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Katiuska Rebeca Pozo Rivera
KATIUSKA REBECA POZO RIVERA (Bolivia)
Nació en Cochabamba Bolivia el 20 de julio de 1984. Estudió un año de Medicina en la Universidad Mayor de San Simón (UMSS). Luego se hizo su traspaso a la carrera de Veterinaria en la misma Universidad. Obtuvo la Licenciatura en Medicina Veterinaria y Zootecnia, el año 2008. El año 2009 se fue a vivir a Alemania. Estudió y logró el título de Enfermera Educadora de personas con capacidades diferentes el año 2015. El año 2018 obtuvo un nuevo título equivalente a un Diácono en la Iglesia Católica. Actualmente ejerce únicamente las profesiones que estudió en Alemania. Es ilustradora infantil. A los 18 años se publicaron sus Ilustraciones por primera vez en Cochabamba. Incluso desde Alemania ha logrado ilustrar dos libros. Alguna vez escribió un cuento rimado, pero jamás lo publicó. En esta oportunidad tiene el agrado de presentar sus dos primeros cuentos en este libro digital.
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LAS OCURRENCIAS DE DOÑA ILONA
Katiuska Rebeca Pozo Rivera
—¿Vela? Apuntaba la pequeña Mía con su diminuto dedo índice, una vela encendida en el jardín de doña Ilona. La mamá de Mía sabía que en realidad la pregunta era: —¿por qué está encendida ahí una vela mamá? Mía tenía casi 21 meses y era muy curiosa. Se interesaba por todo lo que veía fuera de su casa, al ir de paseo en su triciclo, junto a sus padres y su querido mejor amigo perruno: Sam.
Pasar por la casa de doña Ilona era inevitable. La señora tenía una pizarra hecha de una piedra plana negra colgada a un árbol dentro de su jardín, en la puerta de entrada de su casa. Allí escribía a diario (excepto los días de lluvia) mensajes para distraer, alentar, deleitar, anunciar, informar y hasta felicitar a todo aquel que pasaba por allí. Para ella no había ni feriado, ni fin de semana. Aún en Navidad había un hermoso mensaje de felicitaciones a todos. En esta ocasión decía: "una vela encendida por todos los que se fueron al cielo por Corona". En Alemania llaman al Covid 19 sencillamente: "Corona".
En muchas regiones del País, habían optado por levantar el ánimo de los demás, con actividades muy interesantes dentro de la Pandemia y las respectivas cuarentenas. Mientras muchos aplaudían dentro de sus casas a las 20:00 pm en agradecimiento y reconocimiento de los Doctores, Enfermeras y demás profesionales que cuidaban a los enfermos en hospitales, asilos, etc., otros se ocupaban de reunir cupones de beneficencia pública para estos profesionales, como, por ejemplo, 10 clases de yoga
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gratuitas, cupones para visitas al zoológico, para cortes gratis de cabello en las peluquerías, un sin fin de cupones de agradecimiento. Oderwitz, un pueblito en la frontera con la República Checa y Polonia, donde vivía Mía con sus padres y su amado Sam, no quiso quedar indiferente y había decidido apoyar en la pandemia de manera un tanto más participativo. Por ejemplo, habían decorado las barandas del río que iba a lo largo del pueblo con diferentes dibujos hechos por los propios vecinos. Cualquiera podía tomar una hoja tamaño carta en su casa y dibujar lo primero que se le venía a la mente. Lo hicieron pequeños y grandes, a colores o en blanco y negro, todos en hojas, que forraban luego con plástico y las colgaban en la baranda del río. De igual manera, habían adornado las barandas del río en Navidad. Oderwitz se hizo muy famoso en los medios de comunicación por nada más. Doña Ilona nunca se quedaba atrás y no sólo escribía sin falta en su pizarra de piedra, sino que hizo, como en muchos lugares de Alemania, una serpiente de piedras pintadas. La piedra inicial era la más grande y decía: "¡participa con nosotros!". Es así, que niños y grandes nuevamente estaban invitados. Hubo piedras de todos los tamaños y colores al borde del río, frente a la casa de doña Ilona. Ella recortaba el pasto con sumo cuidado, para no arruinar la obra maestra de los vecinos. Ni siquiera en invierno y ni con toda la nieve, quitó ni una sola piedra. La serpiente estaba conformada por piedras de todos los tamaños, pintadas con diferentes tipos de pinturas: acuarelas, acrilex, témperas, óleos, etc.
Mientras algunos habían escrito sólo sus nombres, otros habían pintado flores, figuras y hasta algunos habían
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colado stickers en sus piedras. Ninguna piedra era rechazada y se respetaba el lugar y el orden de llegada. Todo se aceptaba.
Los papás de Mía habían ido al bosque a recoger piedras para el cumpleaños número 1 de la pequeña. Así los invitados pintarían piedras para la serpiente que tenía doña Ilona. ¡Y así lo hicieron! Resultaron al final 13 piedras todas coloridas, que fueron a formar parte del cuerpo de la serpiente. ¡Vaya alegría de doña Ilona! ¡Hasta Sam tuvo su piedra pintada! Pero doña Ilona sabía de antemano, lo que los padres de la cumpleañera habían planeado para su fiesta, así que, ese día ella saludó a Mía en su pizarra mágica: „Feliz primer añito querida Mía “. La señora era super atenta con todos. Y no perdía ningún detalle con tiza en su pizarra. Saludó a Mía al nacer, le deseaba que se recupere si estaba resfriadita, o si Sam andaba mal de salud por haber comido cosas indebidas en la calle durante los paseos, etc. Doña Ilona siempre estaba en todo. Antes de Semana Santa ésta amorosa vecina, había decorado uno de sus pequeños árboles con hermosas flores de papel, de todos los colores y en la verja de madera había colgado un letrero que decía: "árbol anti- Corona. Todos pueden acercarse y tocarle sin cuidado, está completamente desinfectado, no contagia nada más que alegría y lo mejor de todo es, que no es venenoso para nadie".
¡Qué alegría! Realmente leer eso sacaba mínimo una sonrisa.
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En otras ocasiones ésta singular señora, había puesto una mesa (excepto en invierno por la nieve) con cosas para regalar: plantas, adornos de porcelana, macetas, libros, juguetes, etc. Todo por categorías. Incluso aceptaba ideas. Alguna vez otra vecina le había dicho: —¡Oye! Hasta ahora no has puesto carteras para regalar. A lo que ella respondió sin titubear: —¡Tienes razón! Mañana mismo armo una mesa llena de ellas. Y así lo hizo. Por supuesto la otra vecina, también trajo unas tantas carteras que tenía guardadas en su casa. En fin, en la mesa de doña Ilona siempre había algo nuevo que despertara el interés de todo transeúnte. Incluso cuando doña Ilona se cayó de la escalera para colgar algo y se rompió 3 costillas, no faltaron los mensajes, ni las novedades de su jardín. Ella no hizo notar su ausencia. El barrio jamás se enteró cuánto tiempo debió estar ella en cama.
Por eso, era todo un deleite pasar por allí a diario al pasear y la pequeña Mía sabía tan bien aquello, que miraba muy atentamente cada vez, para no perderse detalle de nada y detectar primero que sus padres o que Sam, las ideas innovadoras de la particular vecina. Mía no sabía leer, ni siquiera podía hablar bien, andaba toda confundida con el idioma español de su madre y el idioma alemán de su padre. Lo que sí podía, era entender ambos idiomas y sobretodo hacerse entender.
Para ella era obligatorio pasar por la puerta de doña Ilona, recibir sus regalos (que tan amorosamente se los guardaba, para entregarle en esas manitos pequeñuelas), pero nunca, ni una sola vez hasta ahora le dijo "gracias" ni en alemán, ni en español, ni en chino. Lo más que hacía,
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era despedirse con la mano en un ademán de “adios” lo más rápido posible y listo, irse de volada. O si la puerta de la verja estaba abierta, se entraba sin pedir permiso, al igual que Sam al jardín de doña Ilona, como si ambos fueran dueños de la casa. Pero Mía jamás le hablaba a la señora, ni le sonreía. Daba igual cuánto se esforzarán sus padres para que Sam y ella sean obedientes, igual no más se entraban como si nada a descubrir los misterios del jardín de doña Ilona. Todo esfuerzo y dedicación eran en vano. Mía miraba maravillada cada esquina, mientras sus padres desde afuera no dejaban de llamarle. Lo mismo Sam, sólo que él no iba únicamente a descubrir los rincones, sino que hasta dejaba "regalitos", que seguramente sí causaban gran sorpresa a la querida vecina y no precisamente alegría. Sam no podía hablar, lógico, pero él si le hacía fiestas a doña Ilona en cuanto la veía. Siempre saltaba, corría hacia ella, le movía la cola y no la dejaba tranquila, hasta que ella se agachaba y le mimaba. Sam sí era agradecido con ella, por todas sus atenciones para con él. Pero Mía no, ella no movía ni un sólo músculo. Sin embargo, se conocía de memoria el camino de su casa a la casa de la peculiar vecina. Por eso Mía ese día, detectó de inmediato la vela blanca encendida, en una farola colgada en el jardín, arriba de un rosal, que comenzaba a retoñar en primavera, luego de la nieve de invierno.
El papá de Mía se arrodilló ante la ratona y le dijo: —Esa vela está encendida por todos los que se han ido al cielo, por no haberse recuperado Mía. ¿Recuerdas que mami también enfermó y estuvo
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muy mal en cama y que sólo dormía? De la misma manera, hubo más personas así de enfermas y hasta mucho peor que mamá. Ellos se fueron al cielo, porque la enfermedad les venció. En cambio, mami fue un poquito más fuerte y se sanó. Pero ¿recuerdas que mami se puso muy triste cuando supo que en Bolivia su tía se había ido al cielo con Corona? Mía asentía a todo lo que su papi le preguntaba hasta que él le dijo: —¿Qué te parece si ahora que regresamos con Sam, encendemos una vela blanca en nombre de la tía de mami? Mía abrió muy grandes sus ojos y dijo muy fuerte: —¡Sí! ¡Vela!. Apretó el manubrio de su triciclo en señal de "muy bien, ya estoy lista para continuar camino". Y así fue, su papi siguió empujando su triciclo, Sam seguía camino oliendo todos y cada uno de los pastos como buen perro cazador y la mami agarrada de la mano de papá, continuaron recorriendo el camino de regreso a casa. Tenían una misión que cumplir, encenderían una vela blanca en el nombre de la tía que se fue al cielo. Así le rendirían homenaje. Y esa misión, Mía no la olvidaría por nada, hasta que la lleven a cabo, ni bien lleguen a casa.
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LA CORONACIÓN DE THEO Katiuska Rebeca Pozo Rivera
Deben ser las 6 am. Escucho movimiento allá afuera. Desde el domingo pasado sabemos que soy positivo a Corona. Qué curioso nombre para una enfermedad. Por como se llama quizás debiera sentirme un rey, que lleva una corona sobre la sien. Me hubiese encantado ser "coronado" y no "contagiado". —Buenos días Theo. ¿Has dormido bien? Acaba de entrar Sandra a dizque despertarme. Yo ya estaba despierto hacía un buen rato. ¿Cómo decirle que no? No he dormido bien, porque a Manuela, mi vecina de cuarto le han dado sus ataques epilépticos repetidos durante la noche y las guardias nocturnas vinieron muchas veces a socorrerla y no precisamente sigilosas. Si pudiera hablar, seguro les diría mil cosas cada día. Entonces mientras Sandra me levanta de la cama, me lleva a la ducha y enciende el aparato para darme comida, prefiero sumergirme en mis recuerdos…. Desde hace unos cuantos meses, comparto mi cuarto con Andrés. Él es nuevo aquí. Me siento feliz de tener nuevamente un compañero varón en el grupo. Hace 3 años que falleció el único compañero que tuve por muchísimo tiempo. A veces, venían de visita otros varones a quedarse unos días, mientras sus padres estaban de vacaciones en algún otro lugar. Desde la pandemia nadie va de vacaciones, osea que no recibimos visitas. Es raro otra vez estar solo en mi cuarto.
A Andrés se lo llevaron al hospital el anterior sábado. No he vuelto a oír más nada de él, según escucho, todos suponen que está bien, sino "ya nos habríamos enterado".
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Esas fueron las palabras de Alex, el jefe de los trabajadores de este piso y supongo que tiene razón. Andrés había regresado del hospital por sus ataques epilépticos hacía como dos semanas. Su salud se fue deteriorando poco a poco. El día antes a que se lo lleven nuevamente al hospital, ese viernes, fue caótico allí afuera. Fue también el último día que me sacaron de mi cuarto. De pronto mientras todos hacían la siesta del medio día y yo recibía mi comida por la sonda, escuché venir a la jefa del edificio de volada, para decirle a Alex que varios trabajadores habían dado positivo. Todos se asustaron. Entonces nos aislaron a Andrés y a mí en el cuarto. Dijeron que como Andrés estaba con síntomas de resfrío y fiebre, debían también aislarme a mí con él. Yo ya me sentía mal desde hacía una semana, pero nadie se había percatado de eso. Mi tos no era tan fuerte como la de Andrés, me dolían mucho los brazos y las piernas y tenía un dolor de cabeza..., pero no sabía cómo hacerme notar. Andrés llevaba varios días con fiebre. De pronto esa tarde, luego de la visita alarmante de la jefa, comenzaron a entrar todos vestidos muy raros a atendernos. Ahora no sólo llevaban esa máscara en la cara, sino que también venían con lentes o con visores y todos cubiertos completamente con unos mamelucos de plástico. Me causaba gracia cómo sonaban, hacían ¡Chas chas chas! Con cada movimiento. Yo les reconocía por sus voces o porque los miraba a los ojos cuando venían a atenderme primero. Era raro. Al día siguiente de eso, vino otra vez de turno la gordis, yo la llamo así de cariño, es una extranjera, no tengo idea de dónde viene, pero tiene un acento extraño y canta todo el tiempo en otro idioma. Es pequeña y remolona. Siempre se queja de mi peso y tamaño. Dice que soy muy grande y pesado para ella. No tengo idea, sólo la escucho jadear cuando me atiende. Pobre...
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Vaya que la gordis padeció ese día al atender a Andrés. Ella no le conoce hace mucho. Ha regresado de sus vacaciones de maternidad por su hijita y desde eso no para de quejarse de su sobrepeso. Por eso le puse ese apodo "La gordis". Ella y Alex siempre se ocupan muy bien de nosotros. Son los únicos dos trabajadores que me sacan de la cama y me ponen sobre unas colchonetas de panza. Me sienta tan bien echarme de barriga... Ella nunca deja de quejarse, que le duele su espalda conmigo, pero nunca me deja en la cama. Incluso me ponía a mover las piernas en la bicicleta estática echado de espaldas en la colchoneta, hasta que me rompí la pierna, a causa de un trato muy descuidado con una practicante. Pero esa, ya es otra historia. Como decía, la gordis siempre me tiene en actividad y sólo me pone en la silla de ruedas, para la hora de recibir mi comida por sonda, mientras los demás están cenando.
Mis papás también la quieren mucho, mamá siempre me lo dice cuando me lleva a pasear. Ellos vienen a visitarme muy poco, porque viven lejos. Hace mucho que no los veo, ni siquiera pudieron venir a mi cumpleaños. Ese día la gordis, me lo cantó en su idioma y en el mío. Abrió mis regalos junto conmigo, me leyó las cartas que mis papis, hermanas y sobrinos me habían escrito, ella misma dijo que fue a comprarme ropa con el dinero que le dieron para mí. A veces me preocupa que me traiga pantalones todos coloridos como ella misma viste. Ella se describe a sí misma como un "loro exótico", porque siempre tiene algo que contar y se viste con colores muy alegres. No sé cuándo ha de comprarme alguno de esos sus pantalones. La quiero mucho, pero tampoco es para tanto. Ella siempre dice, que, si yo no fuera una persona con capacidades diferentes, me imagina de jefe en una prestigiosa empresa, todo enternado y bien vestido. Mis papis la aprecian mucho, porque para la fiesta de Navidad
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Alex me había vestido con una camisa a cuadros verde, el color favorito de la gordis. Ella vino y sin percatarse de que eran mis padres, los que estaban sentados a mi lado, me felicitó y dijo: "¡Hey Theo! Hoy estás muy atractivo, mira que si no fuera casada..." y me lanzó un guiño. Mis papás se rieron y mi mami le dijo "vaya palabras de oro las que usted articula". La gordis le miró con una cara de "¿Y ustedes quiénes son?". Les sonrió y se fue, seguro a preguntar quiénes eran ellos. Al rato regresó y se presentó formalmente como una de las estudiantes que hacía sus prácticas en el edificio. Cuando terminó sus estudios se quedó directamente en el grupo. Hemos tenido tantos estudiantes por aquí. Por lo menos 3 cada año, sólo en el grupo. Yo vivo en esta Institución desde que tenía 2 años de edad y ahora tengo 54, osea que vivo aquí toda mi vida. Tuvimos un montón de estudiantes, muchos trabajaron directamente conmigo. Con casi todos me he llevado muy bien, pero mi favorita era ella, una rubia encantadora: Crista. ¡Cuánto la extraño! Ella fue la primera en traerme pasta dentífrica de sabores. Me enseñó a agarrar la rasuradora cuando me afeitan la barba. Osea que ahora les ayudo a rasurarme. Me dedicaba muchísimo tiempo, me abrazaba seguido, era mi compinche. Creo que me entendió mejor que nadie hasta el día de hoy. Muchas veces me he soñado con ella. El otro día me llevé un susto, creí que había venido a trabajar otra vez, pero estaba un tanto diferente. Pasa que se trataba de la hermana, para en vano me alegré tanto. La gordis siempre le dice a Sandra que quisiera tener su "buen cuerpo", no sé a qué se refiere, pienso que todos tenemos un buen cuerpo. El mío es envidiable, no por nada soporta tantas cosas. Si eso no es, tener un buen cuerpo, entonces no sé qué es tener uno. Para mí Crista será siempre la mejor, su mirada sincera era la que me conquistó.
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Vaya que vuela el tiempo. Si no fuera que Sandra me ponía mis medicamentos con jeringa, jamás me hubiera dado cuenta que fuera hora de que me saquen al balcón a tomar sol con mis camaradas de grupo. Si hoy estuviera allá afuera, quizás pudiera decir: ¡Hey Sabina! ¿tú a mi lado? Eso sí que es nuevo. Generalmente acabo entre Nikita y Katarina. Quizás se hubiesen llevado hoy a Nikita a fisioterapia, para que Sabina haya terminado a mi lado. Si tan sólo todos pudiésemos hablar, seguro entablaríamos grandes charlas. Estoy seguro, que al menos a uno de mis lados Sandra hubiese puesto a Kata y ¡Listo! Dicha completa, hubiese tenido una compañera a cada lado. Seguro podría ser la envidia de uno u otro varón allí afuera. Pero no, sigo en cuarentena, en mi cuarto y sólo entran los trabajadores con sus vestimentas de bioseguridad a atenderme lo más rápido posible y se acabó. Bueno, al final me pasé a otras historias. Decía que ese sábado la gordis padeció al atender a Andrés, porque el pobre estaba tan decaído y enfermo que no quería ya comer nada. Ella fue muy compresiva con él, aunque él siempre come licuado, ni así aceptó cuchara alguna, hasta que ella decidió darle sólo sus medicinas y le decía: —Andrés entiendo que estás con fiebre y debes tener hasta dolor de cabeza, pero lamentablemente debo darte tus medicinas, sino pueden venirte hasta tus ataques. Luego te mediré otra vez la fiebre, pero por favor, tómate tus medicinas.
Andrés le escupió, golpeó con los brazos, forrajeo mucho con ella, no hubo traje de prevención que la proteja. Andrés le tosía que daba miedo. La gordis no podía pedir ayuda, porque como estábamos aislados, ella debía atendernos sola.
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Logró luego de mucho esfuerzo y varios intentos que Andrés tomara sus medicinas. Lo preparó para acostarse y al cambiarle el pañal le tomó la temperatura, entonces le dijo: —¡ay! Andrés, estás hirviendo. Tienes más de 40 grados de temperatura. Llamaré al médico de urgencias. Esto es gravísimo. Salió de volada a descambiarse y buscar el teléfono. Regresó luego y se ocupó de mí, mientras esperábamos que venga el Doctor. Otro que vino bastante cubierto, pero su traje no sonaba. Hizo unas cuántas mediciones, le explicó a ella los resultados y al final dijo: —Señor Andrés, debo mandarle al hospital. Usted tiene que ser atendido de inmediato, sino podría complicarse su cuadro. Obviamente, Andrés no respondió. Ella habló fuera del cuarto con el médico que se fue a hacer las llamadas pertinentes. La gordis entró muy apresurada al cuarto nuevamente, pero esta vez armó la maleta de Andrés. Al poco rato oímos la sirena de la ambulancia. Los paramédicos y enfermeros entraron al cuarto y se llevaron a Andrés. No sé si volveré a verlo. —Theo, hora de almorzar.
Sandra te ves muy contenta de pronto. Te conozco, sé que siempre a esta hora te llenas de energías nuevamente y es porque se acerca la hora del cambio de turno. Hasta luego muchachas, fue un placer estar en el balcón con ustedes dos. Quizás se repita mañana y si no, seguro que pronto. Así lo pensaría, si hubiera estado ahí. Otra vez mis medicinas Sandra. Me pregunto, qué será el almuerzo hoy para mis camaradas, generalmente su comida huele muy bien, puedo decir. No percibo ningún olor. Un día la gordis dijo que le daba pena mi comida,
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porque siempre recibo lo mismo, durante años. Ella dijo que seguro en diferentes sabores fuera también algo interesante para mí, pero en realidad no siento el sabor, porque la sonda entra directamente a mi estómago. Antes de ahora, olía como un preparado cremoso y no precisamente apetitoso, pero me llena y luego duermo tranquilo. Creo que luego de imaginarla tanto, la he llamado con el pensamiento: la gordis ha venido. Seguramente, hay otra vez menos personal por los resfríos y cuarentenas por Corona. Si no, no hay otra manera de aclarar que la gordis venga a su turno para la hora del almuerzo.
Como siempre, se echarán una muy buena charla con Sandra. Lástima que yo almuerce en mi cama para la siesta del medio día. Me encanta oírlas platicar. Hablan mucho sobre las anécdotas de sus hijos o de sus perros. La gordis tiene una hija y un perro. Sandra tiene tres hijos, un perro y un gato. Sus historias son siempre muy graciosas, a pesar de que las diferencias de edades de los hijos son muy grandes. Mientras la gordis tiene una niña de casi año y medio, los hijos de Sandra pasan la adolescencia. Su hijo mayor alcanza casi la mayoría de edad. —¡Hola Theo! ¿Dormiste bien? Espero que si, como estás enfermito, no te pondré hoy tampoco a la colchoneta, sin embargo, para que digieras un poco y descanses tu espalda, te giraré de panza en tu cama. Por lo visto, terminé durmiendo un poco luego de mi almuerzo.
Tengo la impresión, que hoy no es el día de la gordis. Está muy callada y se queja mucho más al moverme que otras veces.
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—¡Ay Theo! Hoy siento que has subido 8 kg de peso. Me duelen tanto los brazos y las piernas. Me gustaría que pesaras la mitad, así no tengo que padecer tanto con tus 70 y tantos kilos. Esto si está raro. Hasta me parece que está comenzando a transpirar. ¿dijo que le duelen los brazos como a mí me dolían hace días?
El sábado que se llevaron a Andrés al hospital por la noche, ella también me atendió toda la tarde y me dijo: —¡Theo estás con diarrea! ¿No será que tienes Corona? ¿pero de dónde?... ¡ah! Quizás de Andrés. Yo creo que ustedes dos tienen Corona. Te me diré la temperatura. Ese día no tenía fiebre, pero sí temperatura alta y dolor en los brazos. —Estoy segura de que Andrés se trajo Corona del hospital y como duermen ustedes en el mismo cuarto... Nada raro. Sé que la diarrea también es un síntoma de Corona, porque mi tía que murió con esa enfermedad, tuvo varios días sólo ese síntoma. La hospitalizaron y a los pocos días falleció. Realmente la veo muy decaída. De alguna manera, hoy extraño sus picardías. Habla generalmente todo el tiempo, se pone a cantar, no siempre le entiendo, pero al menos me distrae y las horas pasan más rápido. —Ok Theo, te saco a tu silla de ruedas, te pongo a la ventana, para que veas otro panorama. Madre mía que eres pesado. Por suerte no debo cargarte, sino con el estómago flojo que tengo desde hace días, causaríamos un desastre aquí en tu cuarto. Más bien que vivimos en Alemania, con esta tecnología puedo sacarte a tu silla de ruedas sin sufrir nada, porque si hubieras nacido en mi País, o te quedabas en cama, o debían trasladarte cargando. Otra vez frente a la ventana, mirando la calle.
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¿Qué será de Andrés? ¿Se estará recuperando ya? Yo me siento mucho mejor, ya los brazos me duelen menos. ¡Ay no! ¡La gordis dijo que también está con diarrea! Me parece que es otra candidata con nosotros y tiene una niña pequeña. ¡Qué desastre! El domingo, luego que Andrés se fuera la noche anterior al hospital, estaban todos desayunando aquí al lado. De pronto llamaron a Alex por teléfono y él se quedó muy sorprendido con lo que le decían. Ni bien vino la otra trabajadora a ayudarle con los desayunos, de los otros pacientes de mi grupo, Alex le dijo: —Voy a llamar a la jefa, Andrés y Theo tienen Corona. Estela, la polaca se asustó muchísimo. Hablaron sobre el tema, porque en realidad todos los trabajadores hasta el viernes nos habían atendido sin mayor problema. Vinieron trabajadores incluso de otros pisos del edificio a atender a Andrés, sobre todo por la fiebre alta. Alex decía que habíamos tenido todos los síntomas frente a nuestras narices, pero que a nadie se le había pasado ni siquiera por la cabeza que podía ser Corona y claro, todos vivimos aquí y no tenemos contacto ni siquiera con nuestros familiares desde hace meses. Y bueno, él también comenzó con la misma teoría de la gordis: Andrés se trajo Corona desde el hospital. Sin embargo, lo que más le preocupaba a Alex y lo dijo, fue su familia. Como ya mencioné, todos los trabajadores habían entrado en contacto con nosotros sin ninguna medida de bioseguridad hasta el sábado. Cuando vino la Doctora de la Institución a tomarnos muestras a todos y mandar al laboratorio, ella ahí les aclaró que debían cambiar sus vestimentas a las de bioseguridad. Las máscaras azules eran muy simples y no protegían mucho, debían llevar guantes siempre, también los trajes
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que suenan gracioso a mi parecer, lentes de plástico o los visores.
Fue todo un cambio para ellos. Se quejaban de que transpiraban mucho. Al menos para entrar a nuestro cuarto debían cambiarse, para no llevar en las ropas el virus a los otros pacientes. Eso les aliviaba mucho decían, porque así, antes de ponerse el otro traje al menos recibían un poco de aire y dejaban de transpirar por un momento. La gordis es la única del grupo que lleva lentes permanentes. Es la única que lleva sólo los visores. —Bueno Theo, es hora de comer. Luego hago mi pausa y después que todos hayan cenado, vengo para llevarte a la cama. Te pondré un poco de música para que no te aburras tanto. Tu mamá ha llamado, dice que te manda saludos y que todos en casa están pensando mucho en ti y que esperan que te recuperes pronto del Corona. Ya le dije que te ves mucho más recuperado y que no has tenido más fiebre. También le dije que no creo que tengamos que mandarte al hospital como a Andrés, porque tu enfermedad va evolucionando bastante bien y que todos estamos también muy felices y agradecidos por ello. Ese domingo tenía la gordis turno de tarde, como casi siempre por su hijita. Llegó y le dijo a Elena, su colega: —Te dije que Theo también tenía, lo sabía por la diarrea. Yo también ando con diarrea desde anoche, supongo que son los nervios. Realmente estoy preocupada de llevar esto a casa. Esperemos que no sea el caso. —Nosotros tememos más que tú, porque por el resfrío de tu hija, recién regresaste ayer a trabajar. Todos los demás estuvimos trabajando sin protección con ellos, como si nada. Ambos salían del cuarto y estaban en todos los ambientes del piso, con los otros del grupo. Los dos colegas que están enfermos, han tenido contacto directo
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con Andrés y suponemos que por eso se han contagiado. A ver si nosotros también, no andamos incubando nada. Le decía Elena a la gordis. A partir de ese día la gordis fue muy cuidadosa cuando trabajaba conmigo, se desinfectaba hasta para respirar creo. Incluso sus lentes los desinfectaba al momento de quitarse las ropas. Todas las jeringas y mis termos de agua también los desinfectaba y me decía: —Mejor si mandamos al personal de la cocina menos virus posibles ¿no crees Theo? No sabemos dónde están, así que, desinfectamos todo antes de sacar del cuarto. Esa noche al cambiarme para dormir me notó muy decaído: —Oye Theo, te ves terrible. No estás respirando bien, te ves muy congestionado, te mediré la temperatura ahora que te cambie de pañal. Estás todo rojo y tu nariz tiene bastante flujo.
Ella tenía razón. Al final sí tenía fiebre. Me puso un supositorio, pasó la voz por teléfono, pero fue la única vez que tuve fiebre y eso que me midieron varios días más. Hoy es jueves y me siento un poquito mejor. Ya no tengo los retortijones en la panza, el dolor en los brazos también han casi desaparecido, pero de alguna manera creo que ella siempre tiene un ojo para nosotros y nunca para ella misma. Ella se dio cuenta al toque que yo tenía Corona, lo sospechó antes que cualquiera de sus colegas y a pesar, que describe lo que siente, como los síntomas que yo tenía, no se da cuenta que quizás ella también se haya contagiado de Andrés, la noche que le tuvo que obligar a tomar sus medicinas. —Hora de dormir Theo. A cepillarte los dientes primero, lavarte las manos y la cara, a echarte en cama, cambiarte, darte tus medicinas y más tarde te conecto la última sonda. Sigue muy callada. No sé si está sumergida en sus pensamientos o es que anda realmente muy agotada.
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—Bueno, ya me voy. - Dice Elena desde la puerta. - O es que ¿necesitas más ayuda? —No. Sólo me falta Theo. Todos los demás ya están en cama. —¿Te duelen mucho tus brazos? —Si. Pero me duele como si me hubiese hecho pasar el frío. Yo creo que son estos trajes que nos hacen transpirar tanto. Seguramente estoy perdiendo muchos electrolitos y por eso me duelen los brazos. Ahorita hasta mi pecho me está doliendo mucho al respirar, pero supongo que es por la máscara. —Si, que horribles son estas máscaras se adhieren tanto al rostro... La mía he tenido que quitarme varias veces y salir al balcón a respirar aire fresco. —Yo creo que es eso, sino voy a tener que comenzar a hacerme controles de temperatura y si tengo fiebre, tendré que ir al médico a hacerme las pruebas de Corona, o si comienza a faltarme la respiración también deberé ir. Estamos todos los días trabajando con ellos y en cualquier lugar podemos contagiarnos. Gracias a Dios a partir de mañana tengo tres días libres y regreso recién el lunes a trabajar. —Si, tendremos que ser atentas con nosotras mismas. Entonces me voy. ¡Hasta mañana! —Hasta mañana. Saludos en casa. —Gracias. —Fue lo último que dijo Elena. Entonces son las 8 de la noche. A esa hora recibo mis últimas medicinas y comienzan a irse los primeros trabajadores. La gordis casi nunca se va a esa hora. —Bueno Theo, regreso lueguito a encender tu sonda, necesito aire, me apuro a documentar todo de ustedes y voy un ratito a la terraza a tomar aire fresco. Pobre... Ya comienza a preocuparme. Peor si dice que tiene dolor en el pecho al respirar.
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Ya no escucho a ninguno de mis compañeros, supongo que algunos ya se habrán dormido. Manuela siempre anda durmiendo donde sea durante el día, por eso, la llevan primero a ella a dormir, seguro ya está dormida. Kata hoy también está tranquila, no está gritando, sólo lo hace cuando vienen trabajadores de otros pisos a atenderla, o con los estudiantes nuevos, pero como hoy estuvo Elena y la gordis, es personal de trabajo conocido para ella. Dentro de poco vienen las guardias nocturnas. Veremos que par tiene turno hoy. Hay un par muy bullicioso, ríen todo el rato. La gordis les describe como "el gallinero". Me causa mucha gracia. —Bueno Theo, hora de dormir. Que descanses, nos vemos el lunes por la mañana, que te mejores. Se despidió apagando la luz... Hoy es lunes, deben ser las 6 am. —¡Buenos días Theo! —Es Sandra otra vez que viene a despertarme. —Hoy vengo a hacer el turno de Raquel. Sandra se acerca más a mí y continúa hablando: —Dio positivo a Corona. Está con fiebre hace dos días. Faltará al trabajo unas semanas si todo sale bien. A ver si no contagia a nadie en su casa. Te cuento también que Andrés no regresará. Su madre ha decidido dar de baja el contrato con la Institución y ni bien salga del hospital se lo lleva directo a casa y no regresa más aquí. No sé cuál noticia me pone más triste. Otra vez estaré solo y la gordis no vendrá unas semanas como dice Sandra, sólo Dios sabe si volverá...
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