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Liliana Lesly Léniz Rodríguez

LILIANA LESLY LÉNIZ RODRÍGUEZ (Bolivia)

Nació en Potosí, Bolivia 3 de julio de 1973. Poetisa, declamadora, narradora, fabulista, ensayista, directora de obras dramáticas, actriz, dramaturga. Profesora de Literatura - Lenguaje de la prestigiosa Escuela Nacional de Maestros “Mariscal Sucre” de Sucre. Abogada. Licenciada en Ciencias de la Educación. Diplomada en Literatura –Lenguaje en la Universidad Salesiana de Bolivia (2008). Magíster en Educación Superior en la Universidad “Enrique José Varona” de Cuba y la Universidad Autónoma “Tomás Frías” de Potosí, Bolivia. Fue presidenta de la Sociedad de Escritores de Bolivia (Sodesbo) Filial Potosí. Libros. Poesía: voz del alma (2020). Ensayo: Verdad, análisis y reflexión (2020).

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EL MAL DEL SIGLO Liliana Lesly Léniz Rodríguez

El sol refulgente salía por el lejano horizonte en la ciudad colonial del mundo, al compás del paso grácil de las nubes níveas; bajo la faz del maravilloso Súmaj Orcko, inmenso en su estirpe real y prodigio del “Divino Creador” en la tierra.

José Santos Álvarez, alto, gentil, honesto, de tez fina, hombre de trabajo y familia; solía ocuparse como guía de turismo, recibiendo a extranjeros a tempranas horas, en la terminal de la Ínclita Villa Imperial, para trasladarlos y acomodarlos, luego en un alojamiento; posteriormente citándolos en un determinado horario; para llevarlos a visitar las minas del Cerro Rico; infaustas por la extracción de la plata de sus entrañas, tras largos siglos de explotación.

Al día siguiente, José, junto a los turistas visitaba la Casa de Moneda, recorriendo distintas salas del gran museo de Bolivia, su misión explicar diariamente los hechos históricos de la Colonia; para luego retirarse junto a ellos e ir a almorzar a un restaurant con artesanías costumbristas y reliquias de plata; para posteriormente servirse la tradicional Kalapurka; después de cumplir su jornada laboral, recibía su salario en dólares diariamente, llevando sus recursos económicos con felicidad, para el sostén de su familia. José, era el único que mantenía a su esposa Ana, a sus dos hijos: Jorge, María, y a su madre Rosalinda, una anciana de 75 años de edad, que tenía un espíritu jovial; lleno de autoestima, por haber otorgado a la sociedad un ciudadano de bien, como lo era José, su entrañable y amado hijo.

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En el tercer día del mes de marzo de 2020, José Santos Álvarez, después de visitar Uyuni, junto a los turistas y guiarlos en conocer el inmenso salar, al culminar su contrato decidió embarcarlos en avión a los extranjeros que iban de retorno a sus países, sintió un fuerte dolor de cabeza y un nudo en la garganta que le asfixió espaciadamente, no hizo caso, tomó el bus de Uyuni a Potosí y regresó a su hogar. En los días siguientes obstruyeron las fronteras en Bolivia, a raíz de la pandemia del coronavirus, las terminales y aeropuertos internacionales, se cerraron, quedando muchos varados en su viaje. Los guías de turismo se quedaron sin trabajo, al igual que muchos hombres y mujeres, perdieron su función laboral, siendo despedidos, sin saber qué hacer. —José cada día se ponía mal, empezando a tener fiebre, no podía caminar, los pies no le sostenían lo sufrientemente, y quedó tendido en la cama, su esposa Ana, le dijo: — José, vamos te llevaré al hospital Daniel Bracamonte, para que los médicos te revisen. Él aceptó, fueron en un taxi, al llegar a las puertas del Centro de Salud, los personeros, no lo quisieron atender; porque señalaron que ya había muchos enfermos, de tal manera que retornaron a su casa en otro automóvil, al llegar José Santos Álvarez, estaba muy mal, cada vez más sentía que el aire le faltaba, su madre Rosalinda, pasó a verlo a su cuarto y en sus brazos partió al más allá. Rosalinda gritó: —¡Ana, mi hijo se fue, la pandemia, un mal del siglo, se lo llevó y murió abrazándome! Ana no podía creer que su esposo en un segundo partiera de este mundo, en su desesperación gimió de dolor y abrazó al difunto, quien en vida fue su gran amor y eterno compañero.

Los hijos: Jorge y María, cerraron los ojos y las lágrimas cristalinas rodaron por sus mejillas, viendo al cuerpo de su padre inerte, recordaron su imagen, su forma de ser,

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sabiendo que el Covid-19 se lo llevó. Ana, rodeó a sus hijos y a su suegra, y todos ellos prometieron cultivar el buen ejemplo y mantener el recuerdo de un gran hijo, esposo y sobre todo padre.

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