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Rossy Rivera Bruno
ROSSY RIVERA BRUNO (Bolivia)
Nació en Cochabamba, Bolivia el 3 de abril de 1954. Profesora de Lenguaje y Estudios Sociales de la Normal Católica Integrada “Sedes Sapientiae”. Licenciatura Especial en Educación Básica por la UMSS, con la tesis “La tradición oral de las madres de los Clubes de Madres, como alternativa en la educación de sus niños(as)”. Formó parte del Comité de Literatura Infantil y Juvenil de Cochabamba. Fue directora académica del colegio “Humanístico Boliviano” por dos años y del colegio particular “San Agustín” de Quillacollo. Actual facilitadora de Literatura en el Centro Educativo de Adultos “Mariano Ricardo Terrazas”. Forma parte de Escritores Unidos. Sus poemas y cuentos figuran en la Antología comentada de la poesía boliviana (2010) de Roberto Ágreda. ESUN y en Cuentos y cuentos” (2016) de Carlos Rimassa. ESUN. Libros. Poesía: Hojitas Pintadas N.º 7 (1998). Cuento: Salta el Arcoíris (1999), Al son de los cañaverales (2011), ¿De qué color es el viento? (2018).
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EL MIEDO, ALIADO DEL CORONAVIRUS Rossy Rivera Bruno
Como todos los días, desde el inicio de la pandemia, a la Hora del Angelus o del Ave María (18:30), junto a mi esposo, me acomode en un sillón de la sala para rezar el Santo Rosario, con mucha fe y esperanza.
Concluido ese cotidiano encuentro con el Señor, me apreste a ver el Informativo y lo más sobresaliente son los datos estadísticos relacionados a la pandemia en nuestro país y el mundo entero, que son devastadoras, situación por demás preocupante.
Al momento de acostarme, para entregarme a los protectores brazos de Morfeo, me sentí fatigada y una tos persistente se apodero de mí.
Mi hermana, muy solicita, preparo un mate de manzanilla con limón, que lo bebí agradecida. Mi esposo me friccionó con mentisán y listo.
Más tarde, volvió la tos intermitente, acompañada de una leve comezón en mi garganta. En esas circunstancias, pase la noche más larga y molestosa, durmiendo por espacio cortos.
Cuando el amanecer se hizo presente, vi a mi hijo que me pedía que me levante para llevarme a un laboratorio, para hacerme la prueba de antígeno nasal de hisopado, para diagnosticar si tenía Covid-19. El resultado no se hizo esperar y para sorpresa nuestra, dio POSITIVO. No podía creer, porque en casa, mi esposo, mi hermana y yo, vivimos enclaustrados, la mayor parte del tiempo. La incógnita era: ¿Cuándo?, ¿Cómo?, ¿Dónde se filtró el virus? Quizás fue el frutero ambulante, la vendedora de
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verduras, el panadero, el… o la… Al no encontrar respuesta alguna, decidieron llevarme al Seguro, pero yo me negué rotundamente, por lo que se vieron obligados a llamar a mi sobrino que es médico en la Caja Nacional de Salud. A su llegada, vestido como astronauta, lo primero que hizo fue llamarnos la atención de esto y de aquello, diciéndonos que parecería que viviéramos en otro planeta, porque a los vendedores se los atiende a un metro y medio de distancia, estar siempre con barbijo, rociarse generosamente con alcohol, lavarse las manos con jabón y desinfectar los productos con lavandina y sigue la perorata (como si no supiéramos), mientras la tos me sigue fastidiando. Finalmente, decide mi aislamiento, en el dormitorio matrimonial, alejando a mi compañero de vida a otro dormitorio. Las recomendaciones fueron: * En caso de fiebre, una tableta de Ibuprofeno de 800 gramos cada 12 horas. * Beber agua y mates calientes para hidratarme. (Aguas milagrosas) * Comer verduras y frutas hervidas. * Abrir la ventana, para ventilar y aprovechar de tomar baños de sol. * Realizar ejercicio moderados por espacios cortos. * Practicar 3 veces al día ejercicios de respiración. (inhalar y exhalar). * Descansar bien. (Que ironía) Luego una hora de encargos y recomendaciones a mi hermana y mi esposo, para cuidarme y no empeore, le escuche decir que los llamaría todos los días. Y en caso de no mejorar en los siguientes días, vería la forma de hacerme un espacio en el Seguro, para internarme inmediatamente. Como el miedo es inmunodepresor, desde el momento de mi aislamiento, empecé a sentirme cansada y debilucha. Me acosté muy desanimada, porque mi respiración se
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hacía más dificultosa y la opresión en mi garganta estaba ahogándome.
Sentí que mi fin se avecinaba y estaba a punto de desfallecer, de pronto escuché: -Hijita, mi amor recorre un poquito. Me estas perforando la espalda con tu mentón.
Creo que estas con pesadilla….
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¿RUMBA O ZUMBA? Rossy Rivera Bruno
Vivimos una guerra sin cuartel, ausente de metrallas, explosivos, tanques, misiles y disparos, pero amenazados e invadidos por un virus microscópico invisible a simple vista, denominado Coronavirus SARS- CoV-2 y la enfermedad que causa, denominada Covid-19, que nos obliga a encerrarnos y tomar medidas y restricciones familiares, sociales, económicas y laborales, para evitar que nos aniquile masivamente.
En cada hogar, las rutinas comunes son muy parecidas, especialmente para las mujeres. Hoy quiero compartirte las mías, que fueron la constante por varios meses. En la mañana: Levantarme de cama, rezar, ducharme, vestirme con la ropa de casa, desayunar, tomar mis medicamentos, regar las plantas, cocinar, comunicarme con mis hijos por videollamada y finalmente, salir al jardín a asolearme un poco, porque de otro modo, me convertiré en el fantasmita “Gasparín”.
En la tarde mis actividades varían de acuerdo a mi disponibilidad de tiempo: Leo un poco de algún libro pendiente, escribo algunos versos o pequeños relatos, resuelvo crucigramas; pero, siempre preparo mi clase para en la noche, porque me conecto por zoom con mis participantes.
Un día cualquiera, decidí romper con algunas rutinas, que, a partir de la pandemia, las adquirí involuntariamente.
Estoy leyendo con mucho entusiasmo los artículos que publican algunos entendidos, sobre los cambios que generan en nuestro organismo y en nuestra mente, las buenas lecturas, escuchar música variada, realizar
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ejercicios diarios y especialmente, bailar, porque es un ejercicio terapéutico.
Según los historiadores, la danza nace del “confinamiento” de los hombres primitivos, que temían a los animales feroces y a las inclemencias del tiempo y eso está plasmado en las expresiones rupestres de las cavernas.
Lo paradójico es que, en pleno siglo XXI y con tantos adelantos científicos y tecnológicos, tengamos que vivir “confinados”, por temor a ese flagelo mortal, llamado “Coronavirus”. Por cierto, que, con muchísimas variantes, porque gracias a la tecnología, contamos con múltiples herramientas que nos permiten conectarnos virtualmente con el mundo exterior. Xiomara Navarro, bailarina y directora de la Escuela Sajana de Danza de Bogotá, apunta: “No es la primera vez, que el ser humano baila para contrarrestar una Pandemia. La “Peste Negra” había influenciado fuertemente, para el surgimiento de la “Danza de la Muerte”, un género artístico del siglo XIV, en el que la Muerte personificada, incitaba a los bailarines a gritar, saltar y convulsionarse, para sacarse la enfermedad” Como tú y yo sabemos, en el “confinamiento”, el cuerpo también se “encierra”, por lo que se hace necesario, librarnos cuanto antes de ese yugo.
Esa es la razón, por la que todos los días enciendo el televisor y selecciono la música. Unas veces rumba, otras veces zumba, mientras desarrollo mis actividades y debo decirte, que como es natural, mi cuerpo empieza a moverse cadenciosamente, sin pensarlo. Gracias al baile cotidiano he perdido algo de peso, tengo menos estrés, mis varices están menos inflamadas, me siento menos cansada y fatigada, pero, sobre todo, estoy más alegre y comunicativa que antes. Desde que bailo, siento muchos cambios positivos, tanto cognitivos, físicos, emocionales y sociales,
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que quisiera que tú también los sintieras. Por todo ello, quiero deshacerme ahora mismo, de mi pareja: la escoba y hacerlo contigo. ¿Bailamos?
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PRESENCIA ETÉREA (Relato testimonial) Rossy Rivera Bruno
Para muchos, cuando un ser querido es visitado y conquistado por la implacable Parca, abandona la materia, pero no su espíritu, conservando su forma etérea por siempre.
Para unos, ese ser querido visita su casa o lugar de preferencia, solo en noviembre, el día de “Todos Santos”, en tal sentido, los dolientes se aprestan a esperarlos de diferente modo, de acuerdo a su creencia. También hay, de los que encienden un cirio, para que le alumbre el camino a casa y un vaso de agua, para mitigar su sed, por la fatiga del largo recorrido.
Para otros, ese ser querido, nunca dejo su hogar y se lo ve, se lo escucha y hasta se siente su aroma. Así, forma parte de la vida cotidiana, de las personas con las que compartió su existencia terrenal.
A este tipo de situación pertenece el caso a relatar. Hace algunas noches atrás, la dueña de casa decidió intranquilizar a los suyos, presentándoseles de la forma más tangible posible.
Elffy, una de las hijas mayores, que vive eventualmente en la casa materna, escuchó un extraño ruido en la sala. Se levantó de la cama y abrió la puerta del dormitorio con mucho cuidado. De pronto vio a su mama parada a poca distancia de ella. Su asombro fue tal, que lo único que hizo fue persignarse y volver más que de prisa a su cama a rezar.
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Muy temprano, con visible ofuscación, conto lo sucedido a los parientes, que la escucharon sin sorprenderse, porque a ellos les sucedía de vez en cuando.
Luego, se sentó a desayunar Oliver, uno de los nietos de la difunta, que llego de otro departamento a visitar a su mamá.
Muy asustado contó que no pudo dormir, porque le dio insomnio. De pronto “vio” a su abuelita, que se le acercó sonriente.
El la observaba estupefacto y ella, con la mayor naturalidad, como lo hacía siempre, le dio un abrazo y un beso, para luego sigilosamente desaparecer.
Estaba narrando el hecho con tanta emoción, que cuando entró Rodrigo, el otro nieto, que vive en la casa, escuchando algo del relato le dijo: — ¿A tì también? — ¿Qué te paso a ti? Le preguntaron curiosos los que desayunaban. — Bueno, dice con cierta vacilación, anoche dormía profundamente, cuando de pronto me propinaron un sonoro sopapo; sobresaltado me incorpore ante tremendo golpe y la veo a la abuelita, que me miraba inmutable, peo antes de yo poder emitir palabra alguna, salió sin prisa, dejándome boquiabierto.
Por un momento pensé que Patty, mi esposa me había golpeado, pero ella también despertó al oírme gritar. Como es de suponer, el desayuno fue el más alborotado, porque cada quien seguía comentando lo sucedido, al estilo de Agatha Christie.
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Como la visita fue a tres componentes de la casa, concluyeron, que la abuelita extrañaba sus visitas sabatinas al Panteón, que antes de la Pandemia, eran de rigor y que fueron interrumpidas por esa causa y por supuesto, por la restricción.
¡Qué casualidad! También era sábado. Más que de prisa se alistaron y casi en procesión, se fueron a dar cumplimiento al mensaje que dejaron escrito en la lápida años atrás: “Mamita querida, Nunca te faltara: Una oración, una lagrima y una flor”.
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