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Norma Mayorga
NORMA MAYORGA (Bolivia)
Nació en La Paz, Bolivia el 17 de julio 1950. Profesora de Literatura, Asesora Pedagógica, poeta, narradora y ensayista. Realizó un curso de administración escolar en Osaka Japón (2003). Representó a Bolivia en el Forum de la Palabra en Barcelona (mayo 2004) como parte del Comité Escritores en Prisión del PEN Bolivia. Fue secretaria general del PEN Bolivia (2003-2004). Y vicepresidenta el Comité de Literatura Infantil y Juvenil Cochabamba (1995-1996). Cofundadora de Escritores Unidos (ESUN). Actual presidenta de ESUN. Por su trabajo pedagógico y literario ha recibido varias distinciones departamentales y nacionales. Sus poemas y cuentos forman parte de importantes antologías nacionales e internacionales.Poesía: Camino de cardos (2006). Cuento infantil: Un Dragón en Sipe Sipe (2016), Es un Bóxer mi Doctor (2ª ed., 2017), El Gusano Turista (2017). Antología: Azul Infinito — antología poética en coautoría con Gonzalo Montero— (2018). Cuentos y poesías: Bajaron las nubes (2009). Cuento: Entre el terror y el amor (2018).
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VÍCTIMA DEL TERROR AL COVID (cuento) Norma Mayorga
Todo ese tiempo de larga cuarentena pasé por momentos agradables como estar con la familia y poder escribir un poco más. participar en eventos virtuales de Ferias de Libro nacionales e internacionales, eventos a los que antes no podía asistir por el problema del traslado. Esas actividades atenuaron la incertidumbre que causaba estar constantemente encerrados, no poder salir a ningún lado pensando todo el tiempo en el peligro del contagio. Escuchar noticieros era demasiado traumático. Todo era una pesadilla donde aparecían personajes y luego desaparecían diluidos en el tiempo. Parecería que estuve viviendo en un mundo de fantasmas. Lo que más me conmovió y me dejó helada fue la muerte de mi amiga Daniela.
Cuando se determinó la cuarentena total. Todo quedó paralizado; transporte, negocios, trámites, etc. Los mercados se abrirían solo 3 días a la semana y la gente solo podía salir un día de acuerdo a su número de carnet. Desconcierto total. De pronto se nos cambió la vida. Mirábamos las noticias y en todo lado era la misma realidad, todos encerrados en las casas muriendo de miedo. De un rato a otro el mundo se volvió más chico. La china, Italia, EEUU, Bolivia parecían países vecinos, no había distancias ni diferencias. En todo lugar regía el confinamiento y el miedo. Parecíamos personajes de una tenebrosa película titulada La lista. Todos estábamos atentos a ver a cuál de nosotros nos tocaba irnos con la parca. En Italia se veían decenas de carros fúnebres llevando sus muertos. En mi realidad más cercana, primero supe que se fue el párroco vecino de mi casa, luego el tornero, después el cerrajero exalumno mío a dos cuadras de mi casa, el esposo de la frutera, el hijo de una querida
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vecina, un médico amigo, etc. Colapsaron hospitales y crematorios. Publicaban anuncios solicitando plasma y la semana siguiente el necrológico con el mismo nombre. Todo eso nos provocaba un ambiente de nervios insostenible. Decidimos ya no ver noticias ni en el celular. Era demasiado deprimente. Yo con mi problema de várices, la facilidad con que se me podían hacer trombos en las venas, la presión que me subía, mi esposo mal del corazón, mi hijo con resfríos recurrentes. Nos habíamos puesto de acuerdo en no llegar al hospital si nos enfermábamos porque en esos días quienes se hospitalizaban ya no se los veía más. Yo no salía a la calle por mi tercera edad. Mis hijos varones aprendieron a hacer las compras. Si faltaba algo yo le llamaba a Daniela, una amiga del mercado que muy solícita realizaba mis encargos. Un domingo le llamé para pedirle un mandado como lo hacía cada semana, también por ayudarle, así se ganaba unos pesos.
Ese día la vi muy deprimida y triste. Me contó que había fallecido su hermana unos días antes. ¡Qué! Reaccioné. Un mes antes yo la había visto a Salomé, su hermana. Era un poco enfermiza, pero ante la probabilidad de que haya sido Covid y que le haya contagiado a Daniela me alarmé. ¿Con qué murió? Le pregunté, respondió a la defensiva, con tuberculosis.
Daniela vivía sola en alquiler, había tomado una pequeña suite en una casa familiar a la que solo llegaba a dormir luego de que salía por las mañanas muy temprano. Tenía un cómodo y amplio puesto de comida en el mercado desde donde se desplegaba a todas sus actividades. El mercado, prácticamente era su casa. Ahí desayunaba, cocinaba, almorzaba, hacía su siesta y si necesitaba hacer trámites, salía y regresaba pronto. Era muy querida por su humildad y generosidad a la hora de servir los platos,
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abundantes y por solo cinco bolivianos. Parecía que cocinaba más que por ganar, por servir a los demás. Era un ángel. Lo triste era que a ella no le sobraba el dinero, más bien le faltaba. Todo el tiempo estaba en apuros económicos. Le faltaba para pagar del pollo, para pagar el pasanaku. Sacaba dinero del banco y de algunos usureros para pagar deudas. Además, madrugaba para ir a trabajar en algunas casas con limpieza, lavado de ropa y planchado. La conocí de cerca porque yo tenía una librería en el mercado.
Cuando llegó la cuarentena, la vi muy preocupada. “Tengo que conseguir un lugar para estar en el día, mi cuarto es solo para dormir, ahí no puedo cocinar””. No sé cómo pasó esas dos semanas. Después, cuando ya hubo permiso para ventas de comida a domicilio, Daniela se organizó para cocinar en el mercado y hacer entregas, unos días estuvo así. Sin embargo, la dueña de casa de la habitación donde vivía no le daba permiso para salir cada día por el temor de que le lleve el contagio. Daniela nuevamente en problemas. Una familia bondadosa la acogió dándole un espacio por unos días. Daniela seguía repitiendo “No sé qué voy a hacer”. “Quizá me vaya a la casa de mi hermana, el alquiler de la suite sigue corriendo”. Muerta su hermana ya ni tenía esa opción de irse con ella. La noté tan triste que ya ni el dinero que le estuve obsequiando le alegraba. Ella estaba muy agripada y como seguía cocinando, sus compañeras le pidieron que se quede en su casa, ¿En qué casa? Se preguntaba. Reunieron un dinero y le dieron para su subsistencia ¿De qué le servía unos pesos si no tenía la hermana querida y no tenía sitio donde vivir? Desolación total. Este incidente también me ponía en riesgo ante la probabilidad de que Daniela ya hubiera contraído el Covid 19. Estuve muy cerca de ella y su barbijo era solo de tela.
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A los cinco días de lo que vino a mi casa, me enteré que Daniela había fallecido. La señora que le hospedaba aseguró que toda una semana se negó a comer, que quería irse tras su hermana. Cuando le prohibieron quedarse en el mercado para ella fue tan doloroso como que a una planta la que sacan de la tierra y su raíz se seca. Para ella el mercado era su casa. Nadie supo si le mató el Covid o la depresión. Supe que la enterraron en el cementerio del Abra porque en otro cementerio tenía que seguirse todo un protocolo imposible de cumplir por los pocos familiares que llegaron de Santa Cruz a despedirla.
Cómo me duele tu muerte Daniela. Fuiste víctima de la intolerancia y el terror a esta enfermedad funesta.
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