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Rosario Quiroga de Urquieta

ROSARIO QUIROGA DE URQUIETA (Bolivia)

Nació en Cochabamba, Bolivia el 22 de marzo de 1948. Profesora, poeta, cuentista, novelista y ensayista. Obtuvo una beca de posgrado en Madrid, España en las especialidades de Lengua y Literatura, donde hizo una tesis brillante sobre Aleixandre y el surrealismo español. Miembro de la Unión Nacional de poetas y escritores, miembro del Pen Club Internacional filial Bolivia. Fue vicepresidenta del Comité de Literatura Infantil Juvenil. Forma parte del Comité de Literatura Infantil y Juvenil. Ejerce la docencia. Escritora con cuarenta libros publicados en los géneros lírico y narrativo para el lector infanto-juvenil y adultos. Publicó en el género de ensayo, crítica literaria. Libros. Poesía: Del camino y su sombra (1978), Aquí la grieta (1979 ca), De la palabra a las alas (1993). Cuento: Llámalas, ahí estarán (2017), No al viento, a ti te los cuento (2018), Las luciérnagas de Miraba (2018). Novela: Ella en el pentagrama (2019).

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LA ROPA PEGADA A TU DESTINO (cuento) Rosario Quiroga de Urquieta

Amaneció.

Sería un día diferente. Alrededor suyo muchos dices y diretes. Voces disidentes unas; otras razonables.

Palmira, que siempre se levantaba temprano-porque según ella- dormir era como morir un poco, encendió su radio como todos los días lo hacía. El locutor de radio Centro, voz linda, por cierto, ponía énfasis en comunicar que la población se estaba volcando a las calles en pos de mercados, supermercados para abastecerse de alimentos, detergentes y demás productos de uso cotidiano junto al alcohol que ahora era imprescindible. Un punto aparte merece la compra de los barbijos que serían una especie de moda impuesta a nivel mundial.

¿Qué había pasado?

Puso sus pies en tierra boliviana el Covid 19, virus invisible, exterminador terrible y de paso coronado. Había que tomar precauciones. —¡En mala hora! ¡Qué suerte más asquerosa! ¿qué pasará con mis estudios, con mis entrenamientos? – dijo Felipe, hermano menor de Palmira, prestando máxima atención al informativo, poco usual en él. —¿Qué sacas con lamentarte? Si la cosa es así como la presentan, no podemos hacer nada. No podremos pelear solitos contra semejante enemigo. Tendremos que obedecer lo que nos instruyan y esperar-dijo Andrés que era algo kafkiano. Todos en torno a la mesa miraban sin mirar, comían por comer. Ya nadie quería opinar sobre el tema. Después del desayuno, cada uno a lo suyo sin salir de casa. Así como éste pasó los días. Así los días se acumularon haciéndose mes. Tiempo en que iba en crecimiento el número de contagiados.

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Encapsulamiento o cuarentena rígida, parecía algo sencillo sin embargo pocos o casi nadie se imaginó que, con el tiempo, del calendario se borrarían los nombres de los días de la semana y solo quedarían los números fríos, muy fríos. Mala está la cosa- dijo Palmira y su mirada, primero se estremeció y luego se nubló con la seguridad de tener que sobrellevar el tiempo que dure esta “cosa”. Debió haber sido ya tarde, quizá pasada la media noche, Palmira no conseguía conciliar con el sueño. Vueltas y más vueltas. Su cuerpo parecía no encontrar la posición adecuada para finalmente quedar dormida. Mientras permanecía en estado de somnolencia; lo que se dice entre el sueño y la vigilia fue, que una especie de soplido suave en su oído, llevó su atención hacia un espacio donde aparecían los sonidos más definidos. Durante unos segundos, Palmira miró a su alrededor agudizando sus sentidos. Sí, Sí. Eran ruidos. Pero más que ruidos eran susurros, balbuceos, quizá, tal vez bisbiseos de algún mosquito que permanecía en una rendija. Aquello se intensificó. Se sentó de golpe sobre la cama y miró a su alrededor con la poca luz que entraba de la calle. No. No. No era nada ni había nadie. Lanzó una carcajada. Se sintió incrédula, ridícula. Se limpió las lágrimas que estimuló su risa. Los estremecimientos de su cuerpo se fueron calmando de a poco. Sin embargo, esta experiencia se hizo recurrente. Hasta que un día.

Por encima del silencio salpicado por los ronquidos del dormitorio de al lado, afrontó sin miedo la cuestión para descubrir qué era ¡esoo! que la inquietaba y le perseguía desde hace varios días perturbándole su tranquilidad de día y de noche quitándole el bendito sueño porque, sin vuelta que dar, esos ruidos eran insistentes, insinuantes hasta volverse reales porque lograron enrollarse en el carrete de su mente. ¿Estaba loca? Pero ¿cuál era su locura?

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El semblante nada saludable de Palmira empezó a preocupar.

¿Qué te pasa Palmi? - le preguntó su hermano entrando una mañana a su dormitorio. Contra su costumbre esa mañana Palmira no madrugó. Ella, como única respuesta dejó caer el peso de su cuerpo al borde de la cama.

¡Qué tienes! ¿Por qué no duermes? Pareces enferma. La palidez de tu rostro no es signo de buena salud. Ábrete hermana. Cuéntame. ¿Quizá asuntos amorosos? O te está afectando este exilio obligatorio. Quizá, ya que tú, siempre has sido andarina. Te sientes ahora privada de tus saliditas diarias para lucir tus nuevos modelitos de ropa y zapatos de moda. Sí así fuera, no te preocupes, es normal que en estas circunstancias por las que estamos pasando las personas se sientan así, frustradas y bloqueadas en sus gustos y preferencias. Pero, bueno tal vez son suposiciones mías nada más. Dime, dime, ¿cuál es tu problema?

Palmira mira con desgano la taza de su mate de valeriana que se enfriaba un poco sobre su velador. De pronto, al estímulo de las palabras de su hermano empieza a sollozar, sonándose los mocos y limpiándose el rímel corrido por las lágrimas. Tenía miedo que su hermano creyera que lo que la desvelaba y perseguía eran espectros de locura. Él mirándola a los ojos le preguntó con voz enérgica: — ¿Cuántas noches hace que no duermes? —No sé. No llevo la cuenta. Pero, por favor no te preocupes. Deben ser mis nervios por la misma situación que estamos viviendo. -Bueno si tú dices, eso, te creo- él sale dejando sola a la hermana. Palmira toma sus decisiones. Mejor me callo. No daré mayores detalles. Yo sola descubriré. Me armaré de valor y buscaré, indagaré para descubrir de dónde vienen esas voces. No, no estoy paranoica

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La noche avanza hacia el amanecer.

Afuera el espacio de despuebla. El dormitorio solo tiene la luz del farol de la calle que entra a través de la cortina. Ella está con los sentidos en alerta. Ahora sí, se dejan oír nítidos, primero son movimientos, luego murmullos que terminan en una especie de quejidos. Sí, sí son voces de SOS que vienen del ropero donde guarda su ropa y del closet destinado a sus zapatos.

Lentamente, pero decidida, se acerca primero al ropero de la ropa y… grande es su sorpresa cuando las prendas empiezan a adquirir un nivel de vida sensible. Y, ¿por qué no? Si todas esas prendas de su vestuario han estado pegadas a su piel viviendo las alegrías o penas de su diario caminar.

Un arcoíris de colores: Verde, amarillo, lila, negro, blanco. Blusas con o sin mangas, de color entero o floreada, con voladitos o sin ellos. Vestidos de invierno o de verano. Pantalones chupines o de bota Oxford, los infaltables jeans. Todos ellos, y con derecho legítimo, reclaman por el injusto cautiverio a que su dueña los había sentenciado, se estaban asfixiando en ese encierro. Palmira se acerca al closet de zapatos: de taco bajo, de alto, sandalias, suecos, los cuales no se resignan a morir sin más experiencias de camino.

¿Qué hacer? Está decidido.

Encajonaré las zapatillas y el deportivo que se convirtió en uniforme de cuarentena junto al infaltable barbijo.

Frente a su ropa y los zapatos, la promesa estaba hecha. Palmira los sacaría cada día, aunque más no sea para el paseo entre el comedor y la cocina o de la sala al escritorio, la cuestión era justificar su vida.

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Ella estaría bien arreglada, bien peinada con el entusiasmo que se refleje en su sonrisa porque el tiempo que pasa no vuelve nunca más.

Hay que vivir. Piensa Palmira. Y, bien que tiene razón.

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¿CENIZA O TIERRA? (cuento) Rosario Quiroga de Urquieta

—Sí. Yo creo que es mejor hacerlo cremar. Así cumplimos con su deseo. —Sí. Él decía que cuando se muera se lo incinere y sus cenizas las esparzan por el aire desde un cerro de su pueblo. —Bueno pues que así sea. Que se cumpla lo que él quería. —Tendremos que contratar una funeraria para tener el compromiso que luego de la cremación nos entreguen las cenizas. —Sí. Eso parece lo más aconsejable. En el recinto donde funcionan los hornos de la funeraria se procede al trabajo. Los hornos de cremación están saturados. —Yo ya he concluido mi parte. Las cenizas están en esta lata y ahora te toca a ti que las deposites en el respectivo cajón adecuado para entregar a los parientes. — Ah, este Juan, siempre tan desordenado, deja la basura donde sea y yo tengo que ir recogiéndola de todo lado. —¿Dónde están las cenizas que hay que entregar? —¿Cenizas, qué cenizas? Pensé que era basura. Yo las he echado al tacho grande y el carro basurero acaba de llevárselo. —Ay, ay ¡ni modo! Habrá que entregarles algo de tierra nomás. —En fin…polvo es polvo.

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LAS CARTAS SOBRE LA MESA (poesía) Con mucho dolor, para los que no pudieron vencer

Rosario Quiroga de Urquieta

En la cera gris de esta alborada eres huésped de la hora cero.

Mientras el frío apaga el incienso en la hojarasca La voz no encuentra su alfabeto

En el tráfago diario del ahora inusitado mundo las pisadas tantean sobre la prófuga loza

Mueca un labio dibuja sus juegos solitarios y desde otro rincón distante secretamente responde el corazón

La bandera blanca fija la meta no hay ruta paralela un eco te devuelve al camino delantero sin retorno

Te recobras en la pausa de la fiebre que ensordece el canto del pájaro negro

Entonces a la luz de un farol cualquiera quieres

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