites y talcos para bebé solicitó un fondo millonarísimo para conseguir una vacuna apropiada para el caso. Pero más interesante es que una científica Erika Bickerton y su colega Sara Keep, más un científico, patentaron su investigación sobre el virus maldito, en EEUU. Al parecer ya había una consigna de reducir la población considerada innecesaria. Pero hay más. En la Universidad de Wisconsin-Madison de EEUU, un tal virólogo especializado en la influenza y en el Ébola, Yoshiniro Kawaoca, nacido en Japón, se dice que es el creador del coronavirus, la peste más mortal de la historia.
Para que sigas asombrándote, si acaso no has investigado sobre este asunto, están también los famosos Iluminatis como causantes o propiciadores de la pandemia, que empujan a la crisis financiera en todo el rubro comercial e industrial del mundo, habiendo creado la “criptomoneda” para afectar a todas las naciones. ¿Me escuchas? Bueno. Esto no es todo. Resulta que están de igual modo en el meollo del problema el Nuevo Orden Mundial que proclama instaurar la justicia, paz, seguridad y abundancia, y todos los ciudadanos tendrán un chip en su organismo para controlar su comportamiento, esto se identifica con la marca de la bestia, en la Biblia, Apocalipsis 13:16, y que las religiones ya no tendrán vigencia porque se prohibirá todo culto como se menciona nada menos que en Tesalonicenses 2:4. ¿Te das cuenta? Ya estaba escrito dos mil años antes más o menos. Verdadcita es. No porque te lo diga en diminuto es pequeña. La verdad es de un solo tamaño o dimensión. En serio. No te rías.
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Aprovechando que hablamos de las escrituras sagradas fíjate en esto que se relaciona. “El virus fue creado por Dios para cumplir con lo que está escrito en la Biblia”. Revisa nada más que Revelaciones. Ahí está todo. ¿Recuerdas? En revelaciones.
¡Ay, no! Me olvidaba de la red 5 G. La G significa geranios. Cinco geranios, es el nombre que le han puesto a ciertas antenas con tecnología electromagnéticas que están levantando en muchas ciudades de modo clandestino o con apoyo de algunas telefónicas y agencias digitales. Sus ondas afectan al cerebro de la gente y estas antenas 5.G contienen un programa informático llamado Covid-19 que irradia a gran distancia ciertos rayos capaces de enfermar a la gente situada en su radio de acción, y también afecta a las aves y plantas matándolas, más aún, en el futuro manipularán a los ciudadanos a voluntad de los que lo programaron. En algunas poblaciones la gente ya está atentando contra torres de conducción eléctrica destruyéndolas y en nuestra tierra basta que alguien sin ninguna comprobación ni evidencia grita que son 5-G y es suficiente para quemar y destrozarlas. ¿No crees que la suspicacia llega a muy lejos sin que nadie diga nada? Para que sonrías un poco, si acaso puedes hacerlo, como causantes de la pandemia también figura el demonio, ¡Cuándo no el maldito!, entrometido en toda la manipulación que realizan los científicos, expertos en las calamidades mortíferas que han asolado al mundo. ¿Crees en el diablo, aún? Yo sí creo en el Satanás y la China Supay de la Diablada de Oruro. Te lo digo en serio, porque ¿acaso la danza no es demostración dinámica de la vida? No importa si lo hacemos en honor a la vida por intermedio de la muerte que la representa un Luzbel del mal. Antes de
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casarme bailé tres años seguidos. Luego me convertí en un santo varón regenerado. Otros propiciadores estólidos y entrometidos de la pandemia son la Derecha y el Imperio mencionados de modo repetido por los habitantes de las zonas tórridas… aunque no están muy lejos porque si visualizas a los que encabezan esta peste moderna son precisamente los grandes potentados que juegan a manejar el mundo y que tienen la intención de controlar a sus habitantes con microchips. Los que enarbolan este espécimen son principalmente los del campo de los cocales que apoyan al régimen anterior que tenía las riendas de mando del país. Otro grupo que está señalado son las mujeres, aunque no lo creas, las más sospechosas. Yo creo más en esta teoría. Las mujeres para que los hombres no vayan a los estadios, a los bares y a las casas de las doncellas samaritanas, es decir para que no salgan de casa. Ellas son las que inventaron esta pandemia haciendo no sé qué brujerías que solo ellas saben hacer y lo consiguieron, porque con la cuarentena los pobrecitos hombres debemos quedarnos encerrados en casa sin poder salir a tomarnos ni una copita de cerveza. Ah, pero no sabes. A las mujeres se les salió el tiro por la culata, porque en esta situación que vivimos, según informes mensuales del departamento de Policía, se ha duplicado y triplicado las denuncias por maltrato y agresiones intrafamiliares y, eso no es todo, han aumentado ostensiblemente los feminicidios.
Eso no es todo. Se dice que la actual mandataria es la causante de la aparición del Covid-19. Si recuerdas ingresó al palacio con la Biblia en la mano y milita en una congregación cristiana que realiza milagros. Pues bien, ella ha rogado mantenerse en el poder, ¿o le impusieron los
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allegados de su grupo político? Y tanto fueron sus rogativas que ¡milagro! se hizo la pandemia. Pregúntame para qué. Te respondo. Primero se convierte en candidata a la presidencia, luego difieren las elecciones con el motivo del crecimiento de infectados. Aparece en la TV todos los días entregando insumos médicos y alimentos, en una propaganda que sabemos muy bien es publicidad electoral camuflada que está a punto de superar en pocos meses a las anteriores prorroguitas. Te cuento, aquí todavía hay alguna gentuza que no cree en el Coronavirus y no quiere acatar las disposiciones de bioseguridad y sale a las calles sin importarle nada, sin barbijo, ni guantes ni nada, dándose la mano y metiéndose a grupos numerosos de personas que se forman en los mercados, en las calles, se van a jugar futbol y al cacho en locales clandestinos. Dicen: Es preferible morir con el Covid19 que morir de hambre. ¿Te das cuenta? A lo que hemos llegado.
Lo que te voy a decir es para poner los pelos de punta, por supuesto de tu cabellera ¿qué estás pensando? Escucha. En La Paz están con inquietantes levantamientos de cadáveres cada día entre 20 a 25. ¡Cada día! En Cochabamba, Investigación Forense habla del recojo entre 40 y 45. Confidencialmente te digo que este departamento tiene el más alto índice de mortalidad en el país por culpa, dicen, de la peor administración en los últimos años, tanto de la gobernación como de las alcaldías municipales que estuvieron cambiando de autoridades ediles a diestra y siniestra. En El Alto recogen diez cuerpos rígidos por día todos con síntomas de Covid-19. Los resultados que divulgan cada noche por la prensa son menores a los reales, debido a que hay otros escalofriantes con cifras
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mayores para usos inconfesables porque hay entierros clandestinos en los cementerios: son muchísimos y no están contemplados en las estadísticas, o sea que hay más muertos que no están reportados en las listas oficiales. Hace una semana asistí a un entierro de un pariente en una necrópolis jardín particular. Nos dejaron entrar solo a diez dolientes cercanos. Dentro se podía ver que llegaban muy seguido uno y otro, uno tras otro, carros mortuorios y dejaban en una especie de depósito unas bolsas enormes de plástico negro con etiquetas identificables adheridas, numeradas y con nombres, para que funcionarios funebreros los vayan enterrando por orden de llegada. Aprovechando las sombras tétricas de las noches la gente que no pudo enterrar a sus muertos aguardando en su silencio eterno dos o tres días, los sacan a las calles para dejarlos ahí, en el mejor de los casos los llevan de modo subrepticio a cementerios ocultos.
Ya es una realidad la de cavar fosas comunes en los cementerios públicos, porque desgraciadamente los crematorios están colapsados al igual que los centros de salud. A los médicos y enfermeras que están enfrentando a la pandemia no les dotan de protección de bioseguridad ni los instrumentales necesarios, muchos galenos, héroes en esta guerra, ya se han marchado para su siesta eterna. Después de batallar contra ese monstruo rodeado de antenas se han ido con el mérito de haber cumplido con su deber hipocrático. Honor y gloria para ellos. Policías y militares están expuestos sin ninguna protección a no ser que nada más un barbijo. Es preocupante porque, por ejemplo, en las capitales de Potosí, Oruro y Santa Cruz encontraron muertos en sus calles por el colapso sanitario y porque hay rechazo en los hospitales a los que acuden pidiendo ayuda y los afectados tienen que peregrinar sin
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encontrar atención de ningún salubrista. Tanto policías y militares y personal facultativo están apareciendo con diagnósticos positivos en una y otra región. El personal de salud está reclamando por abastecimiento de insumos e instrumentos sanitarios y amenaza con paros en algunas ciudades. Han presentado de ochocientas a mil solicitudes de pruebas de examen que están en espera y no se los atiende. Hay una permanente sobredemanda y no existen planes de contingencia para contrarrestar a la pandemia.
En los sitios de abasto alimentario no acatan las medidas de cuarentena, y hay una abigarrada y multitudinaria concurrencia de vendedores y compradores sin ninguna mínima prevención. Las protestas en forma de manifestaciones masivas van creciendo. Enfrentamientos e intentos de saqueo a las casetas policiales y almacenes, robos y asaltos por todo lado. Hay fuego y violencia en todas partes. En los pueblos originarios es posible que por falta de atención se vaya incubando de modo silencioso muertes masivas; en las cárceles se van incrementando los casos positivos de modo pasmoso. Los directores de Régimen Penitenciario están sin saber qué hacer. Los hospitales están paralizados, ya te lo dije, lo que hace ver que el sistema de salud ha sido rebasado de modo impresionante e imparable. También han sufrido colapsos en toda magnitud ciudades y poblaciones que se han encapsulado ante el incremento de casos positivos. La miseria extrema ha comenzado a arrastrase por las calles con hombres y mujeres Uno, pidiendo limosna. Dos, vendiendo caramelos. Tres, vendiendo cosas del hogar para comprar comida. Cuatro, buscando facultativos y medicamentos. Cinco, buscando nosocomios para ser atendidos por enfermedades comunes o sospechas de
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Covi-19. Siete, parientes indagando, buscando dónde enterrar a sus muertos con dignidad y cristiana sepultura.
Si bien el Coronavirus no afecta a los animales, sin embargo, presumo que las mascotas dentro de poco serán victimas indirectas. Algunas instituciones de protección a los animalitos están pidiendo socorro a donantes voluntarios para alimentos. Hay algo que es necesario comentarlo para tu conocimiento. Esta pandemia no solo se circunscribe al tema de salud, a la contaminación y óbitos, también tiene que ver con la economía. Ha ocasionado una crisis económico-social sin precedentes en nuestra historia. La gente que vive al día, vende en las calles, su trabajo es para ganar algunas monedas y se ha gastado sus ahorros, ya no puede seguir en un encierro rígido y debe salir por fuerza y con desesperación rompiendo la cuarentena. Algunos canales de TV transmiten con atisbos morbosos las imágenes de muertos yacentes en las calles y lo peor, personas muriéndose en ahogos con la atención inútil de una esposa o madre que trata de revivirlos con respiración de boca a boca, en las puertas de un hospital. Es decir que hoy se hace negocio con la verdad desnuda y extrema. ¡Escalofriante! Por si fuera poco, como si la vida y la muerte estuvieran en una competencia para lograr un puntaje elevado, en las puertas de algunos hospitales los enfermos mueren por que no les abren las puertas, en otros, las mujeres parturientas dan a luz a sus criaturas también porque no las dejan entrar argumentando la preferencia al Covid-19. ¿Te das cuenta? Nacen en las calles donde están las maternidades cerradas para sus madres.
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En los mercados los guardias de seguridad les quitan su mercadería a las vendedoras y comerciantes. Hay gritos y llanto. No acatan las prohibiciones de circular conforme a las terminaciones de su cédula de identidad. Mucha gente está siendo despedida de sus empleos pese a disposiciones contrarias del gobierno.
No es para menos y es para pensarlo hacerte saber que los suicidios están a la orden del día. El caso de mayor importancia por su fondo de tristeza es el que sucedió con una mujer empobrecida que envenenó con químicos fosforados a sus tres hijos porque no tenía con qué alimentarlos, luego ella también tomó el veneno para cortar definitivamente su angustiante situación.
Realmente el panorama de nuestro país es catastrófico y desesperante con nubarrones de negro sepulcral y de veras te digo no se avizora un amanecer generoso ni siquiera misericordioso. Se avizora un futuro gris tenebroso. Vive en una pendiente peligrosa que lo lleva a un abismo funesto con barrancos de sedición y terror. Lo peor es que dentro de este cuadro trágico se hacen negociados para obtener ganancias ilícitas como la escandalosa y vergonzosa compra de respiraderos con sobreprecios inicuos. Estamos gobernados por cleptocracias sucesivas. Las farmacias se han unido a la desesperanza comerciando a precios de traficantes todo medicamento e insumos sanitarios y médicos. Aquí se practica de modo evidente el agio, el ocultamiento, la especulación con los remedios básicos. Igual las clínicas privadas han elevado el precio de su atención a precios inalcanzables. Los hospitales subsisten con salas de terapia intensiva que no tienen dotación de oxígeno menos respiradores; lo peor, algunos no tienen camas y si reciben
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pacientes lo hacen en colchonetas, llevadas por familiares, yuxtapuestas en el suelo. Las funerarias son otro negocio inconcebible, no se dan abasto y cobran millonadas por los trámites, recojo de cuerpos, traslado en autos mortuorios y por el cajón funéreo fabricado con premura y material de calidad inferior.
Es pertinente decir que también debemos luchar contra otra enfermedad que requiere combatirla con mayor fuerza: el virus pavoroso de la corrupción. La verdad es que son tres pandemias a las que debemos enfrentar en total desventaja: La del coronavirus, la corrupción y el pauperismo de nuestra nación. Lo peor es que la grandeza humana que debiera estar presente, está ausente casi totalmente con excepción de unos pocos casos.
Lamento decírtelo, pero es así la cosa.
¿Y a ti cómo te está yendo? Supongo que debes estar, allá en la India, bien resguardado en un hotel. Medio que te envidio. Estás trabajando y te pagan o por lo menos estás conociendo otro país, uno de los más enigmáticos por su espiritualidad y antigüedad. ¿No es así estimado Oriana Fallaci, versión varonil?
¿Hola? No te escucho bien, es decir, te escucho algo entrecortado, no sé si es problema de mi celular o del tuyo. ¿Hola? ¿Tú me escuchas? ¿Si? Me parece bien que me captes. Eso es lo importante, que tú me oigas mejor. Okey. Por esto es que te voy a contar que aquí me han sucedido mil cosas. Ya sabes que fui enviado a la India por el periódico bonaerense de mi pega, hice mi trabajo en todo lo proyectado, viajé por varias ciudades como Nueva Delhi, Bhopal, centro cinematográfico de la India, Calcuta,
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Bombay y otras… pero justo cuando ya tenía que retornar a Buenos Aires, se suspendió todo desplazamiento aeronáutico. Nos quedamos sin poder movernos de esta ciudad. Por suerte todos los gastos de mi estadía y alimentación están cubiertos, porque de otro modo hubiera periclitado.
La situación aquí está cada vez de mal a peor. Las protestas aparecen en todas partes. Porque no solo es el hambre sino también las luchas religiosas. Los musulmanes son acusados de propagar el virus de la pandemia. Los hindúes están en contra la ley de enmiendas para naturalizar a los inmigrantes irregulares paquistanis, afganistanos y de otros orígenes. Las protestas a veces violentísimas que han durado muchos meses fueron detenidos abruptamente por el coronavirus, y el gobierno aprovecha una persecución policial y política contra los activistas. El primer ministro ha ordenado a 1.300 millones de personas que se queden en sus casas. Esto es casi imposible. Los más pobres son los más vulnerables y no tienen casa ni trabajo fijo. El éxodo de las ciudades a los pueblos es algo indecible e inenarrable. No hay comida y a falta de movilidades algunos retornan caminando a pie para llegar a sus pueblos. Las multitudes en una confusión infernal en las terminales es algo inenarrable. Imposible de mantener distancias. Imposible. La desesperación de los jornaleros para regresar a sus terruños no tiene nombre. No tienen para comer y no pueden trabajar. Los hindúes que no pueden viajar desafían el confinamiento y salen para enfrentar al virus y tratar de ganar algunas miserables rupias.
Pero lo que quiero contarte después de casi dos meses de cuarentena es que, gracias a mi amigo español Manuel,
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que vive aquí casi doce años, nos trasladamos a un lugar alejado aprovechando su documentación de periodista del “Anandabazar Patrika”, de Calcuta y pudimos movilizarnos con mayor disposición de medios. Llegamos a un pueblo cuyo nombre no puedo decirte a pedido expreso de Manuel, del que también no puedo mencionar su apellido por los cuidados que tomamos los periodistas para esta clase de noticias debido a los peligros que se ciernen sobre nosotros. ¿Me comprendes, ¿verdad? Okey. El filmó con su celular muchas vistas y escenas de los pueblos y gente que veíamos en el trayecto, y lo escondía con prontitud, pero cuando llegamos al lugar señalado por un compañero que dio el dato en el mapa, quedé pasmado y sin habla. Me resistía a creer lo que veían mis ojos. Sacudí mi cabeza para disipar la visión aterradora que se desarrollaba frente a mí. Era la demencia misma que había venido para anidar en este paraje de belleza muerta ocultando escenas aterradoras, inicuas, deplorables y execrables.
Se podía ver que la región era muy pobre, pero, como en todo el territorio hindú, con superpoblación. Increíble ver la gente que pulula por este sector. Me parecía, creía que estaba caminando en el ingreso previo del infierno, en la antesala. Así debe ser, me decía a mí mismo, al tiempo que me gritaba por dentro, esto no puede ser. ¡No! En ese campo en las afueras del pueblo estaban no diré una docena de cuerpos de adultos y niños, mujeres y viejos, créeme, eran decenas y más decenas, tirados en el suelo, muertos. Cadáveres. ¿Alguna vez entraste en Bolivia a una morgue? Yo sí, pero ahí los cadáveres estaban en mesas de cemento o en camillas, pero no como lo que te describo, desperdigados, botados, en el piso de tierra y piedras, en diferentes posiciones. Al parecer el número rebasó la capacidad de poderlos cremar o enterrarlos. Tal vez
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excavaron varias fosas comunes pero la cantidad de cuerpos sin el soplo de vida los venció. Y lo peor, alrededor o junto a estos se veía a más de cien buitres. ¿Escuchaste? ¡Más de cien o doscientos buitres! ¿Te das cuenta? Los habitantes habían decidido abandonar a sus difuntos para que las aves de rapiña tomen cuenta de ellos, es decir, para que se los coman. Es más, algunos oficiosos les facilitaban a esas despreciables aves quitándoles a los infaustos difuntos sus escasas ropas que aún los cubrían con ayuda de una especie de machetes de cocina y cuchillos. Eran cuerpos inmóviles, acabados de irse por la terrible pandemia, indagando si era correcto tener sus sepulturas en las entrañas de esas aves desastradas. Dante podía haber incluido en su obra este paisaje alucinante, macabro y aterrorizante.
Alguna campanilla o dos, hacían resonar de rato en rato sus tintineos fúnebres.
Los grupos de buitres, al parecer, estuvieron reunidos un tanto distanciados de la gente, pero perdiendo el temor se acercaron poco a poco y con un andar de aves desfachatadas y a momentos con pequeños saltos adefesiosos. Hombres y mujeres presentes que deambulaban ejecutaban guturalmente una melodía funérea que, con los sonidos de las campanillas, daban un marco sonoro estremecedor. Fui enterrando mis ojos en esa visión de seres y despojos mortuorios, apocalípticos, de entrañas expuestas, desparramadas y huesos descarnados en la mañana negra, oscura a pesar del sol en el cielo indiferente. En principio pensé que los buitres eran palomas enormes, pero no. Eran los más odiosos carroñosos.
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Los buitres se movían como las palomas en una plaza de las ciudades y de los pueblos. Tomando confianza se acercaban sin temor inclusive donde las personas que arrancaban los trapos a los desposeídos de vida, procediendo a hincarles el pico y arrancarles pedazos de carne e intestinos Se disputaban algún colgandejo amontonándose en torno a los muertos disputando, guitoneándose algunas tripas, nervios o vísceras abdominales. Era un éxtasis de la muerte traído por los pájaros de la carroña. Tal vez para evitar la putrefacción de la carne y deleitando los picos y gaznates. Okey.
Algunos hombres estaban con atuendos comunes occidentales, otros cubiertos solo con las túnicas rojas de su religión. Otros ejecutaban un compás con tamboriles de mano, especie de panderetas con mango, que al mismo tiempo de tocarlos entonaban una musiquilla de muerte y lamento, en un sonsonete tétrico. Los pajarracos no se escapaban para nada de los hombres cercanos porque además uno de estos los ayudaba cortando pedazos de carne de un cuerpo inerte para arrojárselos, otro descargaba de su espalda y depositaba en el suelo el cuerpo de un adolescente que estaba envuelto en un manto anaranjado. La paranoia presente nos brindaba la existencia real para hacernos ver que el mundo no es solo un panorama bonito de Dios y su creación, sino también de cuadros surrealistas con macábricos marcos de los parajes más profundos del averno y del horror ideados por un demente, un paranoico lovecrafiano, perdona mis sinonimias repetitivas, pero son mis exabruptos del lenguaje de la desesperación.
Observé a dos de los buitres que levantaban su cabeza picuda y parecía que observaban complacidos cómo sus
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congéneres se cebaban con los cadáveres de quienes los habían tratado con desprecio y…parecían sonreír satisfechos tal vez eructando un momento de contento y chorreando hilos de sangre de las junturas de los picos.
El eco quejumbroso se escuchaba en todo el campo y yo sentía ganas de vomitar o de escapar a gritos de ese espectáculo horrendo y estremecedor de unas exequias de pesadilla. El tiempo estaba estancado, no había viento ni ventisca alguna que se llevara los halos erizantes de la muerte.
Ahora que estoy en esta mi habitación de hotel, el Léela Palace Kempesk, me pongo a pensar ¿si acaso por todo lo que he visto, la irrealidad está incrustada en cada minuto de la realidad del mundo, engarzada, como triquina en nuestros músculos, en la cotidianidad de nuestras existencias? Si la muerte ya vive con nosotros ¿cuánto por ciento de ella circula en nuestras venas? ¿No crees que Dios está guardando mucho silencio y está tardando demasiado en pronunciarse? ¿Cuánto tiene que ver Dios con lo que vi en cuanto a responsabilidad? ¿Es igual morir en un hospital rodeado de enfermeras y médicos vestidos de blanco o en medio de una bandada de buitres emplumados de negro? De nuestros restos ¿es mejor ser devorados por gusanos, según nuestras costumbres dentro de un cajón? ¿O deglutidos por pajarracos sombríos que nos harán volar por los cielos en una despedida de honor? Claro que sigo con susto. Estoy traumado y quizás es el miedo que me hace pensar y preguntar. He visto muertes, pero nada comparable de lo visto que me hace inmiscuir en el fin verdadero de la vida. ¿Qué pensar, cómo debemos concebir la reencarnación, la transmigración y los metemsicosis? Aunque sé que estas creencias solo sirven
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para que el hombre retorne al fluido de la vida trascendiendo en lo terrenal y prolongar su existencia ya sea como humanos o como seres de la flora o de la fauna. O sea que no importa como sea el resultado de nuestra muerte: polvo o heces que al final se convierte también en polvo, el asunto es que retornamos al universo por obra y gracia del infinito. Entonces loa óbitos espantosos, repugnantes o repudiables son nada más que procesos naturales de la existencia que se valen de enfermedades y transgresiones de toda índole. La muerte es solo una cortina fácil de transponer y trasladarse a otro espacio o dimensión. No a ningún paraíso ni averno sino a una nueva sucesión de sustantividad. Simple ¿verdad? En vano he sufrido al ver esas imágenes que nuestro entendimiento común nos hace ver calamitoso e infeliz. Claro, un resultado final de la pandemia es, sin duda, espantoso para nuestro mundo y por ello mi amigo y yo tuvimos que retornar más muertos que vivos arrastrando nuestras almas por los pisos que no querían recuperarse de su tremenda y asesina impresión. Tal vez no vuelva en mucho tiempo a este lugar y trataré de olvidar ese espectáculo abominable. Okey.
Hace unas horas me enteré que varios compañeros, colegas nuestros, están empezando a morir por cubrir la pandemia, según información de la Campaña Emblema de Prensa, la PEC que tú ya conoces, por falta de medidas de seguridad en la protección adecuada dentro del ejercicio de su trabajo. Si, periodistas y camarógrafos en diversidad de países y en nuestra América principalmente en Brasil, Perú, México, Ecuador y Estados Unidos. No muestran reportes de Bolivia, pero seguro que los hay considerando la situación deficitaria de nuestra medicina.
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Otra última, que el gobierno de la India está planificando un confinamiento rígido, el de mayor envergadura tomando en cuenta que tiene 1.300 millones de habitantes que se dice que ya tiene cerca de 500.000 infectados y soporta un colapso de infraestructura médica. Quién lo diría: un país tan espiritual, con tanta religión y personajes iluminados por la sabiduría divina.
Chau. Chau. Chau. Estimado Pulitzer, colega de la primera plana.
Nos hablamos si el coronavirus, en su infinita misericordia, así lo quiere.
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ESPERANDO LA MADRUGADA César Verduguez Gómez
Es posible que esta noche la recojan, a mucho tardar mañana. Esto ya es insoportable. Nadie viene a ayudarnos. Ya he llamado a su familia, pero ni siquiera los que, por obligación de sangre, o porque Etelvina los ha criado desde muy pequeños por adopción como a Eleuterio, que trabaja ahora en una provincia. Esto no es posible, nadie responde. ¿Es tanto el miedo? Yo estoy resignada y podría ir de aquí hasta el otro extremo de la ciudad, más allá del Sur, si acaso me llamara solicitando mi ayuda algún pariente. Pero veo que todo el mundo está escondido en el rincón más oculto de su casa. Yo no sé por qué Dios permite estas cosas ¿acaso no somos sus hijos? ¿O Él también está escondido? No puede ser. No hay lógica. Etelvina le ha sido tan fiel y tan devota que todos los días a las siete asistía a misa y regresaba para preparar el desayuno. Llegaba con la leche y el pan recién salido del horno. Qué no hacía para agradarle que hasta le pidió a mamá mandar a imprimir mil tarjetas personales con la imagen del Sagrado Corazón, con parte de su sueldo, solo para repartir a todas sus amistades sin que hubiera una razón u obligación para hacer eso. Solo por gusto. Nada más. Ella que se desvivía por todos, propios y extraños. Cuando había desórdenes en la ciudad, con manifestaciones y saqueos, choques de policías contra opositores, ella, siempre pidiendo la venia de mamá, preparaba una treintena de sándwiches y cafés para distribuir entre los guardias policiales que se quedaban a resguardar algún edificio o un puente. ¡Oh! Están dejando en la esquina otra bolsa conteniendo un cadáver. En esta cuadra ya son cinco. Es posible que hasta mañana el número aumente. ¿Es posible que la sección de salubridad de la Alcaldía no pueda recoger a estos pobrecitos muertos?
Yo estoy loca de ver tanta locura que hay en todas partes de la ciudad. Papá no nos deja salir ni nosotras a él. Era Etelvina que hacía todas
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las compras y no quería usar barbijo. Decía que a ella no le llegaría el tal virus que estaba asustando a todo el mundo. Decía que eran patrañas del gobierno nada más para que nadie salga a complotar y hacer disturbios.
Por lo que atañe a mi Etelvina un día se puso mal, llamamos a un amigo médico para que la asistiera, pero el interlocutor dijo que no estaba en la ciudad. Quisimos llevarla a un sanatorio cercano, pero estaba cerrado. Llamamos al hospital general y nos dijeron “tráiganla”. Como si fuera fácil. No había ómnibus ni taxis. Pedimos a los vecinos nos ayudaran con una movilidad, pero todos se excusaban de una y otra manera. En suma, nadie quiso ayudarnos. Nosotros le hacíamos la atención a lo que alcanzaba nuestros conocimientos medicinales y con consejos que solicitábamos por teléfono. Mates aquí, mates allá. Pomadas, fricciones. Hervir hojas de eucalipto y mentisán. Mamá se brindaba en la atención y yo la cuidaba a ella, que no le falte su barbijo y repasándole con el gel desinfectante sus manos. La farmacia más cercana estaba a diez cuadras, pero nos avisaron que no la abrían. Otro difunto más. Lo dejaron envuelto en una frazada y plástico. Entre cuatro personas lo depositaron al lado del que yacía en la esquina. Lo hicieron de frente, a las diez de la noche, sin temor a que los vean en esa operación.
Pasaron no sé cuántos días y noches, una mañana la encontramos sin vida a Etelvina. Lloramos mamá y yo. Etelvina nos había acompañado quince años y nos dejó de herencia su gata a la que con esmero cuidó y crio en su cuarto desde hace siete años. Llamamos a Eleuterio, pero no pudimos contactarlo. Dijimos entre papá, mamá y yo que nos haríamos cargo del entierro cueste lo que cueste porque Etelvina fue como parte de la familia y era muy querida. Pues bien, llamamos a las funerarias para que nos provean de un cajón algo barato. Ninguna tenía listo uno porque toda la ciudad los había adquirido. Dijimos no importa si es de primera. “No hay, ¿entiende? No hay ni de lujo”.
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Por teléfono alguien nos sugirió una bolsa de plástico. Salí con miedo, bien equipada con implementos de seguridad y compré en la tienda respectiva que tampoco estaba cerca. Allí me atendieron a puerta cerrada. Luego llamamos al cementerio. Nadie contestó al teléfono. Una y otra vez a cada hora hasta que por fin sólo para sugerirnos que contratáramos un automóvil fúnebre o lo que sea para el traslado, igual no había posibilidad porque además había que esperar turno y el crematorio está colapsado ¿Dónde buscar? Además, había prohibición para la circulación de vehículos y el control policial estaba estricto, para peor casi todas las calles estaban bloqueadas con cadáveres.
De ese modo, buscando, buscando, pasaron tres o cuatro días y el cuerpo de Etelvina ya despedía un olor nauseabundo. Teníamos que andar dentro la casa con el pañuelo en la boca, encendiendo sahumerios y aromatizar el aire con fragancias de flores usando un atomizador. Nos vamos a enfermar, dije. Ya que no es posible enterrarla cristianamente, hagamos lo que los otros hacen. Ahora estamos esperando el amanecer para sacar los restos de nuestra Etelvinita y rogar que los encargados municipales la recojan cuanto antes. En la noche ya bien avanzada y las penumbras y el silencio en completo dominio, mi madre, mi padre y yo, entre los tres sacamos el cadáver a duras penas, casi arrastrando la bolsa reforzada con varias vueltas de cinta adhesiva y tuvimos que dejarla en la esquina desierta donde no había puertas ni testigos humanos, solo algunos perros y ratas cruzando con rapidez, y donde ya habían dejado a otros dos extintos más, embolsados, en los días de nuestra desesperación. Yo llevé desinfectantes en spray y rocié a todos los cuerpos faltos de respiración, envueltos con plásticos, ahí presentes. Mamá depositó al lado de la bolsa de Etelvina un ramito de flores recogidas de nuestras macetas.
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Al cerrar la puerta tras nuestro empezamos con el llanto de tantos días contenido. Las lágrimas y voces entrecortadas se difuminaron hasta salir el sol indiferente ante nuestro dolor.
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“FIAT VOLUNTAS TUA” César Verduguez Gómez
Toda la historia de mi amigo, sus días, sus noches, sacrificios, trabajos, amores, venturas y desventuras estaban contenidas, apretujadas en esa pequeña caja de madera.
Me invitaron para asistir a una reunión virtual con motivo de participar en una misa de nueve días mediante zoom. Me enviaron el link correspondiente, la fecha, la hora y la plataforma. No era yo pariente, pero tenía una amistad muy cercana con el difunto y una cercanía casi familiar con los deudos. En circunstancias normales todo el proceso del sepelio hubiera sido de modo presencial y yo hubiera estado en primera fila en todos los actos de la conducción del cuerpo a su última morada. En los días previos al fallecimiento, en la enfermedad, las atenciones médicas, además de los protocolos los he sufrido muy de cerca. Después del deceso llegaron en corceles galopantes los llantos, los gritos de desesperación, las voces de maldiciones contra la pandemia y aullantes reclamos blasfemos dirigidos a Dios, acusándolo de frente, como hijos a su padre por su mal proceder, por dejar y permitir que caigan estas malditas calamidades sobre la Tierra y más aún sobre este hogar singularmente ejemplar. En el desarrollo de la reunión, el encargado de administrar el zoom, iba pasando por la pantalla una filmación de todo lo relativo a la acongojante partida al infinito insondable de Rigoberto. Empezó mostrando la filmación, desde el interior de una vagoneta, la fachada en arco del cementerio con las puertas cerradas y su inscripción sobresaliente “Fiat voluntas Tua” en el arco de su portada.
Grupos pequeños de personas con barbijos se situaban en el grande espacio abierto o hall delantero. Una pizarra grande tenía escrita una lista de 12 o 15 nombres de quienes iban a ser,
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especificando entre paréntesis, enterrados o cremados. El conductor, vestido con el traje de bioseguridad completo, máscara, guantes, mameluco, lentes y casco de plástico, detuvo la movilidad, ahí al frente, se bajó para hablar con los funcionarios y mostrarles las autorizaciones que portaba para que le abran las puertas. Así ocurrió y los portones metálicos se abrieron dejando ingresar a la vagoneta. Es notorio que hasta para esfumarse de esta vida pesan las influencias y la importancia o mayor negocio. Luego la filmación continuó desde adentro mostrando cómo la movilidad iba entrando al cementerio con mucha calma, con los guiñadores titilando no obstante la soledad de las arterias repletas de mausoleos. Dentro de la vagoneta trasladaban los restos de mi amigo Rigoberto embolsado con tres ramos de flores encima. En los asientos laterales viajaban los pocos familiares que lo acompañaban.
Enfocaron hacia atrás y se vio que en la puerta quedaron otros parientes a los que no dejaron entrar. La vagoneta se fue adentrando en silencio por la mitad de la ancha calle rodeada de edificaciones sepulcrales, ornamentadas, monumentos blancos y jardines floridos. Adelante, con una indumentaria azul que les cubría el cuerpo entero, barbijo y cubierta facial de plástico transparente, caminaban dos empleados de la necrópolis como señalando la ruta.
En un flash inesperado mostraron a Rigoberto postrado en su cama con dificultades de respiración y a su madre tratando de darle aire con una toalla a la vez que pedía ayuda a gritos con desesperación e impaciencia.
En una calle aledaña se vio un escaso cortejo fúnebre con cuatro dolientes mientras otros cuatro funcionarios de los servicios funerarios bajaban una caja mortuoria con sogas a una
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larga zanja de gran tamaño igual como las trincheras de las guerras. Posiblemente hayan enterrado a otras mortales horas antes, a juzgar por el suelo recién removido. Se vio aún cómo cubrían con tierra al flamante difunto pandémico.
La vagoneta se detuvo en un lugar que pudimos identificar; era, por los ladrillos a vista, un crematorio. A un costado, como costales ataucados, superpuestos es la palabra, yacían muchos cuerpos con seguridad fallecidos con la terrible pandemia. Esperaban ser ingresados a la cámara donde serían incinerados hasta convertirse en polvo cinéreo. Al parecer el conductor tenía alguna influencia o tal vez la importancia de trabajar para una empresa grande, habló con el jefe de los incineradores y no tuvo que esperar mucho para que reciban con prioridad a la nueva víctima mortal del Covid.
Sacaron la bolsa verde de plástico con cierres y varias vueltas de cinta adhesiva para asegurar que no escapen los execrables virus. Los encargados colocaron al embalsamado en una camilla con ruedas y antes de que desapareciera por una puerta interna, una joven, la hermana, puso sobre el cuerpo tres ramos de flores. Los encargados le advirtieron, señorita, eso no entra a la cámara. Por favor dejen no más que entre. Son de su madre y ella quiere que se incineren con su hijo. Por favor. Son sus flores favoritas.
Otro flash. Tomado de un informativo de la televisión, donde un personaje importante decía que el coronavirus está ocasionando más pacientes positivos en las clínicas y los hospitales y por tanto más muertes según los informes médicos de los centros de salud. Esto provoca los entierros y los ciento ochenta o más muertos. Lo peor es que están colapsando los centros de salud y los espacios para los enterratorios y de incineración.
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Mientras se procedía con el trabajo de la calcinación. el camarógrafo improvisado, procurando no dejar ver su cámara manual, caminó hacia detrás de los hornos y filmó a un reducido cortejo fúnebre que llegaba a un nicho y luego metía en él una caja blanca que el fallecido, por lo del color se trataba de una persona soltera, tal vez joven o de edad avanzada pero solterón empedernido, ciudadano indefinido. A instancias de los conductores, la movilidad rodó otra buena distancia y encontró un espacio diríase en los extramuros del campo santo donde son enterrados los innominados, los abandonados en las calles, los sin familia encontrados en las calles, plazas, parques o dentro de sus míseros cuartos, los N.N., en fin, los desconocidos por la sociedad indiferente y desconsiderada. Tres hombres habían cavado una zanja y descendían un cuerpo envuelto en una frazada vieja, de las que distribuyen en los cuarteles. Estaba mal cubierto de plásticos transparentes distintos y sujetos con pitas y cintas adhesivas. Diríase que lo bajaron al foso a seis brazos, sin ayuda de sogas, caballetes ni poleas.
Al retorno, del paseo que duró dos horas y más la espera que se extendió en total a tres horas y media, por fin los encargados salieron portando una cajita de madera y la entregaron a la otra mujer de los dolientes. Ella, que, en todo el tiempo, se enjugaba las lágrimas sin emitir ningún quejido, se limpió las manos en su ropa para recibirla. Se quedó alelada unos instantes sin saber qué hacer, tiesa, muda, hasta que alguien de su familia acudió para tratar de ayudarla y quiso tomar la caja, pero ella lo esquivó y reaccionó abrazándola con más fuerza depositando en la tapa un besó. No quería que nadie tuviera el privilegio de portarla. Sin embargo, al caminar hacia la movilidad prorrumpió en llanto y se vio obligada a dejarla en otras manos. Se apoyó en el capó del auto y dio rienda suelta a sus sollozos incontenibles. Ella era la madre de Rigoberto y recibía los restos mortales de su hijo convertidos en cenizas. Me contaron que la señora lloró los
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nueve días siguientes y está por alcanzar a un mes de llanto. A estas alturas me viene al pensamiento la inscripción en la entrada al panteón y le pregunto a quién me esté escuchando donde quiera que se encuentre: ¿Esta es tu voluntad? ¿Estás seguro?
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